La conversión de un abortista
La conversión del doctor Bernard Nathanson
a la cultura de la vida y a la Iglesia Católica
L'OSSERVATORE ROMANO en lengua española, 21 de febrero de 1997, 9 (93)
Participó en 75.OOO abortos y ahora es uno de los más incansables defensores de la vida. El doctor Bernard Nathanson ha escrito el libro ‘The Hand of God. A Journey from Death to Life by the Abortion Doctor Who Changed His Mind'. Se trata de la autobiografía de quien fue conocido en Nueva York como ‘el rey del aborto', se convirtió luego en destacado defensor de la vida y ha acabado ingresando en la Iglesia católica. La categoría intelectual y moral del doctor Nathanson ha hecho que otros muchos que practicaban o fomentaban el aborto, incluídos algunos parlamentarios, reconozcan su error y se unan a la lucha en favor de la vida humana más indefensa. Sencillamente, el aborto y su cortejo —desde la grotesca eutanasia del doctor Kevorkian hasta los embriones congelados de Gran Bretaña— son asuntos que nunca quedarán sanjados, pues afectan al sentido mismo de la vida humana. En ningún lugar se puede ver mas clara que en Estados Unidos en este momento de la historia la división entre las fuerzas de la «cultura de la muerte» y «la civilización del amor». Las conversiones de Nathanson, primero a la causa pro-vida y luego al cristianismo, son altamente significativas, en cuanto muestras del poder de la evidencia científica y de la oración. Y manifiestan, además, la estrecha conexión que existe entre Dios y la ley natural inscrita por él en la naturaleza humana. Quien reconoce y sigue la ley natural, es muy posible que acabe encontrando a Dios y a la Iglesia.
Muchos lectores conocen a grandes rasgos la historia del doctor Nathanson. En 1969 fundó, junto con otras personas, la Asociación nacional para la revocación de las leyes contra el aborto (NARAL, más tarde rebautizada Liga nacional para la acción por el derecho al aborto, nombre que tiene las mismas siglas en inglés). Fue director del Centro de salud reproductiva y sexual (Nueva York), que era entonces la mayor clínica abortista del mundo. Al final de los años 70 renegó de su militancia en pro del aborto y llegó a ser un gran abogado de la causa pro-vida, en particular con el precursor libro Aborting America y el video El Grito Silencioso (The Silent Scream). Este documento fue en verdad revolucionario: en él se empleó la tecnología médica más reciente para mostrar de forma definitiva todo el horror del aborto tal y como tiene realmente lugar dentro del vientre materno. Este video, junto con su continuación, The Eclipse o Reason fue ampliamente exhibido no solo para el público en general a través de numerosas televisiones del mundo, sino también en sesiones especiales para parlamentarios de distintos países. Nathanson pronto se convirtió en el blanco de las iras de las fuerzas de la cultura anti-vida en Estados Unidos. Su cambio de actitud al persuadirse de la realidad objetiva del aborto —la supresión de una vida humana inocente— le hizo objeto habitual de radicalización y sátira. Desde entonces ha simultaneado una prestigiosa labor como tocólogo y como profesor universitario, con viajes por todo el mundo para dar conferencias en defensa de los no nacidos. Ahora, próximo ya a jubilarse, ha publicado su autobiografía, con impresionantes revelaciones sobre cómo un hombre pudo llegar a ser abortista. Pero es también un testimonio fehaciente del poder de la gracia divina, escrito cuando estaba a punto de dar el último paso con su bautismo y su incorporación a la Iglesia de Cristo.
Sin excusas
El libro no es fácil ni agradable de leer, pues revela unas malas acciones verdaderamente repugnantes. Lo destacable y digno de elogio es que el autor no se excusa por su comportamiento. Aunque el lector no justifique la conducta de Nathanson, al menos encontrará muchas razones para comprenderla cuando conozca cómo fue la infancia y adolescencia del autor, criado en un ambiente familiar que con verdad se puede describir como falto de amor. Nathanson relata con minuciosidad sus primeros años en Nueva York, en el seno de una familia aquejada de graves anomalías desde al menos, al parecer, dos generaciones antes. En aquel hogar no hacia el menor atisbo de fe religiosa ni de lealtad o cariño familiar. La religión no tuvo papel alguno en su educación. Su familia, judía, no practicaba la fe, aunque celebraba las fiestas religiosas, quizá al igual que muchos cristianos siguen festejando en cierto modo la Pascua o la Navidad, sin que estas solemnidades tengan consecuencias reales en su forma de pensar o de comportarse. Es realmente impresionante cómo describe Nathanson la idea que en su niñez tenía de Dios. «Mi imagen de Dios era —concluyó al reflexionar sobre ella al cabo de seis decenios— la figura amenazadora, majestuosa y barbuda del Moisés de Miguel Ángel. Sentado en lo que parecía ser su trono, considerando mi destino y a punto de lanzar su juicio inexorablemente condenatorio. Así era mi Dios judío: terrible, despótico e implacable. En una fase posterior de su vida, cuando cumplía el servicio militar en la aviación, para sobrellevar las horas muertas leyó un libro sobre la Biblia. Allí descubrió que «el Dios del Nuevo Testamento era una figura amable, clemente e incomparablemente cariñosa. En ella iría después a buscar, y al fin encontraría, el perdón que por tanto tiempo y tan desesperadamente he deseado». Fue un presagio de su posterior conversión a la fe cristiana.
