Ponencia pronunciada en Diálogos de teología 2006, organizados por la Asociación Almudí de Valencia y publicada en J. L. restán, La transmisión de la fe en el magisterio de Joseph Ratzinger - Benedicto XVI, en J. Palos y C. Cremades, “Perspectivas del pensamiento de Joseph Ratzinger”, (Edicep, Valencia 2006), pp. 1183-194.
Sumario
1. El cristianismo es un Acontecimiento, un encuentro siempre nuevo con Dios que nos ama, y nos mueve a la conversión. 2. El contenido de la fe, corresponde a la espera del corazón del hombre. 3. La transmisión de la fe se realiza a través de un encuentro humano: la figura del testigo. 4. La Iglesia como auténtico sujeto de la fe5. Conversión, verificación, seguimiento. 6. La belleza y la santidad, como grandes apologías de la fe cristiana. 7. La transmisión de la fe y la caridad. 8. Una ilustración: la dinámica de los carismas, al servicio de la comunicación de la fe
No ganamos a los hombres con nuestra astucia: debemos recibirlos de Dios, para Dios. Por eso todos los métodos están vacíos si no tienen en su base la oración. La palabra del anuncio debe estar habitada por una vida de oración (Jubileo de los catequistas 2000).
(Los apóstoles).. no tendrán que ser heraldos de una idea, sino testigos de una persona. Antes de ser enviados a evangelizar, tendrán que «estar» con Jesús, estableciendo con él una relación personal. Con este fundamento, la evangelización no es más que un anuncio de lo que se ha experimentado y una invitación a entrar en el misterio de la comunión con Cristo. (Audiencia General 22-III-2006).
1. El cristianismo es un Acontecimiento, un encuentro siempre nuevo con Dios que nos ama, y nos mueve a la conversión
"No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna" (cf. Jn 3, 16) (DEC n.1).
La Constitución Dei Verbum, del Concilio Vaticano II, afirma que la Revelación "se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio".
Los hechos y las palabras, se dan intrínsecamente unidos en el testimonio. Por eso, la forma propia de comunicar la fe cristiana es el testimonio. En algunas ocasiones las palabras (lo que solemos llamar "el mensaje") tendrán un protagonismo especial (por ejemplo, es mi caso cuando intervengo en la radio) pero esas palabras deben remitir del modo más transparente posible a la fuente de la que nacen, es decir al acontecimiento cristiano presente en la historia: a la humanidad cambiada por Jesucristo, que vive en la Iglesia.
Las palabras deben remitir a los hechos y explicar razonablemente sus implicaciones, ayudar a comprender su sentido, a profundizar en su densidad. Cuando transmitimos un mensaje en cualquier circunstancia (predicación, catequesis, redacción de un texto o intervención en la radio) esta preocupación debe estar viva para que las palabras ayuden a una verdadera comunicación.
Pero si empezamos ahora por el otro extremo, es verdad también que toda acción eclesial debe tender a alcanzar una cierta dignidad cultural: debe buscar una expresión adecuada en términos de mensaje (mi experiencia al realizar determinadas entrevistas, es que con frecuencia tenemos en esto una carencia). No es tanto una cuestión de técnica, aunque este factor tiene su importancia, sino de vivacidad, de experiencia integral de la fe (que se confiesa con la propia vida, pero eso incluye una confesión con palabras). Pienso en Madre Teresa: lo sustancial era su vida modelada por el encuentro con Cristo, la conciencia que tenía y cómo ésta daba forma a sus obras. Pero es cierto que ella gastaba también mucho tiempo y esfuerzo en explicar todo esto con palabras que pudiesen llegar a todos.
En una entrevista publicada en Diciembre de 2004 por el diario italiano "La Repubblica", el Cardenal Ratzinger afrontaba esta cuestión. El vaticanista Marco Politi le preguntaba si no es cierto que la Iglesia tiene dificultad para hacerse entender por el hombre de hoy; Ratzinger reconoce que esto es cierto, especialmente en el mundo occidental: "En el plano intelectual, el sistema conceptual del cristianismo parece muy alejado del lenguaje y del punto de vista moderno; bastaría pensar en la palabra "naturaleza" y en cómo ha cambiado su significado. Debemos, sin duda, hacer todo lo posible para traducir este sistema conceptual de modo que aflore la verdadera esencia del cristianismo".
Me parece que esto es una evidencia para todos nosotros, pero enseguida el Cardenal completa su respuesta: "El empeño intelectual no es suficiente, hace falta ofrecer espacios de vida, de comunión, de camino; sólo a través de experiencias concretas y del ejemplo existencial, es posible verificar la accesibilidad y la realidad del mensaje cristiano".
