El Sínodo de los Obispos para la Europa del 2000
Ricardo María Carles
Diálogos de Almudí, 2000
El pasado julio, en pleno verano, la Secretaría General del Sínodo hizo público el documento de trabajo --Instrumentum laboris-- para la Asamblea Especial para Europa del Sínodo de los Obispos que se iba a celebrar del 1 al 23 de octubre, sobre el tema Jesucristo vivo en su Iglesia, fuente de esperanza para Europa. Era el segundo Sínodo para Europa: el primero se había celebrado en 1991, dos años después de la caída del muro de Berlín. El Santo Padre quiso que ocho años después volviera a celebrarse el segundo, después de los dedicados a América, Asia, África y Oceanía.
La lectura del Intrumentum laboris evidencia una voluntad de realismo que me parece destacable, pues a veces se dice que la Iglesia desconoce la realidad. Este documento se redacta a partir de los llamados Lineamenta, que en este caso fueron resultado de una consulta dirigida a todos las Conferencias Episcopales de Europa; sobre esa aportación se hizo el Intrumentum laboris, que nos fue entregado a los asistentes previamente, en julio.
Quisiera resaltar una convicción que atraviesa todo el documento: la renovación social y eclesial, o será espiritual o no será. Me parece en efecto que este es el primer camino que ha de seguir la Iglesia. El Cardenal inglés Bassil Hume, recientemente fallecido, en una conferencia que tenía que haber pronunciado a los católicos americanos, les pedía que se propusieran terminar pronto con sus divisiones internas, y se concentrasen en la cuestión esencial: la persona de Jesucristo.
1. Peligro de encarnacionismo
El documento de trabajo dice que el Sínodo tendrá que llegar a un compromiso por la edificación de una nueva Europa, para la que reclama un suplemento de alma y de esperanza. Y aquí quiero hacer un inciso, aunque sea muy breve, acerca del riesgo de encarnacionismo que tenemos en nuestro trabajo evangelizador y santificador: no basta arraigar en la sociedad. Hay que arraigar, evidentemente, pero el arraigo es para un desarraigo de lo que no es evangélico, para una transformación hacia la santidad de las personas, hacia una cultura más evangélica frente a la sociedad. Digo esto porque a veces nos quedamos en un puro encarnacionismo y, aunque menos que años atrás, aún dicen algunos que el sacerdote, el religioso, ha de ser uno más. No es uno más sino hasta su adolescencia, pero después ya no es uno más: empieza a tener sus proyectos de futuro. No somos uno más, pues ese ritmo de arraigo --que es fundamental-- incluye desarraigo y transformación, sin los cuales no hacemos evangelización. No es más que el gran misterio de Cristo: Encarnación, Cruz y Resurrección; igual a arraigo, desarraigo y transformación.
Una de las preocupaciones reflejadas en el documento de trabajo es la que se recoge en su número 15, que en sustancia dice así: Una primera y grave preocupación se relaciona con el hecho de que Europa va volviéndose cada vez más un lugar necesitado de una nueva evangelización, de un esfuerzo misionero. En algunos casos se llega a anunciar el Evangelio de Cristo a quien aún no lo conoce. En otros, se trata de recomponer el tejido cristiano de las mismas comunidades cristianas. El documento insiste en esa prioridad tanto entre los países del Este como los del Oeste. En los del Este, que hace unos diez años salieron de unos regímenes que proponían el ateísmo, ha quedado en algunos un verdadero erial religioso --no tanto en otros--, por lo que se impone una especie de primera evangelización. En los países del Oeste, caracterizados por los rápidos avances tecnológicos y por fenómenos como la secularización, la globalización y la urbanización, es urgente poner por obra una evangelización nueva, capaz de producir una nueva inculturación del Evangelio. Y acerca de esta diferencia que acabo de hacer conscientemente entre Este y Oeste, quisiera añadir que, a diferencia del primer Sínodo de Europa --que distinguía claramente Este de Oeste-- muchos Padres Sinodales no querían trazar una línea; por ejemplo, el Cardenal de Viena, que tiene muy buen humor, decía: Y ustedes, ¿dónde me ponen a mí? Viena, ¿qué es?: ¿este, oeste, fronterizo? Y así, hablamos insistentemente de Europa-Centro; ya no queríamos decir que hay iglesias que son Este y otras que son Oeste. No. Con más o menos intención hablábamos de Europa-Centro, sin decir qué era Europa-Centro; pero queríamos que la unidad fuera más palpable, y que no fuera un diálogo entre dos tipos de iglesia, porque en el fondo no lo es en absoluto.
