Si la belleza es como la tarjeta de presentación del ser, entonces no puede extrañar que hoy ocupe un lugar prioritario en el anuncio de la fe, que tanto depende del testimonio cristiano, concretamente del testimonio del catequista y de todo educador en la fe
(Una versión anterior se publicó en Actualidad Catequética nn. 245-246 [2015] 135-150)
El catecismo Testigos del Señor se sitúa en la estela de la tradición de los catecismos de la Conferencia episcopal española. De acuerdo con las orientaciones del magisterio de la Iglesia y en línea con la catequesis actual, asume el denominado “camino de la belleza” (Via pulchritudinis)[1], como se puede ver no solo por las imágenes que utiliza sino también en su mismo método.
En este estudio sobre el catecismo Testigos del Señor en el camino de la belleza, seguimos el esquema de las páginas que la Guía básica del catecismo dedica al tema[2], tratando de profundizar lo que ahí se afirma.
Hoy la catequesis está participando plenamente en el redescubrimiento de la belleza para la educación y para la educación en la fe. En la encrucijada de los desafíos actuales, concretamente en Europa tras los atentados de París y Copenhague, se ven necesarios nuevos caminos y espacios de diálogo y encuentro, para poder narrarse, desde muy distintas perspectivas culturales, el sentido de la vida, de modo que la humanidad, sobre todo de los jóvenes, se sienta atraída hacia la razón y la libertad. Una pregunta entonces, por nuestra parte, sería: “Nosotros, cristianos, ¿creemos todavía en la capacidad que tiene la fe que hemos recibido de provocar un atractivo en aquellos con los que nos encontramos? ¿Creemos todavía en la fascinación victoriosa de su desnuda belleza?”[3]
Si la belleza es como la tarjeta de presentación del ser, entonces no puede extrañar que hoy ocupe un lugar prioritario en el anuncio de la fe, que tanto depende del testimonio cristiano, concretamente del testimonio del catequista y de todo educador en la fe. En este ámbito, la belleza es el resplandor de la fe vivida que se ofrece y propone a través de la persona del educador.
Como el papa Francisco señala, el catequista debe “salir” cada vez más por los caminos de la creatividad, para ser capaz de transmitir fielmente lo que él ha recibido para sí y para otros; pues, en efecto, la educación de la fe es una cuestión, antes que nada, de “vida”, de experiencia y de actitud ante la vida, de vida cristiana, que pide ser también cuidadosamente transmitida en sus contenidos intelectuales y desarrollada en sus consecuencias morales, sociales y culturales.
Al servicio de este camino de belleza, como tratamos de mostrar en las páginas que siguen, se sitúa el catecismo de la Conferencia Episcopal Española Testigos del Señor.
El redescubrimiento de la belleza para la educación y para la educación en la fe
Después de los pensadores griegos y medievales, y de nuevo en los siglos XVIII y XIX, en los que se dio gran importancia a la belleza, durante el siglo XX apenas fue atendida hasta la última década, en que se da un redescubrimiento de la belleza para la filosofía[4] y la educación[5], y concretamente en relación con la fe y el arte cristianos[6].
En nuestros días la belleza se plantea con frecuencia al margen del contexto clásico, que la ve estrechamente vinculada a la verdad y al bien, según Platón. Sin embargo, de hecho la belleza sigue teniendo la fuerza que le corresponde precisamente en ese marco, de modo que la auténtica belleza es la que se une con la verdad y el bien. La belleza es según Platón esplendor de la verdad y potencia del bien[7]. Y ese contexto, ampliado en sus horizontes hasta la participación de la vida divina, es el de la fe cristiana y por tanto el de la educación en la fe, a través de la catequesis, la enseñanza de la religión o la predicación. Baste recordar cómo Benedicto XVI aludía a la Iglesia como “el don más bello”[8] o veía en ella “ese abrazo de Dios en el que los hombres aprenden también a abrazar a sus hermanos”[9]. O cómo el papa Francisco presenta, en su mensaje de Cuaresma de este año, a la Iglesia como la mano que mantiene abierta la puerta de la relación de Dios con los hombres[10].
Hoy nos replanteamos un poco por todas partes el sentido y el lugar, en la comunicación y en la educación, de las imágenes y de los símbolos[11], sobre todo en relación con las nuevas tecnologías. Sin desconocer sus riesgos, estamos llamados a considerar su lenguaje como una potencial riqueza para el conocimiento humano y para la vida y profundización de la fe cristiana; y, por tanto, como una llamada a la responsabilidad de los cristianos especialmente en los campos de la educación y de la comunicación[12].
