Fuente: SimposioSanJosemaria.com
Tengo
para mí que San Josemaría Escrivá en un santo que quiere, empuja y exige a los
periodistas. No es una simple corazonada. Tampoco las ganas inmensas de que así
sea. Es una experiencia personal avalada por las palabras y los gestos del
santo.
Digo
que San Josemaría quiere, empuja y exige a los periodistas así, en presente, porque
no es una persona que fue pero se diluyó en una nube confortable y rosa. Vive,
vivirá eternamente, y no se cansará nunca jamás a diferencia de los hombres que
aquí enseguida nos cansamos de tener las piernas cruzadas, de escuchar una conferencia
o de pedir por la curación del abuelo, San Josemaría no se cansará nunca jamás
de comprender, animar y susurrar al oído de todos los periodistas que es
preciso cambiar, estar a la altura de la profesión, y trabajar mejor.
No
quisiera de ninguna forma plantear una cuestión de competencia celestial ni de
indisponerme con Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Jesús o San
Entre
los santos por definición no hay celos, ni corralitos acotados, ni exclusivas,
que tantas penas y malentendidos nos traen aquí abajo. De modo que ni Santa
Catalina de Siena, ni Santa Teresa de Jesús ni San
1.
UN PATITO FEO
Dicen
que el periodismo es pura bohemia en estado químicamente puro. O un oficio deshuesado.
O casi una profesión. O lo más parecido al sacerdocio. O lo que linda con la
actividad de titiriteros y trapecistas. O la escoria de los volcanes de
comadres y murmuradores. O el perro guardián de la democracia. O el desaguadero
de pasiones, rencores y afanes de revancha. O la única instancia capaz de
resolver los pequeños y grandes problemas de los ciudadanos. O la superficialidad
elevada a la categoría de prepotencia arrogante. O la conciencia crítica de la
sociedad. O un puro negocio que se pretende ennoblecer con palabras altisonantes.
O mil cosas más. Del periodismo, a estas alturas, se ha dicho de todo.
Lo
interesante es retener esta idea: a este periodismo vapuleado, hecho trizas, desacreditado,
cubierto de improperios, feo, a veces también adulado, subido a la altura del
cielo o coronado como el «rey del mambo», a ese periodismo que sobre todo es o
parece ser un «patito feo», es precisamente al que San Josemaría quiere, exige
y empuja.
Nunca
o casi nunca la prensa valga la paradoja ha tenido buena prensa. Tampoco los
periodistas. Tampoco los propietarios de los medios, de quienes Mark Twain
solía decir con una ironía ácida y nada respetuosa que si se sacaba del
manicomio a un hombre idiota y se le casaba con una mujer idiota, pasadas
cuatro generaciones, el resultado sería un editor de prensa.
Kierkegaard,
a lo que se lee, tenía también malas pulgas con la prensa. Se atrevió a decir,
sin despeinarse, que «mientras exista la prensa diaria, el cristianismo será
imposible» y remataba su estimulante visión
de los periodistas con esta perla: «Entre los carniceros pueden encontrarse
magníficas personas, aunque haya una cierta dosis de crueldad inherente al
carnicero; lo da la profesión. Pero ser periodista es peor
Si yo fuera padre y
sedujeran a mi hija, siempre tendría la esperanza de que pudiera salvarse. Pero
si un hijo mío se hiciera periodista y durante cinco años siguiera siéndolo, no
habría ya nada que hacer».
Hasta
el mítico periodismo de investigación llega el acento crítico: ni a los que les
gustan las salchichas ni a los que les gusta el periodismo de investigación dirá
Don Shelby deben ver cómo se hacen las salchichas o el periodismo de investigación.
Incluso
Helena, la chica del guardarropas en la novela de «Elena Soprano», sentía el
mal tufillo de los periodistas. «Cada tanto dice Helena también vienen periodistas.
Se reconocen enseguida. Cansados y sudados, nunca dejan propina».
2.
QUERER AL PATITO FEO
Ese
mundo del periodismo al que, según estos autores y muchos otros ciudadanos, hay
que entrar tapándose las narices porque según ellos segrega fetidez,
inconsistencia, inmadurez o perdición; ese mundo fue el que quiso, el que
quiere y el que querrá San Josemaría para transformarlo en un río, en un torrente,
en un mar de aguas limpias capaz de quitar la sed y limpiar la mugre de todos
nosotros, los periodistas.
