Una vida de fe que es, a la vez, adoración a Dios y servicio fraterno al mundo se convierte en evangelización significativa y eficaz; la acogida de la Buena Nueva impulsa por sí misma a comunicar el don gratuitamente recibido
Sumario
Introducción. I. El movimiento catequético moderno. 1. Etapas del movimiento catequético en el s. XX. 2. Hacia una síntesis. Las contribuciones de los directorios catequéticos y de los catecismos, especialmente del Catecismo de la Iglesia Católica. II. Identidad y dinámica de la catequesis. 1. Una educación cristiana integral, bajo la responsabilidad de la comunidad cristiana. 2. Estructura, dimensiones y métodos de la catequesis. III. La catequesis hoy: redescubrir el principio, la finalidad y el “centro vital” de la catequesis. 1. El testimonio, acompañante primordial de la educación en la fe. 2. “Hacer visible el gran ‘sí’ de la fe”, con el amor. 3. El “culto espiritual”, en el corazón de la catequesis. IV. Perspectivas para una nueva catequesis.
En los primeros siglos no existía, como hoy, la distinción entre la enseñanza escolar de la religión y la catequesis de la comunidad cristiana. Se trataba de educar en la fe, en diversas modalidades y planos. En este sentido me referiré a la catequesis (etimológicamente, hacer resonar un anuncio o proclamación; en este caso hacer eco a la fe), como tarea fundante que se expresa ahora en dos actividades diversas. Me fijaré especialmente en la catequesis de la comunidad cristiana –en la que todos estamos involucrados–, habida cuenta de que otras intervenciones de este Simposio se han dedicado al marco general de la transmisión de la fe, y concretamente a la enseñanza religiosa escolar.
Por otra parte, parece lógico advertir que sería pretencioso un intento de responder materialmente al título de esta exposición. El tema y el fenómeno de la catequesis tiene demasiada amplitud para caber en los límites de estas páginas. Por lo mismo sería temerario profetizar por dónde irá la catequesis en este siglo. Dejémoslo en un intento de diagnóstico y una propuesta de algunos caminos que parecen más andaderos para las próximas décadas. En todo ello se dan por supuestas las conferencias anteriores de este Simposio, respecto a las características de la transmisión de la fe en el contexto de la cultura actual.
Me ha parecido útil esquematizar esta intervención en tres partes. Una primera, breve, donde trazaré un panorama histórico del movimiento catequético moderno durante el siglo XX, que marcará el “de dónde venimos”. Una segunda parte sobre la identidad y dinámica de la catequesis, según una lectura de lo que hoy puede entenderse y que señalará la situación “donde estamos”. En tercer lugar, intentaré mostrar algunas orientaciones que parecen especialmente prometedoras para la catequesis. Terminaré con algunas proposiciones concretas.
Junto con la predicación de los Pastores, la catequesis siempre ha sido, es y será un instrumento clave para la transmisión de la fe. Toda catequesis –también toda teoría catequética– lleva implícitas, entre otras cosas, una concepción de la persona humana, una cierta representación de la figura de Cristo, una noción de Iglesia. Al llegar el siglo XX es fácil evocar cuál era el contexto general sobre estas nociones fundamentales del cristianismo.
En efecto, la catequesis se desarrollaba entonces, en el occidente cristiano, en el marco de una sociedad mayoritariamente abierta a la trascendencia, cuando no oficial y confesionalmente cristiana. Baste con recordar que a partir del Concilio de Trento la catequesis se había organizado como pieza central en la educación de la fe, con un fuerte énfasis en el aspecto doctrinal, puesto que los aspectos existenciales estaban más o menos garantizados por el contexto familiar y social.
Sin embargo, desde un punto de vista más sistemático, ha sido necesario un largo itinerario, a partir de los comienzos del siglo XX hasta nuestros días, para comprender cuál es la identidad de la catequesis, su papel en la misión de la Iglesia y la responsabilidad de los cristianos en este ámbito. Vaya por delante que no se trata de un camino lineal, ni mucho menos. Cada paso conllevaba no sólo la conveniencia de asumir lo ya adquirido, sino también el riesgo de olvidarlo, o al menos de no acabar de integrar las diversas perspectivas en una visión armónica. Fue, en resumen, un camino complejo, como son los itinerarios humanos, hecho de avances y retrocesos, tras la búsqueda de los elementos fundamentales de la catequesis en medio de un cambio social que se ha ido acelerando. En todo caso, se quería perfilar el lugar de la catequesis en el mundo actual para aprovechar al máximo sus potencialidades. Al mismo tiempo se veía la necesidad de poner de relieve algunas deficiencias tanto pedagógicas como teológicas, con vistas a mejorar la tarea formativa.
1. Etapas del movimiento catequético en el s. XX
La división en etapas que aquí proponemos es esquemática, pues en toda periodización los límites no son precisos y los jalones que marcan las transiciones de una fase a otra son bastante simbólicos. Pero hay suficiente consenso para establecer las etapas que aquí proponemos, y que se detectan también en la pedagogía religiosa en general[1].
1. Primera etapa: una catequesis “educativa”. Una primera etapa ha podido llamarse etapa educativa, o de énfasis en el método (1905-1936). En 1905 Pío X publica su encíclica Acerbo nimis, sobre la enseñanza de la doctrina cristiana, que impulsa las catequesis en las parroquias y la enseñanza de la religión en las escuelas. La catequesis se ve influida por la denominada “pedagogía activa” de cuño alemán (“método de Munich”: presentación, explicación y aplicación).
2. Segunda etapa con dos subetapas: énfasis en conducir la fe por vía “kerigmática” y “experiencial”. (1936-1959). Esta fase tuvo dos vertientes, una en el área de habla alemana y otra (con distinto acento) en el área de lengua francesa.
a) J. A. Jungmann en Austria publica “la Buena Nueva y nuestra predicación de la fe” (1936), donde señala que es necesario recuperar el vigoroso impulso de la Iglesia apostólica, el kerygma o primer anuncio, como testimonio de una fe viva. Había que poner a Cristo en el centro de la transmisión de la fe y volver a lo que se denominaban “fuentes” –también se han llamado “signos” o “lenguajes”– de la catequesis: la Escritura y la liturgia, junto con la doctrina y el testimonio cristiano. Este movimiento o catequesis “kerigmática” se extendió desde Europa y ha influido mucho en la catequética hasta nuestros días[2].
b) En el área francófona, la problemática era diversa: la descristianización había llegado a tal extremo que era necesario hablar en términos de una “misión” dirigida a paganos. La catequética –liderada por J. Colomb– insistía en la experiencia de la vida cristiana. La llamada catequesis experiencial quería educar una fe madura, que diera sentido a la vida del hombre. Esta perspectiva impregnaría la catequética del inmediato postconcilio.
3. Tercera etapa: misionera y antropológica (1956-1968). La siguiente etapa coincide con la época del Vaticano II[3]. En ella tienen lugar las Semanas Internacionales de Estudio sobre la Catequesis[4], donde la preocupación por la descristianización en Europa convergió con los intereses misioneros de Asia y África. Así se pasó de una “catequesis kerigmática” a una “catequesis misionera”, que subrayaba las dimensiones antropológicas y las condiciones previas al anuncio de la fe, desde el punto de vista del individuo y su entorno.
4. Cuarta etapa: “profética” (1968-1986). Después del Concilio surgen las “teologías de la liberación” y los “signos de los tiempos” se leen en clave, muchas veces reductivamente sociopolítica. Se pone en marcha una catequesis de la liberación, con los consiguientes riesgos de interpretar inadecuadamente el mensaje del Evangelio. En las Instrucciones de 1984 y 1986 la Congregación de la fe iluminó el significado de la liberación cristiana, capaz de dar sentido el esfuerzo por las liberaciones humanas.
5. Quinta etapa: hacia una catequesis como “interpretación de la cultura”. Unido a lo anterior, en el postconcilio se va acentuando el diálogo de la catequesis con las ciencias humanas y sociales, sobre todo con la pedagogía y la sociología. Todo ello influyó para que se fuera planteando una catequesis entendida como interpretación y crítica de la cultura. También nace aquí la preocupación por integrar, en la catequesis, la piedad popular y la colaboración con la tarea ecuménica.
6. Sexta etapa: catequesis de inspiración catecumenal. La restauración para la Iglesia latina del Catecumenado de adultos que el Concilio anunció[5] y la publicación en 1972 del Ritual de Iniciación Cristiana de Adultos, constituyeron una importante decantación del redescubrimiento del catecumenado primitivo, como inspiración para la catequesis en nuestro tiempo, y han influido definitivamente en la comprensión de la catequesis como un proceso de catecumenado en torno a la Iniciación cristiana.
* * *
Como queda dicho, los distintos periodos del esfuerzo catequético no pudieron evitar que con frecuencia se produjera la situación que se puede imaginar en un barco donde, para avanzar, todos sus tripulantes deciden cada cierto tiempo trabajar en las bodegas, o después ir a las velas, o luego limpiar la cubierta. La falta de coordinación y visión de conjunto paralizan el avance. En este caso no sólo se trataba de profundizar en la transmisión de la fe, sino, en lo posible, de hacerla eficaz por parte de los cristianos.
