Mons. Franco es Obispo auxiliar de Madrid y ha dado su conferencia en la sede de los Diálogos de Almudí 2009
Para comprender adecuadamente la conciencia que san Pablo tiene de su vocación apostólica conviene no olvidar que, como afirma Cambier, «la vida religiosa profunda de san Pablo se manifiesta concretamente en la manera como ha realizado su vocación apostólica» y que ésta «constituye el valor clave para comprenderle y aparece así como el término y la síntesis de un estudio sobre la persona de Pablo»[1]. No en vano ha pasado a la historia con el título de «apóstol de los gentiles». Pablo se da a sí mismo este título en diversos lugares de sus cartas (Rom 1,1; 11,13; 11,13; 1Cor 1,1; 2Cor 1,1; Gál 1,1) y puede decirse que, en torno a este título, giran los demás («siervo», «ministro/diácono», «embajador», «liturgo»). Al comienzo de la carta a los Romanos, san Pablo se presenta a sí mismo con solemnidad como «siervo de Jesucristo, llamado (a ser) apóstol, segregado para el evangelio de Dios» (1,1), y afirma que ha recibido por Jesucristo, Señor nuestro, «la gracia y el apostolado para la obediencia de la fe entre todas las gentes» (1,5). Y, no sin menor énfasis, en 11,13 dice: «A vosotros lo digo, los gentiles. En tanto, pues, que soy apóstol de los gentiles acredito mi ministerio».
El hecho de que junto a la palabra «apóstol» aparezca el adjetivo llamado ( klhto,j: Rom 1,1; 1Cor 1,1) indica claramente que san Pablo vincula el apostolado a la «llamada/vocación» que Cristo le hizo en el camino de Damasco. Esta experiencia ha marcado definitivamente la vida del apóstol, lo que explica que Lucas la consigne tres veces en su relato de Hechos. En las tres ocasiones nada se dice de motivos psicológicos ni de preparaciones que hicieran sospechar la llamada al apostolado. Sólo subrayan la intervención directa de Cristo en el momento querido por Dios. Hasta el mismo Loisy afirma: «El relato de la conversión, suponiendo que sea histórico, nada dice de un estudio psicológico: es un bello milagro, del que no se nos dicen los antecedentes»[2]. En los tres relatos tenemos los elementos clásicos de una teofanía en la que Pablo recibe un conocimiento religioso nuevo de Cristo, que es expresado con la fórmula de Flp 3,12 «fui tomado por Cristo Jesús». En la misma carta define su existencia estrechamente vinculada a la de Cristo: «Para mí vivir es Cristo» (Flp 1,21), expresión sumamente sintética que revela la conciencia de íntima relación entre Pablo y Jesús que parecen compartir una misma vida.
1. Jesús y Pablo
Esta conciencia, que arranca del encuentro con el Resucitado en el camino de Damasco, convierte la vida de Pablo en una ininterrumpida carrera por alcanzar a Cristo, como dice Flp 3,12-14. Pablo está convencido de que, en aquel momento su existencia quedó definitivamente unida a la de Cristo hasta el punto de afirmar que «Cristo será glorificado en mi cuerpo, en vida o muerte» (Flp 1,20).
La existencia de Pablo, desde el momento en que Cristo salió a su encuentro y él respondió yendo hacia él[3], considerando basura todo lo que hasta ese momento eran títulos de gloria, se convierte así en una progresiva identificación con Cristo, que consiste en conformarse con Cristo en su muerte para alcanzar un día la resurrección de entre los muertos (Cf. Flp 3,10-11). Pablo se comprende a sí mismo en el ámbito del misterio de Cristo. Todo lo que sucede en su persona se explica desde Cristo y todo lo remite a Él. De ahí que sea imposible hablar de Pablo sin hablar de Cristo al mismo tiempo.
Esta unión con Cristo explica también la pasión por evangelizar que abrasa el corazón del apóstol. Si nos preguntamos sobre el origen de esta pasión lo hallamos en el mandato que Pablo recibe de Cristo de darlo a conocer a todas las gentes. Para Pablo, predicar el evangelio es una «función sagrada», en la que actúa como «liturgo de Cristo Jesús ante los paganos» para ofrecer la ofrenda de sus vidas a Dios (Rom 15,16)[4]. En realidad el evangelio es Cristo y por ello san Pablo comprende toda su existencia dedicada al evangelio, es decir, al mismo Cristo. En Pablo, el mensaje es la persona de Jesús, que se le ha revelado y le ha encomendado la misión de predicarlo a los demás: «Nosotros -dice- predicamos a Cristo, y éste crucificado». Para comprender a Pablo, por tanto, no basta ir a sus escritos, hay que entrar en su propia persona y conocerla bajo la luz de Damasco que quebrantó para siempre las tinieblas de su ceguera espiritual, de la que la física era todo un símbolo[5].
En el año 1888 H. Gunkel apuntaba ya la intuición de que es la vida misma de Pablo la que debe proporcionar la clave de acceso al enigma de su pensamiento sobre el espíritu. Según Ashton esta intuición se ha descuidado por tres razones: a) la consideración de Pablo como un teólogo sistemático cuyas claves se encuentran en su teología y no en su vida; b) la repulsa del protestantismo a la mística, que sitúa el pensamiento de Pablo en el nivel de la dogmática y no de su experiencia vital; c) la convicción difusa de que Pablo ha sido influenciado fuertemente por las religiones helenísticas[6].
Posteriormente, en el Coloquio Bíblico de Lovaina que tuvo lugar en 1984, A. Vanhoye se preguntaba: «¿Qué lugar hay que conceder a la personalidad de Pablo cuando se hace exégesis de sus cartas, cuando se analiza su estilo, cuando se estudia su concepción del ministerio?»[7]. y sacaba la siguiente conclusión: «Cuando se trata del apóstol Pablo, ¿no debería también interesarse en la persona del apóstol, que tiene un lugar tan grande en sus cartas, y esto, no desde un simple punto de vista psicológico, sino del punto de vista de la revelación? Pues la afirmación tan acentuada de la persona de Pablo forma parte de la revelación; ella constituye un aspecto de la revelación. ¿Es posible exponer correctamente la cristología de Pablo, sin analizar la relación personal de Pablo con Cristo, tal como él la expresa hablando de sí mismo, y de su vida en Cristo? ¿Puede rendirse cuenta de la eclesiología de Pablo sin analizar con cuidado el lugar que ocupa la personalidad del apóstol en sus relaciones con las comunidades en el momento de su fundación, en su crecimiento, en los períodos de tensión y de crisis?»[8].