Pues bien, el catecismo Testigos del Señor −dice la Guía básica− utiliza principalmente el lenguaje de los documentos de la fe (y ello se refleja por ejemplo en las “fórmulas de fe”). A la vez “la explicación de los contenidos es enriquecida por otros lenguajes, adaptados a los niños y adolescentes, entre los que sobresalen el lenguaje dialogal −comenzando por la oración como diálogo con Dios− y el lenguaje a través de las imágenes”[13].
En la Iglesia están las fuentes de la belleza, le gusta señalar al papa Francisco cuando se pregunta cómo ayudar a aquellos que, como los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13 ss.), se han apartado de esas fuentes por no haberlas reconocido y quizá porque nosotros no hemos sabido presentárselas precisamente en su belleza[14]. ¿Cómo despertar esa fascinación por las fuentes de la belleza?
La Guía del catecismo Testigos del Señor señala los “lugares” donde puede encontrarse la belleza para la educación de la fe: el mundo creado, los valores personas, las realizaciones humanas, las obras de arte incluyendo el cine y la poesía, etc. Especial importancia reviste en este camino educativo de la belleza el presentar “modelos” de conducta personas que fueron capaces de unir en los valores, las virtudes y las normasmorales y cristianas[15].
En la raíz más profunda y a la vez en la cumbre de las fuentes de la belleza está la belleza de Cristo, redentor del hombre y del mundo. En Cristo –ha señalado Benedicto XVI– se ve que el Logos es también amor y que la belleza es el sello de la verdad[16]. Sí, el Hijo de Dios, Belleza eterna y Arte eterno, se nos muestra coronado de espinas, en cuya contemplación, mediada sin duda por la liturgia, dijo Dostoievski aquello de “la belleza salvará al mundo”[17].
Como nos muestran los santos, la belleza está también en aquellos aspectos de la voluntad de Dios para nosotros que nos cuesta comprender o llevar a cabo incluso en la vida cotidiana, de modo que debemos aspirar a realizar extraordinariamente lo más ordinario. Y en la presentación del catecismo Testigos del Señor escriben nuestros obispos: “No olvidéis que a veces nos toca vivir a contracorriente la belleza de la fe”[18]. La cruz forma parte esencial de la belleza en el camino cristiano, que no es otro que el de Cristo.
En este mismo contexto de la belleza de Cristo y su reflejo en la vida cristiana ordinaria dice San Josemaría en una de sus predicaciones: “Hay que reconocer a Cristo, que nos sale al encuentro, en nuestros hermanos los hombres. Ninguna vida humana es una vida aislada, sino que se entrelaza con otras vidas. Ninguna persona es un verso suelto, sino formamos todos parte de un mismo poema divino, que Dios escribe con el concurso de nuestra libertad”[19].
La belleza de Cristo se transmite a la vida cristiana y desde ahí al mundo, por medio de la fe, de la liturgia y de la caridad.
La fe, ya la forma germinal de confianza en sus semejantes, concierne también a los hombres que no creen, mucho más en aquellos que al menos desean creer y buscan creer. A veces reconocen la importancia de Dios para la vida de los hombres, o experimentan el deseo de luz en medio de la oscuridad, o como señala la encíclica Lumen fidei, intuyen, “a la vista de la grandeza y la belleza de la vida, que ésta sería todavía mayor con la presencia de Dios”[20].
Sobre la belleza de la liturgia ya hemos hecho referencia a propósito de Dostoievski. Precisamente por su belleza, la liturgia es en sí misma educadora[21]. Escribe el papa Francisco: “La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo”[22].
En la introducción de la Guía básica de Testigos del Señor, al explicar el hilo conductor de este catecismo se lee: “La belleza de la Vigilia pascual y la riqueza de los signos litúrgicos de esta noche santa ofrecen a Testigos del Señor un marco extraordinario para transmitir la fe a los niños y adolescentes de modo vivo, orgánico, sistemático y festivo; con la pedagogía del don y de la ternura con que Dios se acerca a nosotros en la Muerte y Resurrección de su Hijo”[23]. Con ello se deja sentado que este catecismo se inscribe, desde su mismo proyecto, núcleo y metodología en el camino de la belleza.
Al final de esa misma página insiste la Guía: “La Vigilia pascual, cargada de simbolismo y de belleza, nos hace gustar, agradecer y renovar el misterio central de nuestra salvación: la Pascua de Cristo que nos llena de vida y nos hace sus testigos en medio del mundo”[24].
En cuanto a la belleza de la caridad, es contante la apelación del papa Francisco a la responsabilidad de los cristianos, para que brille así el amor de Dios ante los hombres. Baste un pasaje de Evangelii gaudium: “La belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros, pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha”[25].