San
Josemaría nunca quiso unirse a ningún coro negativo, a ninguna voz destemplada
o amarga que tuviera una visión injusta y miope del periodismo. Nunca se dejó
vencer por ese celo amargo que suele acompañar al fracaso, al rencor o a la
pequeña desesperación. Un celo amargo que con la coartada de empujar a todos al
Cielo empieza por condenar al infierno a un buen montón de los caminantes.
Piropeó
al periodismo: «Es una gran cosa el periodismo». Es cierto que piropeó a todas
las profesiones. Dios le hizo ver que precisamente la profesión o el oficio
eran el campo donde el Cielo llamaba a hombres y mujeres a ser santos. Pero no
era nada corriente que San Josemaría alabara de esta forma una profesión concreta.
Tal
vez hasta hubiera tenido una cierta justificación humana que San Josemaría
hubiera abierto la caja de los truenos contra el periodismo. Tenía una experiencia
personal con los medios informativos y tenía también el dolor que esos medios
informativos le proporcionaban cada vez que maltrataban a la Iglesia Católica.
San
Josemaría probó en su carne las diferencias que hay entre el buen y el mal
periodismo. Fue blanco de calumnias, de ataques increíbles, de murmuraciones
sin cuento. No le importó, sin embargo, ser personalmente la escupidera de
nadie. Todos esos ataques personales se los echaba a la espalda con paciencia,
sentido sobrenatural y buen humor.
Pero
sufrió hasta lo indecible cuantas veces vio que la Iglesia se convertía en la
escupidera de unos medios de comunicación sectarios y fanáticos. Y sentía en su
alma el dolor agudo de lo que él llamará «la política infame del silencio».
Pero
nada ni su experiencia personal, ni haber sido la escupidera de algunos
periodistas, ni el sufrimiento de ver cómo algunos medios maltrataban a la
Iglesia santa nada disminuyó su cariño, su aprecio, su amor grande por los
periodistas y los periodismos de todos los tiempos. Nada pudo con su sentido positivo,
estimulante, cálido, de concordia y paz, que tuvo y transmitió a todos.
Veía
en el signo MAS (+), que es también decía el signo de la Cruz, el símbolo de
su actitud ante el periodismo y los periodistas: sumar, disculpar, comprender,
perdonar, sonreír, rezar.
3.
«OS BENDIGO LAS PLUMAS
Y LAS LENGUAS»
Era
octubre de 1967. En la explanada que se abre enfrente de la Biblioteca antigua
de la Universidad de Navarra, miles de personas se apiñaban en torno a San
Josemaría. No había protocolo, ni discursos rimbombantes, ni lejanías ni ficciones.
Era una tertulia. Las preguntas de unos y otros iban y venían, desordenadas. Y
en ese ambiente de familia alguien formuló esta petición a San Josemaría:
¡Padre!
Soy periodista. ¿Puedo pedirle que bendiga nuestras plumas?
Había
en aquella petición el sabor de la fe, pero también un rastro de nostalgia como
si aquel periodista sintiera la necesidad de que le ayudasen a hacer mejor las
cosas, o como si hubiera percibido más de una vez que la sociedad no acababa de
reconciliarse con él y con la gente de su profesión periodística.
Algo
de todo esto debió de cruzar por la cabeza y el corazón del Fundador del Opus
Dei. O quizás golpearon su memoria algunos recuerdos de su experiencia personal.
El caso es que San Josemaría contestó:
«Os
bendigo las plumas
y las lenguas»
Aquella
bendición era la certeza de San Josemaría de que todos los periodistas como
todos los hombres están llamados a ser santos en medio de aquel estanque no
del todo limpio que surcan los patitos feos. Era su convicción humana y sobrenatural
de que las plumas y las lenguas de los periodistas son capaces, si ellos
quieren, de transformar el mundo. Aquella bendición era también la esperanza de
San Josemaría de que todo esto que soñaba, ocurrirá, sin agobiar los tiempos.
4.
LOS HIZO UNIVERSITARIOS
Arcadi
Espada, en su libro Diarios Premio
Espasa Ensayo 2002 repasa con una mirada crítica, trufada de ironía y buen
humor, los periódicos de enero a diciembre de 2001, el año en que enloquecieron
las vacas y dos aviones destruyeron las Torres Gemelas. Es una reflexión llena
de claroscuros donde la crítica pura y dura se equilibra con propuestas que
intentan echar el periodismo hacia arriba.
