Vatican.va
Sínodo de los Obispos - XIII Asamblea general ordinaria
La Nueva Evangelización para la transmisión de la Fe Cristiana
INSTRUMENTUM LABORIS
Ciudad del Vaticano, 2012
Índice
Prefacio
Introducción
Puntos de referencia
Las expectativas en relación al Sínodo
El tema de la Asamblea sinodal
Del Concilio Vaticano II a la nueva evangelización
La estructura del Instrumentum laboris
Primer capítulo
Jesucristo, Evangelio de Dios para el hombre
Jesucristo, el evangelizador
La Iglesia, evangelizada y evangelizadora
El Evangelio, don para cada hombre
El deber de evangelizar
Evangelización y renovación de la Iglesia
Segundo capítulo
Tiempo de nueva evangelización
La exigencia de una “nueva evangelización”
Los escenarios de la nueva evangelización
Las nuevas fronteras del escenario comunicativo
Los cambios del escenario religioso
Como cristianos dentro de estos escenarios
Missio ad gentes, atención pastoral, nueva evangelización
Transformaciones de la parroquia y nueva evangelización
Una definición y su significado
Tercer capítulo
Transmitir la fe
El primado de la fe
La Iglesia transmite la fe que ella misma vive
La pedagogía de la fe
Los sujetos de la transmisión de la fe
La familia, lugar ejemplar de evangelización
Llamados para evangelizar
Dar razón de la propia fe
Los frutos de la fe
Cuarto capítulo
Reavivar la acción pastoral
La iniciación cristiana, proceso evangelizador
La exigencia del primer anuncio
Transmitir la fe, educar al hombre
Fe y conocimiento
El fundamento de toda pastoral evangelizadora
Centralidad de las vocaciones
Conclusión
Jesucristo, Evangelio que da esperanza
La alegría de evangelizar
Prefacio
“Auméntanos la fe” (Lc 17,5). Es la súplica de los Apóstoles al Señor Jesús al percibir que solamente en la fe, don de Dios, podían establecer una relación personal con Él y estar a la altura de la vocación de discípulos. El pedido era debido a la experiencia de los propios límites. No se sentían suficientemente fuertes para perdonar al hermano. La fe es indispensable también para realizar los signos de la presencia del Reino de Dios en el mundo. La higuera seca hasta las raíces sirve a Jesús para dar coraje a los discípulos: “Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este monte: ‘Quítate y arrójate al mar’ y no vacile en su corazón sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá” (Mc 11,22-24). También el evangelista Mateo subraya la importancia de la fe para cumplir grandes obras. “Yo os aseguro: si tenéis fe y no vaciláis, no sólo haréis lo de la higuera, sino que si aun decís, a este monte ‘Quítate y arrójate al mar’, así se hará” (Mt 21,21).
Algunas veces el Señor Jesús reprocha a “los Doce” porqué tienen poca fe. A la pregunta sobre por qué no han logrado expulsar al demonio, el Maestro responde: “Por vuestra poca fe” (Δια την όλιγοπιστίαν ύμών) (Mt 17,20). En el mar de Tiberíades, antes de calmar la tempestad, Jesús amonesta a los discípulos: “¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe? (όλιγόπιστοι) (Mt 8,26). Ellos deben entregarse confiadamente a Dios y a la providencia, y no preocuparse por los bienes materiales. “Pues si la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?” (Mt 6,30); cf. Lc 12,28). Análoga actitud se repite antes de la multiplicación de los panes. Frente a la constatación de los discípulos de haber olvidado de tomar el pan al pasar a la otra orilla, el Señor Jesús dice: “Hombres de poca fe, ¿por qué estáis hablando entre vosotros de que no tenéis panes? ¿Aún no comprendéis, ni os acordáis de los cinco panes de los cinco mil hombres, y cuántos canastos recogisteis?” (Mt 16,8-9).
En el Evangelio de Mateo la descripción de Jesús que camina sobre las aguas y llega hasta la barca donde están los apóstoles suscita una especial atención. Después de haber disipado en ellos el miedo, Jesús acoge la propuesta condicionada de Pedro: “Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas” (Mt 14,28). En un primer momento, Pedro camina sin dificultad sobre las aguas, acercándose hacia Jesús. “Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: ‘¡Señor, sálvame!’ ”. E inmediatamente Jesús “tendiendo la mano, le agarró y le dice: ‘Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?’ ” (Mt 14,30-31). Jesús y Pedro suben juntos a la barca y el viento amaina. Los discípulos, testigos de esta grande manifestación, se postran delante del Señor y hacen una profunda profesión de fe: “Verdaderamente eres Hijo de Dios” (Mt 14,33).
En la persona de Pedro es posible reconocer la actitud de muchos fieles, así como también la de enteras comunidades cristianas, sobre todo en los Países de antigua evangelización. Varias Iglesias particulares, en efecto, saben lo que significa no sólo el alejamiento de los fieles, a raíz de la poca fe, de la vida sacramental y de la praxis cristiana, sino incluso que algunos podrían ser contados en la categoría de los no creyentes (άπιστοι; cf. Mt 17,17; 13,58). Al mismo tiempo, no pocas Iglesias experimentan también, después de un primer entusiasmo, el cansancio, el miedo frente a situaciones bastante complejas del mundo actual. Como Pedro, temen el clima hostil, de tentaciones de diversas índoles, de desafíos que exceden sus fuerzas humanas. La salvación, tanto para Pedro como para los fieles, considerados personalmente y como miembros de la comunidad eclesial, proviene solamente del Señor Jesús. Sólo Él puede tender la mano y guiar hacia el lugar seguro en el camino de la fe.
Las breves reflexiones sobre la fe en los Evangelios nos ayudan a ilustrar el tema de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos: “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”. La importancia de la fe en este contexto aparece reforzada por la decisión del Santo Padre Benedicto XVI de convocar al Año de la fe a comenzar del 11 de octubre de 2012, en el recuerdo del 50º aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II y del 20º aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. Ambos eventos tendrán inicio en el curso de la celebración de la Asamblea sinodal. Una vez más se cumple la palabra del Señor Jesús dirigida a Pedro, roca sobre la cual el Señor ha construido su Iglesia (cf. Mt 16,19): “yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc 22,32). Todavía una vez más se abrirá ante todos nosotros “la puerta de la fe” (Hch 14,27).
Como siempre, también hoy la evangelización tiene como finalidad la transmisión de la fe cristiana. Ésta se refiere, en primer lugar, a la comunidad de los discípulos de Cristo, organizados en Iglesias particulares, diócesis y eparquías, cuyos fieles se reúnen regularmente para las celebraciones litúrgicas, escuchan la Palabra de Dios y celebran los sacramentos, sobre todo la Eucaristía, preocupándose por transmitir el tesoro de la fe a los miembros de sus familias, de sus comunidades, de sus parroquias. Lo hacen a través de la propuesta y del testimonio de la vida cristiana, del catecumenado, de la catequesis y de las obras de caridad. Se trata de evangelización en sentido general, como actividad habitual de la Iglesia. Con la ayuda del Espíritu Santo, esta evangelización, por así decir ordinaria, debe ser animada por un nuevo ardor. Es necesario buscar nuevos métodos y nuevas formas expresivas para transmitir al hombre contemporáneo la perenne verdad de Jesucristo, siempre nuevo, fuente de toda novedad. Sólo una fe sólida y robusta, propia de los mártires, puede dar ánimo a tantos proyectos pastorales, a medio y a largo plazo, vivificar las estructuras existentes, suscitar la creatividad pastoral a la altura de las necesidades del hombre contemporáneo y de las expectativas de las sociedades actuales.
El renovado dinamismo de las comunidades cristianas dará un nuevo impulso también a la actividad misionera (missio ad gentes), urgente hoy más que nunca, considerando el alto número de personas que no conocen a Jesucristo, no sólo en tierras lejanas, sino también en los Países de antigua evangelización.
Dejándose vivificar por el Espíritu Santo, los cristianos serán luego sensibles a tantos hermanos y hermanas que, no obstante haber sido bautizados, se han alejado de la Iglesia y de la praxis cristiana. A ellos, en modo particular, desean dirigirse con la nueva evangelización para que descubran la belleza de la fe cristiana y la alegría del encuentro personal con el Señor, en la Iglesia, comunidad de los fieles.
Sobre estas temáticas se desarrolla el Instrumentum laboris que aquí es presentado. Orden del día de la próxima Asamblea sinodal, este Documento es el resultado de la síntesis de las respuestas a los Lineamenta, llegadas de parte de los Sínodos de los Obispos de las Iglesias Orientales Católicas sui iuris, de las Conferencias Episcopales, de los Dicasterios de la Curia Romana y de la Unión de los Superiores Generales, como también de parte de otras instituciones, de comunidades y de fieles, que han querido participar en la reflexión eclesial sobre el tema sinodal. Con la ayuda del Consejo Ordinario, la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, valiéndose también de la colaboración de válidos expertos, ha redactado el presente Documento en el cual han sido recogidos muchos aspectos sobresalientes de la actividad evangelizadora de la Iglesia en los cinco continentes. Al mismo tiempo se indican varios temas que han de ser profundizados para que la Iglesia pueda continuar a desarrollar en modo adecuado su obra evangelizadora, teniendo en cuenta los no pocos desafíos y dificultades del momento presente. Confiando en la palabra del Señor: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí” (Jn 14,1) y bajo la iluminada guía del Santo Padre Benedicto XVI, los Padres sinodales están disponiéndose a reflexionar en un ambiente de oración, de escucha y de comunión afectiva y efectiva. En esta tarea no están solos, pues están acompañados por tantas personas que rezan por los trabajos sinodales. Los miembros de la XIII Asamblea General Ordinaria, dirigiendo la mirada también a la comunión de la Iglesia glorificada, confían en la intercesión de todos los santos y, en particular, de la Virgen María, bienaventurada porque “ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor” (Lc 1,45).
Dios, bueno y misericordioso, constantemente tiende su mano al hombre y a la Iglesia, siempre dispuesto a hacer prontamente justicia a sus elegidos. Ellos, sin embargo, están invitados a aferrar su mano y con fe pedirle ayuda. Esta condición no puede darse por supuesta, como se puede percibir de la incisiva pregunta de Jesús: “Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra? (Lc 18,8). Por este motivo, también hoy la iglesia y los cristianos deben repetir asiduamente la súplica: “¡Creo, ayuda a mi poca fe!” (Mc 9,24).
Para que la Asamblea sinodal pueda responder a estas expectativas y necesidades de la Iglesia en nuestro tiempo, invoquemos la gracia del Espíritu Santo, que Dios “derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador” (Tt 3,6), suplicando una vez más al Señor Jesús: “Auméntanos la fe” (Lc 17,5).
+ Nikola Eterović
Arzobispo titular de Cibale
Secretario General del Sínodo de los Obispos
Vaticano, 27 de mayo de 2012
Solemnidad de Pentecostés
* * *
Introducción
1. La próxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar del 7 al 28 de octubre de 2012, tiene como tema «La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana», como lo ha anunciado el Papa Benedicto XVI al clausurar los trabajos de la Asamblea Especial para Medio Oriente del Sínodo de los Obispos. Con la intención de facilitar la preparación específica de este evento fueron redactados los Lineamenta. A los Lineamenta y a los relativos cuestionarios han respondido las Conferencias Episcopales, los Sínodos de los Obispos de las Iglesias Católicas Orientales sui iuris, los Dicasterios de la Curia Romana y la Unión de los Superiores Generales. Además han sido recibidas observaciones individuales de algunos Obispos, sacerdotes, miembros de institutos de vida consagrada, laicos, asociaciones y movimientos eclesiales. Un proceso de preparación muy participado que confirma el interés que el tema elegido por el Santo Padre ha suscitado en los cristianos y en la Iglesia de hoy. Todas las opiniones y las reflexiones recibidas han sido recogidas y sintetizadas en este Instrumentum laboris.
Puntos de referencia
2. La convocación de la próxima Asamblea sinodal tiene lugar en un momento particularmente significativo para la Iglesia católica. Durante su desarrollo se celebra, en efecto, el quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, el vigésimo aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica y se abre el Año de la Fe, convocado por el Papa Benedicto XVI[1]. Por lo tanto, el Sínodo será una ocasión propicia para poner en evidencia la necesidad de conversión y la exigencia de santidad que todos estos aniversarios estimulan; el Sínodo será el lugar en el cual se podrá asumir seriamente y lanzar de nuevo aquella invitación a redescubrir la fe que, después de haber germinado en el Concilio Vaticano II y de haber sido retomada una primera vez en el Año de la Fe convocado por Pablo VI, nos ha sido nuevamente propuesta hoy por el Papa Benedicto XVI. Es en este clima que el Sínodo tratará el tema de la nueva evangelización.
3. El arco temporal que de este modo se ha creado está signado por otros puntos de referencia que se han revelado esenciales, tanto para este momento de preparación como también para la subsiguiente reflexión sinodal. Además de la referencia directa y explícita al magisterio del Concilio Vaticano II, no se puede reflexionar, por ejemplo, sobre la evangelización hoy prescindiendo de las palabras que sobre este tema ha expresado el Papa Pablo VI, en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi y el Papa Juan Pablo II, en la Encíclica Redemptoris missio y en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte. En modo coral, en muchísimas respuestas recibidas, estos textos han sido considerados como puntos de confrontación y de verificación.
Las expectativas en relación al Sínodo
4. Muchas respuestas han subrayado la urgencia de un encuentro de todos para evaluar cómo la Iglesia vive hoy su originaria vocación evangelizadora, frente a los desafíos con los cuales está llamada a confrontarse, para evitar el riesgo de la dispersión y de la fragmentación. Muchas Iglesias particulares (Diócesis, Eparquías, Iglesias sui iuris), así como diversas Conferencias Episcopales y Sínodos de las Iglesias Orientales se encuentran actualmente empeñados, desde hace varios años, en un proceso de verificación de las propias prácticas de anuncio y de testimonio de la fe. Las respuestas han ofrecido al respecto una lista verdaderamente abundante de iniciativas desarrolladas por diversas realidades eclesiales: en nombre de la evangelización y para su promoción en estas décadas en varias Iglesias particulares se han escrito documentos y se han pensado proyectos pastorales, se han imaginado iniciativas (diocesanas, nacionales, continentales) de sensibilización y de sostén, se han creado centros de formación para cristianos llamados a comprometerse en estos proyectos.
5. Frente a una tal riqueza de iniciativas, expresada en tonos de claroscuro en cuanto no todas las iniciativas han producido el resultado esperado, la convocación sinodal ha sido vista como una ocasión propicia para crear un momento unitario y católico de escucha, de discernimiento y, sobre todo, para dar unidad a la opciones que han de hacerse. Es de esperar que la próxima Asamblea sinodal sea un evento capaz de infundir energías a las comunidades cristianas y, al mismo tiempo, pueda ofrecer también respuestas concretas a las múltiples exigencias que surgen hoy en la Iglesia respecto a su capacidad de evangelizar. Se espera estímulo, pero también una confrontación y una actitud orientada a compartir instrumentos de análisis y ejemplos de acción.
El tema de la Asamblea sinodal
6. Al anunciar la convocación de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, el Papa Benedicto XVI ha querido llamar la atención de las comunidades cristianas acerca de la prioridad del deber que corresponde a la Iglesia en este inicio del nuevo milenio. Siguiendo los pasos de su predecesor, el Beato Juan Pablo II —que había visto en el Jubileo del 2000, celebrado a treinta y cinco años del Concilio Vaticano II, un estímulo para asumir con renovado impulso de parte de la Iglesia la propia misión evangelizadora— el Papa Benedicto XVI continúa a enfatizar esa misión, subrayando en ella el carácter de novedad. La misión recibida de los Apóstoles de ir y hacer discípulos en todos los pueblos, bautizándolos y formándolos para el testimonio (cf. Mt 28,19-20); la misión que la Iglesia ha cumplido y a la cual ha permanecido fiel por los siglos, es hoy llamada a confrontarse con transformaciones sociales y culturales, que están profundamente modificando la percepción que el hombre tiene de sí mismo y del mundo, generando repercusiones también sobre su modo de creer en Dios.
7. El resultado de todas estas transformaciones consiste en la difusión de una desorientación, que se traduce en formas de desconfianza hacia todo aquello que nos ha sido transmitido acerca del sentido de la vida y en una escasa disponibilidad a adherir en modo total y sin condiciones a lo que nos ha sido entregado como revelación de la verdad profunda de nuestro ser. Se trata del fenómeno del abandono de la fe, que se ha manifestado progresivamente en sociedades y culturas que desde hace siglos aparecían como impregnadas del Evangelio. La fe, considerada como un elemento cada vez más relacionada con la esfera íntima e individual de las personas, se ha transformado en una presuposición para muchos cristianos, que han continuado a preocuparse de las lógicas consecuencias sociales, culturales y políticas de la predicación del Evangelio, pero que no se han preocupado suficientemente por mantener viva la propia fe y la de sus comunidades, fe que como una llama invisible con su caridad alimentaba y daba energía a todas las otras acciones de la vida. El riesgo que actuando de este modo la fe se debilite, y con ella se debilite la capacidad de dar testimonio del Evangelio, se ha transformado lamentablemente en una realidad en varias naciones, en las cuales la fe cristiana había contribuido a lo largo de los siglos a la construcción de la cultura y de la sociedad.
8. Reaccionar ante esta situación es un imperativo que el Papa Benedicto XVI se ha impuesto desde el comienzo de su Pontificado, como ha tenido modo de afirmar: «La Iglesia en su conjunto, así como sus Pastores, han de ponerse en camino como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud»[2]. La Iglesia siente que es su deber lograr imaginar nuevos instrumentos y nuevas palabras para hacer audibles y comprensibles también en los nuevos desiertos la palabra de la fe que nos ha regenerado para la vida, aquella verdadera, en Dios.
9. La convocación del Sínodo sobre la nueva evangelización y la transmisión de la fe se ubica dentro de esta voluntad de reanimar el fervor de la fe y el testimonio de los cristianos y de sus comunidades. La decisión de concentrar la reflexión sinodal en este tema es, en efecto, un elemento que ha se ser considerado dentro de un plan unitario, cuyas etapas recientes son la creación de un dicasterio para la promoción de la nueva evangelización y la convocación del Año de la Fe. Por lo tanto, se espera que a partir de la celebración del Sínodo crezcan en la Iglesia el coraje y las energías a favor de una nueva evangelización, que lleve a redescubrir la alegría de creer, y ayude a encontrar nuevamente entusiasmo en la comunicación de la fe. No se trata de imaginar solamente algo de nuevo o de promover iniciativas inéditas para la difusión del Evangelio, sino más bien de vivir la fe en una dimensión de anuncio de Dios: «la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!»[3].
Del Concilio Vaticano II a la nueva evangelización
10. Si el plan de una nueva promoción de la acción evangelizadora de la Iglesia tiene sus últimas expresiones en las decisiones del Papa Benedicto XVI que hemos apenas evocado, los orígenes de dicho programa son más profundos y fundados: este plan ha animado el magisterio y el ministerio apostólico del Papa Pablo VI y del Papa Juan Pablo II. Más aún, el origen de todo este programa se encuentra en el Concilio Vaticano II, y en su voluntad de dar respuestas a la desorientación experimentada también por los cristianos frente a las fuertes transformaciones y laceraciones que el mundo estaba conociendo en ese período; respuestas no marcadas por el pesimismo o la renuncia[4], sino inspiradas en la fuerza recreadora de la llamada universal a la salvación[5], que Dios ha querido para cada ser humano.
11. Así es cómo la acción evangelizadora es puesta por este Concilio Ecuménico entre sus temáticas centrales: en Cristo, luz de los pueblos[6], toda la humanidad redescubre su identidad originaria y verdadera[7], que el pecado ha contribuido a oscurecer; y a la Iglesia, sobre cuyo rostro se refleja esta luz, corresponde la misión de continuar la obra evangelizadora de Jesucristo[8], haciéndola presente y actual, en las condiciones del mundo de hoy. En esta prospectiva la evangelización puede ser considerada como una de las principales exigencias del Concilio, que llevó a un nuevo impulso y fervor en esta misión. Para los ministros ordenados: la evangelización es un deber de los obispos[9] y de los presbíteros[10]. Más aún, esta misión fundamental de la Iglesia es un deber de cada cristiano bautizado[11]; y la evangelización como contenido primario de la misión de la Iglesia fue bien explicitado en el entero decreto Ad gentes, que demuestra cómo con la evangelización se edifica el cuerpo de las Iglesias particulares y más en general de cada comunidad cristiana. Así entendida, la evangelización no se reduce a una simple acción entre otras tantas, sino más bien, en el dinamismo eclesial, es la energía que permite a la Iglesia realizar su objetivo: responder a la llamada universal a la santidad[12].
12. En la misma línea del Concilio, el Papa Pablo VI observaba con gran previdencia que el empeño de la evangelización debía ser nuevamente promovido con fuerza y con mucha urgencia, dada la descristianización de muchas personas que, no obstante el bautismo viven fuera de la vida cristiana; gente simple que tiene una cierta fe y que conoce mal sus fundamentos. Cada vez más personas sienten la necesidad de conocer a Jesucristo en una luz diversa de las enseñanzas recibidas en la propia infancia[13]. Y además, fiel a la enseñanza conciliar[14], agregaba que la acción evangelizadora de la Iglesia «debe buscar constantemente los medios y el lenguaje adecuados para proponerles la revelación de Dios y la fe en Jesucristo»[15].
13. El Papa Juan Pablo II hizo de este empeño uno de los principios fundamentales de su extenso Magisterio, sintetizando en el concepto de “nueva evangelización” —que él profundizó sistemáticamente en numerosos discursos— el deber que incumbe a la Iglesia hoy, en particular en las regiones de antigua cristianización. Este programa se refiere directamente a la relación de la Iglesia con el externo, pero presupone, ante todo, una constante renovación hacia el interno, un continuo pasar, por así decirlo, de evangelizada a evangelizadora. Basta recordar algunas palabras suyas: «Enteros países y naciones, en los que en un tiempo la religión y la vida cristiana fueron florecientes y capaces de dar origen a comunidades de fe viva y operativa, están ahora sometidos a dura prueba e incluso alguna que otra vez son radicalmente transformados por el continuo difundirse del indiferentismo, del secularismo y del ateísmo. Se trata, en concreto, de países y naciones del llamado Primer Mundo, en el que el bienestar económico y el consumismo – si bien entremezclado con espantosas situaciones de pobreza y miseria – inspiran y sostienen una existencia vivida “como si no hubiera Dios” [...]. En cambio, en otras regiones o naciones todavía se conservan muy vivas las tradiciones de piedad y de religiosidad popular cristiana; pero este patrimonio moral y espiritual corre hoy el riesgo de ser desperdigado bajo el impacto de múltiples procesos, entre los que destacan la secularización y la difusión de las sectas. Sólo una nueva evangelización puede asegurar el crecimiento de una fe límpida y profunda, capaz de hacer de estas tradiciones una fuerza de auténtica libertad. Ciertamente urge en todas partes rehacer el entramado cristiano de la sociedad humana. Pero la condición es que se rehaga la cristiana trabazón de las mismas comunidades eclesiales que viven en estos países o naciones»[16].
