1- Un tiempo de singular esperanza mariana
Cuando comenzaba el vigésimo quinto año de su pontificado, el 16 de octubre de 2002, san Juan Pablo II entregó a la Iglesia una preciosa Carta Apostólica [1] en la que suplicaba –es el verbo exacto- a todos sus miembros, a redescubrir y rezar el Rosario. Las intenciones que movían al Papa a clamar por esa oración tenían una urgencia que, transcurridos más de diez años de su llamamiento, no ha hecho sino aumentar: la causa de la paz en el mundo y la de la familia [2].
El santo pontífice albergaba en su alma una grave preocupación, que sólo la intercesión materna de María, mediante la oración del Rosario, podría trocar en esperanza: en efecto, escribía, las dificultades que presenta el panorama mundial en este comienzo del nuevo Milenio nos inducen a pensar que sólo una intervención de lo Alto, capaz de orientar los corazones de quienes viven situaciones conflictivas y de quienes dirigen los destinos de las Naciones, puede hacer esperar en un futuro menos oscuro [3].
Por la extrema gravedad de lo que estaba en juego, después de pedir encarecidamente a los obispos, sacerdotes y diáconos; a los teólogos, a los consagrados y consagradas, a las familias, a los ancianos y a los enfermos, a los jóvenes…, a todos, que rezaran el Rosario, Juan Pablo II terminaba la Carta suplicando: ¡Que este llamamiento mío no sea en balde! [4]
¿Quién podría juzgar si el eco que obtuvo fue el que pretendía? Seguramente sí, en tantos cristianos. Pero es también innegable que día a día es mayor la cerrazón de nuestro presente: ¿alguien habría imaginado siquiera, las tragedias que hoy sufren millones de cristianos en todo el mundo, a causa de injustas contradicciones y duras persecuciones de matriz oscuramente religiosa, social o política?
Por lo que respecta a la familia, en aquella misma Carta sobre el Rosario, Juan Pablo II daba la voz de alerta frente a las fuerzas disgregadoras, tanto de índole ideológica como práctica, que hacen temer por el futuro de esta fundamental e irrenunciable institución y, con ella, por el destino de toda la sociedad. Insistía en la necesidad de fomentar el Rosario en las familias cristianas (…) para contrarrestar los efectos desoladores de esta crisis actual [5]. Dada la elocuencia del texto y la evidencia de los hechos, resulta quizás innecesario glosar, en las circunstancias actuales, estas palabras.
Desde otra perspectiva, la que mira al interior de la Iglesia, nuestro presente está también marcado por una negrura que pareciera no tener fin. Se advierte de muchos modos; por ejemplo, en el dolor y el desconcierto que provocan los casos de pedofilia protagonizados por miembros del clero. Con palabras de Benedicto XVI en 2010, hay que decir que es una gran crisis. (…) Realmente ha sido casi como el cráter de un volcán, del que de pronto salió una nube de inmundicia que todo lo oscureció y ensució, de modo que el sacerdocio, sobre todo, apareció de pronto como un lugar de vergüenza, y cada sacerdote se vio bajo la sospecha de ser también así[6]. Estos casos, que siguen apareciendo aquí y allá, son causa, entre sus muchos efectos dañinos, de una sensible pérdida de credibilidad en la Iglesia.
En medio de este triste cuadro, y de manera por completo inesperada –nadie había pensado en la renuncia de Benedicto XVI hasta que él la anunció- llega a la Iglesia un nuevo Papa, desde el fin del mundo, según sus propias palabras. Con una mínima maleta de viaje, el nuevo sucesor de Pedro trae en su corazón un profundo amor a la Virgen: para Ella, Salus Populi Romani, será la primera visita, al día siguiente de su elección como Obispo de Roma. Y, como quien tiene incorporada a su vida ordinaria la certeza de su intercesión materna, a esa “casa” volverá para rogarle por alguna necesidad importante o para agradecerle su ayuda: en frecuentes ocasiones, durante dos años de pontificado, el Papa Francisco ha acudido privadamente a rezar a Santa María la Mayor. Y ha transmitido así a los fieles un renovado aliento de esperanza en nuestra Madre.
En julio de 2013, pasados apenas cuatro meses de su elección, su primer viaje fuera de Italia es al Brasil, para participar en la Jornada Mundial de la Juventud. Por el número de jóvenes del mundo entero que se desplazaron a Río y por la acogida llena de cariño que dispensaron al Papa, fue un viaje ciertamente histórico, pero, a nuestro juicio, la JMJ también lo fue en el sentido que aquí nos interesa, porque en ella, mediante palabras y gestos, Francisco dio a conocer con nitidez su hondo espíritu mariano.
