Catedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía Política.
Universidad de Valencia (España)
El pensamiento del Beato Josemaría Escrivá --que es reflejo fidelísimo de su vida-- es nítidamente cristocéntrico. El hecho de colocar a Cristo en el centro de todas las actividades humanas le lleva a subrayar, con énfasis y a lo largo de todos sus escritos, la igual dignidad de todos los seres humanos.
El aspecto de ese pensamiento que nos proponemos glosar, la recta comprensión de la libertad y su relación con la verdad y juicio, aparece reflejado en prácticamente todos sus escritos: en Camino(1), Surco(2) y Forja(3), en las homilías (Es Cristo que pasa(4) y Amigos de Dios(5)) y, finalmente, en las diversas entrevistas que componen Conversaciones con Monseñor Escrivá(6). De todos ellos hemos extraído ideas para glosar y conclusiones a considerar.
Toda persona es digna de respeto
La condición de hijo de Dios del ser humano, y por tanto, de alter Christus(7) tiene como consecuencia la idea de la igual dignidad humana que es, como su razón un favor divino, un regalo de Dios. "La conciencia de la magnitud de la dignidad humana --de modo eminente, inefable, al ser constituidos por la gracia hijos de Dios-- junto con la humildad, forma en el cristiano una sola cosa, ya que no son nuestras fuerzas las que nos salvan y nos dan la vida, sino el favor divino"(8).
A diferencia de lo que ocurría en el pensamiento estoico o en el kantiano, la dignidad no depende de la excelencia humana, o de las capacidades o destrezas de cada cual. Es dignidad ontológica, don de Dios, no ética o mérito humano.
Esa dignidad aparece especialmente realzada en los más indigentes, en aquellos que no pueden cuidarse por sí mismos: los niños y los enfermos. "--Niño, Enfermo-- Al escribir estas palabras, ¿no sentís la tentación de ponerlas con mayúscula? Es que para un alma enamorada, los niños y los enfermos son Él"(9)
El Beato Josemaría criticó expresamente el neomaltusianismo en Conversaciones(10): "se da la paradoja de que los países donde se hace más propaganda del control de natalidad --y desde donde se impone la práctica a otros países--son precisamente los que han alcanzado un nivel de vida más alto. Quizá se podrían considerar seriamente sus argumentos de carácter económico y social, cuando esos mismos argumentos les moviesen a renunciar a una parte de los bienes opulentos de que gozan en favor de esas otras personas necesitadas. Mientras tanto, se hace difícil no pensar que en realidad lo que determina esas argumentaciones es el hedonismo y una ambición de dominio político, de neocolonialismo económico".
Al mismo tiempo, textos como el citado ponen de relieve cómo el Beato Josemaría se adelantaba a criticar los riesgos inhumanistas que iban a presentarse en décadas sucesivas con la tendencia que dado en denominarse "personista", en su pretensión de separar a las "personas", consideradas dignas por su condición de autoconscientes y libres, de los simples "seres humanos", no considerados dignos al faltarles la condición de autoconciencia, posición que conduce a la negación de derechos a los embriones, a los enfermos en estado de coma y a la justificación de la eugenesia a través de las técnicas de reproducción asistida.
El énfasis puesto por el Beato Josemaría en la igual dignidad de todo ser humano no sólo se opone al "personismo", sino que implica también una radical oposición a todo fundamentalismo. El fundamentalismo procede de la confusión entre religión y política a través de una interpretación monolítica y clerical del mensaje religioso y que en al ámbito cristiano buscaría extender los dogmas a campos que la Iglesia ha dejado a la libre discusión de los seres humanos, trayendo como consecuencia la negación de la autonomía de los asuntos temporales, y con ella, de la verdadera laicidad. "Nada más lejos de la fe cristiana que el fanatismo con el que se presentan los extraños maridajes entre lo profano y lo espiritual, sean del signo que sean. Ese peligro no existe si la lucha [ascética] se entiende como Cristo nos ha enseñado: como guerra de cada uno consigo mismo, como esfuerzo por servir a todos los hombres"(11).
