Introducción
Somos ya unos cuantos autores que afirmamos que la sociedad está enferma. Pero, ¿enferma de qué? ¿qué le pasa? ¿cuál es el diagnóstico? Bastantes autores hablan de sociedad y narcisismo, la cultura del narcisismo, el vacío (Lowen, 2000, Lasch, 1991, Lipovetsky, 1993). Al respecto, «Pocas dudas puede suscitar la idea de que nuestra sociedad cultiva el narcisismo de un modo desaforado» (Garrido, 2000, p. 92). Y dentro de este registro patológico, la psicopatía parece ser el espécimen que mejor se adapta a nuestros tiempos. Así «Alan Harrington escribió en 1972 en su libro Psicópatas que lo que “anteriormente se diagnosticaba como una enfermedad mental se ha convertido en el espíritu de nuestro tiempo”» (Ibid, p. 85). Y es que cada vez más autores especialistas en el tema coinciden en afirmar que «la sociedad se está volviendo más psicopática» (Pinker en Dutton, 2018, p. 152). Clive R. Boddy «afirma que son los psicópatas, sencillamente, los que se encuentran en el origen de todos los problemas. Los psicópatas (…) se aprovechan de “la naturaleza relativamente caótica de las empresas modernas”» (Dutton, 2018, p. 156). Robert Hare (2003) dirá que «nuestra sociedad se está moviendo en la dirección de permitir, reforzar e incluso valorar algunos de los rasgos patológicos enumerados en el Psychopathy Checklist – rasgos como la impulsividad, la irresponsabilidad, la falta de remordimientos, etc.- (…). Una “sociedad camuflada”, donde los verdaderos psicópatas se pueden ocultar muy bien» (pp. 230-231). Es conocido el hecho de que «para mantenerse como tal y reproducirse, cada marco social requiere de un modelo de sujeto que lo posibilite, para lo cual todas sus instituciones buscan tal construcción» (Guinsberg, 1994, p.23).
Cuando leemos sobre las características de la persona psicópata, los criterios diagnósticos, sobre todo aquellas que hablan de falta de interiorización de normas y leyes, ausencia de remordimiento y culpa, resulta harto difícil no reparar en el funcionamiento político y económico de nuestras sociedades. Cuando leemos que las leyes y normas no van con estas personas, no podemos dejar de pensar en el funcionamiento político de las «democracias» actuales. Cuando leemos que en las personas psicópatas, domina una lógica perversa e instrumental, no podemos por menos de pensar en el funcionamiento de grandes empresas y corporaciones. Cuando leemos que las personas no les importamos en absoluto, pues sólo nos ven como meros objetos o instrumentos para conseguir sus fines (Piñuel, 2008), no podemos dejar de pensar en la lógica subyacente del capitalismo. El ser humano no importa al capital. El dinero no tiene ética ni moral. Quien dice dinero, dice negocios, dice empresas, dice corrupción, dice política, dice especulación, pero dice sobre todo de aquellas personas que están detrás de este tipo de mercadeo: los psicópatas. De la misma manera que la ley dice que el no conocerla, no exime de cumplirla, el hecho de no saber que una persona se comporta como psicópata no exime de serlo.
Ahora bien, el capitalismo no es sino la extensión del patriarcado más allá de la familia hacia lo político y económico (Naranjo, 2018). El modelo de explotación y esclavismo capitalista se basa en la explotación de la mujer por el hombre, su domesticación, su esclavitud doméstica y reproductora. El capitalismo es heredero de los valores patriarcales; en ellos se encuentra la raíz del mal (Ibid). En la mente patriarcal está la raíz del mal de nuestra civilización.
