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El encontrarse y estar con los seres queridos, el jugar y disfrutar con ellos, son ingredientes revelados para hablar hoy de Familia y Fiesta, mirando a la Familia de Nazareth tan bellamente representada por Iván Rupnik, en el icono que preside este evento. Jesús, María y José −a quienes Gerson en el s. XIV, llama por primera vez "trinidad” de la tierra−, son ciertamente la mejor imagen de la intimidad divina
Intervención de la Dra. Blanca Castilla de Cortázar en el Congreso ‘Family 2012’, durante el VII Encuentro Mundial de la Familia, celebrado en Milán del 30 de mayo al 3 de junio de 2012.
Índice:
I. La alegría de estar de Fiesta
II. Presupuestos antropológicos de la Familia
1. La Persona, “don”, “capaz de dar”
2. La persona “centro” y “encuentro”
3. La “unidad de los dos” y la apertura al “tres”
III. Experiencia de la Fiesta
1. El amor a la verdad y al bien
2. Afectos de la Fiesta
3. Tiempo de la Fiesta
IV. La Familia, lugar para la Fiesta
1. La importancia del “estar”
2. Compartir hobbies
3. Jugar con los demás y practicar el buen humor
V. La Fiesta, donde el tiempo se une a la eternidad
Desearía comenzar con aquellas palabras que el libro de los Proverbios pone en labios de la Sabiduría cuando acompaña a Yahvéh en la Creación del Universo: «yo estaba trabajando ─como artífice─ junto a Él, dándole alegrías día a día, jugando todo el tiempo en su presencia, jugando con el orbe de la tierra, y mis delicias son estar con los hijos de los hombres» (Prov. 8,30-31).
Como se advierte, el Dios del Antiguo Testamento tampoco es un Dios solitario, le acompaña la Sabiduría, en la que la tradición oriental desde el s. II en Antioquía reconoce al Espíritu Santo en cuanto diferente al Logos[1], mientras que la tradición occidental la identifica con el Verbo[2]: en cualquier caso se trata de otra Persona co-eterna. Ese texto de los Proverbios permite barruntar con palabras humanas algo la intimidad del Amor en Dios, que entreteje trabajo y juego, ternura, novedad y sorpresa, pues la Sabiduría trabaja junto a Yahvéh en la Creación ─así aparece en la Capilla Sixtina, pintada por Miguel Angel─, haciéndole disfrutar, siendo su alegría cotidiana, jugando con el orbe y con los hijos de Adán. Estas relaciones personales recuerdan el sugerente y original modo ─que también cita el Card. Ravasi─, con el que Juan Pablo II habla de la intimidad divina: «en su misterio más íntimo ─dice el Papa─, Dios no es una soledad sino una familia, puesto que lleva en Sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor. Este Amor, en la familia divina ─afirma─, es el Espíritu Santo»[3].
Por su parte, el Mesías que comía y bebía en bodas como la de Cana y aceptaba hospedarse en casa de Zaqueo, Simón el Fariseo, Mateo, Pedro o de sus amigos de Betania, describe en varias ocasiones el Reino de los Cielos como una Casa de Familia, la Casa del Padre, en la que hay muchas moradas y en la que se celebra una gran Fiesta con banquete, donde se asiste vestido de gala y, en compañía de familiares y amigos, se comparte la buena mesa y el mejor de los vinos.
En definitiva, el encontrarse y estar con los seres queridos, el jugar y disfrutar con ellos, son ingredientes revelados para hablar hoy de Familia y Fiesta, mirando a la Familia de Nazareth tan bellamente representada por Iván Rupnik, en el icono que preside este evento. Jesús, María y José ─a quienes Gerson en el s. XIV, llama por primera vez "trinidad”[4] de la tierra─, son ciertamente la mejor imagen de la intimidad divina.
I. La alegría de estar de fiesta
Se ha señalado en las últimas décadas, que el hombre post-moderno ha ganado “el tiempo libre”, pero ha perdido el sentido de la fiesta. Algunas novelas describen la prisa interior y exterior del hombre de las grandes urbes, atrapado por el stress, siempre corriendo y mirando al reloj[5]. Alguien nunca disponible, con quien no se puede hablar ─a duras penas por el móvil (celular) ─, que apenas mira lo que le rodea si no es para comprarlo. Atrapado por ese modo de vivir, el ser humano sólo encuentra vacío, trabaja ─quizá mucho─, tiene muchas cosas que hacer, pero no sabe soñar ni disfrutar, ni para qué o para quién trabaja si no es para sí mismo, corre pero no sabe hacia dónde, y en el caso de que sus proyectos fallen su derrumbe es total.
Pensando en la Fiesta, vino a mi memoria la respuesta de uno de mis maestros cuando al agradecerle ─una vez acabados los estudios─, lo bien que lo había pasado en sus clases, lo que había disfrutado al entender las cosas me dijo: “señorita, es que conocer es una fiesta”.
Estar de fiesta, por tanto, es estar donde uno lo pasa muy bien, allí donde se comparte a raudales lo que gusta a todos. Es una fiesta reunirse familias de todo el mundo para estar con el sucesor de Pedro, quizá por eso estamos aquí, será una Fiesta el Cielo, por eso queremos ser salvados, y aquí venimos a aprender que nuestra familia puede ser también una Fiesta, más cotidiana y asequible, la que alegra nuestros días y nos prepara para las grandes fiestas que nos esperan.