Al final de su intervención, después de señalar la importancia de conocer la personalidad del apóstol para hacer exégesis de sus cartas, y viceversa, termina diciendo: «En este dominio como en muchos otros, la investigación debe aceptar una especie de círculo: de una parte, la exégesis detallada de los textos es un medio de avanzar en el conocimiento de la personalidad del apóstol& de otra parte, un conocimiento más exhaustivo de la personalidad del apóstol permite a la exégesis avanzar con más seguridad en el análisis y la interpretación de los textos. El verdadero conocimiento es siempre interpersonal. Para hacerse conocer, Cristo ha utilizado la personalidad del apóstol Pablo y no solamente su capacidad de teólogo. Para mejor conocer a Cristo, conviene intentar conocer personalmente al apóstol Pablo»[9].
Esto no quiere decir que ambas personalidades se mezclen o se confundan una en la otra. Nada más lejos de la enorme distancia que Pablo establece ente él y Cristo, de la que nos habla en Filipenses. Pero es cierto que Pablo, al entender su vida en el ámbito de la vida de Cristo que le amó y se entregó por él y al afirmar que es Cristo quien vive en él, nos permite «tocar con las manos el hecho de que el alargamiento de Cristo a la existencia de Pablo ha dejado a éste (según nuestra terminología cristológica) intacto en cuando sujeto espiritual, pero al mismo tiempo lo ha expropiado para personalizarlo; esto tiene a la vez otro significado para Pablo: corresponder al amor personal de Cristo en la entrega creyente, y ponerse a disposición de su misión apostólica»[10].
2. Cristo vive y actúa en Pablo
Este ponerse a disposición de Cristo en su misión apostólica tiene su fundamento teológico en la conciencia viva de que la vida del apóstol, como la del cristiano, se realiza en Cristo Jesús, expresión que ha hecho correr mucha tinta en el taller de los exegetas. Esta fórmula «abraza la redención entera, desde su primera idea en la inteligencia divina y su ejecución potencial en el Calvario, hasta su realización sucesiva en cada uno de nosotros y su consumación final en la eternidad»[11]. Dios nos ha elegido, predestinado, engendrado y santificado, haciéndonos crecer en Cristo hasta llegar a la edad adulta en él. Hablando de esta fórmula «en Cristo», dice H. Urs von Balthasar: «Como Pablo no disponía todavía del adjetivo cristiano, la fórmula puede designar sencillamente ser cristiano, pero siempre con la connotación de que este ser-en es un acontecimiento operado por Cristo, acontecimiento que incluye objetivamente y que reclama subjetivamente una adecuada respuesta a Cristo por parte de los cristianos»[12].
Ahora bien, esta conciencia del ser-en-Cristo tiene su contrapartida en fórmulas donde Cristo es presentado hablando, viviendo y actuando en la persona del apóstol. No hay que olvidar que detrás de la concepción del apostolado se encuentra la institución judía del shaliah, palabra derivada del verbo hebreo-arameo salah, que significa «enviar». Este «enviado» actuaba como si se tratara de la misma persona que le enviaba para realizar alguna gestión. Podía ser designado como un procurador con poderes, administrador, mensajero o agente. El principio de la legislación judía sobre agentes o intermediarios dice: «El shaliah de un hombre es como el hombre mismo»[13]. El apóstol de Cristo es su representante legal, de forma que la acción del apóstol debe ser interpretada como realizada por el mismo Cristo. «Apóstol», por tanto, es un título de honor, de dignidad, puesto que representa al Señor que le envía. Lo mismo puede decirse de los títulos «siervo», «diácono/ministro», «administrador»[14]. En realidad, son títulos que se explican desde la persona que los designa, en este caso Cristo. Por eso, la acción que desempeña el apóstol o siervo debe ser acogida como hecha por el mismo Señor.
Uno de los textos donde aparece con toda claridad esta concepción del apostolado como actuación en el nombre de Cristo (la teología clásica dirá in persona Christi capitis) es 2Cor 5,18-20, que dice: «Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!». Comentando este texto, dice Mariano Herranz Marco: «Frente a los pasajes en que san Pablo se llama siervo de Jesús y administrador de los misterios de Dios, éste de 2Cor añade una novedad: puntualiza cuáles son esos misterios de Dios que debe administrar. En parte, aquí se dice lo mismo con otra palabra clave: el legado o embajador tiene mucho en común con el siervo-administrador y el apóstol; y buena prueba de ello es que en los tres casos el hebreo-arameo emplearía la misma palabra: shaliah. En el caso del legado o embajador se cumple también el principio judío que rige la actividad de agentes o intermediarios: el agente de un hombres es como el hombre mismo. Y la unión entre un hombre y su legado es inimaginable sin una fidelidad del segundo al primero. Por eso decíamos que en este pasaje de 2Cor san Pablo expresa las mismas ideas que había plasmado con los títulos de siervo, administrador y apóstol»[15].
La conciencia de esta identificación entre el apóstol Pablo y Cristo, el Señor, aparece en textos donde la persona misma del apóstol es el lugar donde se hace presente el mismo Cristo. La importancia de estos textos reside en dos hechos: en primer lugar, son textos autobiográficos en los que san Pablo revela a sus destinatarios su conciencia apostólica; y en segundo lugar, son textos nacidos de la polémica que san Pablo tuvo que mantener con sus oponentes para defender su condición de apóstol. Nos dan, por tanto, la clave para entender su vivencia más íntima del apostolado.
a) Gál 1,15-16
El texto dice así en la versión de Nácar-Colunga: «Cuando aquél que me segregó, desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo (avpokalu,yai to.n ui`o.n auvtou/ evn evmoi,) para que yo lo anunciara entre los paganos...».
Algunas versiones traducen revelarme a su Hijo, sin duda por la extrañeza que supone la fórmula evn evmoi,. ¿Qué quiere decir el apóstol? En su comentario a Gálatas, H. Schlier dice así a propósito de esta fórmula: « vEn evmoi, no significa por mí -cf. 1Cor 7,14- contra lo que está el mismo contexto; tampoco quiere decir a mí -cf. 1,24; 1Tim 1,16- de modo que el llamamiento del apóstol sería la señal de la acción relevante de Dios que él había recibido. Probablemente tampoco represente un simple dativo, puesto que no aparece evn con avpokalu,ptein en otros lugares, cf. 1Cor 2,10; Ef 3,5; 1Pe 1,12. Parece más bien que evn evmoi expresa la intensidad de la manifestación del Hijo, que llegó hasta el centro de la vida del apóstol»[16]. Y, a este respecto, cita a san Juan Crisóstomo, quien afirma que Pablo dice «en mí»y no «a mí» para «expresar que ha recibido la doctrina de la fe no sólo en palabras, sino que está repleto de abundantes dones del Espíritu; la luz de la revelación ha iluminado su alma y así ha hablado Cristo en él». Por su parte, A. Wikenhauser distingue en Pablo entre la teofanía y la revelación del Hijo, y afirma: «Cristo se le ha aparecido no sólo en su gloria, se le ha dado a conocer no sólo como viviente y existiendo de manera pneumática, sino que se ha revelado en él como poder personal que actúa profundamente en su vida»[17].