No obstante, el mal tiene un nombre y un diagnóstico: psicopatía. Esta anomalía –situada en el registro narcisista– es muy «particular». La primera y más importante particularidad es que no es posible comportarse como si lo fuera, sino que es una forma de ser y de estar en el mundo (Marietán, 2008). Representa a un porcentaje de la población, dicen que alrededor del 3 ó 4% de la población. Se trata, al parecer, de una patología innata, no adquirida. No obstante, algunos autores también afirman que es posible actuar y transformarse en una persona psicópata (Piñuel, 2008). Si vivimos inmersos en valores psicópatas, si estamos gobernados por psicópatas, si trabajamos con (y para) psicópatas, aumentamos considerablemente la posibilidad de convertirnos en psicópatas, pues el medio de socialización es fundamentalmente psicopático. Resulta imposible estar sano en un medio enfermo. La comprensión a esta cuestión nos la da claramente Iñaqui Piñuel (Ibid): vivimos en una sociedad cuyos valores favorecen el desarrollo de todo un narcisismo social. Las principales instituciones educativas y socializantes resultan altamente tóxicas porque estas van progresivamente socializándonos en estos valores basados en la carencia de una internalización de las normas éticas o morales. Dada la evolución social, cultural, política y económica, la autora Inmaculada Jauregui (2008), se plantea una especie de institucionalización de la psicopatía, que coincide con su desclasificación diagnóstica. En definitiva, estamos siendo enculturados en normas y valores psicópatas: «en una sociedad psicopática, el narcisismo social dominante hace, además, el resto, inoculando desde pequeños a los niños la necesidad de éxito, de apariencia y de notoriedad social. el virus del narcisismo social les conduce a la rivalidad, la competitividad, la envidia y el resentimiento contra los demás. tal es el despropósito educativo que nos invade y explica por qué muchos de estos niños, al hacerse mayores, se convierten en depredadores en organizaciones en las que recalan como trabajadores» (Piñuel, 2008: 77). Este autor va más lejos, comprendiendo las bases y los mecanismos psicológicos por los cuales ciertas organizaciones pueden transformar a buenas personas en psicópatas. Finalmente, el autor aclara cómo una estructura económica sacrificial como la de las sociedades occidentales, produce una anestesia moral; una dimisión ética interior que conduce directamente al desarrollo de la psicopatía. Jauregui (2008) nos dirá que la psicopatía parece ser una patología consustancial a la modernidad, a modo de pandemia, profundamente ligada a los «valores» económicos, que va filtrándose en la cultura, convirtiéndose en el modelo de éxito y de poder a imitar, socavando así las estructuras sociales y políticas y, devaluando la democracia. «Un hombre diferente sería disfuncional para las necesidades de la misma» (Guinsberg, 1994, p. 23).
Más allá del diagnóstico psiquiátrico, extinto desde 1964, la psicopatía emerge como un problema social en expansión, caracterizado por una crueldad hacia lo humano, fruto no sólo de una constante trasgresión de las normas, sino de una perversión de la ley en beneficio propio. Esta pandemia, generadora de una violencia sin precedentes, se ha notablemente generado con el espíritu protestante del capitalismo y su ulterior desarrollo, es decir, la religión ha sido sustituida por la economía, convirtiéndose esta en la nueva y postmoderna laica religión. No obstante, tal y como nos lo ilustra Piñuel (2008), gracias a la religión sacrificial de la economía, cuyo dogma sagrado es la racionalidad instrumental, cualquier persona normal puede perfectamente convertirse en una persona psicópata sin necesidad de que intervenga su genética. Basta con unos cuantos mecanismos de defensa y la socialización en una organización tóxica, que actualmente son muy numerosas.
Dependencias emocionales
Las dependencias emocionales están mal tratadas en la literatura científica. En general, todo lo concerniente al amor, está mal tratado. Una de las características de este menosprecio es la escasa o nula relevancia, así como la también escasa o nula investigación sobre el tema. Y sin embargo, las consultas psicológicas tratan frecuentemente este tipo de problemáticas. Incluso en los comunes trastornos de ansiedad, a nada que se escarbe un mínimo y que la sintomatología desaparezca, nos encontraremos rápidamente con problemas de relación y dependencias múltiples.
La dependencia emocional podría definirse como una patología vincular, es decir, una patología del vínculo amoroso; una forma dolorosa y sufriente de relacionarse con las personas a las que se ama. Una manera de amar simbiótica en la que una persona y su pareja forman una unidad, un todo completo.
Como patología vincular, estas se inscriben dentro del registro narcisista. Patologías modernas construidas al parecer entre desencuentros y separaciones, dejando a su paso vivencias y experiencias de ausencias, así como vacíos internos. Estas patologías hablan de la dificultad para encontrar una presencia, una disponibilidad en otro ser humano. Hablan de la dificultad de encuentro, de empatía, de cooperación, de respeto, de intimidad y de compromiso.