En
un momento determinado, Arcadi Espada dice una cosa terrible: «El periodismo es
un extraño oficio en el que a uno sólo le exigen dar lo mejor de sí mismo
cuando aún no tiene nada que dar».
¿Qué
significa esto?
Es
cierto que no todos los periodistas tenemos algo que decir ni mucho menos algo
que decir continuamente. Más bien somos pescadores de perlas, discontinuos y
condicionados por el estado de la mar. De vez en cuando las ostras de este
mundo nos dejan ver y hasta tocar sus pequeños tesoros.
Pero
un pescador de perlas el periodista no se improvisa. Ser un buen periodista
es difícil y costoso. Se necesita nacer un poco periodista y hacerse, hacerse,
hacerse periodista por la formación continua y el entrenamiento.
El
periodismo es la pasión de saber qué pasa, por qué pasa lo que pasa y qué viene
después. Es la pasión de intentar transformar el mundo y no sólo de describirlo.
Es la pasión de forjarse convicciones y de defenderlas con una fuerte suavidad.
Es la pasión de transformar en oro como el rey Midas todas las palabras de la
comunicación.
Un
periodista ha escrito recientemente Juan
Mitad
filósofos, mitad juglares.
La
inteligencia para iluminar las sombras de la vida, el sentido de la libertad para
sembrar libertad, saber mirar más que ver, cultivar las convicciones donde anclar
la propia existencia, llegar a tener todo esto en dosis homeopáticas o por quintales
requiere una preparación honda, seria, científica, y hasta un poco mágica.
La
formación universitaria de los periodistas no siempre está a la altura de las
circunstancias. Pero lo que es seguro
En
1882, Pulitzer ofreció dinero a la Universidad de Columbia en Estados Unidos
para empezar una Escuela de periodismo, pero rechazaron su oferta. Insistió y
se lo aceptaron en 1903, aunque la Escuela no se inauguró hasta 1912. Mientras
tanto, abrieron sus puertas cinco escuelas más. La de la Universidad de Missouri,
de 1908, es
San
Josemaría está también inscrito en el libro de los pioneros que abrieron una
senda en mitad del escepticismo o del puro aprendizaje empírico del periodismo.
Un puñado muy pequeño de hombres que han puesto en marcha, con fuerza
espiritual y trazos enérgicos, la investigación científica de la comunicación
social y la preparación seria y solvente de las profesiones que la desarrollan y
sirven.
Tan
fuerte era el cariño de San Josemaría al periodismo, tan claro tenía que los
periodistas necesitan una formación libre, con raíces, horizontes altos y
sentido de responsabilidad, que quiso dar vida en 1958 apenas habían
transcurrido seis años desde la fundación de la Universidad de Navarra en 1952
a la Facultad de Comunicación.
Era
la primera vez que los estudios de periodismo llegaban a la Universidad.
5.
DELIRIO Y PASIÓN
Laura
Restrepo, en su novela Delirio, describe
un infierno donde las llamas y las chispas se han hecho sutilmente mucho más
dolorosas que el fuego. «Te juro dice uno de sus personajes que el infierno
debe ser un lugar donde te encierran con tus consecuencias y te obligan a
lidiar con ellas».
«Te
encierran con tus consecuencias y te obligan a lidiar con ellas»
Es un modo
estupendo de explicar esa fortísima aleación que existe entre libertad y responsabilidad.
Hay
que seguir mejorando la pasión de ser periodista.
No
escapar. No encogerse de hombros. No preparar un iglú para seguir vegetando. No
arriar la bandera de ser mejores personas. No renunciar a transformar el mundo.
Hay
que seguir cultivando en palabras de Umbral ese «placer ancho y casi marinero
de desplegar un periódico, que es como desplegar una vela marinera».