2. Primer Sínodo de Europa
Se trataba de un serio examen de conciencia, no sólo para reconocer los fracasos de ayer en un acto de lealtad y de valentía --esto aparece en la Tertio milennio adveniente--, sino de ponerse humildemente ante el Señor para interrogarnos sobre las responsabilidades que todos los cristianos tienen en relación con los males de nuestro tiempo. Algunos habían pensado que aquellos felices sucesos de 1989 de la Unión Soviética y la caída del muro de Berlín iban a facilitar muchísimas cosas. No es que hubiera desencanto en el Sínodo, sino más realismo. El colapso del comunismo, decía la primera frase del Sínodo del 91, pone en crisis todo el itinerario cultural, social y político del humanismo europeo, marcado por el ateísmo no sólo en su forma marxista. Y demuestra con hechos, no sólo con principios, que no se puede separar la causa de Dios de la causa del hombre. Apuntaba al ateísmo no sólo en su forma marxista, sino en la forma más edulcorada pero durísima de ciertos ambientes culturales de nuestra Europa occidental. Diez años después de la desaparición de los regímenes comunistas, se advertía que los signos de evolución no son siempre favorables para la causa del ser humano, sino en cierto sentido alarmantes, y necesitados de una honda reflexión. Signos que delatan la persistencia, bajo condiciones nuevas, de algunos problemas de fondo propios de aquel "humanismo inmanentista" que desembocó en los totalitarismos sufridos por Europa casi hasta los últimos días del siglo que termina.
3. Segundo Sínodo de Europa
Si nos preguntamos por las raíces de la situación actual de desesperanza, hemos de profundizar hasta aquella concepción moderna que ha llegado a considerar al hombre, falsamente, como el centro absoluto de la realidad, en lugar de Dios. El olvido de Dios conduce al abandono del hombre. La pervivencia de este humanismo "inmanentista", que se encuentra en la base tanto del liberalismo filosófico radical como del marxismo, coloca a los europeos de hoy en una situación tan problemática como decisiva.
El primer Sínodo se preguntaba: ¿Ha sido la esperanza de liberación de los pueblos oprimidos por el comunismo la última esperanza de hondo calado y de largo alcance que han abrigado los europeos del siglo XX? ¿Les queda solamente resignarse con el modesto horizonte de lo cotidiano, con la instalación en la fugacidad del goce del presente, sabido precario, pero tenido por lo único que en definitiva cuenta? ¿Será ésta verdaderamente la única salida a la crisis de la ideología del progreso a la que hoy se ve abocado el humanismo inmanentista?
También se tenía en cuenta la evacuación de la verdad de la fe. Se reconocía que los mismos cristianos, en particular en Occidente, se han dejado influir por ese espíritu del humanismo inmanentista y han vaciado a la fe de su vigor propio. Por ejemplo, algo que yo insisto mucho en mi diócesis: se ha hablado mucho, más quizá en los años setenta y ochenta, pero todavía, del Cristo líder, del Cristo amado por el pueblo, del Cristo amigo… a mí no me gustaba nada aquello del "se busca": ése no es Cristo. Parece un Cristo tan entusiasmante para la juventud… Hay un fallo enorme: para ese Cristo, que tiene medidas admirables pero sólo humanas, no hacen falta ni los sacramentos ni la Iglesia, porque no es el Cristo como don del Padre, sino un personaje admirable y digno de ser tenido en cuenta, incluso seguido. Pero no es el don del Padre y, entonces, para qué fe en la Iglesia, fe en los sacramentos, e incluso para qué fe en Dios.