14. El Concilio Vaticano II y la nueva evangelización son también temas frecuentes en el magisterio de Benedicto XVI. En su discurso de augurios navideños a la Curia Romana en el 2005 – en coincidencia con el cuadragésimo de la clausura del Concilio – él ha subrayado, frente a una “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura”, la importancia de la «“hermenéutica de la reforma”, de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino»[17]. Al convocar al Año de la Fe, el Santo Padre ha auspiciado que tal evento pueda «ser una ocasión propicia para comprender que los textos dejados en herencia por los Padres conciliares, según las palabras del beato Juan Pablo II, “no pierden su valor ni su esplendor”». Y afirmaba a continuación: «también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: “Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia”»[18]. Por lo tanto, como indican algunas respuestas a los Lineamenta, las mencionadas orientaciones de Benedicto XVI, en sintonía con sus predecesores, son una guía segura para afrontar el tema de la transmisión de la fe en la nueva evangelización, en una Iglesia atenta a los desafíos del mundo actual, pero firmemente anclada en su viva tradición, de la cual forma parte el Concilio Vaticano II.
La estructura del ‘Instrumentum laboris’
15. De la reflexión sinodal se espera un desarrollo y una profundización de la obra que la Iglesia ha venido desarrollado en estas últimas décadas. El imponente material de iniciativas y de documentos ya producidos en nombre de la evangelización y de su renovado impulso, ha hecho decir a muchas Iglesias particulares que la expectativa no está principalmente en las cosas que han de ser hechas, sino más bien en la posibilidad de contar con un espacio que permita comprender cuánto y cómo ha sido hecho hasta el presente. Más de una respuesta indica que ya el simple anuncio del tema y la reflexión sobre los Lineamenta han permitido a las comunidades cristianas percibir en modo más evidente y comprometido el carácter urgente que el imperativo de la nueva evangelización implica hoy; y gozar, como ulterior beneficio, de un clima de comunión que permite ver con un espíritu diverso los desafíos del presente.
16. En muchas respuestas no se esconde el problema que la Iglesia está llamada a afrontar, es decir, el desafío de la nueva evangelización sabiendo que las transformaciones no sólo se refieren al mundo y a la cultura, sino que también tocan en primera persona a la misma Iglesia, a sus comunidades, a sus acciones y a su identidad. El discernimiento es visto entonces como el instrumento necesario, como el estímulo para afrontar con más coraje y con mayor responsabilidad la situación actual. Colocándose en esta línea, el presente Instrumentum laboris ha sido estructurado en cuatro capítulos, útiles para ofrecer contenidos fundamentales e instrumentos que favorezcan la reflexión y el discernimiento.
17. Un primer capítulo está dedicado al redescubrimiento del corazón de la evangelización, es decir, a la experiencia de la fe cristiana: el encuentro con Jesucristo, Evangelio de Dios Padre para el hombre, que nos transforma, nos reúne y nos hace entrar, gracias al don del Espíritu, en una nueva vida de la cual tenemos una experiencia ya en el tiempo presente, precisamente al sentirnos congregados en la Iglesia. Por esta nueva vida nos sentimos impulsados con alegría por los caminos del mundo, en la esperanza del cumplimiento del Reino de Dios, testigos y anunciadores gozosos del don recibido. En el capítulo siguiente, el segundo, el testo desarrolla una reflexión sobre el discernimiento que ha de ser concentrado sobre las transformaciones que están influenciando nuestro modo de vivir la fe, y que inciden en nuestras comunidades cristianas. Son analizados los motivos de la difusión del concepto de nueva evangelización, es decir, los diferentes modos de reconocerse dentro de tal concepto de parte de las diversas Iglesias particulares. En el tercer capítulo se hace un análisis de los lugares fundamentales, de los instrumentos, de los sujetos y de las acciones a los cuales la fe cristiana es transmitida: la liturgia, la catequesis y la caridad, de modo que la fe sea profesada, celebrada, vivida, rezada. En esta misma línea, finalmente, en el cuarto y último capítulo se discute de los sectores de la acción pastoral específicamente dedicados al anuncio del Evangelio y a la transmisión de la fe. Se trata de temas clásicos, de los cuales son profundizados los más recientes, surgidos para responder a los estímulos y a las provocaciones que la reflexión sobre la nueva evangelización está proponiendo a las comunidades cristianas y al modo de vivir la fe de las mismas.
Primer capítulo
Jesucristo, Evangelio de Dios para el hombre
«El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca;
convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15)
18. La fe cristiana no es sólo una doctrina, una sabiduría, un conjunto de normas morales, una tradición. La fe cristiana es un encuentro real, una relación con Jesucristo. Transmitir la fe significa crear en cada lugar y en cada tiempo las condiciones para que este encuentro entre los hombres y Jesús se realice. El objetivo de toda evangelización es la realización de este encuentro, al mismo tiempo íntimo y personal, público y comunitario. Como ha afirmado el Papa Benedicto XVI «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. [...] Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro»[19]. En el ámbito de la fe cristiana, el encuentro con Cristo y la relación con él tienen lugar «según las Escrituras» (1 Co 15,3.4). La Iglesia misma se conforma precisamente a partir de la gracia de esta relación.
19. Este encuentro con Jesús, gracias a su Espíritu, es el gran don del Padre a los hombres. Es un encuentro al cual nos prepara la acción de su gracia en nosotros. Es un encuentro en el cual nos sentimos atraídos, y que mientras nos atrae nos transfigura, introduciéndonos en dimensiones nuevas de nuestra identidad, haciéndonos partícipes de la vida divina (cf. 2 P 1,4). Es un encuentro que no deja nada como era antes, sino que asume la forma de la “metanoia”, de la conversión, como Jesús mismo pide con fuerza (cf. Mc 1,15). La fe como encuentro con la persona de Cristo tiene la forma de la relación con Él, de la memoria de Él, en particular en la Eucaristía y en la Palabra de Dios, y crea en nosotros la mentalidad de Cristo, en la gracia del Espíritu; una mentalidad que nos hace reconocer hermanos, congregados por el Espíritu en su Iglesia, para ser a nuestra vez testigos y anunciadores de este Evangelio. Es un encuentro que nos hace capaces de hacer cosas nuevas y de dar testimonio, gracias a las obras de conversión anunciadas por los Profetas (cf. Jr 3, 6ss; Ez 36, 24-36), de la transformación de nuestra vida.
20. En este primer capítulo se ofrece una particular atención a esta dimensión fundamental de la evangelización, pues las respuestas a los Lineamenta han indicado la necesidad de subrayar el núcleo central de la fe cristiana, que no pocos cristianos ignoran. Es conveniente, por lo tanto, que el fundamento teológico de la nueva evangelización no sea descuidado, sino al contrario, que sea proclamado con toda su fuerza y autenticidad, para que confiera energía y adecuada orientación a la acción evangelizadora de la Iglesia. La nueva evangelización ha de ser asumida sobre todo como ocasión para constatar la fidelidad de los cristianos a este mandato recibido de Jesucristo: la nueva evangelización es la ocasión propicia (cf. 2 Co 6,2) para volver, como cristianos y como comunidad, a beber de la fuente de nuestra fe, y estar así más disponibles para la evangelización, para el testimonio. Antes de transformarse en acción, en efecto, la evangelización y el testimonio son dos actitudes que, como frutos de una fe que las purifica y las convierte, surgen en nuestras vidas de este encuentro con Jesucristo, Evangelio de Dios para el hombre.
Jesucristo, el evangelizador
21. «Jesús mismo, Evangelio de Dios, ha sido el primero y el más grande evangelizador»[20]. Él se ha presentado como enviado a proclamar el cumplimiento del Evangelio de Dios, preanunciado en la historia de Israel, sobre todo por los profetas, y en las Sagradas Escrituras. El evangelista Marco comienza la narración estableciendo una conexión entre el «comienzo del Evangelio de Jesús, el Cristo» (Mc 1,1,) y la correspondencia con las Sagradas Escrituras: «conforme está escrito en Isaías el profeta» (Mc 1,2). En el Evangelio de Lucas, Jesús mismo se presenta, mostrándose en la sinagoga de Nazaret, como el lector de las Escrituras, capaz de darles cumplimiento en virtud de su misma presencia: «Esta Escritura que acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (Lc 4,21). El Evangelio según Mateo ha construido un verdadero y real sistema de citaciones de cumplimiento, destinado a hacer reflexionar sobre la realidad más profunda de Jesús, a partir de lo que había sido dicho por los profetas (cf. Mt 1,22; 2,15.17.23; 8,17; 12,17; 13,35; 21,4). En el momento del arresto, Jesús en persona sintetiza: «todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los profetas» (Mt 26,56). En el Evangelio según Juan son los mismos discípulos que dan testimonio de esta correspondencia; después del primer encuentro, Felipe afirma: «Aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado» (Jn 1,45). Durante su ministerio Jesús mismo revindica repetidamente su relación con las Sagradas Escrituras y el testimonio que de tal relación deriva: «Vosotros investigad las Escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí» (Jn 5,39); «si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí» (Jn 5,46).
22. El testimonio unánime de los evangelistas confirma que el Evangelio de Jesús es el impulso radical, la prosecución y el cumplimiento total del anuncio de las Escrituras. Precisamente a raíz de esta continuidad, la novedad de Jesús aparece al mismo tiempo evidente y comprensible. Su acción evangelizadora es, de hecho, la continuación de una historia iniciada precedentemente. Sus gestos y sus palabras han de ser comprendidas a la luz de las Escrituras. En la última aparición trasmitida por Lucas, el Resucitado recapitula esta prospectiva afirmando: «Estas son aquellas palabras mías que os dije cuando todavía estaba con vosotros: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí» (Lc 24,44). Su don supremo a los discípulos será precisamente abrir «sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras» (Lc 24,45). Considerando la profundidad de esta relación con las Escrituras presentes en el corazón del pueblo, Jesús se muestra como el evangelizador que lleva a nivel de novedad y de plenitud la Ley, los Profetas y la Sabiduría de Israel.
23. Para Jesús la evangelización asume la finalidad de atraer los hombres dentro de su vínculo íntimo con el Padre y el Espíritu. Éste es el sentido último de su predicación y de sus milagros: el anuncio de una salvación que, aunque se manifieste a través de acciones concretas de curación, no puede ser hecha coincidir con una voluntad de transformación social o cultural, sino con la experiencia profunda concedida a cada hombre de sentirse amado por Dios y de aprender a reconocerlo en el rostro de un Padre amoroso y pleno de compasión (cf. Lc 15). La revelación contenida en sus palabras y en sus acciones está vinculada con las palabras de los profetas. Es emblemático, en este sentido, la narración de los signos hecha por el mismo Jesús en presencia de los enviados de Juan el Bautista. Se trata de signos reveladores de la identidad de Jesús en cuanto están estrechamente relacionados con los grandes anuncios proféticos. El evangelista Lucas escribe: «En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y dolencias y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos. Y les respondió: “Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva”» (Lc 7,21-22). Las palabras de Jesús manifiestan el sentido pleno de sus gestos en relación a signos cumplidos de numerosas profecías bíblicas (cf. en particular Is 29,18; 33,5.6; 42,18; 26,19; 61,1). El mismo arte de Jesús de tratar con los hombres debe ser considerado como elemento esencial de su método evangelizador. Él era capaz de acoger a todos, sin discriminaciones ni exclusiones: en primer lugar los pobres, después los ricos como Zaqueo y José de Arimatea, o los extranjeros como el centurión y la mujer siro-fenicia; los hombres justos como Natanael, o las prostitutas, o los pecadores públicos con los cuales compartió también la mesa. Jesús sabía llegar a la intimidad del hombre y hacer nacer en ella la fe en Dios, que es el primero en amar (cf. Jn 4,10.19), y cuyo amor nos precede siempre y no depende de nuestros méritos, porque el amor es su mismo ser: «Dios es Amor» (1Jn 4,8.16). Él es, de este modo, una enseñanza para la Iglesia evangelizadora, mostrándole el núcleo de la fe cristiana: creer en el amor a través del rostro y de la voz de ese amor, es decir, a través de Jesucristo.
24. La evangelización de Jesús conduce naturalmente al hombre a una experiencia de conversión: cada hombre es invitado a convertirse y a creer en el amor misericordioso de Dios hacia él. El reino crecerá en la medida en que cada hombre aprenderá a dirigirse a Dios en la intimidad de la oración como a un Padre (cf. Lc 11,2; Mt 23,9) y, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, aprenderá a reconocer en plena libertad que el bien de su vida es el complimiento de la voluntad divina (cf. Mt 7,21). Evangelización, llamada a la santidad y conversión: a la reflexión sinodal corresponde la tarea de leer en qué modo estas tres realidades están presentes y nutren, con su relación fructuosa y recíproca, la vida de nuestras comunidades.
La Iglesia, evangelizada y evangelizadora
25. Aquellos que acogen con sinceridad el Evangelio, precisamente en virtud del don recibido y de los frutos que produce en ellos, se reúnen en nombre de Jesús para custodiar y alimentar la fe recibida y participada, y para continuar, multiplicándola, la experiencia vivida. Como narran los Evangelios (cf. Mc 3,13-15), los discípulos, después de haber estado con Jesús, de haber vivido con Él, de haber sido introducidos por Él en una nueva experiencia de vida, de haber participado en su vida divina, son invitados a continuar esta acción evangelizadora: «Convocando a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades [...] Partieron, pues, y recorrieron los pueblos, anunciando la Buena Noticia y curando por todas partes» (Lc 9,1.6).
26. También después de su muerte y de su resurrección, el mandato misionero que los discípulos han recibido del Señor Jesucristo (cf. Mc 16,15) contiene una explícita referencia a la proclamación del Evangelio a todos, enseñándoles a observar todo lo que él ha mandado (cf. Mt 28,20). El apóstol Pablo se presenta como «apóstol... escogido para el Evangelio de Dios» (Rm 1,1). Por lo tanto, el tarea de la Iglesia consiste en realizar la traditio Evangelii, el anuncio y la transmisión del Evangelio, que es «fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree» (Rm 1,16) y que, en última instancia, se identifica con Jesucristo (cf. 1 Co 1,24). Ya sabemos que cuando se habla de Evangelio que ha de ser anunciado debemos pensar en una Palabra viva y eficaz, que realiza lo que dice (cf. Hb 4,12; Is 55,10), es decir, se trata de una persona: Jesucristo, Palabra definitiva de Dios, hecha hombre[21].
Para la Iglesia, así como lo es para Jesús, esta misión evangelizadora es una obra de Dios y, precisamente, del Espíritu Santo. La experiencia del don del Espíritu, Pentecostés, hace de los Apóstoles testigos y profetas, confirmándolos en todo aquello que habían compartido con Jesús y que habían aprendido de Èl (cf. Hch 1,8; 2,17), infundiendo en ellos una serena audacia que los llevó a transmitir a los otros la propia experiencia de Jesús y la esperanza que los ha animado. El Espíritu ha dado a ellos la capacidad de ser testigos de Jesús con “parresia” (cf. Hch 2,29), extendiendo su acción desde Jerusalén a toda la región de Judea y de Samaría, e incluso hasta los extremos confines de la tierra.
27. Esto es lo que la Iglesia ha vivido desde sus orígenes hasta el presente. Afirmando estas certezas, el Papa Pablo VI recuerda la actualidad de las mismas: «La orden dada a los Doce: “Id y proclamad la Buena Nueva”, vale también, aunque de manera diversa, para todos los cristianos. [...] La Iglesia lo sabe. [...] Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa»[22]. La Iglesia permanece en el mundo, para continuar la misión evangelizadora de Jesús, sabiendo perfectamente que obrando así sigue participando de la condición divina porque, movida por el Espíritu a anunciar el Evangelio en el mundo, revive en ella misma la presencia de Cristo resucitado que la pone en comunión con Dios Padre. La vida de la Iglesia, en cualquier acción que ella cumpla, no está jamás cerrada en sí misma; es siempre una acción evangelizadora y, como tal, es una acción que manifiesta el rostro trinitario de nuestro Dios. Como se lee en los Hechos de los Apóstoles, también la vida más íntima —la oración, la escucha de la Palabra y la enseñanza de los Apóstoles, la caridad fraterna vivida y el pan partido (cf. Hch 2,42-46)— adquiere todo su significado sólo cuando se transforma en testimonio, provoca la admiración y la conversión, y se hace predicación y anuncio del Evangelio, de parte de la Iglesia y de cada bautizado.
El Evangelio, don para cada hombre
28. El Evangelio del amor de Dios por nosotros, así como la llamada a participar, en Jesús y en el Espíritu, en la vida del Padre, son un don destinado a todos los hombres. Esto es lo que nos anuncia Jesús mismo, cuando llama a todos a la conversión en vista del Reino de Dios. Para subrayar este aspecto, Jesús se ha acercado sobre todo a los marginados de la sociedad, dándoles la preferencia cuando anunciaba el Evangelio. Al comienzo de su ministerio Él proclama haber sido mandado para anunciar a los pobres la alegre noticia (cf. Lc 4,18). A todas las víctimas del rechazo y del desprecio les declara: «Bienaventurados los pobres» (cf. Lc 6,20); además, hace ya vivir a estos marginados una experiencia de liberación permaneciendo con ellos (cf. Lc 5,30; 15,2), comiendo con ellos, tratándolos de igual a igual y como amigos (cf. Lc 7,34), ayudándoles a sentirse amados por Dios y revelando así su inmensa ternura hacia los necesitados y los pecadores.
29. La liberación y la salvación ofrecidas en el Reino de Dios se extienden a toda persona humana, tanto en la dimensión física como en la espiritual. Dos gestos acompañan la acción evangelizadora de Jesús: la curación y el perdón. Las numerosas curaciones demuestran su gran compasión frente a las miserias humanas, y significan además que en el Reino no habrá más enfermedades ni sufrimientos y que su misión apunta desde el comienzo a liberar a las personas de tales males (cf. Ap 21,4). En la prospectiva de Jesús las curaciones son también signo de la salvación espiritual, es decir, de la liberación del pecado. Cumpliendo gestos de curación, Jesús invita a la fe, a la conversión, al deseo de perdón (cf. Lc 5,24). Recibida la fe, la curación introduce en la salvación (cf. Lc 18,42). Los gestos de liberación de la posesión diabólica —mal supremo y símbolo del pecado y de la rebelión contra Dios— son gestos que manifiestan que «ha llegado a vosotros el Reino de Dios» (Mt 12,28), que el Evangelio, don dirigido a cada hombre, donándonos la salvación, nos introduce en un proceso de transfiguración, de participación en la vida de Dios, que nos renueva ya desde el presente.
30. «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, de lo doy: En nombre de Jesucristo, el Nazareno, echa a andar» (Hch 3,6). Como nos muestra el apóstol Pedro, también la Iglesia continúa en modo fiel este anuncio del Evangelio, que es un bien para cada hombre. Al paralítico que le pide algo para vivir, Pedro le responde ofreciéndole como don el Evangelio que lo sana, abriéndole la vía de la salvación. Así, con el pasar del tiempo, gracias a su acción evangelizadora, la Iglesia hace concreta y visible la profecía del Apocalipsis: «Mira que hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5), transformando desde adentro la humanidad y la historia, para que la fe en Cristo y la vida de la Iglesia no sean extrañas a la sociedad en la cual viven, sino que puedan impregnarla y transformarla[23].
31. La evangelización consiste en el ofrecimiento del Evangelio que transfigura al hombre, a su mundo y a su historia. La Iglesia evangeliza cuando, gracias a la fuerza del Evangelio que anuncia (cf. Rm 1,16), hace renacer cada persona, a través de la experiencia de la muerte y de la resurrección de Jesús (cf. Rm 6,4), impregnándola de la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio, de la relación del Hijo con su Padre para sentir la fuerza del Espíritu (cf. Ef 2,18). Esta es la experiencia de la novedad del Evangelio que transforma cada hombre. Hoy podemos sostener, aún con mayor convicción, esta certeza, porque venimos de una historia que nos entrega obras extraordinarias de coraje, dedicación, audacia, intuición y razón, al vivir de parte de la Iglesia esta tarea de dar el Evangelio a cada hombre; gestos de santidad, que asumen rostros conocidos y densos de significado en cada continente. Cada Iglesia particular puede gloriarse de sus figuras luminosas de santidad, que con la acción, pero sobre todo con el testimonio, han sabido dar nuevo impulso y energía a la obra de evangelización. Santos ejemplares, pero también proféticos y lúcidos en imaginar caminos nuevos para vivir esta tarea, nos han dejado ecos y rastros en textos, oraciones, modelos y métodos pedagógicos, itinerarios espirituales, caminos de iniciación a la fe, obras e instituciones educativas.
32. Algunas respuestas, mientras transmiten con convicción la fuerza de estos ejemplos de santidad, indican las dificultades, todavía actuales, para hacer comunicables estas experiencias. Algunas veces se tiene la impresión de que estas obras de nuestra historia no sólo pertenecen al pasado, sino que también son prisioneras del mismo, es decir, no logran comunicar hoy la calidad evangélica del testimonio a nuestro tiempo presente. A la reflexión sinodal, entonces, le correspondería indagar sobre esta dificultad, interrogarse para descubrir las razones profundas de los límites de diversas instituciones eclesiales en mostrar la credibilidad de las propias acciones y del propio testimonio, en tomar la palabra y en hacerse escuchar en calidad de portadores del Evangelio de Dios.
El deber de evangelizar
33. Toda persona tiene el derecho de escuchar el Evangelio ofrecido por Dios para la salvación del hombre, Evangelio que es el mismo Jesucristo. Como la Samaritana junto al pozo, también la humanidad de hoy tiene necesidad de sentirse decir las palabras de Jesús «Si conocieras el don de Dios» (Jn 4,10), para que estas palabras hagan surgir el deseo profundo de salvación que se encuentra en cada hombre: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed» (Jn 4,15). Este derecho de cada hombre a escuchar el Evangelio resulta muy claro al apóstol Pablo. Predicador incansable, precisamente porque había intuido el alcance universal del Evangelio, él hace de su anuncio un deber: «Predicar el Evangelio no es para mí un motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. ¡Ay de mí si no predico el Evangelio!» (1 Co 9,16). Cada hombre, cada mujer deben poder decir, como él, que «Cristo os amó y se entregó por nosotros» (Ef 5,2). Más aún, cada hombre y cada mujer deben poder sentirse atraídos en la relación íntima y transfigurante que el anuncio del Evangelio crea entre nosotros y Cristo: «ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2,20)[24]. Y para poder acceder a esta experiencia, se necesita alguien que sea enviado a anunciarla: «¿cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?» (Rm 10,14, que evoca Is 52,1).