Una comunicación de la fe, adecuada a su naturaleza y capaz de tocar el corazón del hombre, necesita lugares vivos que se puedan reconocer y encontrar, en los que las personas puedan experimentar la correspondencia de la propuesta cristiana con la exigencia de verdad, de justicia, y de belleza (en definitiva con su exigencia de una felicidad que no acabe). Esa experiencia sólo puede llevarse a cabo dentro de una relación, en la que se dan unidas obras y palabras. En el contexto de esta conciencia será mucho más fácil también esa traducción del mensaje cristiano, que por otra parte se ha realizado de forma natural a lo largo de los siglos. En todo caso, cuando falta la percepción del cristianismo y de la Iglesia como una vida, se pierde la posibilidad de dar una respuesta adecuada a la necesidad de la gente. Si falta este punto de inicio, el cristianismo se plantea como esquema cultural o como regla moral, pero no responde a las exigencias propias de la razón del hombre. Se trata de comunicar una experiencia y no de repetir un discurso sobre la religión, aunque sea correcto.
"El cristianismo hoy se presenta como una antigua tradición, sobre la que pesan antiguos mandamientos, algo que ya conocemos y que no nos dice nada nuevo, una institución fuerte, una de las grandes instituciones que pesan sobre nuestros hombros…. Si nos quedamos en esta impresión, no vivimos el núcleo del cristianismo, que es un encuentro siempre nuevo, un acontecimiento gracias al cual podemos encontrar al Dios que habla con nosotros, que se acerca a nosotros, que se hace nuestro amigo….
Es decisivo llegar a este punto fundamental de un encuentro personal con Dios, que también hoy se hace presente y que es contemporáneo…..Si uno encuentra este centro esencial, comprende también las demás cosas; pero si no se realiza este acontecimiento que toca el corazón, todo lo demás queda como un peso, casi como algo absurdo" (Declaraciones citadas en ZENIT, 7-5-2004).
Es verdad que las palabras cristianas (caridad, salvación, pecado, gracia, obediencia……) se han degradado, porque falta la experiencia que permite identificar su significado: esto es fruto de una profunda des-cristianización. Pero ya que estas palabras expresan la verdad del hombre que el cristianismo ha revelado, podemos afirmar que en las personas queda un instinto que todavía no ha sido destruido y que permite que esas palabras recuperen su significado. Lo que hace falta entonces es "no dar por supuesto" lo que significan esas palabras, sino re-injertarlas en el terreno de la experiencia cristiana. Esto tiene sus diferentes declinaciones, si se trata de dar clase de religión, de hablar a tus hijos o de escribir un artículo para el periódico, pero el problema siempre es el mismo.
Existe todavía por hacer un gran trabajo de traducción de los grandes dones de la fe al lenguaje de hoy, al pensamiento de hoy ("el salto al presente"). Las grandes verdades son las mismas: el pecado original, la creación, la redención, la vida eterna... Pero muchas de estas cosas se expresan aún con un pensamiento que ya no es el nuestro, y es necesario hacerlas llegar al pensamiento de nuestro tiempo, hacerlo accesible para que el hombre vea verdaderamente la lógica de la fe. Es un trabajo aún por hacer (Entrevista Radio Vaticano. Sept. 2001).
2. El contenido de la fe, corresponde a la espera del corazón del hombre
Comunicar la fe implica en primer lugar tomar en serio el drama del hombre, con sus interrogantes, sus deseos, su necesidad radical. Es con todo esto con lo que tiene que medirse el anuncio cristiano a través de una verdadera relación. Esta escucha atenta al corazón del hombre (que es también el nuestro, porque la fe no apaga esa exigencia sino que la exalta) es parte esencial del dinamismo de la comunicación de la fe.
En segundo lugar, la respuesta al drama humano no puede ser un discurso, sino una vida, porque el cristianismo es vida: una vida que palpitó por primera vez en el útero de una mujer, y que hoy palpita en la humanidad de los santos (o sea, de los que viven la fe).
"Es fácil advertir que las cosas que proporciona sólo un mundo material o incluso intelectual no responden a la necesidad más profunda, más radical que existe en todo hombre: porque el hombre tiene el deseo –como dicen los Padres— del Infinito. Me parece que precisamente nuestro tiempo, con sus contradicciones, sus desesperaciones, su masivo refugiarse en callejones como la droga, manifiesta visiblemente esta sed del infinito, y sólo un amor infinito que sin embargo entra en la finitud, y se convierte directamente en un hombre como yo, es la respuesta…" (Declaraciones en ZENIT 16-12-2003).
