"El Espíritu actúa en nosotros, y se sirve de la palabra y la presencia del acompañante espiritual que interpela y busca junto al otro en libertad y confianza…"
Incluimos la intervención del Mons. Agustín Cortés, Obispo de San Feliù de Llobregat, el 22 de marzo ppdo., durante las jornadas Diálogos de Teología 2011, organizadas por la Biblioteca sacerdotal Almudí y la Facultad de Teología de Valencia
Gracias a todos vosotros porque, como acaba de decir el Sr. Arzobispo, don Carlos Osoro, vengo muy a gusto a Valencia. Y gracias también por este tema que me ha permitido volver sobre aquello que tanto y tan apasionadamente estudié e impartí en algunas clases. Hoy me parece —y coincido totalmente con lo que acaba de decir el Dr. Castilla, que nos ha disertado sobre los aspectos psicológicos en la relación interpersonal—, que es algo urgente y necesario, no sólo porque lo dice el Santo Padre, sino también porque la experiencia nos lo demuestra.
Recuperar hoy el acompañamiento espiritual personalizado es tan urgente como sacar a alguien de la masa y del anonimato, tratarle personalizadamente, compensar un exceso —entendedme bien— de comunitarismo, recuperar el discernimiento en cada caso. Creo que es un signo de buena salud el que la Iglesia vuelva otra vez sobre este campo de la Pastoral tan necesario. Voy a intentar ser telegráfico, sintiendo el dejar muchas cosas en el tintero.
Delimitemos el tema del acompañamiento espiritual personalizado. Estamos en un marco teológico-pastoral, por lo tanto no tratamos exactamente del coloquio meramente psicológico, aunque se puede deducir de lo que hemos escuchado que es enormemente importante y urgente el que, en este acompañamiento espiritual, se conozcan los condicionantes psicológicos de la persona acompañada, y que conozcamos también nuestros propios condicionantes psicológicos los que queremos acompañar.
Tampoco se trata de la consulta moral que pretende discernir si hay pecado o no; el acompañamiento espiritual es más que eso. Y si me permitís, no tratamos del diálogo en el marco del sacramento de la Reconciliación, aunque como he podido comprobar recientemente en un interesante libro del profesor Spidlik, que ha analizado la figura de San Ignacio como un staretz, un maestro, un padre espiritual, no es propiamente la competencia específica del sacerdote que confiesa, pero es muy conveniente, porque estamos jugando con la figura de lo que él llama —según la tradición oriental— el padre espiritual que engendra al hijo: engendra en la fe, engendra en el espíritu.
Tratamos en realidad del apoyo, no solamente emocional, no solamente de iluminación, sino el apoyo, la presencia en la búsqueda de la maduración del propio ser espiritual del creyente: discernimiento de la voluntad de Dios, seguirla, etc. en un grado máximo. En ese sentido, tenderíamos al acompañamiento espiritual propio de los Padres —famosos padres del desierto o de los padres orientales y de los fundadores de grandes órdenes o grandes movimientos—, que han engendrado en el espíritu a sus discípulos. Es una comunicación mucho más allá del libro. En la obra que acabo de citar, Spidlik dice que conoció en sus lecturas el testimonio de un musulmán, Mohammed al-Biruni, que se extrañaba de que algunos, en la Iglesia Católica, llamarán “padres” a otros cristianos, como en este caso a los sacerdotes. Dice que él mismo encontró la respuesta porque recordó que nuestra religión cristiana no es del libro; que un musulmán busca al entendido en el Corán para que le diga qué dice el Corán sobre tal cosa, y nosotros hemos nacido del contacto personal, nos hemos engendrado dentro de la Iglesia, y la Iglesia nos ha engendrado en el trato personal. Es decir, la vivencia de una comunidad que contagia la fe es anterior a la lectura de un libro normativo, al cual referirnos. Dicho esto se entiende cómo el acompañamiento personalizado es fundamental para la vida de la Iglesia. En la Evangeli Nunciandi, Pablo VI elogia a los que habían comunicado el Evangelio en el tú a tú del acompañamiento espiritual personalizado.
