El autor expone que una de las formas de transmitir una educación humanística es a través de la lectura reflexiva de los grandes libros
Me gustaría empezar con unas consideraciones generales sobre la ética y la educación del carácter en las universidades, ya que creo que están conectadas entre sí. ¿Cuál es la conexión entre la educación del carácter y la educación moral? La respuesta es bastante sencilla; el carácter es la moralidad en acción, por lo tanto, podemos aprender una ética profesional y aplicar esos principios morales en la práctica. Se trata de aprender a razonar de forma ética. La teoría ética siempre necesita ir de la mano de la práctica. Otra cuestión es cómo conseguirlo.
Quisiera mencionar, a este respecto, el libro de Kiss y Euben, Debating Moral Education. Rethinking the role of the Modern University (Debatiendo la educación moral. El replanteamiento del papel de la universidad moderna). Se trata de una recopilación de ensayos de diferentes seminarios en la Universidad de Carolina del Norte, que ofrecen posturas opuestas o incluso competitivas sobre el papel de la educación ética en una universidad moderna, laica o religiosa.
En la introducción explican por qué en la actualidad se ha producido una recuperación de la ética en las universidades. La respuesta es variada. La primera razón es que la ciencia ya no se entiende como una actividad libre de valores. Somos conscientes de que hay implicaciones éticas en lo que hacemos siempre que se trate de una actividad humana, como es la ciencia.
La segunda es que la mayoría de las universidades, a lo largo del siglo XX, sobre todo en Estados Unidos, han proclamado estar preparando a sus estudiantes para ser ciudadanos democráticos. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que en los últimos cuarenta años la respuesta a la pregunta sobre qué significa la democracia ha variado mucho; de forma que si estamos preparando a los estudiantes para la democracia, debemos preguntarnos qué significa eso realmente.
La tercera razón es que hoy en día se reconoce la importancia que tienen la capacidad afectiva, volitiva y conductual casi tanto como las capacidades cognitivas en el ámbito profesional. No basta con ser un buen ingeniero; es importante saber trabajar en equipo, escuchar, etc. También existen programas importantes en la dimensión ética, como puede ser aprender a tener una vocación de servicio.
En este sentido, cada vez somos todos más conscientes de las dimensiones performativas que tiene la enseñanza. Y la principal de todas es que los profesores, aunque sea de forma inconsciente, somos modelos a imitar para nuestros alumnos. De ahí la importancia de que encontremos un punto neutral entre adoctrinamiento moral y la neutralidad de valor. Esta última no es real, ya que las universidades siempre tienen un objetivo, un propósito personal, por lo tanto ni en las instituciones ni en la docencia puede existir neutralidad. El riesgo estriba, cuando hablamos de educación ética o educación del carácter, en entrar en el mundo del adoctrinamiento, que no respeta la libertad, lo cual no es ético.
Hay una razón más de la recuperación de la ética en las universidades. Tal y como señala Edward Brooks, la religión y la espiritualidad se entienden como una parte de la educación moral, o por lo menos como algo que es importante para los estudiantes, y debemos tenerlo en cuenta ya que la mayoría de las tradiciones religiosas tienen unos principios o contenidos morales, y la mayoría de los estudiantes provienen de estas tradiciones.
Además, se puede decir que hay un currículo oculto, que se puede observar o estudiar en las regulaciones del campus, en las decisiones y en las normas que constituyen y contribuyen al desarrollo del estudiante para lo bueno… o para lo malo. Dos ejemplos muy conocidos sobre esto son los debates sobre la libertad de expresión o sobre los espacios seguros en los campus de EE.UU.
Por todas estas razones, Kiss y Euben concluyen en su libro −y yo estoy de acuerdo−, que la clave de la cuestión no es si las universidades deberían introducir la educación de la moral, sino cómo hacerlo. Cuanto más reflexionemos sobre esta cuestión, mejor respuesta podremos dar a este aspecto de la vida universitaria.
¿Por qué un currículo base? Soy el director del Instituto Core Curriculum de la Universidad de Navarra desde hace diez años. Voy a dar unas pinceladas sobre cómo lo hemos desarrollado y lo que estamos haciendo. El objetivo del plan de estudios básico es ayudar a los estudiantes a alcanzar la madurez intelectual a través del estudio y la reflexión sobre cuestiones de la humanidad; adquirir una interpretación global de la realidad por sí mismos; desarrollar su capacidad de juzgar así como su libertad intelectual; cultivar su sensibilidad moral y estética, a través del arte, la literatura y la intelectualidad; y descubrir la verdad, el bien y la belleza tanto en el mundo como en la persona humana.