Hay
que seguir preparando para todas las redacciones esos «hombres hombro» de los
que habla Arturo San Agustín. Un hombre y un hombro siempre dispuestos a que se
reclinen las cabezas llorosas, malhumoradas o al borde de la desesperación
periodística. Sólo el hombrehombro es capaz de entender por qué casi todas las
mujeres sensibles piensan a menudo en aquella escena de la película Memorias
de Africa en la que Robert Redford lava los cabellos
lentamente, con dulzura, poco a poco, a Meryl Streep
Hay
que formarse en el periodismo hasta el final de los días de cada uno. En el
trabajo. Al reflexionar sobre la propia experiencia. Con los libros que merece
la pena leer. Volviendo de vez en cuando al mundo de la Universidad. Mejorar al
ver cómo hacen y cómo trabajan los compañeros que están a la vanguardia de la profesión.
Formarse en la fuente de la intimidad personal. Alzar los ojos al Cielo
6.
EL SANTO EMPUJA Y SE HACE EXIGENTE
Con
la misma mirada cálida y cariñosa de San Josemaría a los periodistas, con esa
misma mirada aprieta, empuja y dice al oído de cada periodista que hay que
levantar el horizonte de las exigencias.
Detrás
y debajo de las funciones clásicas del periodismo de todos los tiempos informar,
formar y entretener, San Josemaría entrelaza y funde cuatro finalidades
llamadas a dar al periodismo toda su fuerza, toda su belleza, toda su trascendencia
social, toda su soberana consistencia.
En
su pensamiento, el periodismo ha de contribuir a estas cuatro finalidades (cfr.
Conversaciones, 86):
promover el amor a los ideales nobles;
promover el afán de superación del
egoísmo personal;
promover la sensibilidad ante los
quehaceres colectivos;
promover la fraternidad.
Con
estos trazos sencillos y vigorosos, San Josemaría está pensando en un periodismo
que levante hacia arriba al público, le ayude a fomentar las alas del espíritu,
cultive ese humus de nobleza que
todo hombre tiene, le haga más rico en ideas, en sentimientos, en actitudes, un
periodismo que catalice una vida con menos telarañas en los ojos.
Pero
será imposible hacer todo esto ennoblecer y no encanallar al público si los
periodistas no luchan por consolidar su rectitud personal. La información verdadera
dirá San Josemaría «es aquella que no tiene miedo a la verdad y que no se
deja llevar por motivos de medro, de falso prestigio, o de ventajas económicas»
(Conversaciones, 86).
San
Josemaría entiende el periodismo como una siembra de generosidad social que
saque a los hombres de un autismo egoísta y ridículo, del iglú frío, helado y
cerrado con más hielo, y abra sus vidas a la idea de servicio, a un servicio generoso
a los demás.
San
Josemaría considera que el periodismo puede y debe contribuir a curar ese
individualismo que renuncia a pensar en términos sociales, sofoca en beneficio propio
los intereses generales y no quiere dar su brazo o su hombro para la construcción
de la sociedad. «Es difícil dirá San Josemaría que haya verdadera convivencia
donde falta verdadera información» (Conversaciones, 86).
Al
proponer la fraternidad como una de las finalidades últimas de la información,
San Josemaría está diciendo no al odio, no a los enfrentamientos y a la lucha
como métodos de avance social, no a la discriminación, no a ningún racismo. Es
esa fraternidad la que exige que se trate informativamente con respeto y
dignidad a todas y cada una de las personas, con independencia de cuales hayan
sido sus actos, porque así lo merece la dignidad de su condición humana.
7.
SANTIFICACIÓN DEL TRABAJO VERSUS ESTRÉS
No
hay muchos datos empíricos sobre el estrés de los periodistas pero, como ocurre
con las meigas gallegas que haberlas,
haylas, haber estrés en el periodismo, también
haylo.
Hay
un estrés bueno y un estrés malo, como pasa con el colesterol. Sin unas cotas
altas del estrés bueno es difícil un periodismo fuerte y competente.
Lo
dice de una forma rotunda Indro Montanelli un periodista de raza que ya nos
dejó: «Quien no padezca estrés diario no es apto para un oficio en el cual el
estrés es el abono y el catalizador».
Periodistas
soft, sin uñas ni garras, sin ambición ni
autoestima, «sanchopancistas», que idolatran los horarios cómodos, dejan de
pensar en periodismo apenas dicen adiós a la redacción, se sienten felices todo
el día pegados a un ordenador porque odian salir a la calle, ralentizan las
urgencias y las presiones por tener la información antes, más y mejor que los
demás, que ni se enfadan ni gritan ni juran de vez en cuando en arameo
Estas
gentes no tendrán estrés, pero ¿son realmente periodistas?
