Junto a su corazón late el tuyo porque los corazones no saben de síndromes ni cromosomas
"Dile de parte de mucha gente, de muchos españoles agradecidos, que su éxito no ha sido un mundial y una eurocopa sino esa lección de equilibrio y coherencia"
“Te escribo esta carta cuando aún no han empezado los líos de las celebraciones oficiales y por eso no sé si tu padre, el hombre al que sin duda tú enseñaste a ser tranquilo y a relativizar el dolor del fracaso y el fulgor del éxito…”.
Te mandaba esta misiva, querido Álvaro, hace cuatro años casi por estas mismas fechas. Tu padre, don Vicente del Bosque, no era aun marqués y había llevado a la selección española de fútbol a lo más alto de su historia: nos hizo a todos campeones del mundo y aquello fue un aquelarre de alabanzas, un despliegue de coronas de laurel, elogios y multitudes que esperaban a los héroes. La historia se repite, Álvaro, pero esta vez nadie ha preparado nada para los “fracasados”, no hay programadas recepciones, ni paseos triunfales, y ya habrás podido leer en más de un medio como a don Vicente se le convierte en villano y hasta se le llama monigote manejado por un determinado equipo. Oye y lee todo esto que se dice y se escribe sin una brizna de desprecio por quien lo diga o escriba; incluso el desprecio sería excesivo para quienes sólo esperan el momento de lanzar quijadas de burro contra el corazón de los héroes derrotados. No interesan.
Cuando entonces, en aquellas horas donde todo eran homenajes y sonrisas, palmadas en la espalda y hermosas frases como “siempre hemos creído en ti”, tú dijiste a una cadena de televisión que te sentías orgulloso de tu padre, que siempre le querías ayudar y que tu corazón estaba con él. Y ahora viene lo complicado para muchos y lo sencillo para ti: seguir sintiéndote, en la tremenda derrota, igual de orgulloso, seguir ayudándole y seguir poniendo tu corazón al lado del suyo. No te va a costar nada porque estoy seguro que el corazón de don Vicente del Bosque late al mismo ritmo desde hace muchos años porque desde hace muchos años conoce la dos caras de la moneda, la de la gloria y la del desastre y sabe que las dos son igual de mentirosas.
Latió su corazón junto al tuyo cuando su equipo del alma le llamó para que lo entrenara, le hizo campeón no sé cuántas veces y le despidieron, un día después de su último triunfo, porque no daba como “galáctico”. Qué error, qué inmenso error por el que nadie aún se ha disculpado.
Pero tu padre, Álvaro, pase lo que pase, ya tiene un lugar en el corazón de la inmensa mayoría de los españoles; su bonhomía, su humildad, sus ganas de que nos cuidemos el colesterol, esa tranquilidad que demostró cuando estaba en la cumbre y que fue igual que hoy, a unas horas de que todo concluya en medio del fracaso, eso, ya te lo dije entonces, estoy seguro de que en parte es obra tuya, de que a tu padre se le entiende a través de ti, se le nota a la legua que tu ayuda ha sido indispensable para ser la persona que es y que junto a su corazón, late el tuyo porque los corazones no saben de síndromes ni cromosomas.
Hoy no suenan las campanas de gloria, pero cuando llegue esta vez a casa y te abrace después de tantos días y te diga sonriendo que esta vez no va a poder ser, que no vas a ir con ellos en el autobús porque nunca hay autobús para los perdedores, dile de parte de mucha gente, de muchos españoles agradecidos, que su éxito no ha sido un mundial y dos eurocopas sino esa lección de equilibrio y coherencia con la que ha encarado siempre el éxito y el fracaso. Eso sólo saben hacerlo los hombres buenos. Y así es don Vicente del Bosque.