34. Se comprende entonces cómo cada actividad de la Iglesia tiene una nota esencialmente evangelizadora y no debe jamás ser separada del empeño para ayudar a todos a encontrar a Cristo en la fe, que es el objetivo primario de la evangelización. Allí donde, como Iglesia, «damos a los hombres sólo conocimientos, habilidades, capacidades técnicas e instrumentos, les damos demasiado poco»[25]. El motor originario de la evangelización es el amor de Cristo para la salvación eterna de los hombres. Los auténticos evangelizadores desean sólo dar gratuitamente lo que ellos mismos gratuitamente han recibido: «Desde los primeros días de la Iglesia los discípulos de Cristo se esforzaron en inducir a los hombres a confesar Cristo Señor, no por acción coercitiva ni por artificios indignos del Evangelio, sino ante todo por la virtud de la palabra de Dios»[26].
35. La misión de los Apóstoles y su continuación en la misión de la Iglesia antigua siguen siendo el modelo fundamental de la evangelización para todos los tiempos: una misión a menudo caracterizada por el martirio, como lo demuestra el comienzo de la historia del cristianismo, pero también la historia del siglo apenas transcurrido, la historia de nuestros días. Precisamente el martirio da credibilidad a los testigos, que no buscan poder o ganancias, sino que dan la propia vida por Cristo. Ellos manifiestan al mundo la fuerza inerme y abundante del amor por los hombres, que es ofrecida a quien sigue a Cristo hasta el don total de la propia existencia, como Jesús lo había anunciado: «Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20).
Sin embargo, no faltan, lamentablemente, falsas convicciones que limitan la obligación de anunciar la Buena Noticia. En efecto, hoy se verifica «una confusión creciente que induce a muchos a desatender y dejar inoperante el mandato misionero del Señor (cf. Mt 28, 19). A menudo se piensa que todo intento de convencer a otros en cuestiones religiosas es limitar la libertad. Sería lícito solamente exponer las propias ideas e invitar a las personas a actuar según la conciencia, sin favorecer su conversión a Cristo y a la fe católica: se dice que basta ayudar a los hombres a ser más hombres o más fieles a su propia religión, que basta con construir comunidades capaces de trabajar por la justicia, la libertad, la paz, la solidaridad. Además, algunos sostienen que no se debería anunciar a Cristo a quienes no lo conocen, ni favorecer la adhesión a la Iglesia, pues sería posible salvarse también sin un conocimiento explícito de Cristo y sin una incorporación formal a la Iglesia»[27].
36. Si bien los no cristianos pueden salvarse mediante la gracia que Dios otorga a través de caminos que Él conoce[28], la Iglesia no puede ignorar que cada hombre espera conocer el verdadero rostro de Dios y vivir ya aquí la amistad con Jesucristo, el Dios con nosotros. La plena adhesión a Cristo, que es la Verdad, y el ingreso en su Iglesia no disminuyen, sino que exaltan la libertad humana y la guían hacia su cumplimiento, en un amor gratuito y afectuoso por el bien de todos los hombres. Es un don inestimable vivir en el abrazo universal de los amigos de Dios, que nace de la comunión con la carne y la sangre vivificantes de su Hijo; es consolador recibir de Él la certeza del perdón de los pecados y vivir en la caridad que nace de la fe. La Iglesia desea hacer participar de estos bienes a todos, para que tengan así la plenitud de la verdad y de los medios de salvación, «para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21). La Iglesia, que anuncia y transmite la fe, imita el obrar del mismo Dios, que se manifiesta a la humanidad dando a su Hijo, que infunde el Espíritu Santo sobre los hombres para regenerarlos como hijos de Dios.
Evangelización y renovación de la Iglesia
37. La Iglesia, en cuanto evangelizadora, vive su misión comenzando nuevamente cada vez por evangelizarse a sí misma. «Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor. Pueblo de Dios inmerso en el mundo y, con frecuencia, tentado por los ídolos, necesita saber proclamar “las grandezas de Dios”, que la han convertido al Señor, y ser nuevamente convocada y reunida por El. En una palabra, esto quiere decir que la Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio»[29]. El Concilio Vaticano II ha retomado con fuerza este tema de la Iglesia que se evangeliza mediante una conversión y una renovación constantes, para evangelizar al mundo con credibilidad[30]. Resuenan todavía con actualidad las palabras del Papa Pablo VI que, afirmando la prioridad de la evangelización, recordaba a todos los fieles: «No sería inútil que cada cristiano y cada evangelizador examinasen en profundidad, a través de la oración, este pensamiento: los hombres podrán salvarse por otros caminos, gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el Evangelio; pero ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza —lo que San Pablo llamaba avergonzarse del Evangelio—, o por ideas falsas omitimos anunciarlo?»[31]. Más de una respuesta ha propuesto que esta pregunta se convierta en objeto explícito de la reflexión sinodal.
38. Desde sus orígenes la Iglesia ha debido confrontarse con análogas dificultades, con la experiencia del pecado de sus miembros. La historia de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35) es emblemática de la posibilidad de un conocimiento falso de Cristo. Los dos discípulos hablan de un muerto (cf. Lc 24,21-24), narran la propia frustración y la pérdida de esperanza. Ellos hablan de la posibilidad, para la Iglesia de todos los tiempos, de ser transmisora de un anuncio que no da vida, pero que tiene encerrados en la muerte el Cristo anunciado, los anunciadores y, en consecuencia, los destinatarios del anuncio. También el episodio de los discípulos empeñados en la pesca, referido por el evangelista Juan (cf. Jn 21, 1-14), describe una experiencia similar: separados de Cristo, los discípulos viven su acción en modo infructuoso. Y, como los discípulos de Emaús, es solamente cuando se manifiesta el Resucitado que ellos recuperan la confianza, la alegría del anuncio, el fruto de la propia obra de evangelización. Sólo adhiriendo fuertemente a Cristo, aquel que había sido designado como «pescador de hombres» (Lc 5,10), Pedro, puede volver a echar las propias redes con fruto, confiando en la palabra de su Señor.
39. Lo que es descripto con gran atención en los orígenes, la Iglesia lo ha revivido muchas veces en su historia. Frecuentemente, ha sucedido que, como consecuencia del debilitamiento del propio vínculo con Cristo, se ha empobrecido la calidad de la fe vivida, y fue sentida con menor fuerza la experiencia de participación en la vida trinitaria que tal vínculo implica. Por esta razón no se puede olvidar que el anuncio del Evangelio es una cuestión, ante todo, espiritual. La exigencia de la transmisión de la fe, que no es una empresa individualista y solitaria, sino un evento comunitario, eclesial, no debe provocar la búsqueda de estrategias eficaces ni una selección de los destinatarios —por ejemplo los jóvenes— sino que debe referirse al sujeto encargado de esta operación espiritual. Debe ser un cuestionamiento de la Iglesia sobre sí misma. Esto permite ver el problema de manera no extrínseca, y pone en discusión toda la Iglesia en su ser y en su modo de vivir. Más de una Iglesia particular pide al Sínodo que se verifique si las infecundidades de la evangelización hoy, en particular de la catequesis en los tiempos modernos, es un problema sobre todo eclesiológico y espiritual. Se piensa en la capacidad de la Iglesia de configurarse como real comunidad, como verdadera fraternidad, como cuerpo y no como una empresa.
40. Precisamente para que la evangelización pueda conservar intacta su originaria condición espiritual, la Iglesia debe dejarse plasmar por la acción del Espíritu y así conformarse a Cristo crucificado, el cual revela al mundo el rostro del amor y de la comunión de Dios. De este modo, redescubre su vocación de Ecclesia mater, que engendra hijos para el Señor, transmitiendo la fe, enseñando el amor que nutre a los hijos. Así, su tarea de anunciar y dar testimonio de esta Revelación de Dios, reuniendo a su pueblo disperso, será un modo de dar cumplimiento a aquella profecía de Isaías que los Padres de la Iglesia han leído como dirigida a ella misma: «Ensancha el espacio de tu tienda, las cortinas extiende, no te detengas; alarga tus sogas, tus clavijas asegura; porque a derecha e izquierda te expandirás, tu prole heredará naciones y ciudades desoladas poblará» (Is 54,2-3).
Segundo capítulo
Tiempo de nueva evangelización
«Id por todo el mundo y proclamad
la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16,15)
41. El mandato misionero que la Iglesia ha recibido del Señor resucitado (cf. Mc 16, 15) ha asumido en el tiempo formas y modalidades siempre nuevas según los lugares, las situaciones y los momentos históricos. En nuestros días el anuncio del Evangelio se muestra mucho más complejo que en el pasado, pero la tarea confiada a la Iglesia permanece idéntica a aquella de sus comienzos. No habiendo cambiado la misión, es lógico retener que podamos hacer nuestros, también hoy, el entusiasmo y el coraje que movieron a los Apóstoles y a los primeros discípulos: el Espíritu Santo que los impulsó a abrir las puertas del cenáculo, transformándolos en evangelizadores (cf. Hch 2,1-4), es el mismo Espíritu que guía hoy a la Iglesia y la estimula a un renovado anuncio de esperanza dirigido a los hombres de nuestro tiempo.
42. El Concilio Vaticano II recuerda que «los grupos en que vive la Iglesia cambian completamente con frecuencia por varias causas, de forma que pueden originarse condiciones enteramente nuevas»[32]. Con prospectiva de futuro, los Padres conciliares han visto en el horizonte el cambio cultural que hoy es fácil de verificar. Esta nueva situación, que ha creado una condición inesperada para los creyentes, requiere una particular atención para el anuncio del Evangelio, para dar razón de nuestra fe en un contexto que, respecto al pasado, presenta muchos rasgos de novedad y de criticidad.
43. Las transformaciones sociales, a las cuales hemos asistido en las últimas décadas, tienen causas complejas, tienen sus raíces lejos en el tiempo y han profundamente modificado la percepción de nuestro mundo. El lado positivo de estas transformaciones está a la vista de todos, evaluado como un bien inestimable, que ha permitido el desarrollo de la cultura y el crecimiento del hombre en muchos campos del saber. Sin embargo, estas mismas transformaciones han dado inicio también a muchos procesos de revisión crítica de los valores y de algunos fundamentos del modo común de vida, que han profundamente dañado la fe de las personas. Como recuerda el Papa Benedicto XVI, «si, por un lado, la humanidad ha conocido beneficios innegables de esas transformaciones y la Iglesia ha recibido ulteriores estímulos para dar razón de su esperanza (cf. 1 P 3, 15), por otro, se ha verificado una pérdida preocupante del sentido de lo sagrado, que incluso ha llegado a poner en tela de juicio los fundamentos que parecían indiscutibles, como la fe en un Dios creador y providente, la revelación de Jesucristo único salvador y la comprensión común de las experiencias fundamentales del hombre como nacer, morir, vivir en una familia, y la referencia a una ley moral natural. Aunque algunos hayan acogido todo ello como una liberación, muy pronto nos hemos dado cuenta del desierto interior que nace donde el hombre, al querer ser el único artífice de su naturaleza y de su destino, se ve privado de lo que constituye el fundamento de todas las cosas»[33].
44. Es necesario ofrecer una respuesta a este particular momento de crisis, que afecta también la vida cristiana; la Iglesia debe saber encontrar en este momento histórico especial un estímulo ulterior para dar razón de la esperanza que anuncia (cf. 1P 3,15). El término “nueva evangelización” evoca la exigencia de una renovada modalidad de anuncio, sobre todo para aquellos que viven en un contexto, como el actual, en el cual el desarrollo de la secularización ha dejado fuertes huellas también en Países de tradición cristiana. Así entendida, la idea de la nueva evangelización ha madurado dentro del contexto eclesial y ha sido puesta en acto a través de formas muy diferentes, mientras todavía continúa, también hoy, la búsqueda de su significado. Ella ha sido considerada ante todo como una exigencia, pero además como una operación de discernimiento y como un estímulo para la Iglesia actual.
La exigencia de una “nueva evangelización”
45. ¿En qué consiste la “nueva evangelización”? El Beato Juan Pablo II, en el primer discurso que habría dado notoriedad y resonancia a este término, dirigiéndose a los obispos del Continente latinoamericano, la define de la siguiente manera: «La conmemoración del medio milenio de evangelización tendrá su significación plena si es un compromiso vuestro como obispos, junto con vuestro presbiterio y fieles; compromiso, no de reevangelización, pero sí de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión»[34]. Cambian los interlocutores y también el tiempo, y el Papa se dirige a la Iglesia en Europa con una llamada muy similar, al afirmar que emerge «la urgencia y la necesidad de la “nueva evangelización”, consciente de que Europa, hoy, no debe apelar simplemente a su herencia cristiana anterior; hay que alcanzar de nuevo la capacidad de decidir sobre el futuro de Europa en un encuentro con la persona y el mensaje de Jesucristo»[35].
46. En su momento inicial, la nueva evangelización responde a una pregunta que la Iglesia debe formularse con coraje, para atreverse a dar un nuevo impulso a su vocación espiritual y misionera. Es necesario que las comunidades cristianas, que actualmente están sometidas al influjo de fuertes cambios sociales y culturales, encuentren las energías y los caminos para volver a aferrarse sólidamente a la presencia del Resucitado que las anima desde adentro. Es necesario que las comunidades cristianas se dejen guiar por el Espíritu, que vuelvan a gustar en modo renovado el don de la comunión con el Padre, que vivan en Jesús y vuelvan a ofrecer a los hombres la propia experiencia como un don valioso que ellas poseen.
47. Las respuestas recibidas al texto de los Lineamenta coinciden plenamente con este diagnóstico del Papa Juan Pablo II. En respuesta a la pregunta específica – ¿qué es la nueva evangelización? – muchas de las reflexiones recibidas concuerdan en indicar que la nueva evangelización es la capacidad de parte de la Iglesia de vivir en modo renovado la propia experiencia comunitaria de la fe y del anuncio dentro de las nuevas situaciones culturales que se han creado en estas últimas décadas. El fenómeno descripto es el mismo en el Norte y en el Sur del mundo, en Occidente y en Oriente, en los Países en los cuales la experiencia cristiana tiene raíces milenarias y en los Países evangelizados desde hace pocos siglos. Como consecuencia de la confluencia de factores sociales y culturales —que convencionalmente designamos con el término “globalización” —, han comenzado a verificarse procesos de debilitamiento de las tradiciones y de las instituciones. Tales procesos dañan muy rápidamente las relaciones sociales y culturales, su capacidad de comunicar valores y de responder a los interrogantes sobre el sentido de la vida y sobre la verdad. El resultado es una notable pérdida de unidad de la cultura y de su capacidad de adherir a la fe y de vivir con los valores que ella inspira.
48. Las huellas de este clima, sobre la experiencia de la fe y sobre las formas de vida eclesial, son descriptas en modo muy similar en todas las respuestas: debilidad de la vida de fe de las comunidades cristianas, disminución del reconocimiento de la autoridad del magisterio, privatización de la pertenencia a la Iglesia, reducción de la práctica religiosa, falta de empeño en la transmisión de la propia fe a las nuevas generaciones. Estas señales, descriptas en modo casi unánime por varios episcopados, muestran que es toda la Iglesia que se enfrenta con este clima cultural.
49. En este cuadro, la nueva evangelización desea resonar como una llamada, una pregunta hecha por la Iglesia a sí misma, para que recoja sus energías espirituales y se empeñe en este nuevo clima cultural en orden a hacer propuestas concretas: reconociendo el bien también dentro de estos nuevos escenarios, dando nueva vitalidad a la propia fe y al propio empeño evangelizador. El adjetivo “nueva” hace referencia al cambio del contexto cultural y evoca la necesidad que tiene la Iglesia de recuperar energías, voluntad, frescura e ingenio en su modo de vivir la fe y de transmitirla. Las respuestas recibidas han mostrado que esta llamada ha sido acogida de distintas maneras en las diversas realidades eclesiales, pero el tono general es de preocupación. Se tiene la impresión que muchas comunidades cristianas no han percibido plenamente todavía la magnitud del desafío y la entidad de la crisis provocadas por este clima cultural también dentro de la Iglesia. A este respecto, se espera que el debate sinodal ayude a tomar conciencia, en modo maduro y profundo, de la seriedad de este desafío con el cual nos estamos confrontando. Más profundamente, se espera que la reflexión sinodal se amplíe al tema del fenómeno de la secularización, sobre los influjos positivos[36] y negativos ejercidos sobre el cristianismo, sobre los desafíos que pone a la fe cristiana.
50. En efecto, no todos los signos son negativos. Para muchas Iglesias la presencia de fuerzas de renovación es un signo de esperanza y un don del Espíritu. Se trata de comunidades cristianas, más frecuentemente de grupos religiosos y de movimientos, en algún caso de instituciones teológicas y culturales, que demuestran con su acción cómo es realmente posible vivir la fe cristiana y anunciarla dentro de esta cultura. Las Iglesias particulares miran con atención y reconocimiento estas experiencias junto con los numerosos jóvenes que las animan con su frescura y entusiasmo. Dichas Iglesias particulares están dispuestas a reconocer el propio don, promoviéndolo para que se transforme en patrimonio del resto del pueblo cristiano. Ellas siguen con atención el crecimiento de experiencias, que tienen en la relativa joven edad un punto a favor, pero que también tienen algunos límites.
Los escenarios de la nueva evangelización
51. La nueva evangelización, asumida como exigencia, ha llevado a la Iglesia a examinar el modo según el cual las comunidades cristianas actualmente viven y dan testimonio de la propia fe. La nueva evangelización se ha transformado de este modo en discernimiento, es decir, en capacidad de leer y descifrar los nuevos escenarios, que en estas últimas décadas se han creado en la historia de los hombres, para convertirlos en lugares de anuncio del Evangelio y de experiencia eclesial. Una vez más, el magisterio de Juan Pablo II ha servido de guía con una primera descripción de estos escenarios[37],citada en el texto de los Lineamenta, y que ha sido compartida y confirmada por las respuestas recibidas. Se trata de escenarios culturales, sociales, económicos, políticos y religiosos.
52. El primero de todos, dada la importancia que reviste, es el escenario cultural de fondo. Este escenario ha sido descripto, en sus grandes líneas en el parágrafo precedente. Varias respuestas han subrayado enfáticamente la dinámica secularizadora que anima este escenario. La secularización, que se encuentra radicada en modo particular en el mundo occidental, es fruto de episodios y de movimientos sociales y de pensamiento que han marcado profundamente la historia y la identidad de dicho mundo occidental. La secularización se presenta hoy en nuestras culturas a través de la imagen positiva de la liberación, de la posibilidad de imaginar la vida del mundo y de la humanidad sin referencia a la trascendencia. En estos años, la secularización no tiene tanto la forma pública de discursos directos y fuertes contra Dios, la religión y el cristianismo, aun cuando en algún caso estos tonos anticristianos, antirreligiosos y anticlericales se han hecho escuchar también recientemente. Como señalan muchas respuestas, la secularización ha asumido más bien un tono débil que ha permitido a esta forma cultural invadir la vida cotidiana de las personas y desarrollar una mentalidad en la cual Dios está, de hecho, ausente, en todo o en parte, y su existencia misma depende de la conciencia humana.
53. Este tono modesto, y por ese mismo motivo más atractivo y seductor, ha permitido a la secularización entrar también en la vida de los cristianos y de las comunidades eclesiales, transformándose, no ya solamente en una amenaza externa para los creyentes, sino más bien en un terreno de confrontación cotidiana. Las características de un modo secularizado de entender la vida influyen en el comportamiento habitual de muchos cristianos. La “muerte de Dios” anunciada en las décadas pasadas por tantos intelectuales ha cedido paso a una estéril mentalidad hedonista y consumista, que promueve modos muy superficiales de afrontar la vida y las responsabilidades. El riesgo de perder también los elementos fundamentales de la fe es real. El influjo de este clima secularizado en la vida de todos los días hace cada vez más ardua la afirmación de la existencia de una verdad. Se asiste en la práctica a una eliminación de la cuestión de Dios de entre las preguntas que el hombre se hace. Las respuestas a la necesidad religiosa asumen formas de espiritualidad individualista o bien formas de neopaganismo, hasta llegar a la imposición de un clima general de relativismo.
54. Este riesgo no debe, sin embargo, hacer perder de vista aquello que de positivo el cristianismo ha tomado de la confrontación con la secularización. El saeculum, en el cual conviven creyentes y no creyentes, presenta algo que los acomuna: lo humano. Precisamente este elemento humano, que es el punto natural de inserción de la fe, puede ser también el lugar privilegiado de la evangelización. En la humanidad plena de Jesús de Nazaret habita la plenitud de la divinidad (cf. Col 2,9). Purificando lo humano a partir de la humanidad de Jesús de Nazaret, los cristianos pueden encontrarse con los hombres secularizados que, no obstante todo, continúan preguntándose sobre aquello que es humanamente serio y verdadero. La confrontación con estos buscadores de verdad ayuda a los cristianos a purificar y a madurar la propia fe. La lucha interior de estas personas que buscan la verdad, aunque no tengan todavía el don de creer, es un buen estímulo para que nos empeñemos en el testimonio y en la vida de fe, de tal modo que la verdadera imagen de Dios se haga accesible a cada hombre. A este respecto, de las respuestas resulta que ha suscitado mucho interés la iniciativa del “Patio de los gentiles”.
55. Junto a este primer escenario cultural, ha sido indicado un segundo escenario, más social: el grande fenómeno migratorio, que induce cada vez más a las personas a dejar el propio país de origen para vivir en contextos urbanizados. De esto deriva un encuentro y una mezcla de las culturas. Se están produciendo formas de desmoronamiento de las referencias fundamentales de la vida, de los valores y de los mismos vínculos a través de los cuales los individuos estructuran las propias identidades y acceden al sentido de la vida. Unido a la expansión de la secularización, el resultado cultural de estos procesos es un clima de extrema fluidez, dentro del cual hay siempre menos espacio para las grandes tradiciones, incluidas aquellas religiosas. A este escenario social está vinculado el fenómeno denominado “globalización”, realidad de no fácil explicación, que exige a los cristianos un agudo trabajo de discernimiento. Puede ser leída como un fenómeno negativo, si de esta realidad prevalece una interpretación determinista, ligada solamente a una dimensión económica y productiva. Pero también puede ser leída como un momento de crecimiento, en el cual la humanidad aprende a desarrollar nuevas formas solidarias y nuevos caminos para compartir el progreso de todos hacia el bien.
