Primera Parte: 1. El itinerario de la conversión del profesor Manuel García Morente: 1.1. Un documento excepcional: el relato de la conversión.- 1.2. La conversión como acontecimiento decisivo en una vida.- 1.3. En el pórtico del Hecho extraordinario.- 1.4. Un cambio de escenario.- 2. Providencia y libertad: 2.1. La idea de la Providencia.- 2.2. El recurso de la oración.- 2.3. Ante un problema vital y filosófico.- 2.4. Una Providencia sabia pero incomprensible.- 2.5. El encuentro con el Dios-Hombre: la noche del 29 al 30 de abril.- 2.6. La solución al problema planteado.- 2.7. Una cuestión en el candelero: Providencia divina y libertad humana.- Segunda parte. 3. El "Hecho extraordinario": una gracia que le confirma en la fe.- 4. La actividad de Morente después de su conversión: 4.1. Un nuevo estilo de vida y reacciones.- 4.2. La transformación de la gracia.
3. El "Hecho extraordinario": una gracia que le confirma en la fe
Escrito en septiembre del año 1940 el relato llega al momento culminante en el que consigna la presencia de Jesucristo o al menos un sentimiento de dicha presencia. Reconoce que, a continuación de lo relatado de aquella noche del 29 al 30 de abril de 1937, hay un hueco en sus recuerdos tan minuciosos. "Debí quedarme dormido. Mi memoria recoge el hilo de los sucesos en el momento en que despertaba bajo la impresión de un sobresalto inexplicable". Con una extraña sensación y el presentimiento de que algo inmenso, inenarrable iba a suceder, se puso de pie, abrió de par en par la ventana, recibiendo una bocanada de aire fresco, que le azotó el rostro, y a continuación lo que él mismo calificó de "hecho extraordinario":
"Volví la cara hacia el interior de la habitación y me quedé petrificado. Allí estaba Él". Seguidamente describe esta experiencia con que fue favorecido: "Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero Él estaba allí (...). Y no podía caberme la menor duda de que era Él, puesto que le percibía, aunque sin sensaciones".
Más adelante, en el mismo relato, exponiendo su reflexión sobre el "Hecho", precisa que la formulación psicológica es la que ha señalado, "una percepción sin sensaciones"; es decir, una percepción por el alma sola, sin auxilio del cuerpo condicionante. Por eso, tratando de precisar lo define como "una intuición de presencia desprovista de toda condicionalidad corpórea (sensación)".
Sale al paso de cualquier otra explicación, como una posible alucinación, porque en ellas "las sensaciones no faltan nunca" como demuestra la ciencia psicológica. Después de reflexionar sobre lo sucedido, tan minuciosamente descrito, lo analiza lo más objetivamente posible, con el deseo exclusivo de proporcionar al sacerdote que le dirige espiritualmente en aquellos momentos, los pormenores de dicho acontecimiento. Buscando una comparación, aunque él no llegue a calificar de sobrenatural lo que ha vivido, acude a la vida de Santa Teresa, y deduce que de alguna manera la experiencia vivida en aquella madrugada coincide, con la experiencia teresiana: el "hecho" descrito por ella "es, pues, justamente, el que yo viví: una percepción sin sensaciones" o también "una percepción puramente espiritual".
Podríamos decir -como comenta Molina- que se trata de una "visión intelectual", según la terminología de San Agustín, y que consiste en un conocimiento sobrenatural que se produce sin impresión o imagen sensible, cuyo objeto está por encima de las fuerzas naturales del entendimiento y cuya duración puede perseverar largo tiempo. Así lo declara la Doctora de Avila en sus Moradas (Cfr. VI, 8,3). Identifica su experiencia con el fenómeno místico de Santa Teresa -no obstante la diferente terminología empleada por ella- en el capítulo XXVII de la Vida: "Una noticia tan clara, que no parece se pueda dudar (...) Queda gran certidumbre, que no tome fuerza la duda" [25].
