7 - Recomenzar con María: necesidad de un tiempo fuerte mariano
Esta “Iglesia en salida”, a la que urge contar con hijas e hijos que se reconozcan a sí mismos como “discípulos misioneros”, tiene necesidad de experimentar una vez más la fuerza y la eficacia del recurso sincero, filial y humilde, a la Santa Madre de Dios, Omnipotencia suplicante. El devenir de la historia y, dentro de ella, de la obra de la salvación, nos reconduce intensamente a María: es hora de potenciar aún más el camino mariano de la Iglesia y de su misión. ¿Cómo hacerlo? ¿Por dónde ir, en esta época de oscuridad?
En el Catecismo de la Iglesia Católica se encuentra una afirmación preñada de esperanza: los dogmas son luces en el camino de nuestra fe, lo iluminan y lo hacen seguro (n. 89). Nos preguntamos: ¿no habrá llegado la hora de proclamar solemne y definitivamente que la Maternidad espiritual de Santa María, creída y amada por todo el pueblo cristiano, es una preciosísima verdad que pertenece al depósito de la fe católica? ¿No será éste, quizás, el gran impulso de santidad y de sentido apostólico que anhelamos?
La Maternidad espiritual de María, a cuya intercesión y cobijo se acoge hoy Francisco, así como lo hicieron su antecesor y los Papas del siglo XX que le precedieron es, como ha escrito un reconocido mariólogo, el tema dominante de la doctrina mariana del Concilio y la expresión más familiar del Concilio para presentar del modo más eficaz, también pastoralmente, el lugar que María tiene en la historia de la salvación: la figura de la madre es, de hecho, la más familiar de todas [34].
¿Podría ser, pues, la definición dogmática de la Maternidad espiritual de María, el iter tutior que facilitara e iluminara la comprensión de la íntima esencia mariana del misterio de la Iglesia e hiciera más firme y seguro –más filialmente cristocéntrico y mariano– el camino de nuestra fe, de nuestra misión evangelizadora y de nuestra caridad fraterna con todos los hombres? Examinemos esta posibilidad, que ha sido objeto de distintas consideraciones.
Por una parte, como se sabe, ya a comienzos del siglo XX, el cardenal Mercier, arzobispo de Malinas, alentó un movimiento para pedir la definición de la Mediación Universal como un nuevo dogma [35]. Al comenzar el Concilio Vaticano II, unos 500 (obispos) pedían la definición dogmática de la Mediación universal de la Virgen María. Más de setenta votos piden que se defina su realeza y cuarenta y siete que se defina la corredención mariana [36]. Más recientemente, el movimiento Vox Populi Mariae Mediatrici, que ha reunido varios millones de firmas, ha propuesto la definición de los títulos marianos Madre Espiritual de Todos los Pueblos, Corredentora, Mediadora de todas las gracias y Abogada [37]. Más cercana aún en el tiempo (febrero de 2008) ha sido la carta de cinco cardenales, enviada a todos los miembros del colegio cardenalicio, en el mismo sentido [38].
Son conocidos los motivos por los que no prosperaron las dos primeras peticiones [39]. La propuesta del movimiento Vox Populi Marie Mediatrici, indujo a la Santa Sede a solicitar al XII Congreso Internacional de la PAMI, reunido en Czestokowa en 1996, su parecer sobre “la posibilidad y la oportunidad de la definición de los títulos marianos”. La Comisión constituida a tal efecto emitió una breve Declaración que, en síntesis, afirma: 1) Los títulos, tal como son propuestos, resultan ambiguos, ya que pueden entenderse de maneras muy diversas. 2) Por lo que atañe al título de Mediadora, recuerda que la Santa Sede, a principios del siglo XX, dejó de lado la propuesta del Cardenal Mercier. 3) Los títulos y la doctrina contenida en ellos necesitan una mayor profundización en una renovada perspectiva trinitaria, eclesiológica y antropológica. 4) Los teólogos, y de modo especial los no católicos, se manifestaron sensibles a las dificultades ecuménicas que implicaría una definición de dichos títulos [40].
Respondiendo con exactitud a la pregunta de la Santa Sede, la PAMI, como se ve, se expidió negativamente acerca de la definición dogmática de los títulos marianos. Es necesario detenerse aquí, pues es éste, a nuestro juicio, el punto dolens de la cuestión.
En efecto, las peticiones de definición dogmática de los títulos marianos mencionados, se inscriben quizás en un modo de concebir la Mariología diferente del que señaló el Concilio Vaticano II. En el siglo XIX y principios del XX, escribió J. Ratzinger, el pensamiento mariológico estaba orientado ante todo a explicar los privilegios de la Madre de Dios que se compendiaban en sus grandes títulos [41]. Debía llegar el Concilio y el magisterio pontificio de Pablo VI y de Juan Pablo II, para que la Mariología buscara sus bases no tanto en la especulación teológica como en la Palabra de Dios revelada en la Sagrada Escritura [42].