II. Presupuestos antropológicos de la familia
Vivimos en un momento en el que parece conveniente “repensar” la familia para redescubrir con nuevas luces el don de ser seres estructuralmente familiares, de formar parte de una genealogía y de poder construir nuestras propias relaciones. Recordemos, pues, algunos de sus fundamentos:
1. La Persona “un don”, “capaz de dar”
Cada persona es un don, en primer lugar para sí misma. Es obvio que nadie decide venir a la existencia, aunque tampoco es que sea arrojado a ella. Tras el existencialismo, una antropología realista reconoce que cada ser humano “nace y se hace” y que es tanto lo que recibe que cada cual es más de lo que sabe de sí mismo. “Si conocieras el don de Dios”, decía Jesús a la Samaritana (Jn 4,10), de ahí que no haya perdido vigencia ni dificultad la milenaria leyenda del templo Delfos: “conócete a ti mismo”[6]. Máxima que ha hacía exclamar a Rousseau: «El más útil y menos adelantado de todos los conocimientos humanos me parece que es el del hombre, y me atrevo a decir que la inscripción del templo de Delfos contiene en sí sola un precepto más difícil que todos los gruesos libros de los moralistas»[7].
La persona es un don para sí misma y un don para que sea SUYO. De ahí que ser autopropietaria de la propia realidad sea una profunda y certera descripción de lo que es ser persona. Ser persona es tener su «realidad en propiedad», afirma Zubiri[8]. Esa autopropiedad lleva a que nadie ─excepto Dios─, tenga derecho sobre otra persona a no ser que se entregue. Como tampoco nadie tiene “derecho” a tener un hijo, por ejemplo, porque el hijo también es un don para los padres.
Cada persona recibe, y recibe mucho: el Creador le dona su ser personal, que le hace única e irrepetible[9], sus padres le transmiten la naturaleza humana ─cuerpo y mente─, con la herencia genética, y al nacer prematuramente se va configurando culturalmente a través del cuidado familiar, la educación y las posibilidades de su entorno, que también le son dadas y anteceden a su actuar libre.
El ser humano en contraste con el resto de los seres del Cosmos es capaz de hábitos, pues aunque su naturaleza tiene leyes no está completamente programada. Por una parte, sus estructuras universales ─como la necesidad de alimento o descanso, o la capacidad de hablar o como afirma Lévi Strauss, la familia[10]─, se desarrollan culturalmente. Además, gran parte de sus cualidades las adquiere por autodeterminación, por lo que Zubiri afirma que el hombre tiene una “esencia abierta”[11]. Esta apertura se caracteriza por la capacidad de TENER. El hombre “tiene” en su cuerpo y en su mente, no sólo vestidos y bienes materiales sino también destrezas corporales, manuales, atléticas, etc., que se tornan más profundas en la psique, con los hábitos intelectuales y morales.
Pero, además de TENER, en cuanto PERSONA el ser humano es, sobre todo, capaz de DAR y de darse[12]. La persona, ser libre e inteligente a radice, está hecho para amar libérrimamente ─“porque sí” dicen en mi tierra─, por eso puede DAR gratuitamente.
2. La Persona “centro” y “encuentro”
Esa capacidad de DAR pone de relieve dos dimensiones inseparables, aunque diferentes, de la estructura de la intimidad. Por un lado la persona, cada una, es un ser con valor por sí mismo, “el único ser en el Universo ─dice el Concilio Vaticano II─, al que Dios ha amado por sí mismo” (GS, 24). En un segundo momento, la persona es un ser relacional, abierto, no sólo en su esencia ─hemos dicho─ sino en su mismo SER, con una relación de origen ─la filiación─ y con una apertura esponsal, que le constituyen. El Concilio lo expresa afirmando que “sólo alcanza su plenitud en el don sincero de sí a los demás” (GS, 24).
A lo largo de la historia del pensamiento hasta el siglo XX, la noción de persona ─forjada en el s. IV por los Padres Capadocios─, ha dado lugar a acalorados debates académicos pero ha tenido poco peso antropológico[13]: bastaría recordar que toda la teoría política de la modernidad se funda en el individuo, no en la persona. Y ser individuo no es exactamente lo mismo que ser persona. Un individuo puede estar aislado ─ser como una mónada─, y una persona es un ser estructuralmente relacional.
Rescatando algunas intuiciones valiosas, Kant sostiene que la persona es un Fin en sí misma, por lo que nunca ha de ser tratada como medio sino siempre como Fin. Pero siendo cada persona un Fin en sí misma ─y entramos ya en la segunda característica de la estructura personal que, por otra parte, no implica limitación─, sin embargo no es fin para sí misma: el fin de una persona está siempre en otra persona: a la que sale al encuentro o a la que abre la puerta. Y esto porque la persona es para la donación, para el amor: sólo cuando se vive “para-otro” es cuando se alcanza la plenitud, que consiste precisamente en haber aprendido a amar.
Este vivir y ser-para otro no es un signo de limitación ─decía─, porque forma parte de la imagen de Dios ya que también las Personas divinas viven cada una para las otras dos. Ciertamente, una persona sola sería “una desgracia absoluta”[14] pues no tendría con quien comunicarse, a quien darse[15]. La irreductibilidad de la persona no es aislante, de modo que la persona puede describirse también como “encuentro”[16] con otra persona que se hace presente, a la que se puede amar y ser correspondido por ella.
Sin embargo, ni en Dios ni en el hombre la persona es sólo relación. En Dios, la Teología describe a la persona divina como “relación subsistente”[17] es decir, una relación con valor por sí misma, aunque lo propio de la relación sea estar vertido a los demás. Algo parecido se puede decir respecto al ser humano, porque su relacionalidad está intrínsecamente unida a su ser, donde se encuentra su “centro”. El Ser de la persona no es un Ser a secas, como el del Cosmos, sino un SER-CON[18], o SER-PARA[19], o co-existencia[20]
Y si bien cada hombre nace prematuramente, inerme y dependiente en todo, el proceso hacia la madurez consiste en conseguir independencia a todos los niveles: físico, psíquico, profesional, económico y social. Este valerse por sí mismo, es la condición para poder vivir inter-dependiente[21], constituyendo y construyendo la propia familia. Podríamos resumir, pues, esas dos dimensiones de la persona como “centro” y “encuentro”. Centro subsistente y abierto relacionalmente al encuentro con el otro.
