Tal vez tendríamos que guardar algo de silencio, esta noche, justo antes del Nacimiento
Si no crees que pasó no te culpo por ello, pero aunque pienses que es sólo un relato te pido que te concentres por un instante en su profundidad, en su idea revolucionaria, en lo que un amor de esta naturaleza espera de nosotros, y en lo que nosotros, finalmente damos
Tal vez tendríamos que guardar algo de silencio, esta noche, justo antes del Nacimiento. Yo no pretendo convertirte ni que creas en lo que no crees. Sólo te pido que escuches la historia de quien nos mandó a su hijo para demostrarnos lo que nos quería; y que en lugar de odiarnos y de destruirnos porque le crucificamos convirtió su dolor en amor e hizo de su cruz el símbolo de nuestra salvación. Si no crees que pasó no te culpo por ello, pero aunque pienses que es sólo un relato te pido que te concentres por un instante en su profundidad, en su idea revolucionaria, en lo que un amor de esta naturaleza espera de nosotros, y en lo que nosotros, finalmente damos.
La falta de fe no puede ser una excusa, tal como la fe tampoco puede ser una coartada. Hay una entereza humana previa a cualquier otra consideración, elevación y trascendencia. Hay algo previo que depende exclusivamente de nosotros, y que está sólo dentro nuestro y que hemos abandonado en este tiempo en que todo es culpa de los demás. Hay una luz y esa luz íntimamente nuestra, exclusivamente nuestra, es nuestro deber mantenerla encendida siempre. Hasta cuando creas que no importa.
Empezamos a perder el día que olvidamos esta primera obligación, esta primera condición de ciudadanos moralmente vertebrados, tal como lo dirías tú, o de hombres de Dios, tal como prefiero decirlo yo.
Guardemos esta noche un instante de silencio. Tengamos un instante de contención y comparémonos con la más bella historia de amor jamás contada, la creamos cierta o no. Sumérgete conmigo en las raíces del más intenso amor y preguntémonos desde el fondo cuándo empezamos a dimitir y a diferenciarnos del amor primero del que somos hijos y deudores.
Tengas fe o no la tengas esta noche es un buen momento para pensar en lo que no hemos hecho, en la pereza, en la dejadez, en la ira siempre estéril, en lo mucho que nos cuesta pedir perdón y en lo mucho más que nos cuesta perdonar. Detente aunque sólo sea un par de minutos ante el Nacimiento y piensa en la última vez en que no fuiste tú el centro de tus pensamientos. Piensa en cuánto tiempo hace, piensa en este yo pequeño que nos llena el corazón y nos vacía el alma.
La gente está loca y los tiempos son extraños, pero podemos hacerlo mejor, y tenemos que hacerlo mejor, y la esperanza se concreta en cada uno de nosotros si somos capaces de convocar y de recordar por qué vivimos y batallamos.
No es mucho rato, no es mucha fe, ni siquiera hace falta demasiada inteligencia. Sólo un momento de pausa y de silencio. Sólo un zambullirse generoso hasta el principio de la historia, para retomarla desde el día en que nos extraviamos.
No hay nada más arrogante que los que dicen que ellos por compasión no quieren ser amados, como si siempre tuviéramos mérito, como si no estuviéramos cansados, como si todos los sentimientos no estuvieran resumidos en el Calvario.