Gentileza de ZENIT.org
En el último número de revista Humanitas, de la Pontificia Universidad Católica de Chile, puede leerse un ensayo del filósofo francés Henri Hude, miembro del Consejo de Colaboradores de esa publicación chilena que circula en el norte y sur del continente americano, en el cual analiza, desde la perspectiva de la filosofía moral política, los discursos del Papa Benedicto XVI y del presidente Barack Obama en Oriente Medio.
Antiguo profesor del Instituto Juan Pablo II para la Familia, en su sede romana de la Pontificia Universidad Lateranense y actual director del Centro de Investigaciones Éticas en la Escuela Saint-Cyr para oficiales militares en Francia, Hude conversó con ZENIT sobre este ensayo que puede ya verse in extenso en el sitio web de Humanitas.
¿Por qué semejante paralelo entre los discursos de Benedicto XVI y los de Barack Obama?
La humanidad necesita emprender "un nuevo inicio", no sólo en Oriente Medio. Benedicto XVI y Barack Obama lo afirman y emplean la misma expresión. Es la primera y la última palabra de ellos. La meta hacia la cual apunta este "nuevo inicio" es la paz universal. Los dos desean apuntar sin utopía hacia esa dirección. Este "nuevo inicio" sólo es posible, según ambos, si se toma seriamente en cuenta la religión. Los dos prestan, por consiguiente, especial atención a las condiciones culturales y espirituales de la paz universal. Sus perspectivas sobre el porvenir distintas, pero cruzadas sugieren una posible recomposición positiva del panorama global, espiritual y temporal.
¿Cuál es, en su opinión, el aporte esencial de sus intervenciones paralelas?
Decir que la religión puede ser un factor de paz. Barack Obama piensa que las religiones pueden convivir armoniosamente sometiéndose a la norma de una filosofía que asegure la igualdad y la libertad de las opiniones y las tradiciones en el seno de una constitución política dirigida a agrupar toda la pluralidad en la unidad, sin anularla. "E pluribus Unum". Y dada esta condición es muy positivo su aporte a la sociedad. En mi opinión, Benedicto XVI expresa de mejor manera cómo puede operar este modelo teórico sin degradarse en la utopía o la manipulación. Benedicto XVI habla menos de la religión en general, abordando en cambio metódicamente, con realismo y respeto, las diversas relaciones particulares presentes: entre el cristianismo y la Ilustración; entre la Ilustración y el Islam; entre el cristianismo y el Islam. Ciertamente, considera también el judaísmo.
¿Incluye usted la Ilustración o las Luces, entre las religiones?
Por supuesto. Eso es verdad también para la Ilustración en su etapa actual, enteramente relativista. Nos decimos que sería más sencillo reconocer mutuamente nuestras "opiniones" sin buscar una "verdad absoluta"..., pero no es tan simple, ya que si no hay verdad absoluta, eso mismo viene a ser la verdad absoluta y entonces sigue habiendo una verdad absoluta. Y esta última "verdad absoluta" no es puramente una regla práctica útil para la tolerancia, sino una creencia metafísica determinada, ligada a todo un sistema de autorizaciones y prohibiciones. Si de cada espíritu individual puede surgir una verdad absoluta, estamos en pleno politeísmo o panteísmo. Por consiguiente, es del todo razonable que la Ilustración planteen a las religiones problemas sobre la tolerancia, la libertad religiosa y las guerras de religión, pero únicamente si se incluye ella misma y en condiciones de igualdad en el dispositivo problemático que plantean, por cuanto la Razón de las Luces, cuando profundizamos en ella, es también una de las ideas posibles de lo Absoluto, de la Divinidad, junto con todas las demás.
¿Qué interés pueden tener esos "perfiles paralelos" en relación con el trabajo de evangelización
La evangelización sólo es posible si los cristianos están orgullosos de su fe y no se sienten culpabilizados a causa de la misma. Benedicto XVI desculpabiliza a los cristianos, pero también a los musulmanes y judíos. Un alma culpabilizada no se atreve a hablar públicamente sobre su fe. ¿Por qué? Benedicto XVI lo dice: "Hay quienes sostienen que la religión es necesariamente causa de división en nuestro mundo, y pretenden que mientras menos atención se preste a la religión en el ámbito público, tanto mejor será" (Discurso en la Mezquita Al-Hussein). Y el argumento para probar eso es la existencia de las guerras de religión, que serían inevitables. Barack Obama y Benedicto XVI enfrentan este problema con franqueza y profundidad. De aquí se desprenden dos ideas muy distintas, pero en parte convergentes, de la religión como factor fundamental de la paz. Eso tiende a desculpabilizar al cristiano en relación con este tipo de reproche y también le evita exponerse al mismo.
¿Cuál es la diferencia más grande entre los dos planteamientos?
El del presidente norteamericano enfoca políticamente las religiones a pesar de no estar desprovisto de sensibilidad religiosa, y ayuda a progresar la reflexión pública haciendo sentir que discierne claramente la complejidad del problema. Con todo, difícilmente se eleva por encima de una retórica pacifista interreligiosa, cálida, pero algo vaga, cuya eficacia en los espíritus religiosos se mitigará en su alcance y será a menudo función de su grado de secularización. Ciertamente, la disolución de las religiones en el ambiente secularista y relativista, que Obama no desea, sería automáticamente la solución de los problemas que su existencia plantea; pero en este caso la disolución del secularismo sería también una posible solución de los problemas por él planteados a las religiones... ¿Cómo ir más allá de estas seudo soluciones?