Trata de averiguar el tiempo que duró la aparición. Efectuados varios cómputos para saber la duración de esta "presencia" del Señor ocurrida en el octavo piso de la casa del boulevard Sernier, llega a la conclusión de que el hecho "debió ocurrir hacia las dos de la madrugada", y "debió durar su presencia poco más de una hora". Piensa así porque cuando se terminó pasó cerca un tren y pudo averiguar su horario, aunque no sabía si había pasado o no con retraso. Pero a continuación duda y opina que quizás "su presencia no haya durado más que minutos o incluso un brevísimo instante. No tengo sobre esto ninguna convicción fuerte". Una presencia de Jesucristo que considera una merced que le llena de gozo sobrenatural, una gracia de la que se sabe indigno de ser favorecido. En Morente fue tan intensa la huella de lo percibido que "el recuerdo vivido por mí no se aparta de mi espíritu, y no ha habido día, desde que me aconteció, que no lo rememore y piense en él".
Aun distinguiendo claramente -como escribe Molina- las dos realidades de la conversión y la probable gracia mística de la "visita de Jesucristo", no es posible separarlas, pues forman una unidad en el conjunto de la experiencia religiosa de Morente [26]. Sin embargo Iriarte dirime la cuestión, separando en dos partes el camino conversional. Reconoce que el autor del relato no lo ve así, a pesar de haberlo considerado -a la altura de su vida en que lo escribe- y ponderado en numerosas ocasiones. Por eso nos parece que no cabe aceptar sin más la posición de Iriarte sin matizar su comentario: "Curioso es observar que el mismo autor no parece haberlo entendido así, pues éstas y las anteriores referencias las mira sólo como marco de introducción al relato del "Hecho extraordinario". Pero la lectura del documento descubre que, no obstante lo mucho que ese hecho representa en su futura vida, la vuelta a Dios, la fe recuperada, la oración y, en suma, la conversión, habíase realizado antecedentemente a él. Gracia singular fue el Hecho, pero de afirmación y confirmación definitiva de la entrega de sí hecha ya a Dios" [27].
Sin embargo la decisión de su entrega a Dios, y de hacerla como sacerdote es fruto de la maduración en su alma de esa gracia o intervención especial de Dios en su vida: "Al día siguiente del Hecho tomé ya la resolución de consagrarme a Dios y abrazar el estado sacerdotal", nos dice Morente. La sinceridad que rezuma el relato, los frutos duraderos que dejaron en él su encuentro con Jesucristo, la paz y el consuelo que alcanzó en medio de dificultades, la fe firme son señales de la autenticidad de esa experiencia extraordinaria y criterio para discernir la hondura de su conversión. La clave: "Él estaba allí presente" mirándole, y él reflejado en esos ojos llenos de bondad. En una carta del 15 de junio de 1938 escribe cómo aquella gracia le supuso la recuperación de la unidad interior como cohesión estructurante de la vida "que me hace feliz sin límites, y me concede por fin un sentimiento claro e inequívoco para la vida y orientación concreta" [28]. Como ejes vivos que estructuran a partir de entonces su existencia podemos considerar los siguientes. En primer lugar la idea consciente y unificante de una Providencia que todo lo dirige. Luego la presencia viva, iluminadora y salvadora de Jesucristo. Y por último la recuperación de la fe y de la vida nueva al servicio de la Iglesia [29].
4. La actividad de Morente después de su conversión
4.1. Un nuevo estilo de vida y reacciones
Recibe la noticia de que Negrín había formado un nuevo gobierno y había autorizado la salida de España de su familia, que llegaron a París el 9 de junio. Viaja a Argentina. En Tucumán impartió el curso publicado como Lecciones preliminares de filosofía. Allí llegó, cuenta él mismo, sin haber preparado el curso de filosofía y psicología [30].