La falla se encuentra en la función de contención para «metabolizar» la angustia y permitir desarrollar la capacidad de simbolizar vivencias como la frustración, la ansiedad. Fallas en la constitución de un aparato psíquico capaz de pensar y reflexionar. Por eso lo que caracterizan estas dependencias emocionales son los actos impulsivos o pasajes al acto y los trastornos de somatización.
La dependencia emocional podría bien definirse como un patrón estable de comportamiento cimentado en la necesidad de otra persona, sustentado en una serie de creencias irracionales y un pobre autonconcepto, lo que comúnmente se conoce como autoestima baja.
El término necesidad nos remite a que la otra persona, generalmente la pareja, por la razón que sea, resulta imprescindible para el funcionamiento cotidiano, para sobrevivir. Si no se llena tal necesidad, habrá una profunda sensación de vacío y síntomas claros de abstinencia. Demandas afectivas frustradas a repetición, que buscan compulsiva y repetitivamente satisfacerse a través de relaciones afectivas de tipo amoroso.
Dependencias emocionales en plural quiere decir que existen diferentes maneras de depender emocionalmente; diferentes formas en que la dependencia emocional se concreta. Es decir, no existe la dependencia emocional, sino maneras distintas de depender. Una de las principales diferencias reside en el género. Es decir, la dependencia emocional patológica adquiere diferentes formas según, entre otras variables la de género.
Las características de estas dependencias son la baja autoestima y la intolerancia a la soledad.
Veamos algunas de las diferentes maneras de dependencia emocional patológica contempladas habitualmente en la práctica clínica de la psicología y el tipo de pareja complementaria:
Dependencia emocional instrumental
Caracterizada por una falta de autonomía. En estas relaciones la persona dependiente busca protección y seguridad tanto material como afectiva. Estas personas dependientes han sido excesivamente protegidas. No se les ha enseñado a ser independientes y necesitan de alguien fuerte que tome decisiones por ellas.
El objeto de dependencia, es decir, el tipo de pareja complementaria suele ser bien una persona codependiente. De tipo paternalista. Ejerce de padre o de madre de la pareja instrumentalmente dependiente.
Dependencia emocional “egoista”
Esta dependencia se caracteriza por una entrega excesiva sin pedir prácticamente nada a cambio. A la larga la demanda más frustrada suele ser la de reciprocidad. Hay en ello una necesidad excesiva de aprobación y tendencia a complacer. Relaciones exclusivas en tanto que aisladas en una burbuja, de corte parasitario y una manifiesta asimetría o complementariedad. Oscilan entre la euforia y la depresión, debido a la oscilación entre una idealización y una desidealización. Relaciones asimétricas y subordinadas en las cuales no hay un intercambio recíproco de afecto. Por ello, estas relaciones están llenas de rupturas e intentos de reanudar.
El objeto de pareja suele ser parejas emocionalmente inaccesibles (por estar casadas o recién salidas de una relación de larga duración) y problemáticas, que no les corresponden afectivamente. Suelen ser parejas características las personas psicópatas, narcisistas y maquiavélicas; personas violentas física, emocional y psicologicaente. También suelen participar en la infidelidad a modo de amantes.
Codependencia
Es la dependencia emocional por la cual la persona codependiente es cuidadora de una persona con problemas de adicción u otros problemas de salud mental. La finalidad de esta dependencia es cuidar y el comportamiento suele ser muy abnegado. Se trata de proteger y controlar.
El objeto amoroso de estas parejas suele ser las personas adictas a productos químicos (drogas), aunque también personas con trastornos de personalidad de tipo límite y personas con problemas de salud mental.
En general tanto la persona dependiente ecoista como la codependiente han sido educadas –parentificadas- en un exceso de responsabilidad y del deber. Han aprendido a volcarse en los demás y nunca es suficiente lo que dan. Tienden a culpabilizarse fácilmente, además de machacarse y torturarse.
Dependencia emocional dominante
Esta persona necesita de otra para despreciarla y dominarla. Este tipo de persona satisface su primigenia necesidad de dominación, reteniendo a su pareja por cualquier medio, oscilando entre la manipulación y el maltrato, pasando por toda una serie de etapas y utilizando todo un abanico de estrategias como el «gaslighting» (luz de gas), el «ninguneo», la triangulacion. Tienden a ser posesivas, desconfiadas, celosas, hostiles. La ambivalencia se manifiesta en la paradoja de necesitar a una persona a la que al mismo tiempo se detesta y desprecia (cuando no, envidia). Es una relación de “amor-odio” hacia su pareja. En esta categoría se encuentran los perfiles psicopáticos, narcisistas y violentos (maltratadores, lover-boys).
