En la literatura de consulta, la defensa a ultranza de la fidelidad y el compromiso la establecen con mayor frecuencia ideólogos, religiosos y moralistas. La ciencia, en general, abunda en la contradicción infidelidad social vs sexual. En una sociedad como la actual apenas se vislumbran las ventajas evolutivas (económicas) del compromiso, puesto que la mujer de hoy ya no necesita la figura ancestral del varón para alimentar a sus hijos. Lo que antes desunía ahora une y a la inversa. Argumentos pro-reproductores o de inversión marital se despojan de sentido porque la situación social a su vez es diferente. La mujer no necesita el compromiso del varón para su supervivencia económica. Si está junto a el es porque quiere, no porque lo necesite.
Además la mujer puede regular a voluntad su capacidad de procreación, lo que ha puesto en crisis el concepto de fidelidad sexual. Todavía permanece el lastre atávico-cultural y moral, pero las actitudes cambian y los comportamientos más aún. Lo anterior confirma lo endeble de las tesis evolucionistas, primando los motivos adaptativos sobre los propiamente evolutivos. Sin embargo, evolución y progreso se han disociado. Avanzamos en tecnología, pero social y económicamente parece que se está involucionando. Los dos primeros decenios del siglo XXI han estado marcados en Europa en general y en España en particular por un mapa político-social conservador de acusada impronta ultraliberal (pese a su demostrada y denostada influencia en la crisis económica) donde la xenofobia y la intolerancia social han neutralizado un previsible progreso social que al final se ha visto menoscabado, aunque están surgiendo voces discrepantes (el movimiento social de los llamados Indignados y poco más).
Argumentos políticos que sustentan la monogamia y la fidelidad: cuanto más cerrada es la unidad de convivencia, la célula familiar, más manejable es una sociedad en general. Los argumentos superyoico, admonitorios que refuerzan los fundamentos de la familia tradicional, cohesionan también la sociedad haciéndola más receptiva a consignas verticales. La crisis económica lo impregna todo: cuando parecía que estábamos en franca carrera hacia la definitiva liberación de la mujer, la recomposición de la pareja occidental ha sufrido un punto de giro inesperado. La crisis económica no solo ha menguado el poder adquisitivo de las personas, sino que la tasa de separaciones ha caído (no así los conflictos que la originan) lo que está perpetuando unas relaciones rotas de hecho. Además, por idéntica razón, ha disminuido el número de matrimonios. En su defecto, los casados se ven abocados a vivir en el domicilio paterno, compartiendo espacio y perdiendo intimidad. Los imperativos económicos provocan los tres fenómenos descritos: no separación, no boda o si enlace pero viviendo con y a costa de los padres, lo que está provocando una especie de neoformación de la convivencia en pareja connotada por la crisis económica y la no menos importante crisis social.
En mi opinión todo ello desnaturaliza las relaciones y cronifica la sensación de impotencia por falta de recursos económicos en cónyuges de matrimonios rotos que no puede separarse. En el polo opuesto se ubican los que desean unirse y disfrutar de autonomía pero no pueden consumarlo por la aludida falta de recursos Al final se convierten en parejas dependientes situacionales, lo que mengua el autoconcepto y queda sin esperanzas. En otras palabras, la penuria une tanto a los buscadores del compromiso (candidatos a casarse) como a los que persiguen la disolución del vínculo (candidatos a separarse). Las circunstancias socioeconómicas obstaculizan el movimiento pendular compromisario-anticompromisario.
¿Se podría hablar con propiedad de una “patología del compromiso” en la relación de pareja? Si. En sus polos antitéticos están la actitud “hipercompromisaria” y la “anticompromisaria”. Examinémoslas.
Los “hipercompromisarios” son aquellos que basan la naturaleza del vínculo en el pacto compromisario subsumiendo todo lo demás a dicho pacto. Quienes anteponen el compromiso (irracionalmente, como acuerdo marital) a cualquier otro atributo de unión en la pareja quedando los demás atributos (comunicación, cariño, intimidad, etc.) en un segundo plano. Sería el ejemplo de los matrimonios concertados (propios de sociedades islámicas y tribales), también en nuestro medio se observa, sobre todo en el ámbito rural y en aquellas parejas de firmes convicciones compromisarias (por ejemplo, católicas) donde el mensaje es “lo que ha unido Dios no lo separe el hombre”.
