El confesionario es el lugar más alegre, humilde e inspirador del mundo
Una vez estaba en un autobús con un grupo de personas más mayores que yo de vuelta de un aeropuerto. Vieron que era sacerdote y empezaron a hacerme preguntas.
─ “¿Hace todo lo que hacen los sacerdotes?”
─ “Sí”
─ “¿También la cuestión de la Confesión?”
─ “Sí. Siempre”
Una señora anciana se quedó sin aliento. “Creo que es lo peor. Debe ser muy deprimente... oír todos los pecados de la gente”.
Le dije que era exactamente al revés. No hay nada más grande que estar con alguien mientras vuelve a Dios. Dije: “Sería deprimente si tuviera que ver a uno que deja a Dios, en cambio estoy con la gente cuando vuelve a Él”. El confesionario es un lugar en donde la gente permite que el amor de Dios venza. El confesionario es el lugar más alegre, humilde e inspirador del mundo.
¿Qué veo durante la confesión?
Creo que hay tres cosas. En primer lugar, veo actuar a la preciosa misericordia de Dios. Me encuentro a menudo cara a cara con el poder aplastante y transformador del amor de Dios. Veo de cerca el amor divino y esto me recuerda qué bueno es Dios.
No muchos logran ver cómo el sacrificio de Dios en la Cruz irrumpe constantemente en la vida de la gente y derrite los corazones más duros. Jesús consuela a cuantos lloran por sus pecados y refuerza a quien tiene la tentación de rendirse ante Dios o la vida.
Como sacerdote, veo estas cosas cada día.
Lo segundo que veo es a una persona que aún está luchando −un santo “en fase de fabricación”. No me interesa si esta es la tercera confesión de esa persona esa semana; si busca el sacramento de la Reconciliación, significa que está luchando, que lo está intentando. Es todo lo que me interesa. Este pensamiento es digno de consideración: ir a confesarse es un signo del hecho de que no nos hemos rendido ante Jesús.
Esta es una de las razones por las que el orgullo es tan mortal. He hablado con personas que me dicen que no quieren confesarse con su sacerdote porque éste les quiere y “piensa que son buenas personas”.
A propósito de esto, tengo que decir dos cosas.
1. ¡No quedará defraudado! ¡Lo que el sacerdote verá es una persona que está luchando! Os reto a encontrar un santo que no haya tenido necesidad de la misericordia de Dios! (También María necesitó la misericordia de Dios; recibió la misericordia divina de un modo dramático y potente en el momento de su concepción).
2. ¿Y si el sacerdote queda defraudado? Intentamos impresionar a los demás en muchas cosas de nuestra vida. La Confesión es un lugar donde no tenemos que impresionar a los demás. La Confesión es un lugar donde el deseo de dar la talla muere. Pensadlo: todos los demás pecados tienen el potencial de hacernos correr al confesionario, pero el orgullo es el único que hace que nos escondamos del Dios que podría curarnos.
A menudo la gente pregunta si recuerdo los pecados que la gente confiesa. Como sacerdote, es raro, si alguna vez me ha pasado, que recuerde los pecados de que se habla en el confesionario. Puede parecer imposible, pero la verdad es que no son tan dignos de atención. No son puestas de sol memorables o lluvias de meteoritos o películas de suspense… son más parecidos a la basura.
Y si los pecados son como la basura, entonces el sacerdote es como el barrendero de Dios. Si preguntáis a un barrendero qué es lo más grande que ha tenido que cargar en el furgón, podría recordarlo, pero el hecho es que una vez que te acostumbras a quitar la basura, esta deja de ser digna de atención.
Honradamente, una vez que se da uno cuenta de que el sacramento de la Reconciliación tiene menos que ver con el pecado que con la muerte y resurrección de Cristo que vencen en la vida de una persona, los pecados pierden su fulgor y la victoria de Jesús ocupa el lugar central.
