Inicio de la Conferencia sacerdotal (1932)
El 1 de enero de 1932, viernes, en la iglesia de las esclavas, Lino presentó su amigo José María Vegas a san Josemaría. Según parece, sólo fue un encuentro breve pero agradable [205]. Al día siguiente, sábado 2 de enero, por la tarde, Josemaría y Lino se trasladaron al Hospital del Rey para que aquél conociera a José María Somoano. Después de saludarse, Escrivá le habló sobre el Opus Dei, y Somoano quedó gratamente sorprendido. En su diario escribió aquella noche: “me visitó por primera vez José Mª Escrivá acompañado por Lino. Me entusiasmó. Le prometí enchufes –enfermos orantes– para la O. de D. Yo entusiasmado. Dispuesto a todo” [206]. Don Josemaría, que como siempre había rezado y hecho rezar por aquel encuentro, tenía la misma sensación. De hecho, escribió en sus Apuntes íntimos dos días más tarde: “No fue inútil la oración y la expiación, ya pertenece este amigo a la Obra” [207].
El lunes 4, José María Vegas fue al Hospital del Rey para visitar a Somoano, y éste le insistió en que hablara con san Josemaría [208]. Al día siguiente, en una nueva visita de Vegas a Somoano, el capellán asturiano explicó con más detalle el Opus Dei, y José María Vegas se entusiasmó. Escrivá de Balaguer, mientras, había estado rezando “especialmente por el resultado de aquella conversación y pidió, como de costumbre, la oración y mortificación de otras personas” [209].
A partir de este momento, fue frecuente encontrarse en el Hospital del Rey –y alguna vez también en Porta Coeli–, con el cuarteto Josemaría Escrivá, Lino Vea-Murguía, José María Vegas y José María Somoano. En aquellas reuniones, “era el alma don Josemaría, que ponía un gran entusiasmo y un enorme espíritu en la labor con estudiantes, con enfermos y con sacerdotes” [210]. Tan frecuentes llegaron a ser las visitas al Hospital del Rey que Lino propuso a Josemaría Escrivá de Balaguer que aceptase la capellanía del Hospital de Incurables, situado junto al del Rey. Después de consultarlo con su madre, don Josemaría declinó la oferta [211].
El 26 de enero, escribía en su diario Somoano: “Me visitaron Escrivá y 4 más. Sigue el entusiasmo y parece que tiende a la perfección” [212]. Su tarea de atención a enfermos del Hospital del Rey tomó nuevos bríos; ahora les pedía que rezasen especialmente por una intención suya [213]. Era un aporte sobrenatural para el Opus Dei que el fundador consideraba como un haber rico y necesario: “Con José Mª Somoano hemos conseguido, como se dice por ahí, un enchufe magnífico, porque sabe nuestro hermano, admirablemente, encauzar el sufrimiento de los enfermos de su hospital, para que el Corazón de nuestro Jesús acelere la hora de su Obra, movido por tan hermosa expiación” [214].
El 2 de febrero, Josemaría Escrivá se acercó a la Parroquia de la Concepción. Deseaba conocer a José María García Lahiguera, otro de los sacerdotes a los que se había referido Lino en la reunión del 29 de diciembre. Cuando llegó, García Lahiguera estaba predicando con fervor un sermón, y Josemaría se quedó a escucharlo. Esa misma tarde acudió al seminario de Madrid para visitarle. Enseguida se estableció una relación cordial, y el fundador pasó a explicarle el Opus Dei. Años más tarde, mons. García Lahiguera todavía recordaba aquel encuentro:
Vino a verme a mi despacho de Director Espiritual del Seminario de Madrid, en Las Vistillas. La entrevista duró una hora y media o dos horas, y la recuerdo vivamente por la profunda impresión que me causó. Aunque entonces no le conocía, ni tenía de él referencia alguna, desde las primeras palabras que cruzamos, se estableció entre los dos una corriente de cordialidad [...]. Yo estaba firmemente conmovido con lo que iba oyendo y comprendí enseguida que el Padre estaba iniciando algo verdaderamente trascendental, de Dios. Era un panorama de apostolado y servicio a la Iglesia que atraía, maravilloso; la Obra de que me hablaba no era una cosa vaga, imprecisa, sino algo perfectamente real y concreto. [...] después de explicarme la Obra, sólo me pidió una cosa bien concreta: que rezase para que el Señor le ayudase a llevar el peso que Él mismo había echado sobre sus hombros. Prometí hacerlo de todo corazón y nos despedimos. Ese fue el comienzo de una amistad que ha durado tanto como nuestras vidas [215].
Josemaría Escrivá de Balaguer nunca planteó a García Lahiguera que se incorporase al Opus Dei, y en cambio sí lo hizo con sus amigos Somoano y Vegas. Las razones las desconocemos, y quizá queden para siempre en la intimidad de san Josemaría. Pero esta circunstancia demuestra que el fundador planteaba la llamada al Opus Dei sólo a aquellas personas a las que consideraba idóneas para seguir a Dios en ese camino.
Habían pasado dos meses desde aquella reunión con Norberto y Lino, y Josemaría podía contar ya con cinco sacerdotes a quienes había hablado del Opus Dei, y que estaban dispuestos a secundarle: Vea-Murguía, Cirac, Somoano, Vegas y, en primer lugar, Norberto Rodríguez. Él era quien llevaba más tiempo con san Josemaría –los años de trabajo como capellanes de las damas apostólicas–, y destacaba sobre el resto por su edad. Resultaba lógico que Josemaría le confiara cuestiones más personales o familiares, aunque en ocasiones sus criterios fueran distintos. De hecho, la enfermedad de Norberto le hacía tender al pesimismo, cosa que alguna vez dejó preocupado a Escrivá [216], o le condujo a sobreponerse a sus razonamientos [217].
La relación con esos sacerdotes, con todo, se estaba consolidando, y Josemaría Escrivá de Balaguer pensó que había llegado el momento de dar inicio a algún tipo de encuentro conjunto. La idea se materializó en la reunión semanal de los lunes en la casa de Norberto [218]. El primer encuentro tuvo lugar el 22 de febrero de 1932: “El lunes pasado nos reunimos por primera vez cinco sacerdotes. Seguiremos reuniéndonos: semanalmente, para identificarnos. A todos entregué la primera meditación, de una serie sobre nuestra vocación, para hacerla en la noche del jueves al viernes” [219]. A partir de entonces, en aquellas reuniones que don Josemaría denominaba Conferencia sacerdotal o conferencias de los lunes, el fundador del Opus Dei “les iba dando a conocer su espíritu y sus proyectos” [220] de modo que todos llegaran a “identificarse” con lo que Dios le pedía [221]: ser Opus Dei y hacer el Opus Dei [222].
