Menos conocido en Europa, el cardenal Avery Dulles (1918-2008) es el teólogo con más peso de los Estados Unidos en el siglo XX, con aportaciones en Teología Fundamental, Apologética y Eclesiología
Avery Dulles se convirtió al catolicismo en 1940. Y en parte para que lo entendieran mejor (y se animaran) su familia y sus amigos, lo contó en un pequeño libro: Un testimonio de la gracia (A testimonial to Grace, 1946). Pero aspiraba a más: “Confío en que será de interés para otros [...] en su tarea, como ha sido la mía, de definir su postura ante sistemas de pensamiento −como el escepticismo, el materialismo y el liberalismo− que [...] dominan completamente nuestras universidades laicas y, en consecuencia, el tono de nuestra vida intelectual” (Prólogo de 1946).
En el prólogo de la edición conmemorativa a los 50 años (1996), recuerda: “Compuse Un testimonio de la gracia a bordo del crucero Philadelphia, al comienzo del otoño de 1944. Acababa de terminar una misión como oficial de enlace con la armada francesa. [...] Para escapar del aburrimiento de un ocio involuntario, tomé la máquina de escribir. Hacía tiempo que quería fijar, aunque solo fuera para mí, los procesos mentales que me llevaron a unirme a la Iglesia católica, en el otoño de 1940, cuando era estudiante de primer año de Derecho en Harvard”.
Este breve libro (traducido al castellano en 1963, y a otras lenguas) no tiene desperdicio. Recuerda otros itinerarios como el de C.S. Lewis (Cautivado por la alegría) o el de Manuel García Morente (El hecho extraordinario). Y tiene dos partes. En la primera, describe el proceso de pensamiento que le condujo a aceptar la existencia de Dios (que no podía ser otro que el cristiano). Y en el segundo, a abrirse a la gracia de Dios y a la fe.
Al leerlo, hay que recordar constantemente que el autor es un universitario y marino de 28 años. Porque manifiesta una sorprendente madurez de pensamiento filosófico y cristiano. De hecho, resulta muy útil como material de reflexión para la Apologética o Teología Fundamental, que sería después la línea principal de su enseñanza teológica.
Al reeditarlo, cincuenta años después, la editorial le pidió que añadiera una tercera parte para contar la evolución posterior de sus ideas: Reflections on a Theological Journey (Reflexiones sobre un itinerario teológico). Y ésta resulta una breve y lúcida visión de lo que ha ocurrido en la Iglesia y la teología en los últimos 60 años, con el Concilio Vaticano II en el centro. Realmente luminoso porque se trata de un testigo cualificado y perspicaz.
Avery Dulles pertenecía a una familia de larga tradición republicana por los dos lados. Su padre, John Foster Dulles, llegaría a ser Secretario de Estado (le está dedicado el aeropuerto de Washington). Y su tío, Allen, director de la CIA. Ambos con el general Eisenhower. Por tradición eran presbiterianos, muy identificados con la élite cultural y social norteamericana.
Comenzó Humanidades en Harvard College (antes de estudiar Derecho). Y recuerda que el primer año estuvo bastante centrado en la bebida, y a punto de ser expulsado de la universidad (como alguno de sus amigos). Se sentía agnóstico, influido por una mezcla de pensamiento materialista (evolucionista) en su visión del mundo, y liberal en lo social y cultural, con una fe en el progreso, y un relativismo moral (fuera de las estrictas cuestiones de justicia). Y, por tanto, sentía el cristianismo como algo sencillamente superado. También tenía unas vagas y juveniles aspiraciones estéticas sobre la vida, imposibles de cuadrar con esa base materialista y pragmática.
El siguiente curso fue completamente distinto. Se apasionó con el estudio de Platón y de Aristóteles. Y sus doctrinas modificaron completamente su marco mental, dieron fundamento sentido a sus aspiraciones y le llevaron a reconocer el orden del universo, metafísico y moral. Y, al final, como sustento de ello, a Dios. Está muy bien narrado. El proceso duraría más de un año, hasta que un día de 1940 se puso de rodillas y recitó a trozos, el Padrenuestro, a medida que lo recordaba.
