Saturnino de Dios Carrasco
A partir de noviembre de 1931, san Josemaría comenzó a atender enfermos en el Hospital General [112]. Entre los jóvenes que también acudían como voluntarios, y que se reunían en una hermandad –la Congregación de San Felipe Neri–, se encontraba Luis Gordon. En breve tiempo, Luis comenzó a tener dirección espiritual con el fundador del Opus Dei. A través de un hermano de Luis Gordon, Josemaría Escrivá de Balaguer conoció durante aquel curso académico 1931-32 [113] a Saturnino de Dios, sacerdote que acababa de llegar a Madrid. Saturnino recordaba el encuentro vagamente: “Tenía yo amistad con Ángel Gordon Picardo, compañero mío de estudios en Comillas. Creo que fue la amistad con esta familia la que me llevó a conocer y tratar con D. Josemaría en Madrid. Le conocí un domingo por la tarde en el Hospital General. Acompañaba a Luis Gordon a visitar y cuidar a los enfermos de aquel Hospital, que era de ambiente bastante sórdido” [114].
Saturnino había nacido el 14 de diciembre de 1906 en Arabayona de Mógica (Salamanca). Cuando cursaba su último año de primaria, fue a vivir con su tío, párroco de Vitigudino. Quizá fuese esta cercanía con la vida sacerdotal la que le decidió a estudiar teología. La solicitud de plaza en Comillas está redactada por su tío, y señala: “Los deseos de su Encargado son que se le enseñe y eduque stylo [sic] jesuítico, y para que sea un buen sacerdote o lo que Dios disponga el día de mañana” [115].
Saturnino concluyó sus estudios en 1931, y recibió la ordenación sacerdotal ese año, quedando incardinado en la diócesis de Salamanca. Nada más salir de Comillas, pasó a ser capellán de una familia acomodada residente en Gijón, los Ruiz-Ballesteros [116]. El matrimonio, que no tenía descendencia, había adoptado un niño inglés llamado Antonio Harrison Davies. Saturnino recibió el encargo de ser su preceptor. Y éstas fueron las circunstancias que facilitaron su entrada en Madrid, porque la familia Ruiz-Ballesteros se trasladó a la capital en el otoño de 1931.
Durante los años republicanos, los Ruiz-Ballesteros residieron en la calle O’Donell, n. 9, y más tarde en la calle Villanueva, n. 27. Cuando llegaba el verano, se mudaban a su quinta de Gijón; en todos estos desplazamientos, su capellán les acompañaba. Con tiempo libre por delante, Saturnino se matriculó en Madrid en la facultad de Filosofía y Letras de la Central, donde llegaría a conseguir el doctorado [117]. Además, como sus obligaciones de capellán y preceptor no eran numerosas, Josemaría Escrivá de Balaguer se apoyó en él para que colaborase en los comienzos de la Academia-Residencia DYA. En el curso 1934-35, Saturnino dio clases de religión a universitarios, y atendió las confesiones de quienes lo solicitaban [118].
En enero de 1935, Josemaría Escrivá solicitó al ministro de Trabajo, Sanidad y Previsión Social, José Oriol Anguera de Sojo, que Saturnino de Dios fuese nombrado capellán de Santa Isabel. La respuesta ministerial fue negativa y, con el paso de los meses, los planes se iban a torcer aún más. En verano de 1935, Saturnino concluía su tarea como capellán de los Ruiz-Ballesteros, y se trasladaba a Mieres (Asturias) para trabajar en el Liceo Mierense y licenciarse en historia en la Universidad de Salamanca. La distancia hizo que se alejase poco a poco del trato con Josemaría [119].
Aunque estaba establecido en Asturias, la Guerra Civil sorprendió a Saturnino en Madrid. Fue recluido en San Antón, colegio de los escolapios que había sido habilitado como cárcel, pero conservó la vida a pesar de ser sacerdote. Al acabar la guerra, obtuvo por oposición una canongía en la Colegial y Magistral del Sacro-Monte, Granada [120]. Saturnino de Dios falleció en 1981, a los setenta y cuatro años de edad.
Eliodoro Gil Rivera
Pedro Poveda, sacerdote y fundador de la Institución Teresiana [121], trabajaba en Madrid como secretario de la Procapellanía Mayor [122]. En su casa –Alameda, n. 7– se encontraba Josemaría Escrivá de Balaguer el 7 de diciembre de 1931. Ese día acudió al mismo domicilio Eliodoro Gil, sacerdote leonés conocido de Pedro Poveda. Años después, Eliodoro rememoraría aquel encuentro: “Yo había conocido a don Pedro Poveda, poco después de ordenarme –en Comillas, por León, en 1927–, en Oviedo [...]. El padre Poveda me presentó a Josemaría Escrivá como un sacerdote al que quería y veneraba mucho, a pesar de sus pocos años. [...]. Eso ocurría en la víspera de la Inmaculada del año 1931” [123].
Eliodoro había nacido el 27 de octubre de 1903 en Villada, pueblo de la provincia de Palencia y diócesis de León. Se trasladó a Comillas (Cantabria) en 1915, y allí permaneció doce años, hasta que completó sus estudios de bachillerato y de teología con buenas calificaciones (su nota media fue de meritissimus, la más alta [124]). Una vez licenciado, recibió la ordenación sacerdotal el 25 de julio de 1927 a título de patrimonio. Dedicó un año más a ampliar estudios, yendo a la Universidad Pontificia de Valladolid, donde consiguió en enero de 1928 el doctorado de teología. Ese mismo mes fue hasta Oviedo “a fin de desempeñar el cargo de Capellán Preceptor de la familia de d. José Antonio Caicoya” [125].
En octubre de 1929, Eliodoro regresó a su tierra, y recibió el encargo de ser durante unos meses coadjutor de la parroquia de San Martín. A partir de febrero de 1930 se produjo un corte en lo que habitualmente se denominaba la “carrera eclesiástica”, pues dejó de tener cargos durante tres años. Hay que tener en cuenta que Eliodoro tenía bienes familiares suficientes para sustentarse –su ordenación a título de patrimonio así lo indica–, y que son, además, los años en los que se desplaza con frecuencia a Madrid, conociendo allí, entre otras personas, a Josemaría Escrivá de Balaguer.
El 15 de febrero de 1933 obtuvo un nuevo nombramiento por parte del obispado de León: coadjutor de la Parroquia de San Marcelo. En realidad, Eliodoro acudió poco a San Marcelo porque la parroquia tenía una filial, la iglesia de San Juan de Renueva, que fue la que atendió. De hecho, cuando en 1940 San Juan fue elevada a la categoría de parroquia, Eliodoro Gil se mantuvo allí como ecónomo. Dos años más tarde, dejó San Juan y ocupó el puesto de capellán del colegio de las religiosas asuncionistas. Y en 1944 sirvió en el Seminario de León como Mayordomo o encargado de la administración [126].
Hasta entonces, Eliodoro había residido en León con su madre y una hermana, ayudando a la diócesis en diversas tareas. Pero en septiembre de 1944 se trasladó a la diócesis de Tuy para ocupar una canonjía y ser canciller secretario del obispo de aquella ciudad, el agustino José López Ortiz. Allí permaneció con su familia hasta febrero de 1969, año en que fray José ocupó la sede del vicariato castrense, en Madrid. Eliodoro fue con mons. López Ortiz a la capital –su madre y su hermana habían fallecido– y allí se estableció definitivamente hasta su muerte, que se produjo siendo ya muy anciano –tenía 96 años–, el 26 de abril de 2000 [127].
José María Vegas Pérez
El 1 de enero de 1932, en la iglesia de las esclavas, Lino Vea-Murguía presentó a Josemaría Escrivá de Balaguer un amigo del seminario que se llamaba José María Vegas [128]. Había nacido en la calle del Carmen, en Madrid, el 22 de octubre de 1902, el mismo año que san Josemaría [129]. Su padre, Miguel Vegas y Puebla Collado, natural de Madrid, regentaba la cátedra de geometría analítica en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central; era un hombre de gran prestigio [130]. Su madre, María de la Piedad Pérez Peñalver, era natural de Arenas de San Pedro (Ávila). Una característica de la familia Vegas Pérez fue, sin duda, su profunda fe cristiana. El padre era segundo presidente de la Junta Central de Acción Católica, cargo en el que sucedió al marqués de Comillas, fallecido con fama de santidad; y la madre fue una mujer muy piadosa, que supo educar en la fe a sus doce hijos.
