Cuesta imaginarse a Joseph Pearce, experto en autores católicos ingleses, como un joven nacionalista radical. Acabó dos veces en la cárcel, pero en su camino se cruzaron Chesterton y, de forma inesperada, el amor de Dios. Hace 25 años, entró en la Iglesia católica
Ahora, publica Mi carrera con el diablo (ed. Palabra). Llevaba tiempo queriendo escribir sobre su conversión, pero ha esperado a que murieran sus padres, y a tener la madurez para contar su historia con sinceridad, justicia y respeto a los implicados.
Varios autores cristianos fueron importantes en su conversión. ¿Puede alguien convertirse sólo leyendo libros?
No. Siempre he aceptado que la gracia fue necesaria; pero, durante años, pensé que mi conversión fue un proceso racional. Me he dado cuenta de que lo fue, pero no sólo racional. Otro ingrediente importante es que mis enemigos me mostraran amor. Viví varios episodios así, y tuvieron mucha fuerza. A la vez que me acercaba racionalmente a la fe, estaba sanando. No podía salir sólo de mi fanatismo. Era un problema psicopatológico e irracional, y tenía que ser curado. Así que intervinieron tanto la razón como una curación por la gracia.
¿Por qué fue tan importante el amor por parte de sus enemigos?
Es muy fácil odiar a quien te odia, se retroalimenta. Pero cuando te sorprenden abriéndote sus brazos y su corazón gente que no tenía ningún motivo para mostrarte amor, porque tú no les has mostrado más que desprecio; eso te desarma. De repente, es mucho más difícil seguir odiando.
¿Hay sitio hoy para la apologética que hicieron Chesterton y otros?
En el mundo moderno, además de una crisis de la fe, hay una crisis de la razón. El relativismo niega la razón, diciendo que no hay una realidad objetiva. La apologética de la teología no funciona: si mencionas a Dios, la gente da la vuelta. Tampoco funciona la apologética de la verdad, porque si hablas de la verdad, de algo demostrable, si no están de acuerdo, simplemente te dirán: “Ésa es tu opinión”. Ahí acaba cualquier discusión racional. También hay una crisis del amor, reducido a sentimiento irracional.
¿Cómo evangelizar, entonces?
En lo que estoy implicado ahora es en la apologética de la belleza. Si tienes a un nihilista, a un ateo, a un agnóstico, a un católico, a un protestante, a un judío y a un musulmán, y les sientas en un campo mirando un amanecer bonito, todos, menos el nihilista, lo experimentan y ven la belleza. La respuesta natural es un sentido de gratitud; y lo siguiente es querer dar gracias; y ¿a quién darlas? Ahí empiezan las preguntas importantes. La literatura, las grandes obras de música, de artes plásticas, las catedrales... hablan sobre la belleza, y eso llega donde ya no funciona la razón. En esta crisis, la belleza todavía puede hablar a los corazones. Y, por supuesto, el bien (amor), la verdad (razón) y la belleza son uno, a imagen de la Trinidad. La belleza es la cara de esa trinidad que el mundo moderno puede ver, y nos lleva a la razón, y a la verdad.
En su libro, dedica todo un capítulo a describir la ausencia de Dios en su familia, anglicana sólo formalmente. ¿Tan determinante fue?
Es muy importante reconocer el papel central que esa presencia real tuvo a la hora de dar sentido al resto de la realidad. En ese momento, yo no era consciente de que fuera un problema. Era lo normal, Dios no era importante. Si hubiera recibido no sólo una educación cristiana, sino una vida activa de oración cristiana, de la que formara parte amar a mi prójimo y a mi enemigo; si mis padres lo hubieran vivido y me hubieran animado a vivirlo, las probabilidades de que me convirtiera en un neonazi y racista radical habrían sido mínimas. Esa ausencia dejó un vacío, y el vacío es antinatural, tiende a llenarse. Si no lo llenas con amor y razón, se llenará con cosas peores.
Desde su experiencia, ¿cómo explica el ascenso del nacionalismo de extrema derecha en Europa?
Chesterton dice que cuando la gente deja de creer en Dios, no es que crean en nada, sino que creen en cualquier cosa. Si tienes una sociedad secular que se ha separado de forma deliberada de Dios, ese vacío se llenará con odio y violencia. Como en mi familia, pero a gran escala. Si rechazas el amor cristiano, tendrás odio anti-cristiano. Los nazis, el comunismo, y todas las formas de fundamentalismo secular son un rechazo del cristianismo, y van a conducir a la misma violencia.
Frente a esto, ¿qué propuso el renacimiento católico literario del siglo XX?
Era un rechazo al secularismo de la Revolución Francesa; a la idea de la perfectibilidad del hombre mediante el progreso político y la comprensión de las verdades inmutables de la política y la filosofía. Estos autores llamaron a volver a la comprensión cristiana del hombre, y a la doctrina social de la Iglesia, que podemos resumir como subsidiariedad: el restablecimiento de la familia tradicional como el centro y el corazón de la política, la economía y la cultura. Si no se restablece la familia, no tendremos más que desintegración social.
(*) Entrevista de María Martínez López
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