Los “anticompromisarios”. Donde prima la preservación de la intimidad individual mediante una evitación a ultranza del proyecto de vida en pareja a expensas del compromiso. Valga el ejemplo gráfico de los “eternos solterones” que aunque amen a su pareja no quieren desposarse porque valoran su privacidad (que no su intimidad). Puede ser total o parcial. Total: se rehúye frontalmente el proyecto de vida juntos aunque se compartan espacios de convivencia. Parcial: cuando no se rehúye la convivencia, incluso se convive parcialmente (fines de semana juntos, verse todos los días, etc.) pero no cuaja la relación en un acuerdo compromisario. Sería el ejemplo de los eternos noviazgos que no se deciden a convivir pero que tampoco se separan. (Se cita como ejemplo anticompromiso el caso de Lee Marvin con Michelle Triola que sentó jurisprudencia como pareja de hecho).
Antecedentes histórico-evolutivos
Hagmann, Michael se pregunta por qué los primeros padres humanos proporcionaban alimentos a sus parejas a cambio de fidelidad. Se ha sugerido que la existencia de estas sociedades, plantea interrogantes acerca de si la familia nuclear, con una pareja fiel, surgió como resultado del cambio de alimentos por fidelidad. La antropóloga Kristen Hawkes sostiene que otros modelos evolutivos, como la mitigación de la feroz competencia entre machos por el acceso a las hembras, explican mejor el origen de la monogamia. Durante mucho tiempo, diferentes antropólogos sugirieron que la monogamia surgió en nuestros primeros ancestros como parte de un pacto tácito, en el que los hombres compraban fidelidad al llenar la olla de la familia tratando de evitar invertir recursos en el hijo de otro hombre. Desde este punto de vista, la negociación de género fue una adaptación clave que dio inicio a la evolución sexual.
Cuando Hawkes oyó hablar de las sociedades primitivas aisladas en las que la paternidad es a menudo desdibujada, empezó a preguntarse si otros modelos podrían explicar mejor la existencia de acuerdos familiares tan diversos. Observó a las tribus Ache de Paraguay Oriental, y en los Bari de Colombia y Venezuela donde la creencia de que un niño puede tener varios padres (un fenómeno conocido como paternidad divisible) es muy común. Según sostiene el antropólogo Stephen Beckerman alrededor de un 24% de los niños de Bari y el 63% de los niños de Ache tienen más de un “padre”, y todos ellos ofrecen alimentos y protección a los niños. Estos niños tienen ventaja en lo referente a su supervivencia, según informa Beckerman, señalando que el 80% de los niños con padres secundarios sobrevive hasta los 15 años, en comparación con sólo el 64% de los niños con un sólo padre. Por lo tanto, la paternidad divisible es un dedo en el ojo a la hipótesis de la negociación. Beckerman dice que esto pone de manifiesto que la certeza de la paternidad no es necesaria en algunas culturas humanas, y por tanto no puede haber sido un elemento crucial en la evolución de los humanos modernos.
Y si no fue el aprovisionamiento por parte del hombre, entonces ¿qué impulsó los acuerdos monógamos? Hawkes tiene su propia teoría: La monogamia surgió a partir de “negociaciones entre hombres” acerca del acceso a las hembras, para reducir los altos riesgos de la lucha directa. Varios antropólogos están de acuerdo con la crítica de Hawkes. La idea de que la monogamia se basa exclusivamente en la necesidad de aprovisionamiento por parte de los varones es demasiado simple, asegura Frank Marlowe.