En definitiva, en el marco nuestro, lo que hay que decir del acompañamiento es que siempre hay un tercero, siempre hay un tercero, que se llama Espíritu Santo.
Si en la relación de ayuda la relación es bilateral, en la relación que se establece en la ayuda espiritual personalizada siempre es triangular: el que ayuda, el ayudado y el Espíritu Santo. Y el protagonista es el Espíritu Santo, que ha puesto al ayudado y al que ayuda en contacto directo, evitando así la bipolaridad típica, autoridad-súbdito, y evitando así todo tipo de transferencias, auto-proyecciones, etc.
Dicho esto, hacemos una apuesta en favor del acompañamiento porque hoy el individuo se ve un poco, como si dijéramos, absorbido por lo estructural y lo masivo; se ve desorientado, necesitado de la vida interior, se ve disuelto en la masa. Como dice San Gregorio Magno en la Regulae Pastoralis “que cada pastor esté cerca de cada uno de los hermanos”. Esta proximidad, nos permite, desde el punto de vista de la opción pastoral, personalizar al máximo.
Como el título de la exposición es “Fundamentos teológicos del acompañamiento espiritual”, voy a desarrollar en tres o cuatro puntos este fundamento y, de paso, iré diciendo algunas cosas prácticas implicadas en estos enunciados.
¿Por qué el acompañamiento personalizado? Hay una razón, digamos filosófica remota, que es la sociabilidad humana: no crecemos, no puede haber crecimiento ni maduración humana sin el otro. Y la alteridad es fundamental para el crecimiento del individuo y de la persona. La alteridad precisamente de alguien que desde fuera es interlocutor en el diálogo del espíritu. Para algunos, la comunidad es suficiente para acompañar en esta maduración. Yo creo sinceramente que no es suficiente, porque en la comunidad —aunque se favorezca la alteridad—, siempre se tendrá un refugio grupal, lo que en el acompañamiento personalizado no será posible, y por tanto, la alteridad se dará con toda su fuerza y toda su crudeza, sanante —por supuesto—.
Hay que decir que la alteridad es algo más que estar junto al otro. La alteridad es intercambio, es salida de uno mismo, es capacidad de escucha, es acogida del otro, y esta alteridad es el humus donde se produce y crece oportunamente la dirección espiritual. Además, tenemos la experiencia espiritual que nos lo confirma, la personalización de la fe. La personalización va mucho más allá del mimetismo del cumplimiento de las reglas de la comunidad, siempre va más allá; al menos, toda regla comunitaria tiene que aplicarse a la realidad concreta, única e intransferible de cada uno de nosotros. Y, finalmente, yo creo que, el fundamento básico del acompañamiento está en la naturaleza de la acción del Espíritu Santo en el cristiano.
Creo que el acompañamiento, tal como nos lo presenta el Nuevo Testamento, y es muy oportuno el texto que ha citado el Sr. Decano, es un elemento fundamental; el encuentro tú a tú es fundamental para la Revelación y también para el crecimiento.
Jesús encontrándose con la Samaritana, paradigma de acompañamiento personalizado; Jesús y Nicodemo, otro modelo; Jesús y los discípulos de Emaús, y el texto que nos ha citado don Juan Miguel, el momento en que el eunuco de Candaces encuentra la fe. Bien entendido que las situaciones de cada uno de ellos son únicas.
Una mujer indiferente, que es tratada personalmente por Jesús; la mujer no ha preguntado nada ni ha pedido nada, y es Jesús el que provoca el encuentro, con un arte dibujado por el Evangelio de San Juan, hasta llegar al propio “yo” de la mujer. Un Nicodemo que sí pregunta, sí que interpela al Maestro. Unos discípulos de Emaús que tampoco piden una presencia de Jesús y que sin embargo Jesús se les hace presente. El eunuco sí que pregunta y se lamenta de no poder entender.