2- Siguiendo siempre la estela de María
El día 27 de julio de 2013, reunido con los obispos brasileños, el Papa se explaya hablando de la Madre de Dios y de su misterio y, por la unión inseparable que existe entre la Virgen y la Iglesia, explicando el modo en que ésta debe vivir a la luz del misterio de María.
Su punto de arranque fue la historia de la Virgen de Aparecida, Patrona del Brasil, cuya imagen, partida en dos, fue rescatada en un río por unos pescadores… Dijo Francisco: Hay aquí una enseñanza que Dios nos quiere ofrecer.
Su belleza reflejada en la Madre, concebida sin pecado original, emerge de la oscuridad del río. (…) Los pescadores no desprecian el misterio encontrado en el río, aun cuando es un misterio que aparece incompleto. No tiran las partes del misterio. Esperan la plenitud. Y ésta no tarda en llegar. Hay algo sabio que hemos de aprender. Hay piezas de un misterio, como partes de un mosaico, que vamos encontrando. Nosotros queremos ver el todo con demasiada prisa, mientras que Dios se hace ver poco a poco. También la Iglesia debe aprender esta espera.
La enseñanza del Papa puede tener, a mi juicio, dos legítimas lecturas. La primera de ellas, de carácter pastoral, se podría expresar así: es necesario cultivar la paciencia en la labor apostólica, sin pretender recoger rápidamente los frutos de nuestro trabajo. La segunda, de orden más teológico, podría entenderse como aplicación de una consideración que hacía Benedicto XVI acerca del desarrollo de la fe mariana de la Iglesia: Existe la historia en la fe. (…) La fe se desarrolla. Y eso incluye también justamente la entrada cada vez más fuerte de la Santísima Virgen en el mundo como orientación para el camino, como luz de Dios, como la Madre por la que después podemos conocer también al Hijo y al Padre [7].
Continuaba Francisco explicando vivamente la relación que existe entre el misterio de Dios, dado a conocer por medio del reflejo de su Madre, y su acogida por parte de la fe de la gente sencilla, manifestada en la piedad popular: Los pescadores llevan a casa el misterio. La gente sencilla siempre tiene espacio para albergar el misterio. Tal vez hemos reducido nuestro hablar del misterio a una explicación racional; pero en la gente, el misterio entra por el corazón.
Los pescadores, una vez compuesta la imagen de la Madre encontrada en el río, “agasalham”, arropan el misterio de la Virgen que han pescado, como si tuviera frío y necesitara calor. Dios pide que se le resguarde en la parte más cálida de nosotros mismos: el corazón. Después, los mismos pescadores llaman a sus vecinos para que admiren el misterio de la Virgen, reflejo de la belleza de Dios. Sin la sencillez de su actitud, reflexionaba el Papa hablando a los obispos sobre el trabajo pastoral, nuestra misión está condenada al fracaso [8].
También san Juan Pablo II había expresado en distintas ocasiones, desde el comienzo de su pontificado, la misma idea: María nos lleva al misterio de su Hijo y del amor del Padre. Por ejemplo, en su segunda encíclica, Dios es rico en misericordia, explicando que el amor de Dios se revela por medio de María, que ha hecho con el sacrificio de su corazón la propia participación en la revelación de la misericordia divina, hacía considerar que tal revelación es especialmente fructuosa porque se funda, por parte de la Madre de Dios, sobre el tacto singular de su corazón materno, sobre su sensibilidad particular, sobre su especial aptitud para llegar a todos aquellos que aceptan más fácilmente el amor misericordioso de parte de una madre [9].
Palabras y gestos. De esta manera Dios se ha revelado a los hombres [10] y, análogamente, así está dando a conocer el Papa Francisco el lugar que ocupa la Santísima Virgen en la vida de los hombres y de la Iglesia.
El 24 de julio celebró la Misa en el Santuario de Aparecida. Durante la homilía explicó con profundidad y sencillez al mismo tiempo, que la Iglesia, cuando busca a Cristo, llama siempre a la casa de la Madre y le pide: «Muéstranos a Jesús». De ella se aprende el verdadero discipulado. He aquí por qué la Iglesia va en misión siguiendo siempre la estela de María [11].
