Sugiere el Prelado en su Carta pastoral de mayo acudir a la oración para "recomponer hasta la más mínima fisura entre los diversos miembros de la familia, y también para colaborar al bien de la sociedad…”
El comienzo del mes de mayo, especialmente dedicado a la Virgen en muchas naciones, nos recuerda que hemos de llevar a todas partes el ambiente de Nazaret, las virtudes y los modos de comportarse de la Sagrada Familia, de un modo muy especial a través del ejemplo de Santa María.
Así comienza su Carta pastoral Mons. Javier Echevarría, para rememorar a continuación la festividad de san José artesano, el hombre en el que Dios confió para que cuidara de Jesús y de la Santísima Virgen, sus dos grandes tesoros en la tierra, asegurando que esta fiesta, verdadero pórtico del mes de María, nos invita a entrar más profundamente en la casa de Nazaret, y afirmando que ese hogar pervive ahora en la Iglesia, verdadera familia de Dios; en las moradas de los cristianos, y en esta pequeña familia dentro de la Iglesia, que es la Prelatura del Opus Dei.
Se refiere el Prelado a la perseverante oración de todos, durante el Año mariano, de modo muy especial por la institución familiar, para que refleje con plenitud el designio de Dios y se acomode al divino modelo que se nos ha mostrado en Belén, en Nazaret y en cualquier lugar donde Jesús descansaba de sus fatigosos viajes, afirmando que aunque en todo momento tratemos de reproducir en nuestros hogares el ambiente de la Sagrada Familia, no nos debe extrañar que, a veces, no sepamos reflejar la serenidad que allí reinó siempre.
Previene Mons. Echevarría de las posibles diferencias esporádicas que pueden quebrar, momentáneamente, el clima de cariño tan propio de una vida de fe, por lo que, como siempre en estos casos, se ha de recurrir a la oración, para recomponer hasta la más mínima fisura entre los diversos miembros de la familia, y también para colaborar al bien de la sociedad, ya que “existe un vínculo estrecho entre la esperanza de un pueblo y la armonía entre las generaciones”[1]. Y añadía el Papa en otra ocasión: “la unión de fraternidad que se forma en la familia entre los hijos, se lleva a cabo en un clima de educación a la apertura a los otros, es la gran escuela de libertad y de paz (...). Quizá no siempre somos conscientes, ¡pero es precisamente la familia la que introduce la fraternidad en el mundo!”[2].
Recuerda el Prelado cómo san Josemaría, en reuniones con muchas personas que le exponían sus pequeños o no tan pequeños problemas y le pedían consejo; en ocasiones eran padres y madres de familia, que sufrían porque algunos de sus hijos o de sus hijas se mostraban rebeldes al llegar a la adolescencia. Nuestro Fundador procuraba tranquilizarles y les recordaba que, a esa edad, la rebeldía ha existido siempre, aunque quizá en tiempos recientes ha tomado más relieve. Pero el remedio, junto con la oración, no ha cambiado: “que estés sereno con tus hijos, que no les des un cachete porque sí. Los chicos se ponen rabiosos, tú te molestas, sufres porque los quieres mucho y, además, te tienes que desenfadar. Ten un poquito de paciencia, ríñeles cuando ya se te haya pasado el enfado, y a solas. No los humilles delante de los otros hermanos. Háblales razonando un poco, para que se den cuenta de que deben obrar de otra manera, porque así agradan a Dios. De este modo, les vas educando y, el día de mañana, podrán abrirse camino en la vida y ser buenos cristianos y buenos padres de familia, si Dios los lleva por ahí.
De modo que –concluía san Josemaría− lo primero que hay que hacer es evitar los dos extremos: la demasiada bondad y el rigor”.
Después de afirmar que san Josemaría tomó del Evangelio este modo de obrar, se refiere el Prelado al esmero por poner por obra la práctica caritativa de la corrección fraterna, compromiso cristiano tan unido a las enseñanzas del mismo Jesucristo, e incide en la necesidad de considerar a diario si rezamos por nuestros hermanos y nuestras hermanas en la Obra, por nuestras familias y por las personas que frecuentan la labor apostólica; si pedimos a Dios para ellos lo mejor, lo que más necesiten; si pensamos en la oración cómo ayudarles..., si sabemos prestarles servicios sin esperar nada a cambio…, recordando más adelante lo que san Josemaría escribió en su homilía Por María, hacia Jesús: “La oración de los discípulos acompaña a la oración de María: era la oración de una familia unida”, y sugiere que así hemos de proceder nosotros, especialmente durante la tradicional Romería de mayo, que este año guarda un contenido único: dejar confiadamente en las manos de nuestra Madre la oración de la Iglesia por los frutos del Sínodo sobre la familia, que se celebrará en octubre.
Recuerda el Prelado su reciente viaje a Valencia, invitado por el Cardenal Antonio Cañizares, donde celebré en la catedral una Misa de acción de gracias por la beatificación de don Álvaro y pronuncié una conferencia sobre su trabajo en el Concilio Vaticano II. Además, me reuní con muchas hijas y muchos hijos míos, y con personas de todas las edades que participan en la labor de la Obra. Ayudadme a agradecer a Dios los frutos espirituales que Él haya querido suscitar. Acompañadme también en la acción de gracias por la ordenación presbiteral de un buen grupo de hermanos vuestros, Numerarios, el próximo día 9, en la Basílica de San Eugenio. Deo omnis glória!
Y concluye su Carta pastoral: termino, hijas e hijos míos, con el recuerdo de la novena de san Josemaría a la Virgen de Guadalupe, en mayo de 1970. Acudió allí para rezar por la Iglesia, por el Santo Padre, por el Opus Dei. ¡Y cuántos frutos produjo! Seguirán abundando, por la bondad de Dios y la intercesión de la Virgen Santísima, si nos afanamos en seguir cotidianamente los pasos de nuestro Padre, como de modo tan leal hizo don Álvaro. Acudamos a su intercesión. Especialmente el próximo día 12, fecha en la que celebraremos por primera vez su memoria litúrgica.