3. La “unidad de los dos” y la apertura al “tres”
La persona es hijo y ─aunque sólo fuera por eso─, ya tiene una estructura familiar en su constitución intrínseca. Pero ser persona y ser familia es algo más que ser hijo. La persona, además de hijo tiene también una estructura esponsal ─es o varón o mujer─, y puede amar como padre o como madre. Y, es obvio que la familia, además del hijo requiere un padre y una madre.
La familia en cuanto tal tiene una estructura triádica, integrada por relaciones personales constitutivas en la que cada una se configura familiarmente respecto a las otras dos: así, no hay hijo sin padre y madre, como tampoco madre sin padre e hijo, ni padre sin hijo y madre.
Sin embargo, las cosas no son tan fáciles porque tanto el varón como la mujer preexisten a su ser padre o madre. Por otra parte, la familia puede ser considerada tríadicamente en otros sentidos, por ejemplo Scola la presenta como “misterio nupcial” distinguiendo tres momentos: 1. La diferencia sexual varón-mujer, 2. El amor personal entre ellos, y 3. La fecundidad[22].
Lo cierto es que el ser humano es creado por Dios a su imagen y semejanza de Dios. El libro del Génesis 1, 26-27 narra que Dios creó un hombre, lo creó a su imagen y los creó varón y mujer. Es importante considerar ese singular y plural a la vez ─“lo creó, los creó”─[23], y advertir que no hace al hombre tres como Él mismo es en su intimidad, sino dos. Pero dos que se complementan esponsalmente pudiéndose hacer uno, de modo que la creatural “unidad de los dos”[24] acoge, desde el principio, la pluralidad y respeta la diferencia. Es más, cada una en su diferencia es la afirmación de la otra, como se dice en el libro del Eclesiástico al elogiar las obras de Dios: «Todas son dobles, una frente a la otra. Él no ha hecho nada imperfecto. Una confirma la bondad de la otra» (Eclo 42, 24-25).
Ese “estar frente a frente” ─según el texto hebreo de Gén 2,18─, significa, entre otras cosas que la masculinidad ─expresada en el cuerpo─, está diciendo desde sí misma la feminidad y la feminidad desde sí misma hace referencia a la masculinidad. Julián Marías, desde la antropología afirma que la diferencia entre varón y mujer es relacional, como la de las manos que, situadas una enfrente de la otra se pueden anudar como en un abrazo[25] .
Pero el significado más profundo lo ha puesto de relieve Juan Pablo II que, más allá de las célebres negaciones en el pasado[26], sostiene que la plenitud de la imago Dei está no tanto en cada persona aislada ─varón o mujer─, sino en la comunión entre los dos: «El hombre se convierte en imagen de Dios ─afirma─, no tanto en el momento de la soledad cuanto en el momento de la comunión. Efectivamente, él es "desde el principio" no sólo imagen en la que se refleja la soledad de una Persona que rige el mundo, sino también, y esencialmente, imagen de una inescrutable comunión divina de Personas»[27]. Por lo que la “unidad de los dos” vendría a ser una imagen de la unidad de la tríada divina[28].
La donación desinteresada, al ser mutua, se torna reciprocidad. Sin embargo, el amor recíproco es posible entre dos personas cualquiera que sea su sexo, al dar lugar a múltiples relaciones interpersonales[29], mientras que en la unidad entre varón y mujer se da, además, una peculiar complementariedad. Siguiendo su novedosa y sugerente antropología, el Papa Wojtyla afirma en 1995, dando como una nueva vuelta de tuerca a esta cuestión, que entre varón y mujer lo que es recíproca es la complementariedad, pues “la mujer es el complemento del varón, como el varón es el complemento de la mujer: mujer y varón son entre sí complementarios”[30]. Sigue señalando que esa complementariedad no se refiere sólo al ámbito del OBRAR, sino sobre todo al ámbito del SER, concluyendo que varón y mujer “son complementarios no sólo biológica y psicológicamente sino, sobre todo, desde el punto de vista ontológico”, siendo la “Unidad de los dos” una “unidualidad relacional complementaria”[31].
Con estas expresiones, que requieren un posterior desarrollo ─y que no afectan al celibato[32]─, Karol Wojtyla está dando forma filosófica a cuestiones que conoce bien como poeta. Los poetas, ciertamente, penetran mejor que nadie el ser y el sentido. Un poeta español describe el amor esponsal como algo intangible y profundo entre TÚ y YO, como un lugar donde escuchar tu voz, un perdonarme tú y un comprenderte yo. Además, y sobre todo, canta a la “unidad de los DOS”, valiéndose de imágenes como una fruta para DOS, un paraguas para dos o una historia escrita para dos o crear un mundo entre los dos (como afirma el filósofo alemán Martin Buber). Y, refiriéndose a la tentación confiesa: “no cabe la mentira en algo transparente, hermoso y frágil como es el amor. No le llames cobardía, hay cosas que en la vida son solo para dos, tan solo dos”[33].
Sin embargo, tampoco el Dos es suficiente para algo intrínsecamente triádico como la familia. La “unidad de los dos” se despliega en el tiempo, abriéndose al “tres”, a la fecundidad, a la abundancia. La masculinidad y la feminidad, cuando unen sus recursos en un objetivo común, se potencian y entre los dos son capaces de conseguir lo que no pueden hacer aisladamente cada uno. No sólo en la familia, también en el arte, en el deporte, en la cultura, en el trabajo, en los medios de comunicación, en la construcción de la historia. Es plástico e ilustrativo, por ejemplo, cómo en el patinaje artístico por parejas ─además de la sincronización al hacer lo mismo─, cuando cada uno pone en juego lo específico, él la fuerza, ella la flexibilidad, son capaces de sorprender con sus posibilidades.
La reciprocidad y complementariedad conjuntamente confieren una fuerza expansiva, capaz de lo nuevo como en el caso de la vida. Cada persona es lo nuevo, alguien que antes no estaba ni volverá a haber nadie como él, una nueva libertad que irrumpe y podría cambiar el rumbo de la historia. Pues bien, en la familia, los padres ─con la ayuda de Dios, como reconoce Eva cuando tiene su primer hijo (cfr. Gén 4, 1) ─, son procreadores, creadores de vida. La familia, que tiene su origen en la unidad de los dos está constitutivamente abierta al TRES e irradiando desde dentro es cuna y fuente de vida.