El objeto amoroso suele ser una persona ecoista, es decir, una persona dependiente emocionalmente, adicta al amor o codependiente. La necesidad patológica de estos objetos amorosos es tanto, que su deseo es el deseo del otro, en este caso del dependiente emocional dominante. Este se convierte en el centro de su existencia. Este es su máxima prioridad. Por ello, encontramos a menudo personas altamente sensibles o con altas capacidades vinculadas a este tipo de persona dominante.
Dependencia emocional vinculatoria oscilante
Este tipo de dependencia se caracteriza por la alternancia entre períodos de dependencia emocional, con períodos de sentimientos de rechazo hacia el otro sexo y ausencia de relaciones serias. Se trata de un auténtica oscilación vinculatoria.
El objeto amoroso suele ser de tipo codependiente y ecoista. También altamente sensibles y con altas capacidades.
En estas dos formas de dependencia, las personas han sido educadas entre dos extremos: un padre autoritario severo, a veces, maltratador y una madre sumisa, totalmente volcada en los hijos y en particular, en uno de ellos.
En general, las vidas de las personas dependientes son una sucesión in(in)terrumpida de parejas, encadenando una relación con otra; relaciones liana. No hacen duelo de la(s) ruptura(s) y se “enganchan” fácilmente. No pueden vivir solas. El pánico a la soledad les lleva a veces a formas diversas de parasitismo emocional.
Origen
El origen de las patologías vinculares, parece estar en relaciones primarias disfuncionales que desembocaron en un estilo de apego ansioso o desestructurado, es decir, en las relaciones vinculares con las primeras figuras de apego: madre y padre.
Pueden considerarse patologías primarias en el sentido de que coinciden en el desarrollo evolutivo con la constitución del “sí mismo”, es decir, del yo como sujeto en tanto que individuo autónomo e independiente. Se tratan de subjetividades que no han podido llegar a ser; subjetividades imposibles que han quedado atrapadas en vínculos parentales, ya sea por exceso o defecto de protección.
Tratamiento
Dado que la dependencia emocional se cimenta en una carencia de inteligencia emocional, es decir, en un déficit en el desarrollo de recursos tales como habilidades sociales y autoestima, es fundamental, además de tratar el síndrome de abstinencia con contacto cero. El trabajo sobre el proceso del duelo resulta importante en esta etapa. Posteriormente conviene centrar el tratamiento en el miedo fóbico a la soledad, una reeducación emocional y un trabajo cognitivo.
Cuando ayudar no ayuda. La función del síntoma
En general, los síntomas psicológicos tienen su función, su para qué, su finalidad. Y esta es de proteger, aunque las consecuencias sean perjudiciales.
Los síntomas constituyen una forma de comunicación, cuya finalidad es mantener el equilibrio del sistema. En definitiva, los síntomas son útiles y resulta fundamental entender dicha utilidad de cara a planificar la intervención.
Esta premisa aplicada a la intervención familiar, nos permite entender que los problemas psicológicos, frecuentemente, juegan el papel de mantener el equilibrio emocional dentro de la familia. Así, problemas infantiles suelen esconder problemas maritales, parentales. De esta forma, muchas de las personas “portadoras del síntoma” en realidad “distraen” la atención de problemas más graves en el sentido que, “resolverlos” podría poner en jaque a todo el sistema.
Cualquier desorden afectivo, emocional puede constituir un buen barómetro respecto a las dificultades emocionales de la familia. Nos permite entender qué está pasando. Y también nos permite entender que la situación marital, familiar, parental, empieza a ser insostenible y requiere un cambio estructural.
Por ello, eliminar el síntoma podría resultara peligroso para el equilibrio del sistema. Porque recordemos, el síntoma está siendo necesario para mantener unido al sistema.
Por ejemplo, una hija con problema depresivos y claustrofobia, al punto de no poder salir de casa, puede estar protegiendo de posibles cambios familiares como evitar las consecuencias del nido vacío o, dando un sentido y una utilidad a las personas que la cuidan o, puede estar desviando la atención de una amenaza de separación de los padres.