La conexión entre el amor la verdad y la universalidad en el respeto al otro se manifiesta igualmente en un profético texto recogido en el mismo volumen de Homilías: "Rechaza el nacionalismo, que dificulta la comprensión y la convivencia: es una de las barreras más perniciosas de muchos momentos históricos. Y recházalo con más fuerza --porque sería más nocivo-- si se pretende llevar al cuerpo de la Iglesia, que es donde más debe resplandecer la unión de todo y de todos en el amor a Jesucristo"(12).
Frente al nacionalismo excluyente escribiría en Camino: "Ser 'católico' es amar a la patria, sin ceder a nadie mejora en ese amor. Y, a la vez, tener por míos los afanes nobles de todos los países. ¡Cuántas glorias de Francia son glorias mías! Y lo mismo, muchos motivos de orgullo de alemanes, de italianos, de ingleses ..., de americanos y asiáticos y africanos son también mi orgullo. --¡Católico!: corazón grande, espíritu abierto"(13).
En el pensamiento del Beato Josemaría la magnanimidad aparece íntimamente unida a la caridad e implica a un tiempo el deseo de hacer bien las cosas por Dios y el ensanchar la "atención al otro" hasta abarcar a todo el género humano. "No tengas espíritu pueblerino. --Agranda tu corazón, hasta que sea universal, 'católico'. No vueles como un ave de corral, cuando puedes subir como las águilas".
La universalidad del respeto a todo ser humano aparece reafirmada en la constante referencia a esa palabra "todos", omnipresente en su obra. "Una de las magnalia Dei(14), de las maravillas de Dios que hemos de meditar y que hemos de agradecer a este Señor que ha venido a traer la paz en la Tierra a todos los hombres de buena voluntad(15). A todos los hombres que quieren unir su voluntad a la Voluntad buena de Dios: ¡No sólo a los ricos, ni sólo a los pobres !, ¡a todos los hombres, a todos los hermanos! Que hermanos somos todos en Jesús, hijos de Dios, hermanos de Cristo: su Madre es nuestra Madre. No hay más que una raza en la tierra: la raza de los hijos de Dios"(16).
"Cuanto más cerca está de Dios el apóstol, se siente más universal: se agranda el corazón que quepan todos y todo en los deseos de poner el universo a los pies de Jesús"(17).
"Si de veras amases a Dios con todo tu corazón, el amor al prójimo --que a veces te resulta tan difícil-- sería una consecuencia del Gran Amor. --Y no te sentirías enemigo de nadir, ni harías acepción de personas"(18).
El respeto a la persona va unido a su carácter insustituible: "porque cada alma es un tesoro maravilloso; cada hombre es único, insustituible. Cada uno vale toda la sangre de Cristo"(19). Se rechaza, por tanto toda posición cerrada y excluyente: "No existe en nuestra Obra ningún afán exclusivista, sino el deseo de colaborar con todos los que trabajan por Cristo y con todos los que, cristianos o no, hacen de sus vidas una espléndida realidad de servicio"(20). Esta actitud responde al ejemplo de Cristo "... como sucede en el pasaje que estamos contemplando: Tú no haces distinción, le dicen; Tú has venido para todos los hombres; a Ti, nada te detiene para proclamar la verdad y enseñar el bien (cfr. Mt, XXII, 16)"(21).
La dignidad de la persona exige, ante todo, tratar a todo ser humano con respeto y evitar hurgar en la vida íntima de los demás, sin juzgar, ni ofender siquiera con la duda. El Beato Josemaría se anticipa proféticamente a destacar, en un texto de 1961, la generalización de la tendencia a la pérdida del respeto a la intimidad de las personas: "No costaría trabajo alguno señalar, en esta época, casos de esa curiosidad agresiva que conduce a indagar morbosamente en la vida privada de los demás. Un mínimo sentido de la justicia exige que, incluso en la investigación de un presunto delito se proceda con cautela y moderación, sin tomar por cierto lo que sólo es una posibilidad. Se comprende claramente hasta qué punto la curiosidad malsana por destripar lo que no sólo no es un delito, sino que puede ser una acción honrosa, deba calificarse como perversión"(22).