Esa fecunda apertura al “tres” está narrada también en el primer capítulo del Génesis cuando Dios, bendice a Adán y a Eva, diciéndoles “Creced, multiplicáos, llenad la tierra y dominarla” (Gén 1,31). Interesa advertir, en este versículo tan conocido, que Dios encomienda a los dos una doble tarea común: la familia y el dominio del mundo, crear y cuidar la vida y construir la historia. En esas dos tareas, inseparables, varón y mujer son co-protagonistas, tanto en el ámbito privado como en el público[34].
La experiencia histórica enseña que durante los siglos en los que se han separado esfera pública y privada, asignando una cada sexo: “Public man, private woman” resume Elshtain[35], ambos espacios resultan unilaterales y desequilibrados. En la familia es frecuente la ausencia del padre ─“Fatherless America”[36] lleva por título un importante ensayo─, mientras que el ámbito laboral resulta excesivamente competitivo ─y jerarquizado, decía el relatore Bruni─, esperando el “genio” de la mujer ─como diría el Papa Wojtyla[37]─ para hacerlo habitable.
Varón y mujer tienen dos maneras diferentes de hacer lo mismo, por lo que el obrar humano, en cualquier terreno, para que resulte completo necesita la colaboración de los recursos de los dos, por lo que son tan fecundos los equipos en los que trabajan conjuntamente varones y mujeres. Por otra parte, tanto la maternidad como la paternidad son fundamentalmente una actividad del espíritu que tiene hoy como tarea pendiente y necesaria: construir una “familia con padre y una cultura con madre”[38].
III. Experiencia de la fiesta
En primer lugar, vivir la Fiesta requiere desarrollar la fuerza del espíritu ─restablecerla allí donde se haya perdido─, aprendiendo a ejercitar la inteligencia y la libertad en el amor a la verdad y el bien.
1. El amor a la verdad y al bien
La Fiesta supone el ejercicio de la inteligencia en su dinámica de la búsqueda de la verdad. “Conocer es una fiesta”, dice mi profesor. Y demanda también el ejercicio de la libertad en la consecución del bien. En el error y la mentira la fiesta dura poco. Si la fiesta no es de verdad, se torna hastío, amargura o resaca. Uno termina sintiéndose mal, teniendo mal cuerpo, en lugar de disfrutar y pasarlo bien.
El ambiente de las sociedades opulentas, con su exceso de bienes materiales, además de provocar enfermedades típicas ─cardiovasculares, diabetes tipo 2 u obesidad─, y hábitos no saludables ─sedentarismo o mala dieta─, además, dificulta el verdadero sentido de la Fiesta, al fomentar la pasividad, el individualismo, el aburrimiento, la tendencia a lo fácil y a placeres con efectos secundarios. Es ilustrativo que si se busca en Google información sobre la Fiesta, las posibilidades que ofrece, además del baile, es el alcohol en sus distintas variedades: cerveza, champán, cóctel, margarita, vino o vodka ─literalmente─.
La abundancia, que es buena, el dinero, los bienes materiales y la técnica, instrumentos al fin, si se convierten en fines embotan a la persona, la corrompen. La tecnología, fuente de progreso ─TV, móviles, videojuegos, ordenadores, internet, chateos─, según como se emplee, fomenta el aislamiento provocando, por ej., que los jóvenes apenas tengan conversación o que generen dependencias insanas. Si los niños la ven muchas horas solos, la TV ─que es pasiva e invade los sentidos─, frena su imaginación, cercena su creatividad, fomenta el sedentarismo y no pocas veces les roba la infancia, impidiéndoles sobrecogerse con admiración ante el descubrimiento del origen de la vida, imponiéndoles zafiamente una información descontextualizada y en ocasiones perversa.
La búsqueda de la verdad, sin embargo, la educación del deseo, la elección de los bienes más altos aunque sea arduo conseguirlos, requiere hábitos positivos que den forma a la capacidad de bien y de verdad. Podríamos decir que no sólo aprender es una Fiesta sino que estar de Fiesta también se aprende[39].
2. Las emociones de la Fiesta
En ese aprendizaje, aparecen como en cascada sentimientos insospechados, emociones más profundas ─de otro nivel, de otra generación─, que las puramente psicosomáticas, que ratifican e incrementan a su vez el amor a la verdad: se trata de los sentimientos y afectos que manifiestan las posibilidades del corazón humano[40].
Cabe destacar, en primer lugar, la capacidad para la admiración, que tiene su raíz en la inteligencia y en la libertad, y que auna verdad y belleza. Admirar ─el arma de los poetas y de los filósofos atentos a la realidad─, es el mejor modo de aprender. La admiración entre los sexos, por ej., es el mejor antídoto para el machismo y el feminismo igualitarista que manipula el género.
Admirar la belleza de la Naturaleza es una fiesta, y admirarse ante las personas, contemplarlas, lleva al amor personal: un acto de la voluntad que se goza en la verdad del otro, que es su realidad personal. A la persona se la admira y se le ama por sí misma. Por su parte, el amor personal lleva consigo el gozo. El gozo es más que placer, es un afecto espiritual que desconoce el hedonista, el cual siente placer, pero le resulta imposible gozarse en la contemplación “de un botellón de cerveza”. La cerveza en todo caso acompaña al gozo, pero en modo alguno es su causa.