Eran reuniones de sacerdotes seculares que acudían para crecer en su formación espiritual y en la fraternidad sacerdotal. Conocemos, por lo demás, los detalles de algunos encuentros. El lunes 4 de abril, por ejemplo, Lino comentó en la reunión que se había encontrado en el Hospital del Rey con una enferma grave y muy devota. Pensaba Lino, y así lo expuso a los demás, que María Ignacia García Escobar –era el nombre de aquella mujer– podría ser del Opus Dei. Después de comentar el caso, todos los presentes corroboraron la idea: “D. Lino ayer nos habló de una enferma del hospital del Rey, alma muy grata a Dios, que podría ser la primera vocación de expiación. De común acuerdo todos, Lino le comunicará nuestro secreto. Aunque muera antes de comenzar oficialmente –cosa probable, porque está mal– valdrán más sus sufrimientos” [223]. Una semana más tarde –lunes 11 de abril– se explicó en la reunión el resultado de la “gestión”: como todos los sábados, el día 9 Lino había recorrido las salas del Hospital del Rey para confesar a quien se lo pidiese. Cuando llegó a María, le planteó la posibilidad de entregarse a Dios en el Opus Dei [224]. Y “María –había anotado Somoano en su diario ese día; se ve que había hablado con Lino– aceptó complacida” [225]. Además también se dijo que otra mujer del Opus Dei, Carmen Cuervo, había pasado el día anterior por el Hospital para visitar a María Ignacia [226]. Comenzaban a llegar las primeras mujeres al Opus Dei, y Josemaría Escrivá de Balaguer propuso en aquella conferencia rezar un Te Deum [227].
Sin duda, el conocimiento del espíritu del Opus Dei espoleó el celo pastoral y la vibración interior de aquellos presbíteros. Al día siguiente, 12 de abril, Somoano “estuvo hablando con Antonia Sierra, otra enferma del hospital. Le propuso ser del Opus Dei y le habló del Fundador. La respuesta de Antonia fue también pronta y generosa” [228]. Las conferencias dejaban huella, también externa, en el capellán del Hospital del Rey: “Cuando volvía los lunes de asistir a las reuniones espirituales de nuestra Obra –escribe María Ignacia–, solamente al mirarle se le notaba lo contento y satisfecho que venía. Y el cuadernillo donde conservaba los apuntes de las meditaciones y demás cositas de esta, era su joya más preciada” [229].
Pero los acontecimientos de aquel primer trimestre de 1932 iban a sucederse con rapidez no sólo para aquellos sacerdotes, sino para toda la vida religiosa española. La disolución de la Compañía de Jesús y la incautación de sus bienes, la eliminación de la asignatura de religión en las escuelas, la ley del divorcio, y otras medidas de carácter laicista fueron aprobadas por las Cortes [230]. En mayo, las autoridades sanitarias intentaron expulsar a Somoano del hospital por motivos anticlericales. En aquellas circunstancias, Josemaría Escrivá le animó para que se abandonase totalmente en las manos de Dios. Después de la reunión del lunes el 2 de mayo, escribió Somoano en su diario: “Escrivá dice que Jesús me necesita y que para la tranquilidad mía me conviene postrarme en tierra y estar así en la presencia de Dios 5 ó 10 minutos” [231]. Y tres semanas más tarde, el lunes 23, volvía a conversar con el fundador y apuntaba: “La O. de D. va bien –El tiempo se aprovecha más y el espíritu más se sobrenaturaliza–. Hay dos nuevos –¡Señor, que sean santos y que perseveren!– ” [232].
No sabemos a ciencia cierta a qué dos nuevos se refería Somoano. Pero en estos primeros meses de 1932, y en un contexto igualmente hospitalario, el fundador del Opus Dei había conocido a Saturnino de Dios; el encuentro se produjo una tarde de domingo en la que Josemaría visitaba a los enfermos del Hospital General, un centro sanitario situado a pocos metros del convento de Santa Isabel [233]. Poco tiempo antes, Luis Gordon, ingeniero, de treinta y tres años, director de una maltería en Ciempozuelos, se había acercado al Opus Dei. Luis acudía a veces al Hospital General y allí, a través de su hermano y de Saturnino de Dios, entró en contacto con san Josemaría. En el mes de junio, Somoano tuvo ocasión de encontrarse con Gordon. Por la noche apuntó en su diario: “Completamente identificados. Muy fervoroso, con mucho espíritu de sacrificio. ¡Si hubiera miembros como Gordon! Gran adquisición” [234].
José María Somoano fue expulsado en junio de los locales reservados para el capellán en el Hospital del Rey, y fue a vivir a una casa cercana. Seguiría acudiendo al hospital, pero ya no resultaba nada sencillo invitar a amigos suyos –Lino, Vegas o Josemaría– para que le ayudasen en las tareas ministeriales. La situación era tensa. Escrivá de Balaguer le seguía animando para que pusiese toda su confianza en Dios. El día 5 de julio fueron a rezar ante una imagen del Sagrado Corazón. “Me emociona –escribió Somoano–. Escrivá, Vegas y yo rezamos a las llagas de Cristo” [235].
También la conferencia sacerdotal seguía adelante. El fundador buscaba modos de mejorarla, de modo que respondiera mejor a su fin formativo. El 11 de julio apunta: “Esta tarde acordaremos, con mis hermanos sacerdotes, una forma más provechosa de tener nuestras conferencias de los lunes” [236]. Aquel día les habló con verdadera fuerza de las nuevas perspectivas apostólicas que tenían por delante. Somoano, como siempre, se entusiasmó. No lo sabía, pero iba a ser para él su último encuentro sacerdotal. “¡Con qué entusiasmo oyó, en nuestra última reunión sacerdotal, el lunes anterior a su muerte, los proyectos del comienzo de nuestra acción!” [237], recordaría con elogio el fundador. En efecto, el 16 de julio José María Somoano moría tras una breve agonía; muchos pensaron que había sido envenenado por odio al clero [238]. Su fallecimiento supuso un duro golpe para todos. De modo especial para san Josemaría, porque Somoano había entendido bien el espíritu del Opus Dei; y para Vegas y Lino, que perdían un amigo entrañable del seminario. “El día 18 por la mañana –recordaba un hermano de José María– lo llevamos a enterrar al cementerio de Chamartín [...]. Estaba allí el Fundador del Opus Dei y varios sacerdotes amigos de mi hermano, muchos conocidos y gentes del hospital” [239]. El verano cayó sobre Josemaría en Madrid, dejándole por el momento sin muchos brazos. El 19 de julio escribe en Apuntes íntimos: “Ahora estoy solo: uno en Caspe [Sebastián Cirac], en Gijón otro [Saturnino de Dios], otro en Santander [Lino Vea-Murguía], Somoano... en el cielo” [240].
Escrivá envió unas letras a Vegas para comentar la triste nueva de la muerte de su amigo Somoano. José María Vegas respondió con al menos dos cartas. En la primera, fechada el 24 de agosto, recordaba que el año anterior Somoano y él habían decidido ofrecer sus vidas a Dios como reparación, pues si hubiese más sacerdotes que fuesen “víctimas de amor, la misericordia divina pronto se derramaría sobre España”. Y, concluía, “indudablemente Jesús le oyó antes que a mí” [241]. En la segunda epístola se explayaba más:
Solo ante el Sagrario derramé lágrimas y entonces tuve la osadía de preguntar a Jesús si había aceptado el ofrecimiento que le hiciera antes de ligarme, como tú me dices muy bien, con otra obligación y ofrecimiento, y Jesús que (te voy a ser franco) por el amor tan grande que me tiene, amor que siento mucho más desde que por su misericordia infinita estoy a vuestro lado en la gran Obra, aunque indigno, me dijo: ¡Cómo no voy a aceptar ese ofrecimiento! Pero me es más grato que [...] te inmoles con la oración, el sacrificio y el trabajo y sumisión, por mi Obra, que es de mi especial predilección. A Somoano le he llevado al Cielo precisamente por mi Obra, para que interceda por ella. Créeme, desde entonces (te vas a reír de mí) estoy más contento que nunca y con más ganas de ser santo, y de trabajar por la Obra de Dios, así que yo por lo menos, ya experimento el poder de nuestro hermano Somoano (q.e.p.d.) para con Jesús [242].