Este fue el camino seguido por san Juan Pablo II durante todo su pontificado, para que la Iglesia llegara a comprender en profundidad la doctrina es decir, la verdad de la intercesión y mediación materna de la Santísima Virgen, histórica y multisecularmente manifestada en el recurso filial del pueblo cristiano a Ella. Como explica el rector de la Facultad “Marianum”, la historia de los dogmas y de la teología enseña que la Iglesia, después de largas y sufridas discusiones, define una doctrina que entiende plenamente contenida en la divina Revelación [43]. En esta perspectiva, se comprende que no hayan arribado a buen puerto los movimientos que promovieron y promueven la definición dogmática de los citados títulos marianos.
En este orden de cosas podemos plantearnos esta pregunta: ¿sería la definición dogmática de la doctrina de la Maternidad espiritual de la Santísima Virgen, el camino seguro que, arraigando en la vida de la Iglesia, facilitara la comprensión del misterio de su intercesión y mediación maternales? Muchos pastores, teólogos y fieles lo consideran así.
Para ahondar en su conveniencia, es oportuno considerar, ante todo, que el Magisterio mariano de Juan Pablo II –ningún Papa dedicó tanto tiempo a la catequesis mariana [44]- ha constituido una preciosa verificación de que, aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos [45].
En efecto, siguiendo las pautas señaladas por la Lumen gentium [46] para conocer la “mente” del Romano Pontífice, se puede ver que Juan Pablo II fue el primero que llevó a cabo, como Obispo de Roma, lo que él aconsejaba a todos los obispos de la Iglesia: se necesita nuestra fe, nuestra responsabilidad y firmeza para que el don de Cristo al mundo pueda manifestarse en toda su riqueza. Se refería a una fe que no sólo conserve intacto en la memoria el tesoro de los misterios de Dios, sino que también tenga la audacia de abrir y manifestar de modo siempre nuevo este tesoro a los hombres [47]. Estudiando el magisterio mariano del Pontífice se llega a la conclusión de que el Papa propuso muy frecuentemente, insistentemente y con profundidad cada vez mayor, sirviéndose de palabras y gestos, la doctrina de la mediación materna de la Santísima Virgen que, como vimos, es expresión de su Maternidad espiritual. La enseñanza de san Juan Pablo II, en definitiva, ha supuesto para la Iglesia una riquísima explicitación de esa función mariana, contenida en la Revelación que Dios ha confiado a la Iglesia.
Por otra parte, es un gozoso hecho que, desde hace no pocos años, se verifica en todas partes, por parte de los fieles (sacerdotes y laicos), un recurso extraordinario a la intercesión de la Madre, en buena medida debido a las apariciones y revelaciones de la Virgen, de las que se tienen noticias en los cinco continentes [48], aunque también a veces por temor y en busca de su protección maternal ante la inminencia de la persecución y quizás de la muerte [49]. En consecuencia, teniendo en cuenta que el Pueblo de Dios cuando cree no se equivoca, aunque no encuentre palabras para expresar su fe (…) y que Dios dota a la totalidad de los fieles de un instinto de la fe –el sensus fidei- que ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios [50], no se ve que haya dificultad alguna para que el Sumo Pontífice declare explícitamente o confirme que la Maternidad espiritual de María es una verdad que pertenece al depositum fidei, puesto que no se puede excluir que en un cierto momento del desarrollo dogmático, la inteligencia tanto de las realidades como de las palabras del depósito de la fe pueda progresar en la vida de la Iglesia, y el Magisterio llegue a proclamar algunas de estas doctrinas también como dogmas de fe divina y católica [51].
8- El gran peso de las razones a favor
1) Al clausurar la tercera sesión del Concilio, Pablo VI expuso un principio de comprensión de la misión de la Iglesia que, en la turbulencia que hoy la agita, es un refugio inalterable: el conocimiento de la verdadera doctrina católica sobre María será siempre la llave de la exacta comprensión del misterio de Cristo y de la Iglesia [52]. Precisión clave la del Pontífice, desde el momento en que por todas partes se difunden ideas erróneas sobre el Verbo Encarnado y sobre la Iglesia, que comparten el desconocimiento de su naturaleza sobrenatural. El acto pontificio definitorio acerca de la Maternidad espiritual de María, ¿no sería el disparador de un renovado descubrimiento del misterio sublime de la Santísima Virgen y, en consecuencia, del misterio de la filiación de los hombres en Cristo su Hijo (hijos del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo) y, por tanto, del misterio de la Iglesia?
2) En ese mismo sentido, y en continuidad con lo que acabamos de decir, parece oportuno señalar que, cumplidos cincuenta años del Concilio Vaticano II y moviéndonos en su horizonte doctrinal, es necesario redescubrir y fomentar, a la luz del misterio materno de María, el carácter materno de la Iglesia. El Papa Francisco, como hemos visto en apenas pocos ejemplos, no se cansa de predicar sobre este tema esencial. Como escribió J. Ratzinger, una eclesiología puramente estructural hará degenerar a la Iglesia en un programa de actuación (peligro al que estaría expuesta, también, “la nueva evangelización”). Sólo mediante lo mariano se concreta también plenamente el ámbito afectivo en la fe, y con ello se alcanza la correspondencia humana a la realidad del Logos encarnado [53]. La reafirmación dogmática de la convicción, ya presente en la fe del pueblo de Dios, acerca de María como Madre espiritual de todos los hombres, ¿no llevaría a toda la Iglesia a profundizar en el significado de la vocación bautismal cristiana y de la unidad del pueblo de Dios?