56. Al escenario migratorio, las respuestas a los Lineamenta han asociado estrechamente un tercer escenario, que influye en modo cada vez más determinante en nuestras sociedades: el escenario económico. De este escenario, que en gran parte es causa directa del fenómeno de las migraciones, se han puesto en evidencia las tensiones y las formas de violencia concomitantes, como consecuencia de las desigualdades económicas provocadas dentro de las naciones y también entre ellas. En muchas respuestas, provenientes no sólo de Países en vía de desarrollo, ha sido denunciado un claro y decidido aumento de la disparidad entre ricos y pobres. Innumerables veces el Magisterio de los Sumos Pontífices ha denunciado los crecientes desequilibrios entre Norte y Sur del mundo, en el acceso y la distribución de los recursos, así como en el daño de la creación. La continua crisis económica en la que nos encontramos indica el problema del uso de los recursos, tanto de aquellos naturales como de los recursos humanos. De las Iglesias, invitadas a vivir el ideal evangélico de la pobreza, se espera todavía mucho en términos de sensibilización y de acción concretas, aunque ellas no encuentren suficiente espacio en los medios de comunicación.
57. Un cuarto escenario indicado es el político. Desde el Concilio Vaticano II hasta el presente, los cambios que se han verificado en este escenario pueden ser definidos con justa razón “de época”. Con la crisis de la ideología comunista ha terminado la división del mundo occidental en dos bloques. Esto ha favorecido la libertad religiosa y la posibilidad de reorganización de las Iglesias históricas. El surgimiento sobre la escena mundial de nuevos actores económicos, políticos y religiosos, como el mundo islámico, el mundo asiático, ha creado una situación inédita y totalmente desconocida, rica de potencialidades, pero también plena de riesgos y de nuevas tentaciones de dominio y de poder. En este escenario, varias respuestas han subrayado diversas urgencias: el empeño por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; una mejor regulación internacional y una interacción de los gobiernos nacionales; una investigación de formas posibles de escucha, convivencia, diálogo y colaboración entre las diversas culturas y religiones; la defensa de los derechos humanos y de los pueblos, sobre todo de las minorías; la promoción de los más débiles; la salvaguardia de la creación y el empeño por el futuro de nuestro planeta. Estos son temas que las diversas Iglesias particulares han aprendido a sentir como propios, y que como tales, han de ser custodiados y promovidos en la vida cotidiana de nuestras comunidades.
58. Un quinto escenario es el de la investigación científica y tecnológica. Vivimos en una época que es todavía capaz de sorprenderse de las maravillas suscitadas por los continuos progresos que la investigación en estos campos ha logrado superar. Todos podemos experimentar en la vida cotidiana los beneficios ofrecidos por estos progresos. Todos dependemos cada vez más de ellos. Frente a tantos aspectos positivos, existen también peligros de excesivas esperanzas y de manipulaciones. La ciencia y la tecnología corren así el riesgo de transformarse en los nuevos ídolos del presente. Es fácil en un contexto digitalizado y globalizado hacer de la ciencia “nuestra nueva religión”. Nos encontramos frente al surgimiento de nuevas formas de gnosis, que asumen la técnica como forma de sabiduría, en vista de una organización mágica de la vida, que funcione como criterio para conocer la realidad y dar un sentido a las cosas. Asistimos al afirmarse de nuevos cultos. Éstos instrumentalizan en modo terapéutico las prácticas religiosas que los hombres están dispuestos a vivir, estructurándose como religiones de la prosperidad y de la gratificación instantánea.
Las nuevas fronteras del escenario comunicativo
59. En modo coral las respuestas a los Lineamenta han examinado otro escenario, el sexto, es decir el escenario comunicativo, que hoy ofrece enormes posibilidades y representa un gran desafío para la Iglesia. Al comienzo sólo era característico del mundo industrializado, hoy el escenario de un mundo globalizado puede influenciar también vastas porciones de los Países en vía de desarrollo. No existe ningún lugar en el mundo que no pueda ser alcanzado, y por lo tanto, no caiga bajo el influjo de la cultura mediática y digital, que se impone cada vez más como el “lugar” de la vida pública y de la experiencia social. Basta pensar en el uso cada vez más difundido de la red informática.
60. Las respuestas transmiten la difundida convicción que las nuevas tecnologías digitales han dado origen a un verdadero y nuevo espacio social, cuyas relaciones son capaces de influenciar sobre la sociedad y sobre la cultura. Al ejercer una influencia sobre la vida de las personas, los procesos mediáticos, que son factibles con estas tecnologías, llegan a transformar la misma realidad. Intervienen en modo incisivo en la experiencia de las personas y permiten una dilatación de las potencialidades humanas. La percepción de nosotros mismos, de los otros y del mundo dependen del influjo que tales tecnologías ejercen. Éstas y el espacio comunicativo por ellas generado han de ser considerados positivamente, sin prejuicios, como recursos, aunque con una mirada crítica y un uso inteligente y responsable.
61. La Iglesia ha sabido entrar en estos espacios y asumir estos medios desde el comienzo como útiles instrumentos de anuncio del Evangelio. Hoy, junto a los medios de comunicación más tradicionales, como la prensa y la radio, que —según las respuestas— han conocido en estos últimos años un discreto incremento, los nuevos media están sirviendo cada vez más a la pastoral evangelizadora de la Iglesia, facilitando interacciones a diversos niveles: local, nacional, continental y mundial. Se perciben las potencialidades de estos medios de comunicación antiguos y nuevos, se constata la necesidad de servirse de un nuevo espacio social, que se ha creado con los lenguajes y las formas de la tradición cristiana. Se siente la necesidad de un discernimiento atento y compartido para intuir en el mejor modo posible las potencialidades que tal espacio ofrece en vista del anuncio del Evangelio, pero también para descubrir en modo concreto los riesgos y los peligros.
62. La difusión de esta cultura, en efecto, implica indudables beneficios: mayor acceso a la información, mayor posibilidad de conocimientos, de intercambio, de formas nuevas de solidaridad, de capacidad de promover una cultura cada vez más a dimensión mundial, transformando en patrimonio de todos los valores y los mejores progresos del pensamiento y de la actividad humana. Estas potencialidades no eliminan, sin embargo, los riesgos que la difusión excesiva de dicha cultura está ya provocando. Se manifiesta una profunda atención egocéntrica reducida a las necesidades individuales. Se afirma una exaltación emotiva de las relaciones y de los vínculos sociales. Se asiste al debilitamiento y a la pérdida de valor objetivo de experiencias profundamente humanas, como la reflexión y el silencio; se verifica un exceso de afirmación del propio pensamiento. Se reducen progresivamente la ética y la política a instrumentos de espectáculo. El punto final al cual pueden conducir estos riesgos es lo que resulta llamarse la cultura de lo efímero, de lo inmediato, de la apariencia, es decir, una sociedad incapaz de memoria y de futuro. En este contexto, se pide a los cristianos la audacia de concurrir a estos “nuevos areópagos”, aprendiendo a dar una evaluación evangélica, encontrando los instrumentos y los métodos para hacer escuchar también hoy en estos lugares el patrimonio educativo y la sabiduría custodiada por la tradición cristiana.
Los cambios del escenario religioso
63. Los cambios de escenario que hemos analizado hasta aquí no pueden no ejercer también influjos sobre el modo con el cual los hombres expresan el propio sentido religioso. Las respuestas a los Lineamenta sugieren que se agregue como séptimo el escenario religioso. Esto permite comprender de manera más profunda el retorno al sentido religioso y la exigencia multiforme de espiritualidad que caracteriza muchas culturas y en particular las generaciones más jóvenes. Si es verdad que el proceso secularizador en acto genera como consecuencia en muchas personas una atrofia espiritual y un vacío del corazón, es posible también observar en muchas regiones del mundo los signos de un consistente renacimiento religioso. La misma Iglesia católica es tocada por este fenómeno, que ofrece recursos y ocasiones de evangelización impensables hace algunas décadas.
64. Las respuestas a los Lineamenta afrontan con atención el fenómeno y lo releen en toda su complejidad. Reconocen sus indudables aspectos positivos. Esto permite recuperar un elemento constitutivo de la identidad humana, es decir el aspecto religioso, superando así todos aquellos límites y aquellos empobrecimientos de la concepción del hombre encerrada sólo en el ámbito horizontal. Este fenómeno favorece la experiencia religiosa, dándole nuevamente su lugar central en el modo de imaginar los hombres, la historia, el sentido mismo de la vida y la búsqueda de la verdad.
65. En muchas respuestas no se esconde, sin embargo, una preocupación relacionada con el carácter, en parte ingenuo y emotivo, de este retorno del sentido religioso. Más que debido a una lenta y compleja maduración de las personas en la búsqueda de la verdad, este retorno del sentido religioso se presenta, en más de un caso, con los rasgos de una experiencia religiosa poco liberadora. Los aspectos positivos del redescubrimiento de Dios y de lo sagrado se han visto empobrecidos y oscurecidos por fenómenos de fundamentalismo, que no pocas veces manipula la religión para justificar la violencia e incluso el terrorismo, por suerte sólo en casos extremos y limitados.
66. Este es el cuadro en el cual ha sido colocado por muchas respuestas el problema urgente de la proliferación de nuevos grupos religiosos, que asumen la forma de la secta. Lo que es declarado en los Lineamenta (la dominante emotiva y psicológica, la promoción de una religión del éxito y de la prosperidad) ha sido confirmado y nuevamente propuesto. Además, algunas respuestas piden que se vigile para que las comunidades cristianas no se dejen influenciar por estas nuevas formas de experiencia religiosa, confundiendo el estilo cristiano del anuncio, con la tentación de imitar los tonos agresivos y proselitistas de estos grupos. En presencia de estos grupos religiosos es necesario, por otra parte —afirman siempre las respuestas—, que las comunidades cristianas refuercen el anuncio y el cuidado de la propia fe. En efecto, este contacto podría contribuir a hacer la fe menos tibia y más dispuesta a dar sentido a la vida de las personas.
67. En este contexto adquiere aún más sentido el encuentro y el diálogo con las grandes tradiciones religiosas, que la Iglesia ha cultivado en las últimas décadas, y que sigue intensificando. Este encuentro se presenta como una ocasión interesante para profundizar el conocimiento de la complejidad de las formas y de los lenguajes de la religiosidad humana, así como se presenta en otras experiencias religiosas. Un encuentro y un diálogo similares permiten al catolicismo comprender con mayor profundidad los modos con los cuales la fe cristiana expresa la religiosidad del ánimo humano. Al mismo tiempo enriquece el patrimonio religioso de la humanidad con la singularidad de la fe cristiana.
Como cristianos dentro de estos escenarios
68. Los escenarios han sido analizados en base a lo que son: signos de un cambio en acto que es reconocido como el contexto en el cual se desarrollan nuestras experiencias eclesiales. Por este motivo, debe ser asumido y purificado, en un proceso de discernimiento, por el encuentro y por la confrontación con la fe cristiana. El examen de estos escenarios permite hacer una lectura crítica de los estilos de vida, del pensamiento y de los lenguajes propuestos a través de ellos. Dicha lectura sirve también como autocrítica que el cristianismo es invitado a hacer de sí mismo, para verificar en qué medida el propio estilo de vida y la acción pastoral de las comunidades cristianas han estado realmente a la altura de su misión, evitando la ineficacia a través de una atenta previsión. La reflexión sinodal podrá llevar adelante con fruto estos ejercicios de discernimiento, como muchas Iglesias particulares han expresamente declarado.
69. Varias respuestas a los Lineamenta han tratado de definir como causa del alejamiento de numerosos fieles de la práctica de la vida cristiana —un verdadera “apostasía silenciosa” —, el hecho que la Iglesia no habría dado una respuesta en modo adecuado a los desafíos de los escenarios descriptos. Además, ha sido constatado el debilitamiento de la fe de los creyentes, la falta de la participación personal y experiencial en la transmisión de la fe, el insuficiente acompañamiento espiritual de los fieles a lo largo del proceso de formación, intelectual y profesional. Las quejas se refieren además a una excesiva burocratización de las estructuras eclesiales, que son percibidas como lejanas al hombre común y a sus preocupaciones esenciales. Todo esto ha causado una reducción del dinamismo de las comunidades eclesiales, la pérdida del entusiasmo de los orígenes y la disminución del impulso misionero. No faltan quienes se han lamentado de celebraciones litúrgicas formales y de ritos repetidos casi por costumbre, privados de la profunda experiencia espiritual, que, en vez de atraer a las personas, las alejan. Además del testimonio contrario de algunos de sus miembros (infidelidad a la vocación, escándalos, poca sensibilidad por los problemas del hombre contemporáneo y del mundo actual), no hay que menospreciar, sin embargo, el «mysterium iniquitatis» (2 Ts 2,7), la lucha del Dragón contra el resto de la descendencia de la Mujer, contra «los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (Ap 12,17). Para una evaluación objetiva es necesario tener siempre presente el misterio de la libertad humana, don de Dios que el hombre puede usar también en modo equivocado, rebelándose contra Dios y contra la Iglesia.
La nueva evangelización debería tratar de orientar la libertad de las personas, hombres y mujeres, hacia Dios, fuente de la verdad, de la bondad y de la belleza. La renovación de la fe debería hacer superar los mencionados obstáculos que se oponen a una vida cristiana auténtica, según la voluntad de Dios, expresada en el mandamiento del amor a Dios y al próximo (cf. Mc 12,33).
70. Además de estas denuncias, las respuestas a los Lineamenta han sabido poner de relieve también los indudables logros que han pasado a la experiencia cristiana desde estos escenarios. Por ejemplo, más de una respuesta ha indicado como aspecto positivo del proceso migratorio actual el encuentro y el intercambio de dones entre las Iglesias particulares, con la posibilidad de recibir energías y vitalidad de fe de las comunidades cristianas inmigradas. A través del contacto con los no cristianos, las comunidades cristianas han podido aprender que hoy la misión no es más un movimiento de Norte a Sur o de Oeste a Este, porque es necesario desvincularse de los confines geográficos. Hoy la misión se encuentra en todos los cinco continentes. Se ha de reconocer que también en los Países de antigua evangelización existen sectores y ambientes extraños a la fe, porque en ellos los hombres no la han encontrado jamás, y no sólo porque se han alejado de ella. Desvincularse de los confines quiere decir tener las energías para proponer la cuestión de Dios en todos aquellos procesos de encuentro, de amalgama de diversidades y de reconstrucción de las relaciones sociales, que están en acto en todas partes. La Asamblea sinodal podría ser el lugar para un intercambio fecundo sobre estas experiencias.
71. También el escenario económico, con sus cambios, ha sido reconocido como un lugar propicio para el testimonio de nuestra fe. Muchas respuestas han descripto la acción de las comunidades cristianas en favor de los pobres, acción que se gloría de tener raíces antiquísimas y conoce frutos todavía prometedores. En este momento de crisis económica grave y difundida ha sido indicado por muchos el aumento de esta acción de parte de las comunidades cristianas, con el nacimiento de otras instituciones dedicadas a ayudar a los pobres. A este respecto, también se ha señalado el desarrollo de una mayor sensibilidad dentro de la Iglesia particular. Algunas respuestas han pedido que sea más subrayada la caridad como instrumento de nueva evangelización: la dedicación y la solidaridad hacia los pobres vividas por muchas comunidades, la caridad de las mismas, su estilo sobrio de vida en un mundo que exalta en cambio el consumo y el tener, son verdaderamente un válido instrumento para anunciar el Evangelio y testimoniar nuestra fe.
72. El escenario religioso ha tenido una particular resonancia. En primer lugar, este escenario se refiere al diálogo ecuménico. Las respuestas a los Lineamenta subrayan varias veces cómo los diversos contextos de mutación han favorecido el desarrollo de una mayor confrontación ecuménica. Aún con mucho realismo —recordando momentos de dificultad y situaciones que se trata de resolver con paciencia y determinación— la novedad de los escenarios, dentro de los cuales estamos llamados como cristianos a vivir nuestra fe y a anunciar el Evangelio, ha puesto mejor en luz la necesidad de una real unidad entre los cristianos. Ésta no debe confundirse con la simple cordialidad de relaciones y con la cooperación en algún proyecto en común, sino que debe ser concebida como el deseo de dejarse transformar por el Espíritu para que podamos cada vez más conformarnos a la imagen de Cristo. Esta unidad, ante todo espiritual, ha de ser invocada en la oración antes que ser realizada a través de las obras. La conversión y la renovación de la Iglesia, a la cual nos invita la crisis actual, no pueden no tener este contenido ecuménico: quiere decir que es necesario sostener con convicción el esfuerzo de ver a todos los cristianos unidos para demostrar al mundo la fuerza profética y transformadora del mensaje evangélico. La tarea es ardua y podremos responder a ella solamente con los esfuerzos comunes, guiados por el Espíritu de Jesucristo resucitado. Por lo demás, el Señor nos ha dejado como precepto su oración: «que sean todos uno» (Jn 17,21).
73. El escenario religioso, en segundo lugar, se refiere al diálogo interreligioso, que hoy se impone, aunque en diversos modos, en todo el mundo. Este escenario ha favorecido estímulos positivos: los Países de antigua tradición cristiana interpretan la expansión de la presencia de las grandes religiones, en particular del Islam, como un estímulo ofrecido para desarrollar nuevas formas de presencia, de visibilidad y de propuesta de la fe cristiana. En general, el contexto interreligioso y la confrontación con las grandes religiones de Oriente es visto como una ocasión ofrecida a nuestra comunidades cristianas para profundizar la comprensión de nuestra fe, gracias a los interrogantes que tal confrontación suscita en nosotros, gracias a las cuestiones sobre el camino de la historia humana y a la presencia de Dios en este camino. Es una ocasión para agudizar los instrumentos del diálogo y los espacios dentro de los cuales se colabora en el desarrollo de experiencias de paz para una sociedad cada vez más humana.
74. Muy diferente es la situación de aquellas Iglesias que se encuentran en minoría: allí donde existe la libertad de profesar la propia fe y de vivir la propia religión, el estado de minoría es considerado como una forma interesante que permite al cristianismo conocer otros rostros y otros modos de presencia en el mundo y de obrar para su transformación. En cambio, donde a la experiencia de ser minoría se agrega el contexto de la persecución, la evangelización está asociada a la experiencia de Jesús, a su fidelidad hasta la cruz. En la situación vivida se reconoce el don de recordar a toda la Iglesia el vínculo entre evangelización y cruz, que a los ojos de estas Iglesias no debe correr el riesgo de ser tenido en poca consideración. Justamente, estas Iglesias nos recuerdan que no es satisfactorio medir la evangelización según los parámetros cuantitativos del éxito.
75. En esta tarea de la renovación, a la cual estamos llamados, son de gran ayuda las Iglesias Católicas Orientales y todas aquellas comunidades cristianas que en su pasado han vivido, o están viviendo todavía, la experiencia de la clandestinidad, de la marginación, de la persecución, de la intolerancia de naturaleza étnica, ideológica o religiosa. El testimonio de fe, la tenacidad, la capacidad de resistencia, la solidez de la esperanza, la intuición de algunas prácticas pastorales de estas comunidades son un don para compartir con aquellas comunidades cristianas que, aun teniendo en su pasado historias gloriosas, viven un presente de fatiga y de dispersión. Para Iglesias poco acostumbradas a vivir la propia fe en situación de minoría es ciertamente un don poder escuchar experiencias que les infunden aquella confianza indispensable para el impulso que exige la nueva evangelización. Más aún, es un don eminentemente espiritual acoger a los que han debido dejar la propia tierra por motivos de persecución, y llevan en su mismo espíritu la riqueza incalculable de los signos del martirio vivido en primera persona.
‘Missio ad gentes’, atención pastoral, nueva evangelización
76. El discernimiento que la nueva evangelización ha inspirado nos muestra que la tarea evangelizadora de la Iglesia se encuentra en profunda transformación. Las figuras tradicionales y consolidadas —que por convención son indicadas con los términos “Países de antigua cristiandad” y “tierras de misión” — muestran ya sus límites. Son demasiado simples y hacen referencia a un contexto superado, para poder ofrecer útiles modelos a las comunidades cristianas de hoy. Como oportunamente afirmaba con lucidez el Papa Juan Pablo II, «no es fácil definir los confines entre atención pastoral a los fieles, nueva evangelización y actividad misionera específica, y no es pensable crear entre ellos barreras o recintos estancados. [...] Las Iglesias de antigua cristiandad, por ejemplo, ante la dramática tarea de la nueva evangelización, comprenden mejor que no pueden ser misioneras respecto a los no cristianos de otros países o continentes, si antes no se preocupan seriamente de los no cristianos en su propia casa. La misión ad intra es signo creíble y estímulo para la misión ad extra, y viceversa»[38].
77. No obstante los acentos y las diferencias en relación a las diversidades de cultura e historia, las respuestas a los Lineamenta muestran que ha sido bien comprendido este carácter diferente de la nueva evangelización: no se trata de un nuevo modelo de acción pastoral, que substituye simplemente otras formas de acción (la primera evangelización, la atención pastoral), sino más bien de un proceso de relanzamiento de la misión fundamental de la Iglesia. Ella, interrogándose sobre el modo de vivir la evangelización hoy, no excluye la acción de cuestionarse a sí misma y sobre la cualidad de la evangelización de sus comunidades. La nueva evangelización empeña a todos los sujetos eclesiales (individuos, comunidades, parroquias, diócesis, Conferencias Episcopales, movimientos, grupos y otras realidades eclesiales, religiosos y personas consagradas) en vista de una verificación de la vida eclesial y de la acción pastoral, asumiendo como punto de análisis la cualidad de la propia vida de fe, y su capacidad de ser un instrumento de anuncio, según el Evangelio.
78. Al integrar las diversas respuestas, podríamos decir que esta verificación se ha hecho concreta en tres exigencias: la capacidad de discernir, es decir, la capacidad que se tiene de colocarse dentro del presente convencidos que también en este tiempo es posible anunciar el Evangelio y vivir la fe cristiana; la capacidad de vivir formas de una radical y genuina adhesión a la fe cristiana, que logren dar testimonio con su simple existencia de la fuerza transformadora de Dios en nuestra historia; una clara y explícita relación con la Iglesia, para hacer visible el carácter misionero y apostólico. Estas exigencias son transmitidas a la Asamblea sinodal, para que trabajando sobre las mismas ayude a la Iglesia a vivir aquel camino de conversión al cual la nueva evangelización la está llamada.
79. Muchas Iglesias particulares, en el momento de recibir el texto de los Lineamenta, se encontraban ya comprometidas con una operación de verificación y de relanzamiento de la propia pastoral a partir de estas exigencias. Algunas han designado a esta operación con el término “renovación misionera”, otras con la expresión “conversión pastoral”. Existe una convicción unánime que aquí está el corazón de la nueva evangelización, considerada como un acto de renovada asunción de parte de la Iglesia del mandato misionero del Señor Jesucristo, que la ha querido y la ha enviado al mundo, para que se deje guiar por el Espíritu Santo, mientras da testimonio de la salvación recibida y mientras anuncia el rostro de Dios, primer artífice de esta obra de salvación.