El gozo que conlleva el amor a una persona, a la que se admira, va acompañado por otro sentimiento positivo, seguramente uno de los más importantes, a saber: el respeto. Se respeta cuando se ve dentro de cada persona aquello en que es superior a nosotros, cuando se advierte no sólo lo que es sino lo que puede llegar a ser. Ese respeto genera confianza. Podríamos hablar también del agradecimiento de quien reconoce estar en deuda. La actitud de la gratitud se torna gratuidad, manifestándose en correspondencia, que pone lo recibido una vez desarrollado al servicio de los demás. Por último, la admiración, punto de partida de todas estas insospechadas emociones, se abre a la experiencia más noble del ser humano: la adoración ─admiración que se dirige a la Verdad y al Bien más admirable─. La adoración viene a ser, entonces, el punto álgido de la Fiesta.
3. Tiempo de la Fiesta
Parte de la emoción de la Fiesta es desearla, esperarla, prepararla y prepararse para ella, también en el modo de presentarse, teniendo en cuenta los detalles, donde se manifiesta el amor. Decíamos que estar de Fiesta se aprende, otro modo de decir que la Fiesta no se improvisa, como no se improvisa tener amigos. La amistad hay que crearla, también la Familia y la Fiesta, para las que son imprescindible el encuentro con el otro. Lz Quintás, otro pensador español afirma que “donde hay encuentro hay alegría y hay fiesta”.
Una descripción de la creación de lazos personales la hace Saint-Exupéry en el sustancioso diálogo entre el Principito, que viene a la tierra a buscar amigos, y el solitario zorro que pide que le “domestique”: “si me domesticas, tendremos necesidad uno del otro ─le dice─. Serás para mí único en el mundo. Y yo seré para ti único en el mundo (…). Me aburro un poco, pero si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré el ruido de tus pasos que será diferente al de los otros, llamándome fuera de la madriguera, como una música. Sólo se conocen las cosas que se domestican ─aclara el zorro─. Los hombres ya no tienen tiempo para conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero no existen mercaderes de amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!”.
Cuando el Principito pide instrucciones –recordemos-, el zorro comienza hablándole del lugar del encuentro y de ser paciente: “Te sentarás al principio un poco lejos de mí (…) Te miraré de reojo y no dirás nada (…) Pero cada día, podrás sentarte un poco más cerca…”.
Preparar la fiesta es fijar el lugar y también la fecha y la hora. Conocer el momento y esperarlo es fuente de las emociones que crean lazos entre las personas. Saint-Exupery, en referencia al tiempo, habla de la necesidad de los ritos para preparar el corazón: “si vienes a las cuatro de la tarde ─dice el zorro─, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuando más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón… Los ritos son necesarios”.
Y cuando pregunta el Principito qué es un rito le contesta. “Es algo demasiado olvidado. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días; una hora, de las otras horas”. Y cuenta como ejemplo: “Entre los cazadores hay un rito. El jueves bailan con las muchachas del pueblo. El jueves es, pues un día maravilloso. Voy a pasearme hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones”[41].
La Fiesta es, pues, un momento, un día especial. Un día que se espera con ilusión, en el sentido castellano de esta palabra[42]. Un día esperado y preparado. Josef Pieper afirma que “trabajar y celebrar una fiesta viven de la misma raíz, de manera que si uno se apaga, la otra se seca”[43]. Así, preparar una fiesta supone a veces mucho trabajo, esfuerzo recompensado por la alegría jolgoriosa o serena, según las épocas.
IV. La familia, lugar para la fiesta
El hogar de familia es donde se nace, donde se está, donde se juega, donde se vuelve, donde se muere, pero para ir a la Casa donde se vive y se ama siempre. La familia trasmite el aire de familia, un modo de vivir, algo intangible que por ser aire ─espíritu─, se respira y se aprende como sin darse cuenta.
Querría fijarme ahora en algunos modos de cómo vivir en familia características del Amor descritas en el libro de los Proverbios: la Sabiduría tiene sus delicias en estar con los hijos de los hombres y juega con ellos.
1. La importancia del “estar”
Ante todo la Sabiduría “está”, lo que pone de relieve que el “encuentro” con el otro necesita dedicación. Y como el tiempo parece un bien escaso en el ajetreado mundo en el que vivimos, es preciso acotar momentos para el encuentro, tiempo para estar juntos, tiempo para la convivencia.
Compartir la mesa ─al menos una vez al día─, es un rito importante que tiene hasta beneficios para la salud, pues los niños aprenden no sólo a comer con educación, sino a alimentarse saludablemente. La mesa y la sobremesa permiten cambiar impresiones del día y saber uno de otro. En una película de Bruce Willis “Historia de lo nuestro” ─relato de una crisis matrimonial y el iter hasta su superación─, padres e hijos cenan juntos a diario y cada uno cuenta ─con más o menos sinceridad─, lo mejor y lo peor de su día compartiendo así alegrías y penas[44].
“Estar” supone también ─se ha hablado ya─, compartir las labores domésticas, los encargos, llevar entre todos el peso del hogar. “Estar” es captar las necesidades reales de cada uno para solucionarlas o al menos acompañarlas. Y hablando de tiempo lo importante es la calidad, más que la cantidad. No por estar mucho tiempo al lado se hace más compañía. Se puede estar cerca, aunque físicamente se esté lejos, si se está pensando en el otro y compartiendo los mismos intereses e ilusiones.
Si son necesarios tiempos diarios, en días festivos es tiempo de alargar la sobremesa y el estar juntos. No hace falta hablar, también se puede cantar. Provengo de una tierra ─el país vasco─, donde la gente tiene fama de buen paladar para el comer y el beber y de buena voz para cantar. Lo cierto es que con la alegría que el vino aporta al corazón, es tradición allí cantar en la sobremesa, con frecuencia las mismas canciones. Y eso deja un poso inolvidable.
2. Compartir
Se hace las delicias de los demás conociendo sus gustos, fomentando sus hobbies, buscando para cada uno el hobby más adecuado por sus capacidades o sus necesidades (recuerdo a una madre que a un hijo inquieto y peleón, que tenía buen oído, lo puso a tocar el clarinete para que desfogara ahí sus energías restantes en vez de reñir y pegar a sus hermanos. Y a otro que era un poco pasivo también físicamente, le animó a montar a caballo para energizarlo. Sin embargo, para hacer más llevadera la adolescencia a otro decidió compartir con él la música y aprender también ella a tocar el piano). Compartir aficiones es un buen modo para compenetrarse.