Creo que esto aún continúa en algunos lugares, y afecta a la profundidad de la fe cristiana. Aunque he de decir también que veo --y otros obispos también coinciden con esta opinión, como algunos de los presentes tendrán la misma impresión y experiencia-- lo que llamo la ultimísima juventud, también seglares: no son los de hace diez ni quince años; buscan más al Señor tal como es, buscan más la vida de oración, y esperan de nosotros que hablemos más del auténtico Cristo. No cambiaría la juventud que tenemos ahora --no la que está alejada y cada vez peor, sino la que tenemos cercana-- no la cambiaría por la que teníamos hace muy pocos años antes.
4. Dos posibles debilitamientos
Esa secularización interna de la vida cristiana produce una evacuación de la verdad de la fe de consecuencias desertizantes tan graves para la Iglesia que lleva a una crisis de la conciencia y de la práctica cristiana moral, que pone en peligro la unidad eclesial e imposibilita la obra evangelizadora. En una reunión conjunta de profesores y de obispos, cierto profesor --cristiano-- bastante conocido, hablando de moral, preguntaba "en nombre de qué verdad puede sacrificarse la vida de una persona". Cuando quien tiene ciertas responsabilidades a cierta altura pregunta… Yo estaba allí, y retomé un momento para decir: "No se trata en nombre de qué verdad se puede sacrificar una persona, sino en nombre de qué persona, que es ideal, se puede realizar la persona humana". Hay moralistas que nos hablan nada más del ideal cristiano, pero marginan los medios con los cuales se ha de llegar a él. Solamente se habla del ideal evangélico, y con los vaciamientos de todo tipo que hay ahora, se puede preguntar equivocadísimamente "en nombre de qué verdad..." Y uno se dice: "Esto no va". Cuando se habla del ideal y no de los medios, entonces el ideal se torna inalcanzable y entonces, más que santificarse, uno está sacrificándose toda la vida para no se sabe qué objetivo.
Esos dos debilitamientos producen también debilitamiento de la verdad de la fe y debilitamiento de la capacidad evangelizadora de la Iglesia, porque así realmente no somos capaces de llegar a evangelizar.
5. Una decisión fundamental
En la primera sesión se nos decía que Europa se encuentra en esta hora ante una decisión fundamental. O la conversión al Dios de nuestros padres cuyo Hijo se ha hecho hombre por amor al hombre, o el apartamiento de las raíces espirituales de las que ha germinado el verdadero humanismo europeo. Ese diálogo con una coyuntura atea no puede inducir a ningún cristiano a dudar que en Jesucristo, Hijo Unigénito del Padre, Dios se ha acercado de modo único y supremo al ser humano y éste ha recibido así la salvación y la plenitud de su ser. Un actual y joven profesor de París, teólogo, dice con gracia en uno de sus últimos libros: es que en la historia de la humanidad hay una nota bene que no se puede olvidar. Y esta nota bene es la Encarnación del Verbo hecho hombre, que condiciona y cambia la perspectiva de la historia.
La única religión en que el acceso a Dios es Dios mismo es la nuestra. Pienso que hay algunos católicos que casi han perdido de vista esta peculiaridad del cristianismo. En otras religiones se accede a Dios por caminos diversificados, pero en nuestro caso el acceso a Dios es Dios mismo hecho hombre, y no hay otros intermediarios.
También se notaba, como debilidad del ritmo de la fe en Europa, ese recurso cada vez más frecuente en no pocos de nuestros contemporáneos, incluso bautizados, a ciertos sucedáneos de la verdadera esperanza, como la creencia en la reencarnación. La creencia en la reencarnación encaja perfectamente en ciertos pensamientos actuales: cuando desde hace muchos años hay horror a los compromisos definitivos --tanto a la consagración al Señor en la vida religiosa o sacerdotal como al compromiso personal con otro en un matrimonio para siempre--, encuentro muy lógico que este tipo de personas tampoco quieran jugárselo todo a una carta y piensen que después de esta vida puede haber una reencarnación: no quieren compromiso definitivo en el momento de morirse. No es ironía: pienso como pastor que los cristianos que vacilan en cuanto al más allá y al camino al más allá --llega hasta el hondón del alma: es la gran esperanza, llegar a la casa de nuestro Padre Dios-- suavicen el problema diciendo "Puede haber reencarnación. Vete a saber". Es el no al compromiso definitivo.