Transformaciones de la parroquia y nueva evangelización
80. Muchas respuestas recibidas describen una Iglesia comprometida en un tenaz trabajo de transformación de la propia presencia entre la gente y dentro de la sociedad. Las Iglesias más jóvenes trabajan para dar vida a las parroquias, a menudo muy amplias, animándolas internamente con un instrumento, que según los contextos geográficos y eclesiales asume el nombre de “comunidades eclesiales de base” o bien de “pequeñas comunidades cristianas”. Ellas tienen como objetivo crear lugares de vida cristiana capaces de sostener mejor la fe de sus miembros y de iluminar con su testimonio el espacio social, sobre todo en la dispersión de las grandes metrópolis. Las Iglesias con raíces más antiguas trabajan para la revisión de sus programas parroquiales, que llevan adelante cada vez con más dificultad, como consecuencia de la disminución del clero y de la práctica cristiana. La intención declarada es evitar que tales operaciones se transformen en procedimientos administrativos y burocráticos y produzcan un efecto no deseado: que las Iglesias particulares al final se cierren en sí mismas, muy preocupadas por estos problemas de gestión. En este sentido, más de una respuesta hace referencia a la figura de las “unidades pastorales”, como un instrumento para conjugar la revisión del programa parroquial y la construcción de una cooperación en una Iglesia particular más comunitaria.
81. La nueva evangelización recuerda a la Iglesia su finalidad misionera originaria. Por lo tanto, tales actividades, como afirman muchas respuestas, asumen la nueva evangelización para dar a las reformas en acto una dirección menos orientada hacia el interior de las comunidades cristianas, y más comprometida con el anuncio de la fe a todos. En esta línea se espera mucho de las parroquias, consideradas como la puerta más capilar de ingreso en la fe cristiana y en la experiencia eclesial. Además de ser el lugar de la pastoral ordinaria, de las celebraciones litúrgicas, de la administración de los sacramentos, de la catequesis y del catecumenado, asumen el compromiso de ser verdaderos centros de irradiación y de testimonio de la experiencia cristiana, centinelas capaces de escuchar a las personas y sus necesidades. Ellas son lugares en los cuales se educa en la búsqueda de la verdad, se nutre y se refuerza la propia fe; constituyen puntos de comunicación del mensaje cristiano, del designio de Dios sobre el hombre y sobre el mundo; son las primeras comunidades en las cuales se experimenta la alegría de ser congregados por el Espíritu y preparados para vivir el propio mandato misionero.
82. No faltan las energías empleadas en esta operación: todas las respuestas indican como primer recurso el número de laicos bautizados, que se comprometen y continúan con decisión su servicio voluntario en esta obra de animación de las comunidades parroquiales. Muchos reconocen en el florecimiento de esta vocación laical, uno de los frutos del Concilio Vaticano II, junto a otros recursos: las comunidades de vida consagrada; la presencia de grupos y movimientos, que con su fervor, sus energías y sobre todo con su fe dan un fuerte impulso a la nueva vida en los lugares eclesiales; los santuarios, que con la devoción constituyen puntos de atracción para la fe en las Iglesias particulares.
83. Con estas indicaciones, precisas y ricas de esperanza, las respuestas a los Lineamenta muestran que la línea asumida es la de un lento pero eficaz trabajo de revisión del modo de ser Iglesia entre la gente, que evite los obstáculos del sectarismo y de la “religión civil”, y permita mantener la forma de una Iglesia misionera. En otras palabras, la Iglesia tiene necesidad de no perder el rostro de Iglesia “doméstica popular”. Aunque se encuentre en contextos de minoría o de discriminación, la Iglesia no debe perder su prerrogativa de estar presente en la vida cotidiana de las personas, para anunciar desde ese lugar el mensaje vivificador del Evangelio. Como afirmaba Juan Pablo II, nueva evangelización significa rehacer el tejido cristiano de la sociedad humana, rehaciendo el tejido de las mismas comunidades cristianas; quiere decir, además, ayudar a la Iglesia a seguir estando presente «entre las casas de sus hijos y de sus hijas»[39], para animar la vida y dirigirla al Reino que viene.
84. Una consideración aparte merece la cuestión de la falta de sacerdotes: todos los textos expresan la preocupación por la insuficiencia numérica del clero, que por consiguiente no logra asumir serena y eficazmente la gestión de esta transformación del modo de ser Iglesia. Algunas respuestas desarrollan un detallado análisis del problema, interpretando esta crisis paralelamente a la análoga crisis del matrimonio y de las familias cristianas. En muchas respuestas se afirma la necesidad de imaginar una organización local de la Iglesia que vea cada vez más integradas, junto a la figura de los presbíteros, figuras laicales en la animación de las comunidades. En relación a problemáticas similares, muchas respuestas esperan del debate sinodal palabras esclarecedoras y perspectivas para el futuro. Casi todas las respuestas contienen una invitación a promover en toda la Iglesia una intensa pastoral vocacional, que parta de la oración y comprometa a todos los sacerdotes y consagrados, pidiéndoles un estilo de vida que logre dar testimonio de lo atractivo de la vocación recibida y que logre también descubrir formas para dirigirse a los jóvenes. Lo mismo puede decirse de las vocaciones a la vida consagrada, especialmente las femeninas.
Algunas respuestas hay subrayado además la importancia de una formación adecuada en los Seminarios y los Noviciados, así como también en los centros académicos, en vista de la nueva evangelización.
Una definición y su significado
85. La convocación de la Asamblea sinodal e, inmediatamente después, la creación del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización constituyen una etapa ulterior en el proceso de comprensión profunda del significado atribuido a este término. Dirigiéndose a este Pontificio Consejo, el Papa Benedicto XVI explica el contenido de la expresión “nueva evangelización” con estas palabras: «Por tanto, haciéndome cargo de la preocupación de mis venerados predecesores, considero oportuno dar respuestas adecuadas para que toda la Iglesia, dejándose regenerar por la fuerza del Espíritu Santo, se presente al mundo contemporáneo con un impulso misionero capaz de promover una nueva evangelización [...]: no es difícil percatarse de que lo que necesitan todas las Iglesias que viven en territorios tradicionalmente cristianos es un renovado impulso misionero, expresión de una nueva y generosa apertura al don de la gracia»[40]. Mientras tanto, a la luz de la Redemptoris missio[41] la Congregación para la Doctrina de la fe había intervenido para explicitar el sentido del concepto de nueva evangelización con la definición: «En sentido amplio se habla de “evangelización”, para referirse al aspecto ordinario de la pastoral, y de “nueva evangelización” en relación a los que han abandonado la vida cristiana»[42]. Esta definición fue luego retomada por la Exhortación Apostólica Postsinodal Africae munus[43].
86. De estos textos se deduce que el espacio geográfico dentro del cual se desarrolla la nueva evangelización, sin ser exclusivo, se refiere primariamente al Occidente cristiano. Así también, los destinatarios de la nueva evangelización aparecen suficientemente identificados: se trata de aquellos bautizados de nuestras comunidades que viven una nueva situación existencial y cultural, dentro de la cual, de hecho, está incluida su fe y su testimonio. La nueva evangelización consiste en imaginar situaciones, lugares de vida y acciones pastorales, que permitan a estas personas salir del “desierto interior”, imagen usada por el Papa Benedicto XVI para representar la condición humana actual, prisionera de un mundo que ha prácticamente excluido la cuestión de Dios del propio horizonte. Tener el coraje de introducir el interrogante sobre Dios dentro de este mundo; tener el valor de dar nuevamente cualidad y motivos a la fe de muchas de nuestras Iglesias de antigua fundación: ésta es la tarea específica de la nueva evangelización.
87. La mencionada definición, sin embargo, tiene valor de ejemplaridad, más que de una definición completa y detallada. En ella el Occidente es asumido como un lugar ejemplar, más que como el objetivo único de toda la actividad de la nueva evangelización, que no puede ser reducida a un simple ejercicio de actualización de algunas prácticas pastorales, sino que, al contrario, requiere una comprensión muy seria y profunda de las causas que han llevado al Occidente cristiano a encontrarse en tal situación.
La urgencia de la nueva evangelización no puede ser reducida a estas situaciones. Como afirma el Papa Benedicto XVI, «también en África, hay muchas situaciones que reclaman una nueva presentación del Evangelio, “nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión” [...] La nueva evangelización es una empresa urgente para los cristianos en África, ya que también ellos deben renovar su entusiasmo por pertenecer a la Iglesia. Inspirados por el Espíritu del Señor resucitado, están llamados a vivir, en el ámbito personal, familiar y social, la Buena Nueva y a anunciarla con renovado celo a las personas cercanas y lejanas, empleando para su difusión los nuevos métodos que la providencia divina pone a nuestra disposición»[44]. Análogas afirmaciones valen, obviamente aplicadas según las situaciones particulares, para los cristianos en América, en Asia, en Europa y en Oceanía, continentes en los cuales desde hace tiempo la Iglesia está comprometida en la promoción de la nueva evangelización.
88. La nueva evangelización es el nombre dato a este impulso espiritual, a este lanzamiento de un movimiento de conversión que la Iglesia pide a sí misma, a todas sus comunidades, a todos sus bautizados. Por lo tanto, es una realidad que no se refiere solamente a determinadas regiones bien definidas, sino que se trata del camino que permite desplegar y traducir en la práctica la herencia apostólica para nuestro tiempo. Con la nueva evangelización la Iglesia desea introducir en el mundo de hoy y en la actual discusión su temática más originaria y específica: ser el lugar en el cual ya ahora se realiza la experiencia de Dios, donde bajo la guía del Espíritu del Resucitado nos dejamos transfigurar por el don de la fe. El Evangelio es siempre el nuevo anuncio de la salvación obrada por Cristo para hacer participar a la humanidad en el misterio de Dios y de su vida de amor y abrir a todos los hombres un futuro de esperanza segura y sólida. Subrayar que en este momento de la historia la Iglesia está llamada a desarrollar una nueva evangelización, significa intensificar la acción misionera para responder plenamente al mandato del Señor.
89. No existe ninguna situación eclesial que pueda considerarse excluida de este programa: ante todo, las antiguas Iglesias cristianas con el problema del abandono práctico de la fe da parte de muchos. Este fenómeno, aunque en menor medida, se registra también en las nuevas Iglesias, sobre todo en las grandes ciudades y en algunos sectores que ejercen un influjo cultural y social determinante. Como gran desafío social y cultural, las nuevas metrópolis —que surgen y se expanden con gran rapidez sobre todo en los Países en vía de desarrollo— son seguramente un terreno adecuado para la nueva evangelización. La nueva evangelización se refiere, además, a las Iglesias jóvenes, comprometidas en experiencias de inculturación que exigen continuas verificaciones para poder introducir el Evangelio, que purifica y eleva las culturas, y sobre todo para abrirlas a su novedad. Más en general, todas las comunidades cristianas tienen necesidad de una nueva evangelización, porque están comprometidas en el ejercicio de una atención pastoral que parece siempre más difícil de llevar adelante y corre el riesgo de transformarse en una actividad repetitiva poco capaz de comunicar las razones para las cuales ha nacido.
Tercer capítulo
Transmitir la fe
«Se mantenían constantes en la enseñanza de los apóstoles,
en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones.
[...] Acudían diariamente al Templo con perseverancia y
con un mismo espíritu partían el pan en las casas
y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón,
alabando a Dios y gozando de la simpatía de todo el pueblo.
Por lo demás,el Señor agregaba al grupo a los que
cada día se iban salvando» (Hch 2,42.46-47).
90. El objetivo de la nueva evangelización es la transmisión de la fe, como indica el tema de la Asamblea sinodal. Las palabras del Concilio Vaticano II nos recuerdan que se trata de una dinámica muy compleja, que implica en modo total la fe de los cristianos y la vida de la Iglesia en la experiencia de la revelación de Dios, el cual «quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos, se conservara íntegro y fuera transmitido a todas las edades»[45]; «la Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia; fiel a este depósito todo el pueblo santo, unido con sus pastores en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, persevera constantemente en la fracción del pan y en la oración (cf. Hch 2,42), de suerte que prelados y fieles colaboran estrechamente en la conservación, en el ejercicio y en la profesión de la fe recibida»[46].
91. Como leemos en los Hechos de los Apóstoles, no se puede transmitir lo que no se cree y no se vive. No se puede transmitir el Evangelio sin tener como base una vida que sea modelada por el Evangelio, es decir, que en ese Evangelio encuentre su sentido, su verdad y su futuro. Como para los Apóstoles, también para nosotros hoy se trata de la comunión vivida con el Padre, en Jesucristo, gracias a su Espíritu que nos transfigura y nos hace capaces de irradiar la fe que vivimos y de suscitar la respuesta en aquellos que el Espíritu ha ya preparado con su visita y su acción (cf. Hch 16,14). Para proclamar en modo fecundo la Palabra del Evangelio, se requiere una profunda comunión entre los hijos de Dios, que es signo distintivo y al mismo tiempo anuncio, como nos lo recuerda el apóstol Juan: «Os doy un mandamiento nuevo; que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13,34-35).
92. Esta tarea de anuncio y proclamación no está reservada sólo a algunos ni a pocos elegidos. Es un don hecho a cada hombre que responde a la llamada de la fe. La transmisión de la fe no es una acción reservada a una persona individual encomendada de esa tarea. Es un deber de cada cristiano y de toda la Iglesia, que en esta acción redescubre continuamente la propia identidad de pueblo congregado por la llamada del Espíritu, para vivir la presencia de Cristo entre nosotros, y descubrir así el verdadero rostro de Dios, que es para nosotros Padre.
La transmisión de la fe, como acción fundamental de la Iglesia, lleva a las comunidades cristianas a articular en modo concreto las obras fundamentales de la vida de fe: caridad, testimonio, anuncio, celebración, escucha, participación compartida. Es necesario concebir la evangelización como un proceso a través del cual la Iglesia, movida por el Espíritu, anuncia y difunde el Evangelio en todo el mundo; impulsada por la caridad, impregna y transforma todo el orden temporal, asumiendo y renovando las culturas. Proclama explícitamente el Evangelio, llamando a la conversión. Mediante la catequesis y los sacramentos de iniciación, acompaña aquellos que se convierten a Jesucristo, o aquellos que retoman el camino de su seguimiento, incorporando los unos y reconduciendo los otros a la comunidad cristiana. Alimenta constantemente el don de la comunión en los fieles mediante la doctrina de la fe, los sacramentos y el ejercicio de la caridad. Suscita continuamente la misión, enviando todos los discípulos de Cristo a anunciar el Evangelio, con palabras y obras en todo el mundo. En su obra de discernimiento, necesario en la nueva evangelización, la Iglesia descubre que en muchas comunidades cristianas la transmisión de la fe tiene necesidad de un renacimiento.
El primado de la fe
93. La convocación del Año de la Fe, de parte del Papa Benedicto XVI, recuerda la análoga decisión tomada por Pablo VI en 1967, haciendo suyos los motivos de entonces. El objetivo de aquella iniciativa era promover en toda la Iglesia un auténtico estímulo en la profesión del Credo. Una profesión que debía ser «individual y colectiva, libre y consciente, interior y exterior, humilde y franca»[47]. Bien consciente de las graves dificultades del tiempo, sobre todo en relación a la profesión de la verdadera fe y a su recta interpretación, el Papa Pablo VI pensaba que, en tal modo, la Iglesia habría podido recibir un fuerte impulso para una renovación profunda, interior y misionera.
94. El Santo Padre Benedicto XVI se mueve en la misma prospectiva, cuando pide que el Año de la Fe sirva para dar testimonio del hecho que los contenidos esenciales, los cuales desde hace siglos constituyen el patrimonio de todos los creyentes, tienen necesidad de ser confirmados y profundizados de manera siempre nueva, con la finalidad de dar un coherente testimonio de ellos en condiciones históricas diversas del pasado. Existe el riesgo que la fe, que introduce a la vida de comunión con Dios y permite el ingreso en su Iglesia, no sea comprendida en su sentido profundo, es decir, que no sea asumida por los cristianos como el instrumento que transforma la vida con el gran don de la filiación divina en la comunión eclesial.
95. Las respuestas a los Lineamenta confirman la seriedad de tal riesgo y se lamentan acerca de las carencias de tantas comunidades en la educación de una fe adulta. No obstante los esfuerzos hechos en estas décadas, más de una respuesta da la impresión que esta obra de educación a una fe adulta se encuentra sólo en los comienzos. Los obstáculos principales en la transmisión de la fe son análogos en todas partes. Se trata de obstáculos internos a la Iglesia, a la vida cristiana: una fe vivida en modo privado y pasivo; la inadvertencia de la necesidad de una educación de la propia fe; una separación entre la fe y la vida. De las respuestas recibidas se puede redactar una lista de los obstáculos que desde afuera de la vida cristiana, en particular en la cultura, hacen precaria y difícil la vida de fe y su transmisión: el consumismo y el hedonismo; el nihilismo cultural; la cerrazón a la trascendencia, que elimina toda necesidad de salvación. La reflexión sinodal podrá retornar sobre este diagnóstico, para ayudar a las comunidades cristianas a encontrar los remedios adecuados a estos males.
96. Sin embargo, se perciben también signos de un futuro mejor, que permiten entrever un renacimiento de la fe. La existencia en las Iglesias particulares de iniciativas de sensibilización y de formación, así como también el ejemplo de comunidades de vida consagrada y de grupos y movimientos, son descriptos en las respuestas como un camino que permite dar nuevamente a la fe aquel primado que le corresponde.
Esta transformación tiene como primer efecto benéfico un aumento de la calidad de la vida cristiana de la misma comunidad y una maduración de las personas que forman parte de ella. La consideración de la propia fe como experiencia de Dios y centro de la propia vida, es el objetivo que muchas Iglesias particulares relacionan con la celebración del Sínodo sobre la nueva evangelización para la transformación de la vida cotidiana.
La iglesia transmite la fe que ella misma vive
97. El mejor lugar para la transmisión de la fe es una comunidad nutrida y transformada por la vida litúrgica y por la oración. Existe una relación intrínseca entre fe y liturgia: “lex orandi lex credendi”. «Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos»[48]. «En efecto, la Liturgia, por cuyo medio “se ejerce la obra de nuestra Redención”, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida, y manifiesten a los demás, el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia.[...] Por esta razón, así como Cristo fue enviado por el Padre, Él, a su vez, envió a los Apóstoles llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió a predicar el Evangelio a toda criatura y a anunciar que el Hijo de Dios, con su Muerte y Resurrección, nos libró del poder de Satanás y de la muerte, y nos condujo al reino del Padre, sino también a realizar la obra de salvación que proclamaban, mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica»[49].
Las respuestas a los Lineamenta muestran, en este sentido, todos los esfuerzos realizados para ayudar a las comunidades cristianas a vivir la naturaleza profunda de la liturgia. En las comunidades cristianas la liturgia y la vida de oración transforman un simple grupo humano en una comunidad que celebra y transmite la fe trinitaria en Dios, Padre e Hijo y Espíritu Santo.
Las dos Asambleas Generales Ordinarias precedentes, que tenían por tema la Eucaristía y la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia, han sido vividas como una valiosa ayuda para continuar fructuosamente recibiendo y desarrollando la reforma litúrgica iniciada con el Concilio Vaticano II. Han evocado la centralidad del misterio eucarístico y de la Palabra de Dios para la vida de la Iglesia.
En este cuadro varias respuestas vuelven a considerar la importancia de la lectio divina. La lectio divina (personal y comunitaria) se presenta naturalmente como un lugar de evangelización: es oración que deja amplio espacio a la escucha de la Palabra de Dios, guiando de este modo la vida de fe y de oración a su fuente inagotable: Dios que habla, interpela, orienta, ilumina y juzga. Si «la fe viene de la predicación» (Rm 10,17), la escucha de la Palabra de Dios es para cada creyente y para la Iglesia en su conjunto un potente y simple instrumento de evangelización y renovación en la gracia de Dios.
98. De todos modos, las respuestas revelan la existencia de comunidades cristianas que han logrado redescubrir el valor profundo de la acción litúrgica, que es al mismo tiempo culto divino, anuncio del Evangelio y caridad en acción.
La atención de tantas respuestas se encuentra centrada sobre todo en el sacramento de la reconciliación, que ha casi desaparecido de la vida de los cristianos. Ha sido muy positivamente apreciada por tantas respuestas la celebración de este sacramento en momentos extraordinarios: en las Jornadas Mundiales de la Juventud, en las peregrinaciones a los santuarios, aunque ni siquiera estos gestos logran influir positivamente en la práctica de la reconciliación sacramental.
99. También el tema de la oración ha sido objeto de reflexión, en las respuestas a los Lineamenta, para subrayar, por una parte, los elementos positivos registrados: discreta difusión de la celebración de la liturgia de las horas (en las comunidades cristianas, pero también rezada personalmente); redescubrimiento de la adoración eucarística como fuente de la oración personal; difusión de los grupos de escucha y de oración sobre la Palabra de Dios; difusión espontánea de grupos de oración mariana, carismática o de devoción. Más complejo es, en cambio, el juicio que las respuestas a los Lineamenta han dado respecto a la relación entre la fe cristiana y a las formas de piedad popular: se reconocen algunos beneficios derivados de esta relación, se denuncia el peligro del sincretismo y de una debilitación de la fe.
La pedagogía de la fe
100. Fiel al Señor, desde los comienzos de su historia, la Iglesia ha asumido la verdad de los relatos evangélicos y la ha experimentado en sus ritos, reunida en la síntesis y en la norma de la fe, que es el Símbolo, norma que ha sido traducida en orientaciones de vida, vivida en una relación filial con Dios. Todo esto lo ha recordado el Papa Benedicto XVI en la carta con la cual convoca al Año de la Fe, cuando, citando la Constitución Apostólica con la que fue promulgado el Catecismo de la Iglesia Católica, afirma que para poder ser transmitida la fe debe ser «profesada, celebrada, vivida y rezada»[50].
Así, a partir del fundamento de las Escrituras, la tradición eclesial ha creado una pedagogía de la transmisión de la fe, que ha desarrollado en los cuatro grandes títulos del Catecismo Romano: el Credo, los sacramentos, los mandamientos y la oración del Padre Nuestro. Por una parte, los misterios de la fe en Dios Uno y Trino, como son confesados (Símbolo) y celebrados (sacramentos); por otra parte, la vida humana conforme a esa fe (a una fe que se hace operante a través del amor), que se hace concreta en el modo de vivir cristiano (Decálogo) y en la oración filial (el Padre Nuestro). Estos mismos títulos forman hoy el esquema general del Catecismo de la Iglesia Católica[51].