3. Jugar con los demás y practicar el buen humor
Cerca de la Sabiduría no cabe el aburrimiento, porque su ingenio sorprende, hace reír, rompe la monotonía si la hubiera, a su lado hay dicha, diversión y descanso. La Sabiduría deleita a Dios y a los hombres, se encuentra bien entre ellos porque los quiere a todos como son. Y todos están bien junto a Ella, porque se saben conocidos y queridos.
Ante todo la Sabiduría sabe jugar. El juego, como toda actividad lúdica, es una actividad libre, no necesaria, en la que no se busca nada más que disfrutar, pero mediante él se aprende a vivir, a relativizar los éxitos y los fracasos, porque en el juego no se gana ni se pierde nada vital. En el juego todo éxito es esforzado y a la vez prematuro[45].
Siendo muchos modos de jugar no conviene olvidar lo importante que es contar cuentos a los pequeños, aunque sean siempre los mismos.
Y junto al juego, el buen humor, aquel del que hacía gala Tomás Moro cuando pedía al Señor:
─ Dame una buena digestión y naturalmente alguna cosa que digerir.
─ Dame un alma ajena a la tristeza, no permitas que me tome demasiado en serio esa cosa tan invasora que se llama "yo".
─ Dame el sentido del humor. Concédeme el don de comprender una broma, de entender un chiste, para traer un poco de felicidad a la vida y poder regalarla a los demás.
V. La fiesta, donde el tiempo se une a la eternidad
La Fiesta es un día especial, o quizá aquello que hace que cada día sea una Fiesta porque da sentido al tiempo. De nuevo es Saint Exupéry quien lo expresa de un modo insuperable: “Los ritos son en el tiempo lo que la morada es en el espacio. Bueno es que el tiempo que transcurre no nos dé la sensación de gastarnos y perdernos como el puñado de arena, sino de realizarnos. Bueno es que el tiempo sea una construcción. Así voy de fiesta en fiesta y de aniversario en aniversario, de vendimia en vendimia, como iba cuando era niño de la sala del consejo a la sala del reposo, en la anchura del palacio de mi padre, donde todos los pasos tenían sentido”[46]
Pero hay días especiales en los que uno se para dedicarse más a aquello que da sentido a los demás. Un día donde hay lugar para la contemplación, el agradecimiento, la adoración, como lo es el Domingo, un “rito” (como Dios manda) propiamente dicho.
Un día para ir a Misa, tiempo en el que se para el tiempo al unirse con la eternidad. Hay un dicho de mi tierra que reza: “La Fiesta se conoce en la Misa y en la Mesa”. Milán tiene ejemplos para ilustrarlo: me estoy refiriendo, como no, a la universalmente famosa Última Cena de Leonardo Da Vinci.
Blanca Castilla de Cortázar
Dra. Filosofía y Teología
Profesora de Antropología
Real Academia de Doctores de Estaña
Notas
[1] En la tradición oriental no se distingue entre el espíritu (la ruach) y la sabiduría, que en los libros sapienciales designan la misma realidad. El P. Orbe, buen conocedor del pensamiento judío, de la patrística y de la heterodoxia de los primeros siglos, constata un fondo común en lo referente a la Sabiduría y el Espíritu Santo. Cfr. ORBE, Antonio, Excursus VIII: Sophia y el Espíritu Santo, en La Teología del Espíritu Santo. Estudios Valentinianos, vol. IV, ed. Analecta Gregoriana, Roma 1966, pp. 687-706. Por otra parte, hay diversos estudios al respecto: Cfr. LARCHER, Celas, Études sur le livre de la Sagesse, Études bibliques, Paris 1969, pp. 329-414: La sagesse et l'Esprit; Le livre de la Sagesse ou la Sagesse du Salomon, vol I, Lecoffre, Paris 1983.
[2] Por su parte, la tradición occidental marcada por el desarrollo de la analogía psicológica aplicada a la Trinidad, que inicia san Agustín, apropia al Hijo todo lo relacionado con la inteligencia, el conocimiento y, por tanto, la Sabiduría, mientras que al Espíritu Santo lo asocian con la voluntad y el amor.
[3] JUAN PABLO II, Homilía, 28-I-79.
[4] Jean GERSON (1363-1429) conocido como el Canciller de Paris por haber regido aquella universidad. Teólogo y místico y máxima influencia en la Iglesia de su tiempo en Francia, tienen diversos sermones sobre la Encarnación, la Natividad de María o la Navidad. El que pronunció en el Concilio de Constanza el 8.IX.1416 tiene especial relevancia para la Familia de Nazareth a la que se refiere como “esta admirable y venerable trinidad de Jesús, José y María”. Cfr. Op. omnia, Antwerpiae, 1706, v. III, cols. 1355-1357. Para su obra en francés cfr. Oeuvres completes, Desclée & Cie, 1986, v.VII/3.
[5] La primera que leí en este sentido es Momo, escrita por Michael ENDE y publicada en alemán en 1973. Traducida al español en 1984 es subtitulada Los caballeros de gris o Los hombres de gris, mientras que el título completo en alemán es Momo, o la extraña historia de los ladrones de tiempo y de la niña que devolvió el tiempo a los hombres.