Ya hemos señalado que la belleza cristiana debe manifestarse en la vida diaria. Bajo la bóveda de la Capilla Sixtina, Benedicto XVI ha observado cómo de por sí la experiencia de lo bello “no aleja de la realidad, más bien lleva afrontar de lleno la vida cotidiana para liberarla de la oscuridad y transfigurarla, para hacerla luminosa, bella”[26]. La belleza −explica− nos pone en marcha, nos toca, nos hiere, y así es capaz de abrirnos al sentido profundo de nuestro existir y de nuestro compromiso cotidiano. Y así la belleza viene a ser −señala citando a Simone Weil− como un signo de la encarnación de Dios en el mundo[27].
En otra ocasión el papa Ratzinger se ha detenido para apuntar cómo una catedral gótica, una iglesia románica, una pieza de música sacra o un cuadro que nace de la fe y la expresa, nos pueden llevar hacia Dios, fuente de toda belleza, como les sucedía a artistas como Marc Chagall o Paul Claudel. En consecuencia, se nos anima a redescubrir el camino de la belleza también para la oración; con motivo de un viaje, de una excursión o de una visita turística; pues la contemplación de la belleza −ya sea en la naturaleza o en las obras de arte− nos puede permitir ser “heridos” por el rayo de la belleza, tocados por la luz del rostro de Dios, y así poder ser nosotros luz para nuestro prójimo[28].
Bien consciente de que la oración es arte y belleza, señala la Guía básica que este catecismo “Testigos del Señor es taller y fragua donde se hace experiencia del arte de acercarse a Dios, de hablar con él y escuchar su voz silenciosa”[29].
Al arte cristiano se le ha llamado −en un sentido más amplio que el género artístico-catequético de la Biblia pauperum, nacida al final de la Edad media− “Biblia de los pobres”. La prohibición del Deuteronomio de representar lo divino en imágenes para prevenir la idolatría (cf. Dt 4, 15-19) llevó en Oriente a prohibir la representación de Cristo y de los santos en el arte. Con la oración y la vida −derramada incluso en martirio− de los cristianos orientales, en el contexto de las controversias iconoclastas en los siglos VIII-IX d. C, el magisterio de la Iglesia dejó clara que la Encarnación del Hijo de Dios es la raíz última de las representaciones de Cristo y de los santos en los iconos[30]. Los iconos se convirtieron así en un elemento central de la liturgia cristiana en Oriente. Y su interpretación (lectura) y realización han sido semillas del arte cristiano que va adquiriendo características propias de los tiempos, lugares y culturas.
Ahora bien, los santos son “iconos vivos” de Cristo. Sus vidas son imágenes de la Belleza y primera palabra en el anuncio de la fe y de la evangelización[31]. El testimonio cristiano (martyria) es la “punta de lanza” de este camino de la belleza en la educación de la fe. La belleza de la tarea del catequista está sobre todo en su esfuerzo y compromiso por ser, efectivamente, memoria de Dios[32].
En la Guía de Testigos del Señor se cita a Juan Pablo II en su Carta a los artistas, cuando escribe que toda persona está llamada a hacer de la propia vida una obra de arte[33].
Cuando Andrei Rublev (en la película de Tarkovsky, 1966) lleva ya mucho tiempo sin pintar iconos, su viejo amigo Cyril le ruega que vuelva a ejercitar su arte para gloria de la Trinidad: “No hay pecado más terrible que dejar morir el don divino”[34]. Y al final de otra película El Festín de Babette (Gabriel Axel, 1987), la gran cocinera cita a uno de sus amigos exclamando: “Por todo el mundo resuena el grito del corazón del artista: ¡Permíteme hacer todo aquello de que soy capaz!”
Si tal debería ser el ideal de toda persona, más debe serlo de todo cristiano. Y sobre todo, ojalá los catequistas se planteen su tarea en estos términos, pues la pasión educativa forma parte esencial de la belleza que ellos han de transmitir, no solamente en los contenidos de lo que enseñan sino con sus mismas vidas y actitudes. En la educación de la fe es donde máximamente se cumple lo que suele decirse en materia de comunicación: el cómo es parte importante del qué, y sobre todo el mensajero forma parte del mensaje.