El estudio de Platón y Aristóteles le acercó al catolicismo porque le llevó a la obra de Gilson y, sobre todo, de Maritain, que le pareció un autor muy completo, al haber abordado muchos campos filosóficos (metafísica, lógica, estética) y tener un pensamiento político cristiano. Le admiraba la cohesión de la visión cristiana del universo y del ser humano, y la doctrina social. Confiesa que Maritain le ayudó mucho en su conversión.
También le ayudó la vibrante predicación del obispo Fulton Sheen. Comenta que su estilo entusiasta no podía convencer a los fríos críticos protestantes, pero a él le conmovía su autenticidad cristiana, cosa que echaba en falta en las comunidades protestantes por las que había circulado buscando un referente para su fe. No encontraba en ellas ninguna doctrina que les pareciera importante o incluso sostenible y que tuviera impacto en la vida: no pasaban de consejos que hoy llamaríamos de autoayuda.
En esta segunda parte, aparecen las otras dos grandes cuestiones de la apologética clásica, después de la existencia de Dios: la figura de Jesucristo, como Mesías, Salvador e Hijo de Dios; y la autenticidad de la Iglesia. Entendió la necesidad de la Iglesia para poder poseer y vivir la fe, y se preocupó por identificar la verdadera Iglesia entre las diversas comunidades cristianas presentes en los Estados Unidos, estudiando en serio (con 21 años) el tema de las notas de la Iglesia.
Después de cuatro años en la armada (1942-1946), ingresó en la Compañía de Jesús. La tercera parte del libro cuenta su itinerario de formación y su experiencia como teólogo en medio de los cambios de la Iglesia y de la época. En gran parte, su formación teológica se desarrollaría en Woodstock College (1951-1957), al que seguiría muy unido. Se doctoró en la Universidad Gregoriana de Roma (1958-1960), volviendo a Woodstock como profesor (1960-1974).
Primero, enseñó Apologética, revelación e inspiración bíblica. Desde el principio advirtió que es insuficiente un método histórico para tratar la Biblia, porque antes que nada es un testimonio de fe, dirigido a personas con fe.
Conectó decididamente con los grandes teólogos del siglo XX, especialmente con De Lubac y Congar. Y se interesó por el ecumenismo, en particular por la relación con los protestantes. Dos profesores jesuitas de Woodstock, John Courtney Murray y Gustave Weigel, a los que estaba muy unido, fueron peritos durante el periodo conciliar. Y compartió con ellos su experiencia.
Siguió los avatares del Centro teológico de Woodstock, trasladado a Nueva York y después a Washington. Allí fue profesor de Teología sistemática en la Catholic University of America (1974-1988). Y, finalmente, ya emérito, ocupó en Fordham la cátedra Mc-Ginley de Religión y sociedad, con ciclos de conferencias.
Publicó 23 libros, algunos muy conocidos y traducidos a otras lenguas. Basados muchas veces en ciclos de conferencias y centrados principalmente en temas de Teología Fundamental, Eclesiología y ecumenismo. “Los campos de la revelación, la fe, la eclesiología y el ecumenismo nunca han cesado de fascinarme”, confesaba al final de su itinerario teológico. Publicó también varios cientos de artículos sobre estos temas en revistas especializadas.
Tenía una formación escolástica muy sólida, porque le habían interesado mucho los autores medievales y había leído mucho. Por eso, su Historia de la apologética (1971, con traducción castellana) tiene una consistente parte medieval.
Por naturaleza era una persona moderada, y por estilo intelectual le gustaba sumar más que enfrentar, buscando la razón que tenía cada parte. Esto se corresponde muy bien con su sentido de lo que es apologética y se refleja en todo su trabajo, y en sus principales obras, como Modelos de Iglesia (1974) y Modelos de revelación (1983), y en La catolicidad de la Iglesia (1983), que considera su obra más representativa en eclesiología. Presenta las distintas formas de entender los temas con la intención de dar a cada una su valor e intentar aproximaciones. Al final, el misterio de la Iglesia, y también la revelación, precisamente por ser misterios, quedan por encima de los esquemas conceptuales, y ninguna conceptualización agota el misterio.
