1. Vida y obra
Conocí hace ya mucho tiempo, y así lo tengo asumido, que nunca se debe cerrar la mano, ni negarse a servir los propios conocimientos a los demás, porque la mejor manera de disfrutar de lo que uno sabe y tiene es dándolo. Es por ello por lo que hoy me encuentro sentado delante de un teclado para cumplir con el deseo requerido de escribir este trabajo. Y porque tuve la enorme satisfacción y la suerte de conocer en vida a un hombre genial, extraordinario artista y, sobre todo, persona encantadora, al que dediqué más de doce años de investigación. Me refiero a Francisco Palma Burgos, a quien la parroquia de El Salvador encargó la talla de la venerada imagen del Cristo del Clavo, como es llamado en Santa Cruz de La Palma. Difícil se me hace resumir en unas líneas toda su trayectoria, teniendo en cuenta que el fruto de mis pesquisas fue un monográfico de más de trescientas páginas [1]. Sólo espero que al término de su lectura se conozca mejor a Paco Palma, alejándome para ello de frases grandilocuentes, en base a una literatura fácil, entendible y comprensible para todos.
Francisco Palma Burgos nació en Málaga en la residencia de sus padres de la calle Cobertizo del Conde n. 17, el 12 de febrero de 1918. Primogénito de una familia de siete hermanos (Purificación, Dolores, Mario, Victoria, Carmen —a la que se dio el nombre de otra hermana fallecida— y José María, el menor), fruto del matrimonio de los antequeranos Francisco Palma García y Purificación Burgos Fernández.
Necesariamente y por la relevancia posterior en la vida de nuestro personaje, se debe dejar referencia sobre la de su padre, el citado Palma García, ya que su ejercicio profesional como escultor fue la razón que determinó la educación y enseñanza de su hijo Paco en este mismo campo [2]. Palma García nació en Antequera, aunque por razones laborales y tras su matrimonio estableció su definitiva residencia en Málaga, toda vez que sus ocupaciones de tallista y profesor en la Escuela de Artes y Oficios malagueña aconsejaron su traslado definitivo a la capital de la Costa del Sol. La categoría y la acreditación como escultor de Palma García eran ciertamente más que evidentes. Baste decir, como simple muestra de sus conocimientos artísticos, que la fachada del Ayuntamiento de Málaga salió de su taller, entre otras muchas obras (sobre todo, civiles) que la capital sureña enseña al ciudadano. Asimismo, en el taller de Palma García se celebraban a diario tertulias con la más alta intelectualidad de Málaga. Así, eran continuas las visitas de Salvador Rueda, Esteban Pérez Bryan, Prados López, Antonio Baena, entre otros muchos, todos con un elevado índice cultural. Lo anterior tiene importancia por la sencilla razón de que es obvio pensar que desde su infancia Palma Burgos vivió, participó y, sobre todo, se aprovechó de esas tertulias como complemento a su educación cultural y artística, adquiriendo con ello conocimientos añadidos. Piense el lector, por tanto, que nuestro autor creció como artista y como persona rodeado de gubias y pinceles, de bocetos y armazones, de maderas piedras y escayolas, que lógicamente propiciaron que de una forma muy precoz aprendiera las técnicas del oficio.
Palma Burgos fue un estudiante ejemplar ciertamente aventajado, como lo refrenda su periplo educativo. Así, se puede decir que fue curioso que aún residiendo en Málaga capital su padre quisiera que hasta la edad de prepararse para su primera comunión estudiase en Antequera —de donde provenía la familia—, en el colegio de su íntimo amigo José Villalobos. Posteriormente y ya de nuevo en Málaga, con 12 años continuó sus estudios en el colegio de Celestino Martín Palma. Se inscribe en Artes y Oficios Artísticos de la calle Carretería y en la Escuela de Bellas Artes de San Telmo, examinándose de ingreso en la Escuela de Comercio, siguiendo su bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de la calle Gaona [3]. No quiso desaprovechar la oportunidad que le brindó el Ayuntamiento de Málaga, que le subvencionó la adquisición de la laurea en Roma, donde estudió durante tres años en periodos muy cortos que le sirvieron para perfeccionar sus conocimientos y conseguir relaciones para su futuro. Además, durante esta época se tituló en la Escuela Superior de Bellas Artes de Madrid.