Decíamos: primero, que se percibía claramente que urgía en nuestra Iglesia un anuncio más lúcido de Jesucristo, que llegara al fondo de las conciencias. Segundo, la necesidad de una evangelización nueva de Europa, concebida como una fuerte y visible propuesta de Cristo Jesús --que vive en su Iglesia--, que sea fuente de esperanza para nuestros coetáneos. Y tercero, la necesidad de hacer un examen respecto a la necesidad europea y a la misma Iglesia. Y por último: que nosotros --los Padres Sinodales-- nos habíamos de convertir todavía más a Jesucristo y, justificados por Él, proponer de nuevo a nuestro continente la evangelización, para promover una completa renovación social y espiritual de Europa.
6. No hay fe sin esperanza
Europa tuvo fe cuando tuvo esperanza. Más claro: cuando se tomaba en serio la escatología, cuando hablábamos más de la muerte, del juicio, del infierno y del cielo. Si uno no espera eso, tendrá esperanzas de segundo orden. Cuando se pierden las esperanzas grandes, también se pierde la fe. Nos es difícil confiar en alguno de quien no esperamos mucho: porque no nos fiamos, porque no tenemos claro qué puede hacer por nosotros. Entonces se rompe la esperanza, sí, y se rompe la fe, la confianza, y se pierde la cercanía y la comunicación. En nuestra cultura tenemos, en contra de la esperanza en lo eterno, el gran valor que se da a los medios y la mínima valoración que se da a los fines, y más aún al Fin, que es Dios.
El obispo Ansol dijo que "Europa necesita nuestra alegría para fundar su esperanza": los obispos debemos ser profesores de esperanza; los cristianos estamos condenados a la alegría. Es así. Digo a veces a mis fieles y a mis sacerdotes que quisiera que, con la misma naturalidad que hablando de los que creen decimos los fieles porque tienen fe, los creyentes, pudiéramos decir los esperanzados. Tener una concepción de la vida que nos aclara las cosas es fundamental, pero lo esperable sería que esa fe nos llevara a una gran esperanza. Igual que adjetivamos a los fieles como fieles, también deberíamos adjetivarlos como esperanzados.
7. Razones de la esperanza
Los que me conocéis, sabéis que mi gran afición es el montañismo. Hace poco, bajo una gran foto del Imeige, pico de los Alpes del que se ha dicho que es inaccesible, un escalador escribió: "Donde hay voluntad, hay camino". Me gustó esa frase: "donde hay voluntad". Pero también hace falta un porqué para escalar. La esperanza del cristiano hace frente a las dificultades personales y los problemas de la sociedad porque su voluntad se vigoriza al saber que toda persona existe para la santidad y la felicidad, aunque haya resistencia al dolor, a la injusticia, al pecado y a la muerte. La esperanza se apoya en la paciencia y en la confianza. En la paciencia: esperar significa --como dijo Caudella-- propiamente seguir esperando, esperar con obstinación, esperar cuando ya toda explicativa razonable se ha disipado y la noche ha caído. En la confianza: sabiendo que es, no pocas veces, un eco de la que otros depositan en nosotros: Cuando, con una mirada cansada, demuestro a alguien que no confío mucho en él, le quito toda esperanza. Os habrá pasado a muchos: cuando en cualquier situación parece que el otro ya no espera más, nos ha matado la esperanza. Es decir, paciencia pero confianza, tenida y engendrada también para otros.
Nuestra esperanza arranca de una promesa de Dios expresada en el acto creador, en el amor con que Dios, al crear, promete: la Omnipotencia poniendo ilusión en toda la creación, en nuestra creación personal, es fuente inmensa de esperanza. Lo contrario sería absurdo, sería pensar un Dios al que se le escapa de las manos su proyecto creativo, conformándose con que exista lo que no pensó. Es cierto que no podemos pasar por alto el hecho de que Dios, al crear libres a las personas, aceptó la posibilidad de existencia de algo que no pensó: el pecado, la injusticia, el abuso, etc. Es un misterio: la creación nace de un diálogo eterno y permanente de amor, puesto que todo es creado por amor al Hijo, por Él y para Él. El equilibrio entre presunción u optimismo superficial y escepticismo o pesimismo adquiere el aspecto de una conquista continua, como dijo Suter. Agradezcamos a Dios que no haya escrito nuestros pecados sobre roca, sino sobre el polvo, para que desaparezcan con el soplo de su perdón.
