Profesor ordinario de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra y colaborador del Instituto de Antropología y Ética. Mesa redonda en "DIÁLOGOS DE TEOLOGÍA - V".- Biblioteca Sacerdotal "Almudí", 11 de febrero de 2003
Ponencia pronunciada en Diálogos de teología 2003, organizados por la Asociación Almudí de Valencia y publicada en J. L. Lorda, Conversos del siglo XX, en J. Palos, M. Ordeig y C. Cremades, “Evangelización y comunicación”, (Edicep, Valencia 2003) pp.31-54 .
1. Introducción.- 2. Panorámica general antes del Concilio Vaticano II.- 3. Situación posconciliar: una nueva generación.- 4. Análisis.- 5. Conclusión: La luz en las tinieblas.- 6. Bibliografía.
1. Introducción
a) La importancia de los testimonios intelectuales de conversión
La fe cristiana, desde el principio, ha suscitado conversiones a su alrededor. Porque se anuncia como una llamada a la conversión continua ("convertíos y creed en el Evangelio": Mc 1,15). Por eso son muchos los casos de conversiones. De la mayoría no nos queda testimonio o solo un testimonio genérico. En parte, por el comprensible pudor con que estas cosas se tratan. En parte también por la dificultad de poner por escrito un itinerario interior tan delicado: que exige percibir a cada paso lo que sucede y conservarlo con claridad en la memoria.
Pero algunas veces nos encontramos con casos de intelectuales que han vivido conscientemente su conversión como un proceso y son capaces de relatar sus etapas. No es que estas conversiones sean, en sí mismas, más perfectas, más valiosas o más auténticas que otras menos conocidas o que no han dejado huella literaria. No se pueden establecer tales baremos en estas experiencias. Se trata simplemente de que, al haber sido expresadas, se prestan al análisis. Y éste tiene un alto interés, tanto para la teología, que piensa el mensaje cristiano en sus implicaciones intelectuales, como para la evangelización, que trata de difundirlo y hacer que llegue a los corazones de los hombres.
De una manera semejante a lo que sucede con los experimentos cruciales en el ámbito de una ciencia, con estos testimonios podemos acceder a estratos del espíritu humano y de la vida cristiana, que, en las circunstancias normales, no se nos muestran. La conversión afecta a muchas dimensiones del ser humano: Desde el punto de vista antropológico, nos sumerge en las profundidades de los resortes del espíritu. Desde el punto de vista literario, es un tema privilegiado, por su dramatismo y profundidad. Desde el punto de vista de la teología, nos descubre con trazos vivos la verdad existencial de los misterios cristianos (Palabra, Gracia, Sacramentos, Iglesia). Desde el punto de vista de la evangelización, nos señala prioridades y nos sugiere formas de ofrecer el mensaje. Y siempre nos recuerdan la absoluta primacía de la gracia de Dios.
La conversión es un proceso misterioso y radical, que nos lleva a las honduras del alma, donde se plantean las más profundas cuestiones existenciales. Enormemente bello por consistir en un encuentro con Dios, que es siempre lo más profundo, lo más hermoso. Al mismo tiempo, se trata de algo exquisitamente personal. La vida tiene una enorme riqueza en la que se mezclan la limitación humana y la inmensidad de Dios, un diálogo entre lo finito y lo infinito. De tal forma que también hay conversiones imperfectas o inacabadas, porque a la fortaleza de Dios, le acompañan siempre los múltiples aspectos de la fragilidad humana.
Hay conversiones más importantes y profundas, pero las que vamos a recordar aquí son las que nos han sido contadas. Tiene un gran interés que personas con vida intelectual nos lo cuenten. Porque son más capaces de analizar y describir sus situaciones y evolución. Así su relato adquiere una fuerza, que es verdaderamente literaria, no por artificio, sino por la realidad que toca, que es profundamente humana.
Los relatos de Newman, Edith Stein, Chesterton, García Morente y Lewis, siguen la huella trazada por San Agustín en sus Confesiones, y se convierten, ellos mismos, en grandes testimonios humanos y literarios y en caminos de conversión.
El converso es un antídoto contra la mediocridad, contra el acostumbramiento, contra la inercia de las sociedades sociologicamente cristianas. El converso percibe la novedad, se da cuenta de la maravilla de la fe. Tiene la sensibilidad entera y despierta: lo ve todo junto, con ojos nuevos, no acostumbrados, con todos sus perfiles. Tiene capacidad de admirarse ante lo admirable. Está en una situación peculiar (que no resiste la naturaleza humana por mucho tiempo). Es un revulsivo para los cristianos acostumbrados. Nos presta ese extraordinario servicio. Abre un camino y su vida se convierte en un argumento, en una manera particularmente viva de mostrar la fe. (En cambio, para el converso, la mediocridad de lo que encuentra a su alrededor, la falta de entusiasmo en la fe, frecuentemente se convierte en una nueva prueba).
b)Unas observaciones previas bastante obvias
La palabra "conversión" (metanoia; en griego) tiene un sentido dinámico: significa un cambio de dirección; en sentido espiritual, un volverse hacia Dios. Lo contrario de la famosa definición de pecado atribuida a San Agustín: "aversio a Deo et conversio ad creaturas": separarse de Dios para convertirse a las criaturas. Ahora se trata de apartarse de otras cosas y volverse para encontrar a Dios. Convertirse es encontrar el rostro de Dios, tal como nos ha sido revelado en Cristo, "Camino, verdad y vida" (Jn 14,6). Como desea la hermosa bendición israelita, "que el Señor te muestre su rostro" (Nm 6, 24-26).
