El mundo que nos ha tocado vivir es el mejor posible y la libertad es querer sinceramente mejorar ese mundo con los actos personales
En primer lugar, quisiera manifestar mi agradecimiento a las personas y entidades que organizan este Congreso UNIV 2011 por haberme invitado a participar en él y darme la oportunidad de mantener este debate con universitarias de todo el mundo.
Esa universalidad es el punto de partida perfecto para hablar del tema que se me ha pedido: la ciudadanía al comenzar este siglo XXI, no exento de retos y también de dificultades.
Señalaba Jefferson en el dialogo entre la cabeza y el corazón, que recoge en su Autobiografía[1] que nada que pueda quitársenos es realmente nuestro y utilizaba esta referencia para argumentar en defensa de la libertad intelectual. Pero entiendo que no traiciono su pensamiento si se utiliza su afirmación como falsilla y como fundamento de toda esta intervención. La libertad interior, que es la pauta de la propia conducta, es probablemente el único coto vedado que nos confirma como seres libres y que explica la aproximación que me gustaría proponer sobre la ciudadanía.
La libertad requiere unos presupuestos que pasan por la propia responsabilidad personal y ésta tiene una doble dimensión en la conducta individual y en la conducta de cada ser humano en el grupo social.
Decía Clara Campoamor[2], que fue la diputada española defensora del sufragio universal y por tanto del reconocimiento del derecho al voto para todas las personas que la única manera de madurarse en el ejercicio de la libertad es caminar dentro de ella. Pero dicho ejercicio reclama una “educación de la libertad”, puesto que si ésta no se lleva a cabo cabe el riesgo ya apuntado por Aristóteles de identificar la libertad con la licencia[3].
No parece aventurado afirmar que en la Grecia antigua la lección ofrecida sobre el ejercicio de la libertad y la democracia pasa necesariamente –como apuntó en su momento Jacqueline de Romilly- por una formación y educación de calidad no tanto política cuanto cívica, asumiendo con Platón que inculcar el sentido de los auténticos valores hará personas de bien y buenos ciudadanos[4].
Analizar el reto que genera el ejercicio de la libertad no es tarea fácil. Para aproximarse a ella, me gustaría estructurar esta intervención en tres partes.
En la primera, quisiera ofrecer una fotografía de la situación actual de la sociedad; en la segunda, quisiera detenerme en el sentido que tiene la libertad y su ejercicio responsable; y por último, me gustaría aproximarme a lo que significa la ciudadanía como reto y como ejercicio de la propia libertad.
La sociedad del primer decenio del siglo XXI
Entiendo que este título implica asumir una finalidad ambiciosa; sobre todo porque cualquier diagnóstico social en términos globales requeriría de muchísimos matices. Aunque como afirmaba H. Arendt, en la actualidad cualquier cosa que suceda en un país es posible en casi cualquier otro[5]. La situación en la sociedad occidental presenta un perfil diferente de las sociedades orientales; y sin duda, la sociedad de países en desarrollo tiene unas características que no coinciden con las sociedades desarrolladas.
Pero a pesar de las diferencias culturales e históricas, se mantiene una pregunta común para todo ser humano y es si al iniciar este nuevo milenio es posible alcanzar una filosofía universalmente válida en la que se pueda expresar la razón común a todos los seres humanos. La necesidad de la libertad y de su ejercicio parece universal. Y en este sentido, Benedicto XVI apunta explícitamente que se han hecho adquisiciones importantes que pueden aspirar a una validez universal, aunque su puesta en práctica no sea idéntica en todos los contextos históricos: Por ejemplo, el hecho de que la religión no puede ser una imposición del Estado, sino que sólo se puede aceptar en plena libertad; el respeto de los derechos fundamentales de la persona, iguales para todos; la separación de poderes y el control del poder[6].
La sociedad en la que vivimos es la mejor en el sentido de que es la que nos corresponde vivir. Por ello no se trata de hacer balances apocalípticos de la situación actual, sino de vislumbrar las luces y las sombras. Y sobre todo de cuestionar y debatir el papel que a cada persona le corresponde interpretar en ese juego vital. Asumiendo que como nos recuerda el Romano Pontífice se han hecho avances importantes, aunque queden aún retos pendientes.
En el tema que nos ocupa, me parece importante considerar dos cuestiones básicas: cuál es la situación de la libertad personal; y en qué términos se entiende la ciudadanía o si se prefiere la actitud vital de quien se siente responsable de ese mundo o de esa sociedad en la que le corresponde vivir.
a) Sobre la libertad
Asumo que la primera pregunta que se me podría hacer es qué se entiende por la libertad, cuestión que históricamente ha sido objeto de ríos de tinta y a la que difícilmente puedo responder en unas páginas. Pero lo que sí resulta factible es constatar, como experiencia diaria, el contraste o la contradicción a la que se refería Arendt[7], entre nuestra conciencia de que somos libres y responsables y la experiencia en el mundo exterior, en el que las orientaciones se basan en el principio de la causalidad.
¿Es entonces la libertad un espejismo? Contrariamente a una primera respuesta fácil, la libertad se presenta en el espacio político, no como problema sino como hecho y en ningún caso en los mismos términos que otras cuestiones de la vida política, como la justicia o el poder. La razón de ser de la política es la libertad y el campo en el que se aplica es la acción[8].
Precisamente esta forma de la libertad se manifiesta en la dimensión “externa” de la persona, diferenciándola de la libertad interior a la que antes me refería que es precisamente el espacio en el que la persona puede “escapar” de la posible coacción externa y “sentirse” verdaderamente libre.