El
mundo clásico cristiano tenía una fórmula maravillosa contra la tristeza, unas
veces causa y otras veces consecuencia del estrés. La tristeza se combate se proponía
con un reconfortante baño caliente, una comida rica, durmiendo y rezando.
San
Josemaría no le tenía miedo a trabajar duro, de forma constante, horas y horas,
con ganas y sin ellas. Trabajó sin descanso en su juventud o cuando era menos
joven, con un sentido sencillamente heroico del aprovechamiento del tiempo. Fue
un trabajador impenitente. Tuvo, retuvo y fortaleció la pasión de trabajar. El
trabajo era una enfermedad incurable, progresiva y contagiosa. Trabajaba de tal
modo que no necesitaba ni planning ni reloj: «Mi planning dirá está en las
manos de Dios»; «no necesito reloj: detrás de una cosa viene otra»; «no tengo
tiempo de pensar en mi».
El
buen estrés periodístico hay que mantenerlo a raya para que no se desborde
hacia la zona mala del estrés. Esto se consigue poniendo en práctica múltiples
consejos humanos todos ellos muy útiles: dormir regularmente siete horas y
media, desayunar fuerte en casa si es posible con toda la familia o al menos
con una notable representación; andar un poco a paso rápido, beber agua y no
otras cosas, no estar siempre rodeado hasta en las vacaciones y similares de
periodistas, practicar algunos hobbies que
no sean leer periódicos, entender que la tristeza es uno de los enemigos del
hombre, dominar los pensamientos negativos, practicar la soledad sólo en dosis
no mortíferas, para no convertirse ni en un lobo estepario ni en un caballo
triste, saber perdonar, no tener enemigos ni confeccionar listas negras de
agraviadores
San
Josemaría estaría estoy seguro muy de acuerdo con estos y otros remedios
contra el estrés. Pero Dios quiso que nos transmitiera el mensaje más luminoso
y esperanzado que, entre otras cosas, pone siempre en su sitio a todo estrés:
la santificación del trabajo ordinario. Todo trabajo noble y el periodismo lo
es en grado eminente es el ámbito, la materia, el lugar, la permanente ocasión
para que los hombres con la gracia de Dios se hagan santos.
«Sabedlo bien dirá:
hay un algo santo, divino,
escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros
descubrir» (Conversaciones, 114).
Santificar
el periodismo es trabajar mucho tanto como el estrés bueno lo permita
trabajar muy bien con la máxima perfección humana posible y trabajar con ese
espíritu que lleva a buscar y encontrar ese algo santo y
divino que está escondido en la vida ordinaria del trabajo periodístico.
8.
LA DIFÍCIL ASIGNATURA DE LA VERDAD
Suele
decirse con humor que un camello es un caballo diseñado por
una comisión.
Algo
similar podría decirse del periodismo con alguna frecuencia.
Uno
de los rasgos más característicos del periodista tal vez sea su función de
contar a los demás lo que está pasando. Lo que está pasando en el mundo físico
y en el mundo intelectual y moral.
Y
aquí nos salen al paso dos dragones que pueden hacer que el caballo se convierta
en un camello. Es imposible contar lo que está pasando porque están pasando
casi infinitas cosas.
Pero
por muchos dragones que tenga el camino, nunca las noticias pueden consistir en
la no verdad. A lo mejor sólo son una parte de la verdad, una verdad parcial,
pero siempre han de ser verdad. «La verdad es lo que es y seguirá siendo verdad
aunque se piense al revés», dejó dicho con evidente intuición poética Antonio
Machado.
Un
hombre poco sospechoso de ver enredos, conspiraciones o brujas en el periodismo,
como es Arcadi Espada, parte de la base de que «cada día se publican noticias
falsas en los periódicos. La mayoría por errores. Otras muchas de modo voluntario».
San
Josemaría se acercó a la verdad que maneja el periodismo con comprensión por su
dificultad pero también con acentos de fuerte exigencia.