Para llevarlo a cabo conviene tomar nota de un consejo que Benedicto XVI da a los artistas y que nos sirve a todos. Puesto que la belleza deriva de la sinfonía entre la verdad y el bien o el amor, se trata de no separar nunca la creatividad de la verdad y del amor, no buscar nunca la belleza lejos de la verdad y el amor. Así concluye ese consejo: “Haced resplandecer la verdad en vuestras obras y haced de modo que su belleza suscite, en la mirada y en el corazón de quien las admira, el deseo de hacer bella y verdadera la existencia, toda existencia, enriqueciéndola con ese tesoro que no disminuye nunca, que hace de la vida una obra de arte y de cada hombre un artista extraordinario: la caridad, el amor”[35].
Tanto la experiencia histórica como la actual sobre la educación en la fe apuntan al arte y la belleza, como lugar de transmisión de la fe. Es interesante escuchar en esto a las Iglesias Católicas Orientales cuando confirman, con su experiencia de siglos[36] algo que señala el documento de trabajo para el Sínodo de la Nueva Evangelización:
“La relación entre fe y belleza no es una simple aspiración estética. Por el contrario, dicha relación es vista como un recurso fundamental para dar testimonio de la fe y para desarrollar un saber que sea verdaderamente un servicio ‘integral’ a la totalidad del ser humano”[37]. Lo que aquí planteamos como una dimensión esencial de la catequesis actual −la necesidad de la belleza−, va de la mano del arte cristiano y de la liturgia y se enraíza en la fe cristiana.
A este propósito Testigos del Señor recoge unas palabras del papa Francisco: “Anunciar a Cristo significa mostrar que creer en él y seguirlo no es solo algo verdadero y justo, sino también bello, capaz de colmar la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo, aun en medio de las pruebas”[38].
En este contexto es importante descubrir el papel de la belleza en relación con jerarquía de las verdades reveladas, tal como lo presenta Evangelii gaudium. Afirma que en el conjunto de las verdades reveladas y de su jerarquía hay un núcleo fundamental que pertenece al corazón del Evangelio: “Lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado”, y esto vale lo mismo para el dogma como para la moral cristiana[39]. En este sentido, cabría añadir que la belleza de la tarea catequética en su conjunto, en cuanto que se mueve por ese mismo amor de Cristo y lo manifiesta, es un servicio a la jerarquía y organicidad de las verdades de la fe.
Ya nos hemos referido varias veces a la unidad entre verdad y amor, que resplandece como belleza de la tarea catequética[40]. En esto debemos esforzarnos, dice Francisco, para que la belleza del Evangelio sea mejor percibida y acogida por todos; más teniendo en cuenta que, siendo importantes las razones y los argumentos, hay aspectos de la fe que solamente se comprenden desde la adhesión del amor; de ahí que nuestra actitud debe suscitar constantemente la adhesión del corazón con la cercanía, el amor y el testimonio[41].
Por estas razones se entiende bien la afirmación de Francisco: “Es bueno que toda catequesis preste una especial atención al camino de la belleza”[42]. ¿Cómo lograrlo?
La catequesis debe recorrer el camino de la belleza para mostrar, a lo largo de ese camino y en su mismo método, que la vida cristiana es, ella misma, un camino de belleza. En este sentido la belleza debe resplandecer en cada uno de los elementos o factores que constituyen la catequesis, tal como los enumera la presentación de la guía básica de Testigos del Señor: “La persona del catequista, el método de trasmisión, la relación que se establece entre catequista y catequizando, el respeto al ritmo interior de recepción por parte del destinatario, el clima de amor y de fe en la comunicación, el compromiso activo de la comunidad cristiana”, sin olvidar el recurso al Espíritu Santo, principal protagonista de la misión eclesial y por tanto inspirador de toda obra catequética[43].
De esta manera podremos en la catequesis mostrar que la fe cristiana es una sinfonía con una belleza propia e inigualable[44] que manifiesta la alegría de vivir con Cristo resucitado, y que debe manifestarse en el acto educativo y comunicativo de la fe[45].
El Catecismo de la Iglesia Católica señala la importancia de este “camino de la belleza” en la educación de la fe. Subraya en este sentido la importancia del arte y la belleza en relación con la verdad del hombre creado a imagen de Dios[46]. Contemplar el mundo creado y especialmente los seres humanos nos ayuda a descubrir la belleza divina[47]. La oración y la liturgia tienen una particular belleza expresiva[48]. Indica cómo la belleza de las imágenes sagradas está llamada a expresarse en la vida de los cristianos[49].
En relación con las imágenes, tiene especial importancia el hecho de que el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica incluya una selección de imágenes extraídas del rico patrimonio de la iconografía cristiana. En la introducción del Compendio señala el entonces cardenal Joseph Ratzinger:
“De la secular tradición conciliar aprendemos que también la imagen es predicación evangélica. Los artistas de todos los tiempos han ofrecido, para contemplación y asombro de los fieles, los hechos más sobresalientes del misterio de la salvación, presentándolo en el esplendor del color y la perfección de la belleza. Es éste un indicio de cómo hoy más que nunca, en la civilización de la imagen, la imagen sagrada puede expresar mucho más que la misma palabra, dada la gran eficacia de su dinamismo de comunicación y de transmisión del mensaje evangélico”[50].