Era tal el grado de preparación adquirido que, a una edad muy temprana y como consecuencia de su genialidad artística, ya ganaba los primeros premios en concursos, bien fuesen de pintura bien de escultura. Además, a los 13 años, con su precoz vocación, ayudaba a su padre en trabajos y operaciones propias de un adulto. No seré prolijo en explicar sus excelencias artísticas mencionándolas todas. Indicaré solamente dos a nivel nacional por la repercusión posterior que implicaron: la Virgen de Nazaret, una talla completa que se encuentra en Úbeda, propiedad de la Cofradía del Santo Entierro, y la ejecución del trono o paso madrileño para el Cristo de Medinacelli, en durísima competencia ambas con los artistas más consagrados de la época.
En realidad, su vida no fue un camino fácil, toda vez que ciertos acontecimientos le golpearon con cierta crudeza. Piense el lector que a una edad muy temprana (sólo 19 años) tuvo la obligación de hacerse cargo de su casa, su familia y su taller tras la repentina muerte de su padre, cuyo maltrecho corazón no soportó las vicisitudes vividas, las penalidades pasadas y las extraordinarias consecuencias que supuso la tremenda guerra civil española, después de la cual llegó a ser injustamente encarcelado, siendo testigo junto a su hijo Paco de la quema de las iglesias malacitanas con todas sus imágenes.
También su vida sentimental fue ciertamente convulsiva. No tuvo suerte, no se amoldó a una convivencia matrimonial de cierta normalidad, a pesar de casarse en 1944 con una malagueña, María Luisa Maresca. La pareja se amaba, pero su esposa no llevaba de buen grado las largas ausencias del escultor por motivos de trabajo. Por otra parte, era excesivamente celosa y la jovialidad, buen aspecto físico de su marido y su consabido don de gentes la martirizaban en exceso, llegando la inevitable ruptura matrimonial. Tuvieron un hijo, del que Palma Burgos no conoció el triste final en un accidente de motocicleta, al morir el escultor un año antes de que lo hiciera su hijo. Unidas a sus desventuras, podría añadirse una vida errante y bohemia, con unas ideas clarísimas de independencia. Tanto es así que llegó a desechar proposiciones muy interesantes, como fueron la asesoría artística de la Casa de Medinacelli o la de la Embajada de España en Italia.
Hilvanando lo anterior con su propia vida como artista, también sufrió y padeció las envidias y las desidias de la ciudad que lo vio nacer. Paco Palma no fue profeta en su tierra. Una vez que falleció su padre, se derrumbaban sus proyectos y se hizo cargo del taller paterno con todos sus empleados. A pesar de su corta edad, cumplió con los compromisos que su progenitor tenía asumidos, hasta el punto de que a los trece días del fallecimiento de su padre inició el encargo que tenía este de tallar el Cristo de los Milagros para la ermita de la Zamarrilla, para la que posteriormente haría su última obra en vida: el Cristo del Suplicio. Continuó con los encargos, tallando para la Semana Santa el grupo escultórico de La Piedad y el Cristo de la Buena Muerte, réplica del desaparecido de Pedro de Mena. Dos obras —estas últimas— que representaron una magnífica crítica y una acreditación extraordinaria. De inmediato, Málaga siguió encargándole imágenes, como el Crucificado de la Sangre y el Cristo de la Humillación, más algún trono o paso, retablos de iglesia y un Sagrado Corazón para la catedral. Como consecuencia de la devastación que la guerra civil produjo, la provincia de Málaga comenzó a solicitar su intervención y fueron numerosas las imágenes que con cierta prisa realizó. En este sentido, conviene dejar constancia de que, en la mayor parte de las ocasiones, el autor recibía únicamente una fotografía de la imagen desaparecida para hacer una copia exacta, método poco riguroso que no le agradaba.
