Sólo el que es totalmente fiel a la doctrina de Cristo puede ser eficazmente apóstol
En los momentos actuales, en los más diversos foros, y en ocasión de los acontecimientos más peregrinos, nunca faltan personas que aconsejan a la Iglesia que se dé prisa en ponerse “a la altura de los tiempos”, si quiere sobrevivir.
Una vez más, en estos días, no han faltado quienes hayan recordado el “celibato” sacerdotal, u “ordenación” de mujeres “obispas” que ha aprobado la confesión anglicana de Inglaterra, como una nueva oportunidad de ponerse “a la altura”.
Aclaro enseguida que eso de la “ordenación”, nada tiene que ver con el Sacramento del Orden Sacerdotal. Algunos anglicanos −que no han sido todas las confesiones de ese nombre− han decretado que las mujeres pueden hacer funciones administrativas de “obispos”, que los anglicanos sabrán cuales son. Y ahí se queda todo. Allá ellos. Otro paso más que les aleja de Cristo, de la Iglesia que Jesucristo fundó. La confesión anglicana es cada vez más “iglesia” de Inglaterra, y cada vez menos Iglesia de Cristo.
Se renuevan las voces que invitan a Iglesia Católica, Una, Santa Católica y Apostólica y Romana a abrirse para caminar con los signos de los tiempos y llegar así a más personas. Y esta invitación, más allá de la anécdota anglicana y del celibato, parece ofrecida como un buen deseo para que la palabra de la Iglesia pueda ser comprendida y entendida por todos, porque es explicada en los modos de pensar y de vivir el hombre de hoy.
Aparte de la banal generalización que todo esto supone −¿quién define los modos de pensar y de vivir del hombre de hoy? Y ¿qué significa eso de estar a la “altura”?−, la invitación encierra una auténtica trampa para la Nueva Evangelización.
Pablo VI, cuya beatificación está anunciada para el próximo mes de octubre, ya advirtió esta malévola insinuación en su primera, y verdaderamente magistral Encíclica Ecclesiam Suam.
Después de señalar la necesidad de diálogo con todas las culturas −como ha vivido la Iglesia a lo largo de los siglos, y seguirá viviendo hasta el fin del mundo− y las virtudes que todo buen diálogo ha de tener: claridad, amabilidad, comprensión, servicio etc., se plantea claramente el problema:
“¿Hasta qué punto debe acomodarse la Iglesia a las circunstancias históricas y locales en las que desarrolla su misión? ¿Cómo debe precaverse del peligro de un relativismo que llegue a afectar su fidelidad dogmática y moral? ¿Cómo hacerse al mismo tiempo capaz de acercarse a todos para salvarlos a todos, según el ejemplo del Apóstol: ‘Me he hecho todo para todos para salvarlos a todos’?”
“Pero subsiste el peligro. El arte del apostolado es arriesgado. La solicitud por acercarse a los hermanos no debe traducirse en una atenuación o en una disminución de la verdad. Nuestro diálogo no puede ser una debilidad frente al deber con nuestra fe. El apostolado no puede transigir con una especie de compromiso ambiguo respecto a los principios de pensamiento y de acción que han de señalar nuestra cristiana profesión. El irenismo y el sincretismo son en el fondo formas de escepticismo respecto a la fuerza y al contenido de la palabra de Dios que queremos predicar. Sólo el que es totalmente fiel a la doctrina de Cristo puede ser eficazmente apóstol. Y sólo el que vive con plenitud la vocación cristiana puede estar inmunizado contra el contagio de los errores con los que se pone en contacto”.
Sencillamente, Pablo VI recuerda que la Iglesia ha de transmitir a Cristo, que es “el Camino, la Verdad y la Vida”; y con más responsabilidad si cabe en estos momentos en los que buena parte de los hombres en occidente han perdido el sentido de sus vidas, y están en un abismo vacío de sentido vital; y se obstina en no buscar la Verdad.
En un momento en el que el “ecumenismo” lo ven muchos como una especie de reunión de creyentes para establecer un código mínimo de verdades a las que hay que asentir; o entienden la “misericordia” de Dios como una especie de acomodación de Dios a los planes de las imaginaciones y locuras que se le ocurren a cualquier hombre.
En unos momentos en los que el hombre occidental, cansado, vacío y derrotado, ha querido establecer que la Verdad no existe, la tarea de la Iglesia se recuerda a sí misma que “Sólo el que es totalmente fiel a la doctrina de Cristo puede ser eficazmente apóstol”.
Hoy como siempre la Iglesia está y estará a la altura de la Cruz de Cristo y en los “tiempos” de Su Resurrección, que cerrarán en su día la historia sobre la tierra.
Ernesto Juliá Díaz
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