Generalmente, cuando hablamos de conversiones, nos referimos a procesos de personas que llegan a la fe. Pero también existen conversiones morales. Una cosa es llegar a creer y otra transformar la vida. Siempre ha habido conversiones morales, de personas que vivían alejadas y han sentido la llamada a seguir a Jesucristo de cerca (San Bernardo, San Francisco de Asís, B. Ramón Llull, Pico della Mirandola, S. Ignacio de Loyola, Pascal, Chateaubriand, los románticos alemanes Friedrich von Schlegel y Novalis). Se podrían citar infinidad de casos.
Las conversiones a la fe parten, obviamente, de una situación de increencia. Los protagonistas tienen que ser personas que se han apartado de la fe, o que pertenecen a grupos que tienen otra fe o ninguna. Esto no se produce de cualquier modo. Hay que tener en cuenta que el ser humano es un ser profundamente social. Aunque hoy esté de moda pensar que cada uno puede hacerse una fe a su medida, el hecho es que cada persona es muy dependiente de sus tradiciones y de las posiciones que existen en su ambiente. Ni se parte de cualquier sitio, ni se llega de cualquier modo. Ordinariamente, sólo con una gran honestidad y esfuerzo personal, y conducido por alguna manifestación de lo cristiano (y por la gracia de Dios), se consigue el grado de independencia necesario para convertirse.
En la antigüedad, en la primera expansión del cristianismo, se dieron muchas conversiones de personas que procedían de otras religiones. Era un caso normal y estadísticamente frecuente, y lo siguió siendo durante varios siglos, cuando se convirtieron los pueblos de Europa. Durante el primer milenio, Europa se convirtió en un espacio cristiano, con escasas minorías religiosas (sobre todo, judíos y, en algún caso, musulmanes).
Desde la mitad del segundo milenio (s. XVI), el cristianismo se expandió hacia otras zonas geográficas y fueron evangelizados los pueblos americanos, africanos (subsaharianos) y asiáticos (Filipinas). Pero también se produjo la ruptura de la unidad religiosa y aparecieron varias confesiones cristianas (anglicanos, luteranos, calvinistas, etc.).
En un tercer momento, después de cien años de guerras religiosas y, en parte por cansancio de ellas, se desarrolló en Occidente un proceso de secularización, impulsado por una rama de la Ilustración (francesa y alemana). Por primera vez, surgieron formas sociales de increencia, con sus propias tradiciones, que se perpetúan. Desde entonces, hay familias y ambientes "laicos", refractarios, ajenos o críticos ante la fe: republicano-laicista-liberal, socialistas y comunistas; y más modernamente, algunos grupos verdes, alternativos y libertarios.
En este marco debemos situar a los conversos del siglo XX. Y, en consecuencia los podemos dividir en cuatro tipos: los católicos que, por motivos personales, han pedido la fe y la recuperan; los que proceden de una tradición "laica", atea o agnóstica; los que proceden de otras confesiones religiosas (luteranos, calvinistas, anglicanos); y los que proceden del judaísmo. Son casos muy distintos. Para aquellos que han perdido la fe, se trata de un redescubrimiento de la fe, recuperada de una forma quizá nueva y especialmente viva. Para los que proceden del agnosticismo o del ateísmo, la fe les proporciona el sentido global de la vida y la descubren como una inmensa luz. En el caso de los que proceden de otras confesiones cristianas, se trata de una recuperación de la unión original de la Iglesia, y frecuentemente, la sienten como un volver a casa, sin que tengan que separarse de lo auténticamente cristiano que ya han vivido. En el caso de los que proceden del judaísmo, si han tenido formación religiosa, perciben la relación entre el Antiguo y Testamento y recorren un camino semejante al que recorrieron los primeros cristianos al encontrar a Cristo y reconocerlo como el Mesías esperado por Israel.
Dicho sea de paso, el grupo de intelectuales judíos conversos tiene una particular importancia, por su número y calidad cultural. En general, proceden de un judaísmo ilustrado, no confesante ni practicante, y es más raro el caso contrario (Zolli, Lustiger). Para entender la situación judía en Europa, hay que recordar que, desde principios del XIX, se desarrolla un proceso de emancipación de las minorías judías europeas. Este proceso, a la vez que supone la integración política y civil, produce una pérdida de raíces y de identidad religiosa. La minoría judía, en una segunda o tercera generación, adinerada, culta y poco practicante tiende a la asimilación cultural, especialmente en muchos lugares de Centroeuropa (Prusia y el Imperio Austro-húngaro, y en menor medida, Holanda, Francia e Italia), Desde finales de siglo XIX, muchos judíos germánicos se convirtieron al cristianismo (especialmente, luterano), entendiendo el bautismo como una especie de pasaporte social (Heine). Pero también se producen verdaderas y hondas conversiones intelectuales, en la medida en que descubren realmente la vida cristiana.