Acabado el verano, el lunes 26 de septiembre se reanudaron los encuentros sacerdotales. El primer recuerdo fue, lógicamente, para Somoano. “El lunes pasado –son palabras de Apuntes íntimos del miércoles 28– nos reunimos, con D. Norberto y en su casa, Lino, J. Mª Vegas, Sebastián Cirac y yo. Se habló de la O. y rezamos un responso por José María Somoano” [243].
Nuevos proyectos apostólicos (1933)
Pasaron los meses y, al despuntar el año 1933, las perspectivas apostólicas de Escrivá de Balaguer encontraban cauces precisos. El 21 de enero reunía a tres jóvenes universitarios y comenzaba unas charlas de formación para estudiantes que iban a tener una regularidad también semanal, en este caso los miércoles [244]. A la vez, atendía algunas catequesis en barriadas pobres [245]. Los domingos acudía con Lino al Colegio del Arroyo. Mientras el capellán del colegio celebraba la Misa de once de la mañana, Josemaría y Lino predicaban, alternándose, la homilía. Al acabar la Misa, daban clases de catecismo acompañados por algunos estudiantes que se dirigían con el fundador del Opus Dei [246].
La actividad de san Josemaría resulta desbordante. Por ceñirnos únicamente a su apostolado con sacerdotes, ayudaba a todos los que se lo solicitaban, aunque no asistiesen a las conferencias de los lunes. Pedro Cantero recuerda “los apuntes que me daba Josemaría sobre temas espirituales. Yo pasaba muchos ratos con él en la casa en que vivía con su familia, en la calle Martínez Campos [247], y a veces, después de un rato de charla, para ayudar a mi oración personal, me facilitaba pensamientos escritos en pequeñas fichas, de tamaño octavilla” [248].
Y la cruz también seguía haciendo acto de presencia. Después de meses con grandes sufrimientos, el 13 de septiembre moría María Ignacia García Escobar. Josemaría Escrivá de Balaguer presidió el entierro acompañado por otros presbíteros. Muy probablemente estaban todos los sacerdotes de la Conferencia sacerdotal, pues una hermana de María recordaba que “rezó el responso en latín. Luego unas oraciones que yo no conocía y que los demás sacerdotes contestaron. Entendí –o al menos me pareció oír– Opus Dei” [249].
Al mes siguiente, octubre, Vicente Blanco llegaba a Madrid proveniente de Miranda de Ebro. Deseaba finalizar en la Central los estudios de filosofía y letras que comenzara en Comillas. Pronto –quizá fue en la Casa Sacerdotal de la calle Larra, que todavía visitaba alguna vez Josemaría Escrivá, o a través de Pedro Poveda– conoció al fundador del Opus Dei. Tras mantener algunas conversaciones con él, se incorporó a las conferencias de los lunes con los demás sacerdotes.
DYA: la piedra de toque (1934)
Durante el curso académico 1933-34 vio la luz una empresa apostólica con la que Josemaría Escrivá de Balaguer soñaba desde hacía tiempo: una academia para estudiantes universitarios que facilitase el conocimiento y la formación de muchas personas [250]. El proyecto se hizo realidad en el mes de diciembre de 1933, con la apertura de la Academia DYA (Derecho y Arquitectura), situada en la calle Luchana, n. 33. Y, nada más instalarla, san Josemaría ya estaba pensando en ampliarla de modo que fuese también residencia de estudiantes. El 5 de enero de 1934, reunió a algunos miembros de la Obra –entre otros estaba Ricardo Fernández Vallespín–, y les propuso tener para octubre “instalada una residencia en una casa más grande, en la que algunos de nosotros podríamos vivir y, así, habría posibilidad de tener un oratorio” [251].
Al mismo tiempo, el fundador rezaba, pensaba, y trataba de unir más a la Obra a los sacerdotes que le seguían, de modo que acabaran por entender que todo era de Dios. Entre otras cosas, algunos se vincularon de modo más firme con el Opus Dei. En virtud de un “Compromiso” hecho en la Academia DYA el 2 de febrero de 1934, cinco sacerdotes se comprometieron formalmente a vivir la obediencia y a fomentar la “adhesión completa a la autoridad de la Obra” [252].
Como muestra de deferencia especial, Josemaría seguía pidiendo el parecer de Norberto para algunos temas. En los primeros meses de 1934, algunos de los universitarios que habían seguido al fundador del Opus Dei “fueron inquietados por diversos sacerdotes y por otras personas, que les vinieron a decir que su decisión carecía de todo valor” [253]. Por diversas razones, don Josemaría no había solicitado a quienes le seguían en el Opus Dei una formalización explícita de adhesión: bastaba con que le comunicasen el deseo de ser de la Obra y que él lo aceptara [254]. Pero como ahora algunos sembraban cizaña, consultó sobre este problema, entre otros, con Norberto Rodríguez y con el p. Sánchez, su confesor. “Todos convienen –escribía en marzo– en la necesidad de unirnos con un vínculo espiritual, que consistirá por ahora en hacer votos privados por un año” [255]. Lino Vea-Murguía le ayudaba de modo singular. En la Academia DYA, el fundador había mandado colocar una cruz de palo grande y sin crucificado, que sirviera como recordatorio a los estudiantes, para que ofrecieran todo lo suyo a Dios [256]. Pero también fue motivo de las maledicencias de quienes decían que se practicaban con aquella cruz extraños ritos. Para evitar escándalos farisaicos, san Josemaría no tuvo más remedio que desmontarla y dársela a Lino, que vivía en la calle Francisco de Rojas, a muy pocas manzanas de Luchana:
¡La Cruz de palo! También fue motivo de escándalo, primero –según oí de labios de D. Pedro Poveda– se escandalizó un santo sacerdote que tiene verborrea; después, el escándalo trascendió –ya lo apunté, en las catalinas– hasta el palacio episcopal. ¡Con qué pena, solito en la Casa del Ángel Custodio –en Luchana–, desarmé la pobre Cruz escandalosa! La envolví en papeles, y bien acondicionada, se guardó en casa de aquel santo sacerdote, del que hablé antes [257].
El deseo de unidad en aquel conjunto de sacerdotes llevaba al fundador a tener siempre en cuenta a los que vivían fuera de Madrid por motivos pastorales (Eliodoro Gil y Sebastián Cirac). Además de rezar por ellos, les escribía con frecuencia, transmitiéndoles el espíritu del Opus Dei. Con Eliodoro era más difícil, porque vivía lejos, en León, pero aun así la correspondencia era frecuente [258]. A Sebastián podía verlo más veces cuando venía desde Cuenca; por otra parte, durante la primavera estuvieron en permanente contacto epistolar con motivo de la impresión de Consideraciones Espirituales, que fue editado en Cuenca [259].
Precisamente en esos meses en los que muchas labores apostólicas impulsadas directamente por el fundador del Opus Dei iban tomando cuerpo, empezó a producirse la contradicción por parte de algunos sacerdotes.
Cuando –recuerda durante la Guerra Civil– reunía yo a esos santos sacerdotes, los lunes, en lo que llamaba “Conferencia sacerdotal”, con el fin de darles el espíritu de la Obra, para que fueran hijos míos y colaboradores; cuando en 1932 ó 1933 [2-II-1934] voluntariamente, espontáneamente, libérrimamente varios de esos señores sacerdotes hicieron promesa de obediencia, en nuestra casa de Luchana, no podía pensarse que –con rectísima intención, sin duda– iban casi inmediatamente a desentenderse de la Obra [260].
