Intérpretes: Nastassja Kinski, Scarlett Johansson, Tony Goldwyn, Mae Whitman, Balázs Galkó, Zsuzsa Czinkóczi. 106 min. . Nacida en Hungría, Éva Gárdos fue acogida hace años en Estados Unidos como refugiada política. Allí se ha labrado una sólida carrera como ayudante de directores importantes -como Hal Ashby y Francis Ford Coppola- y como montadora de films de cierta calidad, como Máscara o Agnes Brown. En La pesadilla de Susi -Premio del Público y al mejor guión en el Festival Internacional Carlo Vivari-, Gárdos da el salto a la dirección y a la escritura de guiones, adaptando libremente su propia epopeya y la de sus padres, a los que está dedicada la película. La trama arranca con la voz en off de Suzanne, una adolescente que rememora su infancia en la Hungría comunista de los años 50. Durante la represión estalinista, los padres de Suzanne y su hermana mayor lograron huir primero a Viena y más tarde a Estados Unidos. Pero les resultó imposible sacar de Budapest a Suzanne, todavía un bebé, de modo que su infancia transcurre con un cariñoso matrimonio de campesinos que la acogen en adopción. A los cinco años, Susi puede viajar por fin a Estados Unidos, pero allí no acaba de encajar. La situación estalla cuando la chica cumple 15 años y se rebela agresivamente contra la actitud hiperprotectora de su madre. Se resiente, es opera prima, de un reparto mejorable -sólo brillan sin sombras la joven Scarlett Johansson y los húngaros Balázs Galkó y Zsuzsa Czinkóczi- y de un cierto academicismo formal y narrativo, comprensible en una debutante, pero que resta un punto de emotividad, belleza y grandeza a los hechos que recrea. De todas formas, estos hechos acaban por imponerse gracias a un guión fluido y elegante, que controla su querencia hacia el melodrama lacrimógeno y talla con mimo los dolorosos perfiles de los personajes. "Somos quienes somos por nuestro pasado, y no podemos olvidarnos de él", reconoce la sufrida madre de Susi. Y en torno a esta idea se edifica una bellísima reflexión sobre el cariño familiar, la filiación herida, la pérdida de las raíces, el poder de la oración y el valor esencial del sacrificio dentro del amor. Por lo demás, y a pesar de su academicismo, la película ofrece una vistosa puesta en escena, de fluida planificación. A esto se añade el soberbio diseño de producción del maestro Alex Tavoularis, que realza aún más las altas calidades de la fotografía naturalista de Elemér Ragályi y de la música sinfónica de Cliff Eidelman, entre épica e intimista. Esta bella resolución formal redondea una notable película que, con un reparto mejor y una dirección más experta, habría estado entre los grandes títulos de la temporada. (Pantalla 90 y Aceprensa).