La importante contribución de los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades
Intervención de introducción del Cardenal Stanisław Ryłko, Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, en el encuentro con movimientos eclesiales y nuevas comunidades sobre el tema de la nueva evangelización que tuvo lugar en ese dicasterio el 25 de junio de 2011.
Del 7 al 28 de octubre de 2012 tendrá lugar en Roma la XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, convocada por el Santo Padre Benedicto XVI sobre el tema La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Al inicio de este año la Secretaría general del Sínodo de los obispos publicó los Lineamenta, un verdadero vademecum sobre la nueva evangelización que constituye una útil profundización del tema. Como es sabido, no se trata de un concepto nuevo: el pontificado del beato Juan Pablo II se caracterizó por el leitmotiv de la nueva evangelización. El Papa Juan Pablo II explicaba su intención al poner el adjetivo “nueva” al término tradicional de “evangelización”: nueva en su ardor, nueva en sus métodos, nueva en sus expresiones[1]. Sin embargo, es necesaria una adecuada clave de lectura para comprender de modo conveniente el contenido de los Lineamenta. La expresión “nueva evangelización”, en efecto, ha llegado a ser tan común —a veces hasta se abusa de ella— que corremos un riesgo real de tergiversar su sentido, o, peor todavía, de reducirla a un lema insignificante.
Para llegar al núcleo de la cuestión es conveniente partir del Magisterio del beato Juan Pablo II llegando a las enseñanzas de Benedicto XVI, que también en este campo procede en la misma línea de su predecesor. Juan Pablo II publicó, al término del Gran Jubileo, la Carta apostólica Novo millennio ineunte con la que buscaba ayudar a la Iglesia a acoger los desafíos del tercer milenio; esta Carta contiene indicaciones esenciales y muy actuales sobre la misión de la Iglesia en nuestros días y nos pone en guardia respecto a algunos riesgos serios. Así, en el número 15, leemos: «El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del “hacer por hacer”. Tenemos que resistir a esta tentación, buscando “ser” antes que “hacer”. Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: “Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es necesaria” (Lc 10,41-42)». Por tanto, concluye el Papa, el «misterio de Cristo» debe ser siempre «fundamento absoluto de toda nuestra acción pastoral». Un poco más adelante, en el n.29, encontramos una frase que se ha hecho famosa: «No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!». No una fórmula, sino una Persona: ante el multiplicarse de iniciativas de estudio sobre la nueva evangelización, que de por sí pueden ser válidas e interesantes, es necesario cuidarse de la ilusoria tentación —siempre presente en ambientes eclesiales— de buscar una “fórmula mágica” para la evangelización, una suerte de método infalible de eficacia garantizada.
Para dar un paso más que ayude a seguir aclarando la cuestión es conveniente releer cuanto afirmó Benedicto XVI dirigiéndose a los obispos de Suiza: «también nosotros corremos el peligro de trabajar mucho en el campo eclesiástico, haciéndolo todo por Dios, pero totalmente absorbidos por la actividad, sin encontrar a Dios». Son palabras fuertes: se puede hacer de todo aparentemente por Dios, pero en realidad permanecer replegados sobre nosotros mismos, sin jamás entrar verdaderamente en relación con Dios. El Papa prosigue: «Los compromisos ocupan el lugar de la fe, pero están vacíos en su interior». Con estas palabras hace evidente el riesgo que corren numerosos evangelizadores de hoy: el vaciamiento interior, que es la inevitable consecuencia de la pérdida de lo esencial, es decir, del olvido de la fe. En efecto, ni siquiera en los ambientes eclesiales, como nos recuerda a menudo el papa Benedicto, puede darse por descontada la fe[2]. «Por eso, creo —continúa el Santo Padre— que debemos esforzarnos sobre todo por escuchar al Señor, en la oración, con una participación íntima en los sacramentos, aprendiendo los sentimientos de Dios en el rostro y en los sufrimientos de los hombres, para que así se nos contagie su alegría»[3]. A partir de esta consideración el Papa prosigue subrayando la necesidad de reafirmar la centralidad de Dios en la vida de los cristianos. Quizá a alguno le puede parecer una tautología este subrayar la centralidad de Dios en la evangelización, pero en realidad no se trata para nada de un concepto banal.
Para completar el cuadro de referencias al magisterio, releamos las palabras que Benedicto XVI pronunció improvisando, en respuesta a un periodista, sobre el tema del “primado de Dios” en la evangelización: «una Iglesia que busca sobre todo ser atractiva estaría ya en un camino equivocado, porque la Iglesia no trabaja para sí misma, no trabaja para aumentar sus cifras y así su propio poder. La Iglesia está al servicio de Otro: sirve no para ella misma, para ser un cuerpo fuerte, sino que sirve para hacer accesible el anuncio de Jesucristo, las grandes verdades y las grandes fuerzas de amor, de reconciliación que se han presentado en esta figura y que vienen siempre de la presencia de Jesucristo. En este sentido la Iglesia no busca su propio atractivo, sino que debe ser transparente para Jesucristo y, en la medida en que no exista para sí misma, como cuerpo fuerte, poderoso en el mundo, que quiere tener poder, sino que sea sencillamente voz de Otro, se hace realmente transparente para la gran figura de Cristo y las grandes verdades que ha traído a la humanidad. La fuerza del amor, en ese momento, se escucha, se acepta. La Iglesia no debería considerarse a sí misma, sino ayudar a considerar al Otro y ella misma ver y hablar del Otro y por el Otro»[4].
