SAN JOSEMARÍA, SACERDOTE
D. José Orlandis
Ponencia pronunciada en Diálogos de teología 2002, organizados por la Asociación Almudí de Valencia y publicada en J. Orlandis, San Josemaría, sacerdote, en AA VV, “Sacerdotes para el tercer milenio”, pp. 35-42, (Edicep, Valencia 2002).
1. Mi encuentro con un joven sacerdote
No pienso que sea salirse del tema de esta charla –y menos estando en Valencia- comenzar evocando un lejano recuerdo: mi primer encuentro con san Josemaría Escrivá. En el mes de agosto del año 1939, llegué a Valencia procedente de la isla de Menorca, donde me encontraba entonces por razón del destino militar, para participar en la Facultad de Derecho de esta Universidad en los primeros exámenes convocados tras el final de la guerra civil. Avanzados los exámenes, un compañero de estudios me invitó a asistir a unos días de retiro espiritual que iban a tener lugar en el Colegio Mayor Burjasot a comienzos de septiembre; y me dio como única referencia que vendría a dirigirlos “un sacerdote de Madrid”, que tenía gran experiencia en el trato con universitarios. No es éste el momento de entrar en más detalles; baste con decir que me encontré con aquel desconocido sacerdote en la puerta de la Catedral que da a la Plaza de la Virgen. No sabía su nombre ni su condición de Fundador del Opus Dei. La primera imagen que tuve de san Josemaría fue, por tanto la del sacerdote, la de un joven y sonriente sacerdote de 37 años que me produjo desde el primer momento una vivísima e inolvidable impresión.
Han pasado desde entonces más de sesenta años; más de un cuarto de siglo, también, desde el tránsito de Josemaría Escrivá a la eterna bienaventuranza, el 26 de junio de 1975. Todos hemos tenido ya tiempo para contemplar, con suficiente perspectiva, su figura. También yo. Y, desde mi punto de vista de historiador, e incluso –si se quiere- con la inevitable deformación profesional que el oficio imprime, quisiera llamar, la atención sobre ciertos rasgos particularmente relevantes de la existencia de san Josemaría, que guardan especial atención con su vocación sacerdotal.
2. Los orígenes de una vocación sacerdotal
Una primera pregunta que podemos hacernos se refiere, justamente, a los propios orígenes de su vocación al sacerdocio. Está claro que hasta un momento bien determinado de su vida, san Josemaría no pensó en hacerse sacerdote. Salvador Bernal recoge en sus Apuntes sobre la vida del Fundador del Opus Dei, publicados en 1976, unas palabras que reflejan inequívocamente las disposiciones interiores de aquel adolescente que, en el invierno de los años 1917 a 1918, estaba a punto de terminar sus estudios de Bachiller en el Instituto de Logroño.
«Yo nunca pensé en hacerme sacerdote ni en dedicarme a Dios -recordaba muchos años después-. No se me había presentado este problema, porque creía que no era para mí. Más aún, me molestaba el pensamiento de poder llegar al sacerdocio algún día, de tal manera que me sentía anticlerical. Amaba mucho a los sacerdotes, porque la formación que recibí en mi casa era profundamente religiosa y me habían enseñado a respetar el sacerdocio. Pero no para mí: para otros»[1].
Y san Josemaría insistía, evocando aquellos tiempos de su juventud:
«Recuerdo que, cuando cursaba el Bachillerato, estudiábamos latín en el colegio. A mí no me gustaba; de una manera necia -¡estoy tan dolido de eso!- decía: el latín para los curas y los frailes.. ¿Veis que estaba bien lejos de ser sacerdote?»[2].
El Señor –es bien sabido- se cruzó en la vida de Josemaría un crudo día de invierno. Las huellas en la nieve de los pies descalzos de un carmelita –el P. José Miguel- fueron la señal de una llamada divina que conmocionó el espíritu del joven estudiante. Una llamada a cumplir un querer de Dios, intuido desde el primer momento con certidumbre, aunque desconocido aún durante largos años. Desde el principio quedó clara la relación, evidente a los ojos de Josemaría, entre el cumplimiento del querer de Dios intuido y el sacerdocio.
«¿Por qué me hice sacerdote? –se preguntaba en otra ocasión- porque creí que así sería más fácil cumplir una vocación de Dios, que no conocía...Por eso me hice sacerdote»[3].