Primero
supo hacer en muy pocas palabras una disección de las tentaciones que suelen
rondar las redacciones de todo el mundo: «Me repugna el sensacionalismo de
algunos periodistas, que dicen la verdad a medias». «Informar no es quedarse a
mitad de camino entre la verdad y la mentira» (Conversaciones,
86)
Mantiene
un no rotundo a la difusión informativa de rumores infundados: «El buen
periodismo dirá es el que no se contenta con los rumores infundados, con los se
dice inventados por imaginaciones calenturientas» (Conversaciones,
86). Este punto de vista es coincidente con el de todos los Códigos éticos de
la profesión y los diferentes Libros de Estilo. Los rumores no se publican.
Ese
no rotundo también lo extiende San Josemaría a las verdades a medias, a esas
verdades que entre dos aguas se quedan «a mitad de camino entre la verdad y la
mentira».
La
exigencia de la verdad periodística se mueve en el pensamiento de San Josemaría
en tres direcciones: a) Hay que informar dirá «con hechos, con resultados».
Es decir, con los materiales que tienen la
consistencia de la realidad aunque esa consistencia sea confusa, ande
entremezclada o esté oscurecida de forma interesada. Hechos o resultados son
todo lo que está fuera de la mente del informador; b) la información con
hechos, con resultados ha de hacerse añade San Josemaría «sin juzgar las
intenciones». El mundo de las intenciones humanas está cerrado a la información
porque es un conocimiento imposible, a no ser que el interesado lo manifieste
al exterior; y c) al informar de hechos o resultados concluirá San Josemaría
hay que mantener «la legítima diversidad de opiniones en un plano ecuánime, sin
descender al ataque personal». Sobre hechos o resultados caben diferentes
opiniones que serán siempre legítimas y ante las que el informador ha de
mantenerse en un plano imparcial y respetuoso.
San
Josemaría empuja a los periodistas a abrir al máximo sus ojos a la realidad. Sin
cerrarlos por el peso de sus prejuicios. Les anima a buscar la verdad de las cosas
trabajando bien, con la técnica, el arte y las reglas que exige el buen
periodismo.
9.
NO AL PERIODISMO DOMESTICADO
El
día de mi cumpleaños y el de nuestra Nicolasa,
la Constitución Española, el día 6 de diciembre San Nicolás de Bari de 1866,
Flaubert escribe una carta a George Sand en la que le plantea una pregunta
metafísica que sigue siendo válida para nuestro tiempo: ¿acaso ha dado Dios
alguna vez su opinión?.
Tampoco
en esta materia quisiera tener el mínimo encontronazo con metafísicos y menos
aún con teólogos. Pero de momento me atrevería a contestar a Flaubert que Dios
no ha dado nunca su opinión por el simple hecho de que Dios no tiene opiniones.
La opinión es una mochila de hombres y de hombres caminantes que en la mayoría
de las cuestiones que les asaltan por el camino han de tantear, con oscuridad y
hasta provisionalmente, la verdadera respuesta a sus incógnitas.
Esta
cuestión de las opiniones va, casi por definición, de la mano de la libertad humana,
que es una libertad limitada.
No
es posible entender al hombre si se prescinde de su libertad; ni tampoco se
puede entender el periodismo si se prescinde o se agosta la libertad. Tendré que
decirlo cuanto antes para que no
Con
una interpolación a una de sus citas, que estoy seguro Umbral me perdonará,
se podría decir que «a los libros, como a los gatos (como a la información,
añado yo), hay que renunciar a domesticarlos».
Y
en este tema de la libertad ese imprescindible oxígeno del periodismo, San
Josemaría nos provee de infinitos balones de oxígeno. Su sentido de la libertad
será siempre joven porque está radicado en Dios, el más joven de todos nosotros,
como repetía el pensamiento clásico.
San
Josemaría veía la libertad con la transparencia luminosa que da entenderla como
un don de Dios. Oía el canto de la libertad en todos los misterios de la fe
católica.
Gritaba
constantemente su
Hasta
se desconcertaba un poquito cuando se encontraba en su camino con personas que
desconfiaban de la libertad, «como si sospechasen que la defensa de la libertad
entrañara un peligro para la fe». (Amigos de Dios,
32)
Defendió
siempre la libertad de todos los hombres, la libertad de todos los cristianos,
la libertad de todos sus hijos, y lo hizo con su oración, con su pluma, con su
lengua, a gritos, con susurros, ante los poderosos y ante los hombres sencillos.
Fundió
para hacer más fuerte la libertad dos palabras hasta hacerlas en su vida y en
su pensamiento una aleación inseparable: libertad y responsabilidad. Una
libertad personal que va siempre unida a una responsabilidad también personal.