3) La proclamación de la Maternidad espiritual de María y el ejercicio de su maternal intercesión significaría también, en el plano pastoral, por esas mismas razones, un reforzamiento del sentido de la esperanza cristiana de los fieles. Los obispos latinoamericanos manifestaban su preocupación porque numerosas personas pierden el sentido trascendente de sus vidas y abandonan las prácticas religiosas, y, por otro lado, que un número significativo de católicos está abandonando la Iglesia para pasarse a otros grupos religiosos [54]. A su vez, los obispos europeos diagnosticaban en 2003: los hombres viven hoy sin esperanza. En la raíz del problema está el intento de hacer prevalecer una antropología sin Dios y sin Cristo. Esta forma de pensar ha llevado a considerar al hombre como «el centro absoluto de la realidad, haciéndolo ocupar así falsamente el lugar de Dios y olvidando que no es el hombre el que hace a Dios, sino que es Dios quien hace al hombre. El olvido de Dios condujo al abandono del hombre, por lo que, no es extraño que en este contexto se haya abierto un amplísimo campo para el libre desarrollo del nihilismo, en la filosofía; del relativismo en la gnoseología y en la moral; y del pragmatismo y hasta del hedonismo cínico en la configuración de la existencia diaria. La cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera [55]. El acto pontificio que proponemos, ¿no supondría también un reforzamiento en los fieles de la comprensión de su identidad de cristianos y, por expresarlo así, una defensa oportuna de los valores que caracterizan el significado de la existencia humana vivida bajo la luz de Cristo, colmada de esperanza y capaz de transmitir esperanza?
4) La Iglesia del siglo XXI tiene necesidad particular de madres de familia formadas a semejanza de su Madre: generosas hasta el heroísmo, abnegadas hasta el amor a la Cruz, audaces y perseverantes, amantes de la familia y expertas en humanidad. ¿Acaso la proclamación dogmática de la Maternidad espiritual de María no supondría un extraordinario incentivo en las madres cristianas y en todas las mujeres, para despertar la dimensión evangelizadora de su condición personal de hijas de Dios a imagen de Cristo y de María?
5) Por todo el mundo se difunde la “cultura de la muerte”, en particular el abominable crimen del aborto [56]. Legalizada su práctica en no pocos países, a la conciencia, como advertía san Juan Pablo II, le cuesta cada vez más percibir la distinción entre el bien y el mal en lo referente al valor fundamental mismo de la vida humana [57]. María es esencialmente Madre: del Verbo Encarnado, de todos los hombres y mujeres que habitan la tierra, incluidas aquellas que recurren al aborto. La proclamación dogmática de la Maternidad espiritual de la Santísima Virgen, ¿no llevaría a una clarificación de las conciencias, de manera que quienes duden si abortar o no busquen a la “Madre del Buen Consejo” y encuentren en ella consuelo y arrepentimiento? Asimismo, las mujeres que han sufrido el drama de un aborto y cargan con su culpa durante toda la vida, ¿no sentirán el alivio de su pena y se acercarán nuevamente al Redentor, mediante la intercesión de la “Madre de Misericordia”, de quien jamás se oyó decir que haya abandonado a uno de sus hijos? [58].
6) Conviene recordar las lecciones de la historia: ella enseña que, pese a ciertas apariencias en contrario, ha sido siempre una situación de amenaza para la Iglesia la que ha conducido a la formulación de los dogmas [59]. Actualmente la Iglesia sufre el embate de la “ideología de género” y de un laicismo confesional, agresivo e intolerante, que pretende borrar la idea misma de Dios y destruir la familia, Iglesia doméstica y célula primordial de la sociedad. Asimismo, el fundamentalismo musulmán es en distintos lugares de la tierra una gran amenaza para nuestros hermanos en la fe, de los cuales se cuentan por millares los que por ella han dado su vida o han debido exiliarse de sus patrias. La definición dogmática de la Maternidad espiritual de María, ¿no provocaría el redescubrimiento de la divina grandeza de la maternidad de la mujer, frente a las ideologías que pretenden anularla? A su vez, teniendo en cuenta que las personas que profesan serenamente la religión musulmana manifiestan un respeto y cariño especiales a la Madre de Jesús, ¿no contribuiría su exaltación a un entendimiento mayor con los cristianos?
7) Las definiciones de los dogmas marianos, escribía Journet, se corresponden secretamente con los grandes acontecimientos de la Iglesia [60]. Y después de ilustrar su afirmación con ejemplos de la historia, se adelantaba a nuestro tiempo y en 1954, apenas cuatro años después de la definición dogmática de la Asunción, escribía: la doctrina de la mediación corredentora de la Virgen [61], que quizás será definida el día de mañana, recordará a los cristianos que, a imagen de María, unida al sacrificio redentor que su Hijo ofrecía en el Calvario por toda la humanidad, ellos son invitados, en un universo cada vez más solidario económicamente pero cada vez más dividido espiritualmente, a ser en Cristo y por Cristo con toda la Iglesia, no solamente miembros “salvados”, sino miembros “salvadores” de este mundo contemporáneo que les es hostil y de los millones de almas que encierra [62]. Siendo la nueva evangelización un proyecto apostólico de gran aliento y de dimensiones universales, que ha de ser llevado a la práctica por todos los cristianos, ¿no encontraría un fuerte punto de apoyo y una fuente de desarrollo, en la firme convicción de fe de contar para su realización con la eficaz intercesión de la Madre de la Iglesia y de cada uno de los fieles?