Por tanto, la comunicación de la fe empieza por un encuentro humano que provoca una fascinación y suscita una pregunta: esa vida que tienes ¿de dónde procede, dónde se puede encontrar? Entonces la palabra que responde a esa pregunta, da razón de la novedad encontrada: Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado por nuestra salvación, que sigue presente hoy en el signo de la Iglesia.
"Muchas personas hoy están en búsqueda. También nosotros. En el fondo, con una dialéctica diferente, deben darse siempre ambas cosas. Debemos respetar la búsqueda del hombre, sostenerla, hacerle sentir que la fe no es simplemente un dogmatismo completo en sí mismo, que apaga la búsqueda, la gran sed del hombre, sino que por el contrario proyecta la gran peregrinación hacia el Infinito; que nosotros, en cuanto creyentes, al mismo tiempo buscamos y encontramos… Debemos sostener a las personas en su búsqueda, sabiendo que también nosotros buscamos, y a la vez darles también la certeza de que Dios nos ha encontrado y que por consiguiente nosotros podemos encontrarlo a Él" (Discurso a los obispos alemanes. Colonia, 21-8-2005).
Evangelizar quiere decir mostrar el camino de la felicidad, enseñar el arte de vivir. "Él me ha ungido para llevar la Buena Noticia a los pobres" (Lc 4, 18) y esto quiere decir: Yo soy la respuesta a vuestra pregunta fundamental, os enseño el camino de la felicidad, mejor dicho Yo soy ese camino (Discurso en el Jubileo de los catequistas 2000).
3. La transmisión de la fe se realiza a través de un encuentro humano: la figura del testigo
El Señor tampoco ha estado ausente en la historia sucesiva de la Iglesia: siempre viene a nuestro encuentro a través de los hombres en los que Él se refleja… (DEC n 17).
La comunicación de la fe empieza por un encuentro humano que provoca una fascinación y suscita una pregunta: esa vida que tienes ¿de dónde procede, dónde se puede encontrar? Entonces la palabra que responde a esa pregunta, da razón de la novedad encontrada: Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado por nuestra salvación, que sigue presente hoy en el signo de la Iglesia.
"En la obra educativa, y especialmente en la educación en la fe, que es la cumbre de la formación de la persona y su horizonte más adecuado, es central en concreto la figura del testigo: se transforma en punto de referencia precisamente porque sabe dar razón de la esperanza que sostiene su vida (cf. 1 P 3, 15), está personalmente comprometido con la verdad que propone. El testigo, por otra parte, no remite nunca a sí mismo, sino a algo, o mejor, a Alguien más grande que él, a quien ha encontrado y cuya bondad, digna de confianza, ha experimentado" (Discurso a la Asamblea Eclesial de la diócesis de Roma 6-6-2005).
Otro aspecto que me parece esencial es la conciencia de que el cristiano no es alguien que lo tiene todo en orden, que domina la realidad mediante una fórmula. Es un hombre entre los hombres, con la misma exigencia de todos en el corazón, con la misma herida de confusión, debilidad y pecado; la novedad que lleva consigo el cristiano consiste en haber sido aferrado por Cristo a través de un encuentro gratuito. Este hecho debe definir la forma del anuncio cristiano, que es para la salvación y no para la condenación del mundo.
"Muchas personas hoy están en búsqueda. También nosotros. En el fondo, con una dialéctica diferente, deben darse siempre ambas cosas. Debemos respetar la búsqueda del hombre, sostenerla, hacerle sentir que la fe no es simplemente un dogmatismo completo en sí mismo, que apaga la búsqueda, la gran sed del hombre, sino que por el contrario proyecta la gran peregrinación hacia el Infinito; que nosotros, en cuanto creyentes, al mismo tiempo buscamos y encontramos… Debemos sostener a las personas en su búsqueda, sabiendo que también nosotros buscamos, y a la vez darles también la certeza de que Dios nos ha encontrado y que por consiguiente nosotros podemos encontrarlo a Él" (Discurso a los obispos alemanes. Colonia, 21-8-2005).
4. La Iglesia como auténtico sujeto de la fe
El Señor y el Espíritu Santo construyen la Iglesia, se comunican en la Iglesia. El anuncio de Cristo, el anuncio del Reino de Dios, supone escuchar su voz en la voz de la Iglesia. "No hablar en el propio nombre" quiere decir, hablar en la misión de la Iglesia (Jubileo de los catequistas 2000).
