El texto consta de tres partes. La primera, acerca de la actualidad de los Padres. La segunda se ocupa de la apologética de los Padres y particularmente de la cuestión de las religiones. En la tercera hacemos algunas consideraciones en nuestro contexto de nueva evangelización.
Parte I. La actualidad de los Padres de la Iglesia
El clima cultural actual y la necesidad de una evangelización renovada hacen conveniente, como aconsejó el Vaticano II (cf. OT 16; DV 8 y 23) y realizó el mismo Concilio, volver la mirada a los Padres de la Iglesia, en búsqueda de luces e impulsos para llevar adelante la vida cristiana y la tarea formativa.
En los Padres –señaló Juan Pablo II– hay algo especial e irrepetible y perennemente válido (Carta Patres ecclesiae, 1980). No solo la doctrina cristiana sino todo carisma, ministerio y tarea en la Iglesia ha de aprovechar esa fuente vital y debe asentarse sobre las estructuras establecidas por ellos (cf. Juan Pablo II, ibid).
Ellos son testigos privilegiados de la Tradición, nos han transmitido un método teológico luminoso y seguro y sus escritos ofrecen una riqueza cultural y apostólica que los hace grandes maestros de ayer y de hoy. Así lo señala un documento de la Congregación para la Educación Católica, la Instrucción sobre el estudio de los Padres de la Iglesia en la formación sacerdotal, de 1989.
Por eso, señala este documento:
“Seguir la Tradición viva de los Padres no significa agarrarse al pasado en cuanto tal, sino adherirse con sentido de seguridad y libertad de impulso en la línea de la fe, manteniendo una orientación constante hacia lo fundamental: lo que es esencial, lo que permanece y no cambia”.
A continuación nos detenemos en dos puntos: primero algunos principios metodológicos de los Padres; en segundo lugar, el tema de la inculturación del Evangelio.
1. Algunos principios metodológicos de los Padres
En su método teológico, la mayoría de los Padres supieron acoger las aportaciones de la sabiduría y de la razón humanas como precedentes de la única fuente de la Sabiduría que es el Verbo.
1. “Su cometido providencial fue no solo defender el cristianismo, sino también repensarlo en el ambiente cultural greco-romano; encontrar fórmulas nuevas para expresar una doctrina antigua, fórmulas no bíblicas para una doctrina bíblica; presentar, en una palabra, la fe en forma de razonamiento humano, enteramente católico y capaz de expresar el contenido divino de la revelación, salvaguardando siempre su identidad y su trascendencia”. (Ibid.).
Este desarrollo teológico fue llevado a cabo por los Padres no como un proyecto abstracto puramente intelectual, sino en medio de sus tareas pastorales y educativas. Por eso es un excelente ejemplo de renovación en la continuidad de la Tradición. Se trata por tanto de esa entera fidelidad que requiere una “justa apertura de espíritu” hacia nuevas necesidades y nuevas circunstancias culturales (cf. Ibid.). En efecto, la fidelidad para serlo requiere ser dinámica y creativa.
2. Estas actitudes fundamentales de los Padres de la Iglesia son luces hoy y siempre para nosotros:
“En sus actitudes de teólogos y de pastores se manifestaba en grado altísimo el sentido profundo del misterio y la experiencia de lo divino, que los protegía de las tentaciones que podían venir sea de un racionalismo demasiado exagerado, sea de un fideísmo simplista y resignado” (Ibid.).
Ellos aprecian, ciertamente, la utilidad de la especulación, pero saben que eso no basta. En el mismo esfuerzo intelectual para comprender la propia fe, los Padres practican el amor, que –como señala Clemente de Alejandría–, haciendo amigo al que conoce con el conocido, llega a ser, por su misma naturaleza, fuente de nuevo conocimiento. Por eso afirma san Agustín: “Ningún bien es perfectamente conocido si no es perfectamente amado” (De divv, qq LXXXIII, q 35, 2)
Es importante percibir que es precisamente la unidad orgánica de los varios aspectos de la vida y misión de la Iglesia lo que hace a los Padres tan actuales y fecundos incluso para nosotros (cf. Ibid.).