8. Signos de esperanza
En el Sínodo vimos que hay signos de esperanza. Uno de ellos son los mártires, los mártires del Este de Europa, de muchas décadas, católicos y cristianos, que murieron por su fe, como hace más de sesenta años en nuestro país fueron decenas de miles los que murieron por el mero hecho de ser cristianos. Esa radicalidad de la confesión de gente tan cercana es una esperanza. He de confesar que me produjo un poco de tristeza ver el orgullo con que los países del Este hablaban de sus mártires y las reticencias que tenemos en nuestro país a recordarlos y hablar de ellos. Me produjo un poco de tristeza: es el orgullo por quienes han dado su sangre por la fe; y nosotros aceptamos que se propongan motivaciones que no son las de la Iglesia, que pueden ensombrecer a aquellos y aquellas que dieron su vida por su fe, por ser cristianos, por ser sacerdotes, religiosos, religiosas. Cuántos seglares murieron por el mero hecho de ser profunda y evidentemente cristianos.
Otro motivo de esperanza es la Iglesia del oriente de Europa, donde existe un gran despertar de la fe, de vocaciones sacerdotales y religiosas. También es un motivo de esperanza la consideración de la misión evangelizadora de la Iglesia de Oriente y Occidente. Y otras razones de esperanza que no abordo porque las tenemos perfectamente presentes en la conciencia.
¿Por qué insisto en la esperanza? Porque se ha hablado mucho de la desesperanza, del contraste entre el primer Sínodo y segundo, y la esperanza es fundamental. Hace años --los de la generación joven no recordarán-- Alain Bombart, navegando solitario en una pequeña barca de Europa a América, quiso demostrar que un náufrago no tenía por qué morir ni de hambre ni de sed.; no llevaba ni radio, ni ayuda de ningún tipo. Del libro de a bordo, que tuvo la constancia de mantener durante sesenta y cinco días, me interesa esto: Había --escribe una noche-- que vencer un factor importante; había que vencer esa desesperanza que mata. Él era médico, y esto no entraba en el marco de la alimentación: pero si beber es más importante que comer, respirar confianza es más importante que beber. Y acaba: si la sed mata más pronto que el hambre, la desesperación es todavía más rápida que la sed.
Eso sucede hasta en la vida interior: cuando alguien habla de sus carencias respecto a cualquier virtud, en el fondo lo que le está fallando no es esa virtud concreta, sino la esperanza. Ya no cree que es capaz de conseguir lo que Dios le pide. Cuando se mata la esperanza se matan muchas virtudes, porque por mis propias fuerzas yo no me voy a sentir capaz de muchas cosas. La esperanza toca por eso el hondón de la capacidad de conversión, y de hacer frente a las propias incapacidades.
No podemos olvidar que hay una disposición divina acerca del destino del hombre: nuestra libertad y que esperemos. Vuelvo a insistir: la gran esperanza es no perder la fe en Europa, porque nuestra salvación es objeto de esperanza (Rom 8). Esperamos el perdón de nuestros pecados, la realización de la imagen de Jesús en nuestras vidas, la plena manifestación del ser hijos de Dios, la definitiva visión de Dios.
A propósito de la experiencia de la fuerza del mal, un obispo de Bosnia-Herzegovina hablaba de la experiencia que ellos habían tenido de la fortísima acción del Espíritu, porque --decía-- cuando la sangre de Cristo no se ha unido a la sangre del padre y de la madre, es muy difícil tener fe y tener esperanza, porque los padres no la viven. Y acabó diciendo que había sido una vergüenza para Europa el abandono en que les habíamos dejado, que naciones enteras de Europa hubieran estado durante decenas de años en esa situación.