Por lo que se refiere al catecismo Testigos del Señor, ya hemos señalado cómo articula el “lenguaje de la belleza” con otros lenguajes catequéticos según la relación entre verdad, bien y belleza. Y que el hilo conductor del camino de belleza que recorre este catecismo es la Vigilia pascual, madre de todas las vigilias cristianas.
En la Guía básica se advierte: “Todos −sacerdotes y diáconos, religiosos y laicos; catequetas y catequistas− necesitamos tiempo para leer, contemplar y conocer el texto y las imágenes del catecismo. Esta será una de las mejores premisas para asegurar una mayor eficacia en la tarea catequética”[51].
La Guía señala asimismo que el camino de la belleza pide, como aconseja el Directorio General para la catequesis, no sólo el estudio y la oración, sino también la creatividad y originalidad del catequista −se entiende, junto con su fidelidad a la Tradición de la Iglesia− a la hora de transmitir los contenidos de la fe teniendo en cuenta la gran variedad de situaciones de los destinatarios[52].
Nos referimos ahora directamente a las imágenes del catecismo Testigos del Señor. En la parte primera de la guía básica, donde se analizan las características generales, se lee acerca de las imágenes:
“Las imágenes constituyen un contenido fundamental del catecismo, pues tienen la finalidad catequética de reforzar o completar el mensaje del texto. Así, cada parte se abre con un texto bíblico acompañado de una imagen (fotografía o reproducción de una obra de arte). Igualmente se inicia cada tema. Grandes y pequeñas imágenes tienen una importante presencia en casi todas las páginas. Por otra parte, grandes ilustraciones proporcionan una visión general de alguno de los grandes temas: padrenuestro, Año litúrgico, sacramentos, historia de la Iglesia, etc.”[53].
Por tanto las imágenes de este catecismo no pueden considerarse como algo accidental o yuxtapuesto al texto o a otros elementos metodológicos.
De hecho la Guía nos señala que estamos ante “un catecismo que, a través de las imágenes, presenta el misterio de la salvación mostrándolo desde la perfección de la belleza que, a veces, puede expresar la grandeza del mensaje evangélico mucho más que la misma palabras”[54] (Guía, p. 12).
Lógicamente esto implica prestar atención a “todas” las imágenes. Entre las imágenes del catecismo Testigos del Señor, hay algunas muy sencillas que sin embargo ocupan un lugar importante. Así sucede con las imágenes que introducen las cinco partes, imágenes que vienen acompañadas de textos bíblicos. Unas mechas encendidas manifiestan que Cristo es la luz, como fuego del amor de Dios entre nosotros; un libro abierto (la Sagrada Escritura) nos presenta a Jesucristo como Palabra de Dios hecha carne; los jóvenes alzan las manos a Cristo, proclamándolo como Verdad; el agua nos recuerda que en el bautismo hemos recibido a Jesucristo como Vida que sigue alimentándose por los sacramentos; él también se nos muestra como un camino luminoso cuando guardamos sus mandamientos.
Una gran carga pedagógica poseen las ilustraciones a doble página en la parte primera sobre el padrenuestro y el Año litúrgico; en la parte segunda, sobre la Biblia y la Historia de la salvación; en la tercera, sobre la infancia y la vida oculta de Jesús, su vida pública y el Misterio pascual; en la cuarta, parte sobre la vida de los cristianos a lo largo de la historia, sobre Pedro, primer apóstol y sobre los sacramentos donde Cristo nos sale al encuentro; y en la parte quinta sobre los viajes de san Pablo.
Además de las obras de arte, algunas de las cuales mencionaremos enseguida, el catecismo Testigos del Señor ofrece sencillas y directas imágenes que van desde el reflejo de un rostro en un espejo (que recuerda a la persona, imagen de Dios), hasta la mano de un bebé entre las de las de sus padres, o un niño haciendo oración que traduce la sencillez y confianza con Dios; algunas de raíz bíblica como la del alfarero que evoca a Dios que da la vida, o el agua de una cascada para significar la gracia; otras en relación con la cultura, como una fotografía de la biblioteca de San Lorenzo de El Escorial para presentar la relación entre la fe y la razón; no faltan las tomadas de la época moderna, como los micrófonos que nos sugieren el valor de la veracidad en la comunicación.