En Buenos Aires pronunció una serie de conferencias que serían publicadas bajo el título de Idea de la Hispanidad y en la que figura como símbolo "el caballero cristiano". El 3 de junio de 1938 se embarcará para España. Acababa de recibir un telegrama como respuesta entusiasta del obispo de Madrid D. Leopoldo. En la noche del 11 de junio les abrirá el corazón a sus hijas, leyéndoles la carta que escribió al obispo, recogida en uno de sus cuadernos. Desembarcaron en Lisboa, y el 26 de junio llegaron a Vigo donde les espera D. Leopoldo. Allí se acercó al sacramento de la confesión y recibió lo que llamó su "segunda Primera Comunión".
Durante el curso 1938-39 residió en el monasterio de los padres Mercedarios de Poyo en Pontevedra, para prepararse para ingresar en el seminario de Madrid, una vez finalizada la guerra, decidido como estaba a recibir la ordenación sacerdotal con el consentimiento de D. Leopoldo.
En el curso 1939-40 fue ya alumno interno del recién abierto Seminario de Madrid, y poco después -por petición de su obispo- reanudaba también su magisterio en la cátedra de la Universidad de Madrid. Es fácil imaginar el interés que despertó su regreso a las aulas. Sin embargo, en ambos lugares sufrió mucho por la desconfianza y recelos de algunas personas. Por dispensa especial, en un año cursó todas las materias, asistiendo a las clases que podía y examinándose a medida que se consideraba preparado. Fue ordenado sacerdote el día 21 de diciembre de 1940. Celebró su primera Misa en la capilla del colegio de la Asunción de la calle Velázquez, donde había sido nombrado su capellán. Unía así su nueva vida el recuerdo de su esposa, formada en esta orden, igual que sus hijas. La menor poco tiempo después ingresaba en esta comunidad.
Poco dado a hacer confidencias, en ocasiones dejaba relucir algunas de sus "desilusiones". En una de sus clases de Filosofía contó cómo se disgustó con él, quien era "mi queridísimo maestro José Ortega". Un testigo presencial nos da a conocer: "Se enteró Ortega que Morente quería ser sacerdote en un pueblecito pequeño, una localidad en la provincia de Toledo de pocos vecinos. El maestro le escribió "No me extrañó nada tu conversión. La esperaba. Pero no me gusta nada eso de que quieras convertirte en un vulgar cura de misa y olla". Esto nos lo explicó a todos los alumnos. Sin embargo, había decidido que su puesto estaba en la Universidad, que siguiera acudiendo a su cátedra, a pesar de que algunos le pudiesen interpretar mal" [31].
En el "Hecho extraordinario", escrito tres años después de su acontecimiento le dice a Lahiguera: "He ofrecido a Dios todos los padecimientos morales que necesariamente mi conversión ha traído consigo, y que no han sido pocos". Entre ellos, es fácil de suponer, el distanciamiento o mejor la ruptura en la amistad que mantenía con Ortega y por parte de éste último. No fue el único que receló de su conversión.
Ayala atribuye la conversión -que considera sincera, es decir no oportunista- a su temperamento sensible en exceso y a la conmoción social de la guerra y declara que su conversión "merece compasión y simpatía". Así afirma: "Dije que esta conversión resultó en su día escandalosa. Se pensó que era un mero expediente oportunista para salir a flote en el naufragio de la guerra civil, expediente aceptado con gusto por las autoridades del régimen franquista, a quienes la abjuración de una personalidad tan destacada en el campo liberal servía como inapreciable testimonio a favor de su causa, brindándoles ocasión de ufano triunfo. ¡Nada menos que poder exhibir otra vez en su cátedra, pero ahora en calidad de sacerdote, al arrepentido profesor neokantiano! ¡Nada menos que poder mostrar, cantando ingenuas loas a la Virgen Santísima y derramando tiernas lágrimas a los pies del Niño Jesús, al antiguo librepensador y promotor activo de la enseñanza laica! Hasta la convencional ramplonería de las expresiones que emplea en su nueva devoción, propias de un colegio de monjas, vendría a abonar todavía esa sospecha.