El itinerario de José María Vegas puede trazarse siguiendo los diversos estudios y trabajos que realizó: a los 16 años empezó el seminario, cursando dos años de latín, dos de filosofía, y cuatro de teología [131]. Recibió la ordenación sacerdotal el 11 de junio de 1927, y quedó incardinado a servicio de la Diócesis de Madrid-Alcalá. Al día siguiente recibió las oportunas licencias para celebrar Misa en cualquier iglesia o parroquia de la diócesis. Resulta significativo, por lo extraordinario, que el obispado no le hubiese dado un encargo pastoral lejano a la capital, como era habitual por entonces cuando se trataba de los primeros destinos pastorales [132]. Quizá influyó en este caso el prestigio profesional de su padre. Lo cierto es que vivió siempre en casa de sus padres –calle del Pez, n. 1–, y que comenzó a trabajar como capellán auxiliar de la cercana Parroquia de San Martín. Allí estuvo tres años hasta que recibió su primer nombramiento oficial como capellán tercero de una capilla célebre de Madrid: el Santísimo Cristo de San Ginés.
Conocemos algunos detalles de la personalidad de José María. Tenía un carácter optimista, que le llevaba a ser audaz y alegre, con sentido del humor. A la vez, era un hombre piadoso. Profesaba gran devoción al santo cura de Ars, cuyas obras leía con frecuencia, según recordaba el p. Royo Marín, que le conoció en 1932 [133].
Vegas permaneció en San Ginés desde 1930 hasta abril de 1935. Como la atención de la capellanía no le llevaba excesivo tiempo, su celo le movió a buscar más trabajo sacerdotal. Fue “Consiliario de la Juventud Femenina de A. C. de S. Ginés, Capellán Penitenciario de la Real Congregación del Santísimo Cristo de San Ginés, cuyos cargos alternaba con varias obras de celo en las que ponía todo el entusiasmo y el ardor de que era capaz aquella alma gigante saturada del Amor de Cristo y deseosa sólo del bien de las almas” [134].
La llegada de Somoano a Madrid procedente de la Sierra parece estar relacionada con el comienzo de una labor evangelizadora más intensa de José María Vegas con los necesitados. En el primer trimestre de 1932, fue de misiones por algunos pueblos de la provincia de Madrid. Era la primera vez que salía de la capital para ejercer su ministerio, y sacó mala impresión de la situación del clero en la Sierra [135]. De la época republicana hay constancia de los ejercicios espirituales que realizó en el verano de 1932, desplazándose al convento de los carmelitas descalzos de Segovia del 31 de julio al 6 de agosto. Lógicamente, fue renovando periódicamente sus licencias para celebrar la Misa, confesar y predicar [136].
En el año 1935 obtuvo un puesto de cierto relieve entre el clero madrileño, aunque no exento de grandes peligros, dadas las circunstancias del momento: el 28 de abril tomó posesión como rector del Cerro de los Ángeles [137]. Lo cuenta una breve biografía suya que se encuentra entre la documentación del archivo diocesano:
Nombrado en 1934 [sic] Rector del Santuario del Cerro de los Ángeles, desarrolló sus energías, a pesar de ser tiempos muy difíciles. Desde los primeros momentos de la revolución, se sabía que el Cerro de los Ángeles, por lo que simbolizaba, habría de ser objeto de las iras marxistas, como ya lo había sido meses antes en que intentaron derribar el monumento del Sagrado Corazón y asesinar a los sacerdotes que allí prestaban sus servicios [138].
La realidad no hizo más que confirmar las funestas sospechas. Una vez comenzada la Guerra Civil, José María Vegas encontró refugio en casa de sus padres [139]. Éstos hicieron varias pesquisas, y concluyeron que el mejor sitio para mantener escondido a su hijo era la comisaría de policía, porque podía quedar en calidad de detenido, a resguardo de males mayores. Así se hizo, pero al cabo de unos días la policía lo trasladó a la Cárcel de San Antón. Allí fue incluido en la “saca” del 27 de noviembre de 1936 [140], para ser fusilado en Paracuellos del Jarama [141].
José María Somoano Berdasco
El 1 de enero de 1932, el fundador del Opus Dei había conocido a José María Vegas. Al día siguiente se producía otro encuentro que también iba a forjar una sólida amistad: Lino le presentaba a José María Somoano, capellán del Hospital del Rey.
A diferencia de los demás sacerdotes de los que hemos tratado hasta el momento, tenemos la suerte de contar con una excelente biografía de José María Somoano [142]. Su padre, Vicente, era abogado, y oriundo de Cuadroveña (Oviedo). Su madre, María, era madrileña. Los Somoano Berdasco contrajeron matrimonio en junio de 1901, y tuvieron doce hijos, ocho varones y cuatro mujeres. José María fue el primogénito de la saga. Arriondas, pueblecito asturiano de ganaderos y agricultores, le había visto nacer el 4 de febrero de 1902. Allí realizó sus primeros estudios hasta que, en otoño de 1915, se trasladó a Alcalá de Henares (Madrid) para comenzar a estudiar humanidades y filosofía en el seminario menor. Sus padres decidieron que acudiera a la diócesis de Madrid-Alcalá después de ponerse en contacto con Manuel Fernández Díaz, sacerdote asturiano y abad de la Colegiata de Alcalá de Henares [143].
A comienzos del curso académico 1922-1923, José María pasó de Alcalá a Madrid, donde continuó su formación en el seminario conciliar. Hizo cuatro años de teología –hasta el verano de 1926– y uno de derecho canónico. Sus calificaciones fueron buenas, pero no sobresalientes: la nota dominante de la carrera, tanto en filosofía como en teología, fue Benemeritus [144]. El 11 de junio de 1927, junto con otros catorce jóvenes, José María Somoano recibió la ordenación sacerdotal de manos del obispo Leopoldo Eijo y Garay, y quedó incardinado en la Diócesis de Madrid-Alcalá.
Inmediatamente después de su primera Misa, antes incluso de tener licencias para confesar y celebrar, fue sorteado para hacer el servicio militar y fue destinado a Ceuta. Durante el curso 1927-28 sirvió como capellán auxiliar del hospital de Alcazarquivir (Marruecos). De regreso a la península, fue nombrado ecónomo de San Mamés y su anejo Navarredonda, pueblos de la provincia de Madrid, situados en el valle del Lozoya. Tomó posesión el 24 de noviembre, pero duró poco en el cargo, pues a los seis meses, el 11 de abril de 1929, el obispado le nombró capellán del madrileño asilo Porta Coeli, una institución creada en 1915 por el canónigo Francisco Méndez con el fin de acoger a “golfillos” de la calle, enseñarles un oficio manual, y educarles en la fe cristiana [145].
La llegada a la capital no mejoró su posición económica. El capellán de Porta Coeli percibía 150 pesetas mensuales –1.800 anuales–, con pensión completa [146]. Era un sueldo muy justo para vivir: el jornal de un obrero en Madrid en 1931 era de 5 pesetas; es decir, 1.825 pesetas anuales si trabajaba todos los días [147]. En cambio, estar en Madrid facilitaba el encuentro con más personas. A finales de 1929, se reunió con Lino Vea-Murguía, José María Vegas y José María García Lahiguera, sacerdotes amigos de la época del seminario, y formaron la aludida Congregación Mariana Sacerdotal [148].
Somoano permaneció en Porta Coeli dos años. Durante ese periodo no limitó su actividad pastoral al asilo, pues en el año 1930 realizó una misión entre los enfermos del Hospital del Rey, junto con Lino Vea-Murguía. Tenía Somoano un verdadero interés por la atención de las personas necesitadas, y ese desvelo le condujo a solicitar un cambio de trabajo. El 28 de febrero de 1931 recibió el nombramiento de capellán del Hospital Nacional de Infecciosos –conocido vulgarmente como Hospital del Rey–, localizado en Chamartín de la Rosa, pueblo colindante con Madrid. El hospital –que todavía hoy se encuentra al norte de la Ventilla, barrio de Tetuán de las Victorias– estaba situado en una zona llena de traperos que tenían unas viviendas pobrísimas mezcladas con un inmenso basurero [149]. Desde allí se divisaba el cercano pueblo de Fuencarral [150], y si se deseaba ir a Madrid, hacía falta tomar el ferrocarril de Colmenar, que acercaba a Cuatro Caminos en poco más de una hora.