101. El Catecismo de la Iglesia Católica nos ha sido entregado como el instrumento para una doble acción: contiene los conceptos fundamentales de la fe y al mismo tiempo indica la pedagogía de su transmisión. La finalidad es hacer vivir en cada creyente la fe en su integridad, que es ofrecida como contenido de verdad y como adhesión a ella. La fe es esencialmente un don de Dios que provoca el abandono de sí al Señor Jesús. Así, la adhesión al contenido de la fe se transforma en actitud, decisión de seguir a Jesús y de conformar la propia vida a la suya. Así lo explica claramente el apóstol Pablo, que nos permite entrar dentro de esta estructura pedagógica profunda de la fe: «pues con el corazón se cree para conseguir la justicia, con la boca se confiesa para conseguir la salvación» (Rm 10,10). «En efecto, existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento [...] el conocimiento de los contenidos que se han de creer no es suficiente si después el corazón [...] no está abierto por la gracia que permite tener ojos para mirar en profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios»[52].
Esta citación, atenta a la estructura y al significado profundo del Catecismo de la Iglesia Católica, mientras se celebra el vigésimo aniversario de su publicación, es útil para ofrecer a la reflexión sinodal los instrumentos para llevar adelante un discernimiento sobre el grande compromiso que la Iglesia ha asumido en estas décadas para la renovación de su catequesis. A un nivel descriptivo, las respuestas a los Lineamenta ponen en evidencia los grandes pasos realizados para revisar y estructurar mejor la catequesis y los itinerarios de educación a la fe. Se mencionan los proyectos elaborados, los textos publicados, las iniciativas llevadas a cabo para formar a los catequistas, no sólo en el uso de los nuevos instrumentos, sino también en la maduración de una comprensión más completa de su misión.
102. Los juicios dados son generalmente positivos: se trata de un esfuerzo enorme, cumplido por la Iglesia a muchos niveles (Sínodos de los Obispos de las Iglesias Orientales Católicas sui iuris, Conferencias Episcopales, centros diocesanos o eparquiales, comunidades parroquiales, catequistas individuales, institutos de teología y de pastoral), cuyo éxito consiste en la maduración de todo el cuerpo eclesial hacia una fe más consciente y participada. Las respuestas muestran que la Iglesia dispone de los medios necesarios para transmitir la fe, cuyo uso activo y críticamente atento es facilitado por la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. Su publicación ha servido a las Iglesias Orientales Católicas y a las Conferencias Episcopales como punto de referencia para dar unidad y claridad de orientación a la acción catequística de la Iglesia.
103. Las respuestas contienen también una evaluación de todo este esfuerzo hecho para dar razón de nuestra fe hoy. Es evidente que, no obstante el empeño puesto, la transmisión de la fe conoce más de un obstáculo, sobre todo en el cambio muy acelerado de parte de la cultura, que se ha hecho más agresiva respecto a la fe cristiana. Además, se alude a los diversos frentes abiertos por el progreso de la ciencia y de la tecnología. Finalmente, se insiste en el hecho que la catequesis es todavía percibida como preparación a las diversas etapas sacramentales, más que como educación permanente de la fe de los cristianos.
104. El proceso de secularización de la cultura ha hecho ver claramente que los diversos métodos de catequesis son signo de vitalidad, aunque tales métodos no siempre han permitido una plena maduración para transmitir la fe. La reflexión sinodal se enfrenta con el deber de continuar la tarea iniciada con el Sínodo sobre la catequesis: realizar hoy una transmisión de la fe que asuma como propia la ley fundamental de la catequesis, aquella de la doble fidelidad, a Dios y al hombre, en una misma actitud de amor[53]. El Sínodo se interrogará acerca del modo de realizar una catequesis que sea integral, orgánica, que transmita en modo intacto el núcleo de la fe, y al mismo tiempo sepa hablar a los hombres de hoy, dentro de sus culturas, escuchando sus interrogantes, animando en ellos la búsqueda de la verdad, del bien y de la belleza.
Los sujetos de la transmisión de la fe
105. El sujeto de la transmisión de la fe es toda la Iglesia, que se manifiesta en las Iglesias particulares, Eparquías y Diócesis. El anuncio, la transmisión y la experiencia vivida del Evangelio se realizan en ellas. Más aún, las mismas Iglesias particulares, además de ser sujeto, son también el fruto de esta acción de anuncio del Evangelio y de trasmisión de la fe, como nos lo recuerda la experiencia de las primeras comunidades cristianas (cf. Hch 2,42-47): el Espíritu congrega a los creyentes alrededor de las comunidades que viven en modo ferviente la propia fe, nutriéndose de la escucha de la palabra de los Apóstoles y de la Eucaristía, y consumando la vida en el anuncio del Reino de Dios. El Concilio Vaticano II acoge esta descripción como fundamento de la identidad de cada comunidad cristiana, cuando afirma que «Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles, que, unidas a sus pastores, reciben también en el Nuevo Testamento el nombre de iglesias. Ellas son, en su lugar, el Pueblo nuevo, llamado por Dios en el Espíritu Santo y en gran plenitud (cf. 1 Ts 1,5). En ellas se congregan los fieles por la predicación del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor para que por medio del cuerpo y de la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad»[54].
106. La vida concreta de nuestras Iglesias ha podido ver en el campo de la transmisión de la fe, y más genéricamente del anuncio del Evangelio, una realización concreta, a menudo ejemplar, de esta afirmación del Concilio. Las respuestas han dado amplio relieve al hecho que el número de los cristianos, que en las últimas décadas se han comprometido en modo espontáneo y gratuito en esta tarea, ha sido verdaderamente notable y ha sido para la vida de las comunidades un verdadero don del Espíritu. Las acciones pastorales vinculadas a la transmisión de la fe han permitido a la Iglesia estructurarse dentro de los diversos contextos sociales locales, mostrando la riqueza y la variedad de los ministerios que la componen y que animan su vida cotidiana. Así se ha podido comprender en modo nuevo la participación, junto al Obispo, de las comunidades cristianas y de los diversos sujetos implicados (presbíteros, padres de familia, religiosos, catequistas), cada uno con la propia tarea y la propia aptitud.
107. Como hemos ya tenido oportunidad de subrayar, el anuncio del Evangelio y la transmisión de la fe pueden ser un estímulo a las transformaciones que se están verificando directamente en las comunidades parroquiales. Las respuestas piden que se ponga al centro de la nueva evangelización la parroquia, comunidad de comunidades, no sólo administradora de servicios religiosos, sino espacio para las familias, promotora de grupos de lectura de la Palabra y de un renovado compromiso laical, lugar en el cual se hace una verdadera experiencia de Iglesia, gracias a una acción sacramental vivida en su significado más genuino. Los Padres sinodales deberían profundizar esta vocación de la parroquia, punto de referencia y de coordinación de una vasta gama de realidades e iniciativas pastorales.
108. Además del papel insustituible de la comunidad cristiana en su conjunto, la tarea de transmitir la fe y de educar para la vida cristiana implica muchos sujetos cristianos. Las respuestas se refieren sobre todo a los catequistas. Se subraya el don recibido por tantos cristianos que, en modo gratuito y a partir de la propia fe, han dado una contribución singular e insustituible al anuncio del Evangelio y a la transmisión de la fe, sobre todo en las Iglesias evangelizadas desde hace pocos siglos. La nueva evangelización exige un compromiso mayor tanto para ellos como para la Iglesia en relación a ellos, según indican algunas respuestas. Los catequistas son testigos directos, evangelizadores insustituibles, que representan la fuerza fundamental de las comunidades cristianas. Ellos necesitan que la Iglesia reflexione con mayor profundidad sobre la tarea que ellos desarrollan, dándoles mayor estabilidad, visibilidad ministerial y formación. A partir de estas premisas se pide que la Asamblea sinodal, asumiendo la reflexión ya comenzada en estas décadas, se pregunte sobre la posibilidad de configurar para el catequista un ministerio estable e instituido dentro de la Iglesia. En este momento de fuerte impulso de la acción de anuncio y de transmisión de la fe, una decisión en este sentido sería percibida como un recurso y un sostenimiento muy eficaz en favor de la nueva evangelización, a la cual toda la Iglesia está llamada.
109. Varias respuestas evidencian el papel importante de los diáconos y de tantas mujeres que se dedican a la catequesis. Estas constataciones positivas se encuentran acompañadas en diversas respuestas por observaciones que expresan preocupación. Se registra en estos últimos años, como consecuencia de la disminución numérica de los sacerdotes y del compromiso de los mismos en el seguimiento de diversas comunidades cristianas, la delegación cada vez más difundida de la catequesis a los laicos. Las respuestas reflejan la expectativa que la reflexión sinodal pueda ayudar a la comprensión de los cambios actuales en el modo de vivir la identidad sacerdotal hoy. Así se podrán orientar estos cambios, salvaguardando la identidad específica e insustituible del ministerio sacerdotal en el campo de la evangelización y de la transmisión de la fe. Más en general, será útil que la reflexión sinodal ayude a las comunidades cristianas a dar un nuevo sentido misionero al ministerio de los presbíteros, de los diáconos, de los catequistas presentes y operantes en ellas.
La familia, lugar ejemplar de evangelización
110. Entre los sujetos de la transmisión de la fe, las respuestas dan mucho espacio a la figura de la familia. Por una parte, el mensaje cristiano sobre el matrimonio y la familia es un gran don, que hace de la familia un lugar ejemplar para dar testimonio de la fe, por su capacidad profética de vivir los valores fundamentales de la experiencia cristiana: dignidad y complementariedad del hombre y la mujer, creados a imagen de Dios (cf. Gn 1,27), apertura a la vida, participación y comunión, dedicación a los más débiles, atención educadora, confianza en Dios como fuente del amor que realiza la unión. Muchas Iglesias particulares insisten e invierten energías en la pastoral familiar, precisamente en esta prospectiva misionera y testimonial.
111. Por otra parte, para la Iglesia la familia tiene el deber de educar y transmitir la fe cristiana desde el comienzo de la vida humana. De aquí nace el vínculo profundo entre la Iglesia y la familia, con la ayuda que Iglesia desea ofrecer a la familia y la ayuda que la Iglesia espera de la familia. Con frecuencia las familias están sometidas a fuertes tensiones, a causa de los ritmos de vida, de la inestabilidad del trabajo, de la precariedad que aumenta, del cansancio en una tarea educativa que se hace cada vez más ardua. Las mismas familias que han tomado conciencia de sus dificultades sienten la necesidad del apoyo de la comunidad, de la acogida, de la escucha y del anuncio del Evangelio, del acompañamiento en la tarea educativa. El objetivo común es que la familia tenga un papel cada vez más activo en el proceso de transmisión de la fe.
112. Las respuestas registran las dificultades y las necesidades emergentes de tantas familias de hoy, también de las familias cristianas: la necesidad de ayuda manifestada en modo cada vez más evidente en tantas situaciones de dolor y de fracaso en la educación en la fe, sobre todo de los niños. Diversas respuestas se refieren a la constitución de grupos de familias (locales o relacionados con experiencias y movimientos eclesiales) animados por la fe cristiana, que ha permitido a tantos cónyuges afrontar mejor las dificultades que encuentran, dando así también un claro testimonio de la fe cristiana.
113. Precisamente estas uniones de familias, según muchas respuestas, son un ejemplo de los frutos que el anuncio de la fe genera en nuestras comunidades cristianas. A este respecto, las respuestas muestran un cierto optimismo acerca de la capacidad de resistencia de parte de tantas comunidades cristianas, aún en la situación de provisionalidad y de precariedad en que se encuentran; acerca de la fidelidad en la celebración común de la propia fe; acerca de la disponibilidad, aunque limitadamente a causa de los pocos recursos, para acoger a los pobres y dar testimonio evangélico en la simplicidad de lo cotidiano.
Llamados para evangelizar
114. Como un don que ha de ser acogido con gratitud, las respuestas mencionan la vida consagrada. Se reconoce la importancia, a los efectos de la transmisión de la fe y del anuncio del Evangelio, de las grandes órdenes religiosas y de las diversas formas de vida consagrada, en particular de las órdenes mendicantes, de los institutos apostólicos y de los institutos seculares, con el propio carisma profético y evangelizador, también en momentos de dificultad y de revisión del propio estilo de vida. La presencia de la vida consagrada, aunque escondida, es vista, sin embargo, desde una óptica de fe como fuente de muchos frutos espirituales a favor del mandato misionero, que la Iglesia está llamada a vivir en el presente. Muchas Iglesias locales reconocen la importancia de este testimonio profético del Evangelio, fuente de tantas energías para la vida de fe de las comunidades cristianas y de tantos bautizados.
Varias respuestas manifiestan la expectativa que la vida consagrada ofrezca una contribución esencial a la nueva evangelización, en particular en el campo de la educación, de la sanidad, de la atención pastoral, sobre todo hacia los pobres y las personas más necesitadas de ayuda espiritual y material.
En este contexto se reconoce también el valioso sostén a la nueva evangelización de parte de la vida contemplativa, sobre todo de los monasterios. La relación entre monaquismo, contemplación y evangelización, como demuestra la historia, es sólida y da frutos. Tal experiencia constituye el corazón de la vida de la Iglesia, que mantiene viva la esencia del Evangelio, el primado de la fe y la celebración de la liturgia, dando un sentido al silencio y a toda otra actividad para la gloria de Dios.
115. El florecimiento en estas décadas, en modo frecuentemente gratuito y carismático, de grupos y movimientos dedicados prioritariamente al anuncio del Evangelio es otro don de la Providencia en la Iglesia. En referencia a ellos, diversas respuestas señalan los elementos esenciales del estilo que hoy deberían asumir las comunidades y los cristianos individualmente para dar razón de la propia fe. Se trata de las cualidades de aquellos que podríamos definir los “nuevos evangelizadores”: capacidad de vivir y de dar razón de las propias opciones de vida y de los propios valores; deseo de profesar en modo público la propia fe, sin miedo ni falso pudor; búsqueda activa de momentos de comunión vivida en la oración y en intercambio fraterno; predilección espontánea por los pobres y los excluidos; pasión por la educación de las nuevas generaciones.
116. Esta importante referencia al tema de los carismas, visto como un recurso valioso para la nueva evangelización, exige que la reflexión sinodal profundice mejor esta problemática, sin detenerse sólo en la constatación de estos recursos, sino poniéndose el problema de la integración de su acción en la vida de la Iglesia misionera. Ha sido pedido que la Asamblea sinodal concentre la atención sobre la relación entre carisma e institución, entre dones carismáticos y dones jerárquicos[55] en la vida concreta de las diócesis, en la proyección misionera de los mismos. Así podrían ser removidos aquellos obstáculos que algunas respuestas han denunciado y que no permiten integrar plenamente los carismas para el sostenimiento de la nueva evangelización. Se podría desarrollar el tema de una “coesencialidad” —sugieren siempre las respuestas— de estos dones del Espíritu para la vida y la misión de la Iglesia, en la prospectiva de la nueva evangelización[56]. De esta reflexión se podrían luego proponer instrumentos pastorales más incisivos que valoricen mejor los recursos carismáticos.
117. En las respuestas, el nacimiento de estas nuevas experiencias y formas de evangelización es considerado en continuidad con la experiencia de los grandes movimientos, instituciones y asociaciones de evangelización, en la historia del cristianismo, como por ejemplo, la Acción Católica. Del atractivo que logran ejercer y del carácter gozoso del modo de vivir surge el don de las vocaciones. En más de un caso, se señala que entre algunas formas históricas de vida consagrada y estos nuevos movimientos se realiza un intercambio recíproco de dones.
Dar razón de la propia fe
118. El contexto en el cual nos encontramos nos pide que sea explícita y activa la tarea del anuncio y de la transmisión de la fe, que corresponde a cada cristiano. En más de una respuesta se afirma que la primera urgencia de la Iglesia hoy es el deber de despertar la identidad bautismal de cada uno, para que sepa ser verdadero testigo del Evangelio y para que sepa dar razón de la propia fe. Todos los fieles, en razón del sacerdocio común[57] y de la participación en el oficio profético[58] de Cristo, están plenamente implicados en esta tarea de la Iglesia. A los fieles laicos corresponde, en particular, demostrar con el propio testimonio que la fe cristiana constituye una respuesta a los problemas existenciales que la vida pone en cada tiempo y en cada cultura, y que, por lo tanto, la fe interesa a cada hombre, aunque sea agnóstico o no creyente. Esto será posible si se superará la fractura entre Evangelio y vida, recomponiendo en la cotidiana actividad —en la familia, en el trabajo y en la sociedad— la unidad de una vida que en el Evangelio encuentra inspiración y fuerza para realizarse en plenitud[59].
119. Es necesario que cada cristiano se sienta llamado a esta tarea que la identidad bautismal le ha confiado, que se deje guiar por el Espíritu al responder a tal llamada, según la propia vocación. En un momento en el cual la opción por la fe y por el seguimiento de Cristo resulta menos fácil y poco comprensible de parte del mundo, incluso contrastada y obstaculizada por el mondo, aumenta la tarea de la comunidad y de los cristianos, individualmente considerados, de ser testigos intrépidos del Evangelio. La lógica de dicho comportamiento es sugerida por el apóstol Pedro, cuando nos invita a dar razón, a responder a quienquiera que nos pida razones de la esperanza que reside en nosotros (cf. 1 P 3,15). Una nueva época para el testimonio de nuestra fe, nuevas formas de respuesta (apo-logía) para quien pide el logos, la razón de nuestra fe, son los caminos que el Espíritu indica a nuestras comunidades cristianas. Esto sirve para renovarnos, para anunciar más incisivamente en el mundo en que vivimos la esperanza y la salvación dadas por Jesucristo. Se trata de aprender un nuevo estilo, se trata de responder «con dulzura y respeto» y de mantener «una buena conciencia» (1 P 3,16). Es una invitación a vivir con aquella fuerza humilde que nos viene de nuestra identidad de hijos de Dios, de la unión con Cristo en el Espíritu y de la novedad que esta unión ha generado en nosotros. Es una invitación a vivir con aquella determinación de quien sabe que su meta es el encuentro con Dios Padre en su Reino.
120. Este estilo debe ser un estilo integral, que abarque el pensamiento y la acción, los comportamientos personales y el testimonio público, la vida interna de nuestras comunidades y su impulso misionero. Así se confirma la atención educativa y la dedicación afable a los pobres, la capacidad de cada cristiano de tomar la palabra en los ambientes en los cuales vive y trabaja para comunicar el don cristiano de la esperanza. Este estilo debe hacer suyo el ardor, la confianza y la libertad de palabra (la parresia) que se manifestaban en la predicación de los Apóstoles (cf. Hch 4,31; 9,27-28). Este es el estilo que el mundo debe encontrar en la Iglesia y en cada cristiano, según la lógica de nuestra fe. Este estilo nos compromete personalmente, como nos recuerda el Papa Pablo VI: «además de la proclamación que podríamos llamar colectiva del Evangelio, conserva toda su validez e importancia esa otra transmisión de persona a persona. [...] La urgencia de comunicar la Buena Nueva a las masas de hombres no debería hacer olvidar esa forma de anunciar mediante la cual se llega a la conciencia personal del hombre y se deja en ella el influjo de una palabra verdaderamente extraordinaria que recibe de otro hombre»[60].
121. En esta prospectiva, la invitación que nos es dirigida en el Año de la Fe a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo, es una ocasión para aprovechar en el mejor modo posible, para que cada comunidad cristiana, cada bautizado pueda ser “sarmiento” que, dando fruto, es podado «para que dé más fruto» (Jn 15,2); y pueda así enriquecer el mundo y la vida de los hombres con los dones de la vida nueva plasmada sobre la radical novedad de la resurrección. En la medida de su libre disponibilidad, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre son lentamente purificados y transformados, en un camino nunca completamente terminado en esta vida. La «fe que actúa por la caridad» (Ga 5,6) es un nuevo criterio de inteligencia y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Ef 4,20-29), dando nuevos frutos.
Los frutos de la fe
122. Los frutos que esta transformación, gracias a la vida de fe, genera dentro de la Iglesia, como signo de la fuerza vivificadora del Evangelio, toman forma en la confrontación con los desafíos de nuestro tiempo. Las respuestas indican los siguientes frutos: familias que son signo verdadero de amor, de participación y de esperanza abierta a la vida; comunidades dotadas de un verdadero espíritu ecuménico; el coraje de sostener iniciativas de justicia social y de solidaridad; la alegría de donar la propia vida siguiendo una vocación o una consagración. La Iglesia, que transmite su fe en la nueva evangelización en todos estos ámbitos, muestra el Espíritu que la guía y que transfigura la historia.
123. Así como la fe se manifiesta en la caridad, así también la caridad sin la fe sería filantropía. Fe y caridad en el cristiano se exigen recíprocamente, de tal modo que una sostiene a la otra. En muchas respuestas ha sido subrayado el valor testimonial de tantos cristianos, que dedican su vita con amor a quien está solo, marginado o excluido, porque precisamente en estas personas se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en cuantos nos piden amor el rostro del Señor resucitado: «cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Es la fe que permite reconocer a Cristo; y es su mismo amor que estimula a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida.
124. Con el sostén de la fe, miramos con esperanza nuestro compromiso en el mundo, mientras esperamos «nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia» (2 P 3,13). Es el mismo compromiso evangelizador que nos exige, como decía Pablo VI, «alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación»[61]. Muchas respuestas piden que se estimule a los bautizados a vivir con mayor dedicación la tarea específica de evangelizar, también a través de la Doctrina social de la Iglesia, viviendo en el mundo la propia fe en la búsqueda del verdadero bien para todos, en el respeto y en la promoción de la dignidad de cada persona, hasta intervenir directamente —en modo particular los fieles laicos— en la acción social y política.
La caridad es el lenguaje que en la nueva evangelización, más que con palabras se expresa en las obras de fraternidad, de cercanía y de ayuda a las personas en necesidades espirituales y materiales.
125. Un renovado empeño ecuménico es también el fruto de una Iglesia que se deja transfigurar por el Evangelio de Jesús, por su presencia. Como recuerda el Concilio Vaticano II, la división entre los cristianos es un testimonio contrario: «División que abiertamente repugna a la voluntad de Cristo y es piedra de escándalo para el mundo y obstáculo para la causa de la difusión del Evangelio por todo el mundo»[62]. La superación de las divisiones es la condición irrenunciable para la plena credibilidad del seguimiento de Cristo. Lo que une a los cristianos es mucho más fuerte que lo que los divide. Por lo tanto, debemos estimularnos recíprocamente en tratar de vivir con fidelidad nuestro testimonio del Evangelio, aprendiendo a crecer en la unidad. En este sentido, como piden muchas Iglesias particulares, el ecumenismo es seguramente uno de los frutos que pueden ser esperados de la nueva evangelización, dado que ambas acciones —ecumenismo y evangelización— están orientadas a promover la unión en el cuerpo visible de la Iglesia, para la salvación de todos.