"A destruirla se encaminaba el libro del padre Iriarte aludiendo discretamente, entre otras cosas, a la fuerte emotividad de García Morente para explicar su conversión. Yo, por mí, nunca dudé que fuese sincera, y me la he explicado desde el comienzo por los efectos de la terrible conmoción social de la guerra sobre un temperamento sensible en exceso, muy impresionable y regido ante todo por los impulsos cordiales". E interpreta: "En medio de semejante desarreglo mental, cuando experiencias devastadoras han derrumbado el edificio donde se alojaba la propia vida, cuando el mundo se le viene a uno encima, cuando uno ha tocado fondo y se siente incapaz ya de dominar la situación, no será demasiado extraño que, abdicando de sí mismo, se entregue de pies y manos a una autoridad en cuyo seno anonadarse en busca de una -por desdicha, ilusoría- felicidad prenatal. Esto, lejos de resultar vituperable, merece compasión y simpatía" [32].
Abellán escribe de Ortega: "Probablemente su temperamento estético-hedónico de hombre apegado a la plasticidad de las formas fue uno de los motivos que le impidieron la vivencia espiritual propiamente dicha. Su Defensa del teólogo frente al místico manifiesta claramente, aunque desde otro ángulo, lo que venimos diciendo. 'Mi objeción al misticismo -nos dice allí- es que de la visión mística no redunda beneficio alguno intelectual'. Paradójicamente, en aparente contradicción con su vitalismo, Ortega prefiere la teología, que nos ofrece un conocimiento racional y secundario de Dios, a la mística, que nos lleva a participar de forma directa y vivida en la realidad divina" [33].
Ortega nunca llegó a comulgar con la decisión de su colega de "hacerse católico", vivir sinceramente su fe recuperada, y menos con la de ordenarse sacerdote y simultanear sus estudios eclesiásticos con su trabajo docente en la nueva Facultad de Filosofía. Con respecto a lo primero, Ortega probablemente atribuyó aquella honda transformación tan radical a los acontecimientos graves en los que se vio inmerso. Pero lo segundo que conoció venía a ser un "resello" de esa nueva andadura, un giro en su antigua trayectoria, y para Ortega un retroceso en su afán por modernizar España.
Sainz Rodríguez, voz autorizada en la Mística española, y por aquel entonces ministro de educación, que recibió la solicitud de Morente de reintegrarse a su cátedra de Filosofía quedó también sorprendido. "No entendía yo aquella propuesta, como tampoco la entendió su amigo y compañero de estudios Ortega y Gasset, a quien pregunté cierto día en Lisboa: '¿Qué le parece la decisión de Morente?'. Y me respondió a la gallega: '¿Es que usted no sabía que fue siempre un epiléptico?'". No lo ve de este modo Sainz Rodríguez que comentando el relato de Morente concluye: "Por mis trabajos literarios he analizado muchos hechos extraordinarios de la vida mística y casi todos expresan con cierta oscuridad el fenómeno de las revelaciones divinas, debido a la utilización de metáforas o a la dificultad que encontraba el autor para narrar experiencias tan sublimes. Pero, leyendo la narración de García Morente, he descubierto tal claridad que bien podría servir su relato de la visión de Cristo para exponer en el aula el fenómeno místico de la llamada de Dios a una conversión total".
Y al considerar el trabajo realizado como pensador profundo y claro, luminoso y preciso en sus escritos y afirmaciones, concluye: "Me resulta difícil combinar su peculiar claridad de pensamiento y su afectividad equilibrada con el fenómeno epiléptico". Por el contrario para Sainz Rodríguez: "Su conversión fue un regalo divino para quien humanamente había hecho todo lo posible por descubrir y practicar el bien" [34].