El hospital tenía varios pabellones. Uno de ellos, inaugurado en 1926, estaba destinado exclusivamente a tuberculosos y no dependía de la dirección del hospital, sino de la Liga Antituberculosa; se denominaba Enfermería para Tuberculosos Victoria Eugenia [151]. Somoano fue nombrado capellán de esta enfermería, aunque también ocupó interinamente la capellanía del Hospital del Rey, celebrando Misa diariamente en la capilla del hospital [152]. 80 personas componían la plantilla del Hospital, entre las que había 17 religiosas enfermeras [153].
El capellán residía en el hospital, y percibía una cantidad anual de 1.250 pesetas. Desde un punto de vista económico no se entiende que Somoano hubiese dejado Porta Coeli, porque se le reducían en un treinta por ciento sus ingresos, ya insuficientes. Como queda dicho, la razón para aceptar tal encargo hay que buscarla en su deseo de atender física y espiritualmente a los enfermos [154].
José María Somoano era un hombre de fe profunda, cosa que se manifestaba en primer lugar en las acciones litúrgicas. Recordaba san Josemaría en enero de 1933: “Nada me extrañó [lo] que, hace unos días, me decía una religiosa: ¡qué santo era el Sr. Somoano! ¿Le trató Vd. mucho?, le pregunté. No –me dijo–, pero le oí una vez decir la Misa” [155]. Somoano tenía en alta consideración la llamada al sacerdocio, y sufría cuando sabía de presbíteros que no actuaban de modo coherente. Cuando Vegas le contó en abril de 1932 que en sus misiones por pueblos de la provincia había visto conductas poco ejemplares entre el clero, José María quedó tan afectado que pasó una noche entera en oración pidiendo por ellos [156].
Además de las apreturas económicas, desde su llegada al Hospital del Rey, Somoano se las vio con el anticlericalismo, que fue haciéndose cada vez más virulento. La primavera de 1932 resultó especialmente difícil para el capellán: el 15 de abril recibió un oficio por el que cesaba de cargo y sueldo en la enfermería desde el primero de ese mes; y cinco días más tarde, se le dieron instrucciones que limitaban sus actuaciones dentro del hospital. La Dirección General de Sanidad le comunicaba:
Podrá permitirse la celebración de la misa para los enfermos que lo deseen y puedan asistir, los domingos y fiestas de guardar, siempre en local apropiado. Los gastos que esto ocasione no podrán cargarse nunca a los presupuestos del Establecimiento, pudiendo sufragarlos los enfermos que lo deseen. Cuando un enfermo grave pida los auxilios espirituales esa Dirección se servirá avisar a la parroquia más próxima [157].
Desde entonces, José María Somoano residió fuera del hospital, acudiendo a él sólo cuando se le llamaba para prestar atención pastoral sin remuneración alguna. Tres meses más tarde, José María regresaba al hospital, esta vez para ingresar como paciente. Lo habían encontrado en su habitación aquejado de unos fuertes espasmos y vómitos repentinos. Sólo estuvo dos días enfermo: después de una breve pero sufrida agonía, moría el 16 de julio. Quienes estaban más cerca de él pensaron que era muy posible que hubiese sido envenenado por odio a la fe [158].
La ley de secularización de cementerios disponía que sólo quienes lo hubiesen solicitado de modo expreso tendrían enterramiento de carácter religioso. Cuatro meses antes de su muerte, José María Somoano había firmado una cuartilla en la que indicaba expresamente: “Dispongo de modo terminante y expreso que a mi cadáver se le dé sepultura eclesiástica en tierra sagrada, con todas las ceremonias, ritos y bendiciones de la Iglesia Católica” [159]. Así se hizo el 18 de julio de 1932 en el cementerio de Chamartín de la Rosa [160].
Vicente Blanco García
Un joven sacerdote de la diócesis de Calahorra y La Calzada (Logroño) llegó a Madrid en octubre de 1933. Se llamaba Vicente Blanco y tenía intención de frecuentar las aulas de la Central con el fin de obtener el doctorado en filosofía y letras. Pronto entró en contacto con Josemaría Escrivá de Balaguer. No sabemos exactamente las circunstancias, pero quizá fue con motivo de su residencia –Vicente vivía en la Casa Sacerdotal de la calle Larra, lugar donde había habitado anteriormente san Josemaría– o por razón de encargo pastoral con las teresianas, conocidas también por el fundador del Opus Dei gracias a su amistad con Pedro Poveda.
Vicente Blanco era cuatro años menor que Josemaría. Había nacido el 28 de agosto de 1906 en Sobrón, pueblecito alavés a diecisiete kilómetros de Miranda de Ebro. Huérfano de padre y madre desde muy joven, fue criado por su tío Arturo García del Río, notario de Miranda de Ebro. Allí cursó primaria y secundaria en el colegio de los Sagrados Corazones, hasta que en 1924 fue a Comillas para estudiar la carrera de teología [161]. Coincidiendo con el final de los estudios, recibió el orden sagrado el 25 de julio de 1932 en Comillas, y quedó incardinado como sacerdote diocesano de Calahorra y La Calzada.
Nada más ordenarse, hizo gestiones para trasladarse a Madrid porque tenía el deseo de concluir la carrera de filosofía y letras que había comenzado en la Universidad Pontificia de Comillas. Tuvo que sortear las conocidas trabas que se ponían a todos los sacerdotes extradiocesanos que solicitaban residencia en la capital española: desde Miranda de Ebro, envió dos instancias al obispado de Madrid-Alcalá –la primera fue rechazada– explicando que la especialidad de filosofía sólo podía cursarse en Madrid o Barcelona, y añadiendo que no iba a ser gravoso para la diócesis [162].
Llegado a Madrid en octubre de 1933, cursó en la Universidad Central “cinco asignaturas (las últimas para la Licenciatura)” [163]. En primavera de 1934 ya era licenciado en filosofía y letras [164], y pasó a matricularse en el doctorado. Su director de tesis fue Agustín Millares Carlo, catedrático numerario de paleografía y diplomática de la Universidad Central. Probablemente en su relación con Millares está el origen del giro académico de Vicente Blanco, pues dejó la filosofía y se centró en la lengua latina, que sería su especialidad definitiva. Un año más tarde, en 1935, viajó a París para seguir sus estudios de doctorado [165].
Vicente Blanco tuvo dos encargos eclesiásticos en el Madrid de los años republicanos: fue capellán adscrito a la parroquia de la Almudena, y confesor de las teresianas. Durante este periodo, residió en la Casa Sacerdotal de las damas apostólicas, calle de Larra, n. 3 [166].
Ya en los años cuarenta –había conseguido el doctorado en filosofía y letras antes de la Guerra Civil– buscó el modo de situarse en la Central de Madrid. Comenzó por ser profesor encargado de curso durante el año académico 1940-41. Como los ingresos que percibía en la universidad eran escasos, supo a través de san Josemaría que podía solicitar al vicario general de la diócesis, Casimiro Morcillo, algún cargo como profesor de religión [167]. La solicitud fue aceptada, y le fue concedido en septiembre de 1941 un puesto en el Instituto Isabel la Católica.
A los pocos meses –febrero de 1942– conseguía regresar al ámbito académico. Obtuvo la cátedra de lengua y literatura latinas en la Universidad de Oviedo, y allí estuvo hasta su traslado a la Universidad de Zaragoza, donde fijaría su residencia definitiva [168]. Vicente Blanco falleció en el año 1975.
Prosopografía sacerdotal
Las diez sucintas biografías que hemos presentado nos permiten hacer un compendio prosopográfico. Las características comunes de estos sacerdotes son fácilmente identificables, así como los elementos diversos [169]. Nos parece que estas conclusiones son de interés, pues no sólo se refieren al contexto específico que estamos analizando –los sacerdotes que trataron más intensamente a Josemaría Escrivá de Balaguer durante los años treinta– sino que también pueden aportar alguna luz para el contexto más general del clero madrileño de la Segunda República.