Frecuencia del comportamiento de infidelidad
Los estudios de investigación social sobre infidelidad son tan abundantes como poco concurrentes. Según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) el 46% de varones había tenido alguna relación extraconyugal frente al 17% de las españolas (datos de 1995). Para Camacho M., 2004 en España algunas estimaciones señalan que alrededor del 27% de las mujeres y el 37% de los varones heterosexuales tuvieron una aventura extramatrimonial en los primeros diez años de casados. Sin embargo la mayoría de las personas consideran a la monogamia como el estado ideal. Afirma el mismo autor que en el 60% de las parejas existe o ha existido infidelidad y el 45% de las mujeres y el 70% de los hombres son infieles o lo han sido en algún momento de su vida. La mayoría de los varones que han tenido relaciones extramatrimoniales, en un 56% de los casos, dicen estar completamente felices con sus matrimonios, pero no dejarían pasar la oportunidad de tener sexo si se les presentara. Para Sexole, el primer estudio sobre conductas y preferencias sexuales de usuarios de internet en España, las mujeres son más infieles que los hombres (50% frente al 44%) y también más apasionadas; un 65% exterioriza más las emociones en el momento del clímax, frente a un 27%.
Causas del comportamiento de infidelidad
Siguiendo a Cabrera S, E. Glantz (1999), la infidelidad ocurre por diferentes factores. Entre los aspectos de tipo sexual se encuentran “la privación sexual, la búsqueda de aventura, la curiosidad sexual, la insatisfacción sexual, el aburrimiento, la falta de novedad, pasión e intimidad.” Respecto a los aspectos biológicos relacionados con la infidelidad menciona “la herencia mamífera a consecuencia de la cual, los hombres no han logrado asimilar la norma monogámica.” Los factores psicosociales tienen son una “la venganza por la actividad extramarital del cónyuge, su falta de lealtad, la insatisfacción emocional, la búsqueda de independencia, el tipo de personalidad, de educación, religión, lugar de residencia, valores y actitudes”.
Pitman y Wagers (2005) describen su trabajo terapéutico con personas o parejas, ya sea tras una infidelidad o antes de su ocurrencia y los riesgos que esta acarrea para la monogamia y los desafíos que supone la recuperación de la infidelidad. Los peligros para la monogamia incluyen mitos culturales acerca de la infidelidad y el matrimonio, que pueden ser compartidos no sólo por la “gente de la calle/gente corriente” sino también por sus terapeutas mal informados. Los riesgos agravantes de la fidelidad son componentes fisiológicos de la atracción emocional y física que contribuyen a la desorientación cognitiva y afectiva. Los terapeutas pueden promover la fidelidad y la recuperación de la infidelidad, asistiendo a las tareas fundamentales de modelar la compasión, desenmascarando los mitos sobre la infidelidad, enfrentando a los sujetos con sus propias decisiones promoviendo la cercanía emocional y ayudando a los individuos a comprender tanto sus propias actitudes como aquellas aprendidas por su pareja, que les alejan de mantener un matrimonio fiel.
Infidelidad sexual vs. emocional
En un estudio de García P., et als (2001), las diferencias entre sexos reflejan una respuesta emocional de mayor intensidad en las mujeres con tendencia en los hombres a manifestar una preocupación menor por la infidelidad emocional y la percepción de amenaza a su autoestima ante la infidelidad sexual, con mayor sensación de peligro para la continuidad de la relación por parte de las mujeres ante la infidelidad emocional. Los datos mostraron el patrón descrito por Davis Buss (2000) en lo referente a las mujeres, pero no en lo que concierne a los hombres, por lo que no se verifica la primera hipótesis de nuestro estudio. La mayoría de las mujeres sí eligieron la infidelidad emocional como la más estresante (67.2% vs 32.8%), mientras los hombres se preocuparon casi en la misma proporción por la infidelidad emocional como por la infidelidad sexual (51.6% vs 48.3%). Sin embargo, la percepción de infidelidad entre los hombres y las mujeres es diferente, para el 50% de las mujeres el cibersexo no es infidelidad (el 80% de los hombres piensa igual). Un 81% de las mujeres confiesa que coquetea con sus compañeros de trabajo, y dos de cada tres aseguran que tienen pensamientos sexuales con ello. Según una encuesta de Sigma Dos, un 20% de las mujeres españolas declara que no engaña a su pareja “pero estaría dispuesta a hacerlo si tuviera la oportunidad”. Según una encuesta realizada por el Instituto DYM el 20% de las españolas de entre 18 y 35 años han sido infieles alguna vez.