El primer motivo de discrepancia fue la actitud ante las dificultades económicas para sacar adelante la Academia DYA, y el deseo del fundador de que fuese también una residencia. “Acabada de abrir la Casa del Ángel Custodio [así llamaba a DYA], ya me aconsejaba –lleno de apuro– un Hermano mío sacerdote que la cerrara, porque era un fracaso. Efectivamente (no contaré el proceso), no la cerré y ha sido un éxito inesperado, rotundo” [261]. Las dificultades, sin duda, eran grandes: los ingresos escaseaban y san Josemaría contaba con pocos recursos. Pero es que, a las dificultades económicas, se unía otra más profunda que puede resumirse en una idea: el espíritu del Opus Dei no era para aquellos sacerdotes vida de su vida. “Desgraciadamente [escribe en los ejercicios espirituales que hizo en el mes de julio en los redentoristas de Madrid], hasta ahora, sin ofensa para nadie –todos son muy santos– no he encontrado un sacerdote que me ayudara, dedicándose como yo, exclusivamente a la Obra” [262]. Hubiese querido que aquellos hombres le facilitaran la atención de las labores, pero no lo hicieron: “si los sacerdotes, mis H.H., me ayudaran...” [263], había apuntado.
Es en este preciso contexto donde el biógrafo Vázquez de Prada sitúa el problema de la atención de las mujeres del Opus Dei. Por falta de tiempo para todas las labores –por ejemplo, a mediados de 1933 atendía el “asilo de Porta Coeli, Colegio del Arroyo, a los chicos de la Ventilla, en la Institución Teresiana de la calle Alameda, en la Academia Veritas de la calle de O’Donnell, a las niñas del Colegio de la Asunción y a los fieles de la iglesia de Santa Isabel. Todo ello sin mencionar los enfermos y moribundos de los hospitales” [264]–, Escrivá de Balaguer había encargado a Norberto y a Lino que atendiesen a esas mujeres, y les explicaran el espíritu del Opus Dei [265]. Pero desde aquel año 1934, el problema estaba saltando a la palestra. “¿Cómo iban aquellos señores sacerdotes a transmitirles la formación y el espíritu propio de la Obra cuando ellos mismos no lo habían adquirido?” [266].
Los sacerdotes, con su mejor voluntad, no podían evitar que tuviesen “por su edad, hábitos muy arraigados en el comportamiento. Durante tres años don Josemaría se había empleado a fondo para infundir a un grupo de ellos el espíritu joven y sobrenatural del Opus Dei. Al parecer, no llegaron a entender del todo a don Josemaría y, en consecuencia, algunos se mantuvieron a cierta distancia” [267]. Pedro Cantero, con la perspectiva que otorgan los años, piensa que la edad y las experiencias anteriores de aquellos hombres fueron decisivas. “No sé, sin embargo, si supieron estar a la altura de lo que el Padre necesitaba. El horizonte que abría Josemaría era de tal amplitud que sólo podía entenderlo quien tuviese realmente la virtud de la magnanimidad. Me parece que los chicos jóvenes, con su audacia, seguían mejor lo que Josemaría tenía que realizar” [268].
Quien no cesaba de dar sugerencias al fundador era Norberto Rodríguez. Escrivá de Balaguer lo refleja en sus anotaciones de los ejercicios espirituales que realizó en el mes de julio:
Lo que es indudable que llegará [estaba esperando unas notas de su confesor] es una o varias cuartillas o papelotes (esto es más fácil) del buen D. Norberto: y allí, con desvergüenza (¿por qué no le habrá devuelto también la vergüenza mi querido Don Cruz? [269]), me dirá todas las cosas desagradables que se le antojen. Claro, que esto lo hace siempre con plena rectitud de intención, y yo se lo agradezco y hasta deseo que lo haga. Pero, como su visión es muy subjetiva, aunque me aprovechan sus desahogos, a veces no son muy atinados. ¡El Señor me lo ponga bien de los nervios! [270].
Salvando la rectitud de intención de Norberto, Josemaría encontraba en ocasiones que sus sugerencias eran mortificantes, debido a las secuelas de la enfermedad que padecía, que se manifestaban en su carácter y en sus expresiones escritas.
Nada más salir de los ejercicios, el fundador se lanzó con las obras de la Residencia DYA, que iba a estar situada en dos plantas de la calle Ferraz, n. 50. En agosto empezaban las obras de acondicionamiento, y para noviembre ya la habían ocupado los primeros residentes. En definitiva, fue esta nueva “audacia” del fundador del Opus Dei –la Academia-Residencia DYA– la que constituyó, en palabras de Vázquez de Prada, “la prueba de fuego”, “el paso del mar Rojo” que se presentó ante el futuro de los que seguían en ese momento a don Josemaría [271]. Era una prueba externa, pero incidía directamente en su actitud interior, en su fe en el Opus Dei. Y algunos de aquellos sacerdotes miraban el problema desde un punto de vista fundamentalmente humano. Visto así, la futura residencia resultaba una imprudencia colosal, una locura. Si no tenía medios económicos, ¿cómo pensaba afrontar la apertura de una residencia? ¿No era mejor esperar un año? Era un razonamiento diverso al de Josemaría Escrivá de Balaguer pues, cuando lo meditaba ante Dios, pensaba que no podía esperar: “Señor: el retraso, para la Obra, no sería de un año... ¿No ves, Dios mío, qué otra formación se podrá dar a los nuestros, teniendo internado, y qué otra facilidad habrá para conseguir vocaciones nuevas? [...] ¿Un año? No seamos varones de vía estrecha, menores de edad, cortos de vista, sin horizonte sobrenatural... ¿Acaso trabajo para mí? ¡Pues, entonces!...”[272].
Fin de la Conferencia sacerdotal (1935)
Uno de aquellos sacerdotes comentó por entonces que el proyecto de DYA era comparable “al que se tira desde gran altura sin paracaídas, diciendo: Dios me salvará” [273]. Ante esa y otras actitudes que manifestaban que no comprendían, san Josemaría acudió el 3 de enero a su director espiritual, Valentín Sánchez Ruiz, y a Pedro Poveda, para hablar con ellos. Poveda le dio la clave para entender todo el problema: “Me dijo: «ahora es cuando se consolida la Obra». –Iba yo, apenadísimo, la noche aquella y sin saber encontrar el porqué de tal Cruz, cuando, de pronto, vi claro: me había ofrecido víctima de Amor días antes... y Jesús aceptaba, apretando donde más dolía” [274]. Y Sánchez Ruiz también había sido directo, según recordaría años más tarde el fundador: es “una de las pruebas patentes de la divinidad de nuestra empresa” [275]. Todo aquello era una prueba del Señor, le repetían aquellos hombres de gran calado espiritual [276]. El Señor se estaba sirviendo de esos acontecimientos para hacerle partícipe de la cruz, y purificar su alma: esa fue la lectura que finalmente hizo san Josemaría. Dios permitía las contrariedades: “Los sacerdotes no colaboran... y los chicos se dan perfecta cuenta. No es que no quieran la Obra y a mí –me quieren– pero el Señor permite muchas cosas, sin duda para aumentar el peso de la Cruz” [277].
