Entrevista al Cardenal Penitenciario Mayor de la Santa Iglesia Romana
¿Tiene sentido hablar hoy día de penitencia? ¿Qué es exactamente la virtud de penitencia? ¿Se puede ofrecer cualquier sufrimiento? ¿Qué sentido tiene para el hombre del 2015 echarle un poco de ceniza en la cabeza?
Entrevista sobre la Cuaresma al Cardenal Mauro Piacenza, Penitenciario Mayor de la Santa Iglesia Romana
¿Tiene sentido hablar hoy día de penitencia?
Con el rito de la imposición de la ceniza, toda la Iglesia comienza el tiempo de Cuaresma, con la conciencia de entrar en un lugar sagrado que Dios dispone para que sus hijos puedan −ahora y siempre− convertirse. La Cuaresma, con el espíritu penitencial que la caracteriza, nos recuerda que todos necesitamos convertirnos. Incluso desde el punto de vista sociológico, todos los hombres tienen una enorme sed de cambio.
¿Y qué es esa sed, sino la conversión, que solo se logra en el encuentro con Cristo, verdadera razón para cambiar? Sin encuentro personal con el Resucitado, todo anhelo de cambio se queda en puro deseo. Además, la penitencia nos recuerda la entrega que Jesús hizo de sí mismo al Padre, por nosotros y por nuestra salvación. Los cristianos hacemos penitencia porque participamos de la vida, muerte y resurrección de nuestro Señor. La Cuaresma es, pues, un tiempo favorable para vivir con sinceridad la virtud de la penitencia.
¿Y qué es exactamente la virtud de penitencia?
Como digo, la salvación se nos da gratuitamente en Jesucristo. Pero ese don exige ser recibido con libertad o, de algún modo, participar de él. Como toda virtud, la penitencia es un hábito bueno, un bien estable. Vivir la virtud de la penitencia significa rememorar la entrega de Cristo, que ofreció su vida y, sin derramamiento de sangre, sigue ofreciéndose, en el santo sacrificio de la Misa por la salvación de todos los hombres. Se comprende entonces que la virtud de la penitencia no está unida exclusivamente al tiempo de Cuaresma, sino que tiene que ver con toda la existencia cristiana: el ofrecimiento diario y libre de nosotros mismos a Dios es el ejercicio más sencillo y humilde, más concreto y realista, de la virtud de penitencia, como participación en el sufrimiento del Señor.
¿Se puede ofrecer cualquier sufrimiento?
El misterio del sufrimiento, que en muchos casos no encuentra explicación, fue iluminado por Dios crucificado. En Jesús de Nazaret, no solo Dios se hizo hombre, sino que también quiso pasar por el misterio del sufrimiento, de todo sufrimiento humano, hasta experimentar la distancia del Padre y la muerte, porque nada de la vida de los hombres, excepto el pecado, es ajeno a la vida del Verbo encarnado. En este sentido, en Cristo, nuestra vida se convirtió en historia de la salvación y, viviéndola, le damos gloria al Padre. Todo en la vida del cristiano está unido, por vía sacramental a través del bautismo, al misterio de Cristo.
En ese sentido, también el sufrimiento −llevado humildemente con esfuerzo o elegido libremente− es participación del único sufrimiento redentor del Dios hecho Hombre. Ofrecer al Señor nuestros sufrimientos diarios, pequeños o grandes, significa unirnos a Él en la carne, y dejar que nos tome consigo, haciéndonos partícipes del gran plan de salvación del mundo y del hombre, aún plenamente en acto. El Reino de Dios triunfa sobre todo en el corazón del hombre, igual que la Iglesia remueve las conciencias.
¿No le resulta incomprensible lo de la ceniza? ¿Qué sentido tiene para el hombre del 2015 echarle un poco de ceniza en la cabeza?
Es un rito muy antiguo, cuyo sentido penitencial está ya definido en el Antiguo Testamento. La misma fórmula de imposición dice: Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás (o conviértete y cree en el Evangelio), recordando −¿y quién más que el hombre moderno lo necesita urgentemente?− que la existencia terrena no es el único horizonte de la Vida verdadera.
Se podría decir que, con el rito de la ceniza, la Iglesia lanza cada año un reto −siempre actual− sobre todo lo relacionado con la cultura hedonista occidental, recordando al hombre sus límites, porque dentro del hombre cada día grita la necesidad de infinito, de eternidad. Ese es el sentido de la ceniza: recordando al hombre que es criatura y no Creador, se le recuerda que necesita de Dios y se le invita a la humildad −que es la verdad− y a convertirse a Dios de todo el corazón.
No olvidemos que esa ceniza se obtiene quemando las ramas de olivo del Domingo de Ramos del año anterior, logrando así una virtual continuidad entre la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, al empezar la Semana Santa, y la entrada de los creyentes en el camino penitencial, que les llevará hasta la Pascua. Nada en la liturgia es casual, ni se puede improvisar.
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