Fisher H. (2007), dice que la primera etapa relacionada con el apareamiento es el deseo o necesidad de gratificación sexual; aquí son los estrógenos y andrógenos los encargados de generar esta conducta. La siguiente etapa es el amor romántico o enamoramiento, que puede definirse como el proceso de atención a una pareja en particular para el apareamiento, existiendo además la necesidad de unión sentimental con dicha pareja; aquí se observa un aumento de dopamina (DA) y norepinefrina (NE) y disminución de la serotonina (5-HT). Finalmente hay una etapa de apego de pareja con el fin de cuidar las crías, donde se observa la construcción y defensa de una madriguera, se comparten los deberes de la crianza y existe comodidad y unión sentimental; aquí son dos neuropéptidos los encargados de esta conducta: la oxitocina (OT) y la arginina de vasopresina (AVP).
Maureira concluye que las conductas como el amor romántico y la fidelidad poseen una clara base neurobiológica donde los neurotransmisores como la DA, NE, 5-HT y los neuropéptidos AVP y OT se conjugan para generar la experiencia del amor de pareja. Los avances en neuroimagen, biología molecular y genética permitirán determinar las regiones y circuitos cerebrales involucrados en la monogamia y la fidelidad, además de entregarnos las bases genéticas que abren las puertas para entender las conductas de un tipo u otro, si bien aún nos encontramos lejos de poder explicar todo el complejo proceso de la atracción romántica y la cooperación en la crianza de la prole.
Robert Wright, afirma que la infidelidad está inscrita genéticamente en nuestro código instintivo. Buss y Wright coinciden al explicar que la naturaleza dotó a todos los seres humanos de un gen de la infidelidad que tiene mucho que ver con la Ley de Conservación de las Especies. Según esto, el hombre debería tener el mayor número posible de relaciones con varias y distintas mujeres para garantizar el tener un número considerable de hijos y perpetuar a la especie. En el mundo animal, la característica primordial es la poligamia. Sin embargo y a pesar de sus investigaciones, el mismo Wright manifestó que no existe ninguna coacción genética sobre lo que el ser humano no tenga control. “Los genes, digan lo que digan, nunca decidirán por nosotros si deseamos o no ser infieles”. Coincidiendo con esta idea Caruso agrega: “el hombre es, por naturaleza, un ente cultural”. La carga genética, entonces, puede dar (quizá) una luz sobre la tendencia genética a ser infieles, pero no explica el porque algunas personas caen en esta práctica y otras no, lo que nos lleva de vuelta a la encrucijada.
El binomio compromiso-infidelidad
Mitchell S. indica que el romance prospera con la novedad, el misterio y el peligro, y es dispersado por la familiaridad. El amor duradero es -por tanto- una contradicción de términos Históricamente en la mayoría de las culturas ha habido una clara separación entre lo doméstico y lo erótico. Las personas casadas, frecuentemente por acuerdo mutuo, con la meta de procrear y mantener una vida de familia alcanzan “derechos” maritales legales. De esta manera. Eros era entonces reprimido o buscado en otro lugar. Actualmente, con grandes expectativas acerca de la sexualidad y del modelo de amor solidario, queremos combinar lo doméstico y lo erótico en una persona. Los seres humanos ansían tanto la seguridad como la aventura, lo familiar y lo nuevo Así que cuando las relaciones de pareja son predecibles y puestas a prueba con negociaciones, obligaciones, responsabilidades, tratos contractuales y demandas de nuestra necesidad de libertad y espontaneidad se vuelven más reprimidas. Quizás esto explique por que las parejas son particularmente vulnerables a las aventuras durante los años que tienen hijos, cuando los matrimonios sin apoyo de sus familiares y las obligaciones hacia la comunidad les abruman. Cuanto más estrecha sea nuestra construcción del matrimonio y la vida familiar, mayor será nuestra urgencia por encontrar la libertad en algún otro lugar. Mitchell no habla directamente sobre affairs, se refiere a las dificultades de manejar esta división entre lo previsible y lo nuevo. Esta implícito en lo que dice que cuando manejamos mal nuestras contradicciones encogiendo el deseo, creamos paradójicamente las condiciones ideales para una transgresión sexual.