Las dificultades eran patentes y serias. A las deudas económicas se unía
la falta de residentes para DYA, con plazas libres todavía a principios de 1935. Pero de ahí a que Escrivá de Balaguer perdiera la confianza en Dios había un abismo. Desde entonces, cuando algún sacerdote le decía que la academia era “un fracaso, por qué he de esperar yo que Dios me haga un milagro. ¡La catástrofe! ¡Las deudas!” [278], san Josemaría respondía con la oración y la mortificación ante Dios. Al mismo tiempo, también se daba cuenta de que, en vez de colaboradores, algunos sacerdotes estaban pasando a ser una carga, pues se movían con miras demasiado humanas, y como no tenían un “empeño decidido de hacer cosa propia aquella empresa divina” [279], la labor formativa y apostólica se entorpecía: “¡Qué cosas tiene Dios! ¡Cómo permite que personas virtuosas hagan esos papelones de instrumentos del diablo, para santificar a todos! Tienen poca visión sobrenatural, y un amor pobre a la Obra, que para ellos es un hijo postizo, mientras para mí es alma de mi alma. ¡Oh, Jesús mío qué seguridad me das! Porque no es tozudez: es luz de Dios, que me hace sentirme firme, como sobre roca” [280].
Ante este panorama, debía tomar alguna resolución. Lo primero que hizo fue distanciar a los sacerdotes de los universitarios que acudían a DYA. En enero, dejó ya establecido: “los sacerdotes, por ahora –ya diré hasta cuando– deben limitarse a la administración de sacramentos y a las funciones puramente eclesiásticas” [281]. Por otra parte, desde el mes de febrero no insistió en reunirlos para tener la Conferencia sacerdotal. Este paso, verdaderamente difícil después de tres años de reuniones semanales, intentó darlo sin grandes traumas, pues quizá en el futuro las aguas podrían volver a su cauce primigenio: “Procuraré sacarles el partido posible, hasta ver si se maduran en el espíritu de la Obra” [282]. Era el caso de Saturnino y Eliodoro, que le ayudaban más y entendían mejor el espíritu del Opus Dei [283]: Saturnino, por ejemplo, había pedido dinero para DYA a personas conocidas, entre otras a la familia Ruiz-Ballesteros, de la que era capellán y preceptor [284]; además, estaba dando clases de Religión en DYA durante ese curso académico 1934-1935 [285].
Después de adoptar estas medidas, miró hacia delante. El Opus Dei se estaba desarrollando, y eran muchos los temas pendientes. De hecho, en esos años –entre 1930 y 1935–, el apostolado del Opus Dei, especialmente con varones, se desarrolló de manera muy significativa: Isidoro Zorzano, Ricardo Fernández Vallespín, Juan Jiménez Vargas, José María González Barredo, Álvaro del Portillo, José María Hernández Garnica, Pedro Casciaro, Francisco Botella… Sin contar ya con los sacerdotes, el 21 de febrero reunió a tres de los primeros miembros de la Obra –Ricardo Fernández Vallespín, Juan Jiménez Vargas y Manuel Sainz de los Terreros– y les planteó la futura expansión de DYA [286]. Los sufrimientos de meses pasados se trocaron en alegrías: el 19 de marzo, los primeros fieles del Opus Dei hicieron una ceremonia de fidelidad, renovando su entrega a Dios en la Obra para siempre; y el 31, bendijo el oratorio de DYA, dejando reservada la Eucaristía por primera vez en un centro del Opus Dei [287]. El día 20 de marzo recapacitaba sobre el sentido profundo de aquellos acontecimientos: “¡Bendito seas, Jesús, que haces que no falte en esta fundación el sello Real de la Sta. Cruz!” [288].
El 10 de marzo escribió en sus Apuntes íntimos: “Hace días que no es posible tener la Conferencia sacerdotal que veníamos teniendo cada semana desde 1931” [289]. Las circunstancias, por tanto, habían cambiado definitivamente; entonces, ¿qué hacer con los sacerdotes? Pedro Poveda y su confesor le habían sugerido que los dejara totalmente. Josemaría Escrivá de Balaguer, después de pensarlo, prefirió seguir esperando. Le movían a ello la caridad, el ver “si se maduran en el espíritu de la Obra” [290], y el convencimiento de que todos habían actuado de buena fe. Meses más tarde, concluirá que ese modo de proceder –que no interviniesen en los apostolados del Opus Dei, pero que prestaran servicios ministeriales– había sido acertado:
Sin seguir el consejo del P. Sánchez y del P. Poveda, (tácito, el primero; y muy claramente expreso, el segundo) de echar a los Sacerdotes, por razones que la caridad me vedó indicar en las catalinas a su tiempo, como yo veo las virtudes de todos y la buena fe innegable, opté por el término medio de conllevarles, pero al margen de las actividades propias de la O., aprovechándonos siempre que sea necesario su ministerio sacerdotal [291].
Según Flavio Capucci, pasado aquel trance de cruz, que se unía a otros como los problemas económicos de su familia, las dificultades para incardinarse en Madrid, o el anticlericalismo de la calle, “el Fundador estaba capacitado definitivamente para asumir el papel al que el Señor le había destinado, precisamente porque aquellas pruebas habían dado evidencia plena a la convicción –que ya era absoluta para él [...]– de no ser nada y de no poder nada” [292]. La humildad es la verdad, y por eso todo lo ocurrido servía para entender con más fuerza que debía defender el espíritu recibido de Dios. Poco después –mes de agosto– se lo explicará a uno: “Aproveché para decir que en la Obra no hay más cabeza que yo (Jesús: humildad es fortaleza), y que yo consultaré lo que quiera, y dejaré de consultar lo que me parezca: porque en la Obra no hay más que un camino: obedecer o marcharse. Todo esto, dicho muy afectuosamente” [293].
San Josemaría nunca pensó que la Conferencia sacerdotal había sido un error. Con este instrumento, había dado pasos adelante en el apostolado personal con sacerdotes y había pedido su colaboración en los apostolados del Opus Dei. Lo que es más difícil de determinar es hasta qué punto aquellos presbíteros calaron en las características y el aspecto sobrenatural de la institución. Años más tarde, en una carta comentando el primer aniversario de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, y el momento en que por primera vez iban a ser ordenados sacerdotes miembros del Opus Dei, el fundador glosaba así lo sucedido:
En los primeros años de la labor acepté la colaboración de unos pocos sacerdotes, que mostraron su deseo de vincularse al Opus Dei de alguna manera. Pronto me hizo ver el Señor con toda claridad que –siendo buenos, y aun buenísimos– no eran ellos los llamados a cumplir aquella misión, que antes he señalado. Por eso, en un documento antiguo, dispuse que por entonces –ya diría hasta cuándo– debían limitarse a la administración de los sacramentos y a las funciones puramente eclesiásticas.
Sin embargo, como no acertaban a entender lo que el Señor nos pedía, especialmente en el apostolado específico de la Sección femenina –dos o tres de ellos llegaron a ser como mi corona de espinas, porque desorientaban y sembraban confusión–, pronto tuve que prescindir de su ayuda. Llamé desde entonces ocasionalmente a otros sacerdotes, no vinculados de ningún modo a la Obra, para confesar a los de Casa y para la celebración de las ceremonias litúrgicas, hasta tanto que lográramos la solución adecuada a esta importante necesidad [294].