En la clínica, observamos a menudo, en las personas cuidadoras de la persona “portadora del síntoma” una actitud devota, dedicada, hasta incluso la condescendencia. A la persona depresiva se la intenta animar, se la “persuade” incluso para que consulte profesionales. En casos, la unidad familiar ha visitado muchos profesionales de la salud, sin grandes resultados. La familia manifiesta una gran preocupación. Ha hecho y continua haciendo todo lo que está en su mano para “ayudar” a la persona “enferma”. Han intentado de todo. Pero “el problema se mantiene”.
Paradójicamente, cuando algún profesional pone el dedo en la llaga y llega a desvelar “el juego familiar”, las funciones del síntoma, la familia al completo puede llegar a unirse contra el profesional para denigrarlo o incluso denunciarlo por su mala praxis ¿porqué? Porque el objetivo no consiste en eliminar el síntoma sin antes actuar sobre la manera familiar de comunicar, sin antes entender la función de los síntomas y sobre todo, sin antes obtener el “acuerdo” de los miembros de la familia para ese gran cambio. Se trata de entender que los síntomas son la punta del iceberg. La familia se “entretiene” ayudando a “eliminarlos”, al mismo tiempo que “prohíbe” que estos desaparezcan. Por eso muchas de las ayudas prestadas no sirven sino para en realidad, mantener el problema, agudizándolo. Porque a nivel familiar no “interesa” arreglar nada sino mantener. Tanto y en cuanto subsista la necesidad familiar que originó dichos síntomas, cualquier ayuda será una ayuda que no ayude a resolver el problema, al contrario, será una “ayuda” para mantener el equilibrio familiar.
Esta situación se observa claramente en los casos en que la persona “paciente designada” mejora, empeorando o revelándose otro tipo de problemas en las personas cuidadoras. La mujer del alcohólico que se deprime cuando este se rehabilita, o la madre que revela querer divorciarse del marido cuando la hija se recupera de la anorexia, o la madre que entra en depresión cuando la hija se independiza. La mejoría o cura de la persona que porta los síntomas puede provocar una fuerte resistencia al cambio sobre todo si este es visto como una amenaza a la unidad. Como consecuencia, puede que la familia persista en que la persona “enferma” permanezca enferma. En algunos casos la amenaza al equilibrio familiar es de tal calado que, se llega a interrumpir incluso el proceso terapéutico.
Conviene hilar muy fino.
Adiós a la física newtoniana (causa-efecto): hola a la conciencia y la responsabilidad (lo cuántico)
Echar la culpa a otra persona de lo que nos ocurre es algo que se hace demasiado y frecuentemente. Y cuando no se puede echar la culpa porque la realidad es demasiado evidente, empezamos con la retahíla de justificaciones, explicaciones y como no!, las causas: ¿porqué?.
Esta claro que la ciencia no ha conseguido transmitir o divulgar sus hallazgos. Veamos algunos de ellos y cómo se aplican a las ciencias humanas, entre las que destacan la psicología.
La física cuántica ya habla de relativismo, perspectivas y constructivismo. ¿Qué significa? Que ya la objetividad no existe y que la realidad depende de la perspectiva desde donde la contemplamos. Que no existe una realidad sino múltiples realidades, al igual que múltiples inteligencias y que ninguna es más o menos válida. Que hay que tener en cuenta el contexto y la cultura en donde se fabrica todo. Que no hay causa efecto porque una misma causa puede generar diferentes efectos y porque cada efecto tiene múltiples causas.
De tal modo que, para resolver un problema no necesariamente tenemos que buscar su causa. Hablaremos eso si, de detonantes pero nunca más de causas. No buscaremos el porqué, sino el para qué, el sentido, la finalidad. El equilibrio del desequilibrio. ¿A quién beneficia? Generaremos conciencia y responsabilidad. Hablaremos de pautas, de patrones. También de consecuencias, de soluciones, de aprendizaje, de cambio. Partiremos del cuestionamiento introspectivo: ¿Qué he hecho yo para contribuir al problema?
La verdad de los hechos muestran y demuestran obstinadamente que la realidad está hecha de interacciones, de refuerzos, de respuestas. En este sentido, mi respuesta será diferente según las personas y los contextos.
La unidad de análisis será pues la interacción: la pauta que se establece entre las demandas y las respuestas.