Swidler A, 2001 sostiene además que el mito tradicional americano del amor como compromiso de por vida y sacrificio de uno mismo se está erosionando, cediendo paso en su lugar a una noción emergente del amor basada principalmente en el crecimiento individual. Las representaciones ficticias de las relaciones amorosas representan normas culturales, costumbres e ideales.
Buss, D. M., también tiene una respuesta evolucionista a por qué, con una tasa tan elevada de divorcios, los seres humanos siguen empeñados en casarse. Los niños de hogares estables son los que tienen una mayor probabilidad de prosperar. Como es natural, una familia con dos padres puede ser más inestable y desgastarse más que una con un solo padre, pero el matrimonio contribuye a asegurar que una ruptura del compromiso y la subsiguiente separación de los cónyuges no será una decisión que se adopte caprichosamente. En realidad, la mayoría de las sociedades tienen costumbres y leyes que complican de un modo u otro el acto de la separación.
Evolución del compromiso
A propósito de la teoría del intercambio social del Thiebaut y Kelley (1952) (“los seres humanos actúan con otros seres humanos en el pleno reconocimiento de que sus actos serán de alguna manera recompensados”) Sternberg, (1989 y 200) y aduce que es una forma más específica de la teoría de la reafirmación aplicada a las relaciones interpersonales. Parte de la base de que el individuo pretende maximizar las recompensas y minimizar los castigos. En consecuencia, experimentará una mayor intimidad y una menor atracción hacia quienes le ofrecen más recompensas y menos castigos. En un estudio realizado por Sternberg en New Haven sobre diferentes estratos sociales destinado a averiguar lo que es y no es importante en una relación interpersonal, identificó diez grupos principales de características que resultaban significativas a largo plazo. Los participantes fueron ochenta adultos de edades comprendidas entre los diecisiete y sesenta y nueve años, con una media de treinta y un años. En orden descendente de importancia, estos grupos son los siguientes: comunicación íntima/apoyo, comprensión/valoración, tolerancia/aceptación, flexibilidad/moldeabilidad, valores/capacidades, familia/religión, finanzas/quehaceres domésticos, atracción física/romance apasionado, agrado/amistad, y fidelidad. Conviene observar que tanto la intimidad como la pasión y el compromiso -a través de la fidelidad- son relevantes a largo plazo.
A raíz de dicho estudio definieron cuatro atributos de las relaciones interpersonales cuyo peso específico aumenta en el transcurso de tres períodos temporales sucesivos: compartir los valores, voluntad de cambiar como respuesta mutua, voluntad de tolerar los defectos de la pareja y coincidencia del credo religioso. El segundo y el tercero tienen un especial interés, porque ponen de manifiesto la importancia de la flexibilidad en una relación. Para que las cosas vayan viento en popa, disponemos de una doble alternativa: cambiar para adaptarnos mejor a las características de nuestra pareja, o esperar que ésta acepte determinados rasgos de nuestra conducta como «nuestra forma de ser» y como algo que es imposible modificar.
Existen tres atributos que pierden importancia en los tres segmentos de tiempo: el interés mutuo, la relación con los padres y la capacidad -¿deseo?- de escucharla con atención. No es difícil entender por qué, en términos generales, el segundo atributo es el que posee una menor significación. Con frecuencia los padres intentan meter baza, tener siempre algo que decir cuando una relación adquiere visos de seriedad. Pero en la práctica, una vez consolidada, el impacto paternal disminuye. La importancia decreciente del interés mutuo sugiere que, con los años, los miembros de la pareja tienden a encontrar intereses externos. Por otro lado, los autores encontraron cinco atributos cuya importancia iba en aumento a corto y medio plazo, pero que posteriormente perdían significación: el atractivo físico, la capacidad para hacer el amor, la capacidad para empatizar, la conciencia de los deseos de la pareja y la expresión de afecto. Sólo uno de ellos decrecía al principio y luego aumentaba: la coincidencia en el nivel intelectual.