La primera característica común es la edad. Si tomamos como referencia 1932 –año en el que se conocen muchos de ellos porque el fundador del Opus Dei los aglutina–, observamos que nueve –entre ellos san Josemaría– oscilan entre los 25 y los 31 años; y que dos sobrepasan en mucho estas edades: Norberto Rodríguez tiene 52, y Blas Romero, 50.
En cambio, el origen geográfico de los presbíteros es de lo más diverso. Los hay nacidos en Madrid –Lino Vea-Murguía y José María Vegas–, y abundan los de provincias foráneas: Álava, Ciudad Real, Oviedo, Palencia, Salamanca, Zaragoza. Respecto a los segmentos sociales que ocupaban las familias de los sacerdotes, bastantes estaban bien situadas: eran hijos de catedráticos (José María Vegas), de abogados (José María Somoano), de notarios (el tío que crió a Vicente Blanco), de terratenientes (Lino Vea-Murguía) o de agricultores (Pedro Cantero).
La educación de estos sacerdotes presenta algunos paralelismos. Por supuesto, todos han tenido una experiencia de seminario durante años. Tres de ellos –Somoano, Vea-Murguía y Vegas– han sido condiscípulos en el seminario de Madrid durante cuatro cursos (1922-1926). Y cuatro –Pedro Cantero, Eliodoro Gil, Saturnino de Dios y Vicente Blanco– han estudiado en años distintos en el lugar que quizá tenía más prestigio por aquel entonces como centro de formación eclesiástica en España: la Universidad Pontificia de Comillas.
Una vez que reciben la ordenación sacerdotal, percibimos una distinción académica entre los presbíteros: cuatro han cursado también una carrera civil –Blanco, de Dios, Cirac y Cantero–; y seis se han dedicado a la labor pastoral desde el primer momento –Gil, Rodríguez, Romero, Somoano, Vea-Murguía y Vegas. Los primeros conseguirán con el tiempo doctorados civiles, mientras que los segundos dejarán los estudios una vez ordenados para dedicarse a tareas pastorales.
La edad de ordenación sacerdotal resulta especialmente significativa. Todos han recibido el sacramento del Orden entre los 23 y los 26 años, sin que haya ningún caso de ordenación tardía. Y su incardinación tampoco presenta sorpresas: han quedado incorporados al presbiterio de sus respectivas diócesis y al servicio de éstas, excepto Eliodoro Gil y Lino Vea-Murguía, ordenados a título de patrimonio. Por supuesto, todos, como era preceptivo, renuevan oportunamente las licencias de celebrar y confesar, y hacen ejercicios espirituales al menos cada tres años.
La posición económica en Madrid resulta holgada para algunos y paupérrima para otros. Como línea general, durante la Segunda República consiguieron lo suficiente para sobrevivir pero sin grandes holguras. Vivían con más tranquilidad Lino Vea-Murguía –debido a las rentas de su patrimonio–, Saturnino de Dios –capellán de la rica familia Ruiz-Ballesteros–, y Sebastián Cirac, canónigo y archivero de Cuenca. Apurada, en cambio, era la situación del propio Josemaría Escrivá de Balaguer, así como las de Norberto Rodríguez y José María Somoano. Ocho de los once sacerdotes estudiados –incluimos a san Josemaría– eran extradiocesanos. Los motivos por los que acudieron a Madrid y consiguieron establecerse fueron en esencia dos: a) por razón de estudios universitarios en la Central, cinco presbíteros: Josemaría Escrivá (derecho), Vicente Blanco (filosofía y letras), Pedro Cantero (derecho), Saturnino de Dios (filosofía y letras), Sebastián Cirac (filosofía y letras); b) por razón de actividades pastorales, los dos de más edad: Norberto Rodríguez –que vivía además con su familia– y Blas Romero (Eliodoro Gil acudía de modo esporádico a Madrid desde León). Por tanto, Josemaría Escrivá de Balaguer se fijó más en sacerdotes que no estaban sujetos a labores pastorales ordinarias, como las parroquias o las rectorías: disponían de más tiempo y podía pedirles que lo dedicaran a los apostolados que impulsaba.
Adentrándonos un poco más en las relaciones entre los presbíteros y sus intereses personales encontramos otros elementos más importantes. En primer lugar, observamos que el futuro conjunto de sacerdotes que reunirá Josemaría Escrivá de Balaguer se forja fundamentalmente por la amistad que éste tiene con cada uno: que el fundador del Opus Dei fue el elemento de unión de los sacerdotes lo demuestra el itinerario de amistades:
El esquema evidencia que no se conocían entre ellos con anterioridad, salvo los que han estudiado en el Seminario de Madrid-Alcalá (Vea-Murguía, Vegas y Somoano) y el tándem Norberto-Lino. San Josemaría es quien busca y elige a aquéllos que iban a participar de las reuniones sacerdotales para conocer el espíritu del Opus Dei.
La ocupación sacerdotal durante la Segunda República aclara todavía más las ideas expuestas. Aunque casi todos habían tenido experiencias anteriores en parroquias, sólo hay tres presbíteros –Romero, Vegas y Gil (en León)– que pertenezcan a la estructura parroquial. Sus trabajos durante la República se pueden resumir de modo esquemático:
Las tareas que desarrollaban estos sacerdotes eran ocupaciones estables y reconocidas por el obispado. A la vez, se trataba de trabajos –sobre todo las capellanías no parroquiales– que permitían disponer de tiempo libre, algo necesario para san Josemaría: en el pensamiento del fundador del Opus Dei, esos sacerdotes deberían atender los apostolados del Opus Dei, actividad que tendrían que desempeñar sin abandonar sus respectivos cargos pastorales.
Aunque Escrivá de Balaguer les influía espiritualmente, no llevaba la dirección espiritual de estos sacerdotes. Deseaba que fuesen otros quienes atendieran sus confesiones. Así, él mismo se confesaba desde julio de 1930 con Valentín Sánchez Ruiz, jesuita. Norberto Rodríguez se confesaba con el p. Joaquín, carmelita [170]; Lino Vea-Murguía, con el p. Gil, redentorista; y Pedro Cantero empezó a hacerlo con Norberto Rodríguez [171]. No hay, por tanto, un criterio uniforme en la elección de los confesores, ya que éstos provienen de diversas familias espirituales (jesuitas, carmelitas, redentoristas y clero secular).
Sí que es común en estos sacerdotes su solicitud apostólica por transmitir el Evangelio, y su desvelo por los más necesitados. Con este motivo –como ha quedado expuesto anteriormente–, Vegas, Somoano y Vea-Murguía habían tenido una experiencia de asociacionismo sacerdotal, organizando en diciembre de 1929 la Congregación Mariana Sacerdotal con la finalidad de ayudarse entre sí y atender a personas necesitadas. Será poco más tarde, a principios de 1932, cuando se configure el Hospital del Rey –lugar de trabajo pastoral para Somoano– como espacio emblemático, porque allí atenderán a enfermos Josemaría Escrivá de Balaguer, Somoano, Vea-Murguía y Vegas.
Al problema político que planteaba la Segunda República, los sacerdotes dieron una respuesta de orden espiritual, que les llevó a impulsar aún más sus ímpetus apostólicos [172]. En la documentación revisada apenas hemos encontrado referencias políticas; todo lo más, un genérico rechazo de la política y los partidos radicales de izquierdas, sobre todo cuando se producían desmanes anticlericales, como por ejemplo la quema de conventos en mayo de 1931, o la revolución de Asturias en octubre de 1934.
Durante los años 1931-1936, estos sacerdotes, incluido san Josemaría, sufrieron, como todos los demás, el anticlericalismo con insultos, persecuciones y violencia callejera. Uno de ellos –José María Somoano–, como ha quedado expuesto más arriba, murió probablemente envenenado en julio de 1932; y de los nueve restantes, dos –Lino Vea-Murguía y José María Vegas– fueron asesinados al comenzar la Guerra Civil, y el resto conocieron los horrores de la persecución. Estadísticamente se cumplió en este colectivo, de modo aproximado, lo que pasó en Madrid capital: de los 1.000 sacerdotes seculares residentes, fueron asesinados 306 [173].