Y hay algo tan importante en el acompañamiento, que no podemos desarrollar, como es que el acompañante interprete la experiencia del acompañado, lo interprete en clave de revelación. Interprete la vida de la mujer: tú eres la que tienes que pedir agua; interprete la necesidad de nacer de nuevo —una persona que se resiste a hacerlo porque está muy segura en el cumplimiento de la ley, el caso de Nicodemo—; interprete la decepción que han sufrido los discípulos al ver que el Maestro ha fracasado, e interprete un texto clave: el pasaje en el cual el Siervo de Yahvé sufre por todos como mediador de la Alianza Nueva…: ese es Cristo, esa es el Agua…
De manera que el estilo de la Revelación, de acceder la Verdad de Dios a la vida nuestra, es un estilo, básicamente, personalizado, de tú a tú (Jeremías 31; Isaías 54). En la Nueva Alianza, es característico que el Espíritu Santo actúe en el corazón de cada uno; después de resucitado Jesucristo, nosotros, acompañando, tendremos que saber evocar este Espíritu Santo que hay en cada uno de los acompañados. Al propio tiempo que desde fuera iluminamos en clave evangélica su vida, tendremos que reconocer cómo y de qué manera el Espíritu Santo está actuando en el corazón de la persona, dónde le lleva, por qué le lleva, cuál es la voz, cuál es la inclinación del Espíritu Santo. En realidad es la obra de la Trinidad que está actuando en cada uno de nosotros.
Esta forma de actuar del Espíritu Santo, se realiza según un plan global sobre la vida del mundo y de la persona en particular, según un plan que se discierne sobre la base de los hechos que vive, las reacciones personales, las decisiones según y ante Jesucristo. Una acción que realiza el Espíritu Santo y que además es progresiva y, por tanto, necesita ser acompañada en la persona en su propio dinamismo educativo. Una acción del Espíritu Santo que busca la connaturalidad con el Amor de Dios, es decir, que acaba en un definitivo —nunca definitivo en esta historia nuestra, pero sí en la Gloria, pero nos podemos aproximar—, un definitivo sentir las cosas como Dios las siente, un estilo de amar propio del Espíritu.
El Espíritu actúa en nosotros, y se sirve de la palabra y la presencia del acompañante espiritual que interpela y busca junto al otro en libertad y confianza. Todo esto unido a la necesaria mediación de la Iglesia, que el Espíritu Santo, en la providencia de Dios, ha querido para que podamos acompañar las realidades del Espíritu, de manera que, el director espiritual, desde el fundamento teológico, es testigo de un itinerario llevado por el Espíritu en la persona; es anunciador y es Maestro, como le gustaba definirse a San Pablo, al menos en las dos cartas a Timoteo: “He sido constituido heraldo, proclamador, apóstol y maestro”.
Dicho esto, desde un punto de vista teológico, añadir unas palabras sobre los objetivos y las tareas del acompañamiento pastoral.
Cuando estaba escuchando la ponencia anterior sobre la psicología, iba recordando algunos debates en algún seminario, en los que pude participar, sobre la relación entre la psicología y la espiritualidad, entre el acompañamiento espiritual y el acompañamiento psicológico. Decía un profesor de la Gregoriana en Roma, dirigiéndose a los alumnos: ¿piensan que un esquizofrénico puede ser santo?, y la gente se quedaba un poco parada con esta interpelación, y sí, y para ello ha de saber que es esquizofrénico, y ha de saberlo también el que le acompaña.