8) “¡Abrid las puertas a Cristo!”, exclamaba Juan Pablo II al comenzar su pontificado. Nadie pudo prever entonces, ni cómo ni cuándo tendría lugar esa deseada apertura al Verbo Encarnado y a la Iglesia, de los países dominados por el comunismo, en los cuales hoy vive la Iglesia en libertad. El acto pontificio del que estamos tratando, al mismo tiempo que solemne expresión de gratitud de la Iglesia para con su Madre, ¿no aparece como prenda de la anhelada cooperación de la Iglesia con María, para acometer la nueva etapa de la evangelización?
9) Vivimos en un tiempo de “pensamiento débil”, de un subjetivismo que todo lo relativiza y, simultáneamente, la nuestra es una época de credulidad, en la que encuentran su lugar, como verdades de fe, fantasías asombrosas. Muchas personas sedientas de certeza, ¿cabe dudar de que se acercarán a la Iglesia atraídas por la seguridad del Magisterio infalible, que garantice la realidad divina de la Maternidad espiritual de la Virgen, de su amable cercanía a todos los hombres?
10) Comentando el sentido del dogma de la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma al Cielo, Joseph Ratzinger entendía que la fuerza motriz decisiva en esta definición fue el culto a María; que el dogma, por así decir, tiene su origen, su fuerza motriz y también su objetivo no sólo en el contenido de una proposición, cuando más bien en un homenaje, en un acto de exaltación [63]. María, con su cariño materno, atrae a multitudes en todos los sitios. ¿No debería la Iglesia –“es de bien nacidos ser agradecidos”- corresponder a sus desvelos con el acto que proponemos?
11) En la religión judía, María no tiene significación. No obstante, ¿acaso no supondría un estímulo importante para su conocimiento y estudio, si el Papa Francisco, que fomenta incansablemente el diálogo judeo-cristiano, propone con el mayor grado de solemnidad, la Maternidad espiritual de todos los hombres de la Hija de Sión?
9- Tiempo de superar por elevación los inconvenientes
1) Dejemos la palabra al Papa emérito Benedicto XVI, que expone la primera aparente dificultad que ofrece un acto como el que estamos proponiendo. Subrayamos los aspectos que nos parecen relevantes para nuestro tema.
Cuando se estaba muy cerca de la definición dogmática de la asunción en cuerpo y alma de María al cielo, se pidieron las opiniones de todas las facultades de teología del mundo. La respuesta de nuestros profesores fue decididamente negativa. En este juicio se hacía notar la unilateralidad de un pensamiento que tenía presupuestos no sólo históricos, sino incluso historicistas. La tradición venía a ser identificada con lo que era documentable en los textos. El patrólogo Altaner, profesor de Würzburg –pero a su vez procedente de Breslau- había demostrado con criterios científicamente irrebatibles, que la doctrina de la asunción en cuerpo y alma de María al cielo era desconocida antes del siglo V: por tanto, no podía formar parte de la ‘tradición apostólica’, y este fue el dictamen compartido por todos los profesores de Munich. El argumento es indiscutible, si se entiende la tradición en sentido estricto como la transmisión de contenidos y textos documentados. Era la postura que sostenían nuestros profesores. Pero si se entiende la tradición como el proceso vital, con el que el Espíritu Santo nos introduce en toda la verdad y nos enseña a comprender aquello que al principio no alcanzamos a percibir (cf. Jn 16, 12s), entonces el ‘recordar’ posterior (cf. Jn 16, 4) puede describir algo que al principio no era visible y que, sin embargo, ya estaba en la palabra original [64].
2) Salvatore Perrella, rector de la Facultad “Marianum”, estudiando la posibilidad de definir dogmáticamente la mediación de la Virgen, se hacía una pregunta que hay que considerar: ¿puede una doctrina que no está plenamente madura, ser objeto de definición dogmática, en un tiempo (…) de desencanto o de cansancio ecuménico? [65]. Dicho de otra manera, ¿cómo afectaría al ecumenismo la definición de la Maternidad espiritual de María?, aspecto que ya había sido considerado en el voto de Czestokowa de 1996 [66].
En lo que respecta al diálogo con los protestantes, hay que tener en cuenta que el abismo que separa ambas realidades se ha hecho demasiado profundo. (…) Realmente hay que constatar que el protestantismo ha dado pasos que más bien lo alejan de nosotros: con la ordenación de mujeres, la aceptación de uniones homosexuales y cosas semejantes. Hay también otras posturas éticas, otras conformidades con el espíritu de la actualidad que dificultan el diálogo. Naturalmente, al mismo tiempo hay en las comunidades protestantes personas que tienden vivamente hacia la auténtica sustancia de la fe y que no aprueban esta actitud de las grandes Iglesias [67].