9. Compartir la esperanza
Hace pocas noches en Madrid el Cardenal Ratzinger recordaba que la unidad del hombre tiene un órgano, la conciencia psicológica. Añadiría que la integridad del hombre frente a la dispersión del pecado también tiene otro órgano: la buena conciencia moral, no sólo psicológica. Para Pablo, todos los problemas se resumían en dos: en cuanto a uno mismo, la integración de la persona en la verdad, en el amor; respecto a los demás, la comunión. Integración, hacia dentro; comunión, hacia afuera.
Me preguntaba también entonces si la unidad de Europa necesita un órgano. ¿El sentido cristiano de la persona? Pienso que sí. Un obispo del sur de Italia dijo que había que reconocer el Espíritu de Dios en el corazón de la historia, y no tener sensación de desánimo en un mundo rico en medios y pobre en fines. A veces nos falta el coraje de la libertad, sabiendo que Cristo es Señor de la libertad y que donde está el Espíritu del Señor, ahí está la libertad. Sin olvidar ciertamente la fuerza del mal. En la antigua Yugoslavia --dijo un obispo-- la lucha por la fe se realizó en un ambiente de satanismo, odio inmenso y crueldades no explicables sólo por la crueldad humana. Añadió otros signos de la actividad satánica: sexualidad disoluta, aborto, los horrores antes expresados… y decía que ahora no hablamos del diablo, por miedo a que parezca un lenguaje mítico. Cristo en cambio, ha hablado mucho de él, y que sólo es vencible por la oración y el ayuno. No se trata en nuestro tiempo tanto de posesión diabólica cuanto de la actividad de Satanás en nuestro tiempo.
Respecto a esa esperanza y a esa unidad de Europa hay testimonios muy positivos. En Hungría, más de un obispo dijo que había gran añoranza de la religión. El obispo Poikov de Bulgaria habló de la alegría de compartir la esperanza de una nueva Europa. "Miramos el futuro con esperanza, decía. Hay en nuestro país nueva vida parroquial, crece la creatividad, etc."
En Eslovaquia, cada día las iglesias están llenas de gente de toda edad que, antes de ir al trabajo o a la Universidad, oye Misa todos los días. Y el obispo de Verchian, Rumania, decía que tenían muchas vocaciones, mucha vida religiosa y quizá eso algún día puede ser un don para Europa occidental.
Fueron profetas los del Este y fueron mártires, fueron confesores: también el Occidente necesita de profetas. Un obispo nuestro dijo que Europa está de vuelta de la fe: La cultura europea es una coraza contra la fe porque ya la ha conocido. Un obispo de Burundi, en respuesta a la intervención de un europeo, dijo: no hay paridad entre el paganismo nuestro y la Europa paganizada". Su paganismo no valora la fe porque no saben lo que es haber tenido una cultura apoyada en la verdad de Dios, del mundo y del hombre, es decir, una cultura fundada en la fe, en la creencia en Dios. Le molestó que se asemejara nuestro paganismo al suyo: No. Vosotros ya habéis sabido quién es Dios, y habéis tocado los resultados. Y los nuestros aún no lo saben. No es el mismo paganismo. Sin decir más, nos hacía más responsables de la situación a los de Europa Occidental. Como veis, había observadores muy capacitados de los otros cinco continentes.
10. Misión y renovación
Hay unas épocas de misión y otras de renovación. El apóstol se dirige a las naciones, el profeta al pueblo. El primero anuncia, el segundo recuerda. El primero alumbra, el segundo reaviva: el profeta reaviva y recuerda la fe del pueblo. El apóstol evangeliza la verdad y el profeta da testimonio de vida, con capacidad de choque capaz de provocar una vuelta hacia el Espíritu. Por no decir más, el apóstol va muchas veces a favor, o respaldado por, una cultura con prestigio; el profeta, desde el Antiguo Testamento hasta nosotros, va a contracorriente de la cultura dominante. Una cultura en la que, como dijo este obispo, lo que pone coraza a muchas conciencias de Europa es que ya han conocido la fe. Claro que hemos de hacer apostolado y hemos de evangelizar. Pero quizá con un talante profético: pensar si les estamos hablando, como hablan los profetas, de un Dios conocido, de unas normas de vida conocidas, pero que se han arrinconado en el baúl de los recuerdos. Hace falta otra capacidad de choque, de mayor convicción nuestra, de hablar más al corazón de los otros. Me atrevo a citar a Ortega, que hace muchos años dijo: El que es distinto es pecador, o sea, no sirve. Lo decía como crítica, porque había que ser distinto. Pues ahora pasa lo mismo: el que es distinto es pecador, es involucionista, es conservador.