En nuestra opinión, la expresión evn evmoi, indica que la revelación de Cristo ha tenido lugar en la persona del apóstol que queda unido a Él de modo inseparable y al evangelio que comunica a Cristo. El sentido local no debe reducirse a lo que ha sucedido en Pablo como lugar de una revelación, sino en la línea de otros textos que nos disponemos a estudiar: la persona de Pablo se convierte en vehículo de la revelación justamente por lo que ha tenido lugar en él. «Pablo sabe, escribe Cambier, que él prolonga la vida redentora de Cristo sobre la tierra; su razón de vivir es la cruz del Señor Jesucristo: participa en la crucifixión de Jesús (Gál 6,17); lleva en su persona por todas partes el proceso de muerte de Jesús (2Cor 4,10); tal es la explicación teológica que el mismo Pablo da del sufrimiento y de las persecuciones que sufre (ver 2Cor 4,7-15; igualmente 1Cor 4,9-13). Pablo ha continuado la experiencia de Cristo (cf Flp 1,21: Cristo es mi vida), el Siervo sufriente que reconcilia el mundo por su humildad y su obediencia (Flp 2,6-8)»[18].
b) Gál 2,19-20
En este texto Pablo manifiesta la conciencia de su unión con Cristo del modo más expresivo que puede imaginarse. No repara en utilizar imágenes y fórmulas de una audacia inusitada[19]. Dice así:
«Yo por la ley, he muerto a la ley: con Cristo estoy crucificado; y vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí (evn evmoi,). Y lo que al presente vivo en la carne (zw/ evn sarki,), lo vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí».
Comentando las palabras por la ley, he muerto a la ley: con Cristo estoy crucificado, S. Lyonnet dice: «Fórmula oscura a fuerza de concisión, y diversamente explicada»[20]. Digamos que parte de la dificultad del texto estriba en querer leerlo como «un fragmento de teología que, aunque impropiamente, podríamos llamar abstracta»[21]. Se olvida que la carta a los Gálatas está escrita a partir de un problema muy concreto: el de la necesidad de la ley judía para quienes vienen del paganismo a la fe cristiana. San Pablo argumenta con datos teológicos que pertenecen no tanto al ámbito exclusivo de la fe cuando a la historia misma de Jesús, vista a la luz de la Pascua. «San Pablo, escribe T. Boman, no piensa en conceptos abstractos, sino siempre en relación estrecha con personas históricas y la obra que realizaron. Habla de Adán, de Abrahám y su fe, de Moisés y su Ley. Pero es sobre todo Jesús de Nazaret el que, con su nacimiento, su vida bajo la ley, su obediencia hasta la muerte y, primordialmente, su muerte y resurrección, constituye la base de toda su predicación»[22].
En realidad lo que se supone en Gál 2,19 es más importante que lo que se afirma, como ocurre en otros pasajes oscuros de sus cartas. Los comentaristas están de acuerdo en un punto: la afirmación «por la ley he muerto a la ley» supone que la ley mosaica de algún modo intervino en la muerte de Cristo en la cruz. Dicho con otras palabras: «tras esta concisa frase se adivina la afirmación de que los encargados de velar por la ortodoxia judía, por la Ley -para lo cual contaban con el correspondiente código penal dentro de la misma Ley escrita, completada por la Ley oral-, creyeron que Jesús había quebrantado la Ley de manera tan radical, que se había hecho merecedor de la pena de muerte. Era indiscutiblemente una ironía que esta acción legal contra Jesús -la realizada por el tribunal judío, el Sanedrín-, encaminada a proteger la Ley, hubiera producido precisamente la liberación de la Ley o, lo que es lo mismo, su abolición»[23].
San Pablo, que se sitúa con el «yo» en el lugar de todo creyente, está crucificado con Cristo en el sentido de que, creyendo en Cristo, ha muerto al régimen legal de la ley mosaica, que provocó la condena de Cristo por el Sanedrín. Ahora bien, esta condena no fue la última palabra sobre Cristo, puesto que la resurrección Dios lo declara justo, es decir, revoca la sentencia de la ley mosaica, cuyo régimen queda abolido. La resurrección es la última palabra de Dios sobre Cristo, es la declaración de su justicia. De ahí que todo cristiano pueda decir que por la ley, que causó la muerte a Cristo, ha muerto al régimen de la ley. El cristiano ya no está bajo el régimen de la ley sino bajo el de la fe en Cristo Jesús. Por eso, puede decir que está crucificado con Cristo. La confesión de la fe en Cristo le lleva a ser considerado, también él, fuera de la ley. Este fue el drama que tuvo que vivir san Pablo por parte de sus propios hermanos de raza y religión. También él sería mirado como blasfemo.
Entendida la primera parte del texto de Gálatas, comprendemos mejor la segunda parte en la que Pablo dice que su vida en la carne es vida en la fe del Hijo de Dios, de forma que puede decir que Cristo vive, por la fe, en él. Esta afirmación «Cristo vive en mí» constituye «una novedad estupenda. Aquí se trata de un hombre, Cristo, que vive en otro hombre, el creyente, de modo totalmente real de forma que la vida del creyente es atribuida a Cristo más que al creyente mismo»[24]. Pablo aclara esta realidad afirmando que su existencia mortal no ha terminado, vive aún sobre la tierra, «en la carne», esto es, «en la condición humana común, con todas sus limitaciones y debilidades, una existencia probada y atormentada, sujeta a la tentación, al sufrimiento y a la muerte»[25]. El texto de Gál 2,20 establece una estrecha relación entre las frases Cristo vive en mí y vivo en la fe del Hijo de Dios, que ayuda a comprender «la forma como Cristo toma posesión de la vida de Pablo. La vida de Cristo penetra en él por medio de la fe. Cristo no se impone a él, sino que se propone a la adhesión de fe. La absoluta fiabilidad del Hijo de Dios abre a Pablo la posibilidad de la vida en la fe, la cual es vida de Cristo en él y de él en Cristo, maravillosa interioridad recíproca. La fe no se presenta como asentimiento dado por la mente a esta verdad, sino como adhesión de todo el ser a la persona de Cristo»[26].