3. Para estudiar y comprender a los Padres es necesario un adecuado empleo de los método histórico-críticos, evitando dos tendencias extremas:
“(por un lado) encerrarse anacrónicamente en los escritos de los Padres, despreciando la tradición viva de la Iglesia y considerando a la Iglesia post-patrística hasta hoy, en continua decadencia; y (por otro lado) la (tendencia) a instrumentalizar el dato histórico en una actualización arbitraria, que no tiene en cuenta el legítimo progreso y objetividad de la situación” (Ibid.).
De aquí se deducen, finalmente, dos consecuencias. Primera: el pensamiento cristiano, que experimentó un primer y fuerte impulso por parte de los Padres, no puede prescindir de la tradición posterior, sobre todo en aquellos desarrollos en los que los Padres siguen teniendo un particular peso, como referencia para comprender el mismo desarrollo en unidad de sentido. Y segunda: también así podemos comprender cómo el estudio de los Padres nos ayuda a ser hoy –en efecto– creativos, afrontar nuestro tiempo y preparar el futuro.
2. Los Padres y la inculturación del Evangelio
1. Por tanto, como hemos visto, los escritos de los Padres han de verse en el marco de su teología y de su aportación a la evangelización de sus contemporáneos, porque esta era la finalidad principal de esos textos. Así lo decía san Pablo VI:
“Como pastores, pues, los Padres sintieron la necesidad de adaptar el mensaje evangélico a la mentalidad de su tiempo y de nutrir con el alimento de la verdad de la fe a sí mismos y al pueblo de Dios. Esto hizo que para ellos catequesis, teología, Sagrada Escritura, liturgia, vida espiritual y pastoral se unieran en una unidad vital y que no hablaran solamente a la inteligencia, sino a todo el hombre, interesando el pensamiento, el querer y el sentir” (Alocución en la inauguración del Instituto Patrístico “Augustinianum”, 4-V-1970).
2. Desde ahí se entiende bien su contribución a lo que hoy llamamos inculturación del Evangelio. Imprimiendo un sello cristiano concretamente en la antigüedad clásica, establecieron un puente entre el Evangelio y la cultura profana, trazando un rico panorama cultural que influyó en los siglos posteriores, particularmente en la vida espiritual, intelectual y social del medioevo.
Gracias a ellos, muchos cristianos de los primeros siglos pudieron apreciar “cuanto de válido se encontraba en el mundo antiguo, purificar lo que allí había de menos perfecto y contribuir, por su parte, a la creación de una nueva cultura y civilización inspiradas en el Evangelio” (Ibid.).
Como propuso san Juan Pablo II,
“el cristianismo del tercer milenio debe responder cada vez mejor a esta exigencia de inculturación. Permaneciendo plenamente uno mismo, en total fidelidad al anuncio evangélico y a la tradición eclesial, llevará consigo también el rostro de tantas culturas y de tantos pueblos en que ha sido acogido y arraigado” (Carta ap. Novo millennio ineunte, 6-I-2001, n. 40).
Pasamos ahora ya a tratar algunos aspectos más concretos –que se han reflejado en las sesiones anteriores– de la apologética de los Padres y escritores cristianos de los primeros siglos.
Parte II. La apologética de los Padres
Sabemos que el cristianismo se fue difundiendo entre personas de muy diversas condiciones y se desarrolló en relación con las circunstancias históricas, unas veces sociológicamente contrarias hasta llegar a las persecuciones, y otras veces favorables como la instauración de Constantino como emperador y sobre todo a partir del Edicto de Milán en el 313, cuando concedió la libertad religiosa. Es considerado por los historiadores como el primer emperador cristiano, si bien solo fue bautizado antes de morir. Más adelante, Teodosio, en coherencia con el modo de pensar de la época, declaró la religión cristiana como religión del estado.
Retomando ahora cuanto hemos escuchado, cabe detenerse en la cuestión de las religiones: primero, la posición de los Padres frente a las religiones; segundo, la valoración posterior de las religiones y la interpretación de la Sagrada Escritura.
1. Su posición frente a las religiones
1. En esos siglos muchos Padres de la Iglesia, como san Agustín, consideraban las religiones como algo negativo, absolutamente falso o incluso diabólico, mientras que veían la sabiduría filosófica elementos que podían servir de base para el anuncio del Evangelio.
2. Ante la novedad que suponía la fe cristiana respecto a las religiones tradicionales, estas se consideraron atacadas por el cristianismo y lo criticaron fuertemente, como se comprueba en el caso de Celso. Este, como hemos escuchado, se sentía escandalizado por la Encarnación, la Redención y las profecías cristianas.