La vida cristiana, que se comunica a través de un encuentro humano, sólo puede ser comprendida, apreciada y verificada en la comunidad de la Iglesia. Anunciar la novedad humana de la fe, implica señalar la comunidad que vive la fe con todos sus elementos, significa invitar a participar en esa gran amistad que no nace de la simpatía humana (no nace de la carne ni de la sangre) sino de la presencia de Cristo que obra el misterio de la comunión.
"…En el bautismo cada niño es insertado en una compañía de amigos que no lo abandonará nunca ni en la vida ni en la muerte, porque esta compañía de amigos es la familia de Dios, que lleva en sí la promesa de eternidad….. Esta compañía, esta familia, le dará palabras de vida eterna, palabras de luz que responden a los grandes desafíos de la vida y dan una indicación exacta sobre el camino que conviene tomar. Esta compañía brinda al niño consuelo y fortaleza, el amor de Dios incluso en el umbral de la muerte, en el valle oscuro de la muerte. Le dará amistad, le dará vida. Y esta compañía, siempre fiable, no desaparecerá nunca. Ninguno de nosotros sabe lo que sucederá en el mundo, en Europa, en los próximos cincuenta, sesenta o setenta años. Pero de una cosa estamos seguros: la familia de Dios siempre estará presente y los que pertenecen a esta familia nunca estarán solos, tendrán siempre la amistad segura de Aquel que es la vida" (Homilía en la Solemnidad del Bautismo del Señor 2006).
Esto tiene unas implicaciones pedagógicas muy importantes, porque a la hora de transmitir la fe, pasa a primer plano la necesidad de vincular a la persona a una comunidad viviente, incluso cuando no todo (doctrina, sacramentos, moral) está perfectamente claro.
…..Sabemos bien que muchos de ellos (los jóvenes) no están en condiciones de comprender y de aceptar inmediatamente toda la enseñanza de la Iglesia pero, precisamente por eso, es importante despertar en ellos la intención de creer con la Iglesia, la confianza en que esta Iglesia, animada y guiada por el Espíritu, es el verdadero sujeto de la fe, insertándonos en el cual entramos y participamos en la comunión de la fe. Para que esto se pueda realizar, los jóvenes deben sentirse amados por la Iglesia, amados concretamente por nosotros, obispos y sacerdotes. Así, podrán experimentar en la Iglesia la amistad y el amor que el Señor siente por ellos, comprenderán que en Cristo la verdad coincide con el amor y, a su vez, aprenderán a amar al Señor y a tener confianza en su cuerpo, que es la Iglesia (Discurso a la LIV Asamblea de la CEI 30 Mayo 2005).
5. Conversión, verificación, seguimiento
La convivencia en el tiempo, la certeza creciente de estar ante una realidad humana que corresponde a la espera del corazón, porque porta consigo la presencia de Jesús, puede disolver más incomprensiones que cualquier razonamiento abstracto. Vivir la propia vida en Cristo (con todas sus consecuencias) dentro de la Iglesia, como comunidad de amor (DEC), es una aventura apasionante, una invitación continua a la verificación de la mayor humanidad de la propuesta cristiana. Precisamente este punto falta muchas veces en nuestra catequesis hoy, incluso cuando es "formalmente correcta"
La fe no es una teoría que uno puede asumir o arrinconar. Es algo muy concreto: es el criterio que decide nuestro estilo de vida. La invitación a la conversión es un paso esencial de la transmisión de la fe.
¿Qué sucede cuando me hago cristiano, cuando me someto al hombre Cristo a quien confieso como hombre normativo, como norma de lo humano? ¿Qué cambio del ser tiene lugar ahí, qué actitud tomo respecto al ser humano? ¿Qué profundidad tiene ese acontecimiento? ¿Qué valor adquiere ahí lo real? (Introducción al cristianismo)
Anunciando la conversión, también debemos ofrecer una comunidad de vida, un espacio común del nuevo estilo de vida. El Evangelio crea vida, crea una comunidad de camino.
En realidad son los testimonios la primera condición para la evangelización. Personas que, viviendo la fe en su vida cotidiana, demuestran que la fe da vida, una vida verdaderamente humana en la comunión y en la comunidad. Sólo de esta manera puede hacerse comprensible el contenido del mensaje, y por ello necesitamos núcleos de cristianos que realicen esta verificación de la fe en la vida (tanto personal como comunitaria) y ofrezcan a todos una experiencia cuyas raíces sean dignas de conocer (Ser cristiano en la era neopagana. Ed. Encuentro 1995)
6. La belleza y la santidad, como grandes apologías de la fe cristiana
A menudo he afirmado que estoy convencido de que la verdadera apología de la fe cristiana, la demostración más convincente de su verdad contra cualquier negación, se encuentra por un lado en sus Santos, y por otro en la belleza que la fe genera. Para que la fe pueda crecer, debemos dirigirnos hacia la belleza que la fe ha creado, y hacia la luz que resplandece en el rostro de los santos, mediante la cual se vuelve visible su propia Luz... (Mensaje del Card. J. Ratzinger para el Meeting de Rímini 2002).