En parte por carácter, en parte por sus investigaciones, era muy sensible a que los argumentos de la teología tuvieran la consistencia que les corresponde, sin darles ni más ni menos valor, y era capaz de ponerse en la mente de los demás y acoger lo valioso de cada posición.
Poseyendo lo mejor de la teología moderna, no sentía ninguna incompatibilidad con la antigua. Eso le convertiría en un personaje difícil de clasificar en las controversias de la época y le permitió jugar un papel de moderador en la teología americana, con un prestigio creciente. Durante años, fue elegido para el comité directivo de la Sociedad de Teológica Católica Americana (que es la más grande del mundo) (1970-1976), llegando a ser presidente, y lo mismo en la Sociedad Teológica Americana (1971-1979). Participó en una infinidad de comités y consejos episcopales y editoriales. Y fue escogido para la Comisión Teológica Internacional (1992-1997).
Pero lo mismo que De Lubac, Daniélou o Ratzinger, habiéndose sumado decididamente a las mejores conquistas teológicas, veía con preocupación las derivas. Cuenta que desde que murió Weigel en 1964, que había sido su mentor intelectual, el otro profesor que había sido perito en el Concilio, Murray, le pidió que se ocupara de interpretar correctamente la doctrina y el espíritu del Concilio para el mundo americano, “tarea que asumí con gusto durante más de una década. Me parecía necesario mostrar por qué los cambios introducidos por el Concilio estaban justificados, y al mismo tiempo prevenir contra la tendencia de llevar el espíritu del Concilio mucho más allá de la letra, y presentar la vida católica y el dogma como si estuvieran sometidos a una perpetua reinvención”.
Y explica: “Al final de los sesenta, intentando hacer fuerza en favor de las nuevas directrices del Vaticano II, puedo haber tendido a exagerar la novedad de la doctrina conciliar y la insuficiencia de los siglos anteriores. Pero desde 1970, cuando la izquierda católica se hizo más estridente, y los jóvenes católicos ya no conocían o ignoraban la herencia de los siglos anteriores, me pareció necesario poner más énfasis en la continuidad con el pasado. Como sucede a menudo, el error consistía en fijarse en elementos parciales o transitorios en lugar de ver el cuadro como un todo. Ningún segmento de la historia o perspectiva cultural puede ser tomado como si encarnara la totalidad de la verdad católica o como si fuera la norma por la que deben ser juzgadas todas las demás edades y culturas”.
En ese contexto vivió con gran alegría y decidida adhesión el pontificado de Juan Pablo II, y después, aunque ya estaba muy mayor, el de Benedicto XVI. Dulles fue un claro defensor de Juan Pablo II ante los ambientes críticos americanos. Escribió mucho sobre él y algunos artículos excelentes en la revista First Things, donde colaboraba en los últimos años, han sido reunidos en The Splendor of Faith. The Theological Vision of Pope John Paul lI (1999). En 2001, a propuesta del cardenal Ratzinger, fue creado cardenal, junto con Leo Scheffzyck.
En todo este tiempo, se prodigó en obras para discernir la situación: The resilient Church (1977); asentar principios: A Church to Believe In. Discipleship and The Dymamics of Freedom (1982); presentar mejor la fe cristiana: The Assurance of Things Hoped For. A Theology of Christian Faith (1994), que quiere ser una presentación teológica de la tradición cristiana renovada; y explicar el papel de la teología en la Iglesia: The Craft oft Theology (1992, en castellano El oficio de la Teología).
En abril de 2008, en su última conferencia pública en Fordham, ya en un carrito y sin poder leerla él mismo, se retrataba así: “Me veo como un moderado intentando hacer la paz entre las escuelas de pensamiento. Pero mientras lo hago, insisto en la consistencia lógica. Y a diferencia de ciertos relativistas de nuestro tiempo, me repelen las mezclas de contradicciones”.
Se puede encontrar sobre él bastante documentación online, principalmente en avery-dulles.blogspot.com, o sus artículos en las páginas de la revista First Things.
Juan Luis Lorda
Fuente: Revista Palabra
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