2. Panorámica general antes del Concilio Vaticano II
Sin ningún ánimo de exhaustividad, vamos a hacer un repaso de algunos conversos más importantes. Nos limitaremos al área occidental. Sin olvidar nunca que la Iglesia está muy viva en otras áreas geográficas, como Corea, el Africa subsahariana, la India, Corea, China o Taiwan. Donde también son frecuentes las conversiones, incluidas conversiones de intelectuales.
Nuestro objetivo es trazar una panorámica, que nos permita identificar un poco las dimensiones de este fenómeno. Vamos a agrupar a los conversos por áreas lingüísticas. Se trata de un criterio un tanto arbitrario, pero nos permitirá ordenarlos según una cierta homogeneidad cultural. Son individualidades que no siempre es posible conectar entre sí, como si formaran una red o una secuencia. En cada caso, lo más característico de una conversión es lo que tiene de relación personal con Dios, cosa que difícilmente se somete a clasificaciones. Dividiremos la exposición en dos periodos: la "primera mitad" de siglo (que hacemos llegar hasta la preparación del Concilio Vaticano II; y la "segunda mitad", a partir de los años sesenta.
1) La veta francesa
La primera mitad de siglo significa en Francia un gran crecimiento de la presencia cristiana. Aunque esto no quiere decir que sea un crecimiento general, o que se hayan resuelto las dificultades culturales arrastradas desde la Revolución francesa y la instauración de un régimen republicano de fuerte sesgo laicista. Las bases están puestas en el siglo XIX y, entre otros, este renacimiento debe mucho a un converso, el P. Lacordaire, re-fundador de los dominicos en Francia, después de que esta orden de tanto arraigo hubiera sido suprimida por la Revolución.
La actividad del P. Lacordaire fructificará ampliamente en el siglo XX, en una pléyade de grandes dominicos intelectuales. Aunque también es notable el florecimiento de muchas otras órdenes y congregaciones. Como muestra del vigor intelectual, se pueden señalar un notable conjunto de obras enciclopédicas, además de una infinidad de revistas, una muy consistente actividad editorial y muchas personalidades competentes.
En ese clima de vigor intelectual y espiritual, se producen algunas conversiones de enorme y permanente impacto. Basta pensar en los poetas Charles Péguy o Paul Claudel; y en los pensadores como el matrimonio Maritain (Jacques y Raissa) y Gabriel Marcel. Es difícil exagerar la importancia que tienen estos cinco personajes dentro de la cultura católica francesa de la primera mitad de siglo. Tanto por su actividad como escritores, como por sus contactos con muchas otras personas a las que ayudan en el camino de la fe.
Pero también hay novelistas y dramaturgos (Leon Bloy, Charles du Bos, Jean Cocteau, Huysmans, Julien Green); científicos (Alexis Carrel, Pierre Lecomte du Noüy); y militares (Charles de Foucault). Más adelante se puede señalar la conversión del hoy cardenal Lustiger, arzobispo de París, que procede del judaísmo.
El clima del que proceden estos conversos es casi siempre el republicanismo radical francés, más o menos teñido de socialismo, según los casos. Son hijos tardíos de la ilustración laicista y anticlerical, que domina la mentalidad y las estructuras del Estado, y, de manera especial, la educación oficial, en los liceos y en las universidades. Como testimonio de toda una época de conversiones, quedan los volúmenes de Convertis du 20 siècle, que editó Casterman, en los años cincuenta. En breves artículos se narran muchas conversiones de gran interés.
La crisis posconciliar, con su desconcierto doctrinal y litúrgico, extinguió casi completamente este clima intelectual cristiano. Y sólo varios decenios después, han surgido signos de renacimiento, muy esperanzadores y vigorosos, aunque no siempre conectan con estas raíces.
2) La veta británica (anglosajona)
Los cincuenta primeros años del siglo XX son muy importantes para la historia de la Iglesia católica en Inglaterra. Está dando sus primeros pasos desde el cisma provocado por Enrique VIII. A lo largo del siglo XIX el Estado ha suprimido progresivamente las leyes discriminatorias que existían contra los católicos. Se ha establecido la jerarquía católica y están creciendo todas sus instituciones con un notable vigor. Por contraste, el anglicanismo padece una crisis doctrinal y espiritual que le lleva hacia posturas cada vez más liberales y menos confesantes. Se puede decir que el proceso ha seguido prácticamente igual hasta nuestros días.
En este contexto, tiene una gran importancia el "movimiento de Oxford", que es un intento, nacido en el seno de la Universidad de Oxford, para recuperar la identidad espiritual de la Iglesia anglicana. Supone un renacimiento en el terreno de los estudios doctrinales, de la práctica litúrgica y sacramental y de la devoción cristiana. Pero no consigue vencer los obstáculos interiores: por eso, una parte importante de sus miembros pasarán a la Iglesia Católica (Newman), mientras otros permanecen anglicanos (Keble), reforzando su corriente anglocatólica hasta el final del siglo XX. A finales del XX, en la medida en que la Iglesia anglicana pierde su identidad (y cambia la disciplina católica en relación a la ordenación de mujeres, divorcio y homosexualidad), este sector pasa a la Iglesia católica; como sucede con el antiguo Obispo anglicano de Londres, Mons. Graham Leonard, que es el caso más notable.
