Siempre hay cerca alguien mayor o más gordo, o con más trabajo o con ninguno o con más problemas personales o con menos salud
Asombra que, con la de motivos que tiene mi mujer para quejarse (no ha de ir muy lejos), lo haga con tan poca consideración conmigo. Se queja de su edad. A mí. Tengo seis años, seis, más que ella, y se me deben de notar lo menos doce. Pero cuando yo cumplo años, no es nada. Mis años son más, mas no merecen ni un mínimo planto ni una leve elegía ni un lamento… También se queja ella de su peso y su figura. ¡A mí! "Ya no son los de una adolescente, fíjate", recalca.
Yo me fijo, fijamente, y la veo muy bien, y se lo digo sin parar, como una pared de frontón, pon, pon, pon, a bote pronto, siempre, pero lo escribo ahora aquí, en público, por si la convenzo algo, como los macarras que pintan "Te quiero" en las paredes. Y lo escribo, sobre todo, como pretexto, porque nos quejamos demasiado. Ella y todos.
Y siempre hay cerca alguien mayor o más gordo, o con más trabajo o con ninguno (ambos extremos deberían avergonzarnos cuando nos quejamos en la oficina) o con más problemas personales o con menos salud. España ha cortado los vínculos espirituales y culturales con su pasado y vaya si se nota. Entre otras cosas, en que ya casi nadie se sabe aquella décima espinela de Calderón de la Barca, la del sabio que tan pobre y mísero estaba, etc. Tenía efectos ansiolíticos. ¿O quién recuerda, al menos, la advertencia de Gracián, apenas cuatro palabras: "La queja trae descrédito"?
Nos conviene desquejarnos. No sólo por consideración y elegancia, no sólo por estrategia social, no sólo por estoicismo, no sólo por ascetismo, sino porque, entre queja y queja, perdemos el tiempo de arreglar la cuestión. Si hay motivos para quejarse, más para remangarse. "Un pesimista es un optimista bien informado", me advertían hace poco; pero, por suerte, enseguida leí el antídoto. Según Andrés Neuman: "Un pesimista es un realista sin ganas". Ingenuidades y panfilismos aparte, un optimista es un realista dispuesto.
Que a menudo no tiene ni tan siquiera que remangarse. Basta con enfocar el objetivo. (Y qué lujo que se llame "objetivo"). Ver bien las cosas desde el lado bueno, y celebrarlas. Es verdad que enseguida aparecen los que protestan de que uno celebre nada habiendo tanto mal en el mundo. ¿Preferirían que uno se quejara de minucias? ¿No ofende eso más a todos? Yo me inclino a celebrar. Por ejemplo, lo joven y delgada que está, diga lo que diga, mi mujer; y siempre −comparativamente− lo estará.