2. Hacia una síntesis. Las contribuciones de los directorios catequéticos y de los catecismos, especialmente del Catecismo de la Iglesia Católica
Actualmente estamos, si se quiere hablar así, en una séptima etapa, que podría denominarse: en busca de una síntesis. Se impone una síntesis que otorgue su lugar a cada uno de los “descubrimientos” del movimiento catequético, que han ido caracterizando sus diversas etapas, puesto que esos descubrimientos no son sino “dimensiones”, todas ellas irrenunciables, de la tarea catequética.
Prueba de las dificultades a las que hemos hecho referencia es que ya en el inmediato postconcilio se planteaba el problema de las denominadas “polarizaciones o dicotomías”, resultantes de las visiones enfrentadas sobre lo que debía ser o no la catequesis: una catequesis “tradicional” de acento doctrinal, orgánico y sistemático, frente a una catequesis antropológica y de la experiencia vital; una catequesis fundamentada en la Revelación, contra otra apoyada en la búsqueda personal; una catequesis que asumiera las fórmulas de fe recibidas de la Tradición, frente a otra que surgiera de la vivencia interior y de la creatividad; una catequesis centrada en el anuncio, frente a la alternativa de otra catequesis centrada en el sacramento; con atención a las orientaciones recibidas por el Magisterio o más bien preocupada por el testimonio; etc.[6]
El Magisterio de la Iglesia, en acción coordinada con el episcopado mundial[7], fue dando respuesta, desde el pontificado de Pablo VI, a estos problemas; primero con el Directorio Catequético General de 1971 y la exhortación postsinodal Evangelii nuntiandi (1975), carta magna de la evangelización en el mundo contemporáneo. Poco después se dedicó a la catequesis el Sínodo de 1978, del que salió como fruto la Exhortación Catechesi tradendae, de 1979, promulgada por Juan Pablo II, que, como arzobispo de Cracovia, había contribuido a su elaboración durante el Sínodo. Posteriormente, ante la toma de conciencia de una crisis generalizada que amenazaba la unidad de la fe, en el Sínodo extraordinario de 1985 se pidió un compendio doctrinal de la fe, que sería el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado en 1992. La segunda edición (edición típica oficial) del Catecismo vio la luz en 1997, junto con la edición revisada y renovada del Directorio General para la Catequesis[8]. En el año 2005 se publicó el Compendio del Catecismo, como referencia esencial para la educación en la fe, que, lógicamente, no sustituye la tarea de los catequistas y la mediación de otros catecismos y subsidios localmente inculturados.
Desde finales de los años ochenta, otros catecismos, elaborados por las conferencias episcopales, están contribuyendo significativamente a la tarea catequética en diversos países[9]. En todo caso, se necesita una nueva catequesis para una nueva evangelización.
Pasando a la segunda parte, podemos ya abordar formalmente la identidad, es decir, la naturaleza de la catequesis, su estructura y su dinámica.
1. Una educación cristiana integral, bajo la responsabilidad de la comunidad cristiana
Cada vez aparece más claramente que la catequesis ha de realizarse como un proceso de iniciación y madurez en la fe, que implica una educación centrada en el anuncio de Cristo. Esta educación ha de ir acompañada por el testimonio coherente de la vida cristiana en quienes la imparten (catequistas y educadores). Ha de estar situada en íntima relación con la vida sacramental y litúrgica, que es centro de la evangelización. Con esas dimensiones esenciales, la catequesis tiene como fruto, y al mismo tiempo como alimento, la “vida en el Espíritu” unida al recurso continuo a la oración y la conducta coherente con el Evangelio en las situaciones concretas de la existencia y en su contexto cultural. Desde esa maduración personal, la catequesis ha de preparar a los cristianos para contribuir, según su condición en la Iglesia y en el mundo, a la extensión del mensaje del Evangelio, a la comunión que es la Iglesia y a su misión evangelizadora, que comporta el servicio a la promoción humana y a la transformación efectiva de la sociedad.
En síntesis, la catequesis puede verse como una educación cristiana integral que corre a cargo de la comunidad cristiana (pues la Iglesia toda ella es el “gran sujeto” dela evangelización), personalizada en cada caso por la familia, la parroquia, la escuela de inspiración cristiana y los diferentes grupos, movimientos o instituciones de la Iglesia.
2. Estructura, dimensiones y métodos de la catequesis
Nos preguntamos a continuación cómo puede estructurarse la catequesis y bajo qué dimensiones principales y métodos ha de llevarse hoy adelante.
a) La estructura cuatripartita y el hilo conductor de la catequesis (la historia salvífica), sobre el centro del Misterio de Cristo
Con motivo de la redacción del Catecismo de la Iglesia Católica, se redescubrieron los elementos constantes que la catequesis había mantenido desde los primeros siglos, al menos desde San Agustín, y que el Catecismo de Trento dispuso según un orden bien preciso: fe, sacramentos, mandamientos (moral) y oración
En una conferencia pronunciada en Estados Unidos en 1993[10], Christoph Schönborn –secretario de la comisión redactora del Catecismo– asumía estas palabras de Pedro Rodríguez, autor de la edición crítica del Catecismo Romano o Catecismo de Trento:
“La opción es evidente: el Catecismo Romano, antes de presentar al cristiano lo que ha de hacer, quiere declararle quién y cómo es él (…). De hecho, el orden doctrinal del Catecismo de Trento no tiene cuatro partes, sino que se presenta como un díptico magnífico tomado de la tradición: por un lado, los misterios de la fe en Dios uno y trino, tal como es profesada (Credo) y celebrada (sacramentos); por otro lado, la vida cristiana según la fe –fe que obra por la caridad– expresada en un estilo cristiano de vida (decálogo) y en una oración filial (Padre Nuestro)”[11].
Diez años antes, en 1983, el Cardenal Ratzinger se refería a la estructura de la catequesis que reflejaba el Catecismo Romano, diciendo que esa estructura “resulta de las realizaciones vitales fundamentales de la Iglesia, que corresponden a las dimensiones esenciales de la existencia cristiana. (…) No se trata de una sistemática artificial, sino lisa y llanamente del necesario material rememorativo de la fe, que al mismo tiempo refleja los elementos vitales de la Iglesia”[12].
La articulación entre las cuatro partes del Catecismo Romano pasó en el mismo orden al Catecismo de la Iglesia Católica. Esa estructura puede resumirse diciendo ante todo que la fe cristiana incluye los sacramentos (los “sacramentos de la fe”). Sólo con esos dones de Dios, que nos otorgan una participación de la vida trinitaria a través de la gracia, podemos “luego” vivir una vida coherente a nuestra comunión con Dios. La vida cristiana, presidida por la caridad, es un fruto de los sacramentos que se manifiesta también en el diálogo con Dios: la oración.
El Catecismo de la Iglesia Católica se convirtió, a partir de su publicación, en punto de referencia para la catequesis, no sólo por su estructura sino también por establecer la historia salvífica como hilo conductor de la exposición de sus “contenidos”. Es decir, Dios que entra en la historia con la Encarnación, que en Cristo vive y trabaja con los hombres, goza y sufre con ellos, muere y resucita para salvarles, y dona el Espíritu Santo para hacerles partícipes personalmente de la misión de la Iglesia como “continuación” de la Encarnación. Así quedaba confirmado lo que ya el Sínodo de 1978 había dicho sobre el Misterio de Cristo como centro de la catequesis: el cristocentrismo de la catequesis.
b) Las dimensiones personales y eclesiales de la catequesis
En las décadas previas al Vaticano II la “vuelta a las fuentes” ayudó también al redescubrimiento del “sujeto” destinatario, en el sentido de valorar las dimensiones personales de la tarea catequética. Transmitir la fe no era sólo cuestión de la doctrina, sino que como en toda tarea educativa, también había que tener en cuenta las características de las personas y sus circunstancias de edad, fe, cultura, etc. Este redescubrimiento fue confirmado más tarde por el Concilio mismo, al poner la comprensión cristiana de la persona como antecedente de la exposición sobre la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo (Gaudium et spes). Por este camino, el trasfondo antropológico-eclesiológico se convertiría en el principio pastoral clave del pontificado de Juan Pablo II, enunciado ya en su encíclica programática, Redemptor hominis (1979), que expresaba la continuidad con el proyecto del Concilio: “El hombre, camino de la Iglesia”. Ese principio fue confirmado también para la catequesis en las orientaciones pastorales para el nuevo milenio (Carta ap. Novo millennio ineunte, 2001)
La exhortación Catechesi tradendae, de 1979, sobre la catequesis en nuestro tiempo, incorporó las mejores adquisiciones de la renovación catequética y dio luces sobre algunas de las dificultades del momento. La catequesis se iba asentando en una comprensión de la sacramentalidad de la Iglesia que actúa toda ella siguiendo ese camino del hombre.
A efectos didácticos, cabe describir aquí la visión cristiana de la persona[13] empleando la imagen de una mesa con tres apoyos, un trípode o un edificio con tres cimientos que pueden llamarse Razón, Experiencia y Tradición, según los entiende el cristianismo. Esos tres pilares se comunican entre sí por medio de puentes que permiten un tráfico intenso de contenidos vivos y personales. En realidad esos tres apoyos o pilares no son externos entre sí, sino que son mutuamente interiores. Teniendo en cuenta las limitaciones de la naturaleza humana y el pecado, para garantizar la “estabilidad” de de esa visión y educación de la persona, es necesario un nuevo elemento a modo de eje vertical, que representa la intervención de Dios en la historia (la Encarnación), la Revelación que ahí se hace plena y la fe como respuesta del creyente a la llamada de Dios, que desea hacerle partícipe de su vida íntima.
