Es propio de la vida cristiana buscar a Cristo y descubrir su rostro en los demás
En ‘Evangelii gaudium’ el Papa señala algunos peligros que acechan al cabal desenvolvimiento de la vida cristiana
A la hora de considerar el panorama de la vida cristiana actual en el mundo, no hay que pasar por alto el valor de la religiosidad popular, que es una encarnación de la fe en el pueblo cristiano: una fe que se ha hecho cultura. Implica una relación personal con Dios, con Jesucristo, con la Virgen María, con un santo determinado. No con una energía cósmica. No es tampoco una espiritualidad del bienestar, ni una teología de la prosperidad (Papa Francisco, Exhort. Apost. Evangelii gaudium, n. 90).
Es propio de la vida cristiana buscar a Cristo y descubrir su rostro en los demás. Y descubrir a Cristo crucificado cuando sufrimos. Ello es posible si buscamos la gloria de Dios y no la gloria humana, si no somos del número de los que buscan “sus propios intereses y no los de Cristo (Filipenses 2, 21)” (idem, nn. 91-93).
En el citado documento el Papa señala algunos peligros que acechan al cabal desenvolvimiento de la vida cristiana: el riesgo del subjetivismo gnosticista (falso misticismo), o por otra parte del neopelagianismo (confianza arrogante en las propias fuerzas humanas); el afán de protagonismo y de exhibir los propios logros; quedarnos en lo que habría que hacer, pero no lo hacemos; vivir de apariencias, criticando los errores ajenos y sin hacer nada por los necesitados; fomentando enemistades, celos y murmuraciones entre hermanos (idem, nn. 94-99).
Si bien es verdad que en el mundo hay demasiadas guerras y violencias, nos corresponde a los cristianos practicar el mandamiento nuevo de Cristo: amar a los demás como Él nos ha amado: “En esto reconocerán que sois mis discípulos, en el amor que os tengáis unos a otros” (Juan 13, 35). La ley del amor es poderosa, para “vencer al mal con el bien” (Romanos 12, 21). Los fieles laicos constituyen la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. A ellos toca un papel protagónico, con la fuerza que dimana del Bautismo y de la Confirmación, en la cristianización de la sociedad, en la nueva evangelización (idem, nn. 100-104).
Hay que prestar especial atención a la iniciativa y empuje de los jóvenes y a la experiencia de los ancianos. Es preciso atender a unos y a otros para captar los signos de los tiempos. Atendamos con realismo a los desafíos de nuestro tiempo. Con alegría, con audacia, con entrega esperanzada: “No nos dejemos robar la fuerza misionera” (idem, nn. 105-109).