El Papa, por su parte, aborda religiosamente las religiones y considera la dificultad relativa de su coexistencia política (que es un hecho innegable) en primer lugar como un problema religioso, que para cada uno se presenta seriamente en el interior de la conciencia religiosa. No parte de las exigencias de la política democrática o la paz mundial planteadas como absolutos, sino de la búsqueda de la voluntad de Dios en cada situación. Es también por este motivo que su filosofía política es más profunda y penetra en mayor medida en lo concreto de las condiciones efectivas de la paz.
Pero, ¿qué significa entonces el llamado a la paz interreligiosa si éste no se lanza únicamente en nombre del espíritu de las Luces?
Es una buena pregunta. Es necesario que este llamado no encierre en sí mismo nada contrario a la convicción fundamental de cada una de las partes. De otro modo, parecería como un llamado a la apostasía. Por ello es necesario un diálogo de una total franqueza.
Suponga usted, por ejemplo, que Dios hubiese revelado que la guerra santa sería un deber religioso no me pronuncio aquí sobre el fondo de la cuestión; es una simple hipótesis de trabajo ¿qué querría usted que produzca a un "verdadero creyente", en esa hipótesis, el hecho de reprocharle que Dios no sería políticamente correcto? El llamado a la paz, formulado al estilo occidental sería incomprensible. En cambio, podría ser eficaz y no desleal hacerle notar a ese tipo de creyente que, en las nuevas condiciones del mundo, una guerra santa, sobre todo empleando medios espantosos, tendría por esa causa un carácter totalmente contraproducente, que sólo conduciría al debilitamiento de la religión en beneficio de una concepción a sus ojos irreligiosa de la libertad y la paz. Así fue la experiencia amarga de la cristiandad europea en los siglos XVI y XVII. Esto, por supuesto, no es sino un ejemplo.
Un llamado a la "tolerancia" es por tanto del todo superficial si consiste en dar a los teístas la lección desde el punto de vista politeísta o panteísta. Suponga usted que se pida a los musulmanes que acepten considerar a Alá como uno de los dioses del Panteón relativista: sería una broma de mal gusto y ellos la tomarían muy mal. Lo mismo le ocurriría a un cristiano, por lo demás. ¿Porque qué es un descendiente de Abraham según la fe? Alguien que piensa haber sido llamado por Dios a una ruptura decisiva con el panteísmo y el politeísmo. Por este motivo, la prédica secularista sobre una vaga tolerancia relativista no promueve diálogo serio y profundo alguno. Sólo tiende a disolver las religiones, reduciéndolas al silencio por culpabilización, o hacerlas sublevarse con violencia contra la idea misma de tolerancia. Para establecer un diálogo serio y pacificador, una persona con esas ideas tendría que empezar por decir: "Soy politeísta o panteísta y considero que mi creencia es la verdadera. Discutámoslo si usted lo desea". El llamado a un diálogo profundo supone la verdad y acepta lo trágico del disentimiento sobre lo esencial.
Pero, ¿cómo podemos vivir juntos en paz si nos separan disentimientos en cuanto a lo esencial que rehusamos relativizar?
Lo que permite la coexistencia es la estimación y la amistad mediante el carácter común de lo moralmente serio de una vida virtuosa. De este modo se edificó el consenso de los Estados Unidos, entre filósofos y creyentes, a partir de la Independencia. Precisamente este consenso se hizo astillas a partir de la decisión sobre el aborto. Barack Obama desearía reconstruirlo. ¿Pero cómo?
Si el espíritu ilustrado abandona el deber kantiano en beneficio del hedonismo y el relativismo ético, la democracia "iluminada" ya no se estructura en torno a la libertad que sube, sino en torno a la que baja, y entonces ya no hay un lugar común entre ella y las religiones ni tampoco con una Ilustración seria. En este aspecto, los problemas morales de la vida son cruciales. Si el espíritu de las Luces renuncia a la exigencia rigurosa del deber, se degrada en un laxismo intolerante que lleva al choque de las civilizaciones.
¿Por qué hay guerras de religión?
Es preciso comprender esta expresión en el sentido más amplio. Las guerras entre ideologías provenientes del espíritu de las Luces o entre una religión y una determinada ideología son también guerras de religión en sentido amplio. El Papa advierte que las guerras de religión existen en sentido amplio, pero no son necesariamente muy religiosas. "La manipulación ideológica de la religión, a veces con fines políticos, es a menudo el verdadero catalizador de las tensiones y las divisiones" (Discurso en la Mezquita Al-Hussein). Se podría invocar aquí el testimonio del filósofo Montaigne en sus "Ensayos", quién vivió en Francia en los tiempos de las guerras de religión. Si con la acción del General Petraeus, en Irak, mejoraron tanto allí los asuntos de Estados Unidos, es porque esa acción se cimentó justamente sobre la base de un análisis mucho más fino del carácter de un conflicto que implica una dimensión religiosa, como lo explica el Profesor Ahmed S. Hachim. Además, Benedicto XVI elogia a los dirigentes jordanos por "cerciorarse de que la vertiente pública de la religión refleje su verdadera naturaleza" (ibid).
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