De esos tres elementos –razón, experiencia y tradición– el movimiento catequético subrayó, como hemos visto, la experiencia. Empecemos por ella.
1) La experiencia remite a la esfera vital y corporal, afectiva y sensorial, que pide ser integrada “personalmente.” La experiencia cristiana dice relación al encuentro personal con el “acontecimiento” de Cristo y la Iglesia[14]: de ahí se deriva para la catequesis la importancia del “sujeto”, la persona, sus actitudes y sentimientos. El centro de lo que podríamos llamar “personalidad cristiana” está en la liturgia y la oración, como unión con la oración de Cristo, como núcleo de la experiencia cristiana[15]. De ahí surge lo que la tradición cristiana denomina “culto espiritual” de la propia vida, como luego veremos. En torno a los sacramentos (sobre todo la Eucaristía) se configura la “vida en el Espíritu”, sin perder de vista que se trata de los sacramentos “de la fe”. La atención a la persona hace relevantes, al mismo tiempo, todos los datos que aportan las ciencias humanas y que han de ser discernidos precisamente desde la “fe vivida”.
En las cosas humanas la experiencia requiere de la reflexión, para integrar las vivencias y afectos en una vida propiamente personal. En la catequesis la experiencia humana es continuamente iluminada por la razón creyente para vivirla como parte importante de la experiencia de vida con Cristo (experiencia cristiana).
La experiencia humana necesita asimismo de la tradición, para impulsar el perfeccionamiento personal sobre el fundamento y el poso de la sabiduría de quienes nos han precedido. “Ninguna persona es un verso suelto, sino que formamos parte de un mismo poema divino, que Dios escribe con el concurso de nuestra libertad”[16]. No podemos vivir sino insertados en el árbol al que pertenecemos. Extendemos las ramas en el espacio apoyándonos con fuerza sobre nuestras raíces, para que la savia común nos vivifique. La Tradición eclesial garantiza la comunión con Cristo en el pensamiento, en la libertad, en los afectos. Una buena catequesis atiende a la persona entera, según su “corazón” en expresión bíblica, a la vez que evita los riesgos del sentimentalismo y el subjetivismo[17].
Una insistencia unilateral sobre la experiencia parece haber llevado a una cierta prevención antiintelectualista, opuesta con razón a una mera transmisión de la fe como doctrina con formulaciones tardoescolásticas. Pero no es menos problemática la posición experiencialista, favorecida hoy por el predominio de la mentalidad cientificista: sólo se conoce lo que se experimenta. Ciertamente, si la catequesis no valorase la experiencia de la persona, podría caer en un cierto racionalismo, o quizá con más frecuencia hoy, en un fideísmo o en un voluntarismo. Hay en este énfasis sobre la experiencia, por tanto, una captación profunda, que tiene que ver con el núcleo de la verdad cristiana, que es el amor, manifestado en Cristo. El amor, cuanto más verdadero, sólo se conoce cuando se vive; pero la vida cristiana cuenta con la reflexión y la comunión eclesial.
En síntesis, la experiencia es elemento imprescindible en la configuración y educación de la persona. Situada en el marco de la fe cristiana, la experiencia evita tanto el intelectualismo como el emocionalismo; aislada de la racionalidad creyente y de la tradición eclesial, que la interpretan, ordenan y unifican, la experiencia puede llevar a exageraciones destructivas. La experiencia de Dios no se busca por sí misma, sino que se recibe como un don[18]. La experiencia humana está llamada a ser comprendida y vivida como lugar, medio y materia de la vida cristiana.
2) Pasemos a situar la razón en la catequesis. La razón expresa –en nuestro símil de elementos para el necesario equilibrio de una visión cristiana de la persona– las potencialidades específicas del espíritu humano: la inteligencia y la voluntad, y por tanto la libertad, que presiden también la personalidad cristiana.
La razón que en la catequesis se manifiesta y actúa es la propia del creyente. Es decir, la teología, como momento segundo de la vida cristiana[19]. Me refiero a la teología no, obviamente, de nivel académico, que no puede ni debe pedirse a todos; sino en el nivel “espontáneo”, germinal o habituado a “pensar la fe” que requiere cada cristiano, en consonancia con su condición en la Iglesia y en el mundo. En la educación de la fe la que debe aparecer en primer lugar es la dimensión pastoral de la teología[20], que no se opone a su naturaleza primeramente especulativa, sino que permite acceder a ella en el contexto integral de la vida cristiana.
La razonabilidad amorosa de la fe debe iluminar y vivificar la catequesis. Para alcanzarla, importa mucho conocer y respetar el principio de la “jerarquía de las verdades”, es decir, el tronco de los “misterios” de la fe (la Trinidad, Cristo, la Iglesia, la gracia, etc.), y lo que tradicionalmente se denomina el “nexo de los misterios”, o sea, la relación y armonía que se da entre ellos. Así se puede evitar el relativismo en la fe, también el fideísmo. La buena teología proporciona serenidad a la inteligencia del cristiano, la impulsa y le ayuda a integrar también las experiencias vitales y afectivas.
Como consecuencia, los teólogos están llamados a tender puentes entre sus tareas académicas y la catequesis, para que la transmisión de la fe se nutra de una teología solvente, en continuidad con los planteamientos clásicos e incorporando las válidas adquisiciones de la teología contemporánea.
Porque la teología corresponde a la razonabilidad del “logos” que es amor, tal como se ha manifestado en la Cruz y se nos entrega en la Eucaristía, el esfuerzo por “comprender” la fe se sitúa en originaria relación con la liturgia[21], según el principio lex orandi, lex credendi. Esto mismo muestra ya que la razonabilidad cristiana es eclesial. Por eso no cabe dejar de lado, en la catequesis, el “lenguaje de la fe”: es decir, las nociones esenciales como la encarnación, redención, etc. y las formulaciones “tradicionales”, que van desde definiciones dogmáticas –como los siete sacramentos– hasta esas decantaciones bíblicas de la ley natural que son los mandamientos, y que en la vida cristiana adquieren un sentido pleno a la luz y con la fuerza de las bienaventuranzas.
Dicho de otro modo, las “verdades de la fe” que en la catequesis se enseña a vivir, no son abstracciones meramente conceptuales, sino reflejos de la única verdad, la vida de Cristo en los cristianos. Son imaginables los riesgos de una formación que sólo se fijara en los conceptos. Si pudo existir en otras épocas, fue accidentalmente, porque los buenos catequistas siempre han puesto la fe en relación con la vida. Pero hoy se les pide un mayor esfuerzo en este sentido. La pedagogía catequística está recuperando, junto con el sistema de preguntas y respuestas, la oportuna memorización, el recurso a las imágenes y símbolos, la adecuada contextualización cultural, etc. a riesgo de dejar desprovistas de “sentido personal” las verdades cristianas. Pero sin la razón, sin la teología, y por tanto, sin la argumentación y en último término sin el estudio, no cabe educación cristiana, máxime teniendo en cuenta la deriva relativista de la cultura ambiente.
En definitiva, es importante “rehabilitar”, donde sera necesario, el puesto de la razón en la catequesis, y por tanto de la teología y del estudio. De por sí, la racionalidad de la fe está situada en íntima relación con la experiencia cristiana y la tradición eclesial, que es donde se vive y se piensa la fe.
3) La tradición, como estamos viendo de continuo, es el humus en que las personas adquieren el sentido de su vida. El hombre no es sólo un espíritu encarnado, sino un miembro de una comunidad histórica, que vive autointerpretándose y comunicándose esa interpretación. En la educación cristiana, la Tradición es igualmente esencial, pues representa directamente a la Iglesia. La vida cristiana es siempre vida “en” la Iglesia, comunidad de los creyentes. La fe se vive y se piensa siempre personalmente y a la vez en el gran “nosotros” de la familia de Dios, como gusta de repetir Benedicto XVI. En esa familia se redactaron las Escrituras inspiradas por el Espíritu Santo, para ser leídas en la Iglesia, comprendidas y vividas con la luz y la fuerza del mismo Espíritu que las inspiró y que asiste también al magisterio eclesial en su tarea de servicio a la unidad de la fe y de la comunión[22].
La Tradición eclesial es la educadora de la experiencia cristiana. Ya los Padres de la Iglesia y después los grandes exégetas y teólogos medievales pusieron de relieve que el espíritu cristiano, el “alma cristiana”, aprende de la Iglesia a pensar, a sentir y a vivir.
La Iglesia es, para el cristiano de los primeros siglos, sobre todo madre (prefigurada admirablemente en María) y también desde entonces familia de Dios. Y luego también maestra, hogar y cuerpo que vive por su Cabeza (Cristo), pueblo de Dios Padre que peregrina hacia el Reino definitivo, templo espiritual que se edifica con las piedras vivas que son los fieles. Como se desprende del Concilio Vaticano II y la mejor teología que le sigue, la Iglesia es esencialmente comunión con la Trinidad y, durante la historia, signo e instrumento de esa comunión con Dios y con la entera humanidad[23].
En las orientaciones pastorales para el nuevo milenio, Juan Pablo II señaló la necesidad de hacer de la Iglesia, en la práctica, “la casa y la escuela de comunión”[24]. Por tanto, la comprensión de lo cristiano como vida en el misterio de la Iglesia, es esencial en la catequesis, como también lo es el amor a la Iglesia y la participación en su misión evangelizadora.