Al finalizar la Misa llegó el gesto del Papa, expresivo por demás: tomó en sus brazos la pequeña imagen de Nuestra Señora de Aparecida y así, acunándola, salió al balcón exterior de la Basílica, para dirigir unas palabras a la muchedumbre que lo esperaba. Fue muy breve, hizo alguna broma y terminó dándoles la bendición, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, acompañando sus palabras con el movimiento de la imagen. ¿No fue, quizás, un modo elocuente de expresar que por medio de María nos llegan todas las gracias?
3- Junto a la Madre de la Esperanza, en la cercanía de la Cruz
15 de agosto de 2013, Solemnidad de la Asunción de la Virgen, día de especial alegría en la Iglesia. Durante la Misa que celebró en Castelgandolfo, aun sin perder el buen humor acostumbrado, Francisco tomó pie de la relación indisoluble que hay entre María y la Iglesia, para referirse con extrema claridad a un tema especialmente grave: al combate que la Iglesia debe sostener frente al demonio.
Vivir en la Iglesia significa conjugar en sus diversos tiempos y modos el verbo luchar. La Iglesia, representada en el Apocalipsis por la figura de la mujer, en la historia vive continuamente las pruebas y desafíos que comporta el conflicto entre Dios y el maligno, el enemigo de siempre. No debe sorprender que todos los discípulos de Jesús debamos sostener esta lucha. Pero María no deja solos a sus hijos: María nos acompaña, lucha con nosotros, sostiene a los cristianos en el combate contra las fuerzas del mal. El Papa animó a experimentar la cercanía de la Madre rezando el Rosario, que tiene también, dijo, una dimensión “agonística”, es decir, de lucha, una oración que sostiene en la batalla contra el maligno y sus cómplices. También el Rosario nos sostiene en la batalla.
En la fiesta de la Asunción, Francisco alentó de modo particular a mantener viva la esperanza, a los que sufren hoy por su fe: la Virgen los comprenderá como sólo Ella puede hacerlo, pues ha conocido también el martirio de la cruz: el martirio de su corazón, el martirio del alma. (…) Donde está la cruz, para nosotros los cristianos hay esperanza, siempre. (…) Por eso me gusta decir: no os dejéis robar la esperanza (…) porque esta fuerza es una gracia, un don de Dios que nos hace avanzar mirando al cielo. Y María está siempre allí, cercana a esas comunidades, a esos hermanos nuestros, camina con ellos, sufre con ellos, y canta con ellos el Magnificat de la esperanza [12].
Nos encaminamos hacia la conmemoración del Centenario de las apariciones de Fátima. Bien sabe la Iglesia que Fátima no es “una advocación más” de la Virgen. Lo que ocurrió en 1917 en ese rincón de Portugal, ha sido y continúa siendo como una ventana de esperanza que Dios abre cuando el hombre le cierra la puerta, según lo expresó Benedicto XVI el 13 de mayo de 2010. Bien lo sabía también san Juan Pablo II, que en tres ocasiones viajó a esa “casa” de María…
El 13 de octubre de 2013, aniversario de la última aparición de la Virgen, Francisco hizo en Roma un acto de consagración delante de su imagen, traída desde Fátima. Diez días más tarde, quiso dedicar la Audiencia de los miércoles a mirar a María como imagen y modelo de la Iglesia (…) “en el orden de la fe, del amor y de la unión perfecta con Cristo”, como se lee en Lumen gentium (n. 63). Dijo el Papa que, así como la fe de María es el cumplimiento de la fe de Israel (…) en este sentido es el modelo de la fe de la Iglesia, que tiene como centro a Cristo, encarnación del amor infinito de Dios. En el orden de la caridad, así como María llevó a Jesús, la Iglesia también lo hace: esto es el centro de la Iglesia, ¡llevar a Jesús! , exclamaba Francisco. María, modelo de unión con Cristo. Explicó el Papa que María cumplía todas sus acciones en unión perfecta con Jesús. Pero esta unión alcanza su culmen en el Calvario: aquí María se une al Hijo en el martirio del corazón y en el ofrecimiento de la vida al Padre para la salvación de la humanidad [13].
4- La misión divina de María: ser Madre de Dios y de los hombres
El 1 de enero de 2014, Francisco celebró la Misa en honor de la Madre de Dios, en la Basílica de Santa María la Mayor. Madre de Dios, repitió varias veces en su homilía, saboreando el título principal y esencial de la Virgen María, explicó. Recordó cómo, durante el Concilio de Éfeso, los habitantes de la ciudad se congregaban a ambos lados de la puerta de la basílica donde se reunían los obispos, gritando: “¡Madre de Dios!”. ¿Cuál era el significado de esta espontánea exclamación?