Pero he aquí que, pasado un corto espacio de tiempo, la Semana Santa malagueña y sus cofradías comenzaron no sólo a buscar a otros imagineros locales —que los había, aunque pocos—, sino que optaron por solicitarlos de otras latitudes, preferentemente sevillanos, lo que molestó mucho a nuestro personaje. Fue el momento de comenzar su vida errante y recoger la recomendación que en su día le hizo el insigne escultor Mariano Benlluire: «Paco, abre fronteras y no te encasilles solamente en tu Málaga; conocimientos no te faltan». Y eso es lo que hizo: se marchó a Madrid, donde estuvo relativamente poco tiempo, ya que fue contratado por Regiones Devastadas, una empresa estatal encargada de solucionar los daños que la guerra civil produjo en el país. De esta forma, recaló en la provincia de Jaén, en concreto, en la ciudad de Andújar. Luego se trasladaría definitivamente a Úbeda.
Un paréntesis importante para dejar constancia de la cualidad humana de Palma Burgos, en la que posteriormente me extenderé, porque mucho tuvo que ver en el devenir posterior de nuestro personaje. Palma tenía otro «don» especial al margen de su inteligencia: su facilidad para hacer amigos. Su cultura y su forma de ser encantaban. Un simple dato: generalmente, cuando hablaba solía colocar su mano en el hombro de su interlocutor en prueba de su entrega, lo conociera o no. Hábil él como nadie, consiguió que una de sus amistades más arraigadas fuese precisamente la del obispo de la diócesis de Jaén, Rafael García y García de Zúñiga, quien le encargó un gran número de retablos de iglesias y de imágenes para la provincia giennense. Su fama crecía cada vez más. El Ayuntamiento y la propia sociedad se beneficiaron de su arte. No había cuestión artística que no se le consultara, tanto en realizaciones civiles como religiosas. Por ello se le ofreció la iglesia de Santo Domingo (cerrada al culto), donde instaló su propio taller. En él llegó a contar con casi cincuenta operarios, quienes posteriormente aprovecharon su enseñanza, siendo hoy artistas consagrados de los que Úbeda sigue beneficiándose. De allí salió la impresionante fachada en piedra de la iglesia de Cristo Rey, el mausoleo, la estatua y la capilla de San Juan de la Cruz. Diseñó la ornamentación de la famosa plaza de Santa María y talló gran parte de la imaginería de la Semana Santa de Úbeda: los cristos de la Entrada de Jesús en Jerusalén, Columna, Yacente, Noche Oscura, Resucitado, las vírgenes de Nazaret, Caridad y Dolores y un gran número de tronos y pasos. Además, ejerció como profesor en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos y en el Colegio de Padres Salesianos de Úbeda.
Pero la vida siguió ofreciéndole sinsabores y a finales de 1959 decidió su definitiva marcha a Italia. Y es que cuando más arraigado se encontraba en esta ciudad, se le privó de ciertos trabajos de importancia. Por mencionar algunos, me puedo referir a un monumento a los Caídos, donde el jurado plagado de «amigos» desechó su concurso, o las imágenes de la Cofradía de la Santa Cena, a pesar de haber sido precisamente él quien propició su creación. Esta es una cuestión de cierto sentido, pero es que además se unió una serie de acontecimientos que precipitaron su traslado al país transalpino, como fue la muerte en ese año de su madre. Por otro lado, en España se instauró la Seguridad Social, lo que representaba una carga económica dado el elevado número de empleados de su taller.