Investigación sobre percepción relacional de la pareja
Presento de forma extractada los resultados de una investigación sobre percepción relacional de la pareja concluida en junio de 2011. Para no abrumar con datos exhaustivos he seleccionado solo los más relevantes. El cuestionario y las tablas al completo pueden consultarse en www. institutospiral.com (Departamento de Investigación Clínica) .
El estudio se realizó a partes iguales en las ciudades de Madrid y Oviedo. La muestra la formaban 211 personas elegidas al azar entre los 17 y 65 años con 95 mujeres y 116 varones. Antes de cerrar las preguntas se había efectuado un pretest semiestructurado.
Se distribuyeron para el análisis tres franjas de edad: de 17 a 29 años (37 sujetos, 17,5%), de 30 a 49 años (117 sujetos, 55,5%) y más de 50 años (57 sujetos, 27,0%). De dicho grupo tenían pareja un 43,2% de la primera franja de edad, un 67,5% de la segunda y un 73,7% de la tercera.
He agrupado los resultados más relevantes en tres categorías de datos:
1. Por sexo.
2. Por edad.
3. Por sexo y edad (por separado).
Para visualizar mejor los resultados se exponen solo las gráficas, incluyendo las tablas al final para quien las desee consultar.
Resultados relevantes por sexo
1. Que es más importante, la infidelidad sexual o la emocional
Los resultados confirman las tesis evolucionistas. Ambos sexos valoran principalmente la fidelidad social (57,95 y 56%), pero los hombres valoran mucho más la fidelidad sexual (24,1% frente a 8,4%).
2. ¿Qué cualidad valoras más en tu pareja?
Se pidió a los participantes que eligieran de un listado de 8 cualidades las 3 que más apreciaran. La sinceridad y la fidelidad (junto con el respeto en las mujeres) fueron las más valoradas. Destaca poderosamente el atractivo físico como cualidad más importante para los varones (37,7% frente al 7%), lo que avala los postulados de Buss.
3. ¿Qué amenaza el matrimonio?
Las mujeres opinan que la principal amenaza para el matrimonio es la falta de respeto (55%), lo que no es compartido por los varones que relegan dicha amenaza al 4º lugar (34%). Sin embargo los hombres valoran mucho la infidelidad (47%), aspecto este al que las mujeres -a su vez- conceden mucha menos importancia (29%). Hombres y mujeres coinciden en señalar la pérdida del amor y la falta de comunicación como elementos destacados.
4. ¿Está enamorado/a de su pareja?
Aunque el porcentaje de respuestas afirmativas es similar, sorprende que ningún varón asegure no estar enamorado. Nada menos que un 15% de mujeres dice no estar enamorada de su pareja (¿son ellas más francas?).
Resultados relevantes por franjas de edad
5. ¿Qué alimenta el amor?
Los sujetos de todas las edades señalan la confianza como el atributo que más alimenta el amor. Las principales discrepancias estriban en la importancia relativa que se le concede a la pasión y los ideales (mucho mayor en los jóvenes). La creencia de que el compromiso de estar juntos y los hijos incentivan amor es directamente proporcional a la edad.
6. ¿La pareja es la forma ideal de convivencia?
La gráfica es bien ilustrativa. Según avanza la edad mayor importancia cobra la creencia de que la pareja es la forma ideal de convivencia.
7. ¿Existe una persona predestinada para mi?
Esta pregunta esconde un mito del pensamiento mágico (como el del príncipe azul). Una creencia que se va desmontando con la edad tal y como se observa ilustrativamente en la gráfica.
8. ¿Cree en la fidelidad extrema?
Las respuestas a esta pregunta confirman que los jóvenes son más radicales al respecto. Sorprende, pues pudiera parecer que estas edades sean más tolerantes y abiertas. En definitiva, parece que la fidelidad es cuestión de amor propio, y la infidelidad es percibida como un atentado al yo y en consecuencia proscrita por los jóvenes (en edad de autoafirmación).
Resultados relevantes según franjas de edad y sexo
9. ¿Por qué rompería la relación?
Se pedía a los participantes que seleccionaran dos de las 8 opciones posibles (seleccionadas de una exploración pre-test). Estos fueron los resultados.