Dos respuestas ofreció el Obispo de Roma: Los fieles, al pedir que se definiera oficialmente este título mariano, demostraban reconocer ya la divina maternidad. La petición estaba motivada por un sentimiento muy natural y sobrenatural: es la actitud espontánea y sincera de los hijos, que conocen bien a su madre, porque la aman con inmensa ternura. Al mismo tiempo, la petición de los fieles significaba algo más: es el sensus fidei del santo pueblo fiel de Dios, que nunca, subrayó, en su unidad, nunca se equivoca [14]. El reconocimiento de la maternidad divina de María es, pues, un fruto de ese infalible “instinto sobrenatural” de los fieles que desde siempre han disfrutado la certeza de ser realmente hijos de María.
En la misma ocasión, meditando las palabras de Jesús a su Madre al pie de la cruz (cfr. Jn 19, 27), explicaba Francisco que ellas tienen un valor de testamento y dan al mundo una Madre. Desde ese momento, la Madre de Dios se ha convertido también en nuestra Madre. (…) La “mujer” se convierte en nuestra Madre en el momento en que pierde al Hijo divino. Y su corazón herido se ensancha para acoger a todos los hombres, buenos y malos, a todos, y los ama como los amaba Jesús. A partir de ese momento, la Madre de Jesús es también Madre de los hombres y comienza a cuidar de ellos: en el Calvario mantiene encendida la llama de la fe en la resurrección de su Hijo, y la comunica con afecto materno a los demás. María se convierte así en fuente de esperanza y de verdadera alegría.
Conmovido y entusiasmado, Francisco terminó la homilía del 1 de enero de 2014 invitando a todos los que llenaban el primer santuario mariano de Roma y de todo occidente, y en el cual se venera la imagen de la Madre de Dios –la Theotokos- con el título de Salus Populi Romani. (…) a invocarla tres veces, imitando a aquellos hermanos de Éfeso, diciéndole: ¡Madre de Dios! ¡Madre de Dios! ¡Madre de Dios! Amén.
5- Madre amorosa de una Iglesia esencialmente evangelizadora
María, Madre de Dios, es inseparablemente Madre de todos los hombres. Y en la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium –que es una cantera de ideas concretas y de sugerencias audaces para recomenzar una nueva etapa en la labor evangelizadora de la Iglesia- la Madre del Redentor de los hombres es, realmente, la Alma Mater de la propuesta ardiente de Francisco: Ella es la Madre de la Iglesia evangelizadora, escribe al finalizar el documento, y sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización [15].
El capítulo octavo de Lumen gentium (n. 65) explica cuál es ese espíritu al que se refiere Francisco, cuando afirma que María es ejemplo de aquel amor maternal que es necesario cultivar para dar a luz a Jesucristo en las almas. El Papa dirá ahora que hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño [16].
La Iglesia que impulsa el Papa es una “Iglesia en salida”, de “discípulos misioneros” que no se achican ante las dificultades y, llenos de misericordia en sus actitudes y en sus palabras, saben ir a las “periferias existenciales” para atraer a la Iglesia a muchos que, habiendo conocido a Jesucristo, lo han abandonado.
La “revolución de la ternura”, que el Papa quiere promover en la Iglesia para el bien de todos los hombres, tiene en María su paradigma y su esperanza: Al pie de la cruz, en la hora suprema de la nueva creación, Cristo nos lleva a María. Él nos lleva a ella, porque no quiere que caminemos sin una madre, y el pueblo lee en esa imagen materna todos los misterios del Evangelio. (…) Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno [17].
En La alegría del Evangelio, documento programático del pontificado de Francisco, la Virgen Madre de Dios y de los hombres es, naturalmente, la intercesora a la que Francisco confía que esta invitación a una nueva etapa evangelizadora sea acogida por toda la comunidad eclesial. En Ella fija el Papa la mirada, para que nos ayude a anunciar a todos el mensaje de salvación y para que los nuevos discípulos se conviertan en agentes evangelizadores. A la Madre que tenemos en el cielo le ruega que con su oración maternal nos ayude para que la Iglesia llegue a ser una casa para muchos, una madre para todos los pueblos y haga posible el nacimiento de un mundo nuevo [18].