La fórmula final, «que me amó y se entregó por mí» da el sentido de todo, y explica la razón de por qué Pablo entiende el vivir de Cristo en él desde el amor que le ha llevado a la muerte. El hecho de que personalice la fórmula habitual («por vosotros/nosotros/muchos») indica que Pablo vive la fe como una relación de tipo personal que no se deja disolver en la abstracción. Ahí reside la paradoja: en el hecho de que el mismo Hijo de Dios me haya amado hasta dar la vida por mí. La clave de este misterio reside en otra novedad típica de Pablo: la iniciativa de Cristo es una manifestación de amor. Los evangelios no explican este aspecto que Pablo explicita. El cuarto evangelio insiste también en el aspecto del amor, por un camino que no indica conexión literaria, como ha mostrado Romaniuk[27]. Otra novedad es que Pablo no utiliza el nombre Cristo (1Cor 15,3), ni la expresión hijo del hombre, sino que se sirve del título Hijo de Dios, que expresa la realidad más profunda y misteriosa del ser de Cristo, que Pablo ha recibido en la revelación directa de su conversión (cf. Gál 1,16). El acto de amor resulta así más impresionante: «El Hijo de Dios me amó y se entregó por mí». «¡Cuánta desproporción en tal intercambio! -comenta Vanhoye-. Pero, por otra parte, ¡cuánta certeza de eficacia! Esto que ha hecho el Hijo de Dios es ciertamente decisivo para mi vida»[28].
c) 2Cor 4.7-15
Este texto es de importancia capital para entender la conciencia de Pablo como apóstol de Jesucristo. Pone de relieve lo que dice U. Vanni sobre el lugar que ocupa Cristo en la espiritualidad paulina: «La centralidad cristológica de la espiritualidad paulina constituye su novedad más fascinante»[29]. Poniendo en Cristo el centro de gravedad de su propia personalidad, San Pablo relaciona el contenido de Cristo muerto y resucitado, acogido en la fe, con todos los aspectos de su vida y de su persona dándose como resultado, en expresión de U. Vanni - «una homogeneización progresiva»[30]. El texto dice así:
«7Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros. 8Apretados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; 9perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados. 10Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes la muerte de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. 11Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. 12De modo que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida. 13Pero teniendo aquel espíritu de fe conforme a lo que está escrito: Creí, por eso hablé, también nosotros creemos, y por eso hablamos, 14sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con Jesús y nos presentará ante él juntamente con vosotros. 15Y todo esto, para vuestro bien a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios».
En este texto, san Pablo se refiere claramente al ministerio apostólico como indica ya la referencia de 4,1: «Investidos misericordiosamente de este ministerio». Nos interesa sobre todo resaltar la relación que se establece entre la vida y muerte de Jesús y el ejercicio del ministerio apostólico, que es presentado en los versos 8-9 mediante una serie de contrastes que ponen de manifiesto las dificultades por las que pasa el apóstol:
«8Apretados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; 9perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados».
Hay que tener en cuenta, para no equivocar la perspectiva, que «este catálogo no pone de relieve las dificultades de carácter o interiores de Pablo, en la actuación del propio ministerio: se trata más bien de dificultades relacionales, derivadas sobre todo de la predicación del evangelio o de Cristo mismo. En esta perspectiva no debería confundirse nunca los fracasos ministeriales derivados de nuestra incapacidad personal de aquellos causados por la predicación del evangelio. En 2Cor 4,11 Pablo explicita esta razón cristológica de la dificultad que se encuentra en el propio ministerio: "Siempre nosotros los que vivimos somos entregados a muerte a causa de Jesús"»[31].
En este contexto sobre las dificultades que conlleva el ejercicio del ministerio, a las que san Pablo se refiere en otro lugar como «debilidad», «espina en la carne»[32] o «ángel de Satanás», el apóstol afirma que «llevamos siempre en el cuerpo el morir de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo (pa,ntote th.n ne,krwsin tou/ VIhsou/ evn tw/| sw,mati perife,rontej i na kai. h` zwh. tou/ VIhsou/ evn tw/| sw,mati h`mw/n fanerwqh/|)» (2Cor 4,10). Esta frase ha suscitado una enorme polémica entre los exegetas y abundante literatura[33]. Nos interesa, sobre todo, porque, al igual que en los textos anteriores, san Pablo presenta el morir y vivir de Jesús presentes en su existencia humana, evn tw/| sw,mati.
La discusión se centra sobre todo en el significado de la expresión ne,krwsin tou/ VIhsou/, «muerte de Jesús». ¿Qué significa esta expresión? ¿Es equivalente al término qa,natoj que aparece también en el contexto? El término ne,krwsij sólo aparece en esta ocasión en el corpus paulino y en Rom 4,19 a propósito del seno mortecino de Sara. A diferencia de qa,natoj, debe ser entendido como el proceso de «la descomposición que conduce a la muerte: un proceso en evolución. Algo análogo se puede encontrar en la exhortación de Col 3,5: mortificad vuestros miembros terrenos. Por tanto, en la realización del propio ministerio se realiza un proceso de progresiva mortificación»[34], que es descrita mediante los contrastes ya aludidos de los versos 8-9.
Lo interesante de este proceso de ser abocado a la muerte que sufre el apóstol, es que San Pablo presenta los sufrimientos y peligros reales que tuvo que soportar en cierto paralelismo con los soportados por Jesús[35]. Las expresiones vasos de barro, en nuestro cuerpo, y en nuestro cuerpo mortal, acentúan el aspecto visible, corporal, del ser humano, es decir, su existencia terrena. Esta existencia terrena, amenazada por la muerte a causa de Jesús, es precisamente el lugar donde se hace visible la «necrosis» de Jesús. Por eso, dice con razón E. Güttgemanns que «los sufrimientos del apóstol tienen carácter de revelación. Son un acontecimiento epifánico, y ciertamente un acontecimiento epifánico cristológico»[36]. El apóstol quiere mostrar la paradoja del ministerio apostólico: lugar donde se hace visible el morir de Jesús para que se manifieste también la vida de Jesús. Suele relacionarse este texto con Gál 6,17 donde el apóstol dice que «lleva en su cuerpo los signos de Jesús (ta. sti,gmata tou/ VIhsou/ evn tw/| sw,mati, mou)», probable alusión a cicatrices o huellas físicas de sus flagelaciones y maltratos físicos como la lapidación, que el apóstol relaciona con las huellas de la pasión de Jesús[37]. No obstante las apariencias contrarias de persecución, opresión, miedo, muerte, la verdadera vida de Jesús se manifiesta también en la existencia terrena del apóstol.