Palma Burgos conocía Italia por su etapa estudiantil. Visitó Castel de S. Elia, el bello pueblo de la provincia de Viterbo, donde su alcalde, Nazzareno Mazzolini, le facilitó su vivienda en una especie de castillo en el que estableció su estudio. Dedicado preferentemente a la pintura, montó una escuela que no quiso masificar (sólo cinco o seis alumnos participaban a diario), todo ello por la idea marcada de disfrutar de cierta independencia. Y es que Palma Burgos quiso llevar una vida más bien monacal, sin compromisos que le obligasen a un trabajo que agobiara su convivencia de reclusión. De todas formas, como consecuencia de sus conocimientos artísticos, no le resultó difícil abrirse camino rápidamente. Para ello y casi de inmediato, se presentó a los premios nacionales de pintura más importantes, logrando el primer premio del Leonardo da Vinci y el Dante Aligheri, que le reportaron cierta acreditación. Su fama y buen cartel no tardaron en fructificar, llegando a ser académico de la Escuela de Bellas Artes de Roma. Llegó a ser considerado uno de los mejores policromadores de Europa, dándosele opción a trabajar en el propio Vaticano en alguna restauración puntual. Habrá que hacer mención de la facilidad y maestría que disponía para el mezclado de colores. Llama la atención la composición de esas mezclas, por las que lograba tonos desconocidos de cierta belleza.
Muy ligado a la Embajada Española, en muchas ocasiones dio muestras de su patriotismo, llegando a tallar en la entrada de su vivienda un mosaico en piedra con el escudo nacional. Desde la distancia, en esa misma vivienda solía celebrar cualquier festividad española. Sin agobios económicos, se sintió una persona reconocida. Piénsese que recibió en muchas ocasiones distinciones que así lo acreditan, como prueban la obtención de las medallas de oro de ocho localidades italianas. Larga fue la estancia de nuestro personaje en ese país (casi veinticinco años), aunque es verdad que Palma Burgos no desaprovechaba la oportunidad para su regreso a España, en algunas ocasiones, en prolongados intervalos.
Llegado el año 1985, su salud comenzó a deteriorarse. Un problema hepático precipitó su definitivo regreso, máxime cuando desde España sus amistades le comprometían a tallar de nuevo (como es el caso de la imagen del Cristo del Clavo), principalmente con objeto de que cuando llegara el momento de su fallecimiento, su cuerpo reposara entre los suyos. A finales de 1985 fue ingresado en el Hospital Carlos Haya de Málaga, siendo trasladado a Úbeda —según sus propios deseos—, donde entregó su vida el 31 de diciembre. Fue enterrado el 1 de enero de 1986 en el nicho 213, propiedad de la Cofradía de la Columna, la misma para la que en vida había tallado algunas imágenes.
2. El Cristo del clavo
La imagen del Cristo del Clavo se debe a un cúmulo de situaciones. Y es curioso que las causas viniesen por mediación de un grupo de peninsulares que llegaron a convivir simultáneamente en La Palma: Andrés Moreno Siles, un ingeniero técnico de Obras Públicas destinado en 1979 al puerto de Santa Cruz de La Palma, nacido y venido de Úbeda, persona que llegó a ejercer el cargo de presidente de la Agrupación de Cofradías de Semana Santa en la ciudad de los Cerros; Alberto Pérez Benítez, que ejerció en La Palma la gerencia del Parador Nacional de Turismo y que procedía también de Úbeda, quien le solicitó la talla del Cristo como muestra de agradecimiento a los amigos que dejó en la Isla tras su marcha; y, por último, José María Gallo Moya, militar de origen malacitano. En los tres casos, vinculados con nuestro escultor. Es probable que estos tres hombres recogieran el deseo del párroco de El Salvador, Manuel González Méndez, de proveer al templo de un nuevo Cristo Yacente para el culto del Viernes Santo.
No obstante, las dificultades para que ello se concretara hacían el proyecto prácticamente insalvable. Y lo era por varias razones de peso. Desde Italia, donde el autor residía, era difícil exportar obras de arte. A pesar del ofrecimiento de D. Alberto de que interviniera el Ministerio de Turismo en las gestiones de su traslado, la realidad fue otra. En una visita turística desde Santa Cruz de La Palma a Italia, un grupo de feligreses pertenecientes a la parroquia trasladó la imagen en un autobús, aposentándola en el avión que desde Barcelona los traía de vuelta a la Isla.