Las cosas son distintas en la relación de la Iglesia Católica con la Ortodoxa [68] y, particularmente, por la fe y la piedad marianas que distinguen a estas Iglesias hermanas. Lo que es obligatorio como doctrina dogmática para todos los ortodoxos, dice el teólogo ortodoxo A. Stawrowsky, son las siguientes definiciones de la Iglesia sobre la Santísima Virgen María: 1.- Ella es Madre de Dios y no sólo Madre de Cristo: Theotokos, según la definición del III Concilio ecuménico de Éfeso, del 431. 2.- Ella es siempre Virgen. (…) 3.- Ella es la intermediaria del género humano ante su Hijo, según la definición del IV Concilio ecuménico [69].
Esta coincidencia doctrinal anima a continuar con particular esperanza el diálogo ecuménico con la Iglesia Ortodoxa: según la lógica de su corazón materno, presagiaba Juan Pablo II, Ella nos ayudará a hallar el camino del acuerdo mutuo entre el Occidente católico y el Oriente ortodoxo [70]. La profunda piedad hacia la Madre de Dios, nos ha llevado a un profundo acuerdo entre católicos y ortodoxos sobre el valor de la presencia de María en la vida cristiana [71]. El Concilio Pan-ortodoxo que se prepara actualmente [72] es, ciertamente, una gran esperanza: teniendo en cuenta que para esas Iglesias las decisiones del Concilio son infalibles [73], ¿no cabe esperar que la unidad buscada cristalice, al menos, en un acuerdo para honrar definitivamente a la Madre de Dios como Madre nuestra?
10- Consultar al pueblo cristiano
Es conocida la disputa sostenida en su tiempo por John H. Newman, a raíz de un artículo que publicó en el Rambler. Con ejemplos tomados de la historia, el futuro Cardenal defendía la importancia de consultar a los laicos cuando se prepara una definición dogmática. ¿Por qué? La respuesta es inmediata: porque el cuerpo de los fieles es uno de los testigos del carácter tradicional de la doctrina revelada, y porque dicho consensus a través de la Cristiandad, es la voz de la Iglesia Infalible [74].
El Beato Newman, cuyo pensamiento influyó no poco en la eclesiología del Concilio Vaticano II, en particular por lo que se refiere a la doctrina del sensus fidelium consagrada en la Constitución Lumen gentium [75], explicaba que al prepararse una definición dogmática, el laicado tendrá un testimonio para dar; pero si hay una instancia en la que debería ser consultado, es respecto de doctrinas concernientes directamente a lo devocional. (…) El pueblo fiel tiene una especial función en lo que respecta a aquellas verdades doctrinales relacionadas con lo cultual. (…) Y la Santísima Virgen es preeminentemente objeto de devoción, razón por la cual, repetimos, aun cuando los Obispos ya se habían pronunciado favorablemente a favor de su absoluta impecabilidad (se refiere a la consulta que hizo Pío IX antes de definir la Inmaculada Concepción), el Papa, no contento con esto, quiso conocer el parecer de los fieles [76].
En la oportunidad de realizar un acto extraordinario de magisterio acerca de la doctrina de la Maternidad espiritual de María, el camino señalado por Newman se presenta como muy necesario: por el valor teológico del consensus fidelium y también por la fina sensibilidad de la responsabilidad que tienen los laicos en la Iglesia, cultivada durante este medio siglo post conciliar. Los medios de comunicación actuales permitirían hoy realizar una extraordinaria consulta mundial, para conocer el parecer de los fieles antes de realizar el acto al que nos referimos.
11- La ley del progreso mariano, al servicio del progreso en el anuncio de la fe y en la misión evangelizadora
Es natural preguntarse –más todavía en este tiempo en el que vivimos bajo la dictadura del relativismo [77]- cuál será la reacción que provocará, ad extra y ab intra Ecclesiae, un acto de magisterio solemne pontificio, infalible por su naturaleza.
No es aventurado decir que, para los que pertenecen a otras confesiones distintas de la Iglesia Católica y viven en la lógica de la tolerancia racionalista, resultará un acto intolerable. En consecuencia, el Papa será atacado por todos los medios de comunicación “tolerantes”. Pero bien sabe Francisco, al igual que su antecesor y que todos los Obispos de Roma, que la Iglesia, el cristiano y sobre todo el papa, debe contar con que el testimonio que tiene que dar se convierta en escándalo, no sea aceptado, y que, entonces, sea puesto en la situación de testigo, en la situación de Cristo sufriente [78].
Se puede adelantar, por otra parte, que en el seno de la Iglesia ha de verificarse la “ley del progreso mariano”, de la que el Cardenal Journet escribió en su obra cumbre. La densidad de la cita justifica su extensión.
Por la identidad que existe entre María y la Iglesia, el gran teólogo suizo hacía ver que, por un destino a la vez trágico y grandioso, los progresos de la piedad mariana y eclesial, a medida que son más necesarios a la Iglesia, obligada a tomar una conciencia sin cesar más neta de su diferencia específica por la cual ella es la sal de la tierra, corren el riesgo al mismo tiempo de separar más y más a los pueblos que ella tiene la misión de evangelizar.