Después de la Guerra Civil, cada uno siguió su propio itinerario sacerdotal, que fue muy diverso entre sí. Pedro Cantero llegó a ser arzobispo de Zaragoza. Eliodoro fue canciller-secretario en el obispado de Tuy. Sebastián Cirac y Vicente Blanco acabaron en la universidad civil; el primero como catedrático de filología griega, y el segundo como catedrático de lengua y literatura latina. Norberto siguió como capellán de religiosas hasta su muerte. Saturnino consiguió una canonjía en Granada; y Blas Romero regresó a tareas parroquiales en su diócesis. Josemaría Escrivá de Balaguer dedicó todas sus energías al desarrollo del Opus Dei, trasladándose a Roma en 1946 y dedicándose a una labor de resonancias apostólicas universales.
Sólo la mitad de estos sacerdotes pudieron celebrar sus bodas de oro sacerdotales. Además de los tres que murieron antes de 1939, hubo dos que fallecieron relativamente jóvenes: Sebastián Cirac con 67 años, y Vicente Blanco con 69.
Participación y colaboración en las actividades formativas del Opus Dei
Una vez que hemos analizado brevemente el itinerario biográfico y pastoral de los componentes del colectivo de sacerdotes que es objeto de nuestro estudio, llega el momento de focalizar la atención en los años treinta y, más concretamente, en la participación que tuvieron en las actividades formativas del Opus Dei, y en el tipo de colaboración que prestaron a san Josemaría. El relato será ahora sincrónico, de modo que podamos ver su evolución conjunta.
El punto de partida para entender la formación de este conjunto de presbíteros se encuentra en el mismo nacimiento del Opus Dei, el 2 de octubre de 1928. Ese día fundacional, Josemaría Escrivá de Balaguer entendió que Dios quería que la institución a la que debía dedicar su vida incluyera laicos y sacerdotes [174]. Por eso, cuando empezó a poner por obra el querer de Dios, fue abriendo horizontes de entrega a Dios a chicos jóvenes –universitarios muchos de ellos, aunque no todos–, a mujeres que se acercaban a su confesionario –el 14 de febrero de 1930 supo que el Opus Dei estaba también abierto a mujeres–, y a sacerdotes.
Nos encontramos ante unos años calificados por el propio fundador como “periodo de gestación” [175], ya que la Obra tal como la había visto el 2 de octubre de 1928, no estaba todavía plenamente desarrollada. Eran momentos en los que sobre todo hacía falta gran fe en él, en sus palabras, porque estaba todo por hacer. “En estos años, don Josemaría, al hablar a los que atraía hacia la Obra, no les presentaba una cosa hecha, sino un panorama, unos objetivos, un rumbo, una llamada de Dios que es preciso secundar” [176]. Él, como fundador, tendría que ser quien decidiera quiénes podían ser del Opus Dei, cuándo podía empezar a hablar del Opus Dei con ellos, y cómo debía vincularlos a la misión que había recibido de Dios. Fueron aspectos que tomaron cuerpo y se articularon a lo largo de los primeros años de la Obra y que en buena medida coinciden cronológicamente con los años de la Segunda República española (1931-1936).
Como tal, la etapa que debemos estudiar comprende los años 1932 a 1935, periodo en el que Josemaría Escrivá de Balaguer dio vida a una reunión que denominaba Conferencia sacerdotal, encuentro semanal de presbíteros a los que transmitía el ideal apostólico del Opus Dei. Esos tres años tienen unos antecedentes que se remontan a la fundación del Opus Dei (1928-1931), y una continuación que, de modo más inmediato, concluye con el estallido de la Guerra Civil (1935-1936). Vaya por delante que, durante toda su vida, el fundador del Opus Dei mostró un especial desvelo por la atención de los sacerdotes diocesanos. Hay varios episodios de su vida que demuestran esta realidad [177]. Sin entrar en detalles de la historia posterior, ahora nos referiremos a los años treinta.
Una última aclaración que nos parece necesaria. El relato que sigue ni desea ni puede analizar de modo exhaustivo toda la desbordante actividad desarrollada por san Josemaría a lo largo de estos años: capellán –luego rector– de un patronato, atención de enfermos, profesor particular de derecho, impulsor de una residencia universitaria; además, en el Opus Dei atendió a otras personas, como los chicos de la Residencia DYA, o las mujeres que se iban acercando a sus apostolados. Nuestro estudio sólo trata de los principales pasos de la llamada Conferencia sacerdotal, a la luz sobre todo de la documentación ya publicada y de los datos que hemos podido obtener de los archivos utilizados para la elaboración de los itinerarios sacerdotales [178].
Los primeros años del Opus Dei (1928-1930)
Después de la fundación del Opus Dei el 2 de octubre de 1928, Josemaría Escrivá de Balaguer comenzó a rezar y a pensar cómo poner en práctica esa misión divina recibida. Entre otras luces, aquel día había entendido que habría sacerdotes en la Obra –él ya era el primero [179]–, pero no tenía conciencia sobre los particulares que harían realidad ese hecho. Una de las primeras personas con las que habló del Opus Dei fue Norberto Rodríguez García. Los dos se conocían por ser capellanes del Patronato de Enfermos. Habían tenido ocasión de tratarse desde que Josemaría ocupase la capellanía del patronato en 1927, e incluso habían adoptado alguna devoción particular: por ejemplo, en marzo de 1929 se habían inscrito en la Unión sacerdotal de hermanos espirituales de Santa Teresita [180].
A finales del año 1929, Escrivá explicó el Opus Dei a Norberto [181]. Días más tarde –el 14 de febrero de 1930–, san Josemaría recibió una nueva luz fundacional. Dios le hizo entender que el Opus Dei también era para mujeres. Don Josemaría rememorará un año más tarde sus conversaciones con Norberto en aquellos momentos: “cuando, con cierta congoja, una noche le comuniqué el secreto [el Opus Dei], esperaba yo que me dijese: usted es un visionario, un loco. Y sucedió que, acabadas de leer por mí las antiguas cuartillas, contagiado de chifladura divina, con el tono más natural del mundo, me dijo: lo primero que hay que hacer es la Obra de los varones” [182]. Desde entonces –señala Vázquez de Prada– Norberto “se autovinculó a la Obra antes de que le invitase a ello el Fundador” [183].
Es en ese periodo cuando, en ocasiones, podía verse a Josemaría y a Norberto charlando por la calle. Asunción Muñoz, maestra en el noviciado de Chamartín de las damas apostólicas, recordaba que
don Josemaría venía muchos domingos a vernos. Teníamos la casa-noviciado en el Paseo de la Habana de Madrid y había allí un campo muy grande con una huerta hermosa. Él venía con otro sacerdote, don Norberto Rodríguez García, que también ayudaba en la capellanía del Patronato de Enfermos. Era un sacerdote mayor y enfermo que vivía en lo que fue Patronato antiguo. Yo creo que don Josemaría le llevaba para poder ayudarle: para que se sintiera útil y apreciado. Hablaba con él y le hacía pasar un buen rato [184].
Josemaría Escrivá de Balaguer vivía un tiempo muy intenso pues, además de realizar una labor encomiable como capellán de las damas apostólicas –sobre todo con visitas a enfermos en sus casas, algunas situadas en los suburbios, o en los hospitales–, rezaba constantemente para que se hiciera realidad el Opus Dei. Dios le ayudaba con nuevas luces fundacionales que recogía en los Apuntes íntimos. A fines de 1930, escribió una aclaración tajante para el futuro: “los socios sacerdotes han de salir de los socios laicos” [185]. Esta expresión quedó apuntada, y con los años sería una realidad [186]. Después, en 1950, se abriría a los sacerdotes diocesanos la posibilidad de pedir la admisión en la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, asociación de clérigos intrínsecamente unida al Opus Dei. Pero antes, entre 1932 y 1935, y siguiendo siempre lo que veía que era voluntad de Dios, el fundador ya había procurado vincular a su tarea a algunos sacerdotes.
Hacia un trato más íntimo (1931)
En vísperas de la Segunda República, Josemaría Escrivá sumaba tres miembros del Opus Dei: “5-Abril-1931: ayer, domingo de Resurrección, D. Norberto, Isidoro, Pepe y yo rezamos las preces de la Obra de Dios” [187]. “Ese era todo el personal de que se componía la Obra –comenta Vázquez de Prada–: un joven estudiante, un ingeniero, un sacerdote maduro y enfermo y, a su frente, don Josemaría” [188].