Otro testimonio a tener en cuenta al analizar su conversión es el de López-Ibor, durante muchos años Catedrático de Psiquiatría y Psicología Médica en la Facultad de Medicina de Madrid. Psiquiatra de reconocido prestigio internacional ha analizado también el iter espiritual y filosófico del profesor de la Central. "Morente vivió muchos años de su vida como si el proyecto vital que la informase fuera una exclusiva creación suya. Estando en París surge una crisis en la que se le aparece claro que en la vida hay algo que se escapa. Una parte es obra de uno mismo. ¿Y la otra? A esta antinomia no encuentra más que una solución: 'Algo o alguien distinto a mí hace mi vida y me la entrega, la adscribe a mi ser individual. El que algo o alguien distinto a mí haga mi vida explica suficientemente el porqué mi vida, en cierto sentido, no es mía'.
"He aquí cómo aparece -prosigue López-Ibor-, en un filósofo, un conocimiento -que ya debiera tener o del que algo debería haber oído- que se ilumina con una luz nueva. Multitud de hechos, de conocimientos, llegan a nuestra mente todos los días, pero sólo algunos adquieren el carácter de verdades personales porque nos revelan las entrañas de nuestra propia existencia. Morente explica también en esas páginas su método de trabajo filosófico: toma una idea como punto de partida y examina sus pros y sus contras. En aquella ocasión también baraja su tesis el conocimiento filosófico que tenía de su existencia, aprendido como una lección de filosofía, y su antítesis: la nueva verdad existencial que se le revelaba. Dice: 'En seguida advertí -y esto es lo estupendo y extraordinario- que mi corazón no estaba con las tesis, sino con las objeciones, y que las puerilidades eran de mi agrado más que las supuestas sapiencias de una estricta determinación causal'. Basta decir que al llegar la noche había sufrido una pequeña crisis de mi dispositivo intelectual (...). El dispositivo intelectual se halla, pues, a merced de los estados de ánimo, éstos conceden carácter a las verdades que eligen porque las transforman en verdades operantes para la vida. Así se llega al verdadero saber que flota por encima de meridianos y paralelos históricos. He aquí como en una crisis vital lo trascendente aparece con nueva luz. No es un descubrimiento. Buena parte del occidente europeo cree y vive en una atmósfera cristiana, pero la situación actual, incluso en los ambientes religiosos, es que la creencia en Dios y sus verdades reveladoras no adquieren el suficiente carácter de realidad ni de valor" [35].
Pero ¿por qué el deseo de llegar al sacerdocio? Tenemos un testimonio que puede arrojar luz sobre esta intrincada cuestión, la de quién fue su director espiritual en el seminario de Madrid y más tarde Arzobispo de Valencia, Mons. Lahiguera comentando la decisión de Morente ("Al día siguiente del "hecho" tomé ya la resolución de consagrarme a Dios y abrazar el estado sacerdotal") dice "Era la mejor manera de "cristificarse". El sacerdote es "otro Cristo en la tierra". Morente comprende que ser sacerdote sin ser santo, no es identificase plenamente con Cristo. A su ser ontológico sacerdotal que recibe de Cristo al participar de su sacerdocio, tiene que vincular su santidad personal. El ser sacerdote le hace "otro Cristo", el ser santo le hace "como Cristo". El camino es el amor, virtud unitiva y transformante (...). Orgulloso de su sacerdocio (...) lo amaba con frenesí, y me decía que, una vez convertido, el sacerdocio se le apareció -vocación divina- como la única forma de corresponder a Dios, consagrándose a Él del todo y para siempre (...). Morente encuentra la expresión de su espiritualidad en Cristo sacerdote" [36].
Lahiguera sigue exponiendo que esa entrega le llevaba a una exigencia apostólica "La vida de García Morente girará en movimiento de rotación de sí misma sobre el polo norte de su sacerdocio y el polo sur de su apostolado". Por eso Morente dejará escrito "Por lo que a mí respecta cada día siento más profundo el afán de presentarles a Cristo, solución ayer, hoy y siempre como Verdad, Camino y Vida". Solución que era la luz que iluminó desde entonces toda su vida, y que se mostraba como la única que el hombre tiene para no caminar en tinieblas.