De modo que la “ciencia de la vida” (sigue argumentando Arendt) es saber distinguir entre ese ámbito exterior en el que no todo ser individual tiene poder y el interior en el que dispone cada uno según entienda.
Sin embargo, esta aproximación adolece de algunas disfunciones en el tema que nos ocupa. Sobre todo porque la persona no divide su ser en función del ámbito en el que actúa, sino que mantiene su unidad e identidad, lo que llevaría a señalar que el ejercicio de la libertad en su dimensión externa e interna no puede separarse, aunque en la práctica se diferencien esos dos ámbitos.
Asumir la separación llevaría en todo caso a aceptar las formulas vigentes de manifestación de la libertad a través de un sistema democrático, aceptando la denominada democracia formal, en la que prima el procedimiento de toma de decisiones respecto al contenido de las mismas, de modo que las mayorías políticas o en su caso parlamentarias asumen el protagonismo en la toma de decisiones, prescindiendo de la libertad individual que es la única capaz de cuestionar la justicia o injusticia de las decisiones que se toman.
Con todo, podría decirse que el siglo XX ha ofertado una herencia con factores positivos y negativos.
La lucha por la igualdad; la defensa de los derechos y libertades individuales; el proceso de descolonización y el reconocimiento de la autodeterminación de los pueblos; el proceso de democratización de todas las sociedades; la información en términos globales; los avances de la ciencia y las nuevas tecnologías; la protección del medio ambiente; la recuperación de las libertades civiles; el reconocimiento de los derechos sociales… y un sinfín de factores positivos que sin duda han mejorado la sociedad humana en la que vivimos. El reconocimiento de la igualdad de todos los seres humanos y consecuentemente de su dignidad, eliminando el factor histórico de la condicionabilidad según la posición social, es el cambio que lleva a Spaeman a aplaudir la idea de la justicia como reconocimiento del respeto que cada ser humano merece por sí mismo[9].
Pero junto a ello, en el mismo siglo se han cometido los mayores atropellos y las mayores barbaries contra el ser humano.
Esa dicotomía abre la cuestión sobre el error de la separación entre las dimensiones externa e interna del ejercicio de la libertad. Probablemente no se puede hablar de una “verdad” política, pero sí puede explorarse la dimensión de la libertad como verdad de todo ser humano, en la medida en que la libertad es una característica de la voluntad que diferencia al ser humano respecto a todo lo demás que existe y que llevó a Juan Pablo II a afirmar que la libertad es la medida del amor del que somos capaces[10].
Fue precisamente en 1981, en uno de los primeros encuentros de Juan Pablo II con el Congreso UNIV, donde propuso el proceso de la libertad como una tarea personal, que denominó el esfuerzo de la libertad[11] que abre a la conciencia la responsabilidad moral de cada ser humano. La tarea que se abre ante vosotros — continuaba Juan Pablo II— es sobre todo ésta: que la experiencia de esta libertad se funde y se profundice en el terreno de aquellas verdades últimas que explican al hombre el sentido de la propia existencia y del propio destino, y determinan las razones de las propias elecciones[12]
De hecho, la vida ejemplar de Juan Pablo II confirma su propio empeño en ese esfuerzo, que ha hecho que la Iglesia lo reconozca como beato el próximo día 1 de mayo, aquí en Roma, con el apoyo y el afecto del mundo entero y de personas con posiciones ideológicas y religiosas variadísimas.
Lo cierto es que, como también afirmaba Juan Pablo II, teniendo en cuenta el contraste vivido en el siglo XX, el actual milenio ha arrancado con una propuesta de la libertad identificada y reducida, en la medida en que confunde la libertad con la exclusiva capacidad de elección, desprovista de referencias.
Como ya he señalado, la libertad es una característica de la voluntad, pero ésta no es arbitraria sino que se presenta condicionada por el propio conocimiento. De modo que cuanto más formada está la persona, más capacitada está la voluntad y consecuentemente puede ser más perfecto el ejercicio de la libertad.
Lo que significa que la libertad no supone una elección neutra o sin baremos.
Es más libre el ser humano que sabe elegir lo mejor, es decir, aquello que se adecua más a su propia condición y que le hace identificarse mejor con un realizarse como ser humano.
Por eso, la vinculación de la libertad con la educación y la formación es directa. Pero no con cualquier educación, sino con aquélla que responde mejor a la condición humana y a la propia dignidad. La persona que recibe una educación prescindiendo de lo que significa la propia persona no tendrá resortes suficientes para elegir libremente aquello que puede hacerle mejor.
De manera que no sabrá dar respuesta a los retos que plantea la sociedad y a todo aquello con lo que se encuentre en su camino y que escapa a sus decisiones. De modo contrario, la educación para ser mejor facilitará que la responsabilidad no remita siempre a los demás sino a mi respuesta personal ante todo lo que me acontece. Por eso la verdadera libertad es siempre responsable, en cuanto que toda acción —dependa o no exclusivamente de mí— lleva consigo mi respuesta personal, que sí que depende exclusivamente de mi libertad y que sin duda genera ese “esfuerzo de libertad” al que se refería Juan Pablo II.
Esta proyección tiene una consecuencia inmediata importante y es que el mundo en el que vivo, con las relaciones que genera y las consecuencias que tiene en mi propia vida reclama una respuesta libre por mi parte, que me hace responsable de ese mundo y me reclama una reflexión estrictamente personal.
En este sentido no me resisto a traer a colación el editorial del número de abril de 2011 de la revista Commonweal, sobre religión, política y cultura. Desarrolla un análisis del ultimo tsunami vivido en Japón, que ha conmocionado al mundo, como sucedió con el de 1755 en Lisboa aunque las condiciones mediáticas eran bien diferentes. El editorial hace un balance de las respuestas variadas ante una situación dramática y no margina la posición de quienes cuestionan incluso la bondad de Dios ante este tipo de tragedias naturales[13]. Pero al mismo tiempo apela a la bondad del corazón humano, capaz de reaccionar inmediatamente para socorrer a las víctimas y ayudar a los necesitados. Para concluir en los siguientes términos: para construir el mundo moderno, ponemos nuestra fe en la tecnología, en la experiencia y en nuestra capacidad para controlar las fuerzas de la naturaleza. Cosas muy significativas se han conseguido como resultado de ello. Los terremotos, los tsunamis y los accidentes catastróficos son recuerdos amargos de que nuestro control es limitado y con frecuencia ilusorio. Para perseverar, tenemos que poner nuestra confianza en algo más[14].
Hay muchas circunstancias y acontecimientos que no dependen de nosotros, pero lo que sí depende de cada persona es la respuesta estrictamente individual y única a todo aquello que acontece.
De ahí que en un balance sobre la situación actual, pueda decirse que junto a los avances científicos y tecnológicos, la consolidación de la democracia en el ámbito político y en general, los avances positivos en la mejora de la sociedad, se detecta un claro déficit de libertad individual, en cuanto que no se asume la realidad social y personal en la que cada persona vive.
Por ello, seguramente el primer reto de este siglo XXI pasa por redescubrir el sentido de la libertad que como señalaba San Josemaría requiere entre otras cosas amplitud de horizontes, afán recto y sano de renovar el pensamiento tradicional, cuidadosa atención a las orientaciones de la ciencia y del pensamiento contemporáneo y una actitud positiva y abierta ante la transformación actual de las estructuras sociales y las formas de vida[15].
Por eso, la libertad no queda agotada con la capacidad de elección. La excede. Requiere ese “esfuerzo” del que hablaba Juan Pablo II, que es tarea estrictamente personal. Y presupone en todo caso, una actitud que no aísla a la persona, sino que la sitúa en la sociedad y en el mundo que “le ha tocado vivir”.
De algún modo se trata de recuperar aquel reclamo que se hizo famoso en Estados Unidos en la carrera presidencial en los años 60 y que bien podría suponer el perfil de la actitud de la persona libre: no preguntes lo que América puede hacer por ti; pregúntate qué puedes hacer tú por América[16].
b) Sobre la ciudadanía
La fotografía de la situación actual en materia de ciudadanía es consecuencia de la mostrada sobre la libertad.
Cuando se habla de ciudadanía me refiero a la posición de ese ser individual y libre respecto a la sociedad en la que vive. Y en este sentido, me parecen especialmente significativas las dos referencias de los padres de la Unión Europea, que también fueron utilizadas en el proceso de la independencia americana[17]: la primera, quien no está dispuesto a dar encuentra fácilmente razones para no dar; la segunda, si nuestro país hubiera sido gobernado por las cabezas y no por los corazones cuando sufría injusticias a punta de bayoneta ¿dónde estaríamos ahora?
Curiosamente en la sociedad actual se dan dos fenómenos que podrían resultar contradictorios. Por una parte, hay un desinterés notable hacia todo lo que se refiera a la cosa pública; y por otro se ha despertado una sensibilidad solidaria que reclama el tercer lema de la revolución francesa hasta ahora marginado del debate entre la libertad y la igualdad.
Muchas personas dispuestas a colaborar en la reconstrucción del Japón, no lo estarían para colaborar en la consolidación de las instituciones en su propio país o a tomar parte en las asociaciones de estudiantes de la Universidad en la que cursan estudios.
¿Por qué este desinterés acerca del ejercicio de la “ciudadanía”?
Aunque resulta un tanto pretencioso ofrecer una respuesta válida, hay algunos factores claros.
En primer lugar, faltan ciudadanos ejemplares en el ejercicio de su ciudadanía, que prioricen el bien de la sociedad por encima del propio interés; falta también transparencia en la gestión de la diversidad ciudadana y consecuentemente responsabilidad en el uso y distribución de los recursos públicos; falta educación en el pluralismo como riqueza y no como un problema, de modo que con mucha frecuencia se asume que sólo se puede apoyar e intercambiar diálogo con quien piensa lo mismo que yo; falta tolerancia respecto a las convicciones de los demás y en ocasiones argumentos para sustentar las propias, con la consecuencia de identificar la tolerancia con la falta de convicciones en lugar de asumir que sólo quien tiene convicciones puede ser tolerante. Falta en definitiva lo que Elliot y también Strauss calificaban como una verdadera educación liberal, entendiendo por tal una educación por y para la libertad, que permita el ejercicio de una ciudadanía plural, superadora del relativismo, tal como proponía Rhonheimer[18].
En todo caso, merece la pena tener en cuenta que la educación en la libertadno es sinónimo de neutralidad ni de asepsia valorativa. Como se ha dicho, es necesario un “esfuerzo de libertad” que pasa por adentrarse en los problemas del mundo en el que se vive y ofrecer respuestas adecuadas. En este sentido, corresponde un papel esencial a la Universidad como escuela de valores, pero también resulta una apelación a la persona que los hace vida, sin omitir el compromiso que ello supone. En esta línea argumentaba San Josemaría en el discurso académico que pronunció el 9 de mayo de 1974: La Universidad sabe que la necesaria objetividad científica rechaza justamente toda neutralidad ideológica, toda ambigüedad, todo conformismo, toda cobardía: el amor a la verdad compromete la vida y el trabajo entero del científico y sostiene su temple de honradez antes posibles situaciones incómodas, porque a esa rectitud comprometida no corresponde siempre una imagen favorable en la opinión pública[19].
Las ausencias señaladas son reales y condicionan la posición respecto a la sociedad en la que se vive y respecto a la posición en la gestión de la cosa pública. La fotografía propuesta puede resultar patética, pero en ningún caso pesimista, porque como ya se ha afirmado ésta es la mejor de las sociedades en cuanto que es la que nos ha tocado vivir y la que hemos recibido “en herencia” para recuperar el sentido de la libertad humana y fomentar con la propia posición vital que es mejor una sociedad en la que se respeta al ser humano que aquella en la que el ser humano ha sido cosificado.
Pero junto a las disfunciones en la concepción y vivencia de la libertad, y también de la ciudadanía, se hace necesario ofertar alternativas y a ello intentaré dedicar la segunda y tercera parte de mi intervención.
Una propuesta sobre la libertad
De algún modo podría decirse que la libertad y el ejercicio de la ciudadanía no pueden separarse. La ciudadanía reclama el ejercicio de la libertad en la esfera social y consecuentemente van unidas. Pero quisiera en este apartado referirme al significado que tiene la propia libertad como presupuesto de mejora de la sociedad.
Es muy frecuente apelar a las circunstancias externas para justificar la propia conducta. Y no menos repetida la fórmula de centrar la conversación y el debate en lo que “los demás hacen” para explicar y justificar los modos individuales de responder a la sociedad que “los demás han consolidado”. Esta actitud queda aún más reforzada por el hecho de que parece que las posiciones y modos de organizar “de los demás” que no coinciden a veces con lo propio, ponen a la persona en una situación de “víctimismo” que en realidad justifica lo que podríamos denominar “pereza social” y que en realidad encubre la pasividad más propia del escepticismo de quien “está de vuelta”.
Pero en ese proceso ha habido un “salto” en la medida en que no ha jugado ninguna baza la propia libertad.
Hemos dicho que la persona libre es aquella cuya voluntad está formada y educada para ser mejor, es decir, para adecuar la propia conducta y los propios modos a la pauta del ser humano más perfecto, que en el caso de los cristianos es Jesucristo.
En este sentido, se requiere una actitud plenamente activa de cada persona, que es el punto de partida para educarse y formarse mejor y consecuentemente decidir mejor. De manera que el entorno, la sociedad, los modos de funcionamiento de las instituciones no son una excusa o un obstáculo para el ejercicio de libertad propuesto, sino más bien son esa sociedad en la que se vive y que de algún modo “espera” ciudadanos y ciudadanas libres, cuya aportación es precisamente una escuela para todos los demás. Así lo proponía Juan Pablo II en una de sus primeras citas con el Congreso UNIV en 1990: Sed con vuestras vidas un ejemplo atractivo y sincero, lo que implica claramente una invitación a mostrar con la propia vida el atractivo de lo bueno.
Las circunstancias sociales no son un obstáculo, sino una herencia maravillosa en la que aportar las propuestas y sugerencias de una vida plena vivida libremente, es decir, con una concepción del ser humano que reclama verdadera humanidad. Así se entiende el reclamo que Juan Pablo II hizo en el año 1985, al sugerir la necesidad de una nueva recristianización en Europa, apelando a la necesidad de “personas expertas en humanidad” que conozcan bien el corazón humano y que hayan sido capaces de hacer cultura y vida las propias convicciones[20].
Obviamente éste no es un reto para pusilánimes o para personas débiles, sino para corazones grandes capaces de asumir el mensaje y de entender los riesgos y dificultades de vivir una vida libre y plena.
De este modo se entiende mejor el mensaje de Benedicto XVI, cuando afirma: lo que más necesitamos en este momento de la historia son individuos que, a través de una fe iluminada y vivida, presenten a Dios en este mundo como una realidad creíble. El testimonio negativo de cristianos que hablaban de Dios mientras vivían de espaldas a él ha oscurecido la imagen de Dios y ha abierto las puertas a la increencia. Necesitamos personas que tengan su mirada dirigida a Dios para aprender de él el verdadero humanismo[21].
Ese trabajo es estrictamente personal, porque reclama la atractiva tarea de fundir la cabeza y el corazón, asumiendo en personal los universales y haciendo propias las propuestas generales que se pueden asumir con la cabeza. Sólo así puede cambiarse el mundo. No son en este sentido necesarias las grandes revoluciones, sino el atrevimiento y el coraje del cambio individual, que cuando es verdadero y consecuentemente libre, propone modos de conducta y de dialogo que permiten tener su repercusión en esa sociedad recibida como herencia. Esta fue la propuesta de Juan Pablo II en uno de sus últimos encuentros con el Congreso UNIV, en el año 2001: Forma parte del realismo cristiano comprender que los grandes cambios sociales son fruto de pequeñas y valientes opciones diarias[22]. Lo que significa que el ejercicio de la verdadera libertad siempre supone un cambio personal y tiene una repercusión social.
El silbido más débil puede silenciar a todo un ejército cuando dice la verdad. Esta afirmación, que es la conclusión de una de las películas más taquilleras de los últimos años en Estados Unidos y en Europa, abre una ventana a la esperanza y sobre todo al reto de la propia formación y educación para cambiar una sociedad haciéndola mejor y en consecuencia más verdadera.
Una propuesta sobre la ciudadanía
El reciente viaje realizado por el Romano Pontífice a Reino Unido fue calificado en muchos lugares como un hecho histórico, no solo por las implicaciones de una visita oficial a aquel país, sino por el contenido de sus mensajes y por la beatificación del Cardenal Newman, originalmente anglicano, convertido al catolicismo y sin ninguna duda iniciador de esa “minoría creativa” de la que actualmente habla Benedicto XVI.
Cuando el cardenal Newman, ya convertido al catolicismo, escribió su famosa idea de la Universidad, aquel texto se convirtió en una especie de alegato acerca de la educación en una posible Universidad católica en Irlanda, que en todo caso iba a ser la primera institución educativa creada en ese ámbito al margen de las históricas británicas.
En aquel texto, Newman argumentaba que en ocasiones la excusa perfecta para la inactividad es el recurso a la opinión pública, que con frecuencia no está especificada ni concretada y que es ambivalente. La opinión pública actúa en específico sobre la imaginación; no convence sino que impresiona; tiene la fuerza de la autoridad, más que de la razón; la concurrencia a ella no es una decisión inteligente, sino una sumisión o una creencia[23].
Pero no quisiera tanto centrarme en la función que hoy día tiene la opinión pública (como si se tratara de un cuerpo monolítico, aunque no se sepa muy bien con qué criterios y quiénes son los autores de su creación), cuanto en las propuestas que Newman hizo de lo que es la Universidad, que entiendo que es lo mismo que plantearse qué significa la ciudadanía al inicio de este siglo XXI.
De un modo magistral lo proponía San Josemaría en un discurso académico del año 1974: La Universidad no vive de espaldas a ninguna incertidumbre, a ninguna inquietud, a ninguna necesidad de los hombres. No es misión suya ofrecer soluciones inmediatas. Pero, al estudiar con profundidad científica los problemas, remueve también los corazones, espolea la pasividad, despierta fuerzas que dormitan y forma ciudadanos dispuestos a construir una sociedad más justa. Contribuye así con su labor universal a quitar barreras que dificultan el entendimiento mutuo de los hombres, a aligerar el miedo ante un futuro incierto, a promover –con el amor a la verdad, a la justicia y a la libertad- la paz verdadera y la concordia de los espíritus y de las naciones[24].
Newman señala explícitamente la esencia de la Universidad en la comunicación y la circulación del pensamiento, por la vía del encuentro personal en un ámbito amplio[25].
En primer lugar, para comunicar y circular el pensamiento, hay que pensar y saber cómo transmitir ese pensamiento. No pretendo proponer aquí una “estrategia” de conducta que sirva de receta mágica para la actuación en la vida pública. Sólo constatar que ese ejercicio de pensar y comunicarse requiere un perfil personal y vital del que quedan al margen las personas tibias o mediocres.
Lo decía Juan Pablo II al explicar el origen de las Jornadas mundiales de la juventud: es obvio que el problema fundamental de la juventud es profundamente personal. La juventud es el periodo de la personalización de la vida humana. Es también el periodo de la comunión: los jóvenes saben que tienen que vivir para los demás y con los demás, saben que su vida tiene sentido en la medida en que se hace don gratuito para el prójimo[26].
La comunicación y el pensamiento no pueden aprenderse solamente en los libros. Reclaman de manera necesaria una referencia hecha vida, pero no de cualquier modo, sino mostrando en la propia opción vital esa aproximación al pensar y conocer que se comparte con los demás en un clima de diálogo y respeto. Por eso no basta “pensar la libertad”. Hay que vivirla. Y vivirla implica un reto eminentemente personal que trasciende el entorno, las circunstancias o lo mejor o peor del ubi en que cada persona se encuentra. En este sentido, esa necesidad de plantearse la dimensión de la libertad en términos personales remite a un ámbito más profundo que el estrictamente ético, político o jurídico. Nos lleva a la dimensión de la verdad moral, que se ajusta en el propio corazón, donde la libertad se decide por el bien o por el mal.
Cuadran de modo perfecto las declaraciones de Benedicto XVI al afirmar lo siguiente: La cara del otro se presenta con toda la carga de una llamada a mi libertad, para que lo acoja y me cuide de él, para que aprecie todo el valor que él encierra en sí mismo, y no en la medida en que pueda acomodarse a mi propio interés. La verdad moral, como verdad del valor único e irrepetible de la persona, formada a imagen y semejanza de Dios, es una verdad cargada de exigencias para mi libertad. La decisión de mirarla de frente es la decisión de convertirme, de dejarme interpelar, de salir de mí y dar espacio al otro. Por consiguiente, también la percepción del valor moral depende en buena parte de una decisión secreta de la libertad, que acepta darse cuenta del hecho en sí mismo y por tanto abrirse a la provocación y cambiar de actitud[27].
El ejercicio de la ciudadanía por tanto pasa por la propia libertad que lleva al reconocimiento de la otra persona y el respeto a ella, como decisión vital.
Este trayecto que de algún modo configura la disposición personal para el ejercicio de la ciudadanía, se manifiesta después en la dimensión social de la propia vida. Para referirme a ella voy a remitirme en todo caso a San Josemaría, como ya hemos dicho, precursor de estos encuentros del Congreso UNIV desde la década de los 60, que pronunció en octubre de 1967 una homilía en la Santa Misa que celebró entonces en el campus de la Universidad de Navarra, titulada con posterioridad Amar al mundo apasionadamente. En ese texto[28], San Josemaría enumera las cuatro condiciones para un ejercicio de la ciudadanía[29].
En primer lugar, amar el mundo en que la persona vive. Como señalaba al principio de esta intervención, la sociedad en la que estamos es la mejor porque es aquella en la que vivimos, y al recibirla con esa actitud, “me pertenece”. No es un entorno extraño, ni adverso, ni “opuesto” a mi vida. Es mi mundo y mi sociedad y por tanto, el primer peldaño de una ciudadanía en el siglo XXI es asumir “la herencia” no sólo en términos pasivos o escépticos, sino de modo pleno, amando ese mundo en el que cada persona puede aportar el ejercicio de una libertad madura, que hace a cada ser humano mejor.
Esa aproximación reclama una decisión de la voluntad, que sólo es factible cuando se tiene esa dimensión formativa y educativa a la que antes nos referíamos, que forja el perfil del corazón y que nos remite de nuevo a la constatación de que los cambios requieren la cabeza y el corazón.
Lo que sucede en el mundo no es “ajeno” a la persona, puesto que en todo caso el mundo es suyo y en términos cristianos, según señalaba también San Josemaría, “es bueno, porque ha salido de las manos de Dios”.
En segundo lugar, la persona procura adquirir una preparación profesional e intelectual. También en este proyecto, es recurrente la excusa de lo que se recibe o no en el ámbito universitario, atribuyendo al nivel o a los contenidos de la enseñanza la responsabilidad del propio aprendizaje. Decía Newman en su idea de la Universidad que en la naturaleza de las cosas, la grandeza y la Universidad van de la mano[30]. Esa paridad requiere asumir el atractivo de la grandeza, que viene precisamente de una formación profesional e intelectual excelente, que en palabras de Strauss no es simplemente información. Una educación en la cultura y hacia la cultura, que facilita un sistema democrático en el que las personas adultas han desarrollado su razón[31] y en el cual no tendrían cabida los ciudadanos que no leen nada, con excepción de las secciones deportiva y cómica del periódico, no son ciertamente la sal de la tierra, pero sí la sal de la democracia moderna[32].
Esa preparación profesional e intelectual es la antítesis de la cultura de masas que —también según Strauss[33]— puede ser adquirida por los talentos más mediocres, sin esfuerzo intelectual y moral y a muy bajo precio. De manera que la preparación sería parte de una educación liberal que recuerda la grandeza humana a los miembros de una democracia que tienen oídos para oír[34].
Afortunadamente la formación universitaria está hoy en casi todos los países del mundo en un proceso de globalización, en el que se fomenta —al menos teóricamente— el intercambio de la formación y del conocimiento. Pero aún en los casos en los que esa experiencia está asegurada, es necesario apelar a la responsabilidad personal para recibir una educación y formación universitaria acorde con las necesidades y reclamos de la sociedad en la que vivimos. Por eso, vivir la ciudadanía exige una disposición de procurar ser “mejor que el mejor”, no solo por una cuestión de liberación de la vulgaridad, sino para mejorar también la sociedad que la persona “ha hecho suya” y de la que tiene también una responsabilidad.
En tercer lugar, señala San Josemaría que la persona que ejerce esa ciudadanía forma, con plena libertad, sus propios criterios sobre los problemas del medio en el que se desenvuelve.
Esta afirmación no resulta baladí porque lleva consigo dos cuestiones vitales de indudable importancia. Primero, requiere conocer los problemas del medio en el que se vive, lo que confirmaría esa actitud de mirada responsable y libre al mundo y a la sociedad y a los tiempos en los que nos ha tocado vivir. Y de ese modo, los problemas del mundo no resultan ajenos a la persona. No son problemas “de los demás” que tiene que resolver quien tiene autoridad social. Por el contrario, los problemas de la pobreza actual en el mundo, del analfabetismo, de la falta de comunicación personal, de la marginación de la tolerancia, de la primacía del relativismo y un larguísimo etcétera son problemas míos, a los que necesariamente debo dar una respuesta. Y por ello, conociendo esos problemas, con total libertad, perfilo mis criterios para dar una respuesta a los mismos.
No “me dan” la respuesta, no me vienen dados los criterios para responder. Esas respuestas las busca la persona con libertad, es decir, con cabeza y con corazón, y con la formación profesional e intelectual suficiente y necesaria para contestar. Por eso afirmaba Juan Pablo II en repetidas ocasiones que para que la fe cristiana se haga cultura es necesario que haya muchas personas que la “han hecho suya”[35]. Ese trabajo requiere como ya se ha dicho corazones grandes y generosos así como cabezas trabajadas por el estudio y el esfuerzo.
Por último, la persona toma sus propias decisiones, fruto de una reflexión personal. Las respuestas y las decisiones requieren el ejercicio de la libertad y de la voluntad y consecuentemente de la educación y la formación no sólo para detectar los problemas sino para saber dar una respuesta personal a los mismos.
Y estas cuatros propuestas sobre la ciudadanía son lo que el propio San Josemaría calificó en el mismo texto que venimos citando, una doctrina de libertad ciudadana, de convivencia y de comprensión[36].
En no pocos casos se ha remitido a ello, aunque con otro lenguaje. Si el individualismo es la causa de la atomización de la sociedad democrática, es la libertad la que paradójicamente puede restablecer un sentido de interdependencia política, fomentando una conciencia de que cada individuo depende de cada uno de los demás[37].
Precisamente porque el mundo en el que vivimos resulta ser el mejor, sólo será factible mejorarlo con el ejercicio de la libertad personal, pero de una libertad educada, que se apoya en el fundamento de una educación y una preparación moral e intelectual, que facilita dar respuestas personales a los interrogantes que propone este inicio de milenio.
No me resisto a incluir para terminar una cita de John Henry Newman, en sus discursos sobre la naturaleza de la educación universitaria, que propone la formación y la educación liberal para la mejora de esta sociedad en la que vivimos, asumiendo el sentido que se ha dado a la educación liberal como educación para la cultura.
Bien significa una cosa y útil significa otra. Pero establezco como principio que aunque lo útil no siempre es bueno, lo bueno siempre es útil. Lo bueno no es solamente bueno, sino originante de bienes. Éste es uno de sus atributos. Nada es excelente, bello, perfecto y deseable por sí mismo, que no se desborde y difunda en torno su propia semejanza. El bien es fecundo. No sólo resulta bueno a la vista, sino también al gusto. No sólo nos atrae sino que se comunica. Enciende primero nuestra admiración y nuestro amor y luego nuestro deseo y nuestra gratitud y lo hace en proporción a su intensidad y plenitud. Un gran bien impartirá un gran bien. Si el intelecto es un aspecto tan excelente de nuestro ser y su desarrollo resulta tan magnífico no es sólo perfecto, bello, admirable y noble en sí mismo, sino que también será útil a su posesor y a todos los que le rodean, en un auténtico y elevado sentido del término. No digo útil en un sentido vulgar, mecánico y mercantil, sino como un bien que se difunde o una bendición o un don, un poder o un tesoro, primero para quien lo posee y a través de él para el mundo entero. Si una educación liberal es buena, debe necesariamente ser útil[38].
El reclamo de la libertad y la ciudadanía no deja de ser por tanto, un reto estrictamente personal, con repercusiones siempre, lejos de una posible tierra baldía. El atractivo del reto es desarrollar y consolidar ese “esfuerzo de libertad” que lleva a amar el mundo en el que vivimos, que es nuestro, y a mejorarlo con el empeño diario por transformarlo con la propia conducta, es decir con la cabeza y con el corazón.
En términos magistrales lo decía San Josemaría apelando al sentido genuino de la libertad cristiana: Dios, al crearnos, ha corrido el riesgo y la aventura de nuestra libertad. Ha querido una historia que sea una historia verdadera, hecha de auténticas decisiones y no una ficción o un juego. Cada hombre ha de hacer la experiencia de su personal autonomía, con lo que supone de azar, de tanteo y en ocasiones, de incertidumbre[39].
La propuesta ya está elaboraba. Ahora se trata de llevarla a cabo. Utilizando la terminología de Susana Tamaro[40], habría que proponer aquello de que lo mejor está por llegar, así que hazlo bien.
Muchas gracias.
Paloma Durán y Lalaguna
Catedrática Acreditada de Filosofía del Derecho.
Universidad Complutense de Madrid, España
(Conferencia pronunciada ante los participantes en el Congreso UNIV 2011)
[1] T. Jefferson, Autobiografía, Tecnos, Madrid 1987, pp. 422-ss (traducción realizada por A. Escotado del original inglés The life and selected writings of Thomas Jefferson, editado por Random House en 1944)
[2] Sobre Clara Campoamor, cfr. P. Durán y Lalaguna, El voto femenino en España, Asamblea de Madrid, Madrid 2007, p.2
[3] Aristóteles, Ética a Nicomaco 1310 a, 35
[4] J. de Romilly, Los fundamentos de la democracia, Cupsa Editorial, Madrid 1977, p. 219 (traducción realizada por Ana Maria Aznar del original francés Problèmes de la démocratie grecque, editado en 1975)
[5] La afirmación expresa de Arendt era, hablando de la crisis de la educación en Estados Unidos la siguiente: Existe la tentación de creer que estamos tratando de problemas específicos, aislados dentro de las fronteras históricas y nacionales e importantes sólo para los afectados inmediatos. Esta creencia es la que en nuestra época se ha mostrado falsa por completo. En este siglo, estamos en condiciones de aceptar, como regla general, que todo lo que sea posible en un país puede ser también posible en casi cualquier otro en un futuro previsible. De la autora, Entre el pasado y el futuro (Ocho ejercicios de reflexión política), Península, Barcelona 1996, p. 185-186 (Traducción de Ana Luisa Poljak del original inglés Between Past and Future, Penguin, NY 1954)
[6] J. Ratzinger, El cristiano en la crisis de Europa, Ediciones Cristiandad, Madrid 2005, p.37 (Traducción realizada por Dionisio Minués del original italiano L’ Europa di Benedetto, editada por Editrice Vaticana, Roma 2005)
[7] Ibidem, p. 155
[8] Arendt, Ibidem, p. 158
[9] R. Spaemann, Ética: cuestiones fundamentales, Eunsa, Pamplona 2005, p. 76
[10] Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza
[11] Juan Pablo II, Audiencia con el Congreso UNIV, Roma, 8 de abril de 1981
[12] Ibidem
[13] Benedicto XVI se ha referido a esas situaciones en las que el ser humano se pregunta dónde está Dios o en otros casos, cómo es posible que Dios permita situaciones de este tipo. Y afirma textualmente: Dios está donde hay fe, esperanza y amor (…) No significa que Dios no exista. Ni que carezca de poder, ni que ya no sea Amor. En esas situaciones históricas o vitales, la incapacidad para percibir a Dios provoca también una “oscuridad de Dios” en palabras de Martín Buber. Y esa incapacidad o desgana para percibir a Dios o remitirse a El origina un aparente alejamiento de Dios (J. Ratzinger, Dios y el mundo, DEbolsillo, Barcelona 2005, p. 100-103)
[14] Cfr. De la revista citada, n.7, april 8, 2011, Editors, Alter the tsunami, p.5. La cita textual a la que me refiero y que he traducido libremente, afirma lo siguiente: Yes, in harnessing nuclear energy –as in building the modern World- we place our faith in technology, in expertise, and in our ability to control the forces of nature. Remarkable things have been accomplished as a result. Earthquakes, tsunamis, and catastrophic accidents are bitter reminders that our control is limited and often illusory. In order to persevere, we must put our trust in something more.
[15] San Josemaría, Surco, n. 428
[16] Se entiende que no pretendo con esta referencia hacer ningún tipo de defensa o apoyo a una posición política, sino de utilizar aquella frase de Kennedy para proponer una actitud lejana a la pasividad, que lleve a la persona a asumir su propia responsabilidad en el entorno social en el que vive.
[17] Jefferson, Ibidem, p. 427
[18] Martin Rhonheimer argumenta en los siguientes términos: Solamente hay respeto y tolerancia frente al que piensa de manera diferente, además de una verdadera capacidad de discusión y de diálogo allí donde las convicciones se toman en serio, como expresión de la convicción subjetiva de que la propia convicción responde a la verdad. Cfr. del autor, Transformación del mundo (La actualidad del Opus Dei), Rialp, Madrid 2006, p. 102 (traducción de A. Riobó del original alemán Verwandlung der Welt, publicado por Adamas Verlag, Köln, 2006)
[19] San Josemaría, discurso citado por A. Llano, Universidad y unidad de vida según el Beato Josemaría Escrivá, Romana, enero-junio 2000, n. 30, pp. 114
[20] Fue precisamente en el Aula Magna de la Facultad en la que enseño donde Juan Pablo II afirmó explícitamente: La síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino también de la fe (…) Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida. Cfr. Discurso a los representantes del mundo universitario, Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, 3 de noviembre de 1982.
[21] J. Ratzinger, El cristiano en la crisis…cit., p. 47
[22] Audiencia de Juan Pablo II con el Congreso UNIV, 8 de abril de 2001.
[23] JH. Newman, Acerca de la idea de Universidad, Umbral México, 2009 (es la traducción de algunos de los capítulos de la obra original, The idea of the University, escrita por Newman en el siglo XIX y plenamente actual.
[24] Cfr. discurso de San Josemaría, ya cit.
[25] La cita textual de Newman afirma: (...) la esencia de la Universidad: un lugar para la comunicación y la circulación del pensamiento, por vía del encuentro personal, en un campo extenso. Ibidem, p. 25
[26] Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, Debolsillo, Madrid 2004, p. 132
[27] Cfr. El libro ya citado del Papa, El cristiano en la crisis….p. 62
[28] He utilizado la edición preparada por Rialp, con motivo del 40 aniversario de la homilía citada, Madrid 2007, que incluye junto al texto de la homilía, un prólogo del actual Prelado del Opus Dei, Monseñor Javier Echevarría y un análisis de la misma, preparado por el profesor Pedro Rodríguez, de la Universidad de Navarra, testigo de dicha homilía en 1967
[29] El párrafo que voy a utilizar dice textualmente en la homilía, edición citada, p. 23: Pensad por ejemplo en vuestra actuación como ciudadanos en la vida civil. Un hombre sabedor de que el mundo —y no sólo el templo— es el lugar de su encuentro con Cristo, ama ese mundo, procura adquirir una formación intelectual y profesional, va formando —con plena libertad— sus propios criterios sobre los problemas del medio en que se desenvuelve; y toma, en consecuencia, sus propias decisiones que, por ser decisiones de un cristiano, proceden además de una reflexión personal, que intenta humildemente captar la voluntad de Dios en esos detalles pequeños y grandes.
[30] Del texto ya citado, p.39
[31] Una democracia es un régimen en el cual todos o la mayoría de los adultos son hombres virtuosos y puesto que la virtud parece requerir sabiduría, un régimen en el cual todos o la mayoría de los adultos han desarrollado su razón hasta un alto grado o la sociedad racional. Leo Strauus, Qué es la educación liberal, en Liberalism. Ancient & Modern, Basic Books, NY 1938, p. 109
[32] Ibidem, p. 113
[33] Ibidem
[34] Ibidem
[35] Cfr. el discurso de Juan Pablo II en la Universidad Complutense, ya citado
[36] Cfr. Texto de la homilía, cit., p. 25
[37] L. Strauss & J. Cropsey, Historia de la Filosofía Política, Fondo de cultura económica, México 1993, p. 727.
[38] JH Newman, Discursos sobre el fin y la naturaleza de la educación universitaria, Eunsa, Pamplona 1996, p. 176
[39] San Josemaría, Las riquezas de la fe, artículo publicado en la edición dominical del periódico ABC, Madrid, 2 de noviembre de 1969, citado por Rhonheimer, cit., p. 157
[40] S. Tamaro, Donde el corazón te lleve, Seix Barral, Barcelona 1995
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