Los cristianos se gestan y se forman en la “matriz materna” de la Iglesia, que los alimenta especialmente en la celebración litúrgica. Sin la Iglesia no se podría armonizar la experiencia religiosa con las reclamaciones de la inteligencia cristiana. Una buena catequesis, inserta en el proceso total de la evangelización, evita el subjetivismo o el individualismo sobre todo porque ayuda a comprender, amar y servir a la Iglesia. La Iglesia es juntamente comunidad de vida y familia de los cristianos, y también es institución al servicio de esa Vida.
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Según la mitología griega, Ícaro era hijo de Dédalo, arquitecto del laberinto de Creta. El rey Minos puso a los dos en prisión por colaborar con los troyanos, pero consiguieron escaparse. Planearon cruzar el mar con unas alas hechas de plumas, que pegarían a su cuerpo con cera. Dédalo advirtió a Ícaro que no volase demasiado alto porque el calor del sol derretiría la cera, ni demasiado bajo porque la espuma del mar mojaría las alas y no podría volar. Pero el muchacho no hizo caso a su padre y subió en exceso, hasta que el sol ablandó la cera que mantenía unidas las plumas y éstas se despegaron. Así que cayó en picado al mar. Lo inmortalizaron en sus cuadros, por ejemplo, Peter Bruegel (s. XVI) y Marc Chagall (s. XX), aparte de tantos poemas, composiciones musicales y referencias en el teatro y el cine. Icaro quiso hacer su propia experiencia sin atender a los razonamientos de su padre y a la tradición de la sabiduría que le precedía. Le faltó la madurez suficiente, que no debería faltar a un cristiano.
c) Una diversidad de métodos para una catequesis inculturada
Ya en la primera conferencia el profesor Körner puso de relieve la necesidad de inculturar la fe revelada. Esa necesidad fue luego tematizada en la conferencia del profesor Lanza. La catequesis reclama la inculturación a todos los niveles. En relación con esta cuestión debe situarse un discurso sobre los métodos en la catequesis.
Conviene insistir previamente en la integridad y en la sistematicidad de la catequesis, teniendo presente cuanto se ha dicho sobre la estructura cuatripartita del Catecismo de la Iglesia Católica, su “hilo conductor” (la historia salvífica), el principio de la “jerarquía de las verdades” y el “nexo de los misterios”. Todo ello tiene su importancia no en primer lugar porque deba reflejarse en un programa de clases para la catequesis, sino ante todo porque los educadores y los catequistas han de tener personalmente asumida una visión de conjunto de su tarea y un proyecto de lo que quieren hacer. El magisterio de la Iglesia ha insistido sobre el carácter integral de la transmisión de la fe: no se pueden seleccionar unos temas pasando otros por alto. Hay que seguir además una “jerarquía”, un cierto orden en lo que se transmite. Y todo ello según las condiciones de edad, las situaciones de fe y las demás circunstancias en que se encuentran las personas.
Respecto al contexto cultural en el que nos encontramos, del que se ha tratado aquí abundantemente, es lógico que los ámbitos y los métodos para la educación de la fe sean ahora tan variados como son las facetas del mundo en el que nos toca vivir. Remito para este tema a un documento del Pontificio Consejo de la Cultura publicado el año pasado[25]. En él se sugieren los diversos modos de presencia de los cristianos en la sociedad actual y los numerosos cauces que hoy se ofrecen para transmitir la fe desde la familia[26], la escuela y otras instituciones educativas, la parroquia, los grupos y los movimientos e instituciones eclesiales, e incluso las estructuras que la sociedad pone al servicio de la cultura.
Entre los caminos concretos se subrayan la vía de la belleza[27] (el arte, el patrimonio cultural, etc.), la necesidad de unir la razón y el sentimiento (Newman decía: “corazón y cabeza”) y todo aquello que una buena pedagogía puede hoy aportar. También cabe recordar la renovación de la apologética cristiana, de la que también hemos hablado aquí estos días (dar razón, con respeto, de nuestra esperanza: “apologética –decía el prof. Körner– de la conducta y de las palabras”).
Hay, en resumen, una cierta urgencia de enseñar a pensar y actuar, cada uno de modo optimista, sin refugiarse en que no se puede o no se sabe. Es necesario primero que cada uno de nosotros, educadores, redescubramos que la religión, cuanto más alta sea y más verdadera, es más humana: esta es una buena noticia para los hombres y culturas. Es aquí donde me centraré en la última parte, para subrayar algunos aspectos de la catequesis.
Comencemos por el “principio”, existencialmente hablando, de la catequesis: (¿por dónde comenzar?) En un segundo momento hablaremos de la finalidad, para concluir por lo que llamaremos el “centro vital” de la catequesis.
Retomemos algunas de las preguntas acuciantes que formulaban los participantes en el Simposio, en los diálogos de la tarde:
¿Cómo transmitir la idea de la paternidad o de la filiación? ¿Cómo suscitar el compromiso y el interés? ¿Cómo impulsar la contemplación o la adoración ante la Eucaristía? ¿Cómo enfocar el tema de la muerte?, etc.
Una observación que hacía el profesor Körner, en su conferencia, podría servir de introducción a lo que quiero decir: cuando un bautizado se rebela visiblemente contra su propio bautismo, ¿contra qué imagen de Dios, de Iglesia, de lo cristiano se rebela? Esto lleva naturalmente a la cuestión del testimonio.
1. El testimonio, acompañante primordial de la educación en la fe
El testimonio, señala Evangelii nuntiandi, es forma primordial en la evangelización[28]. En su conferencia de Subiaco, el 1 de abril de 2005, sostenía el ya por poco tiempo cardenal Ratzinger: “Lo que más necesitamos en este momento de la historia son hombres que, a través de una fe iluminada y vivida, hagan que Dios sea creíble en este mundo”[29].
Más adelante, en un memorable discurso pronunciado a la asamblea eclesial en Verona, Benedicto XVI volvía sobre el argumento del testimonio:
“Es indispensable dar al testimonio cristiano contenidos concretos y practicables, examinando cómo puede llevarse a cabo y desarrollarse en cada uno de los grandes ámbitos en los que se articula la experiencia humana. Eso ayudará a no perder de vista en nuestra acción pastoral la relación entre la fe y la vida diaria, entre la propuesta del Evangelio y las preocupaciones y aspiraciones más íntimas de la gente. Por eso, en estos días habéis reflexionado sobre la vida afectiva y la familia, sobre el trabajo y la fiesta, sobre la educación y la cultura, sobre las situaciones de pobreza y de enfermedad, sobre los deberes y las responsabilidades de la vida social y política”[30].
Hasta aquí las palabras del Papa. Por tanto, plantearse el valor del testimonio en la catequesis, lleva a revisar las actitudes presentes en el contexto del ambiente educativo de que se trate (familia, escuela, parroquia, grupo eclesial, etc.): ¿Son las personas atendidas y valoradas adecuadamente? ¿Cómo se las acoge, qué oportunidades se les brindan? ¿Cómo se les escucha y se les consulta en lo que les afecta? Si, por ejemplo, por los motivos que sean, los educandos desconfían de sus educadores, no es extraño que no se sientan atraídos por los ideales o modelos de vida que les proponen. Hay algo en las personas que les indica con nitidez lo que sucede en el interior de los demás, si les aceptan o les rechazan, y actúan en consecuencia.
El ambiente actual lleva consigo un fuerte lastre hacia el egoísmo y el individualismo, tanto en los sujetos como en los grupos. Cada cual debería preguntarse: ¿Se considera en ese ambiente educativo, en el que me sitúo, que la Iglesia es la gran familia de los cristianos? ¿Cómo se habla de “los demás católicos”, de los otros grupos, de las otras parroquias, de los otros caminos dentro de la Iglesia?, ¿son “otros”, o son mis hermanos, de mi propia familia?
Si, por ejemplo, se habla de la filiación divina, necesariamente el educando se fijará, ante todo, en cómo se nota y en qué se nota esa realidad, con las limitaciones personales que a nadie faltan, en la vida del educador. Si se habla de la caridad, convendrá adelantarse y preguntar: ¿Hay aquí un compromiso real con los que sufren, con los pobres, con los más débiles y necesitados, los marginados y los indefensos? No sólo, claro está, con los que viven bajo el mismo techo, sino también con los “sin techo”. No sólo con los que pertenecen al propio grupo, pues eso podría ser un “egoísmo grupal”, sino con todos. Y esto no se enseña propiamente en teoría sino sólo en la práctica: tiene que “entrar por los ojos” sin necesidad de muchas palabras, aunque luego sean necesarias también las palabras.
Ciertamente, la Iglesia nunca se reduce a lo que hace o dice un educador, sólo o en grupo, aquí y ahora. Pero cada educador cristiano y también cada comunidad cristiana, quiera o no quiera, lo sepa o no, tiene un estilo de educación en la fe y lo transmite. Ese estilo debería configurarse, existencialmente y no sólo como un “principio”, en todos sus miembros (educadores, padres, alumnos), según una visión abierta y positiva, constructiva, universal y a la vez local-concreta de la Iglesia[31].
El educador y el catequista deben, por tanto, mantener unas actitudes “auténticamente cristianas”: en su modo de rezar, en su modo de presentar la fe, de manera que sea patente, porque sea auténtico en su propia vida, el amor desinteresado a las personas (el interés por sus necesidades reales, de todo tipo, materiales y espirituales, por sus planteamientos y sus afectos) y también sea patente el amor a la Iglesia. Lejos han de quedar las ironías, las murmuraciones, las sonrisas displicentes cuando se habla de los “otros” católicos. Esto es un antitestimonio y un escándalo que va contra la fe y puede hacer tambalear a más de un buen cristiano.