El objetivo de un acompañante psicológico es la sanación, y el objetivo del director espiritual es la santidad. Pero el que acompaña espiritualmente ha de escuchar al psicólogo, sobre todo en la interpretación de los actos, pues a veces se interpreta en clave moral lo que sólo puede interpretarse en clave psicológica, por existir anomalías en las personas. Hay muchas personas que pueden ser santas sin llegar a las cotas que, objetivamente, se le pueden pedir a una persona psicológicamente madura. Todos podemos ser santos. La medida de la santidad de cada uno sólo Dios la sabe, pero claramente el acompañante tiene que sospechar hasta dónde y de qué forma. Así, en el caso de un obsesivo, de un escrupuloso, en el acompañamiento espiritual individualizado ha de garantizarse en primer lugar la autenticidad de la experiencia religiosa básica, y aquí tiene mucho que decir la psicología, que vea que la experiencia religiosa es verdaderamente cristiana.
Recientemente hemos recibido los obispos una Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe, recordándonos que en las casas de espiritualidad cuidemos de que lo que se hace y lo que se imparte allí obedezca a un planteamiento de oración cristiana auténtica, y no sea cualquier tipo de terapia o de vía que podría ser legítima, pero totalmente insuficiente. Que se ayude a la salida de uno mismo al encuentro con el Dios que se revela en Jesucristo, que sea realmente experiencia del Espíritu y, que el crecimiento interior también se verifique en la vida…
Insisto en el aspecto de la iluminación de la vida del otro, practicando lo que se llama la hermenéutica en el Espíritu. Una tarea fundamental hoy día es lo que llamaba san Ignacio el “discernimiento de los espíritus”, porque en tiempo de cambios, ante las nuevas cosas que surgen, hemos de ser unos especialistas en discernir la huella del Espíritu en la vida y en la gente.
Discernir teologías, discernir personas, grupos, iniciativas, discernir decisiones, pastorales y personales, pensando que el fin último del discernimiento es llegar a la connaturalidad del sentir con Dios. Hay que decir además que una de las reglas del discernimiento es que miremos los frutos. La Carta a los Gálatas nos presenta algunos: la paz, la alegría, la longanimidad, la paciencia…
Nosotros hemos de decir al acompañado que vaya a la fuente: ponte a rezar, reaviva tu relación frecuente y actual con Jesucristo, sé capaz de volver sobre la Palabra de Dios y vivirla, dedica un tiempo a la oración y a los sacramentos; después vendrán los armónicos.
Y, para acabar, pensar que, según los fundamentos teológicos del acompañamiento, el acompañado tiene que ser conducido a la realización de sí mismo.
En la psicología humanista (esta inspiración humanista de la psicología es básicamente cristiana), la realización de uno mismo es la actualización de todas las potencialidades que tiene el sujeto; cuando tras hacer un examen psicológico te dicen: tú sirves para esto o para lo otro y cuando realices todas estas potencialidades serás tú mismo y serás feliz.
Las cosas cambian un poco cuando en el acompañamiento personalizado uno pretende que se realice él mismo, y sabemos que la realización de uno mismo es la reproducción del proyecto de Dios sobre uno mismo, claro. Concretamente, es el rostro peculiar de Cristo que tú podrás llevar adelante en la vida. Y esto sólo lo puedes hacer mediante la ascesis, que no es ningún tipo de fortificación de los músculos, ni es tampoco ningún ejercicio para fastidiarse, sino la capacitación, como le gustaba decir a Thomas Merton en un artículo famoso: La negación de sí mismo es la libertad para amar. Y en los ejercicios espirituales, ya sabemos que el ejercicio básico es llegar a ser libre para amar. Y ese llegar a ser libre incluye desprendimiento, incluye renuncia, incluye donación de sí mismo, y yo me realizo, soy yo plenamente, yo mismo, cuando más libre soy para amar según Dios.
Y, concretamente, no hay realización de uno mismo sin la participación en el misterio pascual. De manera que, cuando acompañamos a gente, hemos de ir preguntándonos: ¿el Espíritu Santo hacia qué muertes va conduciendo a esta persona? El Espíritu Santo, ¿qué resurrecciones, a qué resurrección les está conduciendo? Esto es algo que puede resultar inaudito para el educador, el pedagogo o el acompañante meramente humano, digámoslo así; sin embargo, es esencial al Evangelio: no hay crecimiento sin participación en la muerte y resurrección de Jesús. No hay realización de uno mismo si no es en la experiencia de atravesar todas las muertes que el Señor nos tenga preparadas.
