La sociedad se modifica en la medida en que las personas van mejorando
La sociedad se modifica en la medida en que las personas van mejorando
Mi amigo tiene una buena pluma y, sobre todo, un fino olfato. Su observación es aguda. El artículo publicado en Levante-EMV Podríamos, él lo retitula Queremos. Y da sus razones que trataré de resumir. Podemos es la expresión que usan los apóstoles Santiago y Juan cuando le piden a Jesús de Nazaret ser el “canciller” y el “primer ministro” del reino que éste anuncia. Y Jesús les dice que antes tendrán que beber el cáliz que él ha de beber: ¡Podemos! Dicen exultantes. No sabían ciertamente dónde se metían. Y mi amigo apostilla: «No conozco otro podemos que sea creíble»; lo demás es frivolidad, porque como proverbia el poeta catalán Josep Carner, «quan ve rugint: tot govern és impur; hom endevina el governant futur» (cuando viene rugiendo: todo gobierno es impuro; se adivina el gobernante futuro, ndr)
Es una observación sabia, en el sentido de que tantas veces hemos creído que podríamos hacer el cielo en la tierra, y nos ha salido un infierno. Hay que contar con la condición humana. Y si éste se niega a reconocer los límites, sucede lo que decía Hanna Arendt al final de Los orígenes del totalitarismo: «El hombre moderno −ese que se ha puesto en el lugar de Dios− ha terminado odiando todo lo que es circunstancia (expresión orteguiana), incluso su propia existencia, en ese resentimiento contra todas las leyes que simplemente le son dadas. Proclama abiertamente que todo está permitido y, en el fondo, cree que todo es posible». La crítica a la corrupción no es quítate tú para que me ponga yo, sino una regeneración moral de la sociedad. Sin esto, todo lo que vaya encaminado a “modificar las estructuras” está condenado de antemano al fracaso. La sociedad se modifica en la medida en que las personas van mejorando.
Mi amigo, con un gran bagaje filosófico y una profunda convicción en la bondad del hombre, no en la inocencia, afirma que su frase bíblica preferida es «Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva», del profeta Ezequiel. Y, en este sentido, la cuestión no es si podemos, sino si queremos. Queremos no ha de venir rugiendo que todo gobierno es impuro, sino que ha de anunciar que queremos dejar de hacer el hipócrita, de tener privilegios y prebendas de casta, y arrimar el hombro para arreglar la situación presente.
Pero querer es estar dispuesto también a arrostrar el sacrificio, el esfuerzo y, naturalmente, la incomprensión. ¿Populismo? ¡No! Podemos, ciertamente, progresar en la civilización del amor o regresar al odio y la barbarie. ¿Queremos? ¿Qué queremos? La Venezuela bolivariana no está tan lejos ni es casualidad. Del mismo modo que la droga no es un problema de familias que no conocemos ni un extraño e inexplicable mal, sino que puede ser perfectamente la amargura de mi hogar, con causas que se pueden y se deben identificar si queremos corregir el desastre.