Y se hizo sacerdote con la certísima convicción de que el sacerdocio era la mejor preparación para poner por obra la misión a la que le llamaba el Señor. Pero ¿cuál era la figura del sacerdote que san Josemaría tuvo en la mente y en el corazón y que anunció durante toda su vida?.
3. La identidad del sacerdote
El Fundador del Opus Dei tuvo el arte de saber expresar en palabras breves y sencillas, realidades grandes; y formular, incluso, sin alzar la voz, proposiciones santamente revolucionarias. Eso ocurre, por ejemplo, en “Camino” cuando, hablando de la vocación a la santidad por el cumplimiento de los llamados «consejos evangélicos» se limita a escribir: «Dicen que es camino de pocos. A veces pienso que podría ser camino de muchos»[4]. Así, con esta discreta naturalidad, anunciaba el principio de la vocación universal a la santidad, frente a lo que había sido la ascética tradicional de muchos siglos. Algo parecido ocurre en lo que toca a la esencia misma del sacerdocio. El debatido tema de la identidad sacerdotal, cuestionada y problematizada por algunos, la resolvía hace muchos años con rotundidad y transparencia: «El sacerdote –quien sea- es siempre otro Cristo»[5]. Esa es su exclusiva e inconfundible identidad.
Otro Cristo, ipse Christus, con poderes singularísimos derivados de su identificación con el Señor. El sacerdote puede consagrar el Cuerpo y la Sangre de Cristo, ofrecer a Dios el Santo Sacrificio, perdonar los pecados en la confesión sacramental y ejercitar el ministerio de adoctrinar a las gentes[6]. Recordamos algunos el sufrimiento que causaba al Fundador de la Obra el abandono de la confesión en ciertos países, consecuencia desdichada de la pérdida de la conciencia del pecado y del sentido de la necesidad de recibir el perdón de Dios.
La fe en la presencia real eucarística y el amor a Jesús Sacramentado hicieron que ciertas innovaciones que proliferaron en los años sesenta y setenta, y que implicaban desamor o menosprecio hacia la Sagrada Eucaristía, fueran para san Josemaría motivo de profunda tristeza. Estos hechos herían vivamente la sensibilidad sacerdotal del Fundador del Opus Dei y le hacían derramar lágrimas de dolor.
4. El sacerdocio secular diocesano
De acuerdo con su propia identidad, el sacerdote debe ser exclusivamente hombre de Dios; su oficio le exige la más absorbente dedicación. «Sacerdote cien por cien» –solía decir san Josemaría-, que le pedía rechazar «el pensamiento de querer brillar en campos en que los demás cristianos no necesitan de él». Afirmaba con rotundidad: «El sacerdote no es un psicólogo, ni un sociólogo, ni un antropólogo: es otro Cristo»[7]. Pero ¿cuál fue la actitud y cuáles los sentimientos del Fundador del Opus Dei ante sus hermanos los sacerdotes seculares?.
Josemaría Escrivá sintió siempre cordial afecto y sincera veneración por el estado religioso y estuvo unido por lazos de amistad con muchos de sus miembros. Baste recordar los nombres de los dominicos Padres Aguilar o Sancho, de los benedictinos Escarré o Pérez de Urbel; y el jesuita P. Sánchez Ruiz fue durante muchos años su director espiritual. Pero, tal vez su mejor amigo, en quien más confió, fue el agustino fray José López Ortiz, catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid y luego Obispo de Tuy‑Vigo y Arzobispo Vicario General Castrense. Sin embargo, sus sentimientos hacia esos insignes religiosos eran de otro orden de los que experimentaba hacia los sacerdotes diocesanos.
San Josemaría miraba a los sacerdotes diocesanos como sus hermanos: hermanos míos sacerdotes, solía decir al dirigirse a ellos. Los consideraba, valga la expresión, de su misma familia, de su misma condición. Sentía por ellos un cariño fraternal, hasta el punto de decir que nunca se había encontrado con un sacerdote malo, aunque pudiera haber algún sacerdote enfermo. Y a los sacerdotes del Opus Dei (de la Prelatura del Opus Dei) les invitaba a sentirse como sacerdotes diocesanos en todas las diócesis del mundo. En fin, san Josemaría tuvo un auténtico amor a los sacerdotes diocesanos, y de ello dio pruebas siempre, pero en especial en algunos momentos extraordinarios que quiero recordar aquí.