Aunque escape a lo estudiado en estas páginas, apuntamos que a lo largo de toda su vida, el trato del fundador del Opus Dei con aquellos presbíteros se mantuvo e incluso incrementó. Sí que mencionamos que, durante el curso académico 1935-36, Josemaría Escrivá encargó a Blas Romero que diese a los universitarios que vivían o acudían a DYA un curso de liturgia y canto litúrgico. Pedro Casciaro, por entonces residente de DYA, recordaba la gran aceptación que tenía “don Blas Romero Cano, un sacerdote manchego, de cincuenta y pocos años que, si no me falla la memoria, estaba adscrito a la parroquia de Santa Bárbara. Don Blas nos daba clase de canto gregoriano, porque el Padre deseaba que cuidásemos con el mayor esmero posible todo lo relacionado con el Señor y, muy en concreto, los actos litúrgicos”[295]. Vicente Blanco también tuvo a su cargo unas clases de apologética en la residencia [296]. Sebastián Cirac presentó en esos meses a un amigo suyo de Caspe, José María Albareda, a Escrivá de Balaguer [297]. Lino Vea-Murguía pasaba por DYA con frecuencia para estar con don Josemaría [298]. Y Eliodoro Gil permaneció vinculado al Opus Dei y con los años fue socio de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz[299]. Caso singular fue el de Norberto Rodríguez, que acudía a DYA todos los miércoles para almorzar, y era atendido por Josemaría Escrivá de Balaguer con gran delicadeza a pesar de que la enfermedad de ese presbítero a veces hacía difícil el trato [300].
Conclusiones
La fundación del Opus Dei, el 2 de octubre de 1928, hizo ver a san Josemaría que la Obra tendría que estar compuesta por presbíteros y laicos. En 1930, el fundador escribió que los sacerdotes incardinados en el Opus Dei provendrían de sus miembros laicos, afirmación que se hizo realidad a partir de 1944, año de la primera ordenación de miembros de la Obra, tras haber recibido de Dios otra luz fundacional el 14 de febrero de 1943, mediante la cual nació la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. A la vez, en 1950, san Josemaría entendió que podían adscribirse a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz también los sacerdotes diocesanos.
Históricamente, la primera experiencia concreta de formación de sacerdotes en el espíritu del Opus Dei se produjo en Madrid durante los años 1932-1935, coincidiendo con la Segunda República española. El interés por el estudio de este conjunto de presbíteros es grande, porque ayuda a entender con más precisión algunos aspectos relacionados con los comienzos del Opus Dei. En estas páginas hemos ofrecido un bosquejo a la luz de la documentación ya disponible y de la bibliografía publicada, aunque todo lo dicho deberá ser desarrollado con investigaciones más extensas, concretamente cuando se disponga de más documentación.
Como fundador del Opus Dei que era, Josemaría Escrivá de Balaguer atrajo a la Obra a unos cuantos sacerdotes gracias a su celo apostólico. Eran en total diez sacerdotes diocesanos: reunió a seis a lo largo del primer semestre de 1932 y, durante los dos años siguientes, tan sólo hubo cuatro nuevas incorporaciones. Este cambio de ritmo, a nuestro parecer, fue premeditado: después de conseguir una agrupación inicial, el fundador dedicó sus energías a darles formación. San Josemaría los consideraba como personas “pertenecientes de hecho al fenómeno pastoral que estaba tratando de poner en práctica, aunque por el momento faltara una fórmula jurídica precisa que permitiese la formalización de unos compromisos vocacionales específicos” [301].
Para formarles en el espíritu del Opus Dei, explicándoles con detalle lo que había recibido de Dios, Josemaría Escrivá los reunió semanalmente en casa de uno de ellos, Norberto Rodríguez, y desde 1933 en su propia casa de la calle Martínez Campos. Las reuniones comenzaron el 22 de febrero de 1932. El fundador del Opus Dei denominaba a la reunión Conferencia sacerdotal o conferencia de los lunes, porque tenía lugar ese día de la semana. Como el Opus Dei –en cuyo contexto hay que situar la Conferencia sacerdotal– no tenía un marco jurídico completo –reglamento, praxis de vinculación a la Obra, etc.–, el fundador pensaba que primero tenía que abrirse paso el carisma recibido, y después vendría la formulación jurídica precisa.
En 1934, las reuniones de sacerdotes entraron en crisis debido a diversas dificultades relacionadas –según ya señalamos– con la puesta en marcha de la Academia DYA. Como resultado, las conferencias finalizaron a principios de 1935. El problema de fondo se resume en una idea: no entendieron que Josemaría Escrivá de Balaguer era el depositario de una empresa sobrenatural que saldría adelante a pesar de las dificultades. Esta problemática tuvo varias manifestaciones. En primer lugar, algunos no reconocieron la autoridad única de san Josemaría como fundador del Opus Dei. En segundo lugar, hubo por parte de algunos de esos sacerdotes una falta de confianza, de fe, en las audaces obras apostólicas impulsadas por Escrivá de Balaguer, lo que se hizo especialmente patente –y doloroso– en la creación y desarrollo de la Academia-Residencia DYA. La tercera manifestación de esta falta de comprensión fue que en la atención de las primeras mujeres que se habían acercado a los apostolados de la Obra procedieron con buena voluntad, pero inspirándose en la vida religiosa. Estos fueron, en nuestra opinión, los principales motivos desencadenantes de la decisión de Josemaría Escrivá de Balaguer de apartar a esos sacerdotes de la intervención directa en los apostolados del Opus Dei, puesto que estaban empezando a hacer una labor distinta a la que él sabía que era la voluntad de Dios.
A principios de los años treinta, algunos de los que daban humanamente más esperanzas de ayudarle, faltaron. José María Somoano, plenamente identificado con el espíritu del Opus Dei –“entusiasmado”, había escrito San Josemaría tantas veces en su diario– murió en julio de 1932. La Conferencia sacerdotal, que llegó a reunir ocho presbíteros, tuvo que disolverse; y cuando estalló la Guerra Civil, el dinero familiar empleado en DYA también se perdió. El fundador del Opus Dei se quedó en 1936 sin las actividades apostólicas iniciadas con sacerdotes y con mujeres, sin dinero, y sin algunos de los primeros, que habían fallecido (como Luis Gordon o María Ignacia García Escobar) o se habían alejado de él, aunque otros perseveraron y en los años sucesivos se afianzaron en el camino emprendido: la fe de san Josemaría no se resquebrajó en ningún momento. Siguió trabajando, apoyándose en la filiación divina, y el amplio desarrollo apostólico del Opus Dei se convirtió en una realidad poco después.
José Luis González Gullón y Jaume Aurell, en dialnet.unirioja.es/
Notas:
205 Cfr. J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 130.
206 Diario de José María Somoano, AGP, serie A-5, leg. 244, carp. 1, exp. 1, cit. en J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 130. “O. de D.”: Obra de Dios. En seguida Josemaría Escrivá de Balaguer pondría en marcha los enchufes. Ese mismo mes recogerá en sus Apuntes: “Lino y los dos José Marías [Somoano y Vegas] se han encargado, cada uno, de una vocación. He pedido que aprovechen, con este fin, la expiación del hospital del Rey” (Apínt. n. 545 [5-I-1932], cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 434).
207 Apínt. n. 541 (4-I-1932), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 433. San Josemaría había encargado a la madre tornera del convento de Santa Isabel que ofreciera oración y mortificación por una intención suya.
208 Diario de José María Somoano, AGP, serie A-5, leg. 244, carp. 1, exp. 1, cit. en J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 131.
209 J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 132.
210 Testimonio de Leopoldo Somoano, 27-V-1978, en J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 133.
211 Cfr. Apínt. n. 640 (7-III-1932), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 434.
212 Diario de José María Somoano, AGP, serie A-5, leg. 244, carp. 1, exp. 1, cit. en J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 133.