Todo ello supone en muchos casos un reto, una verdadera “conversión”, e implica una autoeducación permanente de los educadores y catequistas, tanto en el nivel humano como en la cualificación teológico-doctrinal y espiritual que se requiere para su tarea, sin conformarse cómodamente con menos.
Sólo así se hace posible la educación de los valores humanos, de las personas como imágenes de Dios. Desde ahí puede encaminarse, ya a los niños, en la dirección de una necesaria crítica a la cultura ambiente. Lo contrario –como decimos, las lamentaciones y las ironías, las negatividades, los temores, etc.– no es buen camino.
Conviene, pues revisar nuestras propias actitudes como cristianos primero y como educadores: nuestros modos de pensar y de vivir, las ilusiones y las aficiones, los temas de conversación, los planes de fines de semana. Hay que “ir por delante” y “tirar hacia arriba” del ambiente educativo con ilusión, aprovechando todo lo que en ese ambiente haya de positivo y enseñando a todos a vencer lo negativo, poniendo los medios en tantos detalles que hacen atractiva la “fe vivida”. Eso es educar en la fe.
En último término el testimonio del cristiano es el testimonio de la caridad, del amor, especialmente con los más necesitados[32]. Antes de pasar al siguiente apartado, que afronta el testimonio del amor, quisiera transcribir otro pasaje del citado discurso de Verona:
“Jesús nos dijo que todo lo que hagamos a sus hermanos más pequeños se lo hacemos a él (cf. Mt 25, 40). Por tanto, la autenticidad de nuestra adhesión a Cristo se certifica especialmente con el amor y la solicitud concreta por los más débiles y pobres, por los que se encuentran en mayor peligro y en dificultades más graves”[33].
* * *
En la homilía de la misa crismal hace dos semanas (5-IV-2007) Benedicto XVI recogía un breve relato de Tolstoi. “Había un rey severo que pidió a sus sacerdotes y sabios que le mostraran a Dios para poder verlo. Los sabios no fueron capaces de cumplir ese deseo. Entonces un pastor, que volvía del campo, se ofreció para realizar la tarea de los sacerdotes y los sabios. El pastor dijo al rey que sus ojos no bastaban para ver a Dios. Entonces el rey quiso saber al menos qué es lo que hacía Dios. ‘Para responder a esta pregunta –dijo el pastor al rey– debemos intercambiarnos nuestros vestidos’. Con cierto recelo, pero impulsado por la curiosidad para conocer la información esperada, el rey accedió y entregó sus vestiduras reales al pastor y él se vistió con la ropa sencilla de ese pobre hombre. En ese momento recibió como respuesta: Esto es lo que hace Dios”.
El relato remite gráficamente a las enseñanzas de Pablo: “Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre a fin de enriqueceros con su pobreza” (2 Co 8, 9); “…se despojó de sí mismo, tomando condición de esclavo…, se rebajó a sí mismo, obediente hasta la muerte” (Flp 2, 7, 8).
2. “Hacer visible el gran ‘sí’ de la fe”, con el amor
En el ejercicio de la catequesis es preciso redescubrir existencialmente la finalidad última de la educación de la fe. Finalidad que ha de estar presente, desde el principio y en cada momento: la identificación del cristiano, miembro de la Iglesia, con el amor de Cristo. De lo que se trata con la educación de la fe, y concretamente con la catequesis, es de “hacer aparecer el amor”.
Así lo dice el Catecismo Romano: “Toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza debe ser puesta en el amor que no acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso creer, esperar o hacer; pero sobre todo debe resaltarse que el amor de Nuestro Señor siempre prevalece, a fin de que cada uno comprenda que todo acto de virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que el amor, ni otro término que el amor”[34].
Durante siglos se ha recogido la afirmación tradicional en la teología católica, de que la Iglesia se construye por la fe y los sacramentos, dando por supuesto que la caridad es consecuencia o fruto de la fe[35]. Una consecuencia, habría que subrayar en todo caso, intrínseca o necesaria de por sí (los sacramentos auténticamente vividos llevan consigo la caridad), pero que se da en los cristianos singulares según un más y un menos, en la medida de su santidad, de su identificación con Cristo.
En esta línea se ha situado la encíclica Deus caritas est, pero afirmando con fuerza que la caridad es esencial al cristianismo, tanto como el anuncio de la fe y los sacramentos. “Practicar el amor –escribe el Papa– pertenece a su esencia tanto como el servicio de los Sacramentos y el anuncio del Evangelio” (n. 22). Y esto desde el principio: “La caridad era una característica determinante de la comunidad cristiana”.
Las tres tareas, anuncio y transmisión de la fe (“palabra”), celebración (“sacramento”) y caridad (“servicio”) se articulan y compenetran íntimamente entre sí como las funciones o los “oficios” (“triplex munus”), que la Iglesia participa de Cristo, profetismo o testimonio, sacerdocio y realeza, de tal manera que están uno en otro[36]. Cabe observar que se corresponden respectivamente con las tres dimensiones personales de la catequesis, a las que nos hemos referido: la razón que se abre a la Palabra de la verdad para testificarla ante el mundo, la experiencia cristiana que deriva radicalmente de una existencia sacerdotal centrada en los sacramentos, y la Tradición, por la que el cristiano se inserta en la realeza de Cristo, participada en la Iglesia como servicio de caridad a todas las personas y al mundo creado.
La misión de la Iglesia y la tarea del cristiano han de traducirse en una catequesis finalizada por el amor. Sin el amor, decía Juan Pablo II, el mensaje del Evangelio podría “ahogarse en el mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día”[37]. Según Teresa de Calcuta, la principal razón de la increencia es que a menudo los cristianos no somos coherentes[38]. Y Josemaría Escrivá hablaba de los pobres como del mejor “libro espiritual” y el motivo principal para la oración y la compasión[39].
Volviendo al discurso de Benedicto XVI en Verona, ahí se señala que el testimonio cristiano ha de traducirse concretamente en todos los ámbitos de la existencia: en la vida afectiva y la familia, el trabajo y la fiesta, la educación y la cultura, las situaciones de pobreza y de enfermedad, los deberes y las responsabilidades de la vida social y política. Y añadía el Papa: “Por mi parte quisiera poner de relieve cómo, a través de este testimonio multiforme, debe brotar sobre todo el gran "sí" que en Jesucristo Dios dijo al hombre y a su vida, al amor humano, a nuestra libertad y a nuestra inteligencia; y, por tanto, cómo la fe en el Dios que tiene rostro humano trae la alegría al mundo. En efecto, el cristianismo está abierto a todo lo que hay de justo, verdadero y puro en las culturas y en las civilizaciones; a lo que alegra, consuela y fortalece nuestra existencia”[40].
Los jóvenes, y no sólo ellos, siguen a quienes son auténticos. Por eso hay que pensar y vivir la autenticidad del amor. Hay que promover “sistemáticamente” el amor preferencial por los pobres y más necesitados, comenzando con las “obras de misericordia”, una por una, a todos los niveles, de acuerdo con las necesidades sociales y si es posible en una mínima coordinación con las parroquias y otras instituciones eclesiales, sin miedo a caer en un “clericalismo” o a ser tachados de “clericales”, apelativo que en este caso no tendría ningún sentido. No se trata, claro está, de una táctica o una estrategia (el amor no puede depender de ideologías ni estrategias, no admite manipulación: cfr. Deus caritas est, 31), sino del signo más auténtico, eficaz y definitivo del cristianismo (cfr. Mt 25, 34-40), especialmente cuando se dirige a los más indigentes.
Si queremos educar la fe es necesario, ante todo rezar por ello, pedir luces y fomentar en todos el compromiso coherente con los demás. Hoy puede decirse que la vocación y misión de los cristianos, especialmente de los fieles laicos, se traduce por su capacidad para comprender y vivir la Doctrina social de la Iglesia. Los jóvenes son generalmente sensibles a esto, como se demuestra en el fenómeno masivo del voluntariado; pero hay que proporcionarles los cauces, orientarles hacia una solidaridad que no se quede en un sentimiento superficial, sino que aspire a un compromiso responsable por el bien de todos; hay que fortalecer las raíces de ese compromiso en la oración y en los sacramentos; encauzar sus aspiraciones, nunca apagarlas, para que sean compatibles con sus estudios (su primer deber concreto hoy como forma para prepararse al servicio de mañana); habituarles a poner los medios para ser íntegramente cristianos (no gente cómoda, ni activistas, ni espiritualistas desencarnados).
Pero todo esto sólo puede hacerse si encuentran continuamente modelos de ese “humanismo integral” de que habla Benedicto XVI, que incluye una fuerte “sensibilidad social” y que deriva del genuino espíritu cristiano: si eso lo ven en sus educadores, en sus padres, en sus amigos.
Pero en la práctica, ¿cómo impulsar eficazmente esa autenticidad?, parece haberse preguntado la Iglesia en los últimos años.
3. El “culto espiritual”, en el corazón de la catequesis
En continuidad con los pontificados anteriores y en aplicación del Concilio Vaticano II, la última etapa del pontificado de Juan Pablo II, especialmente desde la preparación del Jubileo, y el pontificado de Benedicto XVI, vienen respondiendo a esa pregunta –cómo hacer real el amor cristiano, de dónde sacar el impulso para vivirlo cada día y extenderlo– de un modo particular con el impulso de la celebración de la Eucaristía, como fuente y culmen de la vida cristiana y de la misión de la Iglesia.