Para refutarle, Orígenes se sirvió de la filosofía griega, subrayando la inmutabilidad divina en la perspectiva aristotélica. Desde la revelación cristiana y con la profundización que luego ha tenido lugar en la Tradición de la Iglesia, a la vez que seguimos admirando el ingenio de Orígenes, hoy comprendemos que la imagen de Dios como motor inmóvil no resulta suficiente para describir la realidad del ser divino.
3. La posición favorable del cristianismo en la sociedad civil, durante los siglos siguientes, coincidió con esa visión básicamente negativa de los cristianos ante otras religiones, junto con su firme defensa de fe y de la salvación ofrecida por Cristo.
2. La valoración posterior de las religiones y la interpretación de la Sagrada Escritura
1. Con el paso de los siglos, sobre todo a partir del siglo XIX y más todavía con el Concilio Vaticano II (Declaración Nostra Aetate), la consideración de las religiones ha venido siendo más positiva. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que “el hombre es por naturaleza y por vocación un ser religioso” (n. 44).
Y el Concilio afirma:
“La Iglesia católica nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y de santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas, que, aunque discrepan en muchos puntos de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas (2 Co 5, 18-19) (Decl. Nostra Aetate, 2)
De este modo se ha ampliado, a las religiones no cristianas, la idea que los Padres tenían en los primeros siglos respecto a las filosofías y a la sabiduría de las culturas antiguas, en las que se reconocían ciertas “semillas” de verdad, de bien o de gracia, de modo que esas filosofías en ciertos aspectos podrían considerarse como una cierta “preparación para el Evangelio”.
Analógicamente, algo así se puede decir de las religiones, sobre todo de las religiones correspondientes a las antiguas culturas. Al mismo tiempo, es preciso, como ya hacían los Padres respecto a las filosofías, por medio de un discernimiento cuidadoso, detectar y purificar los errores y las imperfecciones que puedan tener las religiones, y sus valores distintos, no solo respecto al cristianismo sino también entre ellas.
De todo ello puede deducirse que las religiones no son de por sí falsas, aunque puede hablarse de religiones más o menos verdaderas, en la medida en que reflejan –al menos en cuanto al respeto por la dignidad humana y la transcendencia divina–, algo de la Verdad que plena y objetivamente se encuentra en la religión cristiana. Si Dios guía de alguna manera a todos los hombres en la creación y en las culturas –para ayudarles a que busquen a Dios–, en la fe cristiana esa guía es ya una Palabra, por medio de la cual Dios sale al encuentro del hombre, sobre todo en Jesucristo.
2. De esta manera la posición del cristianismo ante las religiones no se explica hoy ni de modo simplemente pluralista o relativista, como si todas las religiones fuera caminos de salvación equivalentes. Tampoco de modo exclusivista, como si fuera de los márgenes visibles de la Iglesia no cupiera la salvación; sino más bien de modo “inclusivo” (cf. Comisión Teológica Internacional, El cristianismo y las religiones, 1996). Esto quiere decir que toda semilla de verdad, bien o gracia sembrada por Dios en las culturas y las religiones tiene una dinámica que conduce a la plenitud de la fe católica, que incluye en sí, todos los elementos que en esas culturas y religiones son fragmentarios o incompletos, purificándolos de sus deficiencias.
Esto significa también que cabe la salvación, fuera de esos límites visibles de la Iglesia, para quienes no hayan tenido la oportunidad de conocer a Jesucristo y busquen la verdad según sus luces y con una conducta honesta, acorde con lo que creen.
3. Pero esto nada tiene que ver con una posición sincretista o ecléctica, según la cual la que todas las religiones valdrían lo mismo o tendrían por sí mismas un valor salvífico.
La perspectiva inclusiva, más acorde con la verdad revelada, se basa en que todo el que se salva, lo sepa o no, se salva por Jesucristo y en relación con Él, que es el único Mediador en sentido propio y la plenitud de la revelación).
Derivadamente se puede decir que todo el que se salva, lo sepa o no se salva por la Iglesia y en relación con ella. La Iglesia es la mediación salvifica universal (acerca de todo ello cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Dominus Iesus, 6-VIII-2000).
En este sentido debe entenderse el antiguo axioma “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Es decir, admitiendo, como declara el Concilio Vaticano II, que pueden salvarse los que de modo inculpable o invencible no conocen la religión cristiana y piensan y actúan con buena voluntad. Esto no lo desarrollaron los Padres, aunque pusieron las bases para ese desarrollo doctrinal.