Esta manifestación, o epifanía de Jesús en Pablo significa «que Jesús es el iniciador, el agente. La existencia apostólica, corporal y humana de Pablo, es la escena de la actividad de Cristo que continúa actuando después de su resurrección a través del ministerio apostólico. El sufrimiento no es la elección personal del apóstol, aunque sea ascética. El sufrimiento está inevitable, necesariamente, unido a la manifestación salvífica y a la presencia de Jesús en el apóstol»[38]. De ahí que haya una cierta diferencia entre el sufrimiento del apóstol y el de su comunidad. Ambos son en Cristo, pero el del apóstol es en favor de su comunidad[39].
Aunque san Pablo no identifica el sufrimiento del apóstol con el de Cristo, es claro que en la existencia amenazada del apóstol se revela la muerte de Jesús. Si Pablo piensa en su vida apostólica como un lugar donde Cristo se manifiesta, dice Lambrecht, es «como un resultado o una consecuencia de una unión dada, ya existente con Cristo»[40], de forma que el apóstol se convierte en lugar de su epifanía, aunque su sufrimiento se distingue del de Cristo. Al tratarse de un lenguaje paradójico, hemos de tener en cuenta que es difícil racionalizarlo. Con sus antítesis provocadoras, se pretende mostrar la relación existente entre los sufrimientos presentes, que parecen conducir a la muerte, y la vida misma que se manifiesta gracias a tales pruebas. Resumiendo lo que afirma este texto de 2Cor, podemos decir con Lambrecht que la expresión «llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús» sintetiza y sumariza en sentido cristológico las cuatro paradojas de los versos 8-9. «El morir de Jesús mismo está presente, visible en el cuerpo del apóstol»[41]. Pero, del mismo modo se hace visible la vida de Jesús también en la carne mortal del apóstol[42].
Este llevar Pablo en su cuerpo la «necrosis de Jesús» (y la doble mención de la vida de Jesús) debe ser comprendido a la luz de la participación en Cristo, como resultado natural de su unión con Él[43]. Aunque es difícil especificar esta unidad, es innegable que «un tipo de unión ontológica con Cristo es supuesta por Pablo y aludida frecuentemente en sus escritos»[44]. Por ello, «en su más profunda raíz el sufrimiento apostólico remite a la participación& De ahí, la legítima contrapartida de la afirmación: Cristo se manifiesta a sí mismo (epifanía). No debe detectarse oposición entre epifanía y participación (o unión)»[45]. Más bien se entiende la epifanía como efecto, consecuencia de la participación en Cristo.
En esta concepción no desaparece la distinción entre Cristo y el apóstol, ni se identifican ambos sufrimientos. En el v.11 se dice que el apóstol es entregado a la muerte «por causa de Jesús». Los sufrimientos del apóstol son a semejanza de los de Cristo, que, podríamos decir, los hace suyos para manifestarse activo en el ministerio apostólico de Pablo. La distancia entre Jesús y el apóstol es evidente como indica el mismo concepto de epifanía. Cristo es la causa de lo que sucede en la vida de Pablo. Por otra parte, los versos 13-15 dejan clara la diferencia entre el apóstol y Cristo cuando se presenta la perspectiva escatológica de la resurrección final que tiene su origen en quien resucitó a Jesús de entre los muertos[46].
d) 2Cor 10-13
En 2Cor 10-13 tenemos la apasionada defensa con tonos duros y agresivos, cargados de ironía e incluso sarcasmo, que Pablo hace de su ministerio apostólico contra quienes han querido minar su autoridad en la comunidad de Corinto. Sirviéndose de las críticas que le hacen los llamados «superapóstoles» (2Cor 11,5), podemos conocer mejor su identidad e intenciones[47]. Pero, al mismo tiempo, respondiendo a las críticas de sus adversarios, Pablo se retrata a sí mismo y dibuja con los dardos lanzados por sus enemigos «su propia caricatura, que no es hecha al azar, sino de forma que responde del modo más pertinente»[48]. En su estudio sobre estos capítulos M. Carrez extrae de las afirmaciones de Pablo nueve características de sus adversarios que se tejen con otras tantas que ofrece de sí mismo para desbaratar sus críticas. Nos interesa subrayar aquellas en las que el apóstol pone de relieve que Cristo vive, actúa y habla en él.
Aunque parezca chocante, por el tono agresivo e irónico de la apología, domina en todo el pasaje la actitud humilde de Pablo que desea hacer patente la humildad del mismo Cristo. Basta leer el comienzo de su apología para saber cómo se sitúa el apóstol: «Yo, el mismo Pablo, os suplico por la mansedumbre y benignidad de Cristo, yo, que presente soy humilde entre vosotros, pero ausente soy atrevido con vosotros»[49]. Los adversarios se ufanaban de ser expertos en el conocimiento, en la gnosis, criticando a Pablo de ser «inexperto en la palabra» (11,6). Pablo se defiende aceptando ser tenido por tal en la palabra (es decir, en la elocuencia griega), mas no en la ciencia como ha mostrado «en todo y ante todos» (11,6). Los corintios «no captan el sentido crístico de la humildad de Pablo reproduciendo para ellos la humildad y abajamiento de Cristo» y «lo colocan en un nivel inferior»[50]; de ahí que el apóstol acepta ser tenido por ivdiw,thj tw/| lo,gw| («inexperto en la palabra»), aunque afirma ser ministro de Cristo como el que más, por una vía que no es la de los persuasivos discursos de la sabiduría (cf. 1Cor 2,4), sino la del verdadero conocimiento de Cristo.
Otra característica de sus adversarios era la avidez de experiencias espirituales fuera de lo común, como los fenómenos de inspiración en los que pretenden apoyar su apostolado. Pablo rechaza, como fundamento del apostolado, este tipo de experiencias, de las que también él podría ufanarse (cf. 2Cor 12,1ss) y prefiere gloriarse en sus debilidades (12,5-6), que le vienen precisamente por el ejercicio de su ministerio apostólico («aguijón en la carne», «ángel de Satanás»: 2Cor 12,7). San Pablo hace su apología frente al «encanto» de las manifestaciones místicas de sus adversarios. En 1Cor 14,18-19 afirma que es capaz de «hablar en lenguas más que todos vosotros, pero en la Iglesia más quiero hablar cinco palabras con mi seso, en razón de instruir también a otros, que no diez mil palabras en lengua». En este contexto, Pablo afirma que habla como «un hombre en Cristo» (12,2), pero la razón que ofrece a sus oponentes es que Cristo está en él (2Cor 11,10: «Por la verdad de Cristo que está en mí&»). Su personalidad de apóstol no se fundamenta en las visiones o revelaciones sino en la interrelación de la vida de Cristo y la suya[51].
