Todos nos sentimos interpelados en esta llamada a “levantar la vista” del teléfono móvil y entablar relaciones humanas −directas− con quienes nos rodean
Tener cientos de amigos en Facebook no es sinónimo de ser querido, ni de ser popular. Puede equivaler a quedarse esperando un “Me gusta” que quizá nunca llegue. Estar atado a Whatsapp durante una reunión entre amigos no hace que estemos en más lugares al mismo tiempo, sino, más bien, lleva a no estar en ninguno.
Sobre estas premisas se construye el vídeo titulado significativamente Look Up (levanta la vista), que la escritora Pilar Urbano, seguidora de este blog, me hizo llegar hace unos días. El vídeo fue publicado en YouTube hace un mes, y en diez días superó los 27 millones de visitantes. Para ser el video inaugural del escritor británico Gary Turk, no está nada mal. Pero, ¿cuál ha sido el motivo de su éxito?
“Tengo 422 amigos. Aún así, estoy solo. Hablo con todos ellos cada día, sin embargo, ninguno me conoce realmente”. Así arranca este poderoso corto: con las palabras de un joven hiper-conectado e hiper-desilusionado, que nos hacen pensar a dónde nos ha llevado la actual fascinación por la tecnología. Con rima y ritmo de rap, jugando con las comparaciones y las antítesis, con la emoción del contraste y la ironía, el espectador asiste a un lúcido discurso que le llega hasta el fondo. Todos nos sentimos interpelados en esta llamada a “levantar la vista” del teléfono móvil y entablar relaciones humanas −directas− con quienes nos rodean. El mensaje no es nuevo, pero la puesta en escena sí.
Las imágenes no son tremendistas, pero las reflexiones que suscita pueden suponer un shock intelectual y emocional. Lo que vemos son escenas cotidianas, con hombres y mujeres interactuando a través de redes sociales, pero que ya no tienen tiempo para mirarse a la cara. Ya no pueden −o, lo que es peor, ya no saben− relacionarse con los demás, tener amigos de verdad, vivir reposadamente la propia vida en vez de una vida ficticia y agitada en el mundo virtual.
Sin embargo, lo “peor” de esta situación está por llegar. De repente, vemos a unas nuevas generaciones de niños que ya no son capaces de divertirse. Ya no juegan ni corren. Sólo miran su tableta. La voz en off suena aquí especialmente triste:
“Estamos rodeados de niños que, desde que nacieron, nos han visto vivir como robots, y piensan que eso es lo normal. No es muy probable que seas el mejor padre si no puedes entretener a tu hijo sin usar un IPad. Cuando era un niño jamás estaba en casa; estaba afuera con mis amigos, con nuestras bicicletas, dándole uso a mis zapatillas y pelándome las rodillas, construyendo una casa bien alto en un árbol. Ahora los parques están callados, y eso me produce escalofrío. No veo niños jugando, y los columpios están todos quietos. No hay saltos de cuerda, ni rayuela, no hay juegos ni carreras…”.
Por contraste, el relato incluye una conmovedora historia de amor nacida de una acción tan simple como preguntar a una mujer una dirección, algo que nunca habría sucedido si el protagonista se hubiera dejado guiar por su teléfono móvil. Esa relación, profundamente humana, llega a saborear el amor, el afecto de una esposa y las alegrías de una hija que al fin levantó el vuelo y se fue… Una vida normal, pero una vida plena, con pequeños sucesos que merecieron ser vividos y no sólo “compartidos”. Una historia como la de nuestros padres; esa que gusta recordar en la vejez (¿te acuerdas cómo nos conocimos?), y que se vuelve a contar a hijos y a nietos, como si fuera la primera vez...
La comunicación mediante dispositivos en lugar de conversaciones amistosas está cambiándonos la vida. Por eso el vídeo llega a decir: “Somos una generación de idiotas, de teléfonos inteligentes y gente estúpida. Así que levanta la vista del teléfono y apaga la pantalla”.
Un mensaje que, al menos de vez en cuando, conviene oír y meditar. Por eso, junto con el vídeo, os adjunto el texto para que podáis disfrutarlo de vez en cuando. ¡Feliz semana de vida auténticamente real!
Alfonso Méndiz ">
“Tengo 422 amigos. Aún así, estoy solo. Hablo con todos ellos cada día, sin embargo, ninguno me conoce realmente.
El problema está en mirar a los ojos o mirar un nombre en una pantalla. Porque al volver a mirar a mí alrededor me doy cuenta de que este medio al que llamamos "social" no es nada, excepto cuando encendemos el ordenador y con eso cerramos nuestras puertas.
Toda esta tecnología que tenemos es solo una ilusión. La comunicación, la compañía y el sentido de inclusión... Cuando dejas este dispositivo de ilusión, te despiertas para ver un mundo de confusión. Un mundo en que somos esclavos de la tecnología que dominamos, donde la información es vendida por algún rico y codicioso bastardo.
Un mundo de interés propio, de imagen propia, de promoción propia. Donde compartimos las mejores partes, pero dejamos fuera a la emoción.
Somos felices cuando compartimos una experiencia. Pero ¿Es lo mismo si nadie está ahí? Estás ahí para tus amigos y ellos estarán ahí para ti. Pero no habrá nadie si es una reunión por mensajes.
Editamos y exageramos, imploramos atención; pero pretendemos no notar la aislación social. Ponemos las palabras en orden hasta que nuestras vidas brillen. Pero desconocemos si alguien está escuchándonos verdaderamente.
“Estar solo” no es el problema. Puedes enfatizar, leer, pintar algo o practicar un deporte. Porque estás siendo productivo y presente, sin reservas o reparos. Estás siendo despierto, atento y le das buen uso a tu tiempo. Así que cuando estás en público y empiezas a sentirte solo, pon tus manos detrás de tu cabeza y deja el teléfono a un lado. No necesitas mirar al menú o a la lista de contactos, solo hablemos entre unos y otros, aprendamos a coexistir.
No puedo soportar el silencio en un tren intercomunal lleno, donde nadie quiere hablar por el miedo de parecer loco. Nos estamos volviendo antisociales, y no podemos encontrar satisfacción en mirarnos los unos a los otros y mirar los ojos de alguien.
Estamos rodeados de niños que, desde que nacieron, nos han visto vivir como robots y piensan que eso es lo normal. No es muy probable que seas el mejor padre del mundo si no puedes entretener a tu hijo sin usar un IPad. Cuando era un niño jamás estaba en casa; estaba afuera con mis amigos, con nuestras bicicletas, dándole uso a mis zapatillas y pelándome las rodillas, construyendo una casa bien alto en un árbol. Ahora los parques están callados, eso me produce escalofrío. No veo niños jugando, y los columpios están ahí quietos. No hay salto de cuerda, ni rayuela, no hay juegos ni carreras… (...).
FINAL: Somos una generación de idiotas, de teléfonos inteligentes y gente tonta. Así que levanta la vista del teléfono y apaga la pantalla. Deja de ver este vídeo y vive la vida de forma real.
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