El movimiento de Oxford tiene un prolongado eco (lo contará Ch. Dawson, gran historiador y también converso). Evidentemente, la figura más relevante es el cardenal Newman, quien, al ser obligado a justificar su conversión escribe, probablemente, el relato más famoso que existe sobre una conversión, después de Las confesiones de San Agustín (Apología pro vita sua),
La figura de Newman se puede vincular a otros dos grandes conversos que nos han dejado también espléndidos relatos de sus itinerarios espirituales: G. K. Chesterton (Ortodoxia, Autobiografía), ensayista y columnista, lleno de simpatía y vitalidad. Y C. S. Lewis (Cautivado por la alegría), inteligente ensayista y profesor de literatura en Oxford y Cambridge, aunque su conversión es a la fe cristiana (dentro de un cierto anglocatolicismo). Son conversiones, preciosamente narradas, verdaderas obras maestras de la literatura. De un extraordinario y permanente impacto dentro del mundo anglosajón.
Además, hay notables conversiones al catolicismo entre clérigos anglicanos intelectuales (Hugh Benson, Ronald Knox, que llegarán a ser capellanes de Cambridge y Oxford), novelistas (Evelyn Waugh, Graham Greene, Muriel Spark) poetas (Gerard M. Hopkins, Thomas S. Eliot, Edith Sitwell); incluso notables actores (Sir Alec Guinnes). Y, aunque la conversión haya sido más tardía (e influida por la personalidad de Juan Pablo II y de la Madre Teresa de Calcuta), debido a su largo itinerario, se podría añadir aquí la del periodista, presentador y ensayista Malcolm Muggeridge. De todas ellas nos quedan interesantes testimonios.
Este movimiento tiene un amplio impacto al otro lado del Atlántico, donde los tres autores (Newman, Chesterton, Lewis) marcan el itinerario de muchos otros conversos al catolicismo. Algunos de mucho impacto literario, como la del trapense Thomas Merton (La montaña de los siete círculos), y otros más variados como la activista obrera (Dorothy Day), incluso la de un actor tan famoso como Gary Cooper.
3) La veta alemana
Tras la primera guerra mundial, se produce en Alemania (y Austria) una convulsión política y cultural, que también tiene un fuerte efecto espiritual. Hay una crisis de identidad y de sentido que mueve todas las preguntas. Las conversiones más importantes se producen desde el luteranismo, desde una tradición ilustrada laicista (kantiana y ghoetiana), y desde el judaísmo, generalmente no confesante.
Merece la pena recordar las conversiones de dos grandes profesores de Sagrada Escritura luteranos, Erik Peterson y Heinrich Schlier. También cabe recordar a pensadores como Peter Wust, que recupera la fe, y a Theodor Haecker, que, impresionado por la figura de Newman (y de Kierkegaard) se convierte desde el luteranismo. Pero el grupo más interesante, desde el punto de vista intelectual, es el que viene constituido por los fenómenólogos del primer grupo que rodeó a Husserl en Gotinga.
La fenomenología propiciaba una gran apertura a las cosas y obligaba a poner cuidado en evitar los prejuicios. Esto hizo que entre los fenomenólogos de la primera hora se diera algo así como un esfuerzo de sinceridad, una apertura ante los misterios de la realidad, que los hizo abiertos y respetuosos ante las realidades del espíritu. De este modo, pudieron escuchar las distintas voces del mensaje cristiano. Muchos de ellos, procedentes de un judaísmo apenas practicante, se convirtieron sinceramente al cristianismo luterano (Von Reinach) o católico (E. Stein, Von Hildebrand; y Max Scheler que, después de varias oscilaciones, acabaría fuera de la Iglesia). Son muy importantes los testimonios de la conversión de Edith Stein, en sus escritos biográficos; y los de Von Hildebrand, cuyas memorias todavía no se han publicado (pero existe una agradable biografía escrita por su esposa Alice).
En el ámbito de la literatura alemana, merece la pena recordar a Gertrud von Le Fort (antes luterana); y Alfred Döblin (antes judío); (también a Franz Werfel, checo, de cultura alemana, que estaría siempre a las puertas). Después, el dominio nazi y la Segunda Guerra mundial producirán una amarga crisis en la conciencia alemana, con un alto grado de problematización, que afecta también a los intelectuales cristianos (Heinrich Böll). Y se agudizará, mezclándose con problemas doctrinales (y también con el "complejo antirromano"), produciendo una situación difícil. Con todo, después de una dilatada vida narrada en sus diarios, hay que notar también la conversión del casi centenario Ernst Jünger, premio Nobel de Literatura.
4) La veta española
En España o, más en general, en el ámbito de habla española, no tenemos muchos grandes relatos de conversión. En parte, por que el clima general es católico y las conversiones pueden suscitar menos impacto. En parte también porque se realizan de una manera progresiva. En nuestro ámbito escasean las grandes conversiones intelectuales, aunque sean frecuentes las conversiones de intelectuales. Pues, en efecto ha sido frecuente el caso de pensadores laicistas, bautizados en su infancia, que, por la influencia de una esposa practicante, con la edad, se reconcilian con la Iglesia.