4.2. La transformación de la gracia
La conversión de Morente puede resumirse diciendo que fue un encuentro personal con Cristo, Camino, Verdad y Vida. Con Cristo que vive, presente en esa Historia que ha sido transformada, dotada de sentido, desde su venida al mundo. Por eso la espiritualidad de Morente será cristocéntrica desde ese acontecimiento singular que fue el toque de la gracia en su alma.
García Lahiguera expresa así el paso por esa frontera del alejamiento o indiferencia en relación con Dios a un trato personal, íntimo, amoroso. Hay un abismo insalvable, pero se le tiende un puente levadizo para llegar al Otro, al que ha de responder con la oración. El puente no es otro que la Humanidad Santísima de Cristo. "Creía poseer la verdad; andar por camino seguro; gozar plenamente de la vida. Tres palabras: verdad, camino y vida que su entendimiento, su ser todo poseía, a su juicio, en la mayor plenitud y seguridad. Pero estaba al acecho la gracia: Cristo.
La fe brillaba en su mundo intelectual, dándole a la vez un corazón nuevo para amar: hablando de su conversión dirá: "es cosa del corazón". Ha tenido lugar tras una larga preparación, de la que se ha servido el Señor para sembrar la semilla de la gracia, para que abriese libremente las puertas a Cristo: Verdad para su inteligencia, el Camino para su voluntad, la Vida para su corazón. Esa fe que luego deseará para los demás, de un modo particular para los intelectuales, pues sabe el lugar neurálgico que ocupan en la sociedad.
De entre esas almas -prosigue Lahiguera-, sus predilectas eran las que forman el mundo de los intelectuales. Él, el intelectual descreído, sin fe, una vez convertido y hecho sacerdote, ¿cómo no sentirse apóstol de ellos? ¿cómo no sentir en su alma la caridad de Cristo, la urgencia de llevar esta luz a sus almas, de presentarles a Cristo, solución ayer, hoy y siempre como Verdad, Camino y Vida?" [37].
De ahí que él siempre considere ese paso al "hombre nuevo" como un fruto de la gracia, de la oración de tantos, de la misericordia infinita de Dios. Cuando un especialista como Muro estudie la relación de la filosofía con la fe o la teología, que Morente trata en su disertación en Oviedo el verano de 1942, se extrañará que no mencione la presencia de la gracia sobrenatural, cuando en su caso la intervención de ella en el acceso a la realidad sobrenatural ha sido palmario [38].
Convendría precisar que Morente realiza su análisis sobre el acto de fe, en sus distintas dimensiones teológicas, psicológicas, lógicas y metafísicas. Para ello después de exponer la ontología o teoría del ser, hace ver que la realidad incluye a la realidad trascendente. En una filosofía abierta, objetiva, sin prejuicios, se da la posibilidad de abrirse a un ámbito nuevo, superior, que excede al conocer racional pero no lo contradice. En el "Análisis ontológico de la fe", que realiza tres meses antes de morir, se aproxima al fenómeno psíquico de la fe, no con el deseo de explicar los motivos del acto de fe como se hace en teología, sino examinándolo en cuanto acto. Utiliza para ello, las nociones de intencionalidad de Brentano y de intuición de Husserl; y sigue en todas las descripciones y análisis el método fenomenológico de este último. El mismo Morente ya había dicho, dos años antes, que en este nuevo periodo de su vida intelectual "Clemente Brentano me ha ayudado mucho y Husserl" [39].