Esa dignidad exige, a su vez, el reconocimiento de los restantes derechos humanos, tal y como los enuncia el Beato Josemaría en un punto de Amigos de Dios: "Hemos de sostener el derecho de todos los hombres a vivir, a poseer lo necesario para llevar una existencia digna, a trabajar y a descansar, a elegir estado, a formar un hogar, a traer hijos al mundo dentro del matrimonio y poder educarlos, a pasar serenamente el tiempo de la enfermedad o de la vejez, a acceder a la cultura, a asociarse con los demás ciudadanos para alcanzar fines lícitos, y, en primer término, a conocer y a amar a Dios con plena libertad, porque la conciencia --si es recta-- descubrirá las huellas del Creador en todas las cosas"(23).
Pero al propio tiempo, destaca que la dignidad humana exige mucho más que la justicia: "cuando se hace justicia a secas, no os extrañéis si la gente se queda herida: pide mucho más la dignidad del hombre, que es hijo de Dios"(24).
No toda opinión es válida
La ilicitud del juicio al otro se fundamenta en la exigencia de reconocimiento que ya afirmó Santo Tomás de Aquino al decir que «en cualquier hombre existe un aspecto por el que los otros pueden considerarle como superior, conforme a las palabras del Apóstol: "llevados por la humildad, teneos unos a otros por superiores"». Desgraciadamente, esta humildad, que vale para las relaciones interpersonales y quizás también para las relaciones en las diversas comunidades, se ha querido trasladar al terreno de las ideas, abocando al relativismo.
Lo ha recordado recientemente el Cardenal Poupard: "En esto consiste precisamente la falacia del relativismo: en que transpone indebidamente la virtud de la modestia y de la tolerancia del ámbito personal al ámbito de las ideas. Un hombre humilde no debería considerarse superior a otro y un hombre tolerante debería soportar pacientemente los defectos del prójimo. Pero la humildad no se puede aplicar a las ideas, como si no hubiera unas mejores que otras, ni la tolerancia puede consistir en una aceptación de lo que es realmente erróneo"(25).
Esta profunda verdad ya había sido señalada por el Beato Josemaría en sus escritos la señalar que la transigencia, el irenismo, el ceder ante el error en cuestiones esenciales, constituye un falso ecumenismo (cfr. Surco, n. 359 y siguientes) y se opone a la ortodoxia católica, la vez que implica falta de criterio y formación.
La universalidad en el respeto a la igual dignidad de todos los seres humanos va coherentemente unida al rechazo del relativismo, del falso ecumenismo. También aquí, el origen de la superación del relativismo tiene origen cristocéntrico. Como escribe en Conversaciones, "estar al día significa identificarse con Cristo: que no es un personaje que ya pasó; Cristo vive y vivirá por siempre: ayer, hoy y por los siglos (Heb. XIII, 8)"(26).
Igualmente en este punto puede decirse que los escritos del Fundador del Opus Dei tienen un tono anticipador, ya que constituyen una crítica avant la lettre de lo que podría llamarse postmodernidad decadente; es decir, la propuesta de que 'todo vale', de que todas las opiniones valen lo mismo, lo que conduce al desarme del individuo y de la sociedad para hacer frente a los errores y a los horrores. Sirva de muestra un texto muy gráfico contenido en Forja: "Los católicos --al defender y mantener la verdad, sin transigencias-- hemos de esforzarnos, en crear un clima de caridad, de convivencia, que ahogue todos los odios y rencores"(27). O bien, este otro del mismo libro: "El error no sólo oscurece la inteligencia, sino que divide las voluntades. --En cambio, 'veritas liberabit vos' --la verdad os librará de las banderías que agostan la caridad"(28).
Este es el modo adecuado de comprender lo que --con expresión valiente-- el beato Josemaría designó como "santa intransigencia" (29) y que implica una lúcida crítica del relativismo y el nihilismo que se divisaban en la época en que se escribió Camino y que posteriormente han llegado a su apogeo, unidos al economicismo, el consensualismo, que considera todo susceptible de transacción.