En la guía se comenta, a modo de ejemplos, algunas imágenes de obras de arte que se refieren a la fe, situadas en las partes segunda y tercera del catecismo: el cuadro de Marc Chagall Moisés recibe las tablas de la ley (tema 12), El sacrificio de Isaac, de Valdés Leal (10), la imagen de Cristo Redentor del Corcovado (1) y La Trinidad, de la iglesia de San Lorenzo en Cádiz (36). Cabría destacar asimismo el Tapiz de la creación de la catedral de Girona (7).
Referidas sobre todo a la fe se pueden considerar otras imágenes del P. Rupnik, además de La pesca milagrosa (pp. 154-155 del catecismo), como La mano del Padre y el desceso del Espíritu Santo (p. 51), la Crucifixión (p. 102) y las Lenguas de fuego (148).
En cuanto a las imágenes que corresponden a los sacramentos, se sitúan casi todos en la parte cuarta, que se introduce con la venida del Espíritu Santo que vivifica a la Iglesia. La guía destaca la imagen de Pentecostés de la catedral de Pamplona (tema 24), así como la fotografía de la nave central de la basílica de la Sagrada Familia en Barcelona (25) como símbolo del templo del Espíritu Santo que somos los cristianos a partir del bautismo. La belleza de algunos sacramentos puede ser contemplada, por ejemplo, en el cuadro de Juan de Borgoña sobre la Última cena, de la catedral de Toledo (30) y en El regreso del hijo pródigo, pintado por Murillo (40), imagen esta última situada ya en la parte moral, y que también es, en efecto, una buena ilustración del sacramento de la Reconciliación.
El sacramento de la Unción de los enfermos está representado por un cuadro sobre la Curación del paralítico, de Pedro Orrente (32).
Cabría nombrar entre las imágenes en relación con el bautismo, la estatua de San Juan Bautista (17), de la Catedral de Badajoz y el cuadro de El Bautismo del Señor, de El Greco (20). Estas imágenes pertenecen respectivamente a las partes segunda y tercera de “Testigos del Señor”.
Por lo que respecta a las imágenes de la caridad, como centro de la vida cristiana, la Guía destaca La vocación de San Mateo pintada por Caravaggio (tema 44), así como la escena de El buen samaritano, de Clavé i Roquer (48).
Cabría aludir también a otros, como por ejemplo al cuadro que representa a San Juan de Dios salvando a los enfermos del Hospital Real de Granada, en el incendio que tuvo lugar en 1549, como explica la Guía al comienzo del tema titulado: “Tened los sentimientos de Cristo Jesús”.
Finalmente podemos evocar cómo la guía se detiene a explicar la portada de este Catecismo, que de forma ampliada se reproduce en las pp. 154-155, junto con el artículo del Credo sobre la Iglesia. Ha sido tomada de la escena que figura en el ábside, es decir, en la cabecera de la capilla de la Conferencia Episcopal Española.
La escena −realizada en 2011 por los artistas del centro Aletti, dirigidos por el P. Marko Ivan Rupnik− representa la nave de la Iglesia durante la pesca milagrosa que relatan los Evangelios. Cristo empuña el timón revestido con la estola sacerdotal, mientras los peces van entrando atraídos por Él en las redes que tienden los apóstoles. Desde el techo, encima del altar −no aparece en la fotografía del catecismo− el Espíritu Santo en forma de paloma impulsa la singladura. “Los apóstoles −leemos− trabajan juntos, en una ‘sinergia’ de personas, de intenciones y de voluntades, de pensamiento y acción. Algunos −Pedro y Pablo− reman. Otros pescan o −en la fila de atrás− contemplan lo que va sucediendo”[55] (p. 39).
La imagen de la Iglesia como barca de pesca es tradicional, pues los hombres como los peces son rescatados del mar para renacer a la nueva vida por el Espíritu Santo como Hijos de Dios Padre en Cristo.
Entre muchas imágenes que podrían haberse escogido para representar a la Iglesia, el catecismo Testigos del Señor ha escogido ésta, cuya raíz se encuentra en la historia misma de los comienzos del cristianismo. Jesús llamó a varios de sus apóstoles entre los pescadores, trabajó con ellos en la pesca e incluso les ayudó milagrosamente como signo de lo que sería la misión de los discípulos, a quienes les invitó a seguirle para llegar a ser “pescadores de hombres” (Mc 1, 17).
La cubierta del Catecismo complementa esa imagen con un dibujo que representa a los jóvenes del nuevo milenio, Testigos del Señor, con su alegría de comunicar esta “buena noticia” que es el Evangelio, tal como nos ha querido recordar el papa Francisco[56].