Para Pablo la validez de la palabra no depende de fenómenos de inspiración, como pretenden sus adversarios, sino del origen mismo de la palabra que en su caso es el mismo Cristo. Por ello, afirma en 13,3 que «Cristo habla en mí (evn evmoi. lalou/ntoj Cristou/)». Es interesante notar que M. Carrez relaciona esta afirmación con Gál 1,16 donde Pablo dice que Dios ha revelado a su Hijo «en mí» (evn evmoi,). Merece destacarse que en 2Cor 13,3 tenemos un participio presente (lalou/ntoj) que indica la permanencia y la actitud de Cristo que habla en Pablo. Esto explica que el rechazo de Pablo suponga rechazar a Cristo y situarse fuera de la obediencia debida a su persona. De ahí que Pablo quiera reproducir entre los corintios la persona misma de Cristo en su anonadamiento. Quiere «rebajarse a sí mismo» (11,7) para resaltar la humildad del Señor; y gloriarse en las debilidades «para que fije en mí su morada la fuerza de Cristo» (12,9), quien «fue crucificado a causa de la flaqueza, mas vive en virtud del poder de Dios» (13,4)[52].
Güttgemanns ha hecho notar que la frase relativa introducida por o]j sirve de ordinario para señalar el comienzo de una confesión de fe cristológica[53]. En 2Cor 10,1 tenemos la frase o]j kata. pro,swpon me.n tapeino.j evn u`mi/n. Lo que aquí está en juego es «la predicación apostólica proclamada por la persona de Pablo y se trata de una confesión apostólica cristológica. Presentándose humilde entre vosotros pretende conquistar a los corintios con la mansedumbre y bondad de Cristo para hacer ver que «la acción de Cristo se ejerce a través de y por el apóstol: es Cristo quien vive y actúa en él (10,14; 11,11-18; 12,8-10). Cristo vive en Pablo, habla por Pablo (13,3) y actúa por él (2,14-16). La actitud cristológica de Pablo se traduce por una triple osadía cualificada en 10,2 de audacia, osadía y firmeza. Esta triple osadía le permitirá usar una triple estrategia: destruir toda fortaleza, hacer cautivo todo pensamiento, castigar toda desobediencia»[54]. Esta conciencia de su unión con Cristo explica, según Carrez, que utilice el plural «no combatimos según la carne» (10,3), que, como plural asociativo, «señala la presencia de Cristo en la acción apostólica»[55]. Concluyendo, pues, Pablo vive su apostolado con la conciencia clara de que en su humilde persona, sometida a los ataques de sus oponentes se hace presente la debilidad del mismo Cristo. El hecho de pertenecer a Cristo (cf. 2Cor 10,7), le permite no sólo a predicarlo sino vivir con su poder la tarea apostólica. Cristo se sirve de Pablo para hacerse presente entre los corintios con una autoridad que es para edificación y no para destrucción de la comunidad (cf. 2Cor 10,8).
3. Conclusión
A la luz de estas consideraciones sobre textos en los que san Pablo contempla su propia persona, su cuerpo y su existencia terrena como lugar donde Cristo se ha manifestado a favor de los pueblos gentiles y donde el Resucitado sigue hablando, viviendo y actuando mediante el servicio ministerial del apóstol, podemos comprender la conciencia que san Pablo tiene del apostolado como una continuidad del propio ministerio de Cristo. La vida del apóstol sólo se entiende mediante la clave del ser-en- Cristo, que presenta un universo nuevo de existencia que nos permite participar de los dones de la nueva creación. Pero junto a este ser-en-Cristo, o mejor gracias a él, podemos vivir con la conciencia clara de que la acción salvífica de Cristo a favor de los hombres se hace posible porque Él mismo se sirve del apóstol para hablar y actuar a través de él. Esto significa que toda la existencia del apóstol tiene un valor de signo que revela a Aquel que nos ha llamado a expropiarnos de nosotros mismos para ser epifanía suya, es decir, revelación de su ser y su actuar como redentor del hombre. En este sentido, la expresión paulina «para mi vivir es Cristo» se convierte en una definición perfecta de lo que sucede en la vida del apóstol que se expropia de sí para apropiarse día a día de la vida de quien le configura como tal. La espiritualidad del ministro de Cristo tiende hacia esta epifanía de Cristo que vive en él y lo manifiesta en todo lo que hace.
Desde esta perspectiva, los sufrimientos que comporta la misión apostólica deben ser interpretados como parte de los sufrimientos de Cristo, pues en ellos se hace patente lo específico de la acción redentora de Cristo: su morir para dar vida. Todo lo que hace un ministro de Cristo está orientado a hacer partícipes a los hombres de la vida que brota del misterio pascual. Para el apóstol el morir y el vivir de Cristo se reproduce en su propia existencia que depende totalmente del Señor y de su misión salvadora. El apóstol, al quedar definitivamente asociado a Cristo, vive en la fe del Hijo de Dios que ha dado la vida por amor, y este amor exige entregar la propia vida en favor de la Iglesia. Por ello, la vida del apóstol es verdadera epifanía de Cristo si aparece marcada por el signo indiscutible de la vida de Cristo: morir para vivir. Cuando san Pablo «presume» de todo lo que ha tenido que padecer por Cristo y de llevar en su cuerpo los «estigmas de Cristo», no hace más que ofrecer a sus comunidades las únicas credenciales que autentifican su apostolado. Es en su vida misma, en su carne humana, en su trabajo cotidiano a favor del evangelio, y en las luchas que tiene que sostener por la edificación de la Iglesia, donde se hace patente el morir de Cristo para que la vida de Cristo brille con el mismo esplendor de la cruz, signo inequívoco del amor.
[1] J. Cambier, Paul (vie et doctrine de Saint): SDB 37 (1962) 319.
[2] Cf. J. Cambier, Paul, 289. Según este autor, conviene abandonar la tesis de K. Lake, según la cual Lucas habría utilizado en los capítulos 9, 22 y 26 de Hechos de los Apóstoles tres fuentes diferentes, caracterizadas por la crítica inglesa como antioquena, paulina y jerosolimitana.
[3] Sobre la dificultad de la expresión «ser hallado en él» de Flp 3,9 nos adherimos plenamente a la explicación que ofrece M. Herranz Marco, Huellas de arameo en los evangelios (SSNT V), Madrid 1997, 84-98.
