Periódico El Mundo, 9-I-2002
El centenario del nacimiento del beato Josemaría Escrivá (9 de enero de 1902 al 9 de enero de 2002) ha venido a coincidir con la firma, acaecida hace pocos días, del decreto por el que Juan Pablo II reconoce la realidad de un milagro atribuido a su intercesión, abriendo de esa forma las puertas a su posible canonización. Se trata de una coincidencia significativa, porque esos dos acontecimientos se complementan.
Un centenario, todo centenario, nos remite a unos hechos situados en el tiempo y en cuanto tales pertenecientes al pasado, aunque a partir de ellos hayan tenido lugar otros que los hacen dignos de evocación. Las perspectivas de una canonización nos sitúan en cambio ante el presente, mejor ante lo que perdura: para una persona de fe ante la eternidad de Dios en la que el santo vive; para toda persona ante la tradición de una institución, la Iglesia católica, que vive y se desarrolla proclamándose unida, vitalmente unida, a las figuras que han jalonado su historia, marcando y configurando su fisonomía.
En 1992, en una de las homilías pronunciadas con motivo de la beatificación de Josemaría Escrivá, el entonces Prelado del Opus Dei, Álvaro del Portillo, comentó que, a raíz de ese acontecimiento, el recién nombrado beato dejaba de pertenecer al Opus Dei para pasar a ser propiedad del patrimonio común de la Iglesia. Cuando acontezca la canonización esa realidad se verá reforzada.
Josemaría Escrivá seguirá siendo siempre el fundador del Opus Dei y, desde esa perspectiva, objeto de especial veneración por parte de los fieles de esta prelatura. Pero pasa a ser, a la vez, uno de los santos, es decir, una de las personas en las que la Iglesia católica se reconoce representada y que propone universalmente como objeto de devoción y de culto.
Los santos fueron hombres y mujeres de su tiempo. Sus vidas transcurrieron en unas coordenadas espacio-temporales, y por tanto culturales, determinadas. Pero trascienden su momento histórico en la medida en que sus vidas reflejaron el ideal cristiano, evidenciando facetas que contribuyen a poner de manifiesto su capacidad para incidir en los más diversos contextos geográficos, sociales o culturales.
Entre los aspectos del ideal cristiano que subrayó, con su palabra y con su vida, el beato Josemaría Escrivá, destacaría dos. En primer lugar, el que figura como título de una de sus homilías y ahora ha sido escogido como lema del congreso del centenario: la grandeza de la vida corriente, el valor de la vida diaria. La historia y, para un creyente, la plenitud que se alcanza en la eternidad no es el fruto de la acción de algunas personalidades singulares a las que el resto de los seres humanos sirve escabel, sino el resultado del vivir de todos y cada uno de los seres que integramos la humanidad.
La vida ordinaria de los millones de personas que pueblan la tierra no es una realidad vulgar y carente de significado, sino un acontecer en el que los hombres y las mujeres que la viven están llamados a alcanzar la más grande de las metas: expresar y desplegar la dignidad que nos es propia como seres espirituales, más aún esto es lo que revela la fe cristiana como hijos de Dios.
En segundo lugar, el que sintetiza una de las frases que al beato Josemaría le gustaba repetir: ser sembradores de paz y de alegría. El trabajo está en el centro de la predicación del fundador del Opus Dei, que remarcó la importancia de trabajar y de trabajar bien, con competencia profesional. Pero nunca puso el acento en el éxito o en la eficacia, sino en el servicio.La sociedad humana no se construye con la sola efectividad de las acciones, sino con la convivencia y, en consecuencia, con la comprensión.
Ser sembradores de paz y alegría reclama serenidad de ánimo, dominio sobre el propio carácter, capacidad para olvidarse de uno mismo y pensar en quienes le rodean; actitudes e ideales humanos, que la fe cristiana refuerza, al proclamar la realidad de un Dios que es amor, más concretamente, que ama a los hombres hasta el extremo de asumir Él mismo la condición humana y presentar el perdón como uno de los ejes de su mensaje.
Celebrar el centenario del nacimiento de Josemaría Escrivá, hablar de la posibilidad de una próxima canonización, constituye, sin duda alguna, motivo de gozo para todos los que, por una razón u otra, nos sentimos afectivamente unidos a su figura. Pero ese sentimiento, en quienes deseen ser fieles a su mensaje, debe desembocar en algo más profundo: el empeño por plasmar la fe cristiana en la vida diaria.
Ese es, en efecto, el ideal que dota de unidad a la vida que iniciada el 9 de enero de 1902 culminó el 26 de junio de 1975.Y el que, en última instancia, aspira a promover toda canonización.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
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