En este sentido va más allá de la doctrina tomista, ayudándose de la actitud fenomenológica, para mostrar por parte del conocimiento una posibilidad de acceso a lo sobrenatural, a lo revelado: "lo sobrenatural no es antinatural". Así ve la conversión como "un proceso interno del alma con ayuda de la gracia de Dios. (...) Proceso del alma quiere decir proceso psíquico". La ascética nos recuerda -dice Morente- que la gracia opera en el alma según el modo natural del alma. Es la fe como acto, un acto humano, por el que el hombre se abre a lo revelado y se entrega enteramente a la Persona de Cristo porque en él se desvela el propio ser y su destino [40].
Su presencia en la Universidad una vez convertido ¿cómo fue recibida? Lora Tamayo nos responde: "¿Cómo fue acogido en ese mundo intelectual que él había cultivado? Con mal disimulado desvío de sus amigos de siempre, con escepticismo por parte de los que se consideran católicos "de toda la vida". Había comentarios recelosos y nada comprensivos: para unos, era un ardid que le libraba de depuraciones, para los cautos "había que esperar", alguno "muy de derechas" susurró a mi oído cuando pronunciaba su discurso en la Universidad Complutense: "Es un farsante". Pero ahí queda prevaleciendo, por encima de toda maledicencia, la ejemplaridad del caso García Morente del que él mismo anticipó: "La posibilidad de semejantes hechos sólo pueden negarla los psicólogos que están aferrados a una interpretación puramente naturalista de los hechos místicos"[41].
Notas
25 Cfr. MOLINA, A., "Valoración teológica del Hecho extraordinario", IEG, Jaén 1987, pp. 46-47. Morente expone que ha leído recientemente la descripción que hace Sta. Teresa de lo que le ocurrió y él lo encuentra en su caso "algo parecido": "Estando un día del glorioso San Pedro en oración, vi cabe mi, o sentí, por mejor decir, que con los ojos del cuerpo ni del alma no vi nada, más parecíame estar junto cabe mi Cristo y veía ser Él el que me hablaba, a mi parecer... Luego fui a mi confesor harto fatigada a decírselo. Preguntóme en qué forma le veía. Yo le dije que no le veía. Díjome que cómo sabía yo que era Cristo. Yo le dije que no sabía cómo, mas que no podía dejar de entender estaba cabe mí y lo veía claro y sentía...". SANTA TERESA DE JESÚS, Vida 27, 5.
26 MOLINA A., Valoración teológica del Hecho extraordinario. IEG, Jaén 1987, p. 41.
27 IRIARTE, M., El profesor García Morente, sacerdote, Espasa-Calpe, Madrid 1956, p. 56.
28 "Carta a Sergio Huici", II-2, p. 102.
29 Cfr. MOLINA, A., art. cit., p. 44.
30 Cfr. II-2, p. 510 .
31 Entrevista a MILLAN-PUELLES, A., en Nueva Revista, nº 57; (A. Llano y R. Llano), Junio 1998, p. 24.
32 AYALA, F., Recuerdos y olvidos, Madrid 1998, pp. 531-539.
33 ABELLÁN, J. L., Historia del Pensamiento español, Madrid 1998, p. 597.
34 SAINZ RODRIGUEZ, P., Morente, aula de honradez, ABC, 26. XII. 85, p. 3.
35 LÓPEZ IBOR, J. J., De la noche oscura a la angustia, Madrid 1973, cap. VI, "La llamada de Dios", pp. 156-157. (El subrayado es nuestro).
36 GARCÍA LAHIGUERA, J. M., Espiritualidad de García Morente.
37 GARCÍA LAHIGUERA, J. M., Ibid.
38 Cfr. MURO ROMERO, P., Filosofía, Pedagogía e Historia en Manuel García Morente, Sevilla 1977, p. 39.
39 Cfr. FORMENT, E., La interpretación de Santo Tomás en García Morente, Espíritu, XXXV (1986), p. 34.
40 Cfr. IRIARTE, M. El profesor García Morente, sacerdote, p. 202.
41 TAMAYO, L., El profesor García Morente, sacerdote, ABC (1. V. 86), p. 28.
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