Si yo espero a que tu hagas lo que yo necesito para sentirme plena, segura, amada, estaremos pasando a otra persona la responsabilidad de las propias necesidades con la consabida frustración de “quien espera, desespera”. Tampoco serán válidas las explicaciones: “fui infiel porque tú no me das lo que yo necesito”, como tampoco serán válidas explicaciones como “te grité porque tú nunca me escuchas”, o “es que tú…”.
La responsabilidad al igual que las emociones y los sentimientos, es responsabilidad de cada persona. Y ampliar esta visión, es generar conciencia. Abrir la mente hacia nuevas posibilidades; ver las cosas desde otra perspectiva que la propia herida en su orgullo infantil porque la otra persona no llena sus necesidades. Esto es narcisismo patológico: estar autocentrado en las necesidades propias ignorando las de los demás; exigiendo que éstas se satisfagan a cualquier precio.
La psicología no se cansa de decir que madurar es superar la fase narcisista en donde una persona es el centro del universo y del mundo; en donde no hay separación ni individuación. Las otras personas están para satisfacer nuestras necesidades, durante ese período de vida en que no nos valemos de manera independiente y autónoma. Pero una vez adultos, somos responsables de nuestras necesidades y deseos.
El nacimiento psicológico comienza hacia los dos años, con la toma de conciencia –la caída- de la existencia de más personas en nuestro mundo, personas separadas, con sus propias necesidades e individualidades; con sus propias particularidades y singularidades. El diálogo sustituye el monólogo.
Devolver a cada persona la responsabilidad de sus acciones u omisiones resulta una tarea terapéutica básica al igual que generar conciencia de ello.
Además, mostrar cómo se generan los problemas a partir de soluciones disfuncionales que generan consecuencias. Si! Nuestros actos u omisiones tienen consecuencias, nos guste o no. Y asumirlas formará parte también del proceso terapéutico. Cada palo debe aguantar su vela.
Para comprender no sirven ni las explicaciones (porqué) ni las justificaciones. Estas forman parte de los autoengaños: las historias que nos contamos para mantener lo más intacta posible nuestra imagen, nuestro ego, nuestro narcisismo. Ambas no se basan en el diálogo, en la conversación, sino el monólogo interior que mantenemos, excluyendo el exterior. Nos contamos historias que cuadran bien con la realidad que queremos ver, con la realidad que fabricamos. Efectivamente, vemos lo que queremos ver.
Comprender, aprender con, implica diálogo. Otra nueva perspectiva: la realidad es dialógica. Esta se genera en un diálogo entre tu y yo.
La humildad es fundamental en el aprendizaje terapéutico; no tener razón es clave. Querer resulta más terapéutico que tener razón, perspectiva autoritaria además de egocéntrica.
Veamos más principios y su aplicación.
La verdad no es alcanzable pero podemos tender a ella. Por lo tanto mi verdad nunca será tu verdad. Pretender serla generará consecuencias desagradables.
La teoría de la incompletud de Gödel nos dirá que una verdad dependen de los axiomas de la toería que la fundan. Esto significa que si mi verdad no genera consecuencias positivas, no es la culpa de otra persona. Tendré que revisar mis axiomas y premisas, es decir, mis creencias y pensamientos porque éstos me están generando problemas. En otras palabras, la lluvia en si no deprime, lo que deprime serán los pensamientos que cada persona sostenga sobre la lluvia.
El principio de indeterminación o incertidumbre de Heinseberg. Ay! Que duro! Resulta que la propia persona que cuenta, deforma, manipula la realidad sin enterarse, es decir, inconscientemente. No podemos controlarlo todo. Historias divulgadas por la famosa “ley de la atracción” resulta ser además de falso, pernicioso porque esta “ley” no tiene en cuenta el contexto, además de otras variables. Cuando hablamos seleccionamos la información sin ser del todo conscientes o lo que es peor, creyendo que aquello sobre lo que informamos es la verdad.
Llama la atención a este respecto el discurso de muchas personas al principio de formar pareja. En terapia muchas personas cuentan relatos sobre ello. Al cabo de un tiempo, variable, la misma persona contará historias completamente diferentes de las que contaba al principio. ¿Qué ha cambiado? Fundamentalmente la perspectiva de la propia persona que narra. Ya no ve igual. Ya no percibe igual.
Hay muchos más principios que ayudan terapéuticamente como “el efecto mariposa”, según el cual pequeños cambios pueden generar grandes cambios.
A terapia acude gente que quiere cambiar, no gente con problemas. Esto marca una gran diferencia.
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