Las definiciones dogmáticas sobre la Virgen y la Iglesia (…) tienen el efecto, por un lado, de reunir las fuerzas vivas de la Iglesia cara a los supremos combates y, por otro, de alejarla cada vez más de un mundo en el que su ley es vivir -“Padre, no te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del mal” (Jn 17, 15)- para llevarle la sangre de la redención.
Aquí abajo, la ley de lo sobrenatural es no poder comenzar a reunir si no es venciendo muchas resistencias. Desde el principio, Cristo no puede anunciar el sacramento por excelencia de la unidad de su Iglesia, sin aumentar las divisiones: “Desde ese momento, muchos de sus discípulos lo dejaron y no fueron más con Él” (Jn 6, 66).
La misma ley continúa rigiendo en la Iglesia. Hace falta comprender con suficiente magnanimidad que, cuando se preparan nuevas definiciones dogmáticas del magisterio solemne, muchos cristianos, que a pesar de todo permanecerán fieles a su fe católica hasta el final, se dejarán sin embargo invadir y se sentirán heridos por consideraciones “demasiado humanas”, de las que ninguno de nosotros puede creerse totalmente eximido. Cuando tratan de pensar individualmente, los vemos dividirse en dos grupos extremos.
Unos, en los cuales el celo no está incontaminado, se exaltan pensando poder lanzar al mundo nuevos desafíos, con el fin de agravar su situación y de precipitar su catástrofe. Otros, lamentan que se agrande el desgarrón por el que la Iglesia se separa no solamente del mundo, sino también de las Iglesias disidentes; se afligen por lo que se atreven a llamar un endurecimiento progresivo de la revelación evangélica, y lloran con toda la sinceridad de sus corazones, debido a la inoportunidad de nuevas definiciones.
Solamente la contemplación de la ley trágica y grandiosa del progreso del reino de Dios en el tiempo, es capaz de levantar el corazón de los cristianos, por encima de estas dos formas contrarias de error. La Iglesia, que no está hecha de nuestros defectos y lleva al Espíritu Santo, sabe adónde va. Ninguno de sus hijos lo sabe plenamente; solamente Dios, que es Maestro de la historia y de la marcha de la Iglesia [79].
12- De la Iglesia en Latinoamérica
En este tiempo de especial prueba que le ha tocado vivir a la Iglesia y al mundo, la “ley del progreso del reino de Dios en el tiempo”, según escribía Journet, no puede no considerar el papel que tendría la Iglesia que vive en Latinoamérica.
En efecto, el precioso tesoro –así lo calificó Benedicto XVI- que ella posee es la piedad popular, de la cual trató extensamente el Documento de Aparecida [80] y encuentra su más hermosa manifestación en la devoción a María Santísima: ella se ha hecho parte del caminar de cada uno de nuestros pueblos, entrando profundamente en el tejido de su historia y acogiendo los rasgos más nobles y significativos de su gente. Las diversas advocaciones y los santuarios esparcidos a lo largo y ancho del Continente testimonian la presencia cercana de María a la gente y, al mismo tiempo, manifiestan la fe y la confianza que los devotos sienten por ella. Ella les pertenece y ellos la sienten como madre y hermana [81].
Una expresión no menor de este sentimiento mariano colectivo, fue la petición que la totalidad de los obispos mexicanos elevó al Papa Pío XII el 14 de octubre de 1954, pidiendo la definición dogmática de la Maternidad espiritual de María. Volvieron a insistir ante Juan XXIII el 16 de octubre de 1959 [82], una vez anunciada la convocatoria del Concilio Vaticano II. Como es sabido, no entraba en las intenciones del Concilio definir dogmas.
Aun castigados muchos países de América Latina por distintas manifestaciones de violencia y hostigados por fuerzas disgregadoras de la familia, la piedad popular sigue siendo en sus gentes una expresión de sabiduría sobrenatural, porque la sabiduría del amor no depende directamente de la ilustración de la mente sino de la acción interna de la gracia. Por eso, la llamamos espiritualidad popular [83]. María Santísima, Reina de la familia y Reina de la paz, ¿no esperará de la sabiduría de sus hijos latinoamericanos que, en el próximo Sínodo sobre la Familia, propongan a Francisco, hijo de la piedad mariana bajo la cual nació, creció y que fomentó con ardor, proclamar solemnemente a María, Madre espiritual de los hombres, para la gloria de Dios y el bien de la Iglesia y de toda la humanidad?
* * * * * *
La hora de la Cruz y la de la Resurrección, siempre contiguas e inseparables en la historia de la Esposa de Cristo, han sido también, en todo momento, horas de recogimiento en torno a Nuestra Madre Santa María.
Quiera Dios que, al exaltar la Iglesia solemnemente en nuestros días la amorosa Maternidad espiritual de la Señora, y su incansable y todopoderosa Mediación por nosotros ante su Hijo, resuene eficazmente en la conciencia de los cristianos, y a través de ellos, en toda la Humanidad, el eco de su buen consejo: “Haced lo que Él os diga”.