4. Respecto a la interpretación de las Escrituras, los Padres de la Iglesia subrayaron que, más allá del sentido literal de los textos sagrados, hay un sentido profundo, espiritual o si se quiere alegórico.
A partir del Concilio Vaticano II, como han señalado la Pontifica Comisión Bíblica y el Magisterio actual, es importante resaltar la importancia del sentido literal de la Sagrada Escritura, precisamente como base necesaria (de acuerdo con la crítica histórica y los géneros literarios) para la interpretación cristiana de los textos bíblicos, interpretación que, como bien vieron los Padres, tiene un profundo sentido espiritual y sobre todo cristológico, ya prefigurado en el Antiguo Testamento.
Parte III. Consideraciones en nuestro contexto de nueva evangelización
También aquí repartimos nuestra exposición en varios apartados. Dedicamos el primero a la religión, las religiones y el diálogo interreligioso. En el segundo, hablaremos de la apologética como ciencia y como actitud cristiana. Terminaremos proponiendo algunas características de la apologética cristiana hoy.
1. Acerca de la religión, las religiones y el diálogo interreligioso
1. Además de las cuestiones señaladas, hoy conviene tener en cuenta que la religión o las religiones tienden a considerarse hoy por muchos como “fuente de problemas”, promotoras de la violencia y del odio. Con ese trasfondo se propone que la religión se recluya en el ámbito privado, y se ve mal no ya que se imponga, sino que se presente como “verdad” frente a otras. A este propósito, ya el card. Ratzinger en su diálogo con J. Habermas habló del deseable diálogo entre la religión y la ética, que mutuamente pueden y deben criticarse y dejarse criticar, para ir de acuerdo con la dignidad humana y por tanto con la verdad y el bien.
2. Por otra parte, el mismo papa Benedicto, en la línea del Concilio Vaticano II, subrayó la importancia del diálogo interreligioso y concretamente del testimonio común de los creyentes, en un mundo en el que ganan terreno el materialismo y el nihilismo. El testimonio común de los que creen en la trascendencia del hombre (aunque no todos sostengan la existencia de Dios como ser personal), es importante particularmente en la promoción de la dignidad humana y el respeto a la vida, el bien común, la justicia y la paz.
2. Sobre la apologética como ciencia y como actitud cristiana
1. El término “apologética” (de apología, discurso en defensa o alabanza de alguien o algo, de palabra o por escrito), se refiere a la disciplina teológica –desarrollada a partir del siglo XVII- “cuyo objeto es la sistematización de las razones y motivos que se han ido utilizando a lo largo de la historia para defender el carácter humano y divino de la revelación y de la fe cristianas” (C. Izquierdo en Diccionario de teología, Pamplona 2006).
2. A partir del siglo XIX la apologética científica se centra en la relación entre la fe y la razón, ante los peligros del tradicionalismo y fideísmo de un lado, y del racionalismo e idealismo de otro.
Sobre todo desde el Concilio Vaticano II, esta disciplina se transformó en la Teología Fundamental.
Actualmente la apologética se focaliza en el destinatario de su reflexión. En este sentido se le pueden asignar tres objetivos: 1) ayudar al creyente en la comprensión de la racionalidad de su fe; 2) presentar al no creyente las razones que le permitan abrirse a la fe, como algo significativo para una existencia personal; 3) servir a las personas y a la sociedad en el diálogo con los saberes y ciencias humanos.
3. Más ampliamente, la “actitud apologética” o apologista (defensa de la fe) se remonta a la misma Sagrada Escritura y pertenece esencialmente a la fe cristiana. Los Padres de la Iglesia son un ejemplo de “apologistas” en su tiempo. Hoy como siempre los cristianos están convocados a defender su fe (cf. Camino, n 338). Así lo han hecho en los últimos siglos Chesterton y C. S. Lewis.
Esta actitud apologética viene siendo, en su sustancia, la misma desde los primeros cristianos. Está basada en la convicción de que la fe no se opone a la razón; al contrario, la supone, la purifica y la eleva. Hoy la defensa de la fe debe realizarse en la perspectiva de una nueva evangelización (nueva “en su ardor, en sus métodos y en su expresión”, según san Juan Pablo II).