Aparte del caso singular de Donoso Cortés en el XIX, en la primera mitad del veinte, nos encontramos con algunos casos notables. Quizá el más interesante, desde el punto de vista intelectual, es el de Manuel García Morente, amigo y colaborador de Ortega, Decano de la primera facultad de filosofía de la Universidad Central de Madrid. Gran intelectual que deja un estupendo relato de su conversión (El hecho extraordinario), que podría ponerse dentro del grupo de los grandes relatos, junto a los de Chesterton o Lewis.
También se puede destacar el caso de la novelista Carmen Laforet, autora de una famosa novela premiada (Nada), que refleja el vacío existencial y de una segunda novela, de menos éxito, pero donde se reflejan aspectos de su conversión (La mujer nueva). Y el de la poetisa Ernestina de Champourcin, conversa durante su exilio en México, después de la Guerra Civil. Además, en el ambiente de la posguerra, se puede añadir la conversión de Ramino de Maeztu. Posteriormente, los libros-entrevistas de José Mª Gironella, 100 españoles y Dios; y Nuevos 100 españoles y Dios, permiten reconocer otros rastros e impactos varios.
5) Otras vetas
Hay más, por supuesto, que los que hemos visto. Podríamos incluir, por ejemplo, a la historiadora holandesa Cornelia J. de Vogel. A la novelista sueca y premio Nobel, Sigrid Undset. En Italia, es notable el caso de Israel Zolli (Zoller), rabino de la Sinagoga de Roma, y del escritor Giovanni Papini. En Canadá, el psiquiatra K. Stern, que dejó un estupendo testimonio.
3. Situación posconciliar: una nueva generación
El proceso intelectual de la primera mitad de siglo termina bruscamente en el ambiente que se crea alrededor del Concilio Vaticano II. El Concilio es uno de los grandes hitos de la Iglesia. Supuso un fermento y una gran renovación de ideas. Acogió muchas de las perspectivas que procedían de los conversos que hemos citado (Newman, Marcel, Maritain). E inauguró una época de nueva evangelización en la que todavía nos encontramos y que ha sido relanzada por el Papa Juan Pablo II. El Concilio quería abrirse al mundo e iniciar una nueva evangelización, con un diálogo más vibrante, que es un proyecto para siglos.
Sin embargo, de forma colateral e inesperada, se desató dentro de la Iglesia, un intenso proceso de autocrítica. Partía muchas veces de una ingenua apertura a los valores de la modernidad, que llevó, muchas veces, a asumir indiscriminadamente sus acusaciones y produjo sentimientos de inseguridad, desafección, pérdida de entusiasmo y, como consecuencia, en muchos casos, una aguda crisis de sentido. Esta crisis posconciliar, que ha durado casi hasta la última década del siglo XX, ha truncado los procesos intelectuales que estaban en curso.
Desde hace pocos años, también debido al vigor intelectual y moral del Pontificado de Juan Pablo II, se percibe un nuevo y vibrante despertar cultural cristiano, que conecta y recupera a muchos de estos autores que hoy podemos considerar como clásicos del pensamiento cristiano.
Con todo, también en estos decenios de crisis religiosa, que ha afectado hondamente a todos los países de Occidente, hay que notar algunas conversiones importantes, que vamos a repasar rápidamente.
En Rusia, un cierto sector de la Intelligentsia, muy desengañado de las ofertas de la ideología comunista, ha redescubierto sus raíces cristianas (y ortodoxas). Se ha visto rebrotar el carisma del viejo cristianismo del pueblo ruso. Tenemos el precedente, en el XIX, de la conversión moral de Dostoievsky (y en parte, también, de Soloviev). Dostoievsky sufrió una honda transformación espiritual mientras estaba deportado en Siberia, en lo que él interpretó como un profundo encuentro con las honduras del alma rusa. Un proceso paralelo se observa en la conversión de Alexander Solzhenitsyn, premio Nobel de Literatura y desvelador del Archipiélago Gulaj. También hay que notar los testimonios de Tatiana Goricheva, que narra su propia conversión y refleja un ambiente de recuperación de lo cristiano entre algunas minorías intelectuales, antes de la caída del muro de Berlín.
En los Estados Unidos, en medio de una crisis religiosa de considerables proporciones, hay que notar las conversiones de algunos intelectuales como los pastores Richard John Neuhaus (luterano) y Scott Hahn (y su mujer, Kimberly, presbiterianos), que han dejado espléndidos relatos. Destacan también las de Mortimer Adler (muchos años Chairman de la Britannica y filósofo humanista) y E. F. Schumacher (economista mundialmente famoso por su libro Lo pequeño es hermoso). También es notable, y está bien narrada, la conversión del Dr. Bernard Nathanson, famoso médico abortista.
Se podrían encontrar muchos otros casos. Por ejemplo en los países nórdicos se han producido algunas conversiones de pastores luteranos. Y destaca la conversión de la noruega Janne Haaland Matlary (El amor escondido; La búsqueda del sentido de la vida). Y en Italia, la conversión del periodista y ensayista Vittorio Messori, de tradición comunista (aunque no la ha contado todavía pormenorizadamente) Y la del empresario Leonardo Mondadori, de tradición laicista, que sí nos la ha contado.