[6] "Nosce te ipsum". "Conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses". (Traducción latina de la máxima griega inscrita en el Templo de Apolo (Delfos)). Esta inscripción, puesta por los siete sabios en el frontispicio del templo de Delfos, es clásica en el pensamiento griego
[7] ROUSSEAU, Jean Jacques (1712-1778), Discours sur l’origine et les fundements de l’inégalité parmi les hommes, 1755, Gallimard, Paris, 1965. Trad. cast.: Discurso sobre el origen y fundamento de la desigualdad entre los hombres, Península, Barcelona 1973, Prefacio, p. 27
[8] «Ser realidad en propiedad, he aquí el primer modo de respuesta a la cuestión de en qué consiste ser persona. La diferencia radical que separa a la realidad humana de cualquiera otra forma de realidad es justamente el carácter de propiedad. Un carácter de propiedad que no es simplemente un carácter moral. Es decir, no se trata únicamente de que yo tenga dominio, que sea dueño de mis actos en el sentido de tener derecho, libertad y plenitud moral para hacer de mí o de mis actos lo que quiera dentro de las posibilidades que poseo. Se trata de una propiedad en sentido constitutivo. Yo soy mi propia realidad, sea o no dueño de ella. Y precisamente por serlo, y en la medida en que lo soy, tengo capacidad de decidir. La recíproca, sin embargo, es falsa. El hecho de que una realidad pueda decidir libremente entre sus actos no le confiere el carácter de persona, si esa voluntad no le perteneciera en propiedad. El 'mío' en el sentido de la propiedad, es un mío en el orden de la realidad, no en el orden moral o en el orden jurídico»: Xavier, ZUBIRI, Sobre el Hombre, Alianza, 1985, p. 111.
[9] «Lo nuevo aparece en forma de milagro. Del hombre capaz de acción cabe esperar lo inesperado, lo infinitamente improbable. Y, una vez más, esto es posible sólo porque cada hombre es único, de modo que con cada nacimiento algo singularmente nuevo entra en el mundo. Con respecto a este alguien que es único cabe decir verdaderamente que nadie estuvo allí antes que él (… de modo que) la pregunta planteada a cada recién llegado es “¿Quién eres tú?”»: Hannah ARENDT, The Human Condition, The Univ. Chicago Press, 1974. Trad. cast.: La condición humana, Paidós, Barcelona, 1993, p. 202.
[10] Cfr. LÉVI-STRAUSS, Claude, Les structures élémentaires de la parenté, PUF, Paris 1949. Revisada 1967. Trad. cast.: Las estructuras elementales de parentesco, Paidós, Buenos Aires, 1981.
[11] Pintor-Ramos señala que Zubiri «filósofo profundamente preocupado por la persona, desde los inicios de su pensamiento, hasta el punto de que no es disparatado pensar que la peculiaridad metafísica de la persona como esencia abierta es el gran argumento contra el sustancialismo metafísico tradicional»: PINTOR RAMOS, Antonio, Las bases de la filosofía de Zubiri: realidad y verdad, Publ. Univ. Pont. Salamanca 1994, p. 288, nota 52.
[12] Cfr. POLO, Leonardo, Tener y dar, en Estudios sobre la Enc. “Laborem exercens”, BAC, Madrid 1987, pp. 201-230; y en Sobre la existencia cristiana, Eunsa, 1996, pp. 103-135.
[13] Cfr. el cap. sobre el iter histórico de esta noción en mi estudio: CASTILLA DE CORTAZAR, Blanca, Noción de Persona en Xavier Zubiri, ed. Rialp, Madrid 1996, pp. 29-73.
[14] Polo afirma en diversos lugares que «no tiene sentido una persona única. Las personas son irreductibles; pero la irreductibilidad no significa persona única. (...) La irreductibilidad de la persona no es aislante»: POLO, Leonardo, Presente y futuro del hombre, Rialp, Madrid 1993, p 161. Incluso afirma que «una persona única sería una desgracia absoluta»: Ibídem, p. 167, o «un absurdo total»: La coexistencia del hombre, en Actas de las XXV Reuniones Filosóficas de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Navarra, t. I, Pamplona, 1991 p. 33, razón por la que defiende que la persona es ontológicamente co-existencia.
[15] Cfr. POLO, Leonardo, Libertas transcendentalis, en «Anuario Filosófico» 26 (1993/3) p. 714. Una persona requiere pluralidad de personas, al menos otra. Dicho con otras palabras, «el mónon no puede ser un transcendental personal. El transcendental personal es la diferencia, el no ser una sólo persona. ¿A quién me doy? ¿Me doy a una idea, me doy al universo?».
[16] Cfr. ROF CARBALLO, Juan, El hombre como encuentro, Alfaguara, Madrid 1973.
[17] Cfr. TOMÁS de AQUINO, Summa Theologiae, I, q. 29, a. 4: En Dios no puede haber más distinción que la que proviene de las relaciones de origen. Las relaciones en Dios no son accidentales sino subsistentes. Por consiguiente la persona en Dios significa la relación de origen en cuanto subsistente.
[18] Heidegger, al elaborar una analítica del «Dasein», trata de superar el aislamiento en que queda el yo en la filosofía occidental, incluso en el pensamiento de su maestro Husserl, a pesar de los esfuerzos de la quinta meditación cartesiana. Concibe el «Da-sein» como «Mit-sein». El Da-sein es siempre un ser-con-otros. Cfr. HEIDEGGER, Martin, (1889-1976), Sein und Zeit, Neomarius Verlag Tübingen, 1927. Trad. cast.: Ser y Tiempo, FCE, Buenos Aires 1987, cap. IV, pp. 133-142.
[19] Cfr. LEVINAS, Emmanuel (1906-1995), Totalité et infini. Essai sur l'exteriorité, M. Nijhoff, La Haye, 1961; trad. cast:, Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, ed. Sígueme, Salamanca 1977; Humanisme de l'autre homme, Fata Morgana, Montpellier 1972; Trad. cast.: Humanismo del otro hombre, Siglo XXI, México 1974; Autrement qu'être ou au-delà de l'essence, M. Nijolff, La Haye, 1974; trad. cast.: De otro modo que ser o más allá de la esencia, Sígueme, Salamanca, 1987.
[20] Cfr. POLO, Leonardo, Antropología transcendental I: La persona humana, Eunsa 1999.
[21] Cfr. COVEY, Stephen R., The seven habits of hithly effective people. Restoring the character ethics, ed. Simon and Schuster, New York 1989. Trad. cast.: Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, Paidós, Barna, 1997.