11. Distinción importante
Permitidme que diga que hemos de ayudar al pueblo a distinguir entre lo que es permanente y lo que es antiguo. ¿Hay algo más antiguo en los vegetales que las raíces? Son algo antiguo, perenne, pero no las podemos quitar. Dicen que el homo es sapiens; no hay nada más antiguo que ser inteligente, pero es que es perenne. Si dejamos de ser inteligentes, dejamos de ser hombres. Hemos de ayudar a la gente a que distinga entre lo que antiguo y lo perenne. En el Evangelio todo es perenne, y no hemos de sentir complejos tontos y equivocados. Hace falta un talante atrevido, sin miedo a la galería. Muchas veces se mira demasiado si lo que voy a decir interesa a los jóvenes o no, si interesa a este grupo o no. Gracias a Dios los justos y las justas de todos los tiempos no se preguntaban si interesaba o no lo que tenían que decir a los que les escuchaban. Les quemaba por dentro; transmitían lo que tenían que transmitir. El profeta de ahora tiene necesidad de hablar sin tanta tensión sobre si interesa o no. ¿A ti te interesa decirles eso? Pues si lo dices con suficiente convicción y transparencia de que lo vives, o lo intentas vivir, acabará interesándoles. Finalmente, a pesar de nuestras debilidades, esperan en nosotros. El obispo de Melbourne deseaba que la fe europea siga encendida e iluminando las miríadas de pueblos a los que ha llevado la fe. Y en otro extremo, uno de Mozambique decía que el mejoramiento de la cultura de Europa por la nueva evangelización, beneficiará África. Todo lo vuestro tiene eco en los otros continentes. Y sentía alegría porque la Iglesia de Europa quiere evangelizar su cultura, e influirá en la evangelización de África, porque hasta en nuestra vida pública influís muchísimo más de lo que vosotros creéis.
12. Vivir como criatura
Vivir como criatura es establecer vínculos de simpatía y solidaridad con toda la creación, a pesar de los fracasos o de las maldades de los hombres que puedan ensombrecerla; porque no es esa la creación, ni ése es el hombre. Vivir como criaturas es reconocer que somos criaturas creadoras, porque estamos dotados de libertad. Creadoras de nuestro propio destino: por eso no podemos resignarnos a soportar una realidad negativa, ni prescindir de lo que espera de nosotros, personal y comunitariamente, Quien amorosamente nos creó.
Porque el hombre es el único ser que tiene una doble historia: la que le conforma y la que él realiza. El cristiano se toma muy en serio la segunda historia, la que realiza. Pone su empeño en realizar su historia personal al unísono con la voluntad del Padre Dios, y por ello procura no ser un tronco inerte a merced de las corrientes socioculturales. Vive alertado por su tensión hacia la conversión continuada para no detenerse. A la vez, se esfuerza por influir en su ambiente, convencido de que está llamado por Dios a escribir --no sólo a sufrirla-- la historia de su tiempo. Hemos de presentar el ideal del Evangelio con toda la fuerza que tiene. Hemos de gritar a quienes con sus obras abandonan la fe, que optar por Cristo no está en pie de igualdad: no es paritario --dice el Santo Padre muchas veces-- tener fe o rechazarla.
Y esto está en íntima relación con la libertad, con que se ha de optar por la fe. No se puede optar libremente sin estar alertados de los riesgos de increencia, como son la irracionalidad, la carencia del sentido de la vida o el sentimiento trágico de la existencia. Tenemos esperanza porque trabajamos a contracorriente con una parte del mundo, pero a favor del querer omnipotente de un Dios que es bueno. Muchas gracias.
Ricardo Mª Cardernal Carles. Arzobispo de Barcelona, Almudí, Valencia, lunes 21 de febrero de 2000.
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