Discurso de apertura del Congreso Hispanoamericano "Hacia una educación más humana: En torno al pensamiento de Josemaría Escrivá". (Enero 2002).
En el mundo en que nos ha tocado vivir, donde nos angustia la crueldad, la barbarie, en el que hemos tenido, a pocas horas de nosotros, una expresión de cuánto puede el ser humano descender y hacer de sus capacidades, sus potencialidades, instrumento de odio, de destrucción y de muerte, a la par que vemos ese panorama, es cierto también que cada día amanece en nuestro mundo un canto y un himno a la esperanza. También allí en el desarrollo científico y tecnológico, que en manos de unos puede ser elemento de destrucción y muerte, en manos de otros, sin duda, es un instrumento privilegiado para conservar, preservar y enriquecer la vida. Vivimos en un mundo muy convulso, un mundo signado por una impresionante paradoja: hemos alcanzado cumbres de conocimiento, hemos alcanzado, sin duda, triunfos inigualables en la historia: ciencia, tecnología, arte; pero, a la par de eso, muchas veces sentimos que, apasionados por ese inmenso desarrollo tecnológico, arrollados por una revolución que hincha las velas del conocimiento a una velocidad tal que pareciera que corremos alocadamente tras de ellos sin poder asirlos, y cuando lo hacemos, se nos añejan los conocimientos al día siguiente. En esa carrera desenfrenada podría ser que estuviéramos perdiendo el norte fundamental, el objetivo esencial de todo esfuerzo y ese objetivo, en mi criterio, es el desarrollo pleno de la persona humana con preeminencia sobre todo valor social; podríamos perder ese norte y por eso un foro como éste en que nos encontramos, para razonar y reflexionar sobre la educación, debe ser signado primero por esa premisa fundamental: toda tarea, todo esfuerzo, todo sueño, todo trabajo en busca de la excelencia, en busca de la equidad, debe estar dirigido a lograr el desarrollo de cada persona humana, para obtener su plenitud como persona, por encima de cualquier otro valor social. Educar no es sino edificar la humanidad en cada hombre y en cada mujer; educar es sin duda el más humano y el más humanizador de todos los esfuerzos, de todos los empeños.
Nacemos humanos pero esto no basta, tenemos que llegar a serlo, esto nos diferencia de los demás seres; los demás seres vivos nacen siendo ya definitivamente lo que son, pero nosotros los hombres y mujeres nacemos para la humanidad, para ser humanos: pero sólo llegamos a serlo plenamente cuando los demás nos contagian su humanidad, como propósito y con nuestra participación. La posibilidad del ser humano se realiza efectivamente solamente por medio de los demás, de los semejantes, es decir, de aquellos a los que los niños y niñas intentan parecerse, asimilarse, los que les sirven de patrón para forjar su propia personalidad. La educación, para decirlo de alguna manera, es "acuñamiento" de lo humano allí donde sólo existe esto como una posibilidad y por ello es tan grandiosa y tan maravillosa, pero desafiante, la aventura de educar. Pero si al educar hemos de edificar la humanidad de cada hombre y de cada mujer, no podemos sino partir de una premisa insoslayable y es la integralidad del ser humano, de la totalidad unitaria que son el hombre y la mujer en sus tres dimensiones, aquellas que desde muy antiguo ya los griegos catalogaban como el bios, el logos y el ethos, a saber: el ser orgánico o biológico, el ser racional o lógico y el ser moral o ético frente a los cuales nos toca a todos como educadores y todos lo somos, fomentar sin duda la asistencia al bios. Proporcionar, apoyar, coayudar, fortalecer el logos o fecundación de la mente humana y sobre todo la guía, al ethos o disciplina de la conciencia moral; todo ello, por supuesto, en una acción que tiene que ser integral, vertebradora, armónica, permanente y comprometida de todos los seres humanos.
De esta manera concebimos la educación como un crecimiento permanente en esa inefable, prodigiosa aventura compartida, siendo preciso que la acción educativa se funda en la premisa de que lo propio del ser humano no es tanto el mero aprender: muchas veces he repetido que el final de la educación, el fruto de la educación, es lo que queda en el alma y en el corazón, así que olvidamos todo lo que nos dijeron. La educación precisamente no puede entenderse como un mero aprender, sino aprender de otros seres humanos, ser enseñados por ellos y en consecuencia, la verdadera educación no consiste en enseñar a pensar, con todo lo importante que esto es, sino en aprender a pensar sobre lo que se piensa y en ese momento de reflexión es insoslayable, inevitable, que se verifique como pertenencia una sociedad de otros seres pensantes.
En verdad nada expresa tan bien lo que somos como pueblo, como país, como centro educativo; nada expresa mejor que la forma en que concebimos y ejecutamos nuestras tareas educativas: somos tanto más excelentes cuanto más sea excelente la educación con la que trabajamos; somos tanto más exitosos cuanto más exitoso sea el esfuerzo educativo nacional; seremos tanto más desarrollados cuanto más allá lleguemos también en nuestro esfuerzo en la educación.
