En su carta mensual, Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei, invita a pelear todos los días en la vida interior para ganar la "última batalla", como san Josemaría y don Álvaro
La Carta pastoral de este mes la escribe el Prelado desde San José de Costa Rica, durante el viaje pastoral que estoy realizando por estos seis países en los que se encuentra establecida la labor del Opus Dei. Y entiendo que nuestro Padre dijera: pienso en la Obra y me quedo "abobao". Por eso, continua, lo primero que me viene al corazón es una rendida acción de gracias a Dios, por los frutos apostólicos en estas queridísimas tierras. Desde Guatemala a Panamá voy contemplando con todas y todos una floración espléndida de vida espiritual, que se manifiesta en la existencia de personas de todas las razas…, y pide a todos la compañía de vuestra oración y vuestros sacrificios, con el ofrecimiento del trabajo profesional…, porque así, los frutos espirituales serán abundantes. Y pide también oraciones por el Santo Padre siempre; uníos a él de modo especial durante su viaje a Corea, donde le esperan tantos católicos y no pocas otras personas de buena voluntad.
Las fiestas marianas en este mes de agosto dan pie al Prelado, especialmente la del día 15, la Asunción de la Virgen, para estar muy unidos a san Josemaría, a don Álvaro, y a todos los fieles de la Obra que gozan ya de Dios, renovaremos la consagración del Opus Dei al Corazón dulcísimo e inmaculado de María, que nuestro Fundador realizó por vez primera, en Loreto, el 15 de agosto de 1951, y recuerda que en la liturgia de ese día, la lectura del Apocalipsis nos muestra a una Mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y coronada con doce estrellas, en lucha contra el dragón infernal que intenta devorar al hijo de sus entrañas, y sugiere extraer de esta escena una primera enseñanza muy clara: es necesario pelear sin tregua para caminar fieles a Dios en nuestra existencia cotidiana, la senda de la santidad para nosotros, recordando cómo San Josemaría, ya casi al final de su peregrinación terrena, como resumen de su respuesta a Dios, escribió: éste es nuestro destino en la tierra: luchar, por amor, hasta el último instante. Deo gratias!.
Sin esa pelea cotidiana −en la que hay victorias, y también derrotas, de las que podemos levantarnos acudiendo al sacramento de la Penitencia−, nos conduciríamos como unos soberbios. Para vencer en esta lucha, o recuperarnos enseguida si alguna vez somos vencidos, contamos con la gracia de Dios y la ayuda de tantos intercesores: en primer lugar, de la Virgen Santísima, quien también, durante su paso por la tierra, conoció dificultades y pruebas duras. Pero Ella, conservando siempre vivo en su corazón el fiat! que había pronunciado en Nazaret, fue fiel a Dios en todo momento.
Se refiere el Prelado a otras recomendaciones de don Álvaro, que nacían de su gran amor a María siguiendo el ejemplo de nuestro Fundador. “Hay que pelear, hijos míos, si no queremos ser derrotados por el enemigo de Dios y de nuestras almas. Contamos con toda la ayuda de la gracia y con la intercesión poderosísima de la Madre de Dios. No podemos temer. Lo que hay que hacer es acudir al Señor y poner los medios que la Iglesia nos ofrece: la oración, la mortificación, la recepción frecuente de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Vamos a decir a Jesús que deseamos ser fieles. Y a la Santísima Virgen: Madre mía, yo quiero ser fiel a tu Hijo, y para eso cuento con que Tú intercederás por mí. El Señor no puede dejar de oírte”
La fiesta de la Asunción, continua, nos ofrece la posibilidad de hacer un buen regalo a Nuestra Señora: el propósito de una renovada lealtad a la vocación cristiana que cada uno y cada una ha recibido, concretada en una conversión más decidida, más exigente, contra aquello que nos aparta o nos puede alejar de Dios. Para esto, esmerémonos en el examen de conciencia, especialmente antes de la Confesión. Cabe pedir a Santa María, afirmaba Don Álvaro, “que sepamos ser de Dios y para Dios, que le respondamos con un fiat! que sea el distintivo que nos caracterice”, y se refiere, también refiriéndose a D. Álvaro, de cómo en sus conversaciones con grupos más o menos numerosos de personas, alentaba a tratar de vencer −con la ayuda de Dios− en las escaramuzas diarias. Aunque normalmente ese esfuerzo quede en cosas pequeñas −detalles de caridad con el prójimo, de aprovechamiento del tiempo, de acabar bien cada trabajo...−, hemos de empeñarnos más en esos combates como un entrenamiento para ganar la última batalla, la que nos abrirá las puertas del gozo eterno.
Y al final de la Carta, próxima la fecha de beatificación de Don Álvaro: Os animo a revisar las sugerencias que os he ido proponiendo a lo largo de este tiempo, con la generosidad y la libertad que a cada una, a cada uno, os dicte vuestra alma: todos hemos de preparar con empeño este tiempo de gracia, y se refiere a los que por diversos motivos no podrán estar físicamente en Madrid: todas y todos estaréis muy presentes en esa ceremonia, y también en las que tendrán lugar en Roma sucesivamente. Vuestra oración, el ofrecimiento de vuestras dificultades, la unión espiritual con los fieles, cooperadores y amigos de la Obra que asistirán a la beatificación, será una aportación eficacísima para que el Señor derrame abundantemente su gracia sobre las almas.