Podemos terminar con una oración a la Virgen tomada de la Evangelii gaudium:(María, estrella de la Nueva Evangelización)
Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos
para que llegue a todos
el don de la belleza que no se apaga.
* * *
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Ramiro Pellitero
Facultad de Teología
Universidad de Navarra
[1] Pontificio Consejo de la Cultura, “Via Pulchritudinis”: camino de evangelización y diálogo, BAC, Madrid 2008.
[2] Cf. Conferencia Episcopal Española, Secretariado de la subcomisión episcopal de catequesis, Guía básica para comprender y trabajar con el catecismo Testigos del Señor, Madrid 2014, pp. 35-39.
[3] J. Carrón, “Tras París, Copenhague: el desafío del verdadero diálogo”, en Páginas Digital (www.paginasdigital.es) 19-II-2015, accedido 19-II-2015.
[4] Cf. C. Sartwell, "Beauty", en The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Spring 2014 Edition), E. N. Zalta (ed.), http://plato.stanford.edu/archives/spr2014/entries/beauty/, accedido 20-II-2015.
[5] Cf. por ejemplo J. Winston, Beauty and education, Routledge, New York-London, 2011; M. Musaio, Pedagogía de lo bello, Eunsa, Pamplona 2013.
[6] Vid. P. Evdokimov, L’art de l’icône: théologie de la beauté, Desclée de Brouwer, Paris 1972; L. Maldonado, Liturgia, arte, belleza: teología y estética,San Pablo, Madrid 2002; O. Tarasov, Icon and Devotion, Reaktions Books Ltd, London 2002; B. Forte, En el umbral de la belleza: para una estética teológica, Edicep, Valencia 2004; B. Williamson, Christian art: a very short introduction,Oxford University Press, Oxford 2004; M. A. Labrada (ed.), La belleza que salva: comentarios a la “Carta a los artistas” de Juan Pablo II, Rialp, Madrid 2006; G. Howes, The art of the sacred: an introduction to the aesthetics of art and belief, I.B. Tauris, London-New York 2007; G. Ravasi, “Bellezza”, en Temi teologici della Bibbia, R. Penna-G. Perego-G. Ravasi (a cura di), ed. San Paolo, C. Balsamo (Milano) 2010, pp. 127-133; S. Caldecott, Beauty in the Word: rethinking the foundations of education, Angelico Press, Takoma (Washington D.C.) 2012; P. K. Moser- M. T. McFall (eds), The wisdom of the Christian faith, Cambridge University Press, Cambridge 12012; M. I. Rupnik, El arte de la vida: lo cotidiano en la belleza, Madrid, Fundación Maior D.L. 2013.
[7] Según Aristóteles –al que no conviene perder de vista en sus aportaciones sobre la belleza– algo es bello en la medida en que es valioso por sí mismo y es agradable. Para una introducción a las ideas de Platón y Aristóteles sobre la belleza, vid. P. Blanco, Estética de bolsillo, ed. Palabra, Madrid 2001, pp. 103-110.
[8] Benedicto XVI, Homilía en el “Olympiastadion” de Berlín, 22-IX-2011.
[9] Discurso en la catedral de Santiago de Compostela (tras el abrazo al Apóstol), 6-XI-2010.
[10] Francisco, Mensaje para la Cuaresma de 2015: “Fortalezcan sus corazones” (St 5, 8).
[11] Sobre el conocimiento propio del símbolo –uno de los más completos y también más difíciles de comprender y describir– cf. L. Polo, Nietzsche como pensador de dualidades, Eunsa, Pamplona 2005, capítulo sexto, pp. 205-232.
[12] Cf. Benedicto XVI, Discurso al Consejo pontificio para las comunicaciones sociales, 28-II-2011.
[13] Guía básica del catecismo “Testigos del Señor”, p. 15.
[14] Francisco, Discurso a los obispos brasileños, Río de Janeiro, 27-VII-2013, párrafo 3.
[15] Cf. La Guía básica de Testigos del Señor destaca la necesidad, que tienen los adolescentes entre 12 y 14 años, de descubrir estos “modelos creíbles con quienes identificarse y elaborar así su propio proyecto de vida” (p. 47).
[16] Cf. Palabras al término de los ejercicios espirituales en el Vaticano, 23-II-2013.
[17] Cf. Cardenal J. Ratzinger, Mensaje al Encuentro de Rimini sobre “la contemplación de la belleza”, 24-30 de agosto de 2002.
[18] Catecismo Testigos del Señor, Presentación, p. 7.