Que Él bendiga asimismo nuestros deseos y nuestras acciones en honor de su Madre, que es también ¡Madre nuestra, Madre nuestra, Madre nuestra!
Jaime Fuentes, opusdei.org/
Notas:
34. D. BERTETTO, Maria la Serva del Signore. Mariologia, Nápoles 1988, pp. 539-540, cit. en J.L. BASTERO DE ELEIZALDE, Virgen singular. La reflexión teológica mariana en el siglo XX, Madrid 2001, p. 223s. Como se sabe, Pablo VI, en la Ex. Ap. Signum magnum, (13-V-1967) salió al cruce de quienes pensaban que el culto a la Virgen podría ir en desmedro de la centralidad de la liturgia o del movimiento ecuménico. En este documento, refiriéndose a la maternal función de cooperadora en el nacimiento y en el desarrollo de la vida divina en cada una de las almas de los hombres redimidos que desarrolla María, concluyó: Ésta es una muy consoladora verdad, que por libre beneplácito del sapientísimo Dios forma parte integrante del misterio de la humana salvación: por ello ha de mantenerse como de fe por todos los cristianos (13-V-1967, n. 8).
35. J.L. BASTERO DE ELEIZALDE, Virgen singular, o.c., p. 236ss, en que explica con detalle este tema. Vid. tb. R. LAURENTIN, Pétitions internationales pour une définition dogmatique de la médiation et la corédemption, en Marianum 48 (1996) pp. 446ss. I. CALABUIG, O.S.M., Un dossier inedito: gli Studi di due Commisioni Pontificie sulla definibilità della mediazione universale di Maria, en Marianum 133 (1985) I-II, pp.10ss.
36. M. GARRIDO BONAÑO, O.S.B, El culto a la Virgen María en las Actas del Concilio Vaticano II, en La Mariología desde el Vaticano II hasta hoy, en Estudios Marianos, vol. LVIII (1993), p. 13. Vid. tb., J.A. RIESTRA, María en la vida de la Iglesia y de los cristianos (Redemptoris Mater nn. 25-49), en Scripta Theologica (1987), XIX 3, p. 672.
37. Vid. M.I. MIRAVALLE, El Dogma y el Triunfo, México 1998. Y la página web del movimiento: www.fifthmariandogma.com. Vid. tb., J. FERRER ARELLANO, La Mediación materna de la Inmaculada, esperanza ecuménica de la Iglesia. Hacia el quinto dogma mariano, Madrid 2006.
38. Vid. J. FUENTES, Todo por medio de María, o.c., pp. 188s.
39. Vid. J.L. BASTERO DE ELEIZALDE, Virgen singular, o.c., pp. 248ss.
40. Cfr. L’Osservatore Romano, edición en español, 13-VI-1997, p. 12.
41. J. RATZINGER-H.U. VON BALTHASAR, María, Iglesia naciente, Madrid 1999, p. 33.
42. El cardenal Ratzinger hacía notar, refiriéndose a la Redemptoris Mater, el nuevo planteamiento de la mariología que ha escogido el Papa: no se trata de desplegar ante nuestra contemplación asombrada misterios que descansan sobre sí mismos, sino de entender el dinamismo histórico de la salvación, que nos engloba, nos asigna nuestro lugar en la Historia, dando y exigiendo. María no está, ni simplemente en el pasado, ni sólo en lo alto del cielo, asentada en el ámbito reservado de Dios; está aquí y sigue presente y activa en el actual momento histórico; es aquí y ahora una persona que actúa. Su vida no está sólo detrás de nosotros, ni simplemente sobre nosotros; como el Papa subraya continuamente, nos precede. Nos explica nuestro momento histórico, no mediante teorías sino actuando, mostrándonos el camino a seguir (Ibid., p. 33s).
43. S.M. PERRELLA, Impronte di Dio nella storia. Apparizioni e Mariofanie, Padova 2011, p. 263.
44. S.M. PERRELLA, Juan Pablo II, el Papa de la “mediación materna” de la Madre del Redentor, en la Presentación a J. FUENTES, Todo por medio de María, o.c., p. 15.
45. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 66.
46. Vid. Const. dogm. Lumen gentium, n. 25.
47. JUAN PABLO II, ¡Levantaos! ¡Vamos!, Buenos Aires 2004, p. 178s.
48. Cfr. Actas del 22º Congreso Mariológico-Mariano Internacional, celebrado por la PAMI en Lourdes (2008) sobre las apariciones de la Virgen.- Ya en 1991 la revista TIME, nada sospechosa, por cierto, de partidismo católico, advertía el fenómeno del crecimiento de la devoción mariana en el mundo. En el último número de ese año, la revista tituló su cover-story, The search for Mary. Entre otras cosas escribía: Aunque la presencia de la Virgen ha empapado a Occidente durante centenares de años, todavía queda sitio para admirarla, ahora tal vez más que nunca (...) Un renacimiento popular de la fe en la Virgen se está dando a lo largo de todo el mundo. Millones de devotos llenan sus santuarios, muchos de ellos gente joven (p. 49). Y más adelante: Cualquiera que sea el aspecto de María que la gente prefiera destacar y abrazar, es seguro que todos los que la buscan encuentran en ella algo que sólo una madre santa puede dar (p. 52).
