Camino ecuménico y diálogo interreligioso<br /><br />
L´Osservatore Romano
«Como cristianos, ciertamente no faltamos al respeto debido a las demás religiones; al contrario, lo fundamentamos, si –sobre todo en el mundo de hoy donde se emplea la violencia y el terror también en nombre de la religión– profesamos aquel Dios que ha puesto su sufrimiento frente a la violencia y ha vencido en la cruz no con la violencia, sino con el amor. Por tanto, la cruz de Jesús no es un obstáculo al diálogo interreligioso»
Benedicto XVI ha convocado una «Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo» con ocasión del 25º aniversario del primer «Encuentro interreligioso para la oración por la paz». El 27 de octubre de 2011 no podrá ser, sin embargo, una simple réplica de la inolvidable iniciativa emprendida por el beato Juan Pablo II en 1986, también y sobre todo porque en estos veinticinco años el mundo ha cambiado mucho. El viraje más incisivo que se verificó mientras tanto es sin duda el fin de los regímenes opresivos comunistas en los países del telón de acero, que ha cambiado radicalmente el mapa externo e interno de Europa y que el entonces cardenal Joseph Ratzinger definió como la victoria de la verdad del Espíritu y de la religión: «El Espíritu ha dado prueba de su fuerza; el sonido de la trompeta de la libertad ha sido más fuerte que el muro que la quería limitar» (J. Ratzinger, Wendezeit für Europa? Diagnosen und Prognosen zur Lage von Kirche und Welt, 106). El fin de la llamada guerra fría, que, según la opinión de Mijail Gorbachov, no habría sido posible sin la energía del beato Juan Pablo II, ha cambiado de manera notable también la situación ecuménica e interreligiosa.
El gran viraje de 1989 en Europa ha hecho que, en el paisaje ecuménico, sobre todo las Iglesias ortodoxas hayan llegado a ocupar un lugar de mayor relieve en la conciencia de todos los cristianos. Desde el punto de vista de la fe y de la eclesiología, esas Iglesias nos resultan muy cercanas, aunque pueda parecer que, a nivel de historia y de cultura, exista entre nosotros y ellos una distancia todavía mayor respecto a la que existe con las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma. Escuchar la voz de la ortodoxia es indispensable si queremos dar pasos adelante también para superar los problemas relativos a la división de los cristianos en Occidente. Escuchar esa voz contribuirá sobre todo a una ampliación hacia el este también en el ecumenismo, sumamente importante para el futuro social de Europa. De hecho, la unificación política de Europa sólo se podrá realizar si se produce un ulterior acercamiento entre los cristianos en Oriente y en Occidente, o sea, si la Iglesia, tanto en Occidente como en Oriente, aprende de nuevo, como solía afirmar el beato Juan Pablo II, a respirar con sus dos pulmones.
Desde el punto de vista interreligioso, debemos tomar en cuenta en primer lugar los grandes movimientos migratorios que han conducido a una rica mezcla de la población. Esto significa sobre todo que las religiones diversas de la nuestra ya no se perciben como fenómenos extraños, sino como realidades cercanas, que experimentamos diariamente y que, en el encuentro con los demás creyentes, asumen un rostro personal. Esto es verdad de modo particular respecto del islam, que se articula en su interior en múltiples formas y que, presente en numerosos países europeos desde hace mucho tiempo o desde hace poco, constituye una religión en rápido crecimiento ante una población local en disminución y en constante envejecimiento. El diálogo interreligioso es, por lo tanto, indispensable para que prospere una convivencia pacífica en la sociedad moderna. Esta nueva situación interreligiosa ha hecho que la religión, con frecuencia considerada por la opinión pública como un factor irrelevante o incluso fastidioso, que se debería relegar al margen de la vida social, haya vuelto a ser un tema del orden del día en el debate público. Este desarrollo se debe leer como un hecho estimulante, puesto que una sociedad que se cierra a lo divino es incapaz de mantener un diálogo interreligioso, como claramente observó Benedicto XVI en su famoso discurso del año 2006 en la Universidad de Ratisbona, en Alemania: «Una razón que sea sorda a lo divino y relegue la religión al ámbito de las subculturas, es incapaz de entrar en el diálogo de las culturas».
El encuentro de Asís del 27 de octubre de 2011 se vincula con ese aspecto fundamental. Tiene en cuenta sobre todo el hecho de que las grandes esperanzas de paz surgidas como consecuencia de la caída de los regímenes comunistas en 1989 comenzaron a vacilar a causa de los eventos sucesivos, ya que el tercer milenio ha estado marcado desde el principio por un espantoso recrudecimiento de violencia y de actos brutales de terrorismo que no dan señas de terminar. En esta situación, Benedicto XVI considera crucial que las diversas Iglesias y comunidades cristianas, y los representantes de las demás religiones den nuevamente un testimonio creíble y convencido a favor de la paz y de la justicia en el mundo de hoy. Todos los participantes están invitados a un compromiso personal de declarar públicamente y esforzarse para que la fe y la religión no se emparenten de ningún modo con la hostilidad y la violencia, sino que concuerden con la paz y la reconciliación.