Fue aquel 1931 un año plagado de acontecimientos importantes para el fundador: nuevas luces fundacionales, dificultades económicas, incorporaciones de más personas a la Obra, etc. No podemos ahora reunir todos estos acontecimientos, pero mencionamos explícitamente uno: el cambio de ocupación pastoral, por el que Josemaría pasó de la capellanía del Patronato de Enfermos a la de las religiosas del Patronato de Santa Isabel. La decisión que originó el traslado fue su deseo de poder dedicar más tiempo al Opus Dei, algo que resultaba incompatible con la solicitud por las numerosas tareas que le daban las damas apostólicas. Después de varios meses de complejas gestiones, el 21 de septiembre celebró su primera Misa como capellán interino del Patronato de Santa Isabel [189].
Durante este año, había hablado sobre el Opus Dei con varios sacerdotes que podrían entender su espíritu. Uno de ellos era Lino Vea-Murguía, gran amigo de Norberto Rodríguez porque ambos habían trabajado juntos en el Patronato de Enfermos antes de que Escrivá llegara a Madrid. Norberto, además de explicar a Lino el Opus Dei, le invitó a formar parte de la Obra, y dio luego cuenta de los hechos consumados a san Josemaría [190].
Pedro Cantero era otro de estos sacerdotes. El fundador del Opus Dei lo había conocido a mediados de 1930 en la Universidad Central. Un año más tarde, el 14 de agosto de aquel año 1931, le explicó la Obra. Antes de ir a verle, pidió oraciones a otras personas para que Cantero entendiese el Opus Dei [191]. Poco después –en septiembre–, Cantero empezó a trabajar con intensidad en la Asociación Católica Nacional de Propagandistas y en el Instituto Social Obrero, actividades que le ocuparon gran parte de su tiempo. Además, también eran muy absorbentes sus estudios en la Central [192]. Parece ser que fue ésta la razón por la que, desde mediados de 1932, Pedro Cantero no volverá a aparecer entre los sacerdotes vinculados con Josemaría Escrivá de Balaguer, aunque siguió siendo gran amigo suyo y acompañándole en ocasiones a visitar enfermos en hospitales [193]. Muchos años más tarde, en 1976, Cantero rememoraba su gran amistad con san Josemaría, pero no recordaba que se hubiese vinculado de algún modo al Opus Dei [194].
Y un tercer sacerdote con el que había hablado Josemaría Escrivá de Balaguer era Sebastián Cirac. Se habían conocido a finales de 1930 en el Patronato de Enfermos porque Cirac, aunque vivía en Cuenca por ser canónigo, se acercaba con frecuencia a Madrid para acudir a la Central, y en esas ocasiones se alojaba en la Casa Sacerdotal de las damas apostólicas. A lo largo del año, don Josemaría le fue explicando el Opus Dei hasta que, en otoño de 1931, Sebastián decidió incorporarse a la Obra [195].
Así pues, a finales del año 1931 Josemaría Escrivá había acercado a la Obra a varios sacerdotes. Con Norberto y Lino –los primeros con los que había hablado– tenía un trato más intenso, según se deduce de los pasajes de los Apuntes íntimos ya publicados. A Norberto le comentaba en septiembre cómo debían ser los comienzos de la empresa sobrenatural que estaba surgiendo: “Ya se dijo, pero bueno es volverlo a recordar, como lo hacíamos anoche con D. Norberto, que somos los primeros de la Obra de Dios, el grano de trigo, de que habla el Evangelio. Si no nos enterramos y morimos, no habrá fruto” [196]. Y a Lino le explicaba a principios de diciembre una costumbre cristiana que se implantaría en el Opus Dei: “Hoy dije a D. Lino –y le pareció muy bien– que debe cantarse solemnemente la Salve a Nuestra Señora todos los sábados. Así se hará en las casas de la Obra de Dios sin excepción” [197]. Al mismo tiempo, seguía conociendo a más presbíteros, algunos de los cuales se acercarían con el tiempo a la Obra; la víspera de la Inmaculada –7 de diciembre– Pedro Poveda le presentó en su casa a un sacerdote leonés que se llamaba Eliodoro Gil. Desde el primer momento, surgió entre los dos nuevos conocidos una gran amistad y afecto [198].
Ese mismo año el fundador había escrito que los sacerdotes en el Opus Dei “serán solamente –y no es poco– Directores de Almas” [199]. Su labor pastoral sería un verdadero “apostolado oculto” [200], mediante el servicio ministerial a los fieles de la Obra. Y así lo enseñó y lo puso por obra cuando, por ejemplo, comenzó el trabajo apostólico con mujeres. Josemaría Escrivá de Balaguer encomendó la atención sacramental de aquellas primeras mujeres a Norberto Rodríguez y a Lino Vea-Murguía. De este modo, confiaba a los dos sacerdotes una tarea a la que no llegaba fácilmente por falta de tiempo, pues eran innumerables las labores en las que estaba presente [201].
También fue a finales de 1931 cuando, con la experiencia de los meses anteriores, decidió que había llegado el momento de fortalecer y ampliar el conjunto de los sacerdotes que le seguían [202]. Parece que el punto de partida en orden a la acción hay que situarlo en el martes 29 de diciembre. Ese día, Josemaría se reunió con Norberto y Lino. Hablaron de quiénes podían entender el espíritu del Opus Dei. Y Lino se acordó de los amigos de seminario que ahora residían en Madrid. A uno de ellos –José María Somoano– Lino ya le había hablado de la Obra; otros amigos eran José María Vegas y José María García Lahiguera. Decidieron que Lino se los presentaría a Josemaría en las próximas jornadas [203].
Al día siguiente, 30 de diciembre, las monjas de Santa Isabel dejaron a su capellán una imagen de un Niño Jesús para que se la llevara a casa. Josemaría visitó, entre otros, a Norberto “para que viera al nene” [204]. Acababa el año, y los planes de acción apostólica de Josemaría Escrivá de Balaguer iban envueltos y animados por su trato confiado con Dios.
José Luis González Gullón y Jaume Aurell, en dialnet.unirioja.es/
Notas:
112 Cfr. A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 425.
113 La documentación manejada no nos permite fijar ni el día ni el mes en que se produjo el encuentro.
114 Relación testimonial de Saturnino de Dios Carrasco, Gijón 30-VIII-1975, AGP, serie A-5, leg. 208, carp. 2, exp. 12, p. 1.
115 Cuestionario de ingreso en el Seminario y Universidad Pontificia de Comillas, Vitigudino (Salamanca), 17-VI-1919, AHUPCO 117, Expediente personal de Saturnino de Dios Carrasco.
116 La fortuna de la familia provenía de la mujer, María Ballesteros, mejicana, que había recibido una herencia millonaria. El matrimonio cooperaba económicamente con las necesidades de la Iglesia. En alguna ocasión había acogido en su casa de Gijón a Francisca Javiera del Valle, autora del Decenario al Espíritu Santo, que falleció en enero de 1930. Cfr. Camino, ed. crít., pp. 748-749.
117 Cfr. Guía de la Iglesia en España, Secretariado del Episcopado Español, Madrid, 1963, p. 188.
118 Cfr. AGP, serie A-3, leg. 174, carp. 2, exp. 3, doc. 3; citado en Camino, ed. crít., p. 43, nt. 104.
119 Relación testimonial de Saturnino de Dios Carrasco, Gijón, 30-VIII-1975, AGP, serie A-5, leg. 208, carp. 2, exp. 12.
120 Cfr. Licencias transitoriales, Granada, 5-VI-1957, en Expediente personal de Saturnino de Dios Carrasco, AGCAM, XV, A d 3.1.
121 Pedro Poveda Castroverde (1874-1936) fue canonizado por Juan Pablo II el 4 de mayo de 2003.
122 El pro-capellán mayor tenía una jurisdicción propia denominada habitualmente palatina, porque había sido creada para la atención del culto y el servicio espiritual de la familia real y su servidumbre. Su jurisdicción abarcaba en Madrid dos grandes instituciones: el Palacio Real y los Reales Patronatos. Entre 1927 y 1933, fue pro-capellán mayor el obispo Ramón Pérez Rodríguez (cfr. Anuario Eclesiástico, Barcelona, Eugenio Subirana, 1931, p. 429).
