Ni era bueno, ni sólo ladrón, sino también asesino. Sin embargo, es el primer santo canonizado personalmente por Jesús: el Buen Ladrón encarna “la alegría de la misericordia de Dios”
«La Iglesia es la casa que a todos acoge y a nadie rechaza, para que todos los que hayan sido tocados por la gracia puedan encontrar la certeza del perdón. Nadie está excluido de la misericordia», ha dicho el Papa Francisco al anunciar el Año de la Misericordia. El Buen Ladrón, sobre quien el sacerdote canadiense André Daigneault ha escrito El Buen Ladrón. Misterio de Misericordia (ed. Voz de Papel), sabe bien de qué habla el Papa.
El único santo canonizado directamente por Jesús, en realidad, no fue nunca un Robin Hood. Según varios exegetas, Dimas formó parte de una banda de agitadores políticos que hacían la guerra a los romanos, robando, saqueando y matando; junto a Barrabás, fue responsable del homicidio que refieren Marcos y Lucas al final de sus evangelios. Lo más seguro es que presenciara en el Pretorio el juicio a Jesús; y escuchara el diálogo con Pilatos: Mi reino no es de este mundo… Así se entiende la confesión posterior del malhechor sobre la cruz: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Dice Daigneault que «la fe del Buen Ladrón nació del atractivo que la persona y las palabras de Cristo provocaron en él durante aquellas pocas horas. La fe fue para él un don de Dios, una siembra de su Espíritu».
Invitado VIP al Paraíso
Entonces, el Buen Ladrón… ¿un ladrón y un asesino? Sí, y el primer hijo de la Iglesia. Y el primer invitado al cielo, el que estrenó el Paraíso, como escribió Claudel: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso. ¡Hoy! Así, de golpe. ¡No sólo queda absuelto de sus crímenes, sino santificado! El asesino, el ladrón, el impúdico, el bandido profesional… ¡es ya santo! Bastó una mirada entre los párpados sangrientos del invitado de la derecha…, y en este inmenso lugar que es el Paraíso, no hay nadie en el primer momento más que él. Él solo. No ha llegado todavía nadie más. Hasta el trono de la Inmaculada está vacío. Él está allí, en el Paraíso, todavía oliendo a fluidos corporales. Él, el primer fruto. Para esto ha servido la sangre de Dios».
¿Qué hizo en realidad Dimas para conquistar el cielo? ¿Qué hizo para ganarse el perdón de Jesús? En realidad, apenas nada… Fueron unos segundos de conversación, pero nos enseñan hoy, dos mil años después, el modo de robarle el Corazón a Cristo: medio desnudo, vulnerable, expuesto, inmóvil, el delincuente ya no puede escapar, el bandido no se puede esconder. Y, en un primer paso, se atreve a mirar a Jesús, reconociendo la verdad de lo que es: Lo nuestro es justo, pues recibimos el pago de lo que hicimos. El cardenal Saliége admiró en el Buen Ladrón «el valor de ser humilde y de reconocer sinceramente quién era. Un valor muy poco frecuente. Cuando Dios encuentra la humildad en un alma, no puede resistirse y se precipita sobre ella».
El segundo momento es la confianza: Dimas es de los pocos en el Evangelio que llama al Señor por su nombre: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. No puede prepararse para la muerte, ni borrar su historial, ni actualizar su curriculum, ni hacerse un selfie un poco más amable. Con Daigneault: «El Buen Ladrón cambia nuestra escala de valores. Dios no necesita para nada nuestras virtudes naturales, en cambio necesita nuestro vacío y nuestra pobreza para colmarlos de su Misericordia. Le causa horror la autocomplacencia, y espera de nosotros el abandono de un niño. Su Misericordia quiere derramarse en nuestras pobrezas. Dios se complace en manifestar su fuerza en la debilidad de los más pequeños».
Quizá nos cuesta creer que Dios nos pueda mirar así, hasta el perdón total, sin exigirnos un pagaré de vuelta. «Las obras del Buen Ladrón no habían sido muy buenas; las nuestras tampoco lo son», escribe Daigneault, que lamenta que, «a veces, se confunde la santidad con la perfección y la virtud moral», y cita a Von Balthasar cuando explica que «no es mirar nuestra miseria lo que nos purifica, sino mirar a Aquel que es la total pureza y santidad. El Redentor pide únicamente una simple mirada hacia Él».
El Buen Ladrón nos marca el camino hacia el Año Santo de la Misericordia. Como escribe Daigneault: «Si un hombre pide perdón desde el fondo de su corazón, aunque haya cometido las peores bajezas, puede ser transformado en un santo, como el Buen Ladrón. El peor de los criminales, que confía sus pecados a la Misericordia de Dios, a la infinita santidad de Cristo, puede llegar a ser santo».