Este es el núcleo de la cuestión de la nueva evangelización: la centralidad de Dios en nuestra vida. Un antiguo adagio escolástico dice: operari sequitor esse y puede ser traducido diciendo: nuestro actuar expresa nuestro ser. Nuestra primera preocupación, como nos enseñan los grandes santos, debería estar dirigida a nuestro ser cristianos. San Ignacio de Antioquía, durante el viaje hacia Roma, donde lo esperaba el martirio, escribe a los fieles de la Ciudad Eterna: «Orad por mí, para que no solamente lleve el nombre de cristiano sino que lo sea verdaderamente»[5]. Por ello, en la raíz de la evangelización está el ser, no las modalidades de anuncio, no los métodos, no las técnicas de comunicación ni las modalidades del lenguaje. Claro, todas ellas son cuestiones que tienen su importancia, pero no pueden constituir el punto de partida. Se parte del ser: del ser cristianos, del ser Iglesia. En efecto, cuando se habla de nueva evangelización, nos viene a la mente un modo renovado de ser cristianos, nos viene a la mente la preocupación por encontrar ambientes donde puedan nacer cristianos auténticos, formados en la unidad entre fe y vida, en un nuevo modo de ser Iglesia, capaces de testimoniar la belleza de ser cristianos. Entonces, lo central no será la búsqueda de una “fórmula mágica” para atraer a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sino la conciencia de que debemos partir de nosotros mismos, de nuestro modo de ser discípulos de Cristo. En los Lineamenta del próximo Sínodo no faltan llamados inequívocos a la conversión en este sentido.
También los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades están llamados a volver a considerar en esta perspectiva su vocación y misión; y ello significa entrar en una seria reflexión sobre la propia identidad. Las nuevas realidades eclesiales, sin lugar a dudas, han demostrado una capacidad peculiar de generar en gran medida, sobre todo en los laicos, mujeres y hombres, un impulso misionero insospechado, que antes ni siquiera los mismos interesados eran conscientes de poseer. ¿De dónde les viene tal capacidad? Ciertamente no de “fórmulas mágicas”, de métodos preconfeccionados, sino más bien de la pedagogía de la fe que es generada por el carisma, idónea para formar a los bautizados y hacer de ellos cristianos conscientes de la propia vocación y en consecuencia de la propia misión. Por esta razón para las nuevas comunidades y movimientos eclesiales, el apelo a la nueva evangelización significa una fuerte referencia a la propia identidad. Ser ellos mismos, como movimientos, quiere decir precisamente volver a acoger con espíritu nuevo, con renovado entusiasmo, el carisma propio de la propia comunidad, del movimiento al que se pertenece. En la fase histórica que estamos atravesando es verdaderamente fundamental redescubrir el carisma. En la vida llegan, tarde o temprano —y lo dicen también los Lineamenta— el cansancio, el desánimo o también una cierta rutina, no lo neguemos. Aquello que es lo más sagrado, lo más bello, tiende a desvanecerse en lo cotidiano. La mayor parte de los movimientos y las nuevas comunidades internacionales tienen ya a sus espaldas una historia consistente: algunos treinta años, otros cuarenta, cincuenta o más. El paso del tiempo en la vida de una comunidad implica el paso de diversas “estaciones”: estación de la infancia, de la adolescencia y luego de la madurez, esa madurez eclesial que tanto auspició Juan Pablo II[6]. Con el paso de las estaciones emerge la necesidad de defender la frescura de la mirada al carisma, el estupor ante el singular don recibido de Dios. En la capacidad de acoger de modo renovado el carisma está la posibilidad para los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades de ofrecer su contribución decisiva a favor de la nueva evangelización, la verdadera novedad que puede revigorizar el impulso misionero de la Iglesia de hoy, la especificidad que reúne a los nuevos carismas. Es decir, su ser mismo. El Beato Juan Pablo II amaba la expresión «ser más»:[7] para los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades “ser más” quiere decir redescubrir siempre nuevamente la belleza del propio carisma teniendo bien presente que ningún carisma es dado solo para uno mismo sino para el bien de la Iglesia y de su misión. De esta conciencia brota la extraordinaria fantasía misionera que todos reconocen en las nuevas realidades eclesiales, su valentía en el anuncio. No se trata por ello de elaborar una fórmula especial, sino de reapropiarse de su ser mismo.
Ante el tema de la nueva evangelización, es absolutamente necesario acoger esta premisa para no correr el riesgo de instrumentalizar las realidades carismáticas que el Espíritu Santo suscita en la Iglesia de hoy. Con demasiada frecuencia se espera de ellos “recetas” buenas y ya preparadas para la nueva evangelización, metodologías… En cambio, debemos pedirles que sean cada vez más colaboradores del Espíritu Santo para generar cristianos auténticos. La llamada a la nueva evangelización, en efecto, se refiere a un nuevo modo de ser cristianos, un nuevo modo de ser Iglesia, donde lo “nuevo” es el modelo evangélico que brota de los Hechos de los Apóstoles, la fuerza del Espíritu que renueva a toda la comunidad cristiana.
Card. Stanisław Rylko. Presidente Pontificio Consejo para los Laicos
[1] Cf. JUAN PABLO II, Discurso a la XIX Asamblea ordinaria del CELAM, 9 de marzo de 1983: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de marzo de 1983, p. 24.
[2] Cfr. BENEDICTO XVI, Homilía durante el viaje apostólico a Portugal, 11 de mayo de 2010.
[3] ID. Homilía en la Santa Misa con obispos de Suiza, 7 de noviembre de 2006.
[4] ID. Entrevista durante el vuelo al Reino Unido, 16 de septiembre de 2010.
[5] Cfr. Carta a los Romanos, III, 2.
[6] Cfr. Discurso a los movimientos y las nuevas comunidades, 30 de mayo de 1998, n.6.
[7] Cfr. Por ejemplo Discurso en la III Conferencia general del episcopado latinoamericano, 28 de enero de 1979, III, 4.
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