[4] Sobre este texto y su relación con el culto véase J. Ponthot, L´expression cultuelle du ministère paulinien selon Rom 15,16, en L´apôtre Paul. Personalité, style et conception du ministère (BETL LXXIII), Leuven 1986, 254-262.
[5] Algunos ven en el texto de 2Cor 4,6 («Pues el mismo Dios que dijo: Del seno de las tinieblas brille la luz, la ha hecho brillar en nuestros corazones, para iluminarnos con el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo») una referencia a su propia iluminación que es equiparada a la primera creación.
[6] Cf. J. Ashton, La religione dell´apostolo Paolo (Studi Biblici 136), trad de V. Gatti, Brescia 2002, 311-319.
[7] A. Vanhoye, Personnalité de Paul et exégese paulinienne. L´Apôtre Paul. Personnalité, style et conception du ministère (Bibliotheca Ephemeridum Theologicarum Lovaniensium LXXIII), Leuven 1986, 3.
[8] A. Vanhoye, Personnalité, 9.
[9] A. Vanhoye, Personnalité, 15.
[10] H. Urs von Balthasar, Teodramática, 229.
[11] F. Prat, La Théologie de Saint Paul, 22,
[12] H. Urs von Balthasar, Teodramática, 3: Las personas del drama: el hombre en Cristo, trad. de E. Bueno de la Fuente-J. Camarero, Madrid 1993, 228; «esta esfera de la acción personal de Jesús -continúa afirmando Baltasar- está caracterizada desde la cruz y la exaltación por la efusión del Espíritu Santo de forma que la fórmula en pneumati no deben contraponerse. La pregunta sobre si esta esfera personal de acción debe ser interpretada de modo realista o meramente espiritual-simbólico está de más, porque nada hay más real que lo espiritual».
[13] M. Herranz Marco, San Pablo en sus cartas (Ensayos 336), Madrid 2008, 39. En la página 271, Herranz Marco subraya la importancia que tiene este principio para entender la relación esponsal entre Cristo y la Iglesia, relación de la que el apóstol ha sido agente, de forma que, por su mediación, ha desposado a la iglesia de Corinto con Cristo, actuando el apóstol como haciendo las veces de Cristo, el esposo. Por eso, se entiende que, según san Pablo la infidelidad al apóstol es infidelidad a Cristo.
[14] En 1Cor 4,1 se dice: «Que todo hombre nos considere como servidores (hyperétas) de Cristo y administradores (oikonómous) de los misterios de Dios».
[15] M. Herranz Marco, San Pablo en sus cartas, 42.
[16] H. Schlier, La carta a los Gálatas (Biblioteca de Estudios Bíblicos 4), trad. de S. Talavera Tovar, Salamanca 1975, 69. En la misma línea, A. Vanhoye, Lettera ai Galati (I Libri Biblici. Nuovo Testamento 8), Milano 2000, 46, afirma que «para designarse a sí mismo como beneficiario de la revelación, Pablo no dice, como se esperaría, decidió revelarse a mí, sino pone en mí, expresando así el efecto interior de la acción divina». Según S. Légasse, l´épître de Paul aux Galates (LecDiv. Commentaires 9), Paris 2000,96, el sentido local que defienden varios exegetas «indicando la idea de una comunicación íntima que se realiza en el centro mismo de la vida del apóstol y determina todo su ser» es indiscutible. Hay que preguntarse, dice, si «se puede deducir de la expresión misma, pues Pablo emplea en ocasiones la preposición evn para el simple dativo y los paralelos alegados a favor del sentido local son en realidad muy débiles». En la nota 5 remite a Betz que enumera Gál,2,20 (en emoi) y 4,6 en tais kardiais hèmôn), pero, en su opinión, ninguno de estos dos ejemplos tiene relación con lo que Pablo recuerda en Gál 1,16.
[17] Citado en H. Schlier, La carta a los Gálatas, 69.
[18] J. Cambier, Paul, 323.
[19] A. Vanhoye, Lettera ai Galati, 71, refiriéndose a la frase «he sido crucificado con Cristo», dice: «¡Cuánta audacia en esta declaración!».
[20] S. Lyonnet, Les épîtres de Saint Paul aux Galates, aux Romains (La Sainte Bible), Paris 31966, 28.
[21] M. Herranz Marco, San Pablo en sus cartas, 275.
[22] Citado en M. Herranz Marco, San Pablo en sus cartas, 276.
[23] M. Herranz Marco, San Pablo en sus cartas, 276-277. A. Vanhoye, Lettera ai Galati, 70-71, critica la interpretación que hace san Juan Crisóstomo de la frase «morir a la ley por medio de la ley» y dice que comete el error «de aislar la afirmación de Pablo de su contexto y en particular del con Cristo he sido crucificado, se da la clave de la paradoja. El cristiano ha muerto a la ley por medio de la ley porque ha sido crucificado con Cristo, que ha muerto a la ley de Moisés por medio de la ley. Aplicado a Cristo, el verbo morir conserva plenamente su sentido propio, mientras lo perdía en la interpretación del Crisóstomo. Cristo murió realmente y murió por medio de la ley: su muerte resultó de una condena legal (cf. Jn 19,7). Al mismo tiempo, murió ¡a la ley, porque la ley no tiene ya ningún poder sobre un muerto, especialmente si este muerto ha encontrado a través de la muerte el acceso a una nueva vida no terrena, que queda sustraída completamente a las pretensiones de la ley. Este es justamente el caso de Cristo, que vive para Dios (Rom 6,10)» (p.71).
[24] A. Vanhoye, Lettera ai Galati, 71-72.
[25] A. Vanhoye, Lettera ai Galati, 72. Cf. S. Légasse, l´épître de Paul aux Galates, 196-197: «en la carne, es decir, en este mundo, en una humanidad frágil, todavía no transfigurada (1Cor 15,42-50), ni al abrigo de tensiones o de luchas». Según H. Schlier, La carta a los Gálatas, 69, «tampoco para el bautizado se ha perdido la existencia terrestre, el zh/n evn sarki, - cf. Flp 1,22 o el peripatei/n Ven sarki, - 2Cor 10,3 por más que en el bautizado vive Cristo».
[26] A. Vanhoye, Lettera ai Galati, 72.
[27] Cf. K. Romaniuk, L´origine des formules pauliniennes le Christ s´est livré pour nous, le Christ nous a aimés et s´est livré pour nous: NT 5 (1962) 55-76. Según este autor, tanto Pablo como Juan han añadido la idea de la caridad a la fórmula corriente tradicional de la muerte de Cristo «por nosotros». Esta mención expresa de la caridad el amor que lleva a la entrega sacrificial - «no existía en la catequesis primitiva, sino que constituye una parte de la exégesis joánica y paulina de la profecía del Isaías aplicada a la persona de Cristo» (p.72).