Esta visión es connatural al ecumenismo cristiano. El movimiento ecuménico, en efecto, es desde el principio un movimiento de paz, que se pone al servicio de la paz entre los fieles cristianos y entre las comunidades cristianas en el camino de la purificación de la memoria, de la superación de las causas de las múltiples divisiones entre los cristianos, de la curación de las viejas hostilidades y del reconocimiento mutuo como hermanos y hermanas en Cristo, con el fin de restablecer nuestra unidad en Cristo.
Aunque el diálogo interreligioso no puede buscar una unidad semejante, sino que persigue el respeto, la promoción de la comprensión recíproca y la colaboración solidaria en la construcción de un mundo pacífico y justo, también el diálogo interreligioso «se mantiene o cae» con gestos concretos de reconciliación, con la consciencia de que la paz sólo puede surgir donde no son el odio ni la violencia sino el acuerdo y la colaboración pacífica los que preparan el sendero del futuro, o sea, donde la paz es fruto del esfuerzo común de todas las religiones.
Así resplandece el verdadero motivo por el cual el Papa ha elegido la referencia a la peregrinación para el encuentro de Asís, definiendo su tema: Peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz. La paz sólo es posible donde los hombres, como auténticos buscadores de Dios, se ponen en camino hacia la verdad. La paz, de hecho, reside en la verdad, como subrayó Benedicto XVI en su primer mensaje para la Jornada mundial de la paz, en 2006: «Donde y cuando el hombre se deja iluminar por el resplandor de la verdad, emprende de modo casi natural el camino de la paz».
La historia muestra claramente que la negación de la verdad, o también la indiferencia ante ella, inyecta el veneno de la discordia en las relaciones humanas y que, inversamente, el verdadero encuentro de las religiones no es posible si se renuncia a la verdad, sino sólo si se entra en ella profundamente. A la luz de esta consideración fundamental, el encuentro de Asís debería ser en primer lugar «una jornada de reflexión». La reflexión sobre la paz, sin embargo, puede producir frutos no en el espléndido aislamiento de los individuos, sino en la búsqueda común de su verdad. Por eso el segundo término que describe el encuentro de Asís es «jornada de diálogo». Dado que la paz, según el origen hebreo del término shalom, es en primer lugar un saludo, una palabra de relación, la reflexión sobre la paz puede realizarse solamente en el diálogo, en el intercambio entre creyentes que discuten juntos cómo han encontrado la raíz más profunda de la paz en el encuentro con Dios y así han experimentado una realidad que no puede ser desconocida para los seguidores de las demás religiones. Sólo si el diálogo interreligioso no se reduce a un simple intercambio de formalidades, sino que se propone la búsqueda de la verdad, puede transformarse en escucha común del único Logos de Dios, que nos da la paz a pesar de nuestras divergencias, de nuestras contradicciones e incluso de nuestras divisiones.
Para los creyentes, por último, es natural que una «jornada de reflexión y de diálogo» sea también una «jornada de oración» por la paz. La oración, en efecto, no es sólo la articulación primaria de la fe; en la oración encontramos también el fulcro más profundo de la paz, es decir, la paz del individuo con Dios. El recogimiento en la paz con Dios, que es la fuente de toda paz, o mejor, que es la Paz, es el camino decisivo que hemos de emprender para encontrar la paz también entre los hombres, entre las naciones y entre los pueblos. No es una casualidad que Jesús vincule su exhortación a amar a los enemigos con su exhortación a orar. La oración se revela, por lo tanto, como «centro de reanimación » de la reconciliación. Solamente el camino hacia la paz interior con Dios demuestra ser el camino en el que es posible realizar también acciones exteriores de paz entre los hombres y entre los pueblos.
Esa «Jornada de oración» naturalmente no debe interpretarse como un acto de sincretismo. Más bien, cada religión está invitada a dirigir a Dios la oración que corresponde a su creencia específica. Según la fe cristiana, la paz, que tanto anhelan los hombres de hoy, proviene de Dios, que ha revelado en Jesucristo su designio originario, es decir, el hecho de habernos «llamado a la paz» (1 Co 7, 15). La carta a los Colosenses dice que esta paz nos ha sido donada mediante Cristo, «con la sangre de su cruz» (1, 20). La cruz de Jesús, al borrar todo deseo de venganza y llamar a todos a la reconciliación, se yergue sobre nosotros como el permanente y universal Yom Kippur, que no reconoce otra «venganza» más que la cruz de Jesús, como afirmó Benedicto XVI, con palabras muy profundas, el 10 de septiembre de 2006 en Munich: «Su “venganza” es la cruz: el “no” a la violencia, “el amor hasta el extremo”».
Como cristianos, ciertamente no faltamos al respeto debido a las demás religiones; al contrario, lo fundamentamos, si —sobre todo en el mundo de hoy donde se emplea la violencia y el terror también en nombre de la religión— profesamos aquel Dios que ha puesto frente a la violencia su sufrimiento y ha vencido en la cruz no con la violencia, sino con el amor. Por tanto, la cruz de Jesús no es un obstáculo al diálogo interreligioso; más bien, indica el camino decisivo que sobre todo judíos y cristianos, pero también musulmanes y seguidores de otras religiones, deberían acoger en una profunda reconciliación interior convirtiéndose así en fermento de paz y de justicia en el mundo. A fin de que el encuentro de Asís sea un paso fundamental en esta dirección, dirijamos a Dios nuestra oración mientras nos preparamos a esta grande y bella iniciativa querida por Benedicto XVI.
Kurt Koch. Cardenal presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos