El imposible secuestro de Tomás Moro
La figura de Tomás Moro ha tenido que pasar, como es inherente a tantos grandes hombres, por diversas etapas. En su día fue simplemente entendido como una víctima de la injusta crueldad de Enrique VIII. Al propio tiempo, las minorías cultas centraban su atención en la más conocida de sus obras: Utopía.
Esta fue la fase del secuestro de su auténtica personalidad. De un lado, quedaba como señalado testimonio de los excesos de la ira regia. De otro, como enigmático autor político, constructor teórico de ínsulas, del que surgía para unos el desconcierto y para otros la intención de apropiárselo creyéndolo afín. Por ello, los filósofos oficiales del Estado soviético lo incluyeron entre los precursores del marxismo, y hasta tal punto que Gafarevitch, al analizar el fenómeno socialista, ataca a Moro como si verdaderamente lo fuese. Ahí está el ensayo de secuestro de Tomás Moro: bien bajo una montaña de condolencias -junto a otras víctimas de Barbazul, incluidas sus esposas-, bien como signo político que antecedería, nada menos que desde su incontestable espiritualidad, al materialismo dialéctico.
Como un pez de noble diseño, la figura de Moro se escapa de tales intentos -pietistas o doctrinales- y se muestra, como se le llamó en la inolvidable película a él dedicada, «un hombre para todos los tiempos».
Un factor de esta liberación de su figura es precisamente el conocimiento de sus obras más espirituales, humanas e -incluso- domésticas. Nos referimos aquí a las cartas desde su prisión, publicadas en castellano con el título Un hombre solo: Cartas desde la Torre. Y al Diálogo de la fortaleza contra la tribulación, obra escrita también ya en la prisión (la «Torre» de Londres) y que no pudo ver la luz hasta 1557, veintidós años después del martirio de Moro (ambas obras traducidas y anotadas excelentemente por Álvaro de Silva, y publicadas por Ed. Rialp). Habría que añadir aquí la obra escrita desde la Torre, La agonía de Cristo, más directamente espiritual, un lúcido comentario a la pasión de Cristo, que también muestra indudablemente la personalidad moreana, su erudición y humanidad en el seguimiento de su Maestro.
Esta última obra es un poco más conocida, y ha sido ya más comentada, pues su primera edición se publicó en 1978 por el mismo traductor en la misma editorial. Nos referiremos especialmente a las otras dos, sin dejar de tener presente La agonía de Cristo y el resto de los muchos escritos del humanista, que sería deseable fuesen viendo la luz en castellano como la están viendo en otras lenguas. Aquí puede hablarse de un «fenómeno Moro» con resonancias universales en el orden intelectual. Pero, en este redescubrimiento de Moro, hay una faceta que destacar, por más próxima y más al alcance de todos, la de su humanismo, y más concretamente la de su humanidad.
Las Cartas desde la Torre son el testimonio del corazón de un hombre que acosado por la persecución y sabedor de su muerte próxima dialoga epistolarmente con los suyos y, singularmente, con su hija Margarita –la niña de sus ojos, su Meg– expresando serenamente, con vigorosa moral, creencias, afectos, preocupaciones y recuerdos. En estas cartas desde la prisión, Moro ni es el reo que espera pasivamente la ejecución, ni el teórico del Estado que aspira a dejar un mensaje político como testamento personal. Moro se muestra aquí casi insecuestrable, con personalidad tan vigorosa como cordial. Y eso lo hemos de tener muy en cuenta los que nos honramos con el estudio de su figura y de su obra e incluso adoptamos su nombre como una evocación entrañable. Moro es de todos, es universal, es, efectivamente para todos los tiempos, lo cual equivale a decir, en este caso, para todos los hombres. Y esto se con firma –si cabe- en ese Diálogo de la Fortaleza ... , obra maestra del humanismo moreano y de la literatura renacentista, «la más noble de las obras de Moro» (C. S. Lewis) y la más filosófica. Su subtítulo original: «escrito por un húngaro en latín, y traducido del latín al francés, y del francés al inglés», anuncia ya su universalidad. Y su forma de «diálogo», tan querida por Moro, revela su pretensión -bien lograda- de llegar a la intimidad humana.
El humanista encarnado
El humanismo se, en efecto, preocupación o solicitud por el hombre. En cada una de sus cartas aparecen detalles conmovedores de preocupación por los suyos, por su mujer y sus hijos, sus amigos y hasta por los que le condenan; se refiere a características personales de cada uno, con atinadas observaciones singulares y solícitas sugerencias sobre el trato, la vida familiar, la educación o el comportamiento. En el Diálogo de la Fortaleza, el tono es más universal, pero utilizando la situación concreta y real del ataque turco a Europa símbolo de las amenazas también reales del protestantismo en general y de la tiranía de Enrique VIII. Preocupación por el hombre, en un diálogo concreto de los dos personajes, el joven Vicente y su tío Antonio, atribulados cada uno a su modo. Moro aúna aquí su profundo conocimiento de las letras humanas la literatura clásica, y las letras divinas, la Sagrada Escritura y la verdad cristiana, para construir un Diálogo que, como ha dicho Poveda Ariño, es «una de las grandes cumbres del saber psicológico».
Pero el mejor humanismo tiene otro carácter esencial: el de querer ser más hombre, más persona, es decir, ser más, eligiendo así lo mejor de esa contraposición entre ser y tener que ha ocupado y ocupa mentes tan diversas como las de Marce!, Fromm y Juan Pablo II. De ahí viene otra característica colosal de Moro.