Sólo el Misterio de Cristo resucitado, hecho presencia afectivamente atrayente (el testimonio de los santos), puede proporcionar al hombre la claridad y la energía adecuadas para acogerle. La santidad y la belleza tienen también un valor educativo fundamental, no sólo como referencia del pasado, sino como hecho presente.
Me parece importante observar que Cristo no es un individuo del pasado lejano a mí, sino que ha creado un camino de luz que invade la historia empezando por los primeros mártires, con estos testigos que transforman el pensamiento humano, ven la dignidad humana del esclavo, se ocupan de los pobres, de los que sufren y llevan así una novedad en el mundo también con el propio sufrimiento. Con esos grandes doctores que transforman la sabiduría de los griegos, de los latinos, en una nueva visión del mundo inspirada justamente por Cristo, que encuentra en Cristo la luz para interpretar el mundo, con figuras como San Francisco de Asís, que ha creado el nuevo humanismo. O figuras también de nuestro tiempo: pensemos en Madre Teresa, Maximiliano Kolbe... (Cfr. Entrevista Il Giornale, citada en ZENIT, 16-12-03).
7. La transmisión de la fe y la caridad
Al hablar de la santidad como apología de la fe, introducimos el gran tema de la caridad (la fe que actúa por el amor). En la conclusión de su encíclica DEC, Benedicto XVI nos muestra la historia de la Iglesia como historia de caridad, a través de sus santos. Transmitir la verdad de la fe que corresponde al corazón del hombre, es transmitir ese vértigo de caridad que vibra en la historia de la Iglesia. No basta (digámoslo una vez más) un discurso correcto, sino la comunicación de esta vida. Si la Iglesia tiene la triple misión de anunciar la Palabra, celebrar los sacramentos y realizar el servicio de la caridad, (Cfr. DEC n. 25) entonces esos elementos deben estar integrados en la transmisión de la fe (catequesis, liturgia, caridad). Pero quizás la caridad, en tanto que experiencia fundamental de la Iglesia, "como comunidad de amor", sea la matriz de toda la comunicación de la fe, la experiencia en la que se insertan todos los demás elementos. De hecho, si el anuncio de la fe se vuelve persuasivo para aquel que lo recibe, es porque implica un abrazo total a la espera de su humanidad.
8. Una ilustración: la dinámica de los carismas, al servicio de la comunicación de la fe
Hoy escuchamos con frecuencia voces angustiadas que afirman la supuesta incapacidad de la Iglesia para hacerse entender en una sociedad crecientemente alejada de la tradición cristiana. Se reclaman un nuevo lenguaje y una nueva imagen, que tampoco se acierta a definir, pero que se espera como la fórmula maravillosa que remediará todos los males. La verdad es que a lo largo de la historia, la Iglesia ha vivido muchos momentos de especial dificultad para comunicar su propuesta, ya sea por su propia debilidad interna, o por la fuerte hostilidad del ambiente. La historia nos enseña que no han sido las estrategias de despacho las que han dado respuesta a esas situaciones. Por el contrario, ha sido la irrupción inesperada de una personalidad tocada por el Espíritu, la que ha generado una facilidad nueva para comunicar el contenido de la fe y regenerar y extender un pueblo que tal vez languidecía.
Esas formas en las que surge una nueva pasión por la fe, que no es de factura política sino que se ha formado desde dentro, han sido importantes para la Iglesia de cualquier época. Ya hemos visto cómo en el siglo XVI la renovación no procedía de las instancias institucionales, sino de personas que se sentían conmovidas y crearon nuevos movimientos. Que esto también existe hoy en las modalidades más diversas, es un consuelo que nos regala el Señor, al mostrar que el Espíritu Santo sigue ahí con todo su poder (Cfr.: Dios y el mundo, p.430).
Dios se reserva mediante los carismas, el derecho de intervenir directamente en la Iglesia para despertarla, advertirla, promoverla y santificarla. Creo que esta historia profético-carismática atraviesa el tiempo de la Iglesia (Cfr.: 30 Días nº 1. 1999. El problema de la profecía cristiana).
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