La etimología castellana de la palabra intransigencia supone precisamente, según el Diccionario de la Real Academia Española "la negativa a todo trato o transacción cuyo término resulte vil o deshonroso para la persona, o la verdad". La crítica a la transacción basada en motivaciones economicistas aparece subrayada en el punto 400 de Camino: "...--Si tú vendieras armas de fuego y alguien te diera el precio de una de ellas, para matar con esa arma a tu madre, ¿se la venderías? ... Pues, ¿acaso no te daba su justo precio? ...".
Al destacar la importancia de la intransigencia en defensa de la verdad, el Fundador del Opus Dei se anticipaba a escritos fundamentales de la doctrina de la Iglesia como la Humanæ Vitæ(30) o la Veritatis splendor(31), en los que conjuga la misericordia con las personas y la intransigencia con el error. Así, puede leerse en ambas Encíclicas el siguiente texto: "No disminuir en nada la doctrina salvadora de Cristo es una forma eminente de caridad hacia las almas. Pero ello ha de ir acompañado siempre con la paciencia y la bondad de la que el Señor mismo ha dado ejemplo en su trato con los hombres, al venir no para juzgar sino para salvar (cfr. Io III, 17). Él fue intransigente con el mal, pero misericordioso hacia las personas".
El respeto a la persona exige --al mismo tiempo-- proporcionar formación doctrinal(32) y hacer corrección fraterna para sacar a las personas del error. Hay que armonizar --como hizo heroicamente el beato Josemaría-- el respeto a la dignidad de las personas con la justa defensa de la verdad, defendiendo la verdad con caridad(33).
Hay que ser intransigente con el error y comprensivos con las personas. "Antes de advertir algo o de corregir, hemos de saber ponernos en las condiciones de esa persona que nos va a escuchar la advertencia: ¿cómo querría yo que me trataran si me encontrase en esa situación?"(34). "Si viene a mí la persona más cargada de defectos, de errores, de odios, le atenderé con toda la fuerza de mi corazón, recordando que Jesucristo --así lo dijo Él-- ha venido para salvar a los pecadores, a los enfermos; y todos somos enfermos y pecadores"(35).
Hay una conexión profunda entre la "intransigencia" así entendida, que conduce al respeto a toda persona como alter Christus, a la inalienabilidad de sus derechos y al rechazo de la tolerancia errónea, del planteamiento políticamente correcto, que lleva a considerar válida toda opinión y que, por tanto, conduce a dejar sin protección a los sin opinión.
Es por eso que la santa intransigencia va unida al valor que no se deja coaccionar o atemorizar por el qué dirán(36), que impide que la verdad sea proclamada(37). "Cuándo está en juego la defensa de la verdad, ¿cómo se puede desear no desagradar a Dios y, al mismo tiempo, no chocar con el ambiente? Son cosas antagónicas: ¡o lo uno o lo otro! Es preciso que el sacrifico sea holocausto: hay que quemarlo todo ..., hasta el 'qué dirán', hasta eso que llaman reputación"(38).
Resulta perfectamente claro, por lo que venimos diciendo, que la intransigencia se opone también al fundamentalismo, ya que va dirigida --ante todo y sobre todo-- hacia los propios defectos(39) y, al mismo tiempo, es tolerancia para los errores ajenos(40). Existe una profunda conexión entre el respeto a la verdad --frente al error-- y el respeto a la persona, que está basada en la aceptación de la propia pecaminosidad. Como dice San Juan en su Epístola, "si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros"(41).
"(...) Quien tiene la verdad no es sectario"(42), porque parte del convencimiento, como señalaba también el Beato Josemaría, de que puede ser capaz de todos los errores y de todos los horrores.
Es por ello que la tarea del cristiano es ahogar el mal en abundancia de bien. "Tu vida, tu trabajo, no debe ser labor negativa, no debe ser 'antinada'. Es, ¡debe ser!, afirmación, optimismo, juventud, alegría y paz"(43). Hay que "ver con comprensión a todos: a los que siguen a Cristo y a los que le abandonan o no le conocen. --Pero comprensión no significa abstencionismo, ni indiferencia, sino actividad"(44).