6- Madre de los hombres, dulce y eficaz Mediadora
En otro lugar hemos tenido ocasión de estudiar el riquísimo magisterio mariano que san Juan Pablo II regaló a la Iglesia durante todo su extenso pontificado [19]. La suya fue una preciosa labor de orfebrería en honor de la Virgen: extrayendo del tesoro de la Revelación joyas preciosas –verdades antiguas y nuevas-, con el oro de su amor a Santa María forjó un monumento destinado a perdurar en la Iglesia para siempre. La síntesis de esa maravillosa obra, escribimos entonces, es la mediación maternal, que la Madre de Dios y de los hombres ejerce en favor de sus hijos y, como el propio Juan Pablo II enseñó, el reconocimiento de su función de mediadora está implícito en la expresión “Madre nuestra” [20].
En realidad, en el seno de la fe católica no deja de latir la certeza de que maternidad espiritual y mediación materna son, en María, realidades inseparables. Ambas hunden sus raíces en la específica misión de nuestra Madre en la historia de la salvación, al servicio de la misión redentora de su Hijo.
A lo largo de sus dos primeros años de pontificado, el actual Obispo de Roma ha manifestado también, como sus antecesores, en distintos tonos y de manera constante, su completa confianza en la intercesión materna de María: en concreto, como acabamos de ver, para que dé frutos esta nueva etapa evangelizadora, de tanta amplitud como urgencia, en este tiempo duro en el que se desenvuelve la vida de los hombres y, en concreto, la de tantos fieles cristianos.
Es verdad que en todas las épocas de la historia han crecido juntos el trigo de la santidad y la cizaña del rechazo de Dios, pero hoy lo vemos de modo realmente tremendo, afirmaba Benedicto XVI durante su viaje a Fátima en el año 2010: la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia y la Iglesia, por tanto, tiene una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender, de una parte, el perdón, pero también la necesidad de la justicia. El perdón no sustituye la justicia [21]. El tiempo no ha hecho más que verificar, con más y peores ejemplos, estas palabras.
¿Cómo interpretar y paliar estas circunstancias que, como ya dijimos, atentan contra la credibilidad misma de la Iglesia? Pensamos que la respuesta se encuentra en la consideración que hacía el Papa emérito al cumplirse el 40° aniversario del Concilio Vaticano II: María está tan unida al misterio de la Iglesia, que ella y la Iglesia son inseparables, como lo son ella y Cristo [22]. De la misteriosa identificación entre María y la Iglesia se desprende que ésta sólo podrá adentrarse en los misterios gloriosos, después de haber sufrido con Cristo y con María los misterios de dolor.
Uno de los mayores teólogos del siglo XX, el Cardenal Charles Journet, lo expresaba con profundidad: antes de llegar a tomar plena conciencia de los efectos de la Redención y de poder formularlos explícitamente, la Iglesia debe comenzar por probarlos en su propia carne [23].
La identificación entre María y la Iglesia –la Iglesia ha alcanzado en María la perfección, enseña el Concilio [24]- nos lleva a comprender, según el mismo autor, que para la Iglesia el tiempo es necesario, las pruebas le son necesarias y los “desafíos” que tiene que enfrentar, no sólo de parte de sus adversarios, sino también de la ignorancia, de la torpeza, de la mediocridad, de los pecados de sus hijos. Más aún, incluso, todo el devenir de la historia, sus progresos, sus catástrofes, le son necesarios a la Iglesia, para obligarla a tomar conciencia, en forma progresiva, cada vez más amplia y más explícita de su propio misterio [25].
No en vano el primer capítulo de la Lumen gentium se titula El misterio de la Iglesia. Quizás en estos 50 años hemos tenido poca conciencia de ésta, su naturaleza sobrenatural, y hemos tratado a la Iglesia según nuestras humanas posibilidades, dando culto a Dios según nuestra sensibilidad; hemos trabajado confiando en nuestras propias fuerzas… [26]. Sufrimos ahora un doloroso “caer en la cuenta” del misterio que es la Iglesia y de la íntima relación que la une con su Madre. Así, por medio del dolor, estamos conociendo de alguna manera por vía de conocimiento experimental y afectivo, lo que (la Iglesia) era cuando, frente a Cristo, se encontraba enteramente recapitulada en María; y también para que ella pueda conocer todo lo que es ahora por María [27].
María sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen imperceptibles, escribió Francisco [28]. Y en la homilía antes citada, Benedicto XVI afirmaba con segura esperanza: María refleja a la Iglesia, la anticipa en su persona y, en medio de todas las turbulencias que afligen a la Iglesia sufriente y doliente, ella sigue siendo siempre la estrella de la salvación [29]. A su vez, Juan Pablo II, ya en su primera encíclica, frente al difícil trabajo de llevar el misterio de la Redención a todos los hombres, concluía: ahora nos parece comprender mejor qué significa decir que la Iglesia es madre, y más aún, qué significa decir que la Iglesia tiene necesidad de una Madre [30].
En esta perspectiva, pues, de la identificación de la Iglesia con María y de la necesidad que ella tiene de su intercesión materna para llevar a cabo la nueva evangelización, nos preguntamos: ¿cómo podría nuestra Iglesia sufriente –por los pecados de sus hijos y por la virulencia de los ataques que la acosan- allegarse a la Stella Maris para rogarle monstra te esse Matrem? [31].
Al convocar el Año Mariano de 1987-1988, Juan Pablo II se planteaba, con otras palabras, esta inquietud. Casi al terminar la encíclica Redemptoris Mater, después de explicar que María «precede» constantemente a la Iglesia en este camino suyo a través de la historia de la humanidad, hacía ver que, además de recordar todo lo que en su pasado testimonia la especial y materna cooperación de la Madre de Dios en la obra de la salvación en Cristo Señor, en el Año Mariano la Iglesia debería preparar, por su parte, cara al futuro las vías de esta cooperación [32]. Dicho de otra manera, el Papa deseaba encontrar para la Iglesia de nuestro milenio el iter tutior [33] que facilite a María el ejercicio de su intercesión materna.
Jaime Fuentes, https://opusdei.org/
Notas:
1. JUAN PABLO II, Carta Ap. Rosarium Virginis Mariae, 16-X-2002.
3. Ibidem., n. 40. Destacado nuestro.
5. Ibidem., n. 6. Destacado nuestro.
6. BENEDICTO XVI, Luz del mundo, Barcelona 2010, p. 30.
7. Ibidem., p. 172. Destacado nuestro.
8. FRANCISCO, Discurso al episcopado brasileño, en Río de Janeiro, 27-VII-2013, en w2.vatican.va Todas las citas del Papa Francisco son tomadas de esta fuente.
9. JUAN PABLO II, Enc. Dives in misericordia, 30-XI-1980, n. 11. Destacado en el original.
10. Cfr. CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Dei Verbum, n. 2.
11. FRANCISCO, Homilía en la Basílica del Santuario de Nuestra Señora de Aparecida, 24-VII-2013.
12. FRANCISCO, Homilía en Castelgandolfo, 15-VIII-2013. Destacado nuestro.
13. FRANCISCO, Audiencia, Plaza de San Pedro, 23-X-2013.
14. FRANCISCO, Homilía 1-I-2014. Destacado nuestro.
15. FRANCISCO, Ex. Ap. Evangelii gaudium, 24-XI-2013, n. 284.
16. Ibidem., n. 288. Destacado nuestro.
17. Ibidem. Destacado nuestro.
19. J. FUENTES, Todo por medio de María. Juan Pablo II y la mediación maternal de la Santísima Virgen, 2ª. Rosario, Argentina, 2010.
20. JUAN PABLO II, Audiencia 1-X-1997, en La Virgen María, Madrid 1998, p. 239.
21. BENEDICTO XVI, Palabras a los periodistas durante su viaje a Portugal, 11-V-2010. En www.vatican.va (Descarga, 6-VII-2012).
22. BENEDICTO XVI, Homilía en el 40º aniversario del Concilio Vaticano II. En www.vatican.va (Descarga, 6-VII-2012).
23. CH. JOURNET, Esquisse du dévelopment du dogme marial, Paris 1954, p. 144.
24. CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 65.
25. CH. JOURNET, o.c., p. 145. Destacado nuestro.
26. Vid. Evangelii gaudium, ns. 76-109. Francisco dedica no pocas páginas a este problema.
27. CH. JOURNET, o.c., p. 145.
28. FRANCISCO, Ex. Ap. Evangelii gaudium, n. 288.
29. BENEDICTO XVI, Homilía 40º aniversario, cit.
30. JUAN PABLO II, Carta enc. Redemptor hominis, cit., n. 22. Destacado nuestro.
32. JUAN PABLO II, Carta enc. Redemptoris Mater, cit., n. 49.
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