Debo hacer una aclaración: los conceptos de educación liberal, educación en artes liberales y un programa base −como el core curriculum− tienen diferentes significados. Con el programa de las artes liberales −que también incluye a las ciencias− hacemos referencia a un programa de grado completo (3 o 4 años) en las artes liberales en general, en vez de algo concreto como economía o filosofía. Cuando hablamos sobre un currículo base, lo más común es que existe un programa de grado profesional (grado en dirección y administración de empresas, ingeniería, filosofía, etc.), en el cual, en un espacio de tiempo de medio año, un año o incluso dos, hay asignaturas comunes a todos los alumnos independientemente de su especialización. Este currículo está basado en las humanidades, pero también en ciencias.
Y ¿qué entendemos entonces por una educación liberal? Mi postura es que no hay una única definición. Yo propongo dos. En la primera, que tiene un tinte más filosófico y teórico, la educación liberal es un tipo de educación en la cual el conocimiento es valioso no solo como algo instrumental, sino como algo valioso en sí mismo. La segunda definición es mucho más práctica: la educación liberal es un tipo de educación que ofrece no solo formación profesional, sino también una educación de la persona integral; incluye una formación intelectual y moral. Esta formación moral es algo de lo que nos hemos ido concienciando más en los últimos años.
¿Por qué necesitamos un programa troncal, por qué es tan fundamental? En primer lugar, porque a través de este tipo de programa ayudamos a los estudiantes a introducirse en una tradición cultural e intelectual, que yo considero que es el objetivo de la educación. En segundo lugar −y esto también es una respuesta a una crítica que se hace comúnmente−, con un programa troncal no solo estamos dando información, sino que estamos intentando crear un contexto de aprendizaje para toda la vida. Tengo compañeros que no están de acuerdo con esto, que insisten en que si uno está enseñando y al mismo tiempo debe ayudar a los estudiantes a aprender sobre la vida, está entrado en un sistema de aprendizaje como coaching o mentoring. Yo ahí no estoy de acuerdo.
Otra crítica que solemos escuchar es: pero en un año máximo, con seis clases, una de filosofía, de arte, de ciencias, etc. realmente estas son introducciones, ¿no? Pues en cierto modo sí, nuestro objetivo no es especializarnos en ninguna de estas disciplinas, pero un buen programa troncal no debería ser una introducción. ¿Qué quiero decir con esto? Necesitamos docentes excelentes y experimentados. Estas clases se les suelen encargar a los profesores primerizos, no a los titulares o catedráticos, y esto es un error de concepto. Pero por desgracia esta es la realidad de muchas universidades. Necesitamos a personas que tengan experiencia, que conozcan la ciencia y que sean capaces de ir directamente a aquellas cuestiones relevantes del tema a tratar y ayudar a los estudiantes a verlas. Por supuesto no vamos a abarcarlo absolutamente todo, pero la cuestión es introducirlo, abrir la vía de la conversación para que, poco a poco, el alumno pueda entenderlo por sí solo.
Y finalmente otra razón: en el programa troncal recurrimos al método socrático, que nos gusta tanto y que desde mi punto de vista es el que necesitamos. No diré más sobre esto, simplemente que hay diferentes formas de entenderlo y vale la pena investigarlas y debatirlas.
Una forma de hacer el Core Curriculum es con el Programa de los Grandes Libros de la Universidad de Navarra. Se trata de un itinerario interfacultativo que permite cursar los 18 créditos de las asignaturas del Core Curriculum con alumnos de otras facultades y con una metodología basada en la discusión y coloquio a partir de la lectura de grandes obras del pensamiento, la literatura y la historia. Definimos la educación basada en los grandes libros como «un enfoque dialógico centrado en importantes textos literarios y filosóficos». Los estudiantes aprenden a redactar y exponer ensayos argumentativos. Por la experiencia de otras universidades, se trata de un modo muy apropiado de alcanzar los objetivos del Core Curriculum.
Lleva activo siete años, desde el 2014, y a pesar de su novedad está bien establecido. Cualquier alumno de cualquier facultad de la universidad puede acceder a él. Contamos con 700 alumnos matriculados y cualquier escuela o estudiante puede utilizarlo. Son cuatro seminarios a lo largo de cuatro trimestres y versa sobre grandes libros, textos fundamentales. Tuvimos la suerte de encontrar, aprender y colaborar con La asociación de textos y cursos fundamentales. Digo esto porque cuando se empieza con un programa de este tipo es fundamental asociarse con instituciones que estén trabajando en el mismo ámbito.
El programa en nuestra universidad tiene un carácter optativo −en otras universidades, como Columbia, es obligatorio−. Considero que, en el contexto español, de una tradición educativa napoleónica, el hecho de que sea voluntario es la elección acertada, de otra forma no estoy tan convencido de que funcionase, por lo menos en el momento en el que nos encontramos.