Al acercarnos a las últimas décadas del siglo XX, nos encontramos también con el vigor de las nuevas realidades eclesiales, que han surgido a lo largo del siglo XX y que se orientan, de manera especial a la formación y acción apostólica de los laicos: El Opus Dei, El Movimiento Neocatecumenal, Comunión y Liberación, el movimiento de los Focolari, etc. Aunque tienen muy distintas configuraciones canónicas y espiritualidad, coinciden en ser fenómenos de gran vigor apostólico; de forma que, a su alrededor, se han suscitado una gran cantidad de conversiones. Tanto de católicos que recuperan una fe viva (que quizá nunca tuvieron), como de miembros de otras confesiones religiosas o de ateos. Pocas de ellas han sido vertidas en literatura, aunque los testimonios menores son muy abundantes.
4. Análisis
Volvamos a los procesos descritos, ¿qué podemos obtener de ellos? ¿cabe sacar alguna conclusión? ¿se puede establecer alguna regla? No parece fácil debido a su gran diversidad. Hay procesos repentinos y otros largos. Paul Claudel cae de rodillas al escuchas las vísperas de Navidad en la Catedral de Notre Dame de París. Frossard entra en una capilla con el Santísimo expuesto, y adquiere la convicción de que está allí. A los Maritain, los acerca a la fe un escritor entusiasta, converso y extraño, como Leon Bloy.
C. S. Lewis procede de un largo itinerario intelectual en el que colaboran lecturas y amigos. Manual García Morente, en cambio, sufre un proceso rápido, donde los argumentos se le acumulan en una noche, en parte sugeridos por una audición musical en la radio (L'enfance de Jesus, de Berlioz). A Edith Stein, le decide un encuentro con la vida de Santa Teresa, leída compulsivamente durante una noche.
El actor Alec Guinnes cae en la cuenta de lo que significa la Iglesia católica cuando, en el descanso de una filmación, da un paseo vestido con sotana y se encuentra con un niño que, sin conocerle de nada, le coge de la mano y le empieza a hablar con toda confianza. Tatiana Goritcheva se encuentra con el cristianismo al repasar un libro de Yoga, en el que se recomendaba repetir, entre otras "mantras", el Padrenuestro. A Solzhenitsyn, le lleva a la fe el testimonio ejemplar de algunos amigos en prisión y la intuición de lo que eran las raíces espirituales de Rusia. A Scott Hahn, le lleva del luteranismo al catolicismo, la investigación sobre la propia Biblia.
Fuera de algunas características comunes obvias, no parece haber nada más. Cuando nos ponemos a analizar el fenómeno, nos encontramos con dos protagonistas: Dios y un ser humano. Además, está el decorado de fondo que son las circunstancias históricas y culturales en que se mueve cada converso. La conversión es un encuentro entre un hombre que busca o que está abierto al misterio, y Dios que se hace presente. Pero Dios se puede hacer presente de muchas formas, a través del decorado (de destellos cristianos presentes en la cultura ambiental) o bien a través del testimonio de otras personas.
Bien sea de un modo o de otro, los conversos descubren providencialmente algún signo de la trascendencia. Como Verdad que les ofrece sentido y seguridad intelectual. Como Belleza que entusiasma, percibida en la misma doctrina, en la armonía del mundo o en la celebración litúrgica. Como Bondad que conmueve, al entrar en contacto con la elevación moral. La elevación moral de los santos, especialmente, el testimonio de la caridad despierta la admiración de la gente honesta, que se siente atraída, y ve confirmadas y realizadas en ellos sus intuiciones interiores.
El cristianismo ofrece metas a las que aspira naturalmente el corazón humano, sobre todo en la medida en que es honesto. Ofrece una relación personal, con un Dios Padre, que realiza el deseo de amar y de ser amado; ofrece una familia y un clima espiritual (la Iglesia); ofrece también salvación y consuelo ante el dolor y la muerte. Y, además nutre la esperanza en un más allá, que promete la pervivencia y la plenitud personal, el reencuentro con los seres queridos, y la superación de las dolorosas heridas del mal y la injusticia en el mundo.
El que la conversión sea vivida como una enorme convulsión espiritual o el que sea repentina puede darle un tono excepcional, como en los casos que hemos repasado; y sin embargo, como decíamos al principio, el anuncio cristiano es, en sí mismo, una invitación a la conversión, tanto para los que no son cristianos como para los que lo somos. Es decir, que no considera la conversión como algo excepcional, para unos privilegiados que lo descubren, sino que es una llamada universal que responde a la vocación más profunda del hombre: "convertíos y haced penitencia". Todos los seres humanos estamos hechos para recibir este mensaje de salvación, que responde a nuestros anhelos más auténticos.
Por eso, en el fondo, la pregunta no es ¿por qué se han convertido unos pocos?, sino más bien ¿por qué no se convierten todos? Si queremos plantear bien la cuestión, es preciso también darle la vuelta. Es verdad que algunos han tenido la suerte de percibir la luz y convertirse. Pero ¿por qué no llega la luz a todos? ¿Por qué las conversiones son, en el fondo, un fenómeno minoritario?