213 Cfr. J. M. Cejas, La paz y la alegría..., pp. 96-99.
214 Apínt. n. 545 (5-I-1932), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, pp. 433-434.
215 Testimonio de José María García Lahiguera, en B. Badrinas, Beato Josemaría..., p. 149.
216 “Yo, a consecuencia de la charla con D. Norberto en la mañana de ese día [2 de enero], andaba caído de fuerzas y estuve, por la tarde al charlar con Somoano, más premioso que de costumbre. Ya pertenece este amigo a la Obra” (Apínt. n. 541 [4-I-1932], cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 453).
217 Cfr. Apínt. n. 598 (15-II-1932), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 403.
218 Cfr. J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 133.
219 Apínt. n. 613 (II-1932), cit. en Camino, ed. crít., p. 562.
220 Camino, ed. crít., p. 548.
221 Años más tarde –con la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz– las conferencias o círculos de estudio se difundirían por todo el mundo, como un medio destinado a colaborar en la formación espiritual y en la fraternidad entre los sacerdotes. Cfr. Lucas F. Mateo-Seco – Rafael Rodríguez-Ocaña, Sacerdotes en el Opus Dei. Secularidad, vocación y ministerio, Pamplona, Eunsa, 1994.
222 Según Pedro Cantero, a aquellos sacerdotes “el Padre los informaba con el espíritu que había recibido del Señor. Recuerdo que don Norberto Rodríguez me contó que el Padre les consideraba como de la Obra” (Testimonio de Pedro Cantero Cuadrado, en B. Badrinas, Beato Josemaría..., p. 67). Al mismo Cantero, Josemaría Escrivá de Balaguer le entregó un largo escrito, fechado el 19 de febrero de aquel año 1932, en el que explicaba los fines y el significado del Opus Dei (cfr. Camino, ed. crít., p. 226, nt. 32).
223 Apínt. n. 685 (5-IV-1932), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 434. Vázquez de Prada explica el sentido de la “vocación de expiación”: “El Fundador se sentía movido interiormente por el Señor para trabajar entre enfermos, poniendo el fundamento de dolor expiatorio, preciso para levantar la Obra” (ibid., p. 434).
224 Cfr. J. M. Cejas, La paz y la alegría..., p. 108.
225 Diario de José María Somoano, AGP, serie A-5, leg. 244, carp. 1, exp. 1, cit. en J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 147. María exultaba con su vocación al Opus Dei, como escribe dos días más tarde: “El 9 de abril de 1932, jamás podrá borrarse de mi memoria. De nuevo me eliges buen Jesús, para que siga tus divinas pisadas... ¿qué viste en mí, mi enamorado Amante, para dispensarme tan señalado favor? –Sé que no lo merezco... –Confundida y rebosando mi corazón de gratitud, te digo: ¡Gracias Jesús mío! gracias, por tanta bondad” (Diario de María Ignacia García Escobar, 11-IV-1932, AGP, serie A-5, leg. 214, carp. 1, exp. 1, cit. en J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 239).
226 Cfr. A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 458.
227 Cfr. Apínt. n. 693 (11-IV-1932), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 458, y J. M. Cejas, La paz y la alegría..., p. 112. Al día siguiente, aparecía José María Vegas por el Hospital del Rey para saludar a Somoano. Venía de estar en “misiones” por algunos pueblos de la diócesis de Madrid-Alcalá. Le contó a Somoano sus “impresiones malísimas del clero”, y aquello le produjo al capellán gran “indignación y lástima”. (Diario de José María Somoano, AGP, serie A-5, leg. 244, carp. 1, exp. 1, cit. en J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 153).
228 J. M. Cejas, La paz y la alegría..., p. 115.
229 María Ignacia García Escobar, Del grande entusiasmo..., AGP, serie A-5, leg. 244, carp. 1, exp. 1, p. 6, cit. en J. M. Cejas, José María Somoano..., pp. 154-155.
230 Cfr. A. Montero Moreno, op. cit., pp. 25-33.
231 Diario de José María Somoano, AGP, serie A-5, leg. 244, carp. 1, exp. 1, cit. en J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 161.
232 Diario de José María Somoano, AGP, serie A-5, leg. 244, carp. 1, exp. 1, cit. en J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 161.
233 Cfr. Relación testimonial de Saturnino de Dios Carrasco, Gijón, 30-VIII-1975, AGP, serie A-5, leg. 208, carp. 2, exp. 12, p. 1.
234 Diario de José María Somoano, AGP, serie A-5, leg. 244, carp. 1, exp. 1, cit. en J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 170.
235 Diario de José María Somoano, AGP, serie A-5, leg. 244, carp. 1, exp. 1, cit. en J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 174.
236 Apínt. n. 771 (11-VII-1932), cit. en Camino, ed. crít., p. 548, nt. 11.
237 Nota necrológica sobre don José María Somoano, 16-VII-1932, cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 624.
238 Vid. nt. 158.
239 Testimonio de Leopoldo Somoano, 14-II-1993, p. 5, cit. en J. M. Cejas, La paz y la alegría..., p. 141.
240 Apínt. n. 789 (19-VII-1932), cit. en F. Capucci, cit., p. 173.
241 Carta de José María Vegas a san Josemaría, 24-VIII-1932, cit. en J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 194.
242 Carta de José María Vegas a san Josemaría, Sigüenza, 27-VIII-1932, cit. en J. M. Cejas, José María Somoano..., pp. 194-195. Tanto Vegas como Somoano habían ofrecido su vida a Dios por España antes de su relación con san Josemaría (cfr. John F. Coverdale, La fundación del Opus Dei, Madrid, Ariel, 2002, p. 103). La realidad es que el fundador de la Obra no compartía el “victimismo” por ser ajeno al espíritu del Opus Dei. En el caso de José María Somoano, comentó expresamente que, de haber sabido su ofrecimiento, se lo hubiese prohibido (cfr. Testimonio de Leopoldo Somoano, 27-V-1978, en J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 180). Sobre este tema, cfr. Camino, ed. crít., pp. 350, nt. 17 y pp. 373-374. Vid. también A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 315, nt. 163: “Nunca tuve simpatía ni a la palabra, ni al contenido del victimismo”.
243 Apínt. n. 834 (28-IX-1932), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 456.
244 Cfr. A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, pp. 481-482.
245 El 15 de enero había conseguido una nueva catequesis en el colegio Divino Redentor, situado en La Ventilla, también llamada Barriada de los Pinos: “Día 19 de enero de 1933 [...]. Estuve el domingo último en Pinos Altos o Los Pinos, donde hay un colegio de religiosas, en el que tendremos desde el próximo 22 nuestras catequesis. El martes, a pesar de la gran nevada, fuimos Lino y yo a ver el local y a saludar a las monjitas, que tienen muy buen espíritu, y al Capellán. Se pasmaron de vernos llegar entre la nieve: con tan poca cosa, nos hemos ganado al Señor” (Apínt. n. 907 [19-I-1933], cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 481).
246 Cfr. A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 482.
247 San Josemaría “alquiló el piso de Martínez Campos con la idea de no tener que recurrir a casa ajena para las reuniones con los estudiantes o con los sacerdotes” (A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 491). Residió en Martínez Campos, n. 4, desde diciembre de 1932 hasta el verano de 1934. Cfr., ibid., p. 478.
248 Testimonio de Pedro Cantero Cuadrado, en B. Badrinas, Beato Josemaría..., p. 71.
249 Relación testimonial de Braulia García Escobar, Hornachuelos, 29-VIII-1975, AGP, serie A-5, leg. 212, carp. 2, exp. 16, p. 4, cit. en J. M. Cejas, La paz y la alegría..., p. 166.
