Quizá con esa apelación a los principios lo que quiere destacarse es el empeño por vivir con coherencia
Me parece a mí que la solución no se logra mediante la apelación mecánica a unos supuestos principios, sino que solo puede encontrarse en cada caso con la escucha y la atención personal, la acogida y el apoyo decidido a las mujeres que vacilan
El reciente debate en nuestro país a propósito de la malograda reforma legislativa sobre el aborto ha traído de nuevo a primer plano la cuestión de los principios y de los compromisos electorales. “España es un país enfermo. Muy enfermo. Y su mayor enfermedad es la falta de principios morales sólidos”, escribía un profesor universitario en la prensa. Otros, al comprobar que nuestros gobernantes parecen no tener principios, han recordado el dicho de Groucho Marx: “Estos son mis principios y, si no les gustan, tengo otros”.
No entiendo mucho qué quiere decirse con la expresión ser una persona de principios, pues no es claro ni unánime el reconocimiento de unos principios con arreglo a los cuales debamos vivir. Más aún, esa es la cuestión filosófica decisiva que cada uno debemos responder en nuestra existencia personal: cómo vivir, cómo debemos desarrollar nuestra vida. Quizá con esa apelación a los principios lo que quiere destacarse es el empeño por vivir con coherencia, articulando unitariamente el pensamiento y la vida, esto es, no desmintiendo con nuestra vida lo que afirmamos en la teoría y al revés. En ese sentido, cuando se acusa a los políticos por no tener principios, se les está recriminando por tener unas ideas para la vida pública y otras distintas para la vida privada. Esto se aplica tanto al defensor de la escuela pública que lleva a sus hijos a un colegio privado como al que hace una promesa en su programa electoral y después no la cumple quizá por temor a irritar a quienes no le han votado.
Este contraste viene muy al caso en el debate público sobre el aborto. Prácticamente todo el mundo está de acuerdo en que el recurso al aborto es una tragedia, que mata al feto y hiere psicológicamente −al menos en muchos casos− a la madre. Muchas mujeres dicen: “Personalmente estoy en contra del aborto, yo no lo haría nunca, pero no puedo obligar a una chica de 16 años −o a cualquier mujer− a seguir adelante con el embarazo de un hijo que no quiere y del que quizá no sabe ni siquiera quién es el padre”. Me parece a mí que este es el talón de Aquiles de los movimientos en favor de la vida, que por ahora no han encontrado argumentos eficaces, esto es, convincentes, que lleven a estas mujeres a cambiar su parecer a este respecto. La Madre Teresa con su enorme sabiduría decía: “No los matéis, dádmelos a mí”. Consideraba que la violencia del aborto legal anestesiaba las conciencias y abría la puerta a todas las demás violencias.
Las ecografías han cambiado la percepción del hijo que viene, en particular, cuando a partir de la sexta semana ya tiene latido y puede ser escuchado. Cuántas madres que envían por whatsapp las fotos del ecógrafo: nadie duda hoy en día de que lo que está desarrollándose en el vientre materno es un ser humano. No está ahí el debate. La discusión se plantea sobre si la ley puede imponer o no a una embarazada el seguir adelante con su gestación en contra de su voluntad. Aquí es donde se crispan las posiciones.
Me parece a mí que la solución no se logra mediante la apelación mecánica a unos supuestos principios, sino que solo puede encontrarse en cada caso con la escucha y la atención personal, la acogida y el apoyo decidido a las mujeres que vacilan. ¡Cuántas veces detrás del aborto lo que hay es una grave situación de penuria económica o de rechazo familiar, o incluso la oposición al embarazo por parte del varón que lo ha engendrado!
El aborto no es un derecho ni puede serlo. La solución no se encuentra en su penalización. Hace falta más ciencia, más estudio y reflexión, menos política y, sobre todo, un cambio en los corazones de los seres humanos: ese cambio solo puede lograrse apelando a la imaginación, a los bellos testimonios, a las razones verdaderamente persuasivas. No es cuestión de principios, es cuestión de cabeza y corazón: así es la vida.