5. Conclusión: La luz en las tinieblas
1. La difusión de la fe sigue caminos humanos. Esto es una sorpresa. Pero pertenece al misterio de la salvación. La Encarnación no pudo ser en todas partes. Tuvo un momento y un lugar. Tampoco la Evangelización, aunque nació con una vocación universal ("id y predicad a todas las gentes") se hace de un golpe. Se expandió, con esfuerzo y poco a poco, desde la primera comunidad de cristianos que rodeó al Señor y a los Apóstoles. Y siguió los cauces por los que se comunican los mensajes humanos: en primer lugar, por el testimonio personal de los cristianos. Sigue siendo verdad el reclamo de San Pablo: "¿Cómo creerán si no oyen hablar de él? ¿Y cómo oirán si no hay alguien que predique? ¿Y cómo predicarán si no han enviados? Según está escrito: 'Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Nueva'" (Rm 10,14-15). Además, el mensaje cristiano, al encarnarse en la cultura, deja también muchos destellos de luz en las obras de pensamiento, de literatura, de arte, que son llamadas de la verdad.
2. El anti-testimonio cristiano. Los cristianos somos, a la vez, luz y sombra. Es una dificultad importante para que la luz brille. Con nuestras vidas poco ejemplares, poco cristianas, hacemos mucho humo. Indudablemente no estamos a la altura del mensaje que llevamos. Con frecuencia, los cristianos estamos acostumbrados al cristianismo y los que no son cristianos están acostumbrados a no ver en nosotros nada extraordinario: Nietzsche bromea: "me gustaría que los testigos tuvieran más pinta de haber sido salvados". Este hiato entre lo que es y lo que debería ser, es, para los cristianos, un motivo de humildad y también una invitación a una mayor intensidad espiritual. Por motivos históricos y culturales, también por importantes prejuicios, nuestros contemporáneos tienen dificultades para encontrar suficientemente atractivas nuestras vidas o la historia de la Iglesia. Pero los que encuentran en esto una excusa para no convertirse, no conocen bien ni las cosas humanas ni las cosas de Dios.
3. Los anticuerpos de la verdad. Si el mensaje no brilla como debería o no tiene el impacto deseado, se debe también a prejuicios consistentes y muy arraigados. Son el fruto de una tradición ilustrada y crítica, que ha pretendido justificarse y crear un mundo al margen del cristiano. Desde hace dos siglos, hay una dialéctica muy perseverante en todos los países tradicionalmente cristianos (Italia, Francia, Bélgica, España), que acumula argumentos contra el cristianismo (sobre todo, contra la Iglesia) o mantiene vivos los de siempre (Cruzadas, Galileo, Inquisición, Conquista de América). Es un mundo laico, que se defiende así, como por instinto, de la fuerza vital del cristianismo. Esta crítica oscurece mucho la luz de la fe presente en el mundo, actúa como un verdadero anticuerpo de la verdad, y crea verdaderas costras culturales, que intentan impedir el paso de la luz.
4. Una nueva evangelización. Con todo, la verdad tiene sus caminos. Y, en tierras cristianas, como la nuestra, la cultura está sembrada de destellos de la verdad cristiana. Sobre la relación entre el cristianismo y el laicismo planea todavía el espectro de la Guerra Civil española. Algunos pueden pensar que no hay otro modo de tratarlo que el de una oposición en dos frentes. Pero no es así. Estamos en condiciones de lanzar un diálogo evangelizador, que necesita una mayor conciencia de lo que se ofrece, y una mayor osadía y entusiasmo en el modo de ofrecerlo. En un medio cultural donde ya se han producido casi todas las transgresiones, es preciso provocar una nueva trasgresión, pero esta vez reparadora. La trasgresión cristiana consiste en hacer brillar la luz en las tinieblas. Con el lenguaje de la verdad (en una doctrina que ilumina), con el lenguaje del bien (el testimonio de la caridad), con el lenguaje de la belleza (en la liturgia y el arte cristianos). En una cultura mediatizada por los medios de comunicación, hay que hacer patentes, también por este medio, las ideas, el testimonio moral y el espectáculo (la celebración) de la fe cristiana.
6. Bibliografía
A. Con carácter general
Existen varias colecciones de testimonios o relatos de conversiones, especialmente, de la primer mitad de siglo. Por ejemplo, S. Lamping, Hombres que vuelven a la Iglesia, Ediciones y publicaciones españolas, Madrid 1954; Testimonios de la fe. Relatos de conversiones. Ed. de M. Nédoncelle y R. Girault, Rialp, Madrid 1953 (J'ai rencontré le Dieu vivant, "Révue des jeunes", París 1952). Este volumen va precedido de un importante estudio preliminar de M. Nédoncelle.
Son muy famosos los testimonios recogidos por F. Lelotte, Convertis du XX siècle, Casterman, 6 vols., Paris-Tournai 1950-1960, publicados antes en forma de folletos. Esta colección ha merecido una tesis. D. Tourneux-Raymond, Le phénomène de la conversion au catholicisme d'après la collection "Convertis du XXè siècle" (1951-1961) publiée sous la direction de Fernand Lelotte et dans la littérature religieuse des années 1950, Univ. Paris XII, 1991. También del ámbito francés, señalamos el trabajo de F. Gugelot, Conversions au catholicisme en milieu intellectuel 1880-1930. Univ. Lyon II, 1991, 95p.