Los que conocemos la historia de la universidad sabemos que existen cuatro tradiciones de educación superior: la británica, la germánica, la francesa −o napoleónica− y la norteamericana (combinación de la germánica y la británica). España, Italia, Portugal y Latinoamérica se enmarcan en la tradición napoleónica, que toma su nombre del histórico personaje que diseñó este tipo de educación. ¿Cuál es su rasgo principal? Las universidades son creadas para la práctica profesional; en sus inicios se instruía a aquellas personas que iban a trabajar como funcionarios del Estado.
Es cierto que cuando los estudiantes llegan a la universidad no están acostumbrados a estos cursos-seminario en donde hay debates y tienen que escribir artículos; es un reto, pero al mismo tiempo es una oportunidad porque se aprenden cosas muy importantes.
¿Qué resultados hemos encontrado a lo largo de siete años? En primer lugar, hemos enseñado a los estudiantes a leer de forma reflexiva, a generar argumentos escritos y orales, a dialogar en una clase, y, por último, hemos generado una red que ofrece apoyo institucional, Quisiera mencionar aquí The Association for Core Text and Courses (ACTC) y también European Liberal Arts Initiative (ELAI). Somos un grupo de profesores que organizamos una conferencia cada dos años en Europa sobre este tema: educación y lecturas de vida. Por ahora hemos podido llevar a cabo tres: la primera fue en la institución de la profesora Emma Cohen de Lara (el Amsterdam University College), la segunda en Winchester, la tercera en Pamplona y espero que para la cuarta podamos volver a Holanda. Esto es prueba de que este tipo de proyectos, en Europa, se pueden hacer ya que hay un interés real en ellos.
En resumen: tener un programa troncal, dentro de la tradición francesa educativa, es posible e incluso yo diría que es necesario. Si alguien me preguntase cómo podemos ayudar a nuestros estudiantes, yo diría que enseñándoles el arte de la lectura reflexiva.
Cuando nos centramos en la educación moral nos encontramos con el problema que he mencionado antes. ¿Estamos hablando de adoctrinamiento? David Carr nos ofrece una respuesta a esta cuestión en el ámbito de la educación secundaria, aunque también podríamos aplicarlo a la educación superior. Dice: «Hay dos formas de plantearnos una educación moral, como profesores o como instituciones. Una es el planteamiento liberal en el sentido norteamericano, ser neutrales, cada cual piensa lo que quiere, no hay un canon. La otra es la paternalista, yo sé lo que es correcto, eres mi estudiante, prepárate a aprender qué es lo que hay que hacer en la vida».
Pero ambos son erróneos. ¿Por qué? Carr lo explica indicando que, en ambos casos, el profesor deja de lado algo en lo que él tiene cierta responsabilidad. No puede ser neutral en el aspecto moral, pero tampoco puede transmitir los valores de una institución y, en caso de que ésta no los tenga, transmitir los suyos propios. Si ninguna de estas opciones es correcta, ¿cuál es? Un profesor, como ser humano, tiene ideas. Yo, como profesor de ética, tengo mis opiniones que puedo argumentar, pero ¿de qué manera debo exponerlas? No de forma didáctica de arriba abajo, sino más bien socrática, a través de un diálogo con los estudiantes. A fin de cuentas, como dice David Carr: «¿qué van a aprender los estudiantes sobre una posición moral de alguien que dice que en el aula no tiene ninguna?»
Por último, si estamos pensando en cómo ayudar a los estudiantes, cómo ofrecer una educación ética, una educación del carácter, no podemos quedarnos en un lado o en otro de lo que recibe el estudiante en la universidad. Debemos trabajar juntos para combinar todos los niveles. ¿Qué quiero decir con esto? Hay que partir de la base de que las virtudes no se pueden enseñar como tales, pero los profesores y otros estudiantes, pueden ser las matronas, pueden crear las condiciones necesarias para ello.
Y para eso hace falta una comunidad, en la que los principios éticos se puedan poner en práctica, no solo para lo que se espera una vez que se salga de la institución al graduarse. La universidad también es una comunidad de personas. Ya solo con asistir juntos a clase estamos conviviendo y por tanto podemos poner en práctica principios éticos y aprender de la práctica de distintos modelos, ejemplos y situaciones.
Y esa comunidad se puede construir a través de cuatro niveles de educación: el más básico, en el que se transmite contenido profesional y técnico, como la ingeniería, la filosofía, etc.; un segundo, el programa troncal, que son clases dirigidas a esta educación humanista y liberal; el tercero, son las actividades extraescolares: no ofrecen créditos, suelen ser gratuitas y son esenciales para ayudar a crear un sentido de grupo; y por último, a través de los mentores.
José María Torralba es catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Navarra. Desde 2013 es director del Instituto «Core Curriculum», desde donde ha impulsado la creación del Programa de Grandes Libros.
Fuente: nuevarevista.net
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