126. También la tensión del hombre hacia la verdad es uno de los frutos que muchas respuestas esperan del impulso de la nueva evangelización. Se constata que varios sectores de la cultura actual manifiestan una especie de aversión hacia todo lo que es afirmado como verdad, en contraposición al concepto moderno de libertad entendida como autonomía absoluta, que encuentra en el relativismo la única forma de pensamiento adecuada a la convivencia entre diversidades culturales y religiosas. A este respecto, muchas respuestas recomiendan que nuestras comunidades, en general, y cada cristiano, en particular, —precisamente en nombre de aquella verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32)— sepan acompañar a los hombres hacia la verdad, la paz y la defensa de la dignidad humana, contra cualquier forma de violencia y de supresión de derechos.
127. Un momento para verificar tales caminos es seguramente el diálogo interreligioso, que no puede ser condicionado por la renuncia al tema de la verdad, valor que es connatural a la experiencia religiosa: la búsqueda de Dios es el acto que caracteriza en modo supremo la libertad del hombre. Sin embargo, esta búsqueda es verdaderamente libre cuando está abierta a la verdad, que no se impone con la violencia, sino gracias a la fuerza atrayente de la verdad misma[63]. Como afirma el Concilio Vaticano II: «la verdad debe buscarse de modo apropiado a la dignidad de la persona humana y a su naturaleza social, es decir, mediante una libre investigación, sirviéndose del magisterio o de la educación, de la comunicación y del diálogo, por medio de los cuales unos exponen a otros la verdad que han encontrado o creen haber encontrado, para ayudarse mutuamente en la búsqueda de la verdad; y una vez conocida ésta, hay que aceptarla firmemente con asentimiento personal»[64]. Se espera que el Sínodo relea el tema de la evangelización, de la transmisión de la fe, a la luz del principio puesto en evidencia por el binomio verdad-libertad[65].
128. Por último, también el coraje de denunciar las infidelidades y los escándalos que emergen en las comunidades cristianas —como signo y consecuencia de una reducción de tensión en esta tarea del anuncio— es parte de esta lógica del reconocimiento de los frutos. Se necesita coraje para reconocer las culpas, mientras continúa el testimonio de Jesucristo y de la perenne necesidad de ser salvados. Como nos enseña el apóstol Pablo, podemos observar nuestras debilidades porque de este modo reconocemos el poder de Cristo que nos salva (cf. 2 Co 12,9; Rm 7,14s). El ejercicio de la penitencia, como conversión, conduce a la purificación y a la reparación de las consecuencias de los errores, en la confianza que la esperanza que nos ha sido dada «no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que non ha sido dado» (Rm 5,5). Estas actitudes son fruto de la transmisión de la fe y del anuncio del Evangelio, que, en primer lugar, no deja de renovar a los cristianos y a sus comunidades, mientras ofrece al mundo el testimonio de la fe cristiana.
Cuarto capítulo
Reavivar la acción pastoral
«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28,19-20)
129. El mandato de hacer discípulos a todos los pueblos y de bautizarlos ha dado origen en las diversas épocas de la historia de la Iglesia a prácticas pastorales dictadas por la voluntad de transmitir la fe y por la necesidad de anunciar el Evangelio con el lenguaje de los hombres, radicados en sus culturas y en medio a ellos[66]. Esta es una ley expresada en modo claro por el Concilio Vaticano II: «[la Iglesia] desde el comienzo de su historia, aprendió a expresar el mensaje cristiano con los conceptos y en la lengua de cada pueblo y procuró ilustrarlo además con el saber filosófico. Procedió así a fin de adaptar el Evangelio a nivel del saber popular y a las exigencias de los sabios en cuanto era posible. Esta adaptación de la predicación de la palabra revelada debe mantenerse como ley de toda la evangelización [...] Es propio de todo el Pueblo de Dios, pero principalmente de los pastores y de los teólogos, auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo y valorarlas a la luz de la palabra divina, a fin de que la Verdad revelada pueda ser mejor percibida, mejor entendida y expresada en forma más adecuada»[67].
130. Una comprensión cada vez más clara de las formas de transmisión de la fe, junto a los cambios sociales y culturales que se colocan frente al cristianismo de hoy como un desafío, han dado lugar, dentro de la Iglesia a un dilatado proceso de reflexión y de revisión de sus prácticas pastorales, en particular de aquellas específicamente consagradas a la introducción en la fe, a la educación en la fe y al anuncio del mensaje cristiano. En efecto, «la Iglesia, por disponer de una estructura social visible, señal de su unidad en Cristo, puede enriquecerse, y de hecho se enriquece también, con la evolución de la vida social, no porque le falte en la constitución que Cristo le dio elemento alguno, sino para conocer con mayor profundidad esta misma constitución, para expresarla de forma más perfecta y para adaptarla con mayor acierto a nuestros tiempos»[68]. Retomando las afirmaciones del Papa Pablo VI en Evangelii nuntiandi[69], el Santo Padre Benedicto XVI confirma cómo la evangelización «no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre [...] El testimonio de la caridad de Cristo mediante obras de justicia, paz y desarrollo forma parte de la evangelización, porque a Jesucristo, que nos ama, le interesa todo el hombre. Sobre estas importantes enseñanzas se funda el aspecto misionero de la doctrina social de la Iglesia, como un elemento esencial de evangelización. Es anuncio y testimonio de la fe. Es instrumento y fuente imprescindible para educarse en ella»[70]. Se trata de temas que han de ser profundizados en la nueva evangelización. Ésta concierne también «el servicio de la Iglesia con vistas a la reconciliación, la justicia y la paz»[71].
La iniciación cristiana, proceso evangelizador
131. El texto de los Lineamenta afirmaba que, del modo según el cual la Iglesia sabrá conducir la revisión en acto de su práctica bautismal, dependerá el rostro futuro del cristianismo en el mundo, sobre todo en Occidente, así como también la capacidad de la fe cristiana de hablar a la cultura actual. Las respuestas recibidas muestran una Iglesia muy comprometida en este examen, que ha alcanzado ya algunas certezas, pero que sobre tantas otras cuestiones muestra aún signos de un trabajo inconcluso, de un itinerario no bien definido en profundidad.
132. La primera certeza está en la forma habitual de ingreso en la vida cristiana, que es el bautismo recibido de niños, muy a menudo en el período inmediatamente siguiente al nacimiento. La gran mayoría de las respuestas indica este dato como resultado de un trabajo de observación, pero además como fruto de una opción consciente. También las Iglesias más jóvenes ven en el bautismo administrado a los niños un punto que indica un nivel alto de inculturación del cristianismo, incluso en sus tierras. Varias respuestas, en cambio, revelan una fuerte preocupación por el surgimiento de opciones de parte de padres bautizados de diferir el bautismo del propio hijo, según diversos motivos, de los cuales el más frecuente está relacionado con la posibilidad de una opción libre del sujeto, un vez que es adulto.
133. Una segunda certeza consiste en la presencia estable de pedidos de bautismo de parte de adultos y de adolescentes. El fenómeno, aunque es decididamente menos relevante a nivel numérico respecto al bautismo de niños, es considerado como un don que permite a las comunidades cristianas hacer explícito el contenido profundo del bautismo: el camino de preparación, la celebración de los escrutinios prebautismales, la celebración del sacramento, son momentos que nutren la fe, tanto del catecúmeno como de la comunidad.
134. Además, parece cierto que la estructura del catecumenado, con referencia al Ordo Initiationis Christianae Adultorum[72], es el instrumento adecuado para realizar una reforma del camino de ingreso en la fe de los más pequeños. Todas las Iglesias han trabajado en estas décadas para dar a la introducción y educación en la fe un carácter más testimonial y eclesial. Así se ha logrado reservar para al sacramento del bautismo una celebración más consciente, en vista de una mejor participación futura de los bautizados en la vida cristiana. Se han hecho esfuerzos para dar forma a los caminos de iniciación cristiana, buscando vincular en la unidad los sacramentos (bautismo, confirmación y eucaristía) y tratando de implicar de manera cada vez más activa también a los padres y padrinos. De hecho, muchas Iglesias han dado forma a una especie de “catecumenado post-bautismal”, para reformar las prácticas de adhesión a la fe y superar la fractura entre liturgia y vida, para que la Iglesia sea realmente una madre que engendra a sus hijos en la fe[73].
135. La nueva evangelización es considerada en muchas respuestas como la llamada a consolidar los esfuerzos hechos y las reformas introducidas para fortificar la fe: de los catecúmenos, sobre todo, de sus familiares, de la comunidad que los sostiene y los acompaña. La pastoral bautismal es asumida como uno de los lugares prioritarios de la nueva evangelización.
136. En lo que se refiere a los caminos de iniciación cristiana, las respuestas nos comunican dos datos: una gran variedad y la pacífica coexistencia de fuertes diversidades. La admisión a la primera comunión es, en general, colocada en el momento de la escuela primaria, precedida por un camino de preparación. Existen también experiencias mistagógicas, de acompañamiento sucesivo. Mucho más variada es la colocación del sacramento de la confirmación en tiempos muy diferentes, incluso entre diócesis limítrofes.
Basándose en lo que fue afirmado en el Sínodo sobre la Eucaristía, es decir, que la diferenciación práctica no es de orden dogmático sino pastoral[74], los sujetos implicados no parecen intencionados a revisar las decisiones. Por el contrario, se considera la actual situación como una riqueza que es útil conservar.
La presencia simultánea de prácticas diferentes no suscita reflexiones tales que lleven a tomar en consideración la diferencia de praxis acerca de la iniciación cristiana en las Iglesias Católicas Orientales.
137. A este respecto, el trabajo que el Sínodo está llamado a desarrollar es amplio. No se trata solamente de orientar una práctica diversificada para evitar la dispersión. Se trata, también, más profundamente, de realizar lo que fue pedido por el Sínodo sobre la Eucaristía, en relación a «la eficacia de los actuales procesos de iniciación, para ayudar cada vez más al cristiano a madurar con la acción educadora de nuestras comunidades, y a asumir en su vida una impronta auténticamente eucarística, que le haga capaz de dar razón de su propia esperanza de modo adecuado en nuestra época (cf. 1 P 3,15)»[75]. Es necesario comprender mejor, desde el punto de vista teológico, la secuencia de los sacramentos de la iniciación cristiana, que culmina con la Eucaristía, y reflexionar sobre modelos para traducir en la práctica la augurada profundización.
La exigencia del primer anuncio
138. En diversas circunstancias, en las respuestas emerge la exigencia de ayudar a las comunidades cristianas locales, comenzando por las parroquias, a adoptar un estilo más misionero de la propia presencia dentro del tejido social. Se insiste para que nuestras comunidades, al anunciar el Evangelio, sepan suscitar la atención de los adultos de hoy, interpretando sus preguntas y su sed de felicidad. En una sociedad que ha rechazado muchas formas del discurso sobre Dios, la necesidad que nuestras instituciones asuman sin miedo también una actitud apologética y que vivan con serenidad formas de afirmación pública de la propia fe, es considerada como una clara urgencia pastoral.
139. A esta situación está dirigido el instrumento del primer anuncio al cual se refería el texto de los Lineamenta. Entendido como un instrumento de propuesta explícita, o mejor aún como proclamación, del contenido fundamental de nuestra fe, el primer anuncio se dirige ante todo a aquellos que todavía no conocen a Jesucristo, a los no creyentes y a aquellos que, de hecho, viven en la indiferencia religiosa. Dicho anuncio llama a la conversión y debe ser integrado con otras formas de anuncio e iniciación en la fe. Mientras estas formas están orientadas al acompañamiento y a la maduración de una fe que ya existe, el primer anuncio tiene como finalidad específica la conversión, que luego permanece como una constante en la vida cristiana.
140. La distinción entre estas diversas formas del anuncio no es, sin embargo, siempre fácil de hacer, y no necesariamente debe ser afirmada en modo neto. Se trata de una doble atención que forma parte de la misma acción pastoral. El instrumento del primer anuncio estimula a las comunidades cristianas a dar espacio a la fe de las personas, tanto de aquellas internas a las comunidades, como de aquellas externas. El objetivo de tal anuncio es reavivar la fe o suscitarla, para mantener la comunidad y los bautizados en una tensión constante y fiel hacia el anuncio y el testimonio público de la fe que profesamos.
141. Por lo tanto, el primer anuncio tiene necesidad de formas, lugares, iniciativas y eventos que permitan llevar dentro de la sociedad el anuncio de la fe cristiana. En efecto, las respuestas muestran que no faltan formas generales del primer anuncio. Diversas Conferencias Episcopales han organizado eventos eclesiales nacionales. Siempre en esta línea, muchas respuestas alaban algunos eventos internacionales, como las Jornadas Mundiales de la Juventud, consideradas como verdaderas formas de primer anuncio a escala mundial. También los viajes apostólicos del Papa son interpretados en esta misma prospectiva, así como las celebraciones de beatificación o canonización de un hijo o una hija de una determinada Iglesia.
142. Por el contrario, es causa de preocupación en muchas respuestas la escasez del primer anuncio en la vida cotidiana, que se desarrolla en el barrio, dentro del mundo del trabajo. La impresión común es que sería necesario trabajar mucho para sensibilizar a las comunidades parroquiales a una urgente acción misionera. A partir de las respuestas, la Asamblea sinodal puede relevar una indicación para la confrontación y la reflexión. Varias respuestas evidencian que el primer anuncio puede encontrar un lugar en prácticas pastorales ya bien presentes en la vida ordinaria de nuestras comunidades cristianas. Las acciones indicadas son tres: la predicación, el sacramento de la reconciliación y la piedad popular con sus devociones.
143. En cuanto a la predicación, sobre todo la homilía dominical y también las otras formas de predicación extraordinaria (misiones populares, novenas, homilías en ocasión de funerales, bautismos, matrimonios, fiestas) son verdaderamente un instrumento privilegiado para el primer anuncio. Por este motivo, como ha pedido la precedente Asamblea General Ordinaria, las predicaciones han de ser preparadas con cuidado, prestando atención al corazón del mensaje que se desea transmitir, al carácter cristológico que deben tener, al uso del lenguaje, que debe suscitar la escucha y la conversión de la asamblea[76].
144. El sacramento de la reconciliación tiene su significado originario en la experiencia viva del rostro de la misericordia de Dios Padre para la conversión y el crecimiento de cada penitente y de la comunidad que celebra este sacramento. Para que este sacramento favorezca la evangelización, suscitando el sentido del pecado, bastaría poner en práctica en modo ordinario y habitual lo que está previsto en el Rito, es decir, que se comience con la proclamación de un pasaje bíblico a la luz del cual se pueda examinar la propia conciencia, y discernir la propia distancia respecto a la voluntad de Dios y del Evangelio[77]. Así se reproduciría el camino bien conocido de los Hechos de los Apóstoles: de la proclamación de la Palabra al arrepentimiento para la remisión de los pecados (cf. Hch 2,14-47).
145. Además, la piedad popular con sus devociones a María, en particular, y a los santos, en los lugares sacros, los santuarios, para vivir itinerarios de penitencia y de espiritualidad, se revela cada vez más como una vía muy actual y original. En las peregrinaciones y en las devociones, las personas pueden ser introducidas en la vía experimental en la fe y en los grandes interrogantes existenciales, que tocan también la conversión de la propia vida. Se vive la experiencia comunitaria de la fe, que abre nuevas visiones del mundo y de la vida. Trabajar para que la riqueza de la oración cristiana sea bien custodiada en estos lugares de conversión es seguramente un desafío para la nueva evangelización.
En particular, para el culto mariano, la nueva evangelización no puede sino hacer suyas las palabras del Concilio Vaticano II: «El santo Concilio enseña de propósito esta doctrina católica y amonesta a la vez a todos los hijos de la Iglesia que fomenten con generosidad el culto a la Santísima Virgen, particularmente el litúrgico; que estimen en mucho las prácticas y los ejercicios de piedad hacia ella recomendados por el Magisterio en el curso de los siglos [...] Recuerden, finalmente, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes»[78].
146. Las respuestas indican otras prácticas que merecen ser mencionadas en vista del debate sinodal, como instrumentos capaces de dar forma a la exigencia del primer anuncio. En primer lugar se hace referencia a las misiones populares, organizadas en el pasado a intervalos regulares en las parroquias, como una forma de despertar las inquietudes espirituales de los cristianos del lugar. Promover y dar forma hoy a un instrumento similar es uno de los pedidos contenidos en más de una respuesta, integrando las misiones populares en las prácticas comunitarias de escucha y de anuncio de la Palabra de Dios, hoy tan difundidas en las comunidades cristianas. También son consideradas óptimas ocasiones para un primer anuncio todas aquellas acciones pastorales que tienen como objeto la preparación al sacramento del matrimonio. Estas prácticas no son vistas como una simple y directa preparación a este específico sacramento, sino más bien como verdaderos caminos de reapropiación y de maduración de la fe cristiana. Finalmente, se pide que se incluya entre las acciones del primer anuncio, también el cuidado y la atención que las comunidades cristianas reservan al momento del sufrimiento y de la enfermedad.
Transmitir la fe, educar al hombre
147. Los Lineamenta han propuesto entre la iniciación en la fe y la educación una relación, que ha sido percibida en profundidad. No se puede evangelizar si al mismo tiempo no se educa al hombre para ser verdaderamente sí mismo: la evangelización lo exige como vínculo directo. Al encontrar a Cristo, el misterio del hombre encuentra su verdadera luz, como afirma el Concilio Vaticano II[79]. La Iglesia posee, en este sentido, una tradición de recursos pedagógicos, reflexión e investigación, instituciones, personas —consagradas y no consagradas, reunidas en órdenes religiosas, en congregaciones, en institutos— capaces de ofrecer una presencia significativa en el mundo de la escuela y de la educación.
148. Con diferencias elocuentes, dictadas por la geografía de la sociedad y de la historia del catolicismo en cada nación, es un dato común que la Iglesia ha consumado, y sigue consumando, grandes energías en la tarea educativa. Escuelas y universidades católicas están presentes en las Iglesias particulares. A este respecto, las respuestas ofrecen una descripción detallada del trabajo educativo desarrollado, y de los frutos que tal trabajo ha producido y continúa produciendo en muchos lugares. El desarrollo pasado y presente de algunas naciones es deudor de este esfuerzo educativo cumplido por la Iglesia.
149. Esta tarea educativa, hoy se desarrolla en un contexto cultural en el cual cada forma de acción educativa aparece más difícil y crítica, a tal punto que el mismo Papa Benedicto XVI ha hablado de «emergencia educativa»[80], aludiendo a la especial urgencia de transmitir a las nuevas generaciones los valores básicos de la existencia y de un recto comportamiento. Por lo tanto, crece en igual medida, la exigencia de una educación auténtica y de educadores que sean realmente tales. Un pedido semejante es formulado: por padres preocupados por el futuro de los propios hijos; por docentes, que viven la triste experiencia del degrado de la escuela; por la misma sociedad que ve minada las bases mismas de la convivencia.
150. En este contexto el empeño de la Iglesia por educar en la fe, en el seguimiento y en el testimonio del Evangelio, asume el valor de una contribución a la sociedad para sacarla de la crisis educativa que la aflige. En el campo educativo, las respuestas describen una Iglesia que tiene mucho para dar, como la idea de educación que ha sabido difundir en el mundo, con el primado de la persona y de su formación, así como también la voluntad de dar una auténtica educación, abierta a la verdad, de la cual forma parte el encuentro con Dios y la experiencia de la fe.
151. Todavía más profundamente, algunas respuestas dan ulterior valor y resalto a este empeño educativo de parte de la Iglesia, porque es un instrumento para poner en evidencia la raíz antropológica y metafísica del actual desafío acerca de la educación. Las raíces de la emergencia educativa actual pueden ser descubiertas en el imponerse tanto de una antropología caracterizada por el individualismo, como de un doble relativismo, que reduce la realidad a una mera materia manipulable y la revelación cristiana a un mero proceso histórico privado de carácter sobrenatural.
152. Así describe el Papa Benedicto XVI estas raíces: «Una raíz esencial consiste, a mi parecer, en un falso concepto de autonomía del hombre: el hombre debería desarrollarse sólo por sí mismo, sin imposiciones de otros, los cuales podrían asistir a su autodesarrollo, pero no entrar en este desarrollo. [...] La segunda raíz de la emergencia educativa yo la veo en el escepticismo y en el relativismo o, con palabras más sencillas y claras, en la exclusión de las dos fuentes que orientan el camino humano. La primera fuente debería ser la naturaleza; la segunda, la Revelación. [...] Por esto es fundamental encontrar un concepto verdadero de la naturaleza como creación de Dios que nos habla a nosotros; el Creador, mediante el libro de la creación, nos habla y nos muestra los valores verdaderos. Así recuperar también la Revelación: reconocer que el libro de la creación, en el cual Dios nos da las orientaciones fundamentales, es descifrado en la Revelación»[81].
Fe y conocimiento
153. El mismo tipo de relación que existe entre fe y educación, se percibe también entre fe y conocimiento. El texto de los Lineamenta explicitaba esta relación a través del concepto elaborado por el Papa Benedicto XVI de «ecología humana»[82]. Al indicar las consecuencias de una crisis que podría afectar la firmeza de la sociedad en su conjunto, el Santo Padre indica como posibilidad para evitar tal riesgo, el desarrollo de una ecología del hombre, adecuadamente entendida, es decir, según una comprensión del mundo y del desarrollo de la ciencia que tenga presente todas las exigencias del hombre, comprendidas la apertura a la verdad y la originaria relación con Dios.
154. La fe cristiana sostiene la inteligencia en la comprensión del equilibrio profundo que sustenta la estructura de la existencia y de su historia. La fe desarrolla esta operación no de un modo genérico o desde el externo, sino haciendo partícipe a la razón de la sed de saber, de la sed de búsqueda, orientándola hacia el bien del hombre y del cosmos. La fe cristiana contribuye a la comprensión del contenido profundo de las experiencias fundamentales del hombre. Es una tarea —la de esta confrontación crítica y de orientación— que el catolicismo desarrolla desde hace tiempo, como muchas respuestas lo han afirmado, indicando instituciones, centros de investigación y universidades, que son frutos de la intuición y del carisma de algunos o de la atención educativa de las Iglesias particulares, que han hecho de esta realidad uno de sus principales objetivos.
155. Sin embargo, existe el siguiente motivo de preocupación: la constatación que no es fácil entrar en el espacio común de la investigación y del desarrollo del conocimiento en las diversas culturas. En efecto, se tiene la impresión que a la razón cristiana le cueste encontrar interlocutores en esos ambientes que en nuestros días detentan las energías y el poder en el mundo de la investigación, sobre todo en el campo tecnológico y económico. Esta situación ha de ser interpretada como un desafío para la Iglesia y, por lo tanto, constituye un campo de particular atención para la nueva evangelización.