Con
una expresión suya «¡en la duda, por la libertad!» hizo de la libertad un
principio interpretativo del pensamiento y la acción.
San
Josemaría rechaza el concepto autista de la libertad que adora la idea de ser
libre por ser libre, sin ningún norte ni guía, en un entendimiento de la libertad
como una brújula loca. Tampoco comparte un concepto puramente epidérmico,
emocional, instintivo que lleva a gritar ¡libertad, libertad, libertad!, pero
que es frágil y quebradizo porque carece de fundamentos. Tampoco defiende una
libertad constitutivamente paralítica, que huye del compromiso y termina arrastrada
en cualquier dirección por cualquier viento. Ni piensa que la libertad pueda
definirse únicamente como ausencia de coacción. Ni da a la libertad humana,
aquí, en la tierra, una dimensión de plenitud.
La
verdad que da sentido a la libertad y abre todas sus puertas es resumida por
San Josemaría con una sencillez conmovedora. La verdad liberadora es «saber que
hemos salido de las manos de Dios, que somos objeto de la predilección de la Trinidad
Beatísima, que somos hijos de tan gran Padre» (Amigos
de Dios, 26).
La
filiación divina confiere por tanto su sentido a la libertad humana y señala también
su finalidad. En el pensamiento de San Josemaría, la libertad de los hombres es
para ser, sentirse y vivir libremente como hijos de Dios.
San
Josemaría amó el pluralismo en la vida civil y en la vida religiosa, la espontaneidad
en la acción cristiana, la libertad de las conciencias, la libertad de los
cristianos en todas las materias opinables. No le gustaban ni poco ni nada los grandes
o los pequeños tiranos. Potenciaba la diversidad. Respetaba y hacía respetar la
personalidad de cada persona. Le asfixiaba esa libertad que Luisa Castro ha llamado
«libertad de corral». Encaraba a las almas ante su personal responsabilidad delante
de Dios y de los hombres. No quería ni almas ni personalidades en serie. Nunca
pensó en la violencia ni para vencer ni para convencer. Fue siempre partidario
del agua clara, del aire limpio, de los espacios abiertos, para que las almas
pudieran tratar antes, más y mejor, de tú a tú con Dios.
10.
UNA PROMESA RECONFORTANTE
San
Josemaría ha escrito
Le
gustaban los pensamientos breves, las imágenes sensoriales que revelan verdades
espirituales, las figuras que hacen cristalizar intuiciones poéticas, las pinceladas
rápidas, plásticas, esenciales, las parábolas en su acepción retórica y evangélica.
Pero
no le gustaba exagerar ni menos aún decir una cosa por otra. Por eso tiene una
grandeza especial, y merece la pena tomárselo al pie de la letra, la promesa que
San Josemaría le hizo, en una entrevista de 1967, al periodista Andrés Garrigó.
Están
hablando del periodismo. Del periodismo de verdad y del periodismo de mentira.
De los verdaderos periodistas y de los falsos periodistas. En ese momento, San
Josemaría dice:
«Os he de confesar que, por lo que a mí
toca, esos falsos periodistas salen ganando:
porque no hay día en el que no rece cariñosamente por ellos, pidiendo al Señor
que les aclare la conciencia» (Conversaciones, 86).
Permitidme
que saque dos consecuencias de sus palabras.
La
primera es ésta: si todos los días rezaba por los falsos periodistas, con tanta
o más razón todos los días rezaba por los verdaderos periodistas, es decir, todos
los días rezaba por nosotros, los periodistas.
La
segunda consecuencia es ésta otra: si todos los días, San Josemaría rezaba aquí,
en la tierra, por todos los periodistas, ¿no es razonable que ahora, en el Cielo,
rodeado eternamente de sus grandes Amores, «donde Cristo mismo son palabras de
San Josemaría, que glosan el Apocalipsis enjugará las lágrimas de nuestros
ojos y donde no habrá muerte, ni llanto, ni gritos de fatiga, porque el mundo
viejo ya habrá terminado» (Conversaciones,
113) ¿no es razonable que siga rezando todos los días de su Cielo por todos
los periodistas de todos los tiempos?
[1]
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |
El trabajo como quicio de la santificación en medio del mundo. Reflexiones antropológicas |