Según la reciente exhortación Sacramentum caritatis, la novedad radical del culto cristiano nos introduce en la dinámica de la entrega de Cristo[41], obrando en nosotros una trasformación de nuestra realidad capaz de transformar el mundo entero, todo ello por la fuerza de la acción del Espíritu Santo, principalmente en la Eucaristía.
El documento avanza según esa lógica para caracterizar la vida cristiana, en su conjunto, como culto espiritual, sobre el trasfondo del misterio y la misión de la Iglesia. El culto espiritual es la conexión que cada cristiano está llamado a establecer entre la Eucaristía y la vida, expresada con las palabras de Pablo a los Romanos: “Os exhorto, por tanto, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como ofrenda viva, santa, agradable a Dios: éste es vuestro culto espiritual (logiké latreia)” (Rm 12, 1). (En otras traducciones: “culto razonable”)[42].
“La vida cristiana [está] llamada a ser en todo momento culto espiritual, ofrenda de sí misma agradable a Dios”[43]. Ese culto espiritual, configurado en torno a la Eucaristía, viene a ser la quintaesencia del cristianismo vivido, su núcleo existencial y, por tanto, también el “centro vital” de la catequesis. Consiste en hacer de la propia vida una Eucaristía, con todo lo que comporta: una ofrenda de amor, por Cristo y en el Espíritu Santo, a Dios Padre, y un servicio al prójimo en el lugar y con la tarea que Dios ha señalado a cada uno, en la Iglesia y en el mundo.
Para ello, según se explica en la segunda parte del documento –y esto afecta directamente a nuestro tema– se requiere una educación sobre el sentido de la Eucaristía, es decir, una “catequesis mistagógica”. En la exhortación pueden encontrarse orientaciones muy valiosas para esa catequesis[44].
Una lectura reposada del texto descubre la eficacia integradora que posee la Eucaristía, especialmente en la celebración del domingo, en orden a la educación en la fe, en la línea de lo que denomina su valor antropológico y eclesial. Descubre también la vertiente pública y sociocultural de la fe y de la vida cristiana, particularmente en el caso de los fieles laicos, a condición de que se configure en verdad como culto espiritual. Es, por tanto, una tarea central de la catequesis hacer que la vida “entera” del cristiano tenga como núcleo la celebración eucarística.
Claro que esto implica “la necesidad de cambiar el propio modo de vivir y pensar”[45], tal como pide San Pablo a renglón seguido en el pasaje citado de su Carta a los Romanos[46]. El verdadero “culto espiritual” lleva a entender y vivir la vida “de un modo nuevo”[47]. Por eso recoge el Papa aquí un principio enunciado en el n. 14 de la Deus caritas est: “Una eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma”. Un amor que no conoce precio ni confines, que se dirige a todos, no sólo –conviene insistir– a los miembros de la propia familia o grupo de amigos, o a los pertenecientes a la misma ciudad o país. Jesús en el Evangelio rompió el cerco de un “prójimo” demasiado “próximo”, en favor de la universalidad del amor cristiano[48]. En la catequesis hay que explicitar este “nexo entre Eucaristía y compromiso social”[49], y facilitar a todos la experiencia de las obras de misericordia, de la limosna y el voluntariado solidario. Especialmente en el caso de los fieles laicos, pertenece también a la “coherencia eucarística” el esfuerzo por cambiar las estructuras sociales y superar las desigualdades injustas, por medio de la santificación del mundo y la acción en el campo cultural y político.
No quisiera terminar sin aludir brevemente a la dimensión ecuménica de la catequesis y su papel ante el pluralismo religioso. No se trata de un apéndice sino de una tarea esencial, puesto que forma parte integral de la vida cristiana en nuestro tiempo. Especialmente deben promoverse las actitudes del ecumenismo espiritual, que se centra en la oración, en el conocimiento y la comprensión, en el testimonio de los cristianos unidos.
En el contexto del pluralismo religioso, la catequesis debe transmitir las actitudes fundamentales de un cristiano: sobre la base de su propia identidad, el respeto a las opciones religiosas, sin la ingenuidad de pensar que siempre le respetarán a él; el anuncio de la fe y el diálogo prudente sobre la fe, junto con la capacidad de autoexamen sobre la vivencia de la propia religión en relación con los grandes cuestiones: la verdad sobre Dios, la historia de la salvación y el puesto de cada uno en ella; el sentido, por tanto, de la vida y del amor, del trabajo y de la muerte.
A modo de conclusiones, se sintetizan aquí algunos puntos que se ofrecen para el diálogo sobre la renovación de la catequesis:
1. La catequesis es escuela de experiencia cristiana. Para ello requiere una atención centrada en la persona y el sentido de Iglesia como comunión y familia de Dios.
Lo mismo que en la tradición teológica se habla del “nexo de los misterios” de la fe, también aquí debería hablarse de un “nexo de sensibilidades”, y cada educador o catequista debería tratar de conseguir esa visión de conjunto de la vida cristiana en su vida personal, para enfrentarse continuamente con su tarea educativa en sus diversas dimensiones: educación bíblica, formación litúrgica, edificación de la comunión eclesial, compromiso social, etc.
2. La catequesis debe impulsar la rehabilitación de la razón, y, para eso redescubrir la teología y el estudio de los contenidos cognoscitivos de la fe.
Por parte del educador, la dimensión teológica que ha de sustentar la educación en la fe es, de modo inmediato, la dimensión pastoral de la teología. Ésta es inseparable, claro está, de la naturaleza primordialmente especulativa de esa ciencia.
Desde el punto de vista del destinatario –por decirlo así, sabiendo que el educador es siempre de alguna manera destinatario del proceso educativo– hay que educarle, como se ha dicho también estos días, para la contemplación de la verdad y el estudio de las verdades de la fe (“fides quae”), a diversos niveles según la condición de cada cual, pero asegurando que se conoce, para ser vivido, lo esencial de la tradición de la Iglesia. Esto facilita que la catequesis integre la razón con los sentimientos y viceversa.
3. La catequesis requiere un estilo educativo, abierto y dialógico, un “saber-comunicar-aprendiendo” (donde el “aprendiendo” se aplica primero al educador mismo).
Como decía San Gregorio Magno, “a través de vosotros aprendo lo que os enseño” (Homilías, II, In Ezequiel XVI, 4-5, CCL 142, 225, 5-15). Esto también lleva a no querer decir “la última palabra”, para que, en la apertura personal al Misterio de Dios, se pueda descubrir la “última y definitiva Palabra”. El catequista o el educador no es un “posesor” de la Verdad, sino que, por haberla entrevisto, sigue siempre pendiente de su “aparecer” cada día vinculada al amor, y concretamente en el diálogo de la tarea formativa. Este es el método de Benedicto XVI en sus frecuentes encuentros con los jóvenes, con los sacerdotes, etc.
4. El anuncio de la fe en y desde la catequesis es una dimensión esencial de la educación cristiana (dimensión misionera o apostólica), apoyada en el testimonio del amor.
La catequesis del futuro sólo podrá ser apostólica o misionera. La catequesis en este siglo tiene la oportunidad de redescubrir que “cristiano” es un nombre de misión. Fruto de esa madurez será la necesidad de proponer la fe a otros. Como escribió Josemaría Escrivá, es preciso pedir en la oración ser “apóstol de apóstoles” (Camino, 811). Ahora bien, esto sólo puede llevarse a cabo desde el encuentro con Cristo y desde la fe vivida auténticamente hasta sus últimas consecuencias.
5. Desde la existencia cristiana “vivida” como culto espiritual, en torno a la celebración eucarística, la catequesis debe impulsar el compromiso en la caridad y la justicia, especialmente con los más necesitados.
Utilizando todos los medios y métodos a su alcance para promover la inculturación de la fe, la catequesis está llamada a lograr un cambio de mentalidad, allí donde sea necesario, para que se haga real el dinamismo de la caridad, que de por sí tienen la fe cristiana y la Eucaristía. La catequesis ha de impulsar la santificación del mundo, que comporta la transformación efectiva de la sociedad y el compromiso en la caridad y la justicia, particularmente con los pobres y los más indigentes. El mundo necesita el “pan partido” de los cristianos y el testimonio de su compromiso.
Ramiro Pellitero
Universidad de Navarra.
Este artículo forma parte del libro publicado en J. Sesé - R. Pellitero (dirs.), La transmisión de la fe en la sociedad contemporánea, Eunsa, Pamplona 2008, pp. 181-208.