156. En continuidad con la Tradición de la Iglesia, colocándose en la línea de la Encíclica Fides et ratio del beato Juan Pablo II, el Papa Benedicto XVI ha frecuentemente abierto el debate de la complementariedad entre la fe y la razón. La fe ensancha los horizontes de la razón y la razón preserva la fe de posibles derivaciones irracionales, o de los abusos de la religión. Siempre atenta a la dimensión intelectual de la educación, de la cual son testigos numerosas universidades e institutos superiores de estudio, la Iglesia se empeña en la pastoral universitaria para favorecer el diálogo con los hombres de ciencia. En este campo un puesto particular corresponde a los científicos cristianos: ellos han de dar testimonio, con la propia actividad y sobre todo con la vida, que la razón y la fe son dos alas que conducen a Dios[83], que la fe cristiana y la ciencia, rectamente entendidas, pueden enriquecerse recíprocamente para el bien de la humanidad. El único límite del progreso científico es la salvaguardia de la dignidad de la persona humana, creada a imagen de Dios, que no debe ser objeto sino sujeto de la investigación científica y tecnológica.
157. En este capítulo, dedicado a la relación entre fe y conocimiento, ha de colocarse la indicación contenida en las respuestas sobre el arte y la belleza, como lugar de transmisión de la fe. Las razones que permiten sostener este aspecto son explicadas en modo articulado, sobre todo por aquellas Iglesias, radicadas en su tradición —como las Iglesias Católicas Orientales— que han sabido mantener una relación muy estrecha del binomio fe y belleza. En estas tradiciones, la relación entre fe y belleza no es una simple aspiración estética. Por el contrario, dicha relación es vista como un recurso fundamental para dar testimonio de la fe y para desarrollar un saber que sea verdaderamente un “integral” servicio a la totalidad del ser humano.
Este conocimiento a través de la belleza permite, como en la liturgia, asumir la realidad visible en su papel originario de manifestación de la comunión universal, a la cual el hombre es llamado por Dios. Es necesario, por lo tanto, que el saber humano sea de nuevo unido a la sabiduría divina, es decir, a la visión de la creación que Dios Padre tiene y que, a través del Espíritu y del Hijo, se encuentra en todo lo creado.
En el cristianismo urge salvaguardar este papel originario de la belleza. La nueva evangelización ha de desarrollar, en este sentido, una función importante. La Iglesia, reconoce que el ser humano no vive sin la belleza. Para el cristiano la belleza está en el misterio pascual, en la transparencia de la realidad de Cristo.
El fundamento de toda pastoral evangelizadora
158. El texto de los Lineamenta concluía el capítulo dedicado al análisis de las prácticas pastorales con la intuición de Pablo VI: para evangelizar la Iglesia no tiene necesidad solamente de renovar sus estrategias, sino más bien aumentar la calidad de su testimonio; el problema de la evangelización no es una cuestión organizativa o estratégica, sino más bien espiritual. «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio [...] Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra de santidad»[84]. Muchas Iglesias particulares se han reconocido en estas palabras, acerca de la necesidad de tener testigos que sepan evangelizar sobre todo con la propia vida y con el ejemplo. Comparten la certeza que, al final, el secreto último de la nueva evangelización es la respuesta a la llamada a la santidad de cada cristiano. Puede evangelizar sólo quien a su vez se ha dejado y se deja evangelizar, quien es capaz de dejarse renovar espiritualmente por el encuentro y por la comunión vivida con Jesucristo. El testimonio cristiano es un conjunto de gestos y palabras[85]. El testimonio constituye el fundamento de toda práctica de evangelización porque crea la relación entre anuncio y libertad: «Nos convertimos en testigos cuando, por nuestras acciones, palabras y modo de ser, aparece Otro y se comunica. Se puede decir que el testimonio es el medio con el que la verdad del amor de Dios llega al hombre en la historia, invitándolo a acoger libremente esta novedad radical. En el testimonio Dios, por así decir, se expone al riesgo de la libertad del hombre»[86].
Centralidad de las vocaciones
159. En esta prospectiva se espera que el próximo Sínodo se concentre explícitamente sobre el tema de la centralidad de la cuestión vocacional para la Iglesia hoy. Se espera que el Sínodo sobre la nueva evangelización ayude a todos los bautizados a ser más conscientes del propio compromiso misionero y evangelizador. Frente a los escenarios de la nueva evangelización, los testigos, para ser creíbles deben saber hablar los lenguajes de su tiempo, anunciando así desde adentro las razones de la esperanza que los anima. Se espera que todo el camino de preparación y de recepción del trabajo sinodal sirva para estimular nuevamente y aumentar el esfuerzo y la dedicación de tantos cristianos que ya trabajan para el anuncio y la transmisión de la fe; que sea un momento de sostén y de confirmación para las familias y el papel que ellas desarrollan. Más específicamente, el Sínodo deberá prestar una particular atención al ministerio presbiteral y a la vida consagrada, en la esperanza de poder ofrecer a la Iglesia el fruto de nuevas vocaciones sacerdotales, lanzando nuevamente el empeño de una clara y decidida pastoral vocacional.
160. A este respecto, más de una respuesta ha indicado cómo, uno de los signos más evidentes de la debilitación de la experiencia cristiana es, precisamente, el debilitamiento de las vocaciones, que se relaciona tanto con la disminución y la defección de las vocaciones de especial consagración en el sacerdocio ministerial y en la vida consagrada, como con la difundida debilidad referida a la fidelidad a las grandes decisiones existenciales, por ejemplo en el matrimonio. Estas respuestas esperan que la reflexión sinodal retome la problemática, que se relaciona estrechamente con la nueva evangelización, no tanto para constatar la crisis, y no sólo para reforzar una pastoral vocacional que ya se encuentra en acto, sino más bien, y más profundamente, para promover una cultura de la vida entendida como vocación.
161. En la transmisión de la fe es necesario tener debidamente en cuenta la educación orientada a concebirse a sí mismo en relación con Dios que llama. Son válidas las palabras del Papa Benedicto XVI: «El Sínodo, al destacar la exigencia intrínseca de la fe de profundizar la relación con Cristo, Palabra de Dios entre nosotros, ha querido también poner de relieve el hecho de que esta Palabra llama a cada uno personalmente, manifestando así que la vida misma es vocación en relación con Dios. Esto quiere decir que, cuanto más ahondemos en nuestra relación personal con el Señor Jesús, tanto más nos daremos cuenta de que Él nos llama a la santidad mediante opciones definitivas, con las cuales nuestra vida corresponde a su amor, asumiendo tareas y ministerios para edificar la Iglesia. En esta perspectiva, se entiende la invitación del Sínodo a todos los cristianos para que profundicen su relación con la Palabra de Dios en cuanto bautizados, pero también en cuanto llamados a vivir según los diversos estados de vida. Aquí tocamos uno de los puntos clave de la doctrina del Concilio Vaticano II, que ha subrayado la vocación a la santidad de todo fiel, cada uno en el propio estado de vida»[87]. Uno de los signos de la eficacia de la nueva evangelización será el redescubrimiento de la vida como vocación y el surgimiento de vocaciones en el seguimiento radical de Cristo.
Conclusión
«Vosotros recibiréis una fuerza cuando el Espíritu Santo
venga sobre vosotros» (Hch 1,8)
162. Con su venida entre nosotros, Jesucristo nos ha comunicado la vida divina que transfigura la faz de la tierra, haciendo nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5). Su Revelación nos ha comprometido no solamente como destinatarios de la salvación que nos ha sido dada, sino también como sus anunciadores y testigos. El Espíritu del Resucitado nos hace capaces de anunciar eficazmente el Evangelio en todo el mundo. Esta ha sido la experiencia de la primera comunidad cristiana, que veía la difusión de la Palabra mediante la predicación y el testimonio (cf. Hch 6,7).
163. Cronológicamente, la primera evangelización comenzó el día de Pentecostés, cuando los Apóstoles, reunidos todos juntos en el mismo lugar en oración con la Madre de Cristo, recibieron el Espíritu Santo (cf. Hch 1,14; 2,1-3). Aquella, que según las palabras del Arcángel es «llena de gracia» (Lc 1,28), se encuentra así en el camino de la evangelización apostólica, y en todos los caminos sobre los cuales los sucesores de los Apóstoles han caminado para anunciar el Evangelio.
164. Nueva evangelización no significa “nuevo Evangelio”, porque «Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y por los siglos» (Hb 13,8). Nueva evangelización significa dar una respuesta adecuada a los signos de los tiempos, a las necesidades de los hombres y de los pueblos de hoy, a los nuevos escenarios que muestran la cultura a través de la cual expresamos nuestra identidad y buscamos el sentido de nuestras existencias. Nueva evangelización significa promoción de una cultura más profundamente radicada en el Evangelio. Quiere decir descubrir «el hombre nuevo» (Ef 4,24), que está en nosotros gracias al Espíritu que nos ha sido dado por Jesucristo y por el Padre. La celebración de la próxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos será para la Iglesia como un nuevo Cenáculo, en el cual los sucesores de los Apóstoles, reunidos en oración junto con la Madre de Cristo, que ha sido invocada como «Estrella de la Nueva Evangelización»[88], prepararan los caminos de la nueva evangelización.
165. Dejemos una vez más que las palabras del Papa Juan Pablo II, que se ha empeñado tanto en la nueva evangelización, nos expliquen el contenido de esta expresión: «He repetido muchas veces en estos años la “llamada” a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: “¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Co 9,16). Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos “especialistas”, sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo. Es necesario un nuevo impulso apostólico que sea vivido, como compromiso cotidiano de las comunidades y de los grupos cristianos»[89].
Jesucristo, Evangelio que da esperanza
166. Hoy nosotros advertimos la necesidad de un principio que nos dé esperanza, que nos permita mirar al futuro con los ojos de la fe, sin las lágrimas de la desesperación. Como Iglesia tenemos este principio, esta fuente de esperanza: Jesucristo, muerto y resucitado, presente en medio a nosotros con su Espíritu, que nos comunica la experiencia de Dios. Sin embargo, tenemos a menudo la impresión que no logramos dar forma concreta a esta esperanza, que no logramos “hacerla nuestra”, que no logramos transformarla en palabra viva para nosotros y para nuestros contemporáneos, que no la asumimos como fundamento de nuestras acciones pastorales y de nuestra vida eclesial.
A este respecto, tenemos una palabra clave muy clara para una pastoral presente y futura: nueva evangelización, es decir, nueva proclamación del mensaje de Jesús, que infunde alegría y nos libera. Esta palabra clave alimenta la esperanza de la cual sentimos necesidad: la contemplación de la Iglesia, nacida para evangelizar, conoce la fuente profunda de las energías para el anuncio.
«Confiados en nuestro Dios, tuvimos la valentía de predicaros el Evangelio de Dios entre frecuentes luchas» (1 Ts 2,2,). La nueva evangelización nos estimula a un testimonio de la fe que frecuentemente asume la imagen del combate y de la lucha. La nueva evangelización hace cada vez más fuerte la relación con Cristo Señor, pues sólo en Él es posible encontrar la certeza, para mirar hacia el futuro, y la garantía de un amor auténtico y duradero.
La alegría de evangelizar
167. Nueva evangelización significa dar razón de nuestra fe, comunicando el Logos de la esperanza al mundo que aspira a la salvación. Los hombres tienen necesidad de la esperanza para poder vivir el propio presente. Por ello, la Iglesia es misionera en su esencia y ofrece la Revelación del rostro de Dios, que en Jesucristo ha asumido un rostro humano y nos ha amado hasta el final. Las palabras de vida eterna, que se nos dan en el encuentro con Jesucristo, son para todos, para cada hombre. Toda persona de nuestro tiempo, lo sepa o no, tiene necesidad de este anuncio.
168. Precisamente la ausencia de este conocimiento genera solitud y desaliento. Entre los obstáculos a la nueva evangelización debe mencionarse la falta de alegría y de esperanza, que análogas situaciones crean y difunden entre los hombres de nuestro tiempo. A menudo esta falta de alegría y esperanza es tan fuerte que incide en la misma vida de nuestras comunidades cristianas. La nueva evangelización es propuesta en estos contextos como una medicina para dar alegría y vida, contra cualquier tipo de miedo. En situaciones similares la renovación de nuestra fe se transforma en un imperativo, como nos pide el Santo Padre Benedicto XVI: «Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, [la fe] nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin»[90].
169. Por lo tanto, afrontemos la nueva evangelización con entusiasmo. Aprendamos la dulce y reconfortante alegría de evangelizar, aun cuando parezca que el anuncio sea un sembrar entre lágrimas (cf. Sal 126,6). El mundo, que busca respuestas a los grandes interrogantes acerca del sentido de la vida y la verdad, podrá vivir con renovada sorpresa la alegría de encontrar testigos del Evangelio que, con la simplicidad y la credibilidad de la propia vida sepan mostrar la fuerza transformadora de la fe cristiana. Como afirma el Papa Pablo VI: «Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá que el mundo actual – que busca a veces con angustia, a veces con esperanza – pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo»[91]. «No temáis»: es la palabra del Señor (cf. Mt 14,27) y del ángel (cf. Mt 28,5) que sostiene la fe de los anunciadores, dándoles fuerza y entusiasmo. Sea también ésta la palabra de los anunciadores, que sostienen y nutren el camino de cada hombre hacia el encuentro con Dios. «¡No temáis!» sea la palabra de la nueva evangelización, con la cual la Iglesia, animada por el Espíritu Santo anuncia «hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8) Jesucristo, Evangelio de Dios para la fe de los hombres.
Notas
[1] Cf. Benedicto XVI, Porta Fidei. Carta Apostólica en forma de motu proprio con la cual se convoca el Año de la Fe (11 de octubre de 2011): AAS 103 (2011) 723-734.
[2] Benedicto XVI, Homilía para el comienzo del ministerio petrino del Obispo de Roma (24 de abril de 2005): AAS 97 (2005) 710.
[3] Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 2: AAS 83 (1991) 251.
[4] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes, 1. 4.
[5] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 2.
[6] Cf. ibid., 1.
[7] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes, 22.
[8] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 17. 35.
[9] Cf. ibid., 23; Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio pastoral de los Obispos en la Iglesia Christus Dominus, 2.
[10] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 28; Id., Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, 2. 4.
[11] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 31; Id., Decreto sobre el apostolado de los laicos Apostolicam Actuositatem, 2. 6.
[12] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 39-40.
[13] Cf. Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 52: AAS 68 (1976) 40-41.
[14] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 6.
[15] Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 56: AAS 68 (1976) 46.
[16] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal Christifideles laici (30 de diciembre de 1988), 34: AAS 81 (1989) 454-455.
[17] Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana con ocasión de las felicitaciones navideñas (22 de diciembre de 2005): AAS 98 (2006) 46.
[18] Benedicto XVI, Porta Fidei. Carta Apostólica en forma de motu proprio con la cual se convoca el Año de la Fe (11 de octubre de 2011), 5: AAS 103 (2011) 725; Cf. Discurso a la Curia Romana con ocasión de las felicitaciones navideñas (22 de diciembre de 2005): AAS 98 (2006) 52.
[19] Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus caritas est (25 de diciembre de 2005), 1: AAS 98 (2006) 217-218.
[20] Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 7: AAS 68 (1976) 9.
[21] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Divina Revelación Dei Verbum, 4.
[22] Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 13-14: AAS 68 (1976) 12-13.
[23] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 21.
[24] Cf. Congregación para la Doctrina de la fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización (3 de diciembre de 2007), 2: AAS 100 (2008) 490.
[25] Benedicto XVI, Homilía durante la Misa celebrada en la Explanada de la Nueva Feria de Munich (10 de septiembre de 2006): L’Osservatore Romano (edición española, 15 de septiembre de 2006), p. 12.
[26] Concilio Ecuménico Vaticano II, Declaración sobre la libertad religiosa Dignitatis humanae, 11.
[27] Congregación para la Doctrina de la fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización (3 de diciembre de 2007), 3: AAS 100 (2008) 491.
[28] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 7.
[29] Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 15: AAS 68 (1976) 14-15.
[30] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 5. 11. 12.
[31] Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 80: AAS 68 (1976) 74.
[32] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 6.
[33] Benedicto XVI, Carta Apostólica en forma de motu proprio Ubicumque et semper (21 de septiembre de 2010: AAS 102 (2010) 789.
[34] Juan Pablo II, Discurso a la XIX Asamblea del CELAM (Port au Prince, 9 de marzo de 1983), 3: AAS 75 I (1983) 778.
[35] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in Europa (28 de junio de 2003), 2.45: AAS 95 (2003) 650; 677. Todas las Asambleas sinodales continentales celebradas como preparación al Jubileo del 2000 se han ocupado de la nueva evangelización: cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in Africa (14 de septiembre de 1995), 57.63: AAS 85 (1996) 35-36, 39-40; Id., Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in America (22 de enero de 1999), 6.66: AAS 91 (1999) 10-11, 56; Id., Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in Asia (6 de noviembre de 1999), 2: AAS 92 (2000) 450-451; Id., Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in Oceania (22 de noviembre de 2001), 18: AAS 94 (2002) 386-389.
[36] «En cierto sentido, la historia viene en ayuda de la Iglesia a través de distintas épocas de secularización que han contribuido en modo esencial a su purificación y reforma interior»: Benedicto XVI, Discurso durante el Encuentro con los católicos comprometidos en la Iglesia y la sociedad (Friburgo, 25 de septiembre de 2011): AAS 103 (2011) 677.
[37]Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de1990), 37: AAS 83 (1991) 282-286.
[38] Ibid., 34: AAS 83 (1991) 279-280.
[39] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal Christifideles laici (30 de diciembre de 1988), 26: AAS 81 (1989) 438. Cf. también n. 34: AAS 81 (1989) 455.
[40] Benedicto XVI, Carta Apostólica en forma de motu proprio Ubicumque et semper (21 de septiembre de 2010: AAS 102 (2010) 790-791.
[41]Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 33: AAS 83 (1991) 278-279.
[42] Congregación para la Doctrina de la fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización (3 de diciembre de 2007), 12: AAS 100 (2008) 501.
[43] Cf. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Africae munus (19 de noviembre de 2011), 160: Libreria Editrice Vaticana, Vaticano 2011, p. 123.
[44] Ibid., 165. 171: pp. 126, 129-130.
[45] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Divina Revelación Dei Verbum, 7.
[46] Ibid., 10.
[47] Pablo VI, Exhortación Apostólica Petrum et Paulum Apostolos, en el XIX centenario del martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo (22 de febrero de 1967): AAS 59 (1967)196; citado en: Benedicto XVI, Porta Fidei. Carta Apostólica en forma de motu proprio con la cual se convoca el Año de la Fe (11 de octubre de 2011), 4: AAS 103 (2011) 725.
[48] Benedicto XVI, Porta Fidei. Carta Apostólica en forma de motu proprio con la cual se convoca el Año de la Fe (11 de octubre de 2011), 11: AAS 103 (2011) 731.
[49] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum concilium, 2 y 6.
[50] Benedicto XVI, Porta Fidei. Carta Apostólica en forma de motu proprio con la cual se convoca el Año de la Fe (11 de octubre de 2011), 9: AAS 103 (2011) 728.
[51] Cf. Juan Pablo II, Constitución Apostólica Fidei depositum (11 de octubre de 1992): AAS 86 (1994) 116.
[52] Benedicto XVI, Porta Fidei. Carta Apostólica en forma de motu proprio con la cual se convoca el Año de la Fe (11 de octubre de 2011), 10: AAS 103 (2011) 728-729.
[53] Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Catechesi tradendae (16 de octubre de 1979), 55: AAS 71 (1979) 1322-1323.
[54] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 26.
[55] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 4.
[56] Cf. Juan Pablo II, Mensaje a los participantes en el congreso mundial de los movimientos eclesiales promovido por el Pontificio Consejo para los Laicos (27 de mayo de 1998): L’Osservatore Romano (edición española, 5 de junio de 1998), p. 11.
[57] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 10 e 11.
[58] Cf. ibid., 12, 31, 35.
[59] Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal Christifideles laici (30 de diciembre de 1988), 33-34: AAS 81 (1989) 453-457.
[60] Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 46: AAS 68 (1976) 36.
[61] Ibid., 19: AAS 68 (1976) 18.
[62] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio, 1.
[63] Cf. Benedicto XVI, Mensaje para la celebración de la XLIV Jornada Mundial de la Paz “Libertad religiosa, camino para la paz” (8 de diciembre de 2010): AAS 103 (2011) 46-58.
[64] Concilio Ecuménico Vaticano II, Declaración sobre la libertad religiosa Dignitatis humanae, 3.
[65] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización (3 de diciembre de 2007), 4-8: AAS 100 (2008) 491-496.
[66] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 15. 19.
[67] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes, 44.
[68] Ibid., 44.
[69] Cf. Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 29: AAS 68 (1976) 25.
[70] Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in veritate (29 de junio de 2009), 15: AAS 101 (2009) 651-652.
[71] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Africae munus (19 de noviembre de 2011), 169: Libreria Editrice Vaticana, Vaticano 2011, p. 129.
[72] Cf. Ordo Initiationis Christianae Adultorum, Editio typica, 1972.
[73] «Por su naturaleza misma, el Bautismo de niños exige un catecumenado postbautismal. No se trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior al Bautismo, sino del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el crecimiento de la persona. Es el momento propio de la catequesis.»: Catecismo de la Iglesia Católica, 1231.
[74] Cf. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum caritatis (22 de febrero de 2007), 18: AAS 99 (2007) 119.
[75] Ibid, 18: AAS 99 (2007) 119.
[76] Cf. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010), 59: AAS 102 (2010) 738-739.
[77] Cf. Ordo paenitentiae. Rituale romanum, Editio typica, 1974, 17.
[78] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 67.
[79]Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes, 22.
[80] Benedicto XVI, Discurso en la inauguración de los trabajos de la Asamblea Diocesana de Roma (Roma, 11 de junio de 2007): AAS 99 (2007) 680.
[81] Benedicto XVI, Discurso a los participante en la 61ª Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana (27 de mayo de 2010): L’Osservatore Romano (edición española, 6 de junio de 2010), p. 3.
[82] Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in veritate (29 de junio de 2009), 51: AAS 101 (2009) 687.
[83]Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Fides et ratio (14 de septiembre de 1998): AAS 91 (1999) 5.
[84] Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 41: AAS 68 (1976) 31-32.
[85] Cf. ibid., 22: AAS 68 (1976) 20; Benedicto XVI, Exhortación Apostólica postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010), 97s.: AAS 102 (2010) 767-769.
[86] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum caritatis (22 de febrero de 2007), 85: AAS 99 (2007) 170.
[87] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010), 77: AAS 102 (2010) 750.
[88] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in America (22 de enero de 1999), 11: AAS 91 (1999) 747; Id., Carta Apostólica Novo millennio ineunte (6 de enero de 2001), 58: AAS 93 (2001) 309.
[89] Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo millennio ineunte (6 de enero de 2001), 40: AAS 93 (2001) 294.
[90] Benedicto XVI, Porta Fidei. Carta Apostólica en forma de motu proprio con la cual se convoca el Año de la Fe (11 de octubre de 2011), 15: AAS 103 (2011) 734.
[91] Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 80: AAS 68 (1976) 75.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |
El trabajo como quicio de la santificación en medio del mundo. Reflexiones antropológicas |