En la Confesión, encontramos el amor precioso y transformador de Dios, que nos da gratuitamente cada vez que lo pedimos. Encontramos a Jesús que nos recuerda: “Eres digno de que yo muera por ti… incluso en tus pecados”.
Cada vez que alguien viene a confesarse, veo a una persona que es profundamente amada por Dios y que está diciendo a Dios que le corresponde. Es así, y es todo lo que cuenta.
Lo tercero que ve un sacerdote cuando escucha las confesiones es su alma. Para un sacerdote, el confesionario es un lugar que infunde miedo. No os puedo decir cuán humilde me siento cuando alguien se acerca a la misericordia de Jesús a través de mí.
No me intimidan los pecados de la gente; me impresiona el hecho de que haya sido capaz de reconocer pecados en su vida frente a los que yo he estado ciego en lo que a mí respecta. Escuchar la humildad de alguien destruye mi orgullo. Es uno de los mejores exámenes de conciencia.
Pero ¿por qué la Confesión infunde temor a un sacerdote? Por la manera en que Jesús se fía del hecho de que yo sea un signo viviente de su misericordia.
Monseñor Fulton Sheen dijo una vez a los sacerdotes que comprendemos a duras penas lo que está sucediendo cuando extendemos nuestras manos sobre la cabeza de alguien para absolverle. No entendemos, dijo, que la Sangre de Cristo fluye de nuestros dedos sobre su cabeza, limpiando al penitente.
El día después de mi ordenación, hicimos una pequeña fiesta y mi padre hizo un brindis. Había trabajado toda la vida como cirujano ortopédico, y era muy bueno. Sus pacientes venían siempre a mí para decirme cómo había cambiado su vida porque mi padre era un cirujano muy bueno.
Y entonces mi padre estaba allí, en medio de todas esas personas, y dijo: “Durante toda la vida he usado las manos para curar el cuerpo roto de la gente. Pero de hoy en adelante, mi hijo Michael... padre Michael... usará sus manos (y en este punto se le quebró la voz)... usará las manos para curar a las almas rotas. Sus manos salvarán más vidas que las que haya salvado yo”.
El confesionario es un lugar poderosísimo. Todo lo que puedo hacer es ofrecer la misericordia, el amor y la redención de Dios... pero no quiero “poner en aprietos” a Jesús. El sacerdote no juzga a nadie. En el confesionario, lo único que tengo que ofrecer es la misericordia.
Cuando un sacerdote escucha las confesiones, en fin, asume otra responsabilidad.
Una vez, después de la facultad, volvía a confesarme después de mucho tiempo y de muchos pecados, y el sacerdote me dio sólo algo como un Ave María como penitencia.
Me quedé parado.
─ “¿Padre? ¿Ha oído todo lo que he dicho?”
─ “Sí”
─ “¿No cree que debería recibir una penitencia mayor?”
Me miró con gran amor y dijo: “No. Esta pequeña penitencia es todo lo que te pido”. Dudó, y después, prosiguió: “Pero deberías saber que ayunaré por ti los próximos treinta días”.
Me quedé sin palabras. No sabía qué hacer. Me dijo que el Catecismo enseña que el sacerdote debe hacer penitencia por todos aquellos que van donde él para la Confesión. Y allí estaba, asumiendo una penitencia fuerte por mis pecados.
Por esto, la Confesión revela el alma del sacerdote; revela su disponibilidad para sacrificar su vida ofreciendo la misericordia de Dios.
Recordad, la Confesión es siempre un lugar de victoria. Independientemente del hecho que hayáis confesado un pecado particular por primera vez o que esta sea la vez número 12.001, la Confesión es una victoria para Jesús. Y yo, un sacerdote, estoy allí. Me siento y veo a Jesús recuperar a sus hijos cada día.
Es tremendamente sorprendente.
Padre Mike Schmitz es director del Ministerio para Jóvenes y Jóvenes Adultos de la diócesis de Duluth y capellán del ministerio de campus católico Newman en la Universidad de Minnesota-Duluth.
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