Porque Moro es humanista en todas las vertientes y significaciones. En la primera y más originaria, como hombre dado al estudio de las humanidades a la luz de la gesta cultural grecorromana. Y en una segunda, la que concibe el ideal humanista como preocupación por el hombre, del que dejó testimonio como abogado, gobernante y escritor. Pero, además, Moro acredita su humanismo en el más difícil de todos los empeños: el de ser más, el de ser mejor.
Esas cartas desde la prisión son un testimonio crucial respecto a esta tercera significación del humanismo: el ser más humano, más plenamente hombre. Las cartas tienen, además, la frescura histórica de ser prácticamente sus últimas palabras. Y algo semejante es ese Diálogo de la Fortaleza, que infunde reciedumbre y magnanimidad a cualquiera que lo lea, y que revela el magistral dominio de las circunstancias y de la vida en su autor; conmovedor y monumental testimonio de la fortaleza y serenidad del hombre que lo escribe en las dramáticas circunstancias de la prevista e inevitable sentencia de ejecución.
Veamos algunos perfiles de ese testimonio de humanidad, menos frecuente de lo que se cree, porque es más hacedero estudiar las letras clásicas e indagar la condición humana que el esfuerzo por ser hombre, más hombre uno mismo. La historia tiene claros testimonios de que no todos los humanistas alcanzaron esta tercera estatura, fruto de virtudes humanas y sobrenaturales bien templadas.
Moro leal, Moro padre, Moro amigo
Moro, aunque él no lo exprese así, cultivó las virtudes humanas con el firme impulso de las virtudes sobrenaturales. El libro con sus Cartas desde la Torre recoge los últimos datos al respecto. Y el Diálogo de la Fortaleza reúne un pensamiento universal en el que se aglutinan una visión cristiana de la existencia con la vida familiar, las actuaciones profesionales y la actividad política. Resulta particularmente entrañable destacar tres aspectos.
Moro cultivó la altísima virtud humana de la lealtad. Está bien clara su lealtad a la fe cristiana que le hizo mártir y le llevó a la canonización cuatro siglos después de su muerte. Pero es menos visible la lealtad a la corona y, en definitiva, a Inglaterra, su patria. Las cartas la corroboran a modo de última rúbrica de su hoja de servicios como Canciller: Moro no acusa, no ataca, no denigra a su rey. Mantiene su postura moral, sin revancha, a pesar de la atrocidad que se comete con él. Una reflexión inevitable que añadir: Moro no renunció sólo a una espléndida carrera a causa de la justicia, sino también a algo que para él tenía que ser forzosamente -conociendo su trayectoria- extremadamente atractivo: contribuir a la grandeza de una Inglaterra que con Enrique VIII nacía al apogeo de los Estados modernos. Medítese a este fin la bella carta a su hija Margarita, escrita en abril de 1534, donde se consignan ideas insustituibles sobre conciencia y obediencia. Moro es un súbdito que se rebela, a su costa, contra la maquiavélica razón de Estado. Protagonista de la andadura de su país en un período crucial, en el Diálogo de la Fortaleza, por otra parte, Moro muestra que viene a aceptar su muerte, sin buscarla, no por testaruda obstinación, sino por una causa fundamental y superior, por el bien y la verdad de su vida, de los suyos y de su patria; bien y verdad de esta vida y de la eterna, que nunca pueden disociarse. Moro lo sabe, lo expresa, y lo vive.
La tierna, amante y delicada paternidad de Tomás Moro es uno de los hallazgos esenciales en esas Cartas de prisión, donde se manifiesta la fuerza de los sentimientos hacia los suyos y, en especial, hacia su Margaret que sería la que poco después rescataría la cabeza de su padre clavada en lugar público como prenda de escarmiento. Ahí está todo lo que un corazón puede decir paternalmente, incluida esa preocupación por la fidelidad de los suyos a la causa de la justicia, excelente bienaventuranza. Y en el Diálogo... combate todos los miedos y temores que los suyos, y todos los humanos, pueden sentir; el cultivo de los sentimientos más nobles, como los de padres e hijos, y los de la amistad, debe estar unido a la fortaleza, a la: fidelidad no por recia menos delicada, como Moro ilustra con recuerdos, experiencias personales, anécdotas y divertidos relatos.
Y, en fin, el sentido de la amistad. En este ámbito moral y cordial al mismo tiempo, es de común y clásico conocimiento su debilidad por Erasmo de Rotterdam, quizá no suficientemente correspondida a la hora de la verdad. En las cartas quedan preciosas reflexiones al respecto, manifestadas con gratitud en la dirigida a Antonio Bonvisi: «pues la felicidad de una amistad tan fiel y tan constante en contra de los vientos contrarios de la fortuna, es una rara felicidad, y sin duda un regalo noble y augusto que procede de una especial benevolencia de Dios». El Diálogo..., con su mismo título, junto a la profundidad de su contenido, ilustra expresivamente su gusto por la conversación y fidelidad con los amigos, y le muestra como el escritor de más sano compañerismo y el de mayor y más cordial apertura del conjunto de los humanistas.
Si el humanismo cristiano se caracteriza por el sentido solícito y amoroso hacia los demás, por el reconocimiento de la condición de criatura divina, por la idea de que el mundo tiene una condición dolorosa y gozosa a un tiempo, y por la vocación de ser más, no hay duda de que Tomás Moro es uno de los más excelentes humanistas cristianos
El libro que recoge sus Cartas desde la Torre y el libro del Diálogo de la Fortaleza..., también escrito en la misma Torre, lo confirman; en ambos casos de forma tan heroica como cordial. Debe agradecerse a Ediciones Rialp la publicación de estas obras preparadas por Álvaro de Silva. La Fundación Tomás Moro ha escrito hace poco sobre «el coraje de Tomás Moro». Estas obras de prisión son testimonio accesible y cabal de ese coraje.
Cruz Martínez Esteruelas en dialnet.unirioja.es
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