La Virgen nos traza el camino más corto y más seguro para acogernos siempre a la misericordia de Dios: don Álvaro meditaba con frecuencia esta realidad, que ahora propone el Prelado del Opus Dei en su carta del mes de mayo
Se refiere Mons. Javier Echevarría, al inicio de su Carta pastoral, a la reciente canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, acontecimiento, que ha adquirido mucho relieve en la vida de innumerables cristianos, que nos habla de fidelidad y nos impulsa a retornar una vez y otra, con el recuerdo y con la oración, a las raíces de nuestra vocación cristiana.
La práctica totalidad del resto de su Carta gira alrededor del mes de Mayo, dedicado tradicionalmente a la Santísima Virgen, y que inicia con unas sugerentes palabras del Papa Francisco en su Homilía en la Vigilia pascual de este año, que nos vienen como anillo al dedo al comenzar el mes de mayo, y con las que el Papa recordaba que en Galilea llamó el Señor a los primeros discípulos; por eso, la invitación del Resucitado a volver a Galilea, donde podrían verle y estar con Él, era una invitación a “volver allí, volver al lugar de la primera llamada”. Y concretaba el Santo Padre: “también para cada uno de nosotros hay una ‘Galilea’ en el comienzo del camino con Jesús. ‘Ir a Galilea’ tiene un significado bonito; significa para nosotros redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana. Volver a Galilea significa, sobre todo, volver allí, a ese punto incandescente en el que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino. Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a mis hermanos y hermanas, que el Prelado aplica al afán apostólico, que cobra nuevo impulso por intercesión de la Santísima Virgen, afirmando que así nos alentó a aprovecharlo san Josemaría, especialmente desde que en 1935 comenzó la costumbre de la romería de mayo.
San Josemaría –continúa Mons. Echevarría−,que nunca quiso ponerse como modelo de nada, admitía una sola excepción: “si en algo quiero que me imitéis, es en el amor que tengo a la Virgen”, afirmando que con piedad y confianza de hijo, se dirigía cada día a Nuestra Señora con las oraciones que aprendió de pequeño, al igual que Don Álvaro, que cultivó la devoción mariana con gran hondura y firmeza teológica, gracias a la predicación y al ejemplo de san Josemaría, habiendo aprendido de sus padres, como en tantos hogares cristianos, a tratar a la Virgen con cariño filial, y recuerda que todas las gracias nos llegan por la mediación materna de Santa María, Omnipotencia suplicante. Por eso, hemos de fomentar más íntimamente el diálogo con nuestra Madre en las próximas semanas y, lógicamente, en los otros meses del año, por lo que invita a aprovechar este mes para cuidar más el rezo y la contemplación de los misterios del Rosario, tanto en la romería que hagamos como en los otros días.
Después de algunas reflexiones sobre la devoción de Don Álvaro a la Santísima Virgen, que aconsejaba “meter más a la Virgen en todo y para todo”, y que hasta el final de su vida se sirvió de industrias humanas: recordatorios para afinar en sus manifestaciones de amor a la Virgen, afirma el Prelado que en estas semanas, encontramos muchos motivos para honrar y crecer en este aspecto tan cristiano, y sugiere releer las homilías y otros escritos de San Josemaría referidos a Virgen: nos empujarán a rejuvenecer la piedad mariana, a incrementar el trato con María, y a mostrar a muchas personas esta senda segura que conduce a la intimidad con Jesucristo y, por Él, a Dios Padre y al Espíritu Santo, sobre lo que Don Álvaro afirmaba que “muchas conversiones, muchas decisiones de entrega al servicio de Dios han sido precedidas de un encuentro con María. Nuestra Señora ha fomentado los deseos de búsqueda, ha activado maternalmente las inquietudes del alma, ha hecho aspirar a un cambio, a una vida nueva”.
Antes de finalizar su Carta, pide el Prelado oraciones por sus intenciones y también espero vuestra compañía en la oración por los treinta nuevos sacerdotes de la Prelatura, a los que ordenaré el 10 de mayo, en Roma. Y seguid encomendando −con el aliento y la protección de nuestra Madre− al Papa y a sus colaboradores en el gobierno de la Iglesia, a los obispos, a los sacerdotes y religiosos, a todo el pueblo cristiano, y concluye alentando con dos preguntas: ¿Qué nos hemos propuesto para mejorar nuestra piedad mariana? ¿Qué ofertas especiales le dedicaremos cada jornada?