3. Algunas características de la apologética cristiana hoy
Para fundamentar esta actitud apologética básica, pueden señalarse algunos presupuestos.
a) la fe cristiana no es una fe meramente teórica, sino la fe vivida. “La fe cristiana –ha señalado Joseph Ratzinger- no es una idea, sino una vida”. Por tanto, la primera y mejor “defensa de la fe” es la propia vida, el testimonio coherente de los cristianos en su vida ordinaria, acompañado en lo posible de las palabras y de los argumentos.
b) La razón que se abre a la fe necesita ser una razón humana en su más amplio sentido. Por tanto, no basta la hoy predominante razón instrumental o empírica (que tiene su lugar en las ciencias experimentales), sino que esta debe ampliarse a las dimensiones propias de las ciencias humanas; por tanto, también a su dimensión moral, es decir, la que entiende del bien y el mal.
c) no conviene dejarse llevar por una actitud “meramente” defensiva o polémica, sino mostrar el atractivo de la fe, transmitirla y proponerla en relación con todas las dimensiones de la vida humana (sin descuidar la razonabilidad, atender al sentido de conjunto de la vida, la voluntad, la libertad y los afectos, la dimensión social, etc). En la medida en que se propone así la fe, la fe se defiende por sí misma.
Desde aquí y en relación con los temas que nos han ocupado en estas sesiones, podemos comprender cómo, en efecto, la apologética cristiana (realizada admirablemente por los Padres en el contexto cultural de su tiempo) adquiere hoy modalidades y expresiones distintas y renovadas, manteniéndose sustancialmente fiel al depósito de la fe. Con ello señalamos otras características de esa “actitud apologética” a la que nos estamos refiriendo.
1. Con el mismo afán evangelizador que los Padres tenían, hoy hemos de tener en cuenta los desarrollos doctrinales posteriores en temas diversos. Entre ellos además de los ya citados –la salvación en relación con la Iglesia y la relación entre el cristianismo y las religiones no cristianas–, otras cuestiones como la esperanza de salvación para los niños fallecidos sin haber recibido el bautismo, o la libertad religiosa. (cf. Comisión Teológica Internacional, La esperanza de salvación para los niños que mueren sin bautismo, 2007; La libertad religiosa para el bien de todos, 2019).
2. Cabe pensar que la apologética que hoy necesitamos es tan “teologal” como la que desarrollaron los Padres. Por eso, y quizá hoy de modo más directo, como han señalado los últimos pontificados, es necesario que la “apologética cristiana”, además de ser capaz de responder de modo profundo y sistemático a las cuestiones que se plantean en las relaciones entre la fe y la razón, y entre la fe y la ciencia, sea capaz de dar razón de la fe de los “sencillos”.
3. Debemos también ayudar en esa tarea que el Papa Francisco nos encomienda a todos: “comunicar mejor la verdad del Evangelio en un contexto determinado, sin renunciar a la verdad, al bien y a la luz que pueda aportar cuando la perfección no es posible” (Francisco, Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24-XI-2013, 45).
4. Finalmente, cabe destacar el interés de asumir –como hicieron los Padres con las culturas de su época– las aportaciones positivas de la época moderna y posmoderna. Insistamos en dos de ellas, ya apuntadas:
En primer término, el aprecio de la razón, si bien (en la línea de lo señalado tanto por san John Henry Newman como por Joseph Ratzinger), es necesario que la razón instrumental sea “ampliada” a una razón plenamente humana; y esto tiene particular importancia para el diálogo con las ciencias.
En segundo lugar, tomando ejemplo de los Padres, la apologética actual debe continuar atenta a los afectos y a las dimensiones social, familiar y eclesial del mensaje cristiano.
Hoy los principales modos de defender la fe son los que atraen a la fe, porque acompañan y testimonian la fe vivida: es decir, las actividades en relación con la justicia; las actividades que enseñan a contemplar la belleza (belleza de lo creado, del arte, de la liturgia, de los valores morales, de la misericordia); y, en general, todas las actividades que manifiestan la “verdad completa” del cristianismo (también a través de las actuales tecnologías de la comunicación).
Ramiro Pellitero, youtube.com/
(*) Nota: Estas páginas fueron preparadas como guión para un video sobre el tema, por lo que conservan el estilo del lenguaje hablado
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |
El trabajo como quicio de la santificación en medio del mundo. Reflexiones antropológicas |