49. “Durante la fiesta de la Asunción en la ciudad kurda de Erbil, principal objetivo del Estado Islámico, los cristianos la celebraron desvelando una enorme Virgen María situada sobre una columna a una altura de quince metros. Para que vea, para que proteja a los cristianos y para que sepan que allí están ellos. A escasos kilómetros del frente, la Virgen ha dado ánimo a una comunidad cansada y aterrada y sirve ahora como una fuente de esperanza. Una imagen que además gira sobre sí misma para poder mirar a todas las direcciones para hacer presente que ella está en todas partes y que no abandona a sus hijos. El proyecto llevaba planeado mucho tiempo y justamente se ha podido inaugurar cuando la situación es más extrema. Un cristiano local dice que “ahora todo el mundo sabe que este es un país cristiano”. (Religión en libertad, 27-8- 2014). (Descargado, 28-8-2014).
50. FRANCISCO, Ex. Ap. Evangelii gaudium, n. 119.
51. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Nota doctrinal ilustrativa de la fórmula conclusiva de la Professio fidei, 29-VI-1998.
52. PABLO VI, Discurso en la clausura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, 21-XI-1964, en Concilio Vaticano II, Constituciones, Decretos, Declaraciones, Madrid 1966, p. 1037.
53. J. RATZINGER, María, Iglesia naciente, o.c., p. 19. El autor continúa: En este punto veo yo la verdad de la expresión “María, vencedora de todas las herejías”: donde se da ese enraizamiento afectivo, existe la vinculación “ex toto corde” –desde el fondo del corazón- con el Dios personal y su Cristo y resulta imposible la refundición de la cristología en un “programa” de Jesús, que puede ser ateo y puramente material: la experiencia de estos últimos años corrobora hoy de manera asombrosa lo acertado de estas viejas palabras.
54. CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, Documento conclusivo de Aparecida, 2007, n. 98 f).
55. JUAN PABLO II, Ex. Ap. Ecclesia in Europa, 28-VI-2003, n. 9.
56. Cfr. JUAN PABLO II, Ex. Ap. Familiaris consortio, 22-XI-1981, n. 6 y Enc. Evangelium vitae, 25-III- 1995.
57. Enc. Evangelium vitae, n. 4.
59. M. SCHMAUS, La Verdad, encuentro con Dios, Madrid 1966, p. 135.
60. Ch. JOURNET, o.c., p. 144.
61. La utilización del término “corredención” para señalar el papel de la Virgen en la obra salvífica de su Hijo, es un tema sobre el que existen opiniones diversas: vid., por ej., J. GALOT, Maria. La donna nell’opera della salvezza, Roma 1991, pp. 239-292, en el que estudia y defiende esta prerrogativa mariana. También, en otro sentido, J. RATZINGER, La sal de la tierra, Madrid 1997, p. 195s. Journet, gran teólogo, seguramente hablaría hoy de la doctrina de la mediación materna de María, incluyendo en ella su corredención.
62. Ch. JOURNET, o.c., p. 145. Destacado nuestro.
63. J. RATZINGER, La Figlia di Sion. La devozione di Maria nella Chiesa, Milano 1979, p. 70, cit. en P. BLANCO, María en los escritos de Joseph Ratzinger, en Scripta de María 5 (2008) pp. 309-334.
64. BENEDICTO XVI, Mi vida. Recuerdos 1927-1997, Madrid 1998, cit. en P. BLANCO, María en los escritos… o.c., p. 322.
65. S. PERRELLA, Impronte di Dio..., cit., p. 263.
67. BENEDICTO XVI, Luz del mundo, o.c., p. 107.
69. A. STAWROWSKY, La Sainte Vierge Marie. La doctrine de L’Immaculée Conception, Mar 1973, 37-38, cit. en J. GALOT, Maria, la donna… o.c. p. 381.
70. JUAN PABLO II, Discurso a los Cardenales de todo el mundo, convocados para el Consistorio extraordinario, 13-VI-1994, en www.vatican.va (Descarga 16-VII-2012).
72. Vid. el sitio web oficial de la Iglesia Ortodoxa rusa: www.mostpat.ru
73. BENEDICTO XVI, La sal de la tierra, o.c., p. 195.
74. J. H. NEWMAN, Los fieles y la tradición, Buenos Aires 2006, p. 63.
75. Vid. Lumen gentium, n. 12.
76. J. H. NEWMAN, o.c., p. 110s. Destacado nuestro.
77. Vid. BENEDICTO XVI, Luz del mundo, o.c., pp. 104ss.
79. Ch. JOURNET, L’Église du Verbe Incarnée, II, París 1951, p. 430s.
80. Cfr. Documento conclusivo, ns. 258-265.
82. Los textos respectivos, en latín, se encuentran en La Maternidad espiritual de María. Estudios Teológicos. Comisión Nacional pro definición dogmática de la Maternidad espiritual de María. Insigne y Nacional Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, 1961.
83. Documento conclusivo, n. 263.
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