[28] A. Vanhoye, Lettera ai Galati, 73.
[29] U. Vanni, La plenitud en el Espíritu. Una propuesta de espiritualidad paulina (Sicar 5), trad. de J.F. Domínguez García, Madrid 2006, 28. Según J. A. Fitzmyer, Teología de san Pablo, en R.E. Brown-J.A. Fitzmyer-R.E. Murphy (ed.), Comentario Bíblico San Jerónimo, V: Estudios sistemáticos, trad. de A.de la Fuente-J. Valiente-J.J. del Moral, Madrid 1972, 775, «el concepto clave, en torno al cual debe organizarse toda la teología de Pablo, es Cristo. La teología de Pablo es cristocéntrica. Es una soteriología, sí, pero la fascinación que ejerce Cristo en Pablo hace que sea una soteriología cristocéntrica»
[30] U. Vanni, La plenitud en el Espíritu, 29. Utiliza esta expresión en referencia a Gál 2,20: «Ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí».
[31] A. Pitta, Il Paradosso Della croce. Saggi di teologia paulina, Milano 1998, 132-133.
[32] Sobre esta interpretación de expresiones como debilidades, espina en la carne y el ángel de Satanás que abofetea a san Pablo, referidas a las luchas y dificultades apostólicas, véase M. Herranz Marco, San Pablo en sus cartas, 172-190.
[33] Seguimos en nuestra exposición el artículo de J. Lambrecht, The NekrMsis of Jesus. Ministry and Suffering in 2Cor 4,7-15, en L´apôtre Paul. Personalité, style et conception du ministère (BETL LXXIII), Leuven 1986, 120-143. En este artículo hace una crítica a las posiciones de E. Güttgemanns, Der leidende Apostel und sein Herr. Studien zur religiöse Propaganda in der Spätantike (FRLANT 90), Göttingen 1966, y N. Baumert, Täglich sterben und auferstehen. Der Literalsinn von 2 Kor 4,12-5,10 (SANT 34), München 1973.
[34] A. Pitta, Il Paradosso, 130. El verbo nekroun aparece en Rom 4,19: Col 3,5 y Heb 11,12.
[35] Cf. J. Lambrecht, The NekrMsis of Jesus, 124-125. En los versos 10-11 y 14 utiliza seis veces el nombre Jesús, lo cual es raro en Pablo. Con ello parece indicar que quiere referirse a lo que Jesús tuvo que padecer en su ministerio terreno.
[36] Citado por J. Lambrecht, The NekrMsis of Jesus, 120. El verbo fanerwqh/| aparce dos veces en los v.10-11
[37] Según A. Vanhoye, Letrera ai Galati, 147, «son los contrasignos de Jesús, porque todos estos sufrimientos son la directa consecuencia de la dedicación del apóstol al servicio de Jesús; constituyen una participación en su pasión (2Cor 4,10-12; Flp 3,10; Col 1,24). Merecen, por tanto, un profundo respeto. Para H. Schlier, La carta a los Gálatas, 331-332, se trata de «señales corporales como las de Jesús. No hay duda, pues, que el apóstol piensa en las enfermedades y dolores, heridas y cicatrices que ha sufrido en sus seguimiento apostólico de Jesús y en su servicio apostólico. Cf. 2Cor 4,7s; 6,4-6; 11,23s; Rom 8,17; Flp 3,10. Es un esclavo de Jesús, al que los padecimientos de su Señor se le han grabado corporalmente a base de necesidades y persecuciones. Que estas señales lo protejan de más fatigas y más miseria que se le quiere infligir. Que se respete esta estigmatización por su Señor». Para S. Légasse, l´épître de Paul aux Galates, 487, «sin ser copia de las llagas de Jesús, hacen que el apóstol viva corporalmente una experiencia dolorosa que le hace conforme a su Señor».
[38] J. Lambrecht, The NekrMsis of Jesus, 129-130. En este párrafo se recoge el pensamiento de Güttgemnans sobre el sentido de la «epifanía» en la vida del apóstol.
[39] Así parece darlo a entender el verso el paso abrupto de 4,12. Cf. también 2Cor 1,6.
[40] J. Lambrecht, The NekrMsis of Jesus, 131.
[41] J. Lambrecht, The NekrMsis of Jesus, 136 (en la nota 69 pone en paralelismo el texto de 2Cor 4,10a y Gál 6,17b.
[42] Compárese esta verdad en textos como 2Cor 1,5; 13,4; Gál 6,17; Flp 3,10-11.
[43] Cf. J. Lambrecht, The NekrMsis of Jesus, 137.
[44] J. Lambrecht, The NekrMsis of Jesus, 137.
[45] J. Lambrecht, The NekrMsis of Jesus, 138.
[46] Esta mirada a la resurrección última alienta a Pablo a predicar el evangelio y a predicar con fe. Su predicación apostólica brota en último término de la fe en Cristo resucitado y se apoya en la certeza de que le resucitará a él y lo colocará junto con los corintios ante Él. La pasada resurrección de Jesús y la futura de los creyentes ayuda al apóstol a continuar en su vocación a pesar de sus muchas dificultades y le hace contemplar los padecimientos apostólicos como una forma de llevar la muerte de Jesús para que se manifieste su vida.
[47] Seguimos aquí el artículo de M. Carrez, Realité christologique et référence apostolique de l´apôtre Paul en présence d´une églide divisée (2 Cor 10-13), en en L´apôtre Paul. Personalité, style et conception du ministère (BETL LXXIII), Leuven 1986, 162-183.
[48] M. Carrez, Realité christologique, 163.
[49] Este es el único texto que habla de la bondad de Cristo. Es evidente que esta afirmación no está carente de ironía, pues recoge la crítica que hacían sus adversarios, pero en ella se dice una verdad: Pablo es ciertamente humilde entre los suyos pues quiere reflejar lo que no entienden los adversarios: la mansedumbre y bondad de Cristo.
[50] M. Carrez, Realité christologique, 165.
[51] Cf. M. Carrez, Realité christologique, 166.
[52] Según M. Carrez, Realité christologique, 178, «lejos de ser un obstáculo sin valor, la debilidad se convierte en un elemento esencial del comportamiento apostólico legítimo».
[53] M. Carrez, Realité christologique, 176.
[54] M. Carrez, Realité christologique, 176.
[55] M. Carrez, Realité christologique, 177.
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