123 Relación testimonial de Eliodoro Gil Rivera, Madrid, 23-IV-1996, AGP, serie A-5, leg 215, carp. 2, exp 1.
124 Cfr. Libro de personal, n. 2, p. 326, en Secretaría, Obispado de León.
125 Cfr. Libro de personal, n. 2, p. 326, en Secretaría, Obispado de León.
126 Cfr. Libro de personal, n. 2, p. 326, en Secretaría, Obispado de León.
127 Cfr. Romana. Boletín de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei, 16 (2000), p. 109.
128 Cfr. J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 130.
129 Tres días más tarde recibía el Bautismo en la parroquia de Nuestra Señora del Carmen y San Luis. Cfr. Certificado de bautismo, Madrid, 10-XI-1924, AHDM, Expediente de órdenes. 1927, José María Vegas Pérez.
130 Los Vegas Pérez mantenían buenas relaciones sociales. Los padrinos de Confirmación de José María fueron los marqueses de Montalbo, Nicolás Fernández de Córdoba y María Maritorena de Bolland. Cfr. Certificado de confirmación, Madrid, 10-XI-1924, AHDM, Expediente de órdenes. 1927, José María Vegas Pérez.
131 Tuvo como notas dominantes de la carrera Meritissimus en filosofía y Benemeritus en teología. Cfr. Ficha de personal, Madrid, s/f, AHDM, P.A., n. 49, José María Vegas Pérez.
132 Vid. nota 96.
133 Cfr. J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 241.
134 Manuscrito, s/f, AGCAM, XV, H 1, “Sacerdotes asesinados”. “A. C.”: Acción Católica.
135 Cfr. J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 153.
136 La documentación conservada de sus licencias es muy precisa: se le concedieron por seis meses en dos ocasiones, después por un año, luego por tres, y finalmente por seis. Para renovar las licencias, en todas las ocasiones tuvo que superar un examen ante el correspondiente tribunal eclesiástico constituido para la ocasión. Cfr. AHDM, Expediente de órdenes. 1927, José María Vegas Pérez; y AHDM, Licencias ministeriales, Libro 4, p. 289.
137 Cfr. notificación de la toma de posesión, 29-IV-1935, AHDM, P.A., n. 49, José María Vegas Pérez.
138 AGCAM, XV, H 1, “Sacerdotes asesinados”.
139 El relato de la detención de José María lo hizo su hermano Ángel en J. M. Cejas, José María Somoano..., pp. 195-196.
140 En la “saca” había otros sacerdotes diocesanos, y religiosos agustinos, hermanos de San Juan de Dios, y hermanos de las Escuelas Cristianas. Cfr. A. Montero Moreno, op. cit., pp. 330-331.
141 El 4 de octubre de 1939, su hermano Ángel declaró en el juzgado que no tenía noticias de su paradero, que pensaba que había sido asesinado, y que no sospechaba de nadie, pero hizo constar que “la portera de la casa número uno de la calle del Pez donde vivía la víctima y su familia, dio cuenta a la policía roja de donde estaba escondido el que luego fue asesinado, aunque por fortuna este dato no fue conocido por las milicias” (AHN, F.C. Causa General, Leg. 15571, p. 291).
142 J. M. Cejas, José María Somoano...
143 Cfr. J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 31.
144 Cfr. Ficha de personal, Madrid, s/f, AHDM, P.A., n. 46, José María Somoano Berdasco.
145 Cfr. J. M. Cejas, José María Somoano..., pp. 101-105.
146 Cfr. Apunte manuscrito, Madrid, s/f, AHDM, P.A., n. 46, José María Somoano.
147 Cfr. Mundo Gráfico, 19-VIII-1931, cit. en José Luis Fernández-Rua, 1931. La Segunda República, Madrid, Giner, 1977, p. 509.
148 Congregación Mariana Sacerdotal de Madrid, Estatutos Generales, AGCAM, XVIII, J 4, “Asociaciones 1925-1929”.
149 Cfr. Juan Torres Gost, Medio siglo en el Hospital del Rey, Madrid, Biblioteca Nueva, 1975, p. 17.
150 Fuencarral era la población más cercana donde vivía otro sacerdote, el párroco Valeriano Mateo Gómez. Cfr. AGCAM, XV, A m 8.1, Expediente personal de Valeriano Mateo Gómez.
151 Con la llegada de la República pasó a denominarse Enfermería de Chamartín. Cfr. J. Torres Gost, op. cit., p. 67.
152 Cfr. Ficha personal, Chamartín de la Rosa, s/f, AHDM, Carpeta E. Serie V. Estadística Sacerdotal Parroquial, 1931.
153 La plantilla estaba compuesta por 17 facultativos, 13 auxiliares, 41 personas en enfermería –entre éstas estaba la comunidad de Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl– y 7 en la administración. Cfr. J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 235, nt. 10.
154 Cfr. J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 114.
155 Apínt. n. 913 (25-I-1933), cit. en Camino, ed. crít., p. 676.
156 Cfr. J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 153.
157 Borrador, Madrid, 20-IV-1932, AGP, serie A-5, leg. 244, carp. 1, exp. 1, cit. en J. M. Cejas, José María Somoano..., pp. 158-159.
158 “Murió, víctima de la caridad y quizá del odio sectario, nuestro h. José María” (Nota necrológica sobre don José María Somoano, de Josemaría Escrivá, en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 623); “h.”: hermano. En el año 1983, Juan Ángel Martínez Jareño, médico forense, realizó un dictamen médico sobre el caso, y concluye su informe: “Por exclusión cree el informante, que el agente etiológico es el arsénico, en su forma clínica de Intoxicación Hiperaguda, que reviste el aspecto de una gastroenteritis de tipo coleriforme” (J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 182).
159 Cfr. AGP, serie A-5, leg. 244, carp. 1, exp. 1, cit. en J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 143. Como testigos firmaban Lino Vea-Murguía y Rafael Pazos, Prefecto de disciplina en el Seminario de Alcalá de Henares.
160 J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 180.
161 Cfr. Cuestionario de ingreso en el Seminario y Universidad Pontificia de Comillas, Miranda de Ebro, 1-VIII-1924, AHUPCO 119, Expediente personal de Vicente Blanco García.
162 Carta, Miranda de Ebro, 3-IX-1933; y Carta, Miranda de Ebro, 6-IX-1933, AGCAM, Expediente personal de Vicente Blanco García, XV, A b 4.1.
163 Carta a Leopoldo Eijo y Garay, Miranda de Ebro, 3-IX-1933, AGCAM, Expediente personal de Vicente Blanco García, XV, A b 4.1.
164 Cfr. Carta de san Josemaría a Eliodoro Gil, Madrid, 11-VI-1934, AGP, serie A-3.4, leg. 253, carp. 2, carta 340611-01.
165 Cfr. Carta de san Josemaría a Francisco Morán, Madrid, 18-VI-1935, AGP, serie A-3.4, leg. 253, carp. 3, carta 350618-01, cit. en P. Rodríguez, “El doctorado... ”, p. 71.
166 Cfr. Solicitud de licencias, Madrid, 4-X-1934, en Expediente personal de Vicente Blanco García, AGCAM, XV, A b 4.1.
167 “Perdone V. Ilma. que me tome esta libertad fundada en su bondad y en el interés que en un ruego mío puso D. José Mª Escrivá. Me dijo que V. Ilma. podía disponer de una auxiliaría para prof. de Religión, mucho le agradecería que se acordara de este un servidor, pues como la remuneración de la Universidad es tan escasa y el nuevo curso se aproxima hay que ir pensando en poder aumentar algo los ingresos, sin la fatiga que suelen proporcionar las clases particulares” (Carta, Madrid, 30-VII-1941, en Expediente personal de Vicente Blanco García, AGCAM, XV, A b 4.1).
168 Cfr. Guía de la Iglesia en España, Secretariado del Episcopado Español, Madrid, 1963, p. 128. En estos años, cuando se trasladaba a Madrid, Vicente Blanco celebraba misa en las Calatravas (cfr. Solicitud de licencias, Madrid, 12-VIII-1957, en Expediente personal de Vicente Blanco García, AGCAM, XV, A b 4.1).