Eso, como sabéis, en las distintas escuelas espirituales tiene distintos nombres, y cada uno ha de seguir su propio camino, pero el Evangelio nos manda estar siempre atentos a esta forma de actuar propia del Espíritu.
Unas breves palabras sobre el modo y el método que, desde el punto de vista de la Teología espiritual, se nos está pidiendo en el acompañamiento. Es básico preguntarse: ¿quién soy yo para él? y ¿quién soy yo para mí? en el encuentro personal. Esta respuesta, si no es en el Espíritu, no acertaremos. No podemos jugar a ser psicólogos los que no lo somos. Hemos de estar atentos a las famosas transferencias y a las autoproyecciones. ¿Quién es él para mí?, ¿quién es el otro para mí?, ¿quién soy yo para él, según sus propias expectativas? Si no somos conscientes de esta realidad, estamos abocados al fracaso.
Y finalmente, unas palabras sobre la antropología tricotómica. Quien tenemos delante es un cuerpo, es una psique, es un espíritu. El cuerpo tiene sus necesidades, la psique tiene sus necesidades y el espíritu tiene sus necesidades. El acompañante espiritual, sobre todo, apunta a las necesidades de su propio corazón, de su espíritu: sentido, verdad, libertad, amor gratuito y perfecto. La zona de la psicología está normalmente muy entrelazada con esta zona del espíritu, y lo hemos de saber. Y también está entrelazada la zona física.
No es lo mismo estar bajo de tensión que tener una depresión psicológica o estar pasando una noche oscura. Sin embargo, hemos de saber que esto existe y, como el centro de la persona es el espíritu, su propio corazón, al apuntar nuestra ayuda al corazón, en el fondo tenemos que saber cómo va su psique y cómo va físicamente. En este sentido, las pautas que propongamos para actuar correctamente, a ser posible, han de integrar las aportaciones de los entendidos en las otras zonas de la vida.
Se nos pide mucho a los acompañantes: saber escuchar, saber recibir al otro, tal como es, en todas sus dimensiones propias. Se nos pide, sobre todo, mucha pobreza. El ideal del maestro de espíritu es no ser necesario. El ideal es que el discípulo llegue a ser connatural con el Espíritu, entonces nos hemos de retirar. La pobreza de no poder dominar una libertad, sino escuchar —como dice un autor: morir escuchando—, y que nuestra palabra sea sobria, que sea de Dios, que sea discernidora.
Siento no poder entretenerme en este punto. Solamente recomendaros una y otra vez, para concluir, aquella bellísima oración de Salomón cuando tuvo que afrontar el reto de ser Rey de Israel, y que rezamos tantas veces en el Breviario:
«Dios de los Padres, Señor de Misericordia, que hiciste el Universo con tu Palabra y con tu Sabiduría formaste al hombre para que dominase sobre los seres por ti creados, y administrase el mundo con santidad y justicia: dame la Sabiduría que se sienta junto a tu trono y no me excluyas del número de tus hijos, que soy tu siervo, hijo de tu esclava, hombre débil, de vida efímera. Tú me elegiste, en este caso, como padre, como acompañante, como sacerdote —en este caso nuestro—. Contigo está la Sabiduría que conoce tus obras, que estaba presente cuando hacías el mundo. Envíala de los cielos santos, mándala de tu trono de gloria para que a mi lado participe en mis trabajos y sepa yo lo que te es agradable, pues ella todo lo sabe y todo lo entiende».
Desearía, para todos los acompañantes, decir una y otra vez esta bella oración. Gracias.
Mons. Agustín Cortés. Obispo de San Feliù de Llobregat
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