Un descubrimiento que da sentido a la vida
Luis Franco Vera
Catedrático de la Universitat de València
Las Provincias, 9-I-2002
Cuando la Iglesia canoniza a uno de sus hijos, presenta lo que podríamos llamar una oferta de santidad. Ofrece, para quien quiera libremente tomarla, una de las infinitas formas de encarnar el ideal cristiano. Igual que ocurre en tantas facetas de la vida, cuando escogemos entre múltiples opciones, la elección suele implicar elementos objetivos y subjetivos. Por ejemplo, cuando un hombre y una mujer se enamoran, casi siempre ha habido un trato previo, que ha dado lugar a una atracción subjetiva, para dar paso con el tiempo a un amor más sereno y reflexivo. Tanto el elemento subjetivo como el objetivo fundamentan adecuada-mente la elección, en este caso del hombre por una mujer y de la mujer por un hombre.
Hoy se celebra el centenario del nacimiento del beato Josemaría Escrivá y hace pocos días el Papa aprobó un milagro atribuido a su intercesión, con lo que se abre el camino para su futura canonización. Por ambos motivos es, pues, momento de reflexionar sobre la oferta de santidad que supone la vida del fundador del Opus Dei. Muchos hombres y mujeres de todo el mundo habíamos ya quedado prendados de esa manera de vivir el ideal cristiano y ahora podemos ver con una nueva luz la elección realizada hace más o menos tiempo. ¿Qué elementos subjetivos y objetivos intervinieron en ella? Desde luego, cada uno tendrá una respuesta como ocurre en todo enamoramiento y yo sólo puedo pretender dar la mía. Tuve la suerte de conocer personalmente a Josemaría Escrivá hace ya muchos años. De su rica personalidad y de su manera de hacer propia la vida cristiana, son muchas las cosas que me llamaron la atención. Pero quizá hay una que se impuso poderosamente a las demás: su peculiar modo de conjugar lo humano con lo divino, que le permitía, en un rato de conversación, pasar de un comentario lleno de buen humor a una reflexión profunda que ponía de manifiesto su intimidad con Dios; o sacar punta sobrenatural a la situación más corriente e incluso trivial.
Claro, esta faceta resulta atractiva, porque significa que la vida cristiana -y eso se observaba enseguida al ver al beato Josemaría- no exige una actitud solemne, envarada, distante de los demás, como la del que se sitúa por encima del bien y del mal. Pero eso no significa trivializar la vida cristiana. Al contrario, es tomársela radicalmente en serio desde el sitio en que cada uno está, sabiendo que las realidades más menudas de la vida pueden convertirse en ocasión de amar a Dios y de prestar un servicio a los demás.
En mi caso concreto, desde que conocí las enseñanzas del beato Josemaría, allá por 1959, mi vida ha transcurrido ligada a la Universidad, primero como estudiante y luego recorriendo todos los escalones del profesorado. Comprendí que podía encontrar ocasiones de acercarme a Dios al estudiar, al abordar un trabajo de investigación o al dar una clase, al prestar un pequeño servicio a mis compañeros, o simplemente al estar con ellos, al jugar al baloncesto... Ahora han pasado los años. Ya no estoy en condiciones de jugar al baloncesto pero siguen siendo válidas las demás cosas. Y, por otro lado, el entusiasmo subjetivo se va afianzando desde un punto de vista objetivo. Porque como decía Josemaría Escrivá en 1967, "hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir''. Y el tiempo y la reflexión ayudan a ir descubriendo esos algos santos.
Estoy seguro de que el aniversario de hoy permitirá que otras muchas personas tengan ocasión de ir haciendo esos pequeños descubrimientos.