250 La idea venía de atrás, pero se le había hecho perentoria en el verano, durante su retiro espiritual en los redentoristas de Madrid: “¡Qué solo me encuentro a veces! Es necesario abrir la Academia, pase lo que pase, a pesar de todo y de todos” (Apínt. n. 1049 [12-VIII-1933], cit. En A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 505).
251 Relación testimonial de Ricardo Fernández Vallespín, Madrid 7-VII-1975, AGP, serie A-5, leg. 210, carp. 2, exp. 6, p. 12, cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 510.
252 A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 534. Cita como referencia Apínt. nn. 1127 (2-II-1934) y 1037 (VII-1933).
253 A. de Fuenmayor et al., op. cit., p. 77.
254 Sobre el particular, cfr. A. de Fuenmayor et al., op. cit., pp. 74-78 (“En busca de nuevas formulaciones terminológico-conceptuales”).
255 Apínt. n. 1150 (III-1934), cit. en A. de Fuenmayor et al., op. cit., p. 77. La solución no se adecuaba a lo que el espíritu del Opus Dei reclamaba; de ahí el itinerario de oración y empeño que culminó con la erección del Opus Dei en Prelatura Personal (1982), momento desde el cual la relación de la prelatura con sus miembros tiene origen en un vínculo de carácter contractual. Cfr. A. de Fuenmayor et al., op. cit., pp. 321 y 472-474.
256 El sentido de esa cruz se encuentra expresado en el punto 178 de Camino: “Cuando veas una pobre Cruz de palo, sola, despreciable y sin valor... y sin Crucifijo, no olvides que esa Cruz es tu Cruz: la de cada día, la escondida, sin brillo y sin consuelo..., que está esperando el Crucifijo que le falta: y ese Crucifijo has de ser tú”. Este punto corresponde a la anotación en Apínt. n. 1102, de 5 de enero de 1934.
257 Apínt. n. 1285 (3-X-1935), cit. en Camino, ed. crít., p. 376. “Casa del Ángel Custodio”: la Academia DYA. “Santo sacerdote”: Lino Vea-Murguía.
258 Por ejemplo, en mayo, Eliodoro le contaba cómo vivía algunos aspectos del espíritu del Opus Dei: “No olvido que los Santos Ángeles juegan un papel importantísimo en la Obra” (Carta de Eliodoro Gil Rivera a san Josemaría, León, 8-V-1934, cit. en Camino, ed. crít., p. 714).
259 Cfr. Camino, ed. crít., pp. 41-48.
260 Apínt. n. 1435 (XII-1937), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, pp. 536-537.
261 Apínt. n. 1753 (VII-1934), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, pp. 510-511.
262 Apínt. n. 1751 (VII-1934), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 561.
263 Apínt. n. 1789 (VII-1934), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 561. “H.H.”: Hermanos.
264 A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 501.
265 Felisa Alcolea, que pidió la admisión en la Obra en marzo de 1934, recuerda: “Tuvimos alguna reunión más con don Josemaría, pero poco después, como tenía mucho trabajo, fue don Lino Vea-Murguía el que se ocupó especialmente de nosotras” (Relación testimonial de Felisa Alcolea Millana, Madrid, 10-XI-1977, AGP, serie A-5, leg. 191, carp. 3, exp. 9, p. 2, cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 562). Sobre Felisa Alcolea, cfr. A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, pp. 561-564.
266 A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 562.
267 A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 534.
268 Testimonio de Pedro Cantero Cuadrado, en B. Badrinas, Beato Josemaría..., p. 68.
269 Sobre el término “desvergüenza” en Consideraciones Espirituales, cfr. Camino, ed. crít., p. 46. “Don Cruz”: Cruz Laplana, obispo de Cuenca.
270 Apínt. n. 1739 (16-VII-1934), cit. en Camino, ed. crít., p. 46, nt. 112.
271 A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 535.
272 Apínt. nn. 1754-1755 (VII-1934), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, pp. 535-536.
273 Apínt. n. 1210 (I-1935), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 535.
274 Apínt. n. 1213 (I-1935), cit. en F. Capucci, cit., p. 174.
275 Apínt. n. 1435 (21-XII-1937), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, pp. 536-537.
276 Cfr. Apínt. n. 1229 (II-1935), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 540.
277 Apínt. n. 1217 (28-I-1935), cit. en F. Capucci, cit., p. 174.
278 Apínt. n. 1227 (II-1935), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 540.
279 A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 534.
280 Apínt. n. 1232 (21-II-1935), cit. en F. Capucci, cit., pp. 174-175, nt. 70.
281 Josemaría Escrivá de Balaguer, Instrucción, 9-I-1935, cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. II, p. 595, nt. 70.
282 Apínt. n. 1233 (II-1935), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 541.
283 Cfr. Apínt. nn. 1217 y 1235 (II-1935), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 541.
284 Cfr. S. Bernal, op. cit., p. 176.
285 Cfr. AGP, serie A-3, leg. 174, carp. 2, exp. 3, doc. 3, cit. en Camino, ed. crít., p. 43, nt. 104.
286 Cfr. Apínt. n. 1234 (II-1935), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 541.
287 Cfr. A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, pp. 542-546.
288 Apínt. n. 1246 (21-III-1935), cit. en F. Capucci, cit., p. 175.
289 Apínt. n. 1243 (10-III-1935), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 542.
290 Apínt. n. 1233 (II-1935), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 541.
291 Apínt. n. 1277 (30-VIII-1935), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 542.
292 F. Capucci, “Croce e abbandono...”, cit., p. 175.
293 Apínt. n. 1303 (25-XI-1935), cit. en F. Capucci, cit., p. 175. San Josemaría había escrito en Consideraciones Espirituales, publicadas en diciembre de 1932: “El espíritu de la O. es obedecer o marcharse” (Camino, ed. crít., p. 1072). “O.”: Obra.
294 Josemaría Escrivá de Balaguer, Carta 14-II-1944, n. 9, cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. II, p. 595. “de Casa”: miembros del Opus Dei.
295 P. Casciaro, op. cit., p. 55. Continúa: “Nunca podré olvidar aquellas clases de canto, a primeras horas de la tarde, con don Blas. Venía los sábados, antes de que la Residencia comenzara a llenarse de estudiantes. Antes de llegar, le habíamos preparado el bonete y una buena dosis de bicarbonato, dos elementos mucho más importantes para el canto de lo que pueda parecer a simple vista: sin bonete no había clase, porque don Blas decía que se constipaba; y sin bicarbonato, no podía cantar; nos lo pedía con frecuencia, se lo dábamos y, entre canto y canto, se lo iba echando, primero en la mano y luego, con fuerza, a la garganta, mientras seguía dirigiendo el coro con gran vigor, incoando el canto del Salmo número 2” (ibid.).
296 Cfr. Ficha de personal, Madrid, 6-VII-1939, AGCAM, XV, A b.
297 Cfr. Camino, ed. crít., p. 54, nt. 9. Cirac pasaba unos días en España, pero estaba ese curso académico residiendo en Alemania.
298 Cfr. P. Casciaro, op. cit., pp. 54-55.
299 Cfr. Romana. Boletín de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei, 16 (2000), p. 109.
300 Cfr. P. Casciaro, op. cit., p. 56.
301 F. Capucci, cit., p. Cfr. también A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. III, p. 75, nt. 04.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
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