[19] San Josemaría Escrivá de Balaguer, homilía “Cristo presente en los cristianos”, recogida en Es Cristo que pasa, Rialp, Madrid 1973, n. 111.
[20] Francisco, Encíclica Lumen fidei (29-VI-2013), n, 35.
[21] Cf. D. von Hildebrand, Liturgia y personalidad, ed. Fax, Madrid 1966; más ampliamente, J. L. Gutiérrez-Martín, Belleza y misterio: la liturgia, vida de la Iglesia, Eunsa, Pamplona 2006.
[22] Exhortación Evangelii gaudium (24-XI-2013), n. 24.
[23] Guía básica del catecismo “Testigos del Señor”, Introducción, p. 27.
[24] Ibidem.
[25] Evangelii gaudium, n. 195.
[26] Benedicto XVI, Encuentro con los artistas en la Capilla Sixtina, 21-XI-2009.
[27] Cf. S. Weil, La pesanteur et la grâce, Paris 1947, p. 198.
[28] Benedicto XVI, Audiencia general, 31-VIII-2011.
[29] Guía básica del catecismo “Testigos del Señor”, Introducción, p. 33.
[30] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2132; S. Tomás de Aquino, Summa theologiae II- II, 81, 3, ad 3; Juan Pablo II, Carta apostólica “Duodecimum saeculum”, al cumplirse el XII centenario del II Concilio de Nicea, 4-XII-1987; J. Ratzinger, “La cuestión de las imágenes”, en El espíritu de la liturgia: una introducción, Cristiandad, Madrid 2001, pp. 137-157.
[31] Esto tiene raíces en el Antiguo Testamento, como puede verse en Dt. 4, 6-8.
[32] Cf. Francisco, Homilía durante la Jornada de los catequistas, 29-IX-2013.
[33] Esta propuesta no tiene nada que ver con la de Nietzsche, para quien el arte de la vida es el autodominio del “superhombre”. Resulta significativo que según Bauman, Nietzsche “ha dejado de verse como iconoclasta” y su ideal del superhombre como “el gran maestro del arte de autoafirmación” gana popularidad en nuestros tiempos posmodernos o “líquidos” (cf. Z. Bauman, El arte de la vida: de la vida como obra de arte, Paidós, Barcelona 2009).
[34] En efecto, dejar morir los talentos y los dones divinos para ponerlos al servicio de los demás y de sus necesidades materiales y espirituales, sería tanto como caer en la tibieza y exponerse a desviarse definitivamente del camino de la santidad (cf. Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma de 2012, párrafo 3).
[35] Cf. Benedicto XVI, Discurso con motivo de la exposición “El esplendor de la verdad, la belleza de la caridad, 4-VII-2011.
[36] Cf. A. C. Vrame, The Educating Icon: Teaching wisdom and holiness in the orthodox way, Holy Cross Orthodox Press, Brookline (Massachusetts), 1999.
[37] Instrumentum laboris del sínodo sobre “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana” (19-VI-2012), n. 157.
[38] Exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 167.
[39] Cf. Exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 36.
[40] Esta unidad debe resplandecer en todos los aspectos de la fe y de la vida cristiana. Hoy es imprescindible subrayarla en algunos de ellos como la belleza del proyecto de la familia cristiana y del “Evangelio de la vida”.
[41] Cf. Ibid., n. 42.
[42] Ibid., n. 167.
[43] Cf. Guía básica del catecismo “Testigos del Señor”, p. 6; cf. DGC n. 169.
[44] Cf. R. Pellitero, La sinfonía de la fe. Redescubrir el Catecismo de la Iglesia Católica, ed. Promesa, San José (Costa Rica) 2013.
[45] Cf. Exhortación apostólica Evangelii gaudium, nn. 168, 264, 265 y 276.
[46] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2500-2503 y 2513.
[47] Cf. Ibid., nn. 32, 33, 41, 319, 341, 2519 y 2784.
[48] Cf. Ibid., nn. 1157 y 1191.
[49] Cf. Ibid., n. 1162.
[50] J. Ratzinger, Introducción al Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, 20-III-2005, párrafo 5. Vid. sobre el particular, J. I. Rodríguez Trillo, El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica a través de sus imágenes, en Al servicio de la educación en la fe: el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, C. J. Alejos-Grau (ed), ed. Palabra, Madrid 2007, pp. 139-162.
[51] Cf. Guía básica del catecismo “Testigos del Señor”, Presentación, p. 5.
[52] Cf. Ibid, Introducción, p. 7.
[53] Ibidem, p. 17.
[54] Ibidem., p. 12.
[55] Guía básica del catecismo “Testigos del Señor”, p. 39.
[56] Cf. Exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 1.
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