Por otra parte, en Italia, Palma Burgos se dedicó preferentemente a la pintura, relegando el trabajo escultórico, si bien es verdad que en momentos puntuales esculpió tallas por encargo. Así, es sabido que realizó un monumento a Garibaldi o que contribuyó a la reconstrucción del palacio de los Borgia en labores de talla. Sea como fuere, es evidente que no olvidó del todo la imaginería procesional. Cuando recibía algún compromiso de trabajo se desplazaba a España para su factura, como fueron los casos del Yacente en 1963 y del Cristo de la Noche Oscura en 1966, ambas imágenes solicitadas para la Semana Mayor de Úbeda. Entre los años 1983 y 1985, talló las imágenes del Cristo del Perdón para Almería y del Cristo del Suplicio para Málaga. Aunque Palma Burgos se desplazaba con frecuencia a España, la duración de su estancia en Italia fue muy extensa, permaneciendo entre 1960 a 1985, año de su fallecimiento.
De ahí que el encargo del Cristo del Clavo posea unas connotaciones muy especiales y cierta dificultad añadida. No en vano, fue el único que no talló en España, no contó con ayuda y en su taller no requería de los medios necesarios para lograr un tratamiento escultórico medianamente acondicionado, ya que no disponía de medidas ni compases que le auxiliasen. De ello resulta el enorme mérito iconográfico que posee el Cristo del Clavo. Es preciso significar que sólo a su genialidad artística puede deberse la impresionante planta que muestra esta bella imagen. Al autor no le agradó que la espalda exigida en el encargo fuese plana, aduciéndose que se trataba de una imagen destinada, en principio, para el culto, no para procesionar, como posteriormente ocurrió.
Como consecuencia de las carencias de su taller (compases, escayolas, yesos, etcétera), Palma Burgos asumió el Cristo del Clavo con un interés inusitado. Se trataba de un reto, de un compromiso para su genio profesional. En un primer momento, el autor optó por tallarlo en piedra —mármol—, material que no le daba la opción de marcar y perfeccionar los detalles anatómicos. Así pues, reconsideró repetirlo en su estado actual. En su conjunto, todas estas cuestiones dotan a la pieza de un valor escultórico sobreañadido. Sumemos una consideración muy importante. El autor no quiso aplicar la policromía en Italia. En su lugar, optó por desplazarse a La Palma. Allí la terminó guardando una absoluta intimidad. A fin de cuentas, el policromado de sus obras, que tanto caracterizan su genio, era uno de sus mejores secretos. El importe de la talla así como la del Suplicio (Málaga) sirvieron para cancelar un préstamo hipotecario de su esposa, de quien se había separado hacía muchos años. El impago del embargo la obligaba a dejar su casa.
La producción de Palma Burgos abarca cincuenta y cuatro cristos de distintas advocaciones, veinte y cuatro vírgenes, treinta y tres tronos, treinta y dos retablos y altares de iglesias, once monumentos, ocho sagrarios, doce bustos, además de otras series de figuras menores, restauraciones, bocetos e innumerable cantidad de cuadros. Fue académico numerario de Bellas Artes en Málaga y en Roma.
Felipe Toral Valero en dialnet.unirioja.es/
Notas:
1. TORAL VAQUERO, Felipe. Vida y obra de Palma Burgos. Úbeda: Grupo El Olivo, 2004.
2. Sobre Palma García y el ambiente cultural de la capital malagueña, véanse: SAURET GUERRERO, Teresa. «El “Revival” Pedro de Mena en la Málaga del siglo XIX». En: Simposio Nacional Pedro de Mena y su época. [Málaga]: Junta de Andalucía, D. L. 1990, pp. 99-121.
3. Conviene resaltar que era un niño serio e introvertido. Fue generoso en todos los aspectos, amigo de los amigos; para él no había nadie malo, todo lo disculpaba y perdonaba. Fue engañado a sabiendas de que lo hacían; muy formal para su edad juvenil; no le gustaban las bromas pesadas ni las peleas, ni la violencia. Cuando jugaba a la pelota en la calle, siempre se ponía de portero.
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