[22] Cfr. SCOLA, Angelo, Il mistero nunziale: 1. Uomo-Donna. 2. Matrimonio-Famiglia, Pont. Univ. Latera-nense, 1998-2000. Trad. Cast.: Encuentro 2001; Uomo-Donna. Il “caso serio” dell’amore, ed. Marietti, Génova-Milán 2002. Trad. Cast.: Encuentro 2003.
[23] Cfr. mi estudio: «Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó» (Gén, 1,27). Persona, naturaleza y cultura, en el Congreso «Varón y mujer: la humanidad completa» en el XX Aniversario de la carta Apostólica Mulieris Dignitatem, Roma, 7-9.II.2008, organizado por el Pontificio Consejo para los laicos, publicada en las actas del congreso, en italiano (2009), inglés (2010), castellano (2011).
[24] Expresión que aparece por primera vez en un Documento Pontificio en JUAN PABLO II, Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, 1988, n.7, que viene a ser la conclusión de la Teología del Cuerpo expuesta en las Catequesis sobre el amor humano. A partir de ese momento la desarrolla en diversas ocasiones, entre ellas en la Carta a las Mujeres, 1995, nn.7-8.
[25] Cfr. MARÍAS, Julián, La mujer en el siglo XX, Madrid, Alianza Editorial, 1980; La mujer y su sombra, Madrid, Alianza Editorial, 1987, p. 54. Sirviéndose del símil de las manos afirma que ser varón o mujer consiste en «una referencia recíproca intrínseca: ser varón es estar referido a la mujer, y ser mujer significa estar referida al varón», como la mano derecha respecto a la mano izquierda; si no hubiera más que manos izquierdas, no serían izquierdas; la condición de izquierda, también en lo político, le viene a la izquierda de la derecha. La diferencia entre ellos es, por tanto, relacional.
[26] Cfr. SAN AGUSTÍN, De Trinitate, 12, 5, 5; TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q.93, a. 6.
[27] JUAN PABLO II, Audiencia general, 14.XI.79, n. 3, en Varón y mujer, Teología del Cuerpo I, ed. Palabra, 8 ed. 2011, pp. 73-74.
[28] Cfr. JUAN PABLO II, Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, 1988, n.7.
[29] En este sentido se habla de “reciprocidad asimétrica” entendiendo por asimetría el abanico de relaciones diferentes, que surgen de la «unidad de los dos», casi todas derivadas de los lazos familiares: esponsalidad, paternidad, maternidad, filiación, fraternidad, amistad... Cfr. SCOLA, Ángelo, Hombre-mujer. El misterio nupcial, ed. Encuentro, Madrid 2001, pp. 136-138, entre otros lugares.
[30] JUAN PABLO II, Carta a las Mujeres, 1995, n.7.
[31] Ibídem, n.7.
[32] «Si Cristo ha revelado al varón y a la mujer, por encima de la vocación al matrimonio, otra vocación −la de renunciar al matrimonio por el Reino de los cielos−, con esta vocación ha puesto de relieve la misma verdad sobre la persona humana. Si un varón o una mujer son capaces de darse en don por el Reino de los cielos, esto prueba a su vez (y quizá aún más) que existe la libertad del don en el cuerpo humano. Quiere decir que este cuerpo posee un pleno significado “esponsal”»: JUAN PABLO II, Audiencia General, 16.I.80, n. 5, en Varón y mujer..., p. 112. Cfr. mi artículo Antropología del don del celibato en www.arvo.net.
[33] Expresiones entresacadas de diversas canciones de José Luís PERALES.
[34] Cfr. CASTILLA DE CORTÁZAR, Blanca, Trabajo, familia y desarrollo social, en MOLINA, Enrique y TRIGO, Tomás (eds.), Matrimonio, Familia, Vida, Eunsa, Pamplona 2011, pp.2277-301. Una primera versión de este trabajo apareció con el título: Trabajo, paternidad y maternidad en el tercer milenio, en ANDRÉS GALLEGO, José y PÉREZ ADÁN, José (eds.), Pensar la Familia, ed. Palabra, Madrid 2002, pp. 265-328.
[35] ELSHTAIN, Jean Bethke, Public man, private woman, women in social and political thought, Robert-son, Oxford, 1981, 2° ed. 1993.
[36] Cfr. BLANKENHORN, David, Fatherless America. Confronting Our Most Urgent Social Problem, Insti-tute for American Values, HaeperCollins Publishers, New York, 1995.
[37] Cfr. Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, n.30.
[38] Así lo expresé en 1993, 1ª ed. Cfr. CASTILLA DE CORTÁZAR, Blanca, La complementariedad varón mujer. Nuevas hipótesis, 3ª ed. Rialp, Madrid 2005.
[39] Cfr. BENEDICTO XVI, El amor se aprende. Las etapas de la familia, Ed. Vaticana/ Romana ed., 2012.
[40] Cfr. POLO, Leonardo, Los sentimientos, Conferencia publicada en diversos lugares y que se puede encontrar también en la web.
[41] Las citas precedentes están tomadas del cap. 21.
[42] Cfr. MARÍAS, Julián, Breve tratado de la ilusión, Alianza Editorial, Madrid 1984/2009.
[43] PIEPER, Josef, Zustimmung zur Welt. Eine Theorie des Festes, Kösel-Verlag, Munich 1963. Trad. cast.: Una teoría de la fiesta, ed. Rialp, Madrid 1974/2006, p. 13.
[44] Título original: The Story of Us, 1999. Dirigida por Rob Reiner, producidad por Castle Rock Entertaiment, la protagonista del reparto es Michelle Spfeiffer.
[45] Cfr. POLO, Leonardo, Ayudar a crecer. Cuestiones filosóficas de la educación, ed. Eunsa, Pamplona 2006, pp. 105-108.
[46] SAINT-EXUPÉRY, Antoine, Citadelle, Gallimard, 1948, p. 11. Trad. cast.: La ciudadela, Alba ed. Barcelona, 1997-2008, p. 26.
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