Según edad
Todas las edades consideraron la infidelidad y la falta de respeto como causas principales de ruptura. La falta de pasión y de sexo era más importante para los más jóvenes, y la rutina como causa de importancia creciente según avanza la edad.
Por sexo
Las causas de ruptura son similares a las respondidas en el apartado “amenazas para el matrimonio” con remarcables diferencias como la importancia que cobran aspectos ausentes en aquel apartado como la pérdida del amor (40% y 47% en mujeres y hombres) y los celos (23% y 16% en mujeres y hombres). Se mantienen en parecidos términos la infidelidad, la falta de respeto y la falta de comunicación como causas de ruptura.
10. Fidelidad sexual y emocional (su pareja es exclusivamente para Vd.)
Se pedía a los participantes que seleccionaran dos de las 8 opciones posibles (seleccionadas de una exploración pre-test). Estos fueron los resultados.
Por edad
Hay una distribución bastante homogénea. El 70% o más de todas las franjas de edad afirman que la pareja es exclusiva en lo sexual, en lo afectivo o en ambas cosas.
Por sexo
La concordancia aquí es máxima, más del 75% de ambos sexos afirman que la pareja es exclusiva en lo sexual, en lo afectivo o en ambas cosas.
11. ¿Se puede querer a más de una persona a la vez? (referida a la relación de pareja)
Por edad
Las diferencias aquí son enormes. Los más jóvenes responden en un 62% que sí se puede querer simultáneamente a más de una persona. Las cifras se invierten para los de más edad (un 30%) y los de edades intermedias (un 38%).
Por sexo
Las diferencias entre hombres y mujeres son notables. Las mujeres rechazan el amor simultáneo (un 68%) mientras que los hombres lo aceptan en mucha mayor medida (un 47%). Son datos que abundan en las tendencias monogámicas de la mujer y poligámicas del hombre.
Discusión
Las ciencias sociales en pleno abordan el binomio fidelidad-compromiso: la filosofía, la psicología, la religión, la sociología, la ética y la antropología dan sus propias definiciones de ambos conceptos. La monogamia sería el trasunto evolutivo de la fidelidad y el compromiso. Lo natural (que no lo aceptado) es la fidelidad social y la infidelidad sexual. Esto es algo que no sorprende a ningún profesional de las ciencias humanas y sociales pero que sigue sin ser asimilado por el conjunto de la sociedad. Admitiendo la clásica diferencia entre fidelidad sexual y social (o emocional), parece que en el reino animal predomina la infidelidad sexual, representando la fidelidad social un mecanismo de recíproca salvaguarda que en muchas ocasiones tiene fecha de caducidad. Así pues, la pregunta lógica no es el por qué de la fidelidad sino por qué no ser infiel. Lo natural es ser infiel sexualmente pero no lo frecuente ni lo aceptado, aunque cada vez se aproximan más las cifras. Es decir; empleando el clásico ejemplo de que la caries es frecuente pero no natural (lo natural es una dentadura sana), la infidelidad es natural pero no normal. Los argumentos contra la infidelidad en virtud de lo expuesto se efectuarían “contra natura”.
Las convenciones sociales de orden moral desvían arteramente la atención hacia el binomio infidelidad-monogamia o fidelidad-monogamia que son conceptos independientes. La división fidelidad sexual vs emocional algo aclara. Otros binomios mixtificados son fidelidad-compromiso, infidelidad-antidependencia y compromiso-monogamia. En mi opinión la pregunta evolutiva no es ¿por qué somos infieles? sino ¿por qué somos fieles?, o, lo que es igual ¿cual es el origen de la fidelidad y el compromiso? y no a la inversa. Un fiscal tiene que demostrar la culpabilidad del reo partiendo de la presunción de inocencia. Yo parto de la presunción de que tanto la fidelidad como el compromiso representan potenciales de comportamiento que responden a expectativas sociales monogámicas. Notemos que la mayor parte de investigaciones se refieren a la infidelidad sexual. Los datos aquí presentados considero que ofrecen una aproximación válida a la percepción fenomenológica y actitud social de la fidelidad, la infidelidad, la monogamia y el compromiso.
Carlos Sirvent, en dialnet.unirioja.es/
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