Desde aquella mañana de Logroño, cuando vio las huellas en la nieve, don Josemaría tiene una gran inquietud en su alma. Sabe que Dios quiere algo de él. Desea decirle Sí, pero desconoce qué quiere el Señor.
A menudo recuerda el pasaje del Evangelio del ciego Bartimeo: "Aquel hombre pide limosna junto al camino. Un día oye alboroto de gente que se acerca y pregunta:
—¿Qué ocurre?
—Es Jesús de Nazaret que pasa —le dicen algunos.El ciego sabe que sólo Jesús puede darle la vista y comienza a gritar:
—¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!
—¡Traedlo! —manda el Señor.
—¡ánimo! —le dicen— ¡Levántate, que te llama!
Y cuando está Junto a Jesús:
—¿Qué quieres que te haga?
—Señor, ¡que vea!
—Anda, tu fe te ha salvado.
Y, al instante, recobra la vista."
También don Josemaría, como este ciego, desea ver lo que Dios le pide. Y, durante mucho tiempo, incluso antes de ser sacerdote, grita a Dios en su coraron:
—¡Señor, que vea!
Su gran amor a la Virgen le lleva a decirle también a Ella:
—¡Señora, que vea! o ¡Señora, que sea!
Lo grabó, incluso, con un punzón debajo de la peana de una pequeña imagen de la Virgen del Pilar.
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