Con todo acierto nos dice Kant, que "la educación es un arte cuya práctica debe ser perfeccionada a lo largo de todas las generaciones", pero nos advierte que "sin duda ese es el problema mayor y más difícil que pueda plantearse el ser humano". Y si hemos de atender a la educación de la humanidad en cada hombre y en cada mujer, nuestra educación humanista debe tener una exigencia de universalidad extensiva. No se pueden tolerar en el campo educativo -y cuando hablo de educación no hablo de la escuela, no sólo de la escuela o del aula-, estoy hablando de la familia, y rescato y reivindico el papel de la familia como primer responsable en la educación de sus hijos y de la actitud subsidiaria de la escuela en esta acción. Pero cuando hablamos de esto no podemos hablar de una educación que tolere discriminaciones, ni sectarismos, ni fanatismos exacerbados, ni intolerancias absurdas e irracionales. La educación ha de saber que las diferencias de los individuos se difuminan ante la majestad de la naturaleza humana y que esa dignidad de la persona humana en que hemos de fundar todo nuestro esfuerzo educativo, no admite distinciones entre hombres y mujeres, entre blancos y negros, entre cristianos y musulmanes, entre católicos y protestantes, entre indígenas, pobres y ricos.
Conscientes de que todos somos portadores de igual humanidad, la educación no puede entenderse como un privilegio de unos pocos sino como un insoslayable derecho de todos, y si es un derecho de todos, es necesariamente un deber de todos. Si hablamos que precisamente es aprender con otros y de otros, tenemos la responsabilidad de asumir nuestra tarea de educadores en cada momento. Hemos de propiciar una educación auténticamente humanista a la que no le baste con la atención y referencia a todos los hombres y mujeres, eso sería la universalidad de la función, sino que además, pugne por decir su palabra en todo lo que hay en cada uno de esos hombres y de esas mujeres, que tenga ambición de totalidad; pues si sólo cultivamos un sector y dejamos el otro yermo, caminaríamos irremisiblemente hacia un proceso de deshumanización y estaríamos claudicando ante el objetivo fundamental que nos planteamos, que es ese desarrollo pleno de la persona humana.
En nuestro esfuerzo hemos de ser muy claros que donde no se cultiva al hombre y a la mujer integralmente, tenemos que atender su bios, su logos, pero tenemos que tener una educación valiente, clara y transparente, -lo reitero-, una educación en que no tengamos miedo de hacer presente y expresa la presencia de Dios. Y siento que en este caso también cultivar fundamentalmente los valores. ¿Qué ha pasado cuando damos conocimientos y ponemos en la mochila de nuestros niños tecnologías, conocimientos, destrezas, habilidades, físicas, químicas? Hay seres a quienes les hemos enseñado a ser cada día más críticos, más participativos. Si todo eso está en la mochila, es obvio que no basta. Tenemos ejemplos de personas con un conocimiento tecnológico fabuloso, con un conocimiento científico esmerado, con una creatividad y una criticidad, un análisis y una precisión que pueden derrumbar una torre y matar 10,000 personas en un segundo. Es que en la mochila faltó un ingrediente esencial: la formación en valores. Si descuidamos esa faceta fundamental, ¡cuidado!, que no estemos creando para nuestra sociedad, no digamos los pilotos suicidas de las torres de New York, sino algo más cercano que vemos todos los días en las computadoras, los que llamo los "hackers sociales", aquellos que cargados de conocimientos y tecnología están aquí conviviendo con nosotros en un afán fundamentalmente destructivo. ¿Fue suficiente el crecimiento en ciencia y tecnología? ¿Fue suficiente fortalecer en las aulas los conocimientos más actualizados? No, si abandonamos este elemento esencial y fundamental de la tarea primordial que debemos cumplir y que se inicia en los niños con el fortalecimiento de la voluntad y de una férrea disciplina interior, un abandono claro a las acciones fáciles, a la búsqueda de caminos que no son de exigencia personal, institucional y que se disfrazan de mil maneras para empobrecer al hombre a la mujer y para cortar sus alas de progreso y de desarrollo personal. No podemos caer en errores de intelectualismo puro. Esto nos llevaría a explotar virtualidades intelectuales, que nunca van a encender en los muchachos el amor que ilumina la conducta y provee una verdadera y fecunda creatividad.
También es cierto que no podemos atender únicamente una actividad educativa que, al margen de la razón, se salte todas las fronteras morales, que se centre en la explotación de las fuerzas productivas del hombre. Es angustiante cuando nos dicen que en educación hemos de formar al hombre y a la mujer que requiere el aparato productivo, como si fuera una tuerca del aparato mecanicista y se olvidara entonces la condición del ser humano, que es la que bulle en el alma de cada hombre y de cada mujer. La fecundidad de la vida no se logra únicamente con el conocimiento, ni con el trabajo ni en la actividad frenética, sino, también, con los frutos del conocimiento impregnados en una más amplia cultura del amor. Tenemos que evitar el riesgo de convertir al hombre y a la mujer en esclavos de valores puramente económicos, liberándolos de la unilateralidad técnica y ayudándoles a trascender hacia los ámbitos del conocimiento de la verdad: la estimación de la belleza, el amor, el bien, la virtud.
Tenemos miles de niños en nuestras aulas, que entran con la sonrisa de quien está entrando en una hermosísima aventura. Tenemos docentes en cada aula, en cada colegio. Los niños también entran sonrientes a la sala de la casa donde están los padres como educadores y también, trágicamente, muchas veces se enfrentan a los educadores que están en la pantalla chica de todas las casas de nuestro país, en los periódicos, en las revistas. Nuestro esfuerzo ha de ser la búsqueda de la excelencia y la búsqueda de la equidad que promueve la igualdad de oportunidades para todos los niños y para todos los jóvenes. Tenemos que fortalecerlos en el conocimiento de la tecnología para que puedan afrontar un mundo desafiante y lleno de paradojas, pero tenemos, sobre todo, que hacer crecer en ellos una clara conciencia de su naturaleza humana y del reto que una vez se nos dio como co-creadores del universo: crear juntos un mundo en que sea menos difícil amar
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |
El trabajo como quicio de la santificación en medio del mundo. Reflexiones antropológicas |