169 No hemos analizado todavía –será objeto del próximo epígrafe– el elemento central que aglutinó a todos ellos: las reuniones que tuvieron con san Josemaría durante los años 1932-1935 para que éste les explicara el espíritu del Opus Dei.
170 Cfr. Apínt. n. 528 (30-XII-1931), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 414.
171 Cfr. Testimonio de Pedro Cantero Cuadrado, en B. Badrinas, Beato Josemaría..., p. 64.
172 Ya en 1929, Somoano, Vea-Murguía y Vegas, junto con García Lahiguera, habían establecido en su Congregación Mariana Sacerdotal: “Persuadidos de que la pasión política es ruina de la caridad, jamás se hablará de política, y en la acción social, la Congregación seguirá enteramente las normas que emanen de la autoridad eclesiástica” (Congregación Mariana Sacerdotal de Madrid, Estatutos Generales, art. 14, AGCAM, XVIII, J 4, “Asociaciones 1925-1929”).
173 Cfr. J. L. Alfaya, op. cit., pp. 104-105.
174 Cfr. Amadeo de Fuenmayor – Valentín Gómez-Iglesias – José Luis Illanes, El itinerario jurídico del Opus Dei: historia y defensa de un carisma, Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, 1989, p. 29.
175 “En esos años, la Obra atravesaba lo que el propio Fundador ha definido como «el periodo de gestación». La semilla, el germen, había sido depositado por Dios el 2 de octubre de 1928, y confirmado en ocasiones sucesivas, pero el cuerpo, el organismo completo, estaba aún en proceso de formación: la Obra no era todavía una realidad plenamente desarrollada” (A. de Fuenmayor et al., op. cit., p. 37).
176 A. de Fuenmayor et al., op. cit., p. 37.
177 De los años anteriores a la Guerra Civil, recordaba Pedro Cantero: “En aquellos años la labor apostólica del Padre era amplísima. Su primera preocupación eran los jóvenes, pero, inmediatamente después, los sacerdotes” (Testimonio de Pedro Cantero Cuadrado, en B. Badrinas, Beato Josemaría..., p. 67). “Padre”: san Josemaría Escrivá de Balaguer. Y, en 1941, escribía san Josemaría al obispo de Madrid-Alcalá, Leopoldo Eijo y Garay: “Si el Señor no me hubiera marcado de modo tan terminante otro camino [hacer la Obra], sería cosa de no hacer nada más que trabajar y sufrir y orar por mis hermanos los Sacerdotes Seculares..., que son mi otra pasión dominante” (Carta, Pamplona, 25-VI-1941, en EF-410625-1, cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. II, Dios y audacia, Madrid, Rialp, 2002, p. 596, nt. 72).
178 El artículo no analiza el modo en el que estuvieron vinculados esos sacerdotes con el Opus Dei en unos años en los que la Obra no tenía aún ningún reconocimiento formal, ni estatutos. Se trata de un problema de orden teológico y jurídico que es necesario abordar, pero que queda para un estudio posterior que maneje toda la documentación disponible en los archivos. Sobre este particular, remitimos por el momento a lo expuesto en A. de Fuenmayor et al., op. cit., pp. 74-78 (“En busca de nuevas formulaciones terminológico-conceptuales”).
179 Cfr. A. de Fuenmayor et al., op. cit., p. 29.
180 Cfr. Camino, ed. crít., p. 950.
181 Cfr. A. de Fuenmayor et al., op. cit., p. 29.
182 Apínt. n. 354 (26-X-1931), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 447.
183 A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 447.
184 Relación testimonial de Asunción Muñoz González, Daimiel 25-VIII-1975, AGP, serie A-5, leg. 228, carp. 3, exp. 10, cit. en J. M. Cejas, José María Somoano..., p. 110.
185 Apínt. n. 138 (26-XII-1930), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. II, p. 596. Vázquez de Prada añade: “También se hace alusión, indirectamente, a los futuros sacerdotes, salidos de entre los laicos de la Obra, en los Apuntes, n. 101, de XI-1930, y n. 867, del 9-XI-1932” (ibid., p. 596, nt. 71). Saturnino de Dios indica: “recuerdo que el Padre alguna vez me dijo, que los sacerdotes que eran menester para atender a las personas y los apostolados de la Obra, habían de salir de los socios del Opus Dei, porque veía muy difícil que de otro modo comprendieran en su integridad el espíritu de la Obra” (Relación testimonial de Saturnino de Dios Carrasco, Gijón, 30-VIII-1975, AGP, serie A-5, leg. 208, carp. 2, exp. 12).
186 La primera ordenación de fieles del Opus Dei tuvo lugar en junio de 1944, pero ya antes de la Guerra Civil española, san Josemaría preguntó a algunos miembros de la Obra si estarían dispuestos a ser ordenados en el caso de que fueran llamados al sacerdocio. Pedro Casciaro –miembro del Opus Dei que con el tiempo fue presbítero– recuerda que el fundador le preguntó en mayo de 1936 si estaba disponible para ser presbítero, explicándole que el sacerdote debía ser como una alfombra, pues “está para servir; más aún, está para que los demás pisen blando” (P. Casciaro, op. cit., p. 69).
187 Apínt. n. 187 (6-IV-1931), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 448.
188 A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 448. “Un joven estudiante”: José Romeo Rivera, estudiante de Arquitectura; “un ingeniero”: Isidoro Zorzano Ledesma, que residió en Málaga durante la República por motivos laborales.
189 Cfr. A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 378.
190 Cfr. Apínt., nn. 354 (26-X-1931) y 412 (XI-1931), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 455, nt. 93.
191 Cfr. A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 454.
192 Cfr. Testimonio de Pedro Cantero Cuadrado, en B. Badrinas, Beato Josemaría..., pp. 66-67.
193 Cfr. Testimonio de Pedro Cantero Cuadrado, en B. Badrinas, Beato Josemaría..., p. 69.
194 “A mí nunca me habló de una dedicación [al Opus Dei] de este estilo. Es posible que al saber mi colaboración con los Propagandistas –en la que él, indirectamente, al remover sacerdotalmente mi alma, tanta parte había tenido–, consideró que mi camino apostólico estaba ya determinado” (Testimonio de Pedro Cantero Cuadrado, en B. Badrinas, Beato Josemaría..., p. 68).
195 “Hasta ahora, dato curioso, todas las vocaciones a la O. de D. han sido repentinas. Como las de los Apóstoles: conocer a Cristo y seguir el llamamiento [...]. El Día de San Bartolomé, Isidoro [Zorzano]; por San Felipe, Pepe M.A. [Muñoz Aycuéns]; por San Juan, Adolfo [Gómez Ruiz]; después, Sebastián Cirac: así todos” (Apínt. n. 354 [26-X-1931], cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 449).
196 Apínt. n. 302 (30-IX-1931), cit. en Camino, ed. crít., p. 1000.
197 Apínt. n. 453 (4-XII-1931), cit. en Camino, ed. crít., p. 673.
198 “Le conocí en casa de don Pedro Poveda –hoy también beatificado–, donde estaba también la casa central de las teresianas, en la calle Alameda, n. 7. [...] En aquel día no hubo más que una simple presentación, pero fue el inicio de una amistad que se iría haciendo mayor con el tiempo y duraría toda la vida” (Relación testimonial de Eliodoro Gil Rivera, Madrid, 23-IV-1996, AGP, serie A-5, leg. 215, carp. 2, exp. 1).
199 Apínt. n. 158 (II-1931), cit. en A. de Fuenmayor et al., op. cit., p. 44.
200 Apínt. n. 158 (II-1931), cit. en A. de Fuenmayor et al., op. cit., p. 44.
201 Cfr. Apínt. n. 434 (30-XI-1931), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 458. Cfr. Apínt. n. 381 (8-XI-1931), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 459. A esta atención se refiere Pedro Cantero: “pudo contar con sacerdotes que procuraron ayudarle en la atención de las personas que trataba” (Testimonio de Pedro Cantero Cuadrado, en B. Badrinas, Beato Josemaría..., p. 67).
202 Cfr. A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 433.
203 Cfr. J. M. Cejas, José María Somoano..., op. cit., p. 128.
204 Cfr. Apínt. n. 528 (30-XII-1931), cit. en A. Vázquez de Prada, op. cit., vol. I, p. 414.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
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La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |
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