[1] Hay mucha bibliografía sobre el movimiento catequético del siglo XX y sobre la catequesis en general. Ofrecemos una muestra de textos, diversos en sus perspectivas (unos más teológicos que catequéticos y otros al contrario), nivel de exposición, valoraciones, etc.:
a) Diccionarios: J. Gevaert, Diccionario de Catequética, CCS, Madrid 1987; V.Mª Pedrosa (dir) Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid 1999.
b) Algunos estudios generales sobre la catequesis:
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– Área anglófona:
C. Bissoli, La “pedagogia religiosa” negli Stati Uniti, “Orientamenti pedagogici” 29 (1982) 673-705; M.Ch. Bryce, Pride of place: the role of the bishops in the development of catechesis in the United States, Catholic University of America, Washington D.C. 1984;; J.L. Elias, A history of christian education: protestant, catholic and orthodox perspectives, Krieger, Malabar (Florida) 2002; A. García-Rivera, The community of the beautiful, Liturgical Press, Collegeville (Minnesota) 1999; M. Gallagher, The art of catechesis, Paulist Press, Mahwah (New Jersey) 1998; A. De Luna, Faith formation and popular religion: lessons from the tejano experience, Rowmann & Littlefield, Oxford 2002; B. Marthaler, Catechetics in context, Our Sunday Visitor, Huntington (Indiana) 1973; Socialization as a model for catechetics, en P. O'Hare (Ed.), Foundations of Religious Education, Paulist Press, New York 1978, pp. 64-92; A.M. Mongoven, The prophetic spirit of catechesis, Paulist Press, Mahwah (New Jersey) 2000; R. Pellitero, La reflexión actual sobre la catequesis en los Estados Unidos, “Scripta Theologica” 29 (1997) 585-620; R.M. Rummery, Catechesis and religious education in a pluralistic society, ed. E.J. Dwyer, Sydney 1975; F.-P. Tebartz-van Elst, Der Erwachsenenkatechumenat in den Vereinigten Staaten von America, Oros, Aletenberge 1993; M. Warren, Sourcebook for modern catechetics, 2 vols, St. Mary’s Press, Winona (Minnesota) 1983, 1997; A.C. Vrame, Educating Icon: teaching wisdom and holiness in orthodox way, Holy Cross Orthodox Press, Brookline (Massachussets) 1999; J.H. Westerhoff–O.C. Edwards, A faihtful Church: issues in the history of catechesis, Morehouse-Barlow, Wilton (Connecticut) 1981.
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AA. VV., Annuncio e catechesi, en B. Seveso (dir), Enciclopedia di Pastorale, 2. Annuncio, 1-150 (con textos de L. Borello, G. Carrù, P. Curtaz, M. Gandelli, U. Gianetto, G. Giusti, G. Grosselli, F. Lever, F. Pajer y L. Soravito), G. Angelini, L’educazione cristiana. Coggiuntura storica e riflessione teorica, “Teologia” 26 (2001) 65-99; P. Babin, La catechesi nell’era della comunicazione, Elle Di Ci, Leuman (Torino) 1989; C. Bissoli, Il direttorio generale per la catechesi (1997): Origine, contenuti, confronto, “Salesianum” 69 (1998) 521-447; P. Curtaz, Catechetica, Piemme, Casale Monferrato (AL) 1991; J. Gevaert, Studiare catechetica, Elle Di Ci, Leuman (Torino) 1983; S. Lanza, La catequesis, instrumento de la nueva evangelización, en Evangelización, catequesis, catequistas, obra citada, pp. 235-263; L. Meddi, Educare la fede: lineamenti di teoria e prassi della catechesi, Messagero, Padova 1994; S. Riva, Catequética pastoral, Sígueme, Salamanca 1966; G. Ruta, L’annuncio di Cristo: approccio storico al movimento catechistico italiano nel XX secolo, Edi Oftes, Palermo 1992; B. Seveso, Le forme discorsive della fede: fra conversazione e conversione, “Teologia” 2 (2005) 124-161; L. Soravito (a cura di), Esperienze di catechesi degli adulti in Italia oggi, LDC, Leumann (Torino) 1990; T. Stenico, Guida allo studio del direttorio generale per la catechesi, Lib. Ed. Vaticana, Città del Vaticano 2000.
– Otras (área de lengua portuguesa y polaca)
L. Alves de Lima, A face brasileira da catequese, Un. Pont. Salesiana, Roma 1995; Catequese con adultos e iniciação cristâ, “Medellín” 29 (2003) 307-334; O. De Figueiredo Lustosa, Catequese católica no Brasil, Paulinas, São Paulo 1992; N. Gil Tolentino, A renovação da catequese no Brasil, Un. Pont. Salesiana, Roma 1989; A. Kicinski, Tra parrochia e scuola. L’evoluzione della catechesi in Polonia negli anni 1918-2001, “Salesianum” 67 (2005) 479-505 y 68 (2006) 101-127.
[2] Acerca de la catequesis en el contexto europeo actual, vid. Exhort. Ecclesia in Europa, 28-VI-2003, nn. 50 ss.
[3] En España el movimiento catequético se hizo presente en los años cincuenta y comenzó a dar sus frutos a partir del Concilio Vaticano II. Cfr. J. Audinet y otros, Por una formación religiosa para nuestro tiempo (Actas de la I Jornada nacional de estudios catequéticos, sobre “La acción catequética de la Iglesia a la luz del Vaticano II”), ed. Marova, Madrid 1966.
[4] Nimega (Holanda), 1959; Eichstätt (Alemania), 1960; Bangkok, 1962; Katigondo (Uganda), 1964; Manila, 1967; Medellín (Colombia), 1968.
[5] Cfr. Concilio Vaticano II, Const. Sacrosanctum concilium, 64.
[6] A estas se añadirían otras dicotomías o polarizaciones, hasta nuestros días. Vid. sobre este tema nuestra (de E. Borda y mía) Conversación en Madrid con Jose Manuel Estepa (acerca del Catecismo de la Iglesia Católica y su Compendio), en “Anuario de Historia de la Iglesia” 15 (2006) 367-388.
[7] Entre los documentos de las conferencias episcopales que afectan a la catequesis cabe citar: Conferencia episcopal alemana, Katechese in Veränderter Zeit (2004); Conferencia Episcopal Brasileña, Catequese renovada (1983); Com adultos, catequese adulta (2001); Conferencia Episcopal Española, La catequesis de la comunidad (1983); El catequista y su formación: orientaciones pastorales (1985); Catequesis de adultos (1991); Nota sobre algunos aspectos de la catequesis hoy, relacionados con el tema de la verdad, de la revelación cristiana y de su transmisión (1992); La iniciación cristiana (1999); Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, To teach as Jesus did (1972); Sharing the light of faith (1979); Guidelines for doctrinally sound catechetical materials (1990); Our hearts were burning within us ( 1999); Sons and daughters of the light (1996); Renewing the Vision (1997); Sowing seeds (2000); National Directory for Catechesis (2005); Conferencia Episcopal Francesa, Directoire de pastorale catéchétique (1964); Lettre aux catholiques de France: “Proposer la foi” (1996); Aller au coeur de la foi (2003); Conferencia Episcopal Italiana, Il rinnovamento della catechesi, (1970); Comunicare il Vangelo in un mondo che cambia (2001); CELAM, Evangelización y catequesis: diez documentos del magisterio eclesiástico (1986); Hacia una catequesis inculturada (1995); La catequesis en América Latina: orientaciones comunes a la luz del Directorio General para la Catequesis (1999).
[8] Sobre esa historia y su significado, puede verse sobre todo P. Rodríguez, El Catecismo de la Iglesia Católica: interpretación histórico-teológica, Un. de Navarra, Pamplona 1994 (reproducido en J.M. Estepa Llaurens y otros, Estudios sobre el Catecismo de la Iglesia Católica, Aedos, Madrid 1996, pp. 1-45). Vid. también lo que hemos escrito bajo el título El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica y las cuestiones planteadas desde el debate “De Parvo Catechismo”, en “Anuario de Historia de la Iglesia” 15 (2006) 89-110; y “Fe y sacramentos al servicio del diálogo intercultural”, en C.-J. Alejos Grau, Al servicio de la educación en la fe. El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, Palabra, Madrid 2007, pp. 73-102 (este libro incluye una amplia y sistematizada bibliografía, a cargo de J. Vergara, sobre el Catecismo y su Compendio). El Secretariado Nacional de Catequesis, publicó un cuaderno Especial Compendio, en “Actualidad Catequética”, 207 (julio-septiembre 2005) 7-85.
[9] Entre los catecismos elaborados por las Conferencias Episcopales, cabe citar los Catecismos de adultos de la Conferencia Episcopal Alemana, vol. I (1985), de la Conferencia Episcopal Italiana (1995) y de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos (2006). Sobre la historia y el sentido de los catecismos en la tradición eclesial, vid., E. Luque, voz “Catecismo” en C. Izquierdo (dir) –J. Burggraf–F.Mª Arocena, Diccionario de Teología, Eunsa, Pamplona 2006, pp. 121-127.
[10] Cfr. Ch. Schönborn, El Catecismo de la Iglesia Católica: ideas directrices y temas fundamentales, en Card. J. Ratzinger- Ch. Schönborn, Introducción al Catecismo de la Iglesia Católica, Ciudad Nueva, Madrid 1994, p. 41-66.
[11] P. Rodríguez (et al), Catechismus Romanus, ed. crítica, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 1989, Prólogo, pp. XXVI-XXVIII. Ya en 1977 el profesor Rodríguez había llamado la atención sobre el lugar de los sacramentos en el Catecismo Romano (cfr. P. Rodríguez, El sentido de los sacramentos según el Catecismo Romano, ponencia presentada en la XXVII Semana Española de Teología del C.S.I.C. (Madrid 1976) y publicada en «Scripta Theologica» 9 (1977) pp. 951-984. En el lugar citado en la nota anterior, Ch. Schönborn señalaba que la edición crítica del Catecismo Romano fue de gran ayuda para la redacción del Catecismo de la Iglesia Católica, precisamente por haber puesto de relieve la importancia de las cuatro “piezas capitales” que lo estructuran y su orden preciso (cfr. Ch. Schönborn, El Catecismo de la Iglesia Católica…., pp. 52-56).
