Durante el congreso que, sobre Comunicación, se celebra en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz
Sus veinte minutos entre los fieles, su expresividad al hablar y su sonrisa han dado un mensaje más allá de los idiomas, más universal que las palabras
No es un día de fiesta y, sin embargo, la plaza de San Pedro está abarrotada para la audiencia del miércoles en la que el Papa Francisco va a catequizar sobre el segundo don del Espíritu Santo: el entendimiento. La Via della Conciliazione está cerrada al tráfico y, cuando todavía falta una hora y media para el inicio, las gorras y banderas −de Polonia, Canadá, Brasil, etc.− tiñen de color una plaza bañada por el sol de Roma.
Manchas de pañuelos color naranja, de gorras azules o de banderitas vaticanas surgen de golpe y se agitan mientras un grito de júbilo responde a la voz que acaba de anunciar por megafonía su presencia allí.
El papamóvil aparece en escena y los pocos que estaban sentados se ponen en pie. Francisco disfruta con la gente y por eso pasa más de veinte minutos recorriendo la plaza sin prisa, besando a niños, recogiendo la pañoleta que le lanza un grupo de peregrinos, intercambiando unas palabras con unos y otros.
Durante la breve catequesis que pronuncia, deja más de una vez los folios a un lado. Enfatiza, gesticula, tiene fuerza. Está hablando del Espíritu Santo. Después saluda a los peregrinos de diferentes lenguas y sus palabras se traducen para los hablantes de inglés, portugués, polaco o árabe.
Pero aun en el caso de que los asistentes no entendieran ninguna de estas lenguas, les basta con ver al Papa. Sus veinte minutos entre los fieles, su expresividad al hablar y su sonrisa han dado un mensaje más allá de los idiomas, más universal que las palabras.