El respeto a todas las personas no debe confundirse con el respeto a las opiniones, que impide distinguir entre la verdad y error, entre el bien y el mal(45). Exige, por el contrario, relativizar ante todo la propia opinión, que constituye un elemento esencial para "aprender a reírse de uno mismo", clave del sentido del humor y una de las consecuencias no secundarias del humanismo cristiano. El Beato Josemaría solía decir que "no había visto tonto más grande que un listo soberbio"(46), al tiempo que señalaba que "nadie puede ganar al cristiano en humanidad"(47).
Concluyendo: para el Beato Josemaría es necesario estar abierto a la verdad de Cristo para juzgar acciones y opiniones, empezando por las propias. Pero ello no puede llevar nunca como consecuencia el juzgar a las personas. Estas son siempre dignas, porque son hijos de Dios y, por tanto, nada daña más la caridad y la justicia que la murmuración y la difamación(48). Dicho con su expresividad habitual: "Yo (...) estoy obligado a respetarle [a todo hombre] y, al mismo tiempo, a procurar encaminarle hacia la verdad"(49).
Notas
1. Camino, 393-398, sobre la santa intransigencia.
2. Surco, n. 359 y siguientes sobre el falso ecumenismo.
3. Forja, n.456.
4. "El respeto cristiano a la persona y a su libertad", "La lucha interior", "El triunfo de Cristo en la humildad".
5. "La libertad, don de Dios", "Vivir cara a Dios y cara a los hombres", "Con la fuerza del Amor".
6. Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, nn. 22, 27, 29, 44 y 46.
7. Sobre el cristocentrismo del pensamiento del Beato Josemaria Escriva, véase Antonio Aranda, El bullir de la sangre de Cristo, Madrid, Rialp, 2000.
8. Es Cristo que pasa, n. 133
9. Camino, n. 419
10. Conversaciones, n.94
11. Es Cristo que pasa, n. 74
12. Ibidem, n. 87. cfr. también Surco, n. 315 y siguientes.
13. Camino, n. 525.
14. Símbolo Quicumque.
15. Act. 2,11.
16. Es Cristo que pasa, n. 13.
17. Camino, n. 764.
18. Forja, n. 869.
19. Es Cristo que pasa, n. 80.
20. Conversaciones, n. 47.
21. Amigos de Dios, n. 159.
22. Es Cristo que pasa, n. 69.
23. Amigos de Dios, 171.
24. Ibidem, n. 172.
25. Inteligencia y afecto. Notas para una 'paideia' cristiana. Universidad Católica de Murcia. Noviembre de 2001, pág. 25.
26. Conversaciones, n. 72.
27. Forja, n. 564.
28. Ibidem, n. 842.
29. Cfr. Camino, nn. 394 a 400 y Surco, nn. 571 y 600.
30. Cfr. n. 29.
31. Cfr. n. 95.
32. Cfr. Conversaciones, n. 2, 27, 29.
33. Cfr. Testimonios recogidos en los Artículos del Postulador, Roma 1979, nn. 626 y 764.
34. Citado en Javier Echevarría, 'Memoria del Beato Josemaría Escrivá', Madrid 2000 (ed. Rialp), Pág. 138.
35. Ibidem, pág.. 285.
36. Cfr. Camino, n. 390.
37. Cfr. Surco, n. 600.
38. Surco, n. 34. cfr. también n. 243.
39. Cfr. Camino, 198.
40. Cfr. Surco, n. 600.
41. 1 Jn 1,8.
42. Surco, n. 47.
43. Forja, n. 103.
44. Cfr. Surco, 864.
45. Cfr. Andrés Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, Ed. Rialp, Madrid 1997.
46. Cfr. cita en José Luis Soria, Maestro de buen humor, Ed. Rialp, Madrid 1993, pág. 111
47. Amigos de Dios, n. 93.
48. Passim "El respeto cristiano a la persona y a su libertad", en Es Cristo que pasa, n. 67 y siguientes.
49. Conversaciones, n. 66.
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