[12] J. Ratzinger, Transmisión de la fe y fuentes de la fe, en "Scripta Theologica" 15 (1983) 9-30. Sobre el pensamiento catequético de Joseph Ratzinger, vid. A. Wollbold, Benedikt XVI. und die Katechese, “Münchener theologische Zeitschrift” 56 (2005) 485-497.
[13] Vid. al respecto J.L. Lorda, Antropología del Catecismo de la Iglesia Católica, en “Teología y Catequesis” 84 (2002) 31-54.
[14]Cfr. J. Mouroux, L’expérience chrétienne. Introduction à une théologie, Aubier-Montaigne, Paris 1952.
[15] La celebración litúrgica, bien vivida, constituye la mejor catequesis. Por otra parte hoy es necesaria una catequesis litúrgica que prepare para los sacramentos y eduque la relación entre la liturgia y la vida. Toda catequesis ha de ser capaz de manifestar y hacer operativa esta dimensión litúrgica de la vida cristiana. Sobre la capacidad educadora de la liturgia, vid. D. von Hildebrand, Liturgia y personalidad, Fax, Madrid 1963.
[16] San J. Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 111, in fine.
[17] Si en la educación de la fe es problemático el sentimentalismo, no menos lo es la falta de “corazón”: una dimensión fundamental de la educación cristiana que pone de relieve otro libro del mismo autor, El corazón: un análisis de la afectividad humana y divina, Palabra, Madrid 1997.
[18] Vid. J. Morales, La experiencia de Dios, Rialp, Madrid 2007.
[19] Puesto que la fe implica la inseparabilidad entre sentido, inteligencia, fundamento y verdad, la terología es tarea primordial de la fe cristiana, como discurso comprensible, lógico (racional e inteligible) de Dios (cfr. J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, Sígueme, Salamanca 2002, pp. 69s).
[20] Vid. las páginas que hemos dedicado a la dimensión pastoral de la teología en R. Pellitero, Teología pastoral: panorámica y perspectivas, Grafite, Bilbao 2006, pp. 57-90.
[21] De ahí la exhortación de San Pedro: “Glorificad a Cristo en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15). Como si dijera: vuestra glorificación de Cristo, que se centra en la celebración eucarística, debe llenar toda vuestra vida (es el tema del “culto espiritual”, que veremos más adelante) y por tanto ser el fundamento siempre vivo de la comprensión y explicación de vuestra fe.
[22] El Espíritu Santo es el sujeto trascendental de la Tradición, mientras que la Iglesia es sujeto visible e histórico de la Tradición (cfr. Y. Congar, La Tradición y la vida de la Iglesia, ed. Casal i Vall, Andorra 1964, pp. 47-75).
[23] Cfr. Constitución dogmática Lumen gentium, n. 1.
[24] Novo millennio ineunte (2001), n. 43.
[25] La fe cristiana al alba del nuevo milenio y el desafío de la no creencia y la indiferencia religiosa (2006).
[26] Sobre la denominada catequesis familiar, vid. J. Ortiz López, Orientaciones prácticas para la catequesis familiar, ed. Mundo cristiano, Madrid 1983; P. de la Herrán, Urgencia de la catequesis familiar, Palabra, Madrid 1993; del mismo autor, junto con otros, Catequesis familiar (3 cursos), Palabra, Madrid 1993-1994; E. García Ahumada, ¿Qué es la catequesis familiar?, San Pío X, Madrid 1998.
[27] Cfr. R. Pellitero, La belleza, camino para la transmisión de la fe, comunicación al Congreso Internacional “Culturas y racionalidad: líneas de diálogo y convergencia en la sociedad pluralista”, Universidad de Navarra, 19-21 Noviembre 2007.
[28] Cfr. Exhort. Evangelii nuntiandi (1975), n. 21. “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan (…) o si escucha a los que enseñan es porque dan testimonio”. Sobre el testimonio vid. lo que hemos escrito con el título “La fuerza del testimonio cristiano”, Scripta Theologica 39 (2007/2) 367-402.
[29] El texto continuaba: “El testimonio negativo de cristianos que hablaban de Dios y vivían contra Él, ha obscurecido la imagen de Dios y ha abierto la puerta a la incredulidad. Necesitamos hombres que tengan la mirada fija en Dios, aprendiendo ahí la verdadera humanidad. Necesitamos hombres cuyo intelecto sea iluminado por la luz de Dios y a quienes Dios abra el corazón, de manera que su intelecto pueda hablar al intelecto de los demás y su corazón pueda abrir el corazón de los demás” (J. Ratzinger, Conferencia en el monasterio de Santa Escolástica, Subiaco, 1-IV-2005).
[30] Benedicto XVI, Discurso en la IV Asamblea eclesial italiana (Verona), 19-IV-2006.
[31] Algunas líneas interesantes sobre esto pueden verse en la carta pastoral de Mons. J. Pujol Balcells, Amar y servir a la Iglesia, Tarragona 19-IX-2005.
[32] Vid. nuestro texto “Especialmente con los más necesitados”: un signo eficaz del amor, en R. Pellitero, (ed), Vivir el amor. En torno a la Encíclica “Deus Caritas est”, ed. Rialp, Madrid 2007, pp. 109-117.
[33] Discurso en la IV Asamblea eclesial italiana (Verona), 19-IV-2006, ya citado.
[34] Catecismo Romano, Prefacio, n. 11: ed. P. Rodríguez, Cuidad del Vaticano-Pamplona 1989, p. 11. Este texto cierra el prólogo del Catecismo de la Iglesia Católica (n. 25).
[35] Santo Tomás señala que que la Iglesia está “constituida por la fe y los sacramentos de la fe” (S. Th., III, q 64, a 2, ad 3). Siendo eso así, se entiende que diga también sencillamente: “Por los sacramentos que brotaron del costado de Cristo crucificado, se dice que se fabrica la Iglesia de Cristo” (S. Th., III, q. 64 a 2 ad 3; vid. también I ad Cor XI-XVI, cap 11, lec 2). De modo más completo afirma también que la gracia que brota de la pasión de Cristo se hace eficaz en aquellos que la reciben “por la fe, los sacramentos y la caridad” (In III Sent., d 1, q 1; d 19, a 2), o, de modo equivalente, que la obra redentora de Cristo se aplica por la fe que obra a través de la caridad, y por los sacramentos de la fe (QD., De Veritate, q 29 a 7, ad 8).
[36] Sobre el “triplex munus” de Cristo, vid nuestro estudio “Los fieles laicos y la trilogía ‘Profeta-Rey-Sacerdote’”, en T. Trigo (ed), Dar razón de la esperanza. Homenaje al Profesor Dr. José Luis Illanes, Universidad de Navarra, Pamplona 2004, pp. 423-440.
[37] Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte, 6-I-2001, n. 50.
[38] Cfr. Madre Teresa de Calcuta Escritos esenciales, Santander 2002, p. 181.
[39] Cfr. San J. Escrivá, Surco, n. 827; cfr. n. 228.
[40] Discurso en la IV Asamblea eclesial italiana (Verona), 19-IV-2006. Se refiere a continuación a las palabras de Pablo en Flp 4, 8.
[41] Cfr. Exhortación postsinodal Sacramentum caritatis, 22-II-2007, n. 11.
[42] Otros textos importantes sobre el culto espiritual: Flp 2, 17; 3, 3 y 4, 18; 2 Tim 1, 3; Hb 9, 14; 12, 28 y 13, 15; 1 Pe 2, 5 y 3, 15. Del culto espiritual (tema de gran calado para la teología y la espiritualidad) trata, ya en el s. II, San Justino, y posteriormente sobre todo San Agustín. Textos significativos se encuentran, entre otros, en Clemente de Alejandría, S. Gregorio de Nacianzo, S. Pedro Crisólogo y S. León Magno. Vid. nuestro estudio “Eucaristía y nueva evangelización”, Scripta Theologica 37 (2005) pp. 544 ss., con la bibliografía ahí citada, y con referencia particular a la predicación de San Josemaría Escrivá.
[43] Sacramentum caritatis, n. 33. Vid. en el mismo documento los nn. 70 ss.
[44] Además de la Eucaristía bien celebrada, se aconsejan tres cosas: a) interpretar los ritos “a la luz de los acontecimientos salvíficos”; b) introducir a los fieles “en el lenguaje de los signos y gestos, que, unidos a la palabra, constituyen el rito”; c) “enseñar el significado de los ritos en relación con la vida cristiana en todas sus facetas, como el trabajo y los compromisos, el pensamiento y el afecto, la actividad y el descanso” (n. 64).
[45] n. 77.
[46] Y no os amoldéis a este mundo, sino, por el contrario, transformaos con una renovación de la mente, para que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, agradable y perfecto” (Rm, 12, 2).
[47] Sacramentum caritatis, n. 77.
[48] Cfr. R. Guardini, Sobre el apuro del prójimo en peligro, ed. Guadarrama, Madrid 1960 y ed. Lumen, Argentina 1989.
[49] Ibid. n 89. Vid. sobre este tema nuestra comunicación Liturgia y compromiso, en J.L. Gutiérrez y otros (eds), “La liturgia en la vida de la Iglesia. Culto y celebración” (XXVII Simposio Internacional de Teología de la Universidad de Navarra, 2006), Eunsa, Pamplona 2007, pp. 277-289.
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