El secreto de la paz de Cristo
Durante sus estudios de medicina en la universidad McGill (Canada), tuvo como profesor al famoso psiquiatra judío Karl Stern, que había emigrado desde la Alemania nazi. Esta relación tendría consecuencias positivas varios decenios después, cuando Nathanson empezó a examinar más de cerca las razones del cristianismo. De Stern dice: «Era la figura dominante en el departamento: un gran profesor; un orador fascinante, elocuente incluso, aunque utilizaba un idioma que no era el suyo, y un polemista brillante que infaliblemente disparaba ideas originales y atrevidas (...). Con Stern tuve una especie de culto al héroe, estudié la psiquiatría con la diligencia de un escriba que escudriña la Biblia, y a cambio me dieron el premio de psiquiatría al acabar el cuarto curso (...). Stern transmitía una serenidad y una seguridad indefinibles. Entonces yo no sabía que en 1943, tras años de meditación, lectura y estudio, se había convertido al catolicismo». Más tarde, Nathanson leyó la famosa autobiografía de Stern, The Pillar o Fire. Entonces comprendió que Stern «poseía un secreto que yo había estado buscando toda mi vida: el secreto de la paz de Cristo». Posteriores capítulos describen una promiscuidad compulsiva en Nathanson, de la que resulta su primer contacto con un aborto, practicado a su primera novia y pagado por su padre. Luego vienen la historia de sus dos primeros matrimonios y el suceso quizás más escalofriante: el aborto, realizado por él mismo, a otra de las mujeres con las que había tenido relaciones.
La evidencia cientifíca
En los capítulos siguientes, Nathanson relata lo que, en gran parte, ya había explicado en su libro Aborting America sobre su creciente participación en la campaña por la liberalización del aborto en Estados Unidos, proceso que culminó, como es sabido, en 1973, con la sentencia del Tribunal Supremo que de hecho legalizó el aborto a petición. Pasado el tiempo, Nathanson vió con claridad la evidencia científica, en gran parte gracias a las nuevas tecnologías, que le permitieron observar al niño en el vientre materno. «Aquello» que había abortado miles de veces (según sus propios cálculos, Nathanson ha estado implicado directa o indirectamente en unos 75.000 abortos) era en realidad un ser humano desde el instante de la concepción. Dejó de practicar abortos y llegó a ser el converso y defensor de la causa pro-vida más conocido en Estados Unidos, en especial por sus innovadores videos.
Mataderos humanos
En uno de los últimos capítulos, titulado Hacia los tanatorios, Nathanson hace predicciones sobre lo que ya vaticinó con tanta claridad Pablo Vl en la encíclica Humane Vitae: una vez que se pierde el respeto por la vida humana en su comienzo, inevitablemente se llegará a la eutanasia. Pronostica que pronto habrá clínicas que harán negocio con la muerte. «Basándome en mi experiencia con una modalidad similar de paganismo extremo, puedo predecir que habrá empresarios que montarán pequeños y discretos sanatorios para aquellos que deseen morir o hayan sido persuadidos o coaccionados o engañados por -los medicos (...). Pero eso no será más que la primera fase. Cuando los tanatorios prosperen y se expandan, formando cadenas de clínicas y redes de concesionarios, los economistas tomarán el mando, y recortarán gastos y costes corrientes a medida que aumente la competencia. En su versión final, los tanatorios —reorganizados, eficientes y económicamente intachables— se parecerán más que a ninguna otra cosa a las fábricas de producción en serie en que se han convertido las clínicas abortistas, y —en una fase posterior— a los hornos de Auschwitz».
El ejemplo y la oración
Sin embargo, Nathanson termina el libro con una nota de esperanza en la misericordia, el perdón y la salvación ofrecida por Cristo. Como suele ocurrir en las historias de conversiones, fueron la oración y el ejemplo de muchos de sus amigos y colegas pro-vida los que terminaron por vencer la resistencia del ateo endurecido, que pudo así comprender que puede haber un sitio en el corazón de Dios incluso para gente como él. Al referir una manifestación pro-vida ante una clínica abortista, cuenta que los participantes «rezaban, se apoyaban y animaban mutuamente, cantaban himnos de júbilo y recordaban constantemente unos a otros la prohibición absoluta de emplear violencia. Rezaban por los no nacidos, por las pobres mujeres que acudían a abortar y por los médicos y enfermeras de la clínica. Incluso rezaban por los policías y los periodistas destacados en el lugar. Y yo me preguntaba: ¿Cómo puede esta gente entregarse por un público que es —y será siempre— mudo, invisible e incapaz de agradecerles nada?». Ver aquellos manifestantes pro-vida, que estaban dispuestos a ir a la cárcel y a arruinarse por sus convicciones causó una honda impresión en Nathanson. Entonces, dice, «por primera vez en toda mi vida de adulto, empecé a abrigar la noción de Dios, un Dios que paradójicamente me había llevado a través de los proverbiales círculos del infierno, sólo para mostrarme el camino hacia la redención y el perdón por medio de su gracia. Ese pensamiento contradecía todas las dieciochescas certezas que tan queridas habían sido para mi; en un instante convirtió mi pasado en una repugnante ciénaga de pecado y maldad; me acusó y condenó de graves crímenes contra los que me amaban y contra aquellos que ni siquiera conocí; y a la vez —milagrosamente— me ofreció una reluciente chispa de esperanza, en la creencia, cada vez más firme, en que, hace dos milenios, Alguien había muerto por mis pecados y mi maldad".
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