5. Obras son amores
El primer recuerdo se remonta a la primavera del año 1941, cuando enfermó y murió la madre de san Josemaría, doña Dolores Albás, a la que los fieles de la Obra -entonces casi todos muy jóvenes- llamábamos familiarmente la “Abuela”. Teníamos noticia los que vivíamos en Madrid de que su estado de salud era delicado, a consecuencia de una gripe que había derivado en neumonía. Una tarde, a primera hora, acudí a la casa de Diego de León, la misma que actualmente es sede de la Comisión Regionaldel Opus Dei en España, donde vivía la Abuela. Mi intención era pedir noticias sobre el estado de la enferma. Recorrí con otro venido con igual propósito buena parte de la casa, sin encontrar a nadie que pudiera informarnos, hasta que dimos con el propio San Josemaría que salía de la habitación de su madre. Había entrado a despedirse de ella, para emprender de inmediato viaje hacia Lérida, donde había de dirigir unos ejercicios espirituales para el clero de aquella diócesis. Al vernos vino hacia nosotros y nos dijo aproximadamente estas palabras: «Encuentro a la Abuela mal, pero están esperando cincuenta sacerdotes y mi obligación es ir a atenderlos». Aunque el Padre no previese que doña Dolores fuera a morir, dejarla en aquellas condiciones le exigió un grandísimo sacrificio. Le vimos marcharse como muy abrumado, y nosotros quedamos hondamente impresionados[8]. Dos días después, el 22 de abril, la Abuela falleció. Josemaría no pudo llegar a Madrid hasta la madrugada del 23. Ante el cuerpo de doña Dolores lloró sin rebozo «como un hijo pequeño que acaba de perder a su madre. A esa madre a la que no había podido acompañar en la hora de la muerte, porque el Señor le había pedido tan gran sacrificio por amor a los sacerdotes»[9].
El segundo recuerdo que guardo se refiere a otro momento histórico, en que se hizo patente hasta donde llegaba el amor de san Josemaría hacia los sacerdotes diocesanos. Por los años 1949-1950, Josemaría experimentó el impulso sobrenatural que le pedía abrir también a los sacerdotes diocesanos el camino de la santificación por el ejercicio del trabajo ordinario, según el espíritu del Opus Dei. Pero no se veía un cauce posible dentro del Derecho de la Iglesia, y Josemaría llegó a tomar la decisión de dejar la Obra para emprender una nueva fundación destinada a sacerdotes diocesanos, una resolución para la que pidió y obtuvo el beneplácito de la Santa Sede.
Muy dolorosa fue la impresión que la noticia nos produjo a quienes tuvimos ocasión de conocerla. Nos invadió un sentimiento de orfandad, que se trocó en alegría cuando supimos que el problema se había resuelto, sin necesidad de aquella penosa decisión. El Fundador no tendría que dejar la Obra, y la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz fue el vínculo providencial para hacer llegar la espiritualidad del Opus Dei y la adecuada ayuda personal para vivirla, a cualquier sacerdote diocesano que se sintiera llamado por el Señor. San Josemaría dijo alguna vez que Dios le hizo gustar la ansiedad y el gozo del sacrificio de Abraham.
«Agradezco a Dios Nuestro Señor –confiaba en 1972 a un grupo de aquellos sacerdotes- que vosotros seáis hermanos de vuestros hermanos, y que no haya habido necesidad de escindir un corazón de padre y madre»[10].
San Josemaría sacerdote, y su amor al sacerdocio y a los sacerdotes diocesanos ha sido el tema principal de esta charla. Un tema sobre el que podrían escribirse muchas páginas, pero cuyos puntos esenciales he tratado de resumir con brevedad, aunque también con rigor. Y me alegro de haberlo hecho en esta ciudad de Valencia, tan ligada a la vida de don Josemaría, cuando está todavía reciente la celebración del centenario de su nacimiento.
[1] S. BERNAL, Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer. Apuntes sobre la vida del Fundador del Opus Dei, (Madrid, 1976), p. 55
[2] Ibid. p. 51.
[3] Ibid. p. 57.
[4] San JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 323
[5] Ibid. 66.
[6] Cfr. ID, Es Cristo que pasa, 79
[7] Ibid.
[8] J. ORLANDIS, Años de juventud en el Opus Dei (Madrid, 1993) p. 136
[9] Ibid. p.127.
[10] S. BERNAL, Apuntes..., p. 140.
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