Se pueden encontrar interesantes análisis literarios y de conjunto en la famosa obra de Charles Moeller, Literatura del siglo XX y cristianismo, 6 vols., Gredos, Madrid. Nos interesan especialmente los artículos sobre Graham Green, Gabriel Marcel, Sigrid Undset, entre otros. Además, C. Pujol, Siete escritores conversos, Palabra, Madrid 1994, recoge testimonios de escritores conversos (Joseph Joubert, G.M. Hopkins, Léon Bloy, G.K. Chesterton, Max Jacob, Edith Sitwell y Evelyn Waugh).
J. M. Österreicher, Siete filósofos judíos encuentran a Cristo, Aguilar, Madrid 1961 (tit. or. Walls Are Crumbling, Devin-Adair, New York, 1952). Se centra más en el área alemana y recoge varios testimonios de fenomenólogos (Husserl, Von Reinach, Max Scheler y E. Stein, aunque también Max Picard, Maritain y Bergson). Mons. Österreicher -él mismo converso del judaísmo- tenía información de primera mano sobre el ambiente de la primera fenomenología. También son interesante los estudios de Jacques Vidal, Phénomenologie et Conversions, en «Archives de Philosophie», 35 (1972), 209-243; y los artículos panorámicos de A. Pintor Ramos, Vicisitudes del Movimiento fenomenológico alemán, en «Naturaleza y Gracia», 18 (1971), 367-411.
Procedente del ámbito norteamericano, destaca 24 Aventuras del alma. Veinticuatro experiencias personales, Palabra, Madrid 1993. Forma parte de un tipo de literatura apologética hoy muy abundante en EE.UU. Se puede consultar fácilmente en Amazon. En este libro, llama la atención el enorme influjo de Newman, Chesterton y, en particular, Lewis en los procesos de conversión, sobre todo de intelectuales.
Recientemente, destaca la serie de biografías y trabajos emprendidas por Josef Pearce, él mismo converso. Comenzó por una estupenda biografía de G. K. Chesterton (Encuentro 1998). Y ha seguido publicando otras sobre Sholzhenitsyn, Wilde, Hilaire Belloc, C. S. Lewis (también, sobre Tolkien, que han sido traducidas). Y un libro de conjunto Litteray Converts, Ignatius Press, NY 2002. En la misma línea, Ch. Connor, Classic Catholic Converts, Ignatius Press, NY 2003.
Hay algunas biografías de conversos que tienen una gran fuerza. Por ejemplo, J. P. Six, Itinerario espiritual de Carlos de Foucauld, Herder, Barcelona 1998. Y, la de A. Von Hildebrand, Alma de león. Biografía de Dietrich von Hildebrand, Palabra, Madrid 2001, entre otras muchas.
B. Algunos testimonios autobiográficos
--San Agustín, Confesiones
--J. H. Newman, Apologia pro vita sua, Encuentro, Madrid 1997
--Eugenio (Israel) Zolli, Mi encuentro con Cristo, Rialp Madrid 1947
--G. K. Chesterton, Autobiografía; Ortodoxia; Raïssa Maritain, Les grands amitiés, Desclée, París 1949
--Jean Cocteau, Lettre a Jacques Maritain (1926)
--Edith Stein, Autobiografía, (tit. or. Aus dem Leben einer jüdischer Familien), traducido como Estrellas Amarillas, Ed. de Espiritualidad, Madrid 1992; también en el vol. I de sus Obras Completas, Madrid 2002.
--C. S. Lewis, Cautivado por la alegría, Encuentro, Madrid 1002
--Manuel García Morente, El hecho extraordinario, Rialp, Madrid 1996
--Alexis Carrel, Viaje a Lourdes, Iberia, Madrid 1970
--P. Nagaï, Les cloches de Nagasaki, Casterman, París 1953
--K. Stern, Le Buisson Ardent, Ed. du Seuil, París 1951
--A. Frossard, Dios existe y yo me lo encontré, Rialp 2001
--Tatiana Goricheva, Nosotros soviéticos conversos, Ed. Encuentro, Madrid 1986; Hablar de Dios resulta peligroso, Herder, Barcelona 1988
--Thomas Merton, La montaña de los siete círculos, Edhasa, Madrid 1981
--Alec Guinness, Memorias, Espasa Calpe, Madrid 1987
--Dorothy Day, La larga soledad. Autobiografía, Sal Terrae, Santander 2000.
--Scott y Kimberly Hahn, Roma, dulce hogar, Rialp, Madrid 2003
--J. M. Lustiger, La elección de Dios, Planeta, Madrid 1989
--Malcolm Muggeridge, Conversión: un viaje espiritual, Rialp, Madrid 1991 (Confessions of a 20th-Century Pilgrim, Harper & Row, San Francisco 1988)
--Bernard Nathanson, Autobiografía y conversión, Palabra, Madrid 1997
--Richard John Neuhaus, How I became the Catholic I was (texto de la revista First Things, en Internet)
--L. Mondadori y V. Messori, Conversione. Una storia personale, Mondadori, Milan 2002
--Janne Haaland Matláry, El amor escondido: la búsqueda del sentido de la vida, Belacqua, Barcelona 2002.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
El perdón. La importancia de la memoria y el sentido de